El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 27 de octubre de 2012

El pequeño príncipe



Dirección: Stanley Donen.
Guión: Alan Jay Lerner (Cuento: El principito de Antoine de Saint-Exupéry).
Música: Frederick Loewe & Alan Jay Lerner.
Fotografía: Christopher Challis.
Reparto: Richard Kiley, Bob Fosse, Steven Warner, Gene Wilder, Joss Ackland, Clive Revill, Victor Spinetti, Graham Crowden, Donna McKechnie.

Un aviador (Richard Kiley) tiene que hacer un aterrizaje forzoso en el desierto del Sahara por una avería en el motor de su avioneta. Allí se encuentra con un pequeño príncipe (Steven Warner), procedente del planeta B-612, que le pide que le dibuje una oveja. Comienza así una curiosa amistad entre ambos gracias a la cuál el aviador conocerá el curioso viaje del principito en busca de conocimientos.

Curiosa adaptación del conocido cuento de Saint-Exupéry que Stanley Donen decide llevar a su terreno transformando el relato infantíl en un musical, lo cuál se explica por sí solo si resordamos que Donen es uno de los pilares del musical clásico de la MGM, con títulos tan famosos como Un día en Nueva York (1949), Cantando bajo la lluvia (1952), codirigidas ambas junto a Gene Kelly, o Siete novias para siete hermanos (1954).

Personalmente, dada mi escasa aficción por este género, hubiera preferido una versión no musical. De hecho, creo que ni las canciones ni los números musicales de El pequeño príncipe (1974) son especialmente memorables. Quizá podríamos excluir de esa calificación dos temas: el de la serpiente y el del zorro; mas tal vez por estar brillantemente interpretados respectivamente por Bob Fosse (Cabaret, 1972), con una vistosa coreografía propia, si bien un tanto largo para mi gusto, y por Gene Wilder, un actor al que guardo cierto cariño desde la infancia.

Uno de los aspectos más destacables de El pequeño príncipe sin duda es la original puesta en escena, donde se representan de un modo bastante acertado los planetas que va visitando el principito en su viaje. Con una fotografía muy vistosa y una sencillez encomiable, Donen logra plasmar con acierto en imágenes el peculiar universo descrito en la novela. Quizá se le puedan reprochar a los guionistas ciertas licencias que no siguen del todo la letra del cuento. Es evidente que se trata de una versión del libro, pero creo que a veces se varían algunos detalles sin una clara justificación. Para aquellos que no leyeron antes la novela este aspecto pasará inadvertido, lógicamente, pero el hecho es que se puede entender una simplificación para adaptar un texto escrito al lenguaje cinematográfico, pero no se entiende que en el proceso se alteren aspectos del relato sin necesidad aparente.

Del reparto, agradecer la presencia de Gene Wilder o Bob Fosse, como reseñaba antes. Y destacar también el correcto trabajo del pequeño Steve Warner que, aunque con las limitaciones propias de su corta edad, encarna un más que aceptable principito. También me gustó Richard Kiley, un actor al que desconocía pero que está bastante correcto.

Lo que parece que le cuesta un poco a Stanley Donen es mantener el ritmo de la película. Por un lado, por la presencia de los números musicales, que alargan en exceso el metraje de la misma, y por otro lado por las características del propio cuento. Pero también hay algunas escenas en el desierto que se alargan innecesariamente, como la de la búsqueda del agua. El resultado es que algunos momentos de la película se hacen algo pesados y hay que hacer un pequeño esfuerzo para llegar al final, donde se concentra toda la emoción del desenlace en los momentos más intensos de toda la película.

Quizá lo mejor que se puede decir de El pequeño príncipe es consigue respetar y transmitir con bastante acierto el espíritu del cuento de Saint-Exupéry, lo que sin duda se agradece.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Silverado



Dirección: Lawrence Kasdan.
Guión: Lawrence Kasdan, Mark Kasdan.
Música: Bruce Broughton.
Fotografía: John Bailey.
Reparto: Kevin Kline, Scott Glenn, Kevin Costner, Rosanna Arquette, Brian Dennehy, Brion James, John Cleese, Linda Hunt, Danny Glover, Jeff Goldblum, Jeff Fahey, Marvin J. McIntyre, Todd Allen, Jon Kasdan.

