El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 18 de mayo de 2010

Caballero sin espada



Dirección: Frank Capra.
Guión: Sidney Buchman.
Música: Dimitri Tiomkin.
Fotografía: Joseph Walker.
Reparto: James Stewart, Jean Arthur, Claude Rains, Edward Arnold, Guy Kibbee, Thomas Mitchell, Eugene Pallette.

Jefferson Smith (James Stewart), un joven honrado e idealista, es propuesto para el cargo de senador por las gentes que dominan la política y la economía del estado, liderados por un implacable hombre de negocios, Jim Taylor (Edward Arnold). Estos hombres, aprovechándose de la ignorancia y la ingenuidad de Smith en asuntos políticos, planean sacar adelante con su apoyo un proyecto que en realidad esconde una estafa millonaria.

Caballero sin espada (1939) es un nuevo ejemplo del maravilloso talento de Frank Capra para crear una especie de cuento o fábula capaz de emocionarnos a pesar de todos los tópicos y simplicidades que puedan contener sus películas.

En este caso, los dardos van dirigidos en contra de la clase política corrupta, alejada de los sagrados principios que erigieron los padres fundadores de los Estados Unidos, y contra la manipulación de la verdad a manos de la prensa. Y de nuevo el defensor de las causas perdidas es un hombre sencillo, del campo, aún sin la contaminación de la vida urbana. Capra parece identificar la gran cuidad con todos los males al alejar al hombre de los valores que encarna la vida en contacto con la naturaleza.

Curiosamente, este político honrado se llama Jefferson, como el tercer presidente americano, Thomas Jefferson, padre de la Declaración de Independencia y defensor del republicanismo, lo mismo que nuestro protagonista.

El acierto del director es su gran talento para conseguir personalizar sus denuncias en un individuo concreto, logrando así implicarnos y conmovernos en la historia, que se aleja de lo abstracto y se vuelve cercana e intensa. Sabemos que lo que nos cuenta nos es más que una quimera; que el protagonista, por mucho que se tuerzan las cosas, acabará triunfando; que la realidad jamás es como sus películas. Y sin embargo, nos da lo mismo y nos creemos el cuento y lo vivimos y lo sufrimos al compás de los sudores y desfallecimientos de un colosal James Stewart, quizá el actor idóneo para este tipo de papeles. A su lado, algunos de los habituales de Capra, como el genial Edward Arnold, habitual villano de muchas de sus películas. Jean Arthur, Claude Rains y Thomas Mitchell, entre otros, completan un reparto soberbio.

Es verdad que Capra recarga las tintas en muchos aspectos, como la constante utilización de los niños a lo largo de la película y también de los ancianos, como en una escena muy emotiva a los pies de la estatua de Lincoln. También es verdad se nota el paso del tiempo. Pero por encima de cualquier defecto, lo maravilloso es que el cine de Capra posee tanta sinceridad y tanta convicción en su interior que no sabemos ni podemos resistirnos a permanecer bajo su encanto.

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