El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 16 de abril de 2011

Asesinato en el Orient Express




Dirección: Sidney Lumet.
Guión: Paul Dehn (Novela: Agatha Christie).
Música: Richard Rodney Bennett.
Fotografía: Geoffrey Unsworth.
Reparto: Albert Finney, Lauren Bacall, Ingrid Bergman, Sean Connery, Anthony Perkins, Vanessa Redgrave, Jacqueline Bisset, Richard Widmark, Martin Balsam, Jean-Pierre Cassel, John Gielgud, Michael York, Wendy Hiller, Rachel Roberts.

De regreso a Inglaterra después de una estancia en Asia, el famoso detective Hércules Poirot (Albert Finney) se embarca en el Orient Express en Estambul. Al poco de emprender viaje, el millonario señor Ratchett (Richard Widmark), pasajero del tren que había intentado contratar a Poitot para que lo protegiera al temer por su vida, es asesinado en plena noche. Hércules Poirot acepta hacerse cargo de la investigación.

Nueva adaptación de una novela de la conocida escritora inglesa Agatha Christie, Asesinato en el Orient Express (Sidney Lumet, 1974) cuenta como principal atractivo y gancho para la taquilla, como era habitual en los años setenta del pasado siglo, con un reparto poblado por actores de renombre. ¿Es ello suficiente aliciente y garantía de que estamos ante una gran película o sólo se trata de una táctica de marketing?, me temo que estemos más cerca de lo segundo, a pesar de las seis nominaciones que obtuvo la película.

Como decía, lo primero que llama la atención de esta película es el deslumbrante reparto, con actores de la talla de Ingrid Bergman, que obtuvo además el Oscar como mejor actriz secundaria por su interpretación, Lauren Bacall, Sean Connery, Anthony Perkins, Richard Widmark, Vanessa Redgrave, Jacqueline Bisset, John Gielgud, etc, etc. Sin duda, abrumador. Sin embargo, ni el resultado está a la altura de los nombres ni los actores están debidamente aprovechados. En primer lugar, un reparto tan numeroso tiene como contrapartida que los minutos en pantalla de cada actor son bastante escasos. En segundo lugar, Lumet no consigue sacar todo el rendimiento que era de esperar a nombres en principio tan brillantes. Incluso en muchas ocasiones tenemos la impresión de actuaciones algo descuidadas y, en general, caricaturizadas, cayendo a menudo en una sobreactuación o exageración muy teatral; al tiempo que tantos personajes hacen que ninguno de ellos termine de estar bien definido del todo, quedando retratados solamente de manera muy superficial. De todos ellos, me quedo finalmente con las interpretaciones de Richard Widmark y John Gielgud como las más convincentes. En el lado opuesto colocaría al casi grotesco Albert Finney, quizá el Poirot más célebre de la gran pantalla, pero el que menos me convence, pues lleva la excentricidad del detective al nivel de la caricutara; al siempre excesivo Anthony Perkins así como a Ingrid Bergman, cuyo Oscar me parece excesivo, en parte por lo breve de su papel, y en parte también por lo exagerado del mismo.

Pero no sólo el reparto está en gran medida desaprovechado, tampoco la puesta en escena me resulta convincente. En especial, la llegada de los viajeros al Orient Express: la estación de Estambul resulta del todo artificial, un decorado demasiado inmaculado, una coreografía de personajes y acciones sin expontaneidad ni originalidad. Estos defectos, la falta de genio, de nervio, la reiteración de soluciones de tránsito entre las escenas cayendo en la repetición y la monotonía, son imperdonables en un director del nombre de Lumet. Da la impresión de que éste se limitó a sacarse de encima el proyecto a base de soluciones típicas, correctas y académicas, pero frías y muy poco originales. La sensación final que saqué es de una puesta en escena rutinaria. Y ese es un lastre bastante pesado para la película.

¿Qué es lo que mantiene el interés a lo largo de los 127 minutos de metraje? Evidentemente, el crimen o, mejor dicho, conocer el desenlace del mismo. Pero aquí reside, además del interés, el riesgo mayor de este tipo de propuestas, porque el problema de este tipo de películas reside en que lo verdaderamente interesante es descubrir quién es el asesino; es este detalle el que nos mantiene en vilo y por ello es de vital importancia que el desenlace no defraude nuestras espectativas. Pero al basarse la película en la novela homónima de Agatha Christie, no nos extraña demasiado que el desenlace sea tan rocambolesco, casi absurdo. Es el tributo que pagaba la escritora por el hecho de ser tan prolija y tener que buscar argumentos novedosos que no siempre resultaban del todo convincentes, como es el caso aquí.

No desvelaré el final, pues sería arruinar la película a quién no la ha visto, pero también aquí vuelven a aflorar los defectos de forma antes señalados: la escena en que Poirot desenreda el hilo resulta correcta, pero sin alma, sin nervio, como casi todo el desarrollo de la película. Es la gota que colma el vaso. Si teníamos la esperanza de que la resolución del misterio lograse arreglar en parte las carencias de la cinta, de nuevo nos llevamos otra pequeña decepción.

En resumen, Asesinato en el Orient Express es un film correcto pero desaprovechado. Es la demostración de como ni un buen reparto ni un director de nombre son suficientes si nos limitamos a un trabajo más o menos rutinario.