En 1880, cuatro hombres cabalgan hacia la ciudad de Silverado por diversos motivos. Son los hermanos Emmett (Scott Glenn) y Jake (Kevin Costner), un antiguo pistolero llamado Paden (Kevin Kline) y un vaquero de raza negra (Danny Glover). Al llegar, se encuentran que la ciudad está controlada por el ambicioso ganadero McKendrick (Ray Baker), que se sirve de un corrupto sheriff para imponer su voluntad.

Silverado (1985) es uno de esos intentos de resucitar el western que van apareciendo a partir de los años setenta, cuando ya el género parecía cosa del pasado. La verdad es que el film tiene sus méritos, si bien se queda un tanto pequeño si lo comparamos a las obras de arte que nos dejará Clint Eastwood para demostrar a todo el mundo que el western aún puede ofrecernos grandes películas.

La verdad es que Lawrence Kasdan parece que no intenta inventar nada nuevo. De hecho, Silverado es un western bastante clásico en la mayoría de sus elementos. Algunos ven en él un homenaje a los grandes títulos del género y sus directores.

El caso es que Silverado recurre a la vieja historia del conflicto entre ganaderos y granjeros y a la venganza personal como fuerza motora de la acción. Y aquí está tal vez el punto por donde más se le puede criticar a la propuesta de Kasdan. Y es que si bien es un argumento que funcionó, y muy bien, en films clásicos del género, uno se pregunta si en los años ochenta no se puede pedir un poco más. Está bien respetar las reglas del western y es loable intentar homenajear a los maestros; pero también es exigible algo más de originalidad, cierto riesgo o innovación. Y la verdad es que el argumento de Silverado es demasiado simple, demasiado previsible y nada original. Para colmo, Lawrence Kasdan alarga en exceso la historia, la rodea de pequeños episodios que, bien llevados, se supone que aportarían algo a la trama principal, pero en este caso sólo sirven para alargar el metraje sin añadir casi nada interesante a la historia principal. Me refiero, por ejemplo, al robo que sufre la caravana de granjeros y como los protagonistas van a recuperar el dinero. De aquí sale la historia de Emmett con Hannah (Rosanna Arquette), que también termina desembocando en la nada.

Los buenos lo son sin mácula alguna, los malos lo son a rabiar; se echa en falta algo más de alma a la hora de dibujar a los protagonistas, pues uno se queda con la impresión de que el guión se ha limitado a dibujarlos a base de ciertos rasgos muy básicos y ya muy vistos, con lo que no llegan a parecernos todo lo auténticos que me hubiera gustado.

Aún así, la película posee buenos elementos que hacen que verla resulte gratificante. El ritmo, por ejemplo, está muy logrado, de manera que no hay casi ningún tiempo muerto. Kasdan evita con buena mano las escenas de relleno y no tenemos un minuto de respiro. Al tiempo, logra una puesta en escena casi perfecta. Tanto la ambientación como los decorados o el vestuario me parecen de lo mejor de la película y el director sabe poner en valor los elementos visuales del film sin caer en la pedantería.

Por otro lado, Silverado logra reunir un reparto espectacular: Kevin Kline, Scott Glenn, Kevin Costner, Rosanna Arquette, Brian Dennehy, John Cleese, Linda Hunt, Danny Glover, Jeff Goldblum. No todos brillan de igual manera, está claro, pero creo que es un elenco que da un brillo especial a la película. Si tuviera que quedarme con alguno en particular sería con Brian Dennehy (perfecto en su composición de un cínico y corrupto sheriff) y John Cleese, del que lamenté que su papel no fuera mayor. Kevin Kline cumple de sobras, lo mismo que Danny Glover. Quizá me gustó menos Scott Glenn, algo inexpresivo por momentos, y también creo que Kevin Costner sobreactúa un poco, aunque se puede achacar a que su personaje estaba demasiado recargado en su definición.

También abusa un poco el director, aunque no demasiado, en algunas de las escenas de acción de ciertas concesiones al espectáculo. En general, esas escenas están filmadas y resueltas con acierto, pero a veces Kasdan no puede evitar caer en algunas exageraciones para adornarse un poco y el resultado es poco creíble. Y tampoco el desenlace final, donde vemos alguno de estos adornos excesivos, terminó de convencerme. El duelo en Silverado entre buenos y malos, con el reparto de uno o dos villanos por protagonista no me gustó mucho. De nuevo volvemos al problema de un guión demasiado convencional y rutinario donde no hay sorpresas y se termina acudiendo a fórmulas ya demasiado vistas.

Para aquellos que nos criamos viendo películas de vaqueros en la sesión de las cuatro es siempre un placer volver a ver un film del oeste y aplaudo estos intentos por resucitar el género. No se trata de un film excepcional, pero contiene algunos momentos muy buenos y, en su conjunto, es una película entretenida y bien realizada. Podría haber sido algo mejor si el guión no se hubiera limitado a viejos clichés del género, pero así todo vale la pena para pasar un rato agradable, si te gusta el cine de vaqueros claro está.

Recibió dos nominaciones: mejor sonido y mejor banda sonora.

domingo, 21 de octubre de 2012

El código Da Vinci



Dirección: Ron Howard.

Guión: Akiva Goldsman (Novela: Dan Brown).

Música: Hans Zimmer.

Fotografía: Salvatore Totino.

Reparto: Tom Hanks, Audrey Tautou, Ian McKellen, Alfred Molina, Jean Reno, Jürgen Prochnow, Paul Bettany, Etienne Chicot, Jean-Pierre Marielle, Clive Carter, Seth Gabel, Jean-Yves Berteloot.

Cuando el conservador del Louvre Jacques Saunière (Jean-Pierre Marielle) es asesinado, el principal sospechoso es el profesor de simbología Robert Langdon (Tom Hanks). Con la ayuda de Sophie Neveu (Audrey Tautou), la nieta de Saunière, Langdon intentará descubrir el secreto que éste ha dejado. Un secreto que les llevará hasta las entrañas del cristianismo y que pondrá sus vidas en peligro.

Adaptación cinematográfica del best-seller de Dan Brown que buscaba, lógicamente, aprovechar el tirón de la novela para intentar una suculenta receta en taquilla, para lo que no se escatimaron  medios para su promoción. Sin embargo, el resultado no fue del todo el esperado, al menos en cuanto a críticas se refiere.

Lo primero que me gustaría reseñar es que ni he leído la novela ni me interesa para nada entrar en polémicas sobre las teorías que se apuntan en la película y el papel de la Iglesia en la misma. Veo el film como una mera obra de ficción y punto. Además, considero absurdo que nadie en su sano juicio se pueda sentir ofendido por una obra de ficción. El creyente lo seguirá siendo si su fe es sólida. Debemos intentar no ver fantasmas donde no los hay.

Aclarado este punto, me centraré en El código Da Vinci (2006) como un mero entretenimiento, un film de intriga, y veremos hasta qué punto logra sus propósitos.

La verdad es que técnicamente la película cuenta con un nivel más que aceptable. Ron Howard aprovecha muy bien los recursos puestos a su alcance y nos ofrece una película muy bien filmada, especialmente en las escenas que recrean el pasado, tanto histórico como el de la protagonista, Sophie. Son esos flashbacks lo más novedoso e impactante a nivel visual.

Otro punto fuerte es el reparto de la película. Al menos sobre el papel, con una mezcla de actores de habla inglesa y otros franceses, imagino que "impuestos" por el hecho de rodarse parte de la historia en Francia. Sin embargo, creo que la labor de los actores no ha estado a la altura de mis espectativas. Me gusta mucho Tom Haks, pero en este film lo he visto sin mucha fuerza, incluso su aspecto físico me resultaba poco apropiado para su papel. Tampoco Audrey Tautou me convenció en absoluto. Así que si fallan las dos estrellas, el entramado se resiente bastante. Los secundarios se mantienen en la misma línea gris: ni Jean Reno, un tanto fuera de lugar, ni Alfred Molina me convencieron. Ian McKellen me gustó un poco más, así como la perturbadora presencia de Paul Bettany, muy bien caracterizado de asesino taladrado y masoquista.

El problema principal, sin embargo, de El código Da Vinci viene de un guión complejo y rocambolesco. Como no he leído la novela, no puedo, afortunadamente, establecer comparaciones. Pero creo que la labor de síntesis del argumento está bastante lograda. Incluso la escena en que se explica con detalle todo el entramado histórico en que se apoya la intriga creo que está bastante bien resuelta y no se hace pesada. En este sentido, la labor del guionista y del director son muy acertadas. Pero lo que no puede solventar Akiva Goldsman es la complejidad y lo absurdo de una historia tan increíble.

Ya desde el principio nos encontramos con un punto de partida a todas luces absurdo: el conservador Jacques Saunière, agonizante, tiene tiempo de escribir complejas claves, esconder una llave, desnudarse y dibujarse un símbolo en su propio pecho. Con semejante arranque, todo lo que viene después es imposible que nos lo tenemos en serio. Y la cosa no queda ahí, porque la historia de Dan Brown es la típica intriga llena de trampas, cambios inesperados, malos que no lo son y buenos que cambian de pronto de bando. En definitiva, un ejercicio de malabarismos absurdo, complejo y, sobre todo, tan fantasioso que lo vemos con tal distanciamiento que nos resulta ya insustancial el desenlace, que vuelve a rozar lo cómico de tan rebuscado que es.

Y si falla el argumento en un film de intriga, pues ya tenemos el fracaso cantado. La película va perdiendo fuerza a medida que avanza y vamos viendo como la intriga se vuelve folletinesca. Parece además que no hubo tiempo para deternerse en profundizar mínimamente en los personajes, lo que acaba siendo otro lastre más. A ello hay que añadir la larga duración de la película que, aunque está bastante bien lograda en cuestión de ritmo y presentación, se acaba haciendo larga por lo absurdo de la trama y las trampas del guión.

Una película, por lo tanto, para olvidar. No siempre se puede llegar a buen puerto en adaptaciones así. Además, me temo que lo que se pretendía era solamente hacer caja. El código Da Vinci es de esos proyectos meramente mercantilistas.

lunes, 15 de octubre de 2012

Toro salvaje



Dirección:  Martin Scorsese.
Guión: Paul Schrader & Mardik Martin (Basado en la autobiografía de Jake la Motta Raging Bull: My Story).
Música: Varios.
Fotografía: Michael Chapman (B&W).
Reparto: Robert De Niro, Cathy Moriarty, Joe Pesci, Frank Vincent, Nicholas Colasanto, Theresa Saldana, Mario Gallo, John Turturro.

Jake La Motta (Robert De Niro) es un joven boxeador que se entrena duramente con la ayuda de su hermano y mánager Joey (Joe Pesci). Su sueño es convertirse en el campeón de los pesos medios. Pero Jake es un paranoico muy violento que descarga su agresividad tanto dentro como fuera del ring.

Toro salvaje (1980) nació por un empeño personal de Robert De Niro, que veía las grandes posibilidades de hacer un film sobre el campeón de los pesos medios Jake La Motta. Finalmente, logró convencer a Martin Scorsese y a Paul Schrader, con quienes había hecho Taxi Driver (1976).

Toro salvaje se situa en las antípodas de Rocky (John G. Avildsen, 1976), la película que había marcado un antes y un después en los films sobre boxeo con su tremendo éxito de taquilla. Scorsese no nos va a contar aquí un cuento de hadas con final feliz. El retrato de Jake La Motta tiene muchas más sombras que luces y tampoco la visión que nos brinda del mundo del boxeo es muy gratificante.

Jake La Motta no es el típico héroe que esperamos encontrarnos en un film biográfico sobre un campeón del mundo. Al revés, desde el primer plano, con La Motta ensayando su monólogo, comprendemos que algo no concuerda con los films biográficos a que estamos acostumbrados. El magnífico guión de Paul Schrader se adentra en el alma del boxeador y nos lo presenta como una persona tremendamente insegura, violenta, irracional, dominado por unos celos incontrolables hacia su esposa Vickie (Cathy Moriarty), fruto de todos sus miedos e inseguridades. Es en el cuadrilátero donde puede dar rienda suelta a toda la violencia que lleva dentro, donde La Motta puede intentar arreglar las cosas, a veces ensañándose con sus rivales, a veces imponiéndose una penitencia que lo redima de sus pecados. Sin embargo, nada consigue salvarle. Su propia ignorancia, la brutalidad de este italoamericano del Bronx, serán un lastre demasiado importante que le va a impedir arreglar nada. Su matrimonio, la relación con su hermano Joey, que es su mánager, su propia autoestima se van deteriorando sin remedio hasta saltar por los aires. Jake acabará solo, arruinado física y moralmente, intentado sobrevivir como cómico que parece seguir recurriendo a la violencia, esta vez verbal, de igual manera que antes utilizaba sus puños. No tiene remedio y no hay esperanza.

Pero si el guión es prodigioso, el trabajo de Scorsese tras la cámara es sobresaliente. Hay que agradecerle, primero, la elección del blanco y negro, aunque parece ser que él preferia el uso del color en un primer momento, lo que le otorga al film un aire de autenticidad y clasicismo perfectos. Pero además, Martin Scorsese filma los combates de un modo perfecto, metiendo la cámara en el mismo cuadrilátero, mirando de frente a los boxeadores y sacando toda la brutalidad a los golpes con algunos momentos en que nos vemos obligados a cerrar los ojos e incluso a apartarnos temiendo que la sangre nos salpique a nosotros al igual que a los espectadores del combate. También nos sorprende el director con el acertado montaje del ascenso de La Motta en su carrera a base de planos fijos e imágenes ralentizadas y también con el uso del color imitando un video casero para resumir algunos momentos importantes en la vida de Jake. De este modo, Scorsese condensa aquellos momentos en los que no desea extenderse demasiado para no alargar en exceso el film. Sin embargo, a pesar de todos los elogios que merece la película, reconozco que en algunos momentos concretos se nota un pequeño bajón en el ritmo. Es el único pero que le puedo hacer a la película.

En cuanto al reparto, decir que es perfecto. El trabajo de De Niro es colosal. Su empeño por encarnar al mejor La Motta posible le llevó a engordar nada menos que cerca de treinta kilos, lo que le acarreó algunos problemas de salud. Su Oscar como mejor actor está más que justificado. Hoy en día, su interpretación aparece como una de las diez mejores de la historia del cine. Joe Pesci hace un soberbio trabajo también, el mejor que le he visto. Y también me sorprendió mucho Cathy Moriarty, debutando con este papel, y que me parece perfecta, transmitiendo de un modo genial una cierta superioridad ante su marido, la dignidad en medio de los golpes y una elegancia y una belleza exquisitas.

Con algunas escenas impresionantes, como el último de los combates contra Sugar Ray Robinson, de una violencia extrema, me gustaría destacar la última, cuando Jake ensaya el discurso de Marlon Brando en La ley del silencio (Elia Kazan, 1954), donde entendemos que los reproches se los dirige La Motta a sí mismo y que constituye un hermoso homenaje a un film muy admirado tanto por Scorsese como por De Niro. 

Toro salvaje es, a día de hoy, la mejor película sobre el mundo del boxeo y una obra maestra indiscutible. Nominada en ocho categorías, incomprensiblemente sólo se llevó dos premios: el Oscar para Robert De Niro y otro al mejor monetaje.

domingo, 14 de octubre de 2012

Tiburón



Dirección: Steven Spielberg.
Guión: Peter Benchley, Carl Gottlieb (Novela: Peter Bentchley).
Música: John Williams.
Fotografía: Bill Butler.
Reparto: Roy Scheider, Robert Shaw, Richard Dreyfuss, Lorraine Gary, Murray Hamilton, Carl Gottlieb, Jeffrey C. Kramer.

La isla Amity, en la costa Este de Estados Unidos, vive de la legión de turistas que acuden en masa durante los meses de verano a sus playas. Sin embargo, justo antes de comenzar la temporada veraniega, una joven aparece muerta víctima, según parece, del ataque de un tiburón. Mientras el jefe de policía local, Brody (Roy Scheneider), es partidario de cerrar las playas mientras no se de caza al animal, el alcade Vaughn (Murray Hamilton) se opone a la medida, que supondría un gran perjuicio económico para la isla.

Tiburón (1975) es el primer gran éxito de Steven Spielberg como director y supuso un hito dentro de la historia del cine. Es una de esas cintas que cambian, de alguna manera, el devenir de todo un género.

La película está basada en una novela de Peter Bentchley a la que Spielberg supo sacar, junto a los guionistas Peter Benchley y Carl Gottlieb, las partes menos interesantes para centrarse en la figura del tiburón asesino. Esta soberbia adaptación anticipa uno de los rasgos esenciales del director: saber adaptar como muy pocos obras literarias al cine.

Pero la grandeza de Tiburón no reside tan sólo en un excelente guión, indispensable para crear una base sólida, pero que se quedaría en nada sin la conjunción de otros elementos que Spilberg supo unir magistralmente.

Por un lado, la película no sería la misma sin la sencilla pero hipnotizadora música de John Williams, convertida ya en todo un clásico y una de las sintonías cinematomágrifas más conocidas. Spielberg demuestra su talento al dosificar la aparición del tiburón, al que al principio solo "vemos" a través de ésa melodía, de manera que logra crear en los espectadores miedo y angustia con solo oir esas notas. Progresivamente, Spielberg nos irá dejando ver al tiburón asesino hasta el momento crucial en que lo vemos salir de las aguas amenazador a un palmo de la cámara. El resultado es, naturalmente, espectacular y sobrecogedor.

Al tiempo que la música juega su papel (intenten ver la película sin ella y verán el resultado), también Spielberg muestra su sentido innato del espectáculo y su dominio de la dirección creando desde el primer minuto el clima perfecto y, a la vez, dedicando el tiempo necesario, pero ni un minuto más, a ponernos en situación. Así, en la primera parte se dedica a presentarnos la vida en el pueblo, el conflicto de intereses entre el policía y los políticos y comerciantes, la idiotez de la gente al lanzarse a la caza del tiburón como si de una gira campestre se tratara. También hay momentos para la emoción, sobre todo a la hora de retratar la vida familiar de Brody. Y de nuevo aquí Spielberg nos da una magistral lección de cine, sabiendo expresar en una breve secuencia la tensión y la ternura. Me recordó, especialmente la escena en que el hijo pequeño del policía lo imita mientras están sentado a la mesa o la madre que reprocha a Brody la muerte de su hijo, al gran John Ford, un maestro a la hora de transmitir emociones con una economía de medios espectacular.

Ya en la segunda parte de Tiburón, Spielberg se dedica a jugar con nosotros a base de una tensión que va en aumento lentamente, con pequeños recesos para que tomemos aire, y donde demuestra que domina como nadie el arte de crear tensión. La manera en que va cambiando nuestra percepción del barco es de nota. Al principio, son Quint (Robert Shaw), Hooper (Richard Dreyfuss) y Brody son los cazadores en busca de su presa; van sobradamente preparados y el barco es una nave que inspira confianza. Al final, los cazadores son las presas, el barco nos parece de juguete y sentimos en agua en nuestros tobillos. Parece fácil, pero eso es algo que está al alcance de muy pocos directores. Durante la lucha de los hombres contra el tiburón, Spielberg demuestra su sentido del ritmo, del espectáculo, de la sorpresa, de manera que nos tiene en vilo constantemente hasta el desenlace final.

En cuanto al reparto, sobresaliente también. Viendo la película me daba cuenta que en ningún momento sentía que estaba ante una obra de ficción. Los turistas, la gente del pueblo, los tres protagonistas principales logran unas actuaciones de una autenticidad total. Quizá el único que me pareció no estar al nivel del resto fue Murray Hamilton en su papel de alcalde.

Tiburón es una obra maestra del cine de terror que además se vio favorecida por una campaña publicitaria espectacular por parte de la Universal. Cuando se estrenó, la gente acusió en masa a los cines a verla, de manera que se convirtió el la película más taquillera de la historia en su momento. La película consiguió llevarse el Oscar al mejor montaje, mejor banda sonora y mejor sonido. También estuvo nominada como mejor película, pero el premio fue finalmente a Alguien voló sobre el nido del cuco (Milos Forman). Curiosamente, Spielberg no fue nominado como mejor director.

Cifras y datos a parte, Tiburón es ya un clásico incuestionable que sirvió para dar a conocer y consagrar definitivamente a uno de los directores con más talento de la historia del cine.

Species (Especie mortal)



Dirección: Roger Donaldson.
Guión: Dennis Feldman.
Música: Christopher Young.
Fotografía: Andrzej Bartkowiak.
Reparto: Ben Kingsley, Natasha Henstridge, Michael Madsen, Alfred Molina, Forest Whitaker, Marg Helgenberger, Michelle Williams.

Un laboratorio científico norteamericano ha creado una hembra mediante la combinación de ADN humano y alienígena. Cuando deciden poner fin al experimento matando a la niña, ésta consigue escapar. El científico Xavier Fich (Ben Kingsley) sale en su busca acompañado de un asesino profesional (Michael Madsen), un psiquiatra (Forest Whitaker), una bióloga (Marg Helgenberger) y un antropólogo (Alfred Molina). Mientras siguen su pista por Los Ángeles, el equipo descubre cuál es su plan: aparearse con hombres para producir crías que puedan destruir a la raza humana.

Dos son las virtudes de Species (1995): cuenta con una hermosa protagonista (Natasha Henstridge) y no dura mucho. Dicho lo cuál, sólo nos queda enumerar los defectos de este film de ciencia-ficción y terror, que son bastantes.

Quiza el mayor problema de Species es que no cuenta con un guión mínimamente inteligente y creíble. Por un lado, tenemos a la criatura que busca aparearse desesperadamente y a la que le pisa los talones un curioso equipo de científicos, con un ejecutor por el medio, y en cuanto ella consigue despistarlos haciéndoles creer que ha muerto, ¿qué hace?: volver a buscarlos para aparearse con uno de ellos; como si no existiera en todo Los Ángeles quién hubiera pagado incluso por acostarse con semejante mujer. Pero es que además, la historia está repleta de tópicos y situaciones tan vistas que carece por completo de emoción; podemos ir adivinando sin demasiado esfuerzo lo que va a pasar y, lo que es peor, anticipar hasta el mismísimo final, con la aparente victoria de "los buenos"; aparente porque en este tipo de productos siempre se suele dejar un cabo un suelto, en este caso una rata, para crear cierta incomodidad en el espectador o abrir la puerta a futuras secuelas.

Por si eso no fuera suficiente, el guión comete otro error de peso, no sé si de manera consciente o no: tal y como está planteda la historia, Sil (que es el nombre de la criatura) es la buena de la película. Aparece primero como una angelical niña, luego como una hermosa rubia un tanto perdida y hasta desvalida en medio de la gran ciudad, expuesta a todos los peligros. Además, el grupo que la persigue nunca termina de caerme simpático: Fich resulta tremendamente antipático, el psíquico parece un tontaina y sus intuiciones son del todo increíbles, el matón se parece mucho a un macarra cachas y engreído... el resultado es que no cuesta nada ponerse de parte de Sil. Conscientes de ello, durante el desenlace, los guionistas tienen que transformar a la chica en un ser repugnante, lo mismo que al hijo que acaba de parir, para que la muerte de ambos resulte aceptable por parte de los espectadores. Aún así, el error está ahí y, particularmente, durante todo el film estaba de parte de Sil y me alegraba de cada éxito suyo.

El pobre guión se completa con unos diálogos bastante pobres que no hacen sino aumentar la sensación de chapuza a la hora de diseñar el argumento. La idea que podemos deducir de todo ello es que el film se planteó como una manera sencilla de explotar una idea con fines meramente comerciales, apoyándose en los encantos de la debutante Natasha Henstridge, a la que no dudan en pasear ligerita de ropa el mayor tiempo posible. Su interpretación es bastante justita, pero imagino que al público juvenil masculino, que sería hacia el que iba enfocado principalmente el film, eso no les preocuparía demasiado.

El resto del reparto tampoco realiza un tabajo muy brillante. Y no creo que la culpa resida exclusivamente en los actores, pues salvo la bella protagonista, un tanto "verde" y no muy expresiva, el resto creo que tienen talento para poder hacerlo mejor. Pienso que el problema reside en que los personajes son tan poco creíbles y están tan mal elaborados que poco más se puede sacar de ellos que lo que hemos visto. Fich resulta tremendamente antipático y Ben Kingsley está demasiado hierático durante todo el film; Forest Whitaker tiene uno de los roles más absurdos de todos y su cara de permanente despiste no ayuda a hacer que su personaje nos resulte simpático. El resto del equipo, Michael Madsen, Marg Helgenberger y Alfred Molina, tampoco tienen unos personajes muy agradecidos para poder lucirse.

Queda el tema de los efectos especiales, donde ese tipo de productos suelen intentar lucirse para tapar sus carencias. El tema se resuelve de modo bastante correcto: no hay un gran alarde de efectos, pero los que hay funcionan más o menos bien. El peor de todos es cuando Sil recompone su hombro tras ser atropellada, pero el resto me parecieron correctos para el año en que se hizo el film. Hoy en día, sin duda, están más que superados.

Así que la verdad es que pocas cosas buenas se pueden decir de esta película. Se trata de un producto pensado para la taquilla, resultón y muy toscamente elaborado que sólo pretende sacar una buena tajada en taquilla. ¿Lo peor? que lo consiga, porque así abre la puerta a una cantidad de secuelas (hubo tres hasta la fecha) que imagino que nada bueno aportan al buen cine.

sábado, 13 de octubre de 2012

El jovencito Frankenstein



Dirección: Mel Brooks.
Guión: Gene Wilder & Mel Brooks (Novela: Mary Shelley).
Música: John Morris.
Fotografía: Gerald Hirschfeld (B&W).
Reparto: Gene Wilder, Peter Boyle, Marty Feldman, Cloris Leachman, Teri Garr, Madeline Kahn, Gene Hackman, Richard Haydn, Kenneth Mars.

El joven doctor Frederick Frankenstein (Gene Wilder), un neurocirujano norteamericano, trata de escapar del estigma legado por su abuelo, quien creó años atrás una horrible criatura. Pero, cuando hereda el castillo de Frankenstein y descubre un extraño manual científico en el que se explica paso a paso cómo devolverle la vida a un cadáver, comienza a crear su propio monstruo.

El jovencito Frankenstein (1974) parece estar considerada, por unanimidad, la mejor película de Mel Brooks, lo cual tampoco es que sea mucho decir. Y es que humor de este director, guionista y actor es bastante pobre y no demasiado ingenioso. Aún así, este film resulta bastante aceptable y contiene algunos buenos momentos que lo salvan de la quema.

Para empezar, la idea de parodiar la figura de Frankenstein se le ocurrió a Gene Wilder durante el rodaje de Sillas de montar calientes (Mel Brooks, 1974), que le propuso a Brooks escribir una historia en clave de humor sobre el persoaje de Mary Shelley. Planteada sobre la base de los films de James Whale Frankenstein (1931), del que copia secuencias enteras como la de la niña y el ermitaño ciego (Gene Hackman), y La novia de Frankenstein (1935), de donde salen los peinados de Elizabeth (Madeline Kahn), la parodia termina siendo también un homenaje a ambos films, empezando por la acertada elección de la fotografía en blanco y negro, cuya importancia en el resultado final quizá no se valore en su justa medida.

A partir de aquí, asistimos a una comedia sencilla en cuanto a planteamiento y ejecución que no es que destaque especialmente como una obra realmente inspirada, pero que termina funcionando gracias a las constantes referencias a las obras de Whale y a pequeños detalles en los que los guionistas muestran que, en medio de la mediocridad general, han sabido encontrar pequeños momentos de inspiración.

Quizá lo mejor sean los personajes principales, a los que el guión sabe sacar el jugo. