El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 29 de julio de 2012

Carros de fuego



Dirección: Hugh Hudson.
Guión: Colin Welland.
Música: Vangelis.
Fotografía: David Watkin.
Reparto: Ben Cross, Ian Charleson, Nigel Havers, Cheryl Campbell, Alice Krige, Ian Holm, John Gielgud, Lindsay Anderson, Brad Davis, Dennis Christopher, Nigel Davenport, Peter Egan, Patrick Magee.

Harold Abrahams (Ben Cross) es un joven judío extremadamente ambicioso y orgulloso. Estudiante en Cambridge, se siente enfrentado a todo el mundo y su arma para demostrarles su valía es su gran rapidez corriendo los 100 metros lisos. De hecho, su gran ambición es convertirse en campeón olímpico en los próximos Juegos que tendrán lugar en París en 1924. Pero su seguridad y sus ambiciones se verán seriamente cuestionadas el día que ve correr a Eric Lidell (Ian Charleson), un religioso católico escocés que es aún más rápido que él.

Basada en hechos reales, Carros de fuego (1981) es un film británico de principio a fin. A muchos, por lo tanto, les encantará la puesta en escena y el tono elegantes; para otros, puede resultar una película fría y algo lenta.

En lo que cabe duda es que Carros de fuego realiza una meticulosa y cuidada recreación de los años veinte y, en particular, de las Olimpiadas de París. El equipamiento de los corredores, su vestimenta, las pistas de atletismo separadas por cuerdas, todo el trabajo del equipo de documentación es perfecto. En realidad, todo el apartado técnico de la película es sobresaliente. La fotografía de David Watkin, que nos deslumbrará también en Memorias de África (Sydney Pollack, 1985), por ejemplo, es espectacular. Aunque sin duda es la banda sonora de Vangelis la que se ha convertido en la seña de identidad del film, con la secuencia de los corredores entrenando en la playa, y a la vez en una especie de himno extraoficial de las Olimpiadas. Pocas veces una melodía ha logrado tal grado de identificación con las imágenes a las que arropa. Para muchos, incluso, la banda sonora es, de largo, lo mejor de Carros de fuego.

Como todo film histórico, seguramente se tomarán muchas licencias argumentales y es evidente que hubo mucho más en los Juegos Olímpicos de París que lo poco que se nos cuenta en el film. Pero es que la película no pretende ser un documental sobre París, sino que dramatiza la rivalidad de dos corredores británicos concretos, vehículo que escoge Hugh Hudson para ensalzar ciertos valores del deporte a la vez que da un gran protagonismo a la religión, pues ambos atletas están marcados por su fe; el judaismo de Abrahams, que le hace sentirse en conflicto permanente con los demás, y el catolicismo a ultranza de Lidell, que le lleva a renunciar a competir en los 100 metros por tener que correr en domingo, el día del Señor.

Quizá en lo que se queda algo corto el film es a la hora de profundizar algo más en la personalidad de ambos protagonistas. Tanto Abrahams como Lidell se quedan un tanto a nivel de esbozos. Se nos presentan sus creencias, sus sueños y sus luchas personales de un modo muy básico, sin que el guión se adentre después demasiado en ellos. También se toca el conflictivo tema del amateurismo, si bien de un modo algo tangencial y sin entrar en demasiados debates. Es tal vez por aquí por donde flojea más Carros de fuego, que parece deslumbrarnos en los aspectos técnicos mientras que a nivel argumental se queda un tanto fría y superficial. El dilema de los atletas no da mucho más juego que la defensa de unos principios que parecen bastante lógicos; su rivalidad tampoco es tal, pues el escocés jamás se siente enfrentado a ningún otro atleta. Incluso la historia de amor de Abrahams es algo insulsa y no proporciona tampoco ningún momento intenso a la película.

Tampoco terminaron de convencerme los actores que, sin hacer un mal trabajo, nunca me permitieron olvidarme que estaban interpretando un papel. Por lo menos, los principales, porque John Gielgud, por ejemplo, está impecable en su papel, como siempre. De hecho, ninguno de los dos protagonistas tuvo posteriormente una carrera brillante. Ben Cross, por ejemplo, se limitó a papeles en films menores mientras que Ian Charleson vio su carrera frustrada por su temprana muerte en 1990.

Por ello es por lo que sentimos que Carros de fuego es un film que se quedó a muy poca distancia de haber sido un film excepcional. Tenía una historia muy atractiva y un envoltorio sublime, pero no logró la excelencia, tal vez por esa frialdad británica que es parte de su atractivo pero que, al mismo tiempo, le resta emoción.

A pesar de todo, la película se llevó cuatro Oscars (película, guión, banda sonora y vestuario) y tuvo un gran éxito en su momento. Además, sin ninguna duda, sigue siendo el film de referencia sobre el tema de los Juegos Olímpicos.

lunes, 23 de julio de 2012

Viaje a la Luna



Dirección: Georges Méliès.
Guión: Georges Méliès (Novelas: Julio Verne, H. G. Wells).
Fotografía: Michaut, Lucien Tainguy.
Reparto: Georges Méliès, Bleuette Bernon, Henri Delannoy, Jeanne d'Alcy.

En una reunión de astrónomos, su presidente (Georges Méliés) les propone realizar un viaje a la Luna. Serán seis astronautas los que viajarán en el cohete especialmente diseñado para la ocasión.

Viaje a la Luna (1902) es el film más ambicioso de su realizador y es, también, el primer film de ciencia-ficción de la historia del cine. Basado en "De la tierra a la Luna" (1865) de Julio Verne y en "El primer hombre en la Luna" (1901) de H.G. Wells, se trata de un pequeño cortometraje de poco más de catorce minutos, pero para la época era un logro considerable.
La película se filmó originalmente en blanco y negro, aunque Méliés solía colorear sus producciones más destacadas, lo que hizo con Viaje a la Luna. Sin embargo, con la ruina económica de Méliés, fruto de su estancamiento comercial y las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, gran parte de la obra de este pionero se perdió. El film actual procede de una laboriosa restauración de diez años de una copia coloreada del film que se encontró en la Filmoteca de Cataluña en 1993. A pesar de su pésimo estado de conservación, que hizo temer por la imposibilidad de salvar un film que se daba hasta entonces por desaparecido, al final fue posible restaurarla y, con fragmentos coloreados de otra copia en blanco y negro, poder disponer hoy en día de una copia más que decente de esta joya del cine.

Georges Méliès era un mago que vio en el cine la posibilidad de seguir haciendo magia con el nuevo invento. Su obra se aleja de la tendencia más realista de otros pioneros y se lanza a crear ilusiones y trucos con el cinematógrafo. Es dentro de esta vertiente lúdica donde debemos encuadrar su Viaje a la Luna.

Está claro que no podemos analizar el film con los criterios actuales. Viaje a la Luna es un producto de los primeros años del cine, donde aún era un espectáculo de ferias, una diversión sencilla, muy limitada y muy ingenua. La película no es más que una fantochada, un juego. Su argumento es de lo más elemental y transcurre en una serie de breves cuadros totalmente comprensibles. Primero, el presidente de los astrónomos le explica a sus colegas su proyecto de viajar hasta la Luna. En el siguiente cuadro visitan la fábrica donde se construye el cohete que ha de llevarles a la Luna. Otro breve cuadro muestra a los científicos visitando otra fábrica. En otra escena embarcan finalmente en el cohete y en la siguiente, son lanzados al espacio. A continuación tenemos la famosa secuencia en que el cohete impacta contra el ojo derecho de la Luna, una imagen que se ha convertido ya en un ícono del cine. Se suceden entonces una serie de escenas con los científicos en la Luna, como su primera noche allí, el encuentro y lucha con los habitantes del satélite y cómo son capturados y llevados ante el monarca de los selenitas, al que matan y escapan, amerizando en el mar de regreso del satélite, y siendo recibidos como héroes, trayendo consigo además a un selenita como prisionero. Termina el film con el pueblo festejando la hazaña.
Como se puede suponer, todo en este film es muy casero, muy inocente. Como aún no existía el lenguaje cinematográfico, Méliés se limita a filmar de frente, contra un fondo pintado, las diferentes escenas, al estilo del teatro. No hay montaje, ni primeros planos ni ningún tipo de elaboración más allá de algunos trucos bastante elementales. Tampoco podemos hablar de personajes con una identidad definida. Todo en esta cortometraje es muy rudimentario, tremendamente básico. El conjunto es como un cuento fantástico, lo que se traduce en unos personajes que son caricaturas, con unas vestimentas de cuento, para que el público los identifique sin problemas. No hay, lógicamente, ningún fundamento científico para la historia. El viaje no es más que el sueño de un niño, algo sin lógica, pura fantasía o mero surrealismo.

Y por todo ello, Viaje a la Luna es una obra maravillosa e impagable. Porque nos muestra los primeros pasos del cine, cómo se concebía cuando aún no era, en rigor, verdadero cine, sino la diversión de unos cuantos pioneros que jugaban con ese invento con la inocencia y la curiosidad de un niño. De ahí que su valor resida más en su carácter histórico que como obra en sí misma. Estamos ante un documento único y la experiencia de disfrutarlo hoy en día es realmente fascinante.

viernes, 20 de julio de 2012

El exorcista



Dirección: William Friedkin.
Guión: William Peter Blatty (Novela: William Peter Blatty).
Música: Jack Nitzsche.
Fotografía: Owen Roizman.
Reparto: Linda Blair, Max von Sydow, Ellen Burstyn, Jason Miller, Lee J. Cobb, Kitty Winn, Jack MacGowran, Arthur Storch, Barton Heyman, Gina Petrushka.

Regan (Linda Blair), una niña de doce años, comienza a sentirse mal, por lo que su madre, Chris MacNeil (Ellen Burstyn), decide llevarla a diferentes especialistas que sin embargo no logran dar con el origen de la enfermedad de la niña. Finalmente, le sugieren a la madre que intente con un exorcismo.

El exorcista (1973) es sin duda el film de terror más famoso de la historia y todo un referente del género al que marcó para siempre. Pocas veces una producción de terror ha tenido el éxito y la repercusión de El exorcista.

La película está basada en la novela homónima de William Peter Blatty, publicada en 1972, y que se inspira en unos hechos reales ocurridos en 1949. Para el film, sólo se cambió el sexo del protagonista y la edad del mismo, de los catorce años a los doce.

Lo primero que me llama la atención de la película es que, a pesar de ser de 1973, ha resistido el paso del tiempo de un modo admirable. Aún hoy en día parece un film moderno y sigue resultando bastante sobrecogedor en muchas escenas. Es verdad que el cine de terror ha evolucionado de tal manera que hoy en día tenemos películas mucho más aterradoras y crudas, pero El exorcista mantiene aún sus grandes cualidades y sigue siendo tan válida como en su momento. Incluso a nivel de efectos especiales, campo en que los progresos han sido enormes, la película aguanta el tipo más que dignamente.

Las claves del éxito de El exorcista son varias, pero en la base está sin duda una historia que es presentada de tal modo que, creyentes o no, terminamos por creérnosla. Este es su gran acierto. Porque la mayor parte de películas de terror las vemos como exageraciones, despropósitos o paranoias sangrientas. El exorcista nos impresiona porque terminamos viviéndola casi como si afectara a un familiar.

Otro de los grandes logros de William Friedkin, ganador del Oscar al mejor director con The French Connection, contra el imperio de la droga (1971), es la perfecta dosificación del terror. Tras el prólogo de las excavaciones, lleno de insinuaciones y con un gran nivel narrativo sin apenas diálogos, la película arranca con la relación normal entre madre e hija y va subiendo de intensidad muy lentamente, pero sin pausa, de la misma manera que vemos la degradación física de Linda Blair hasta las últimas y escalofriantes escenas. El director no necesita recurrir a trucos efectistas ni los consabidos sustos tan habituales en el género. La historia es poderosa y Friedkin sabe cómo plasmarla y sacarle todo el potencial que lleva dentro sin aspavientos ni tonterías.

A la vez que Friedkin va controlando magistralmente el tiempo de la película, sabe ir creando el clima idóneo también a base de pequeños detalles que, sin embargo, resultan perfectos. Por un lado, tenemos la maravillosa Tubular Bells de Mike Oldfield, todo un lujo, y también la atmósfera que logra crear en la habitación de Regan, con una temperatura gélida que era auténtica para que se viera el aliento de los personajes. Y tenemos, como no, la famosa escena en que el padre Merrin (Max von Sydow) llega a la casa, inspirada en el cuadro L'Empire des lumières de René Magritte. Y como colofón, tenemos el aspecto de Regan, cada vez más degradado, más escalofriante y más repulsivo. Un logro sin duda de maquillaje, pero también de concepción: le ponemos voz y rostro al mal de una manera que queda ya como referente ineludible.

Y sin duda, otro de los grandes aciertos fue descubrir a la protagonista, Linda Blair, que debuta con este papel en el cine y que resulta absolutamente perfecta. Blair, de hecho, obtuvo una nominación por su trabajo que es, sin duda, el mejor de su irregular carrera y por el que será recordada para siempre. También fue un gran acierto contar con Max von Sydow, unos de esos actores que no hacen mucho ruido pero con los que siempre se puede contar. Su encarnación del padre Merrin es muy buena y sabe trasmitir en todo instante la fragilidad física del personaje de un modo absolutamente convincente. El resto del reparto, con Ellen Burstyn a la cabeza y la presencia del veterano Lee J. Cobb, creo que está correcto sin más, salvo Jason Miller en su papel de padre Damian Karras. Es el único pero que le puedo poner a la película y es que su trabajo no me gustó demasiado.

Otro aspecto interesante de El exorcista es que es algo más que un mero film para asustar. Al igual que los mejores clásicos del género, como El Doctor Frankestein (James Whale, 1931), la película plantea algo más; en este caso el debate entre ciencia y fe, si bien no es el tema principal. Pero con ello tenemos un argumento más sobre el que debatir, lo que le da cierto empaque al film. Porque El exorcista es algo más que una simple propuesta de cine de terror sin más, es un trabajo completo donde se intenta abordar el tema principal con seriedad y cierto rigor. Es por ello por lo que resulta tan inquietante también, por la sensación de verosimilitud, porque nos convence que eso puede estar sucediendo realmente.

Como no podía ser de otra manera, el éxito de la película produjo la proliferación de secuelas de mucho menor interés y calidad. Pero lo importante fue que se puso de moda la figura del niño como fuente o vehículo del mal.

Con hasta diez nominaciones a los Oscars, El exorcista se llevó dos premios menores: el Oscar al mejor guión adaptado y al mejor sonido. Pero el premio mayor se lo ha dado el paso del tiempo, que ha convertido a este film en un clásico absoluto, una referencia y el título de mejor film de terror de todos los tiempos.

jueves, 19 de julio de 2012

Al cruzar el límite




Dirección: Michael Apted.
Guión: Tony Gilroy (Novela: Michael Palmer).
Música: Danny Elfman.
Fotografía: John Bailey.
Reparto: Hugh Grant, Gene Hackman, Sarah Jessica Parker, David Morse, Paul Guilfoyle, Debra Monk, John Toles-Bey, Bill Nunn.

Un vagabundo acude a la sala de urgencias de un hospital de Nueva York. El doctor Guy Luthan (Hugh Grant) observa que presenta extrañísimos síntomas que le resultan inexplicables. Antes de poder hacer nada, el vagabundo muere. Al intentar averiguar algo más sobre él, el doctor Guy empieza a encontrarse con problemas, hasta el punto que desaparece hasta el cadáver.

La verdad es que Al cruzar el límite (1996) es un thriller cuya estructura es bastante similar a otras muchas películas del género. Tenemos a un hombre corriente, un buen médico en este caso, que se va a ver envuelto en una extraña serie de acontecimientos a raíz de los cuáles llega a perder su empleo y ve destrozado su futuro. Nada, pues, que no hayamos visto antes. Pero aún así, la película engancha porque, básicamente, posee un buen argumento, con una trama bastante bien llevada, que demuestra un buen trabajo de base, de manera que la intriga funciona de maravilla y resulta apasionante y absolutamente convincente; algo fundamental en este género y por donde suelen hacer aguas otras propuestas menos elaboradas o más chapuceras.

Es verdad que la película recurre al típico despiste de hacernos desconfiar de quién no debemos, pero lo hace de una manera bastante lógica y sin cargar las tintas. De manera que el engaño resulta hasta coherente y no nos sentimos estafados cuando descubrimos a la verdadera culpable. Y todo ello con un problema sobre la ética de la medicina de fondo que le otorga al film un plus muy interesante. Así, se plantean dónde deben estar los límites de la medicina en su busca de curas a graves enfermedades. La postura del doctor Lawrence Myrick (Gene Hackman), según la expone él mismo, podría parecer que tiene una mínima justificación. Aún sabiendo en su injustificada crueldad, parece que la recompensa final merece esos sacrificios. La respuesta del doctor Luthan, sin embargo, no deja lugar a dudas. Creo que ese diálogo, fundamental, es perfecto. Resume el dilema moral que plantea el film de una manera diáfana y muy inteligente, por si hubiera quién albergara alguna duda. El fin nunca justifica los medios.

Además, el guión es tan bueno que sobran las explicaciones largas y tediosas. La historia se va aclarando poco a poco por sí misma, como cuando descubrimos de pronto a la culpable, la enfermera Jodie (Sarah Jessica Parker) en el momento en que vemos a su hermano en silla de ruedas. Es solo un detalle, pero es también la constatación de un saber hacer, de una historia bien trabajada, inteligente, que es la base para que el thriller se mantenga en pie y la intriga funcione y nos enganche, a pesar de lo forzado del planteamiento.

Al cruzar el límite cuenta, además, con un muy buen reparto, con secundarios como Sarah Jessica Parker; David Morse, como el matón al servicio del doctor Myrick y que hace un gran trabajo) o Paul Guilfoyle, que se haría más conocido posteriormente como actor en series de televisión, como CSI, por ejemplo. Sin embargo, el peso de la película recae en Hugh Grant, que parece más contenido que en otros papeles y que da bastante bien el tipo como doctor, alejado en esta ocasión de sus típicos papeles de galán de comedia. El lujo es la presencia de Gene Hackman, siempre soberbio, aunque en esta ocasión su labor es bastante secundaria.

En cuanto a la labor del director, Michael Apted, cuyo trabajo más conocido puede que sea Gorilas en la niebla (1988), no destaca precisamente, lo cual puede que sea lo mejor que podríamos decir. Me refiero con ello a que se limita a servirnos la intriga de un modo sobrio, bastante eficaz, sabiendo en todo momento mantener el ritmo y la tensión. En definitiva, huye de protagonismos y se concentra en plasmar de la mejor manera posible la historia.

Una historia, como digo, bastante buena. La verdad es que se agradece ver que aún se pueden hacer buenos thrillers desde la sencillez, la honestidad y la coherencia. Nuestra inteligencia lo agradece siempre.

miércoles, 18 de julio de 2012

Largo domingo de noviazgo



Dirección: Jean-Pierre Jeunet.
Guión: Jean-Pierre Jeunet & Guillaume Laurant (Novela: Sébastien Japrisot).
Música: Angelo Badalamenti.
Fotografía: Bruno Delbonnel.
Reparto: Audrey Tautou, Gaspard Ulliel, Dominique Pinon, Chantal Neuwirth, André Dussollier, Marion Cotillard, Jodie Foster, Ticky Holgado, Jean-Paul Rouve, Albert Dupontel, Jean-Pierre Darroussin, Denis Lavant, Dominique Bettenfeld, Tcheky Karyo, Jean-Claude Dreyfus, Julie Depardieu, Michel Vuillermoz, Urbain Cancelier, Rufus, Elina Löwensohn.

Mathilde (Audrey Tautou) y Manech (Gaspard Ulliel), dos jóvenes que están profundamente enamorados, verán cambiar sus vidas cuando Manech es reclutado y enviado al frente durante la Primera Guerra Mundial. Allí es condenado a muerte por un consejo de guerra, junto a otros cuatro compañeros, y son abandonados entre las dos líneas enemigas. Tras el fin de la guerra, Mathilde emprende una búsqueda desesperada de Manech y, a pesar de las noticias que recibe dándolo por muerto, ella no deja de tener esperanzas de que aún está con vida.

El cine francés peca, desde sus mismos orígenes, de una marcada tendencia a la grandeur. Supongo que es algo que tiene que ver con la idiosincrasia de ese país, donde gusta mucho el protagonismo y el dejar huella para la posteridad. Aún criticando el cine norteamericano, el cine francés aspira a ser algo parecido en Europa y arropa a su industria de un modo constante y decidido. Y Largo domingo de noviazgo (2004) es la prueba evidente de esta ambición. Es lo más parecido a lo que llamamos una superproducción, en medios, en aspiraciones (acaparó nada menos que doce nominaciones a los premios César franceses), en reparto (cuenta hasta con la participación de Jodie Foster) y en tono general. Sin embargo, hace falta mucho más que disponer de grandes medios para alcanzar la gloria.

Largo domingo de noviazgo resulta ser una especie de secuela de Amelie (Jean-Pierre Jeunet, 2001). No es que la historia tenga nada que ver, pero este film repite director, protagonista y estética. Está claro que Jeunet se apunta al carro ganador y, tras el arrollador éxito de Amelie, apuesta por un mismo tono narrativo. Evidentemente, en Francia el éxito fue rotundo, con un país ya de por sí entregado a su cine y que saludaba otra muestra más de la originalidad, aunque menor en este caso, y cierto romanticismo poético del director.

Sin embargo, Largo domingo de noviazgo es una propuesta en muchos aspectos decepcionante. En primer lugar, porque carece de la originalidad de Amelie, la cuál constituía su principal baza. En Largo domingo de noviazgo tenemos mucho más de lo mismo, con lo que ya no hay la sorpresa ni el encanto primitivos. También, la película es marcadamente ambiciosa, excesivamente larga y con un argumento farragoso que dificulta a veces su seguimiento. Pero vayamos poco a poco.

En el lado positivo de la película habría que anotar su marcado caracter antibelicista. Creo que en este aspecto la película logra su propósito y uno termina de ver el film odiando decididamente las guerras y su crueldad. No se puede negar a Jeunet una manera de filmar los asaltos a las trincheras y la miseria de la guerra impecables. Aunque en este sentido, se adivina la influencia de Salvar al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998), que marcó un hito en la manera de filmar los disparos y que Jeunet imita con acierto.

También me gustaron las interpretaciones en general. Lejos de los excesos en que suelen caer los actores franceses, en esta ocasión su trabajo resulta sobrio y muy convincente. La película se apoya básicamente en Audrey Tautou, cuya mirada y encanto son básicos para su personaje, pero el resto de actores están en general a un gran nivel.

Pero me temo que aquí se terminan las alabanzas. Largo domingo de noviazgo es, sobre todo, un film tremendamente pretencioso. Con una estética sumamente cuidada, preciosista, con aires de cuento de hadas moderno, Jeunet se abona a una especie de realismo mágico a la francesa donde las formas adquieren un protagonismo absoluto. Lo importante es el tono, la luz, los decorados exquisitos, la plasticidad, los cuadros, porque muchos fotogramas no son más que cuadros puestos ahí para deslumbrarnos. En este sentido, Jeunet no ha podido resistirse a la tentación de ofrecernos unos cuantas escenas del París de comienzo del XX, a modo de paseo turístico por el pasado, que seguramente encandilaron a nuestros vecinos, tan orgullosos como están de la belleza de su capital. Seguramente habrá quién se sienta fascinado por todo ello. Personalmente, sin negar el esfuerzo y los medios, todo eso me resulta un ejercicio un tanto pedante y bastante vacío de contenido.

Para empezar, la estética debe estar acompañada de contenido y, en este caso, si despojamos a la película del envoltorio, nos encontramos un argumento no demasiado novedoso y bastante confuso. Hay muchos momentos en que nos perdemos entre tanto nombre, identidades cambiadas y tanto personaje que aparece de repente en la trama. Porque el argumento resulta demasiado rebuscado, demasiado farragoso, pero es que la intención parece ser huir de lo corriente, hay que hacer una historia más grande que la vida misma. Y lo que se termina por conseguir es que la historia parezca un folletón, con tantos giros, tanta confusión, tanto intento por sorprendernos que, para mi gusto, no logra ocultar la vacuidad de una historia de un romanticismo decimonónico adornada hasta la saturación. Y que resulta tremendamente previsible después de todo. Al final, sin embargo, tenemos más o menos claro que ello tampoco es realmente importante, al menos para el director, que busca un ejercicio de estilo primoroso. Solo se echa en falta una banda sonora a la altura.

Jeunet no duda en recurrir tampoco al cliché fácil y resultón, una fórmula que, bien llevada, suele aportar buenos resultados. Pero que en este caso peca de poco original. Clichés como las tres M; la imagen del faro, con todo su simbolismo; la tontería de la frase Perro pedorro trae ahorro o la especie de conjuros de Mathilde (Si hago esto antes de que pase aquello, es que Manech está vivo)... Hay que crear ese ambiente de cuento, dotar a la historia y sus protagonistas de cierto toque poético. Pero si se hace con tan poco arte, el resultado es contraproducente.

Y en la línea de ese aire de cuento, los protagonistas también están dibujados de un modo entre cómico y mágico. No parecen personas reales, sino personajes de un cuento. Mathilde, claro está, vuelve a tener rasgo de la encantadora Amelie. Y esa repetición es lo que lastra al personaje. Pero también la superficialidad de los personajes en general. El tono de la historia es en general distante, con una comicidad infantíl que nos impide implicarnos más en la trama y que termina perjudicando a la propia historia, tanto a la parte dramática de la guerra como a la romántica. No sentimos apego real por los protagonistas porque parecen más personajes de guiñol o de cómic. Les falta corazón, alma, vida.

No se puede negar a Jeunet su intento de ser original. Desde la curiosa Delicatessen (1991), el director intenta sorprender con un universo personal y una estética inconfundible. Sin embargo, en este caso se peca por exceso. Es un defecto del país vecino: buscar sorprender a lo grande. En este caso es evidente la intención. Otra cosa es el resultado.

lunes, 16 de julio de 2012

Antes del atardecer



Dirección: Richard Linklater.
Guión: Richard Linklater, Ethan Hawke, Julie Delpy (Historia: Richard Linklater & Kim Krizan).
Música: Julie Delpy.
Fotografía: Lee Daniel.
Reparto: Ethan Hawke, Julie Delpy, Vernon Dobtcheff, Louise Lernoine Torres, Rodolphe Pauly, Albert Delpy, Marie Pillet.

Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy) se conocieron hace nueve años y pasaron juntos una fugaz noche romántica en Viena antes de separarse. Pero se citaron de nuevo dentro de seis meses en la misma ciudad. Sin embargo, Celine no pudo acudir a la cita y sus vidas se separaron irremediablemente. Sin embargo, nueve años más tarde, cuando Jesse está presentando su novela en París, Celine acude a saludarlo. Antes de que Jesse tome su avión esa misma tarde, deciden tomar un café juntos.

Antes del atardecer (2004) supone una pequeña sorpresa. O tal vez no tan pequeña. Lo de pequeña me lo sugiere, sin duda, la aparente modestia de este film marcadamente romántico. Dos protagonistas, una larguísima conversación mientras pasean por París, sin que se vea verdaderamente la ciudad, y casi nada más. Pero a la vez, mucho más: dos vidas truncadas por un encuentro... y un desencuentro. Y el peso de los recuerdos y una lucha diaria por la supervivencia. Y el repaso lento y minucioso a tantos proyectos que no son más que excusas para seguir adelante con unas vidas marcadas por el destino. En resumen, un film tremendamente intenso, vivo, angustioso y esperanzador a la vez.

Y eso que Antes del atardecer arranca de un modo que no parece presagiar tal carga de romanticismo como despliega una vez pasado el ecuador de la película. Son nuevos tiempos, estamos en el siglo XXI y el romanticismo parece buscar nuevas vías. Lejos quedan la ternura David Lean o los dramones de Douglas Sirk. Richard Linklater nos muestra un nuevo estilo de ser romántico sin parecerlo. Así, en un primer momento, la conversación entre Celine y Jesse, tras el reencuentro, se va deslizando entre temas más o menos banales, llevándonos casi al aburrimiento; como debe ser cuando nueve años se levantan entre dos amantes de una sola noche. Es la más absoluta diplomacia, el guardar las formas convenientemente. La normalidad. La calma de la superficie. Pero bajo esa frialdad aparente, ambos se agitan internamente y nos van dejando pequeños avisos, imperceptibles la mayoría.

Pero se va acercando la hora de la nueva despedida y poco a poco ambos van dejando de lado las formas y afloran, queriéndolo o no, sus verdaderos sentimientos. Primero entre bromas, luego ya a bocajarro. Porque las heridas han sido hondas. Porque para los dos, la noche en Viena fue una revelación, un encuentro o, mejor aún, el encuentro del amor verdadero. Y lo que vino después, una decepción constante, un seguir adelante por inercia. Y ahora que se ven de nuevo y sienten que la vida ha sido injusta y que puede volver a serlo, parecen querer vaciar el saco, descargar sus frustraciones y declararse su amor eterno entre gritos desesperados y sin una caricia ni un beso. Porque el temor al dolor es más fuerte que el deseo o la necesidad de reconocerse.

Y dentro de este enfoque tan original, el final es una nueva sorpresa que, como en el mejor cine de antaño, deja una puerta abierta sin mostrarnos nada. Que cada uno se imagine su final. O un principio quizá. En todo caso, es un final que me sorprendió y me dejó algo confuso, como cuando abres los ojos de noche y tienes que acostumbrar la vista a las sombras antes de ver algo.

No sorprende que el excelente guión de Richard Linklater, Ethan Hawke y Julie Delpy mereciera una nominación al Oscar. Sorprende, sin embargo, que no se hiciera con el premio, que fua a parar a Entre copas (Alexander Payne, 2004).

En cuanto a la parte técnica en sí, poco puede decirse de Antes del atardecer que no sea redundar en la simplicidad de la película. Entre paseos a pie, en barco o en coche transcurre la larga conversación entre Celine y Jesse, sin artificios, sin nada que distraiga la atención. Solos ellos dos. Ellos y el paso del tiempo. Porque el director sabe jugar con este elemento sabiamente, hasta convertirlo en una espada de Damocles que nos va angustiando lentamente conforme adivinamos el momento en que ambos tendrán que despedirse. Lo que me lleva a  recordar el también crucial peso del tiempo de Solo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952).

Hasta París, como decía antes, desaparece y, lejos de otras propuestas que hubieran aprovechado para ofrecernos una mini visita turística, Linklater se limita a dejarlo como telón de fondo. Tan de fondo que ni se molesta en mostrar abiertamente la catedral de Notre Dame aún cuando la mencionan los protagonistas.

Esta sencillez, este buscar la más absoluta naturalidad o normalidad, se refleja también en el trabajo de Ethan Hawke y Julie Delpy, que logran unas interpretaciones realmente maravillosas. Y más Julie, emotiva a más no poder cuando le estallan todas sus frustraciones en el coche y encantadora cuando imita a Nina Simone. Ambos sostienen todo el peso de la película con un oficio admirable.

Como admirables son, sin duda, los diálogos, verdadera base de todo este complejo pero sencillo andamiaje. Porque es extraño hoy en día disfrutar de unas conversaciones tan intensas, tan llenas de vida y tan naturales a la vez. En ningún instante se cae en el exceso o en lo trillado. Nunca tenemos la impresión de estar ante un diálogo pretencioso. Las frases son correctas, son directas y contienen toda la verdad de unas vidas que se quedaron truncadas y que han intentado mentirse u olvidar o ambas cosas. Es esa naturalidad y la sinceridad de las palabras de Jesse y Celine lo que finalmente nos termina por conquistar. Porque su historia nos suena y mucho. Porque todos tenemos una historia de amor soñada, o una espinita, o un deseo que se quedó en el limbo.

Antes del atardecer merece un lugar importante dentro del cine romántico. No es un drama al uso, ni una comedia fácil. Es un film intenso, sincero y directo muy bien hecho. Con el tiempo, será un clásico.

sábado, 14 de julio de 2012

La impetuosa




Dirección: George Cukor.
Guión: Ruth Gordon y Garson Kanin.
Música: David Raskin.
Fotografía: William H. Daniels.

Reparto: Spencer Tracy, Katharine Hepburn, Aldo Ray, William Ching, Jim Backus, Sammy White, Chuck Connors, Charles Bronson.

Patricia Pemberton (Katharine Hepburn) es una atleta excepcional en diversas disciplinas, pero tiene un problema: en presencia de su novio Collier (William Ching) se bloquea por completo. Por ello es por lo que pierde un torneo de golf y por lo que decide triunfar por su cuenta para superar esa dependencia de Collier, para lo que se pone en las manos de un estricto manager deportivo, Mike Conovan (Spencer Tracy).

Nueva colaboración de Spencer Tracy y Katharine Hepburn, la séptima para ser exactos, y de nuevo un argumento donde se plantea la guerra de sexos, si bien de un modo algo más secundario que otras películas de la pareja, no en vano el guión fue escrito por Gordon y Kanin, autores de La costilla de Adán (George Cukor, 1949). Y como vemos, de nuevo Cukor a los mandos. Sin embargo, en esta ocasión el resultado no es tan brillante como cabría esperar. Puede que el paso de los años no le haya sentado del todo bien a esta comedia.

Por una parte, encuentro que el guión es, visto hoy en día, demasiado ingenuo. El planteamiento es demasiado previsible y, si bien se reivindica la validez de la mujer y su derecho a igualarse con el hombre, es evidente que esa reivindicación, en los años cincuenta, distaba mucho de ser equilibrada. Asi, a pesar de mostrarnos a una Patricia decidida, independiente y luchadora, se van dejando pequeñas muestras de una vieja mentalidad en la que el peso del hombre aún era determinante. Ella logrará el éxito gracias a su esfuerzo, pero también por contar con el apoyo de un hombre.

Sin embargo, ello no es el principal problema de La impetuosa (1952), sino el recurso a tópicos demasiado evidentes y a la vez dibujados de manera demasiado tosca. Me refiero, evidentemente, a la figura del boxeador Davie Hucko (Aldo Ray), que de tan idiota como lo pintan no resulta para nada creíble. Tampoco los mafiosos parecen personas de carne de y hueso, sino simples estereotipos trazados con lápiz grueso para acentuar la supuesta comicidad que, en realidad, no lo es tal. Y es que este es otro fallo del film: el humor de la película es poco sutil, demasiado simplista. La mayoría de las situaciones no resultan ni levemente simpáticas y son escasos los momentos en que se nos sorprende con una buena réplica o una situación ingeniosa. Incluso los diálogos me resultaban a veces toscos, sin chispa. Y por aquí es por donde hace aguas la cinta. Curiosamente, la historia y el guión fueron nominados al Oscar en su momento, pero está claro que el paso del tiempo ha arruinado parte del mismo.

Y por si ello no fuera suficiente, el ritmo tampoco es demasiado ágil. Algunas escenas de torneos, de golf y de tenis, se hacen demasiado largas y no ayuda mucho tampoco el previsible desenlace de las mismas: el bloqueo de Patricia en cuanto cruza una mirada con su novio.

En cambio, la pareja protagonista sigue resultando perfecta, encantadora y maravillosa. Siento especial debilidad por Spencer Tracy, que me parece un prodigio de sobriedad y efectividad. En cuanto a ella, la única pega es que la encuentro demasiado mayor para su papel. Katharine tenía entonces 45 años y se nota en su rostro. Pero su trabajo sigue siendo impecable. Como curiosidad, señalar las breves apariciones de unos jóvenes, pero fácilmente reconocibles, Charles Bronson y Chuck Connors.

La impetuosa es, decididamente, una película más del montón. Podemos verla más por curiosidad que por otra cosa, pues sencillamente no está a la altura de las películas más conocidas y brillantes de George Cukor ni de los protagonistas. Afortunadamente para la película, la presencia de Spencer Tracy y Katharine Hepburn, si bien no obra milagros, justifica que nos sentemos en la butaca.

jueves, 12 de julio de 2012

Viaje al centro de la Tierra 2: La isla misteriosa



Dirección: Brad Peyton.
Guión: Mark Gunn, Brian Gunn.
Música: Andrew Lockington.
Fotografía: David Tattersall.

Reparto: Josh Hutcherson, Dwayne Johnson, Michael Caine, Vanessa Hudgens, Luis Guzmán, Kristin Davis, Fileena Bahris, Michael Beasley, Stephen Caudill.

Sean (Josh Hutcherson), un adolescente rebelde, recibe un mensaje cifrado que parece ser una llamada de socorro. Sean está convencido que se trata de un mensaje de su abuelo Alexander (Michael Caine), un aventurero fiel seguidor de las novelas de Julio Verne. Con la ayuda de su padrastro, Hank (Dwayne Johnson), descifra el mensaje, que les rebela la ubicación de la célebre Isla Misteriosa descrita por Verne.

La verdad es que pocas virtudes pueden enumerarse de esta típica película de aventuras, secuela de Viaje al centro de la Tierra 3D (Eric Brevig, 2008), donde parece que la única intención es crear un producto vistoso enfocado casi exclusivamente al público infantíl. Porque Viaje al centro de la Tierra 2: La isla misteriosa (2012) parece olvidarse que el género de aventuras, aunque sea para niños, es tan respetable como cualquier otro.

Así, la película no deja de ser un cúmulo de tópicos, empezando por los protagonistas, y una mezcla de efectos especiales y fantasmadas varias que, si bien es verdad que ofrecen una cierta distracción sana, pecan de poco originales.

Como decía, los personajes no dejan de ser meros tópicos que ya hemos visto en múltiples films. Tenemos al adolescente problemático, algo rebelde, pero de noble corazón y que parece que sólo necesita algo de cariño para dar lo mejor de sí mismo. Tenemos a un padastro que intenta hacerse colega suyo y lo hará embarcándose en una disparatada aventura que sólo es admisible si nos olvidamos del sentido común y nos dejamos llevar a un universo fantástico sin plantearnos ninguna pregunta. Para completar el grupo no pueden faltar ni la chica, encarnada por una atractiva Vanessa Hudgens, para poder dar forma a la historia de amor, en este caso muy casta, pues se trata de un film pensado para los más pequeños; ni el personaje gracioso, labor que le corresponde al veterano secundario Luis Guzmán. Son todos ellos, los personajes, meros estereotipos más que personajes de carne y hueso. Si acaso, Alexander (Michael Caine) puede ofrecer algo más de juego, como una especie de Indiana Jones de la tercera edad, pero tampoco es que el guión le dedique demasiado trabajo para dibujarlo convenientemente. La sensación que tenemos es que el film no busca crear ni unos personajes ni una historia de verdad, sino salir del paso con lo mínimo imprescindible y centrarse en la parte más vistosa del proyecto.

Ni los diálogos, ni el desarrollo de la aventura, ni las forzadas referencias a la obra de Julio Verne parecen haber sido elaboradas con cierta seriedad. Y si nos centramos en el guión la cosa es aún peor. La historia es un cúmulo de despropósitos, algunos diálogos son patéticos, como cuando Hank le explica a su hijastro como conquistar a una mujer, se mezclan historias de Julio Verne sin rubor alguno en una mezcla extraña y toda la aventura termina por resultar entre surrealista y chapucera.

Y como no podía ser de otra manera, la historia es más que previsible, el desenlace se adivina sin esfuerzo alguno y si nos entra de pronto cierto espíritu crítico, no dejaríamos nada del montaje en pie. Al final, se impone el mensaje edificante, el final feliz de todos después de tantos peligros, lo que resulta conveniente para los niños, sin duda, pero que nos deja un regusto algo dulzón a los que esperamos algo más de un film de aventuras.

El reparto tampoco es para echar cohetes. Tenemos a un Dwayne Johnson musculoso y algo ridículo, por culpa del guión tan flojo, y a los jóvenes protagonistas que cumplen con cierta solvencia, pero sin más. Lo mejor, sin duda, la presencia de Michael Caine y Luis Guzmán, que dan algo de brillo al elenco aunque tampoco es que sean unos trabajos para recordar.

En lo que se parece centrarse el esfuerzo de producción es en el lado lúdico y visual de la película. La verdad es que la fotografía es preciosa y la recreación de la isla es espectacular. Técnicamente, el film es notable, con unos efectos especiales sin tacha. Pero hoy en día ésto no es algo que nos sorprenda ya. Cualquier proyecto con cierto nivel es capaz de lograr unos buenos resultados. Es por ello que se necesita mucho más que un film visualmente bueno y con un ritmo ágil. Y esta película, como hemos visto, se limita a reunir tópicos sin mucho esfuerzo para crear un producto con un envoltorio vistoso pero bastante vacío de contenidos.

Así pues, si usted ha pasado de los doce años, puede prescindir de ver esta película. Sólo la recomendaría para los menores de esa edad. Sin duda, para ese público es un film colorido, vistoso y ciertamente sorprendente.

domingo, 8 de julio de 2012

A la caza del lobo rojo



No es de los films más conocidos de Gene Hackman. Tampoco es uno de los más logrados. Esta película basa su interés en la intriga, aunque sepamos desde el principio más o menos cuál va a ser el desenlace.

Dirección: Andrew Davis.
Guión: John Bishop.
Música: James Newton Howard.
Fotografía: Frank Tidy.
Reparto: Gene Hackman, Joanna Cassidy, Tommy Lee Jones, John Heard, Dennis Franz, Reni Santoni, Pam Grier, Ron Dean, Kevin Crowley, Marco St. John.

El veterano sargento Gallagher (Gene Hackman) recibe la misión de custodiar a un soldado desde Alemania a los Estados Unidos para ser juzgado por un tribunal militar. Sin embargo, cuando el avión llega a su destino, el prisionero (Tommy Lee Jones) huye. A medida que Gallagher comienza la búsqueda del prisionero empezará a verse envuelto en un asunto cada vez más peligroso y con graves implicaciones políticas.

A la caza del lobo rojo (1989) explota aún el tema de la Guerra Fría en un año en que ésta comienza a ser más bien cosa del pasado, con la caída del Muro de Berlín. Pero el tema seguía dando juego y la prueba es este film, que posee una intriga bastante aceptable, aunque muy poco creíble, en la que altos mandos militares y políticos de los Estados Unidos y la URSS intentan boicotear los planes de paz y de desarme nuclear de las dos potencias planeando un atentado contra el primer ministro soviético.

El guión es algo confuso, quizá en gran medida a conciencia, utilizando esa confusión para aumentar la intriga y el interés del espectador por desenmarañar la trama. Poco a poco, ésta se va desenredando sola y así vamos comprendiendo todos los entresijos de la historia al tiempo, y esto es lo peor, que anticipamos el desenlace. Decía que la trama no es demasiado verosímil, pero al menos está bien elaborada y cumple con solvencia su misión. Porque A la caza del lobo rojo es un film que entretiene, sin duda. Lo que sucede es que parece prometer al principio mucho más de lo que finalmente ofrece. Porque el arranque de la película, con la cumbre en Alemania entre americanos y soviéticos, es lo mejor de todo, con una incipiente intriga que es la que nos engancha a la historia.

Sin embargo, pronto la película comienza a declinar lentamente a medida en que vamos conociendo, o intuyendo más bien, de qué va la historia y también con la aparición de otros personajes en la trama que no terminan de convencerme. En concreto, tanto la exmujer de Gallagher, Eileen, interpretada por una limitada Joanna Cassidy, como el policía amigo del sargento, Milan Delich (Dennis Franz), me parecen unos personajes bastante mediocres. Tal vez sea en este aspecto donde flojea gravemente la película, en la tarea de "amueblar" convenientemente la trama: ni los malos resultan del todo convincentes ni gran parte de los secundarios. Tampoco los diálogos acaban de funcionar y resultan demasiado simples.

Por todo ello es por lo que A la caza del lobo rojo acaba perdiendo gran parte de su interés para convertirse en un pasable pasatiempo que nos deja la impresión de ser un film en gran parte desaprovechado. Incluso la labor de Andrew Davis tras la cámara carece de energía, de originalidad y de nervio. Se limita a filmar de un modo correcto y predecible, sin más.

No sé que nota le acabaríamos poniendo a este film si no contara con Gene Hackman. La verdad es que su presencia logra salvar el resultado con un trabajo convincente y, en algunos momentos, realmente inspirado. También Tommy Lee Jones da muestras de su valía, si bien su papel es bastante secundario, con lo que se desaprovecha en gran medida su presencia.

Así pues, A la caza del lobo rojo no deja de ser un film más del montón. Uno de tantos basado en las intrigas políticas pero que no destaca especialmente por nada. Sirve para hacernos pasar un rato entretenido, pero no se si ello es suficiente y sino deberíamos esperar algo más teniendo en cuenta los materiales con los que contaba Davis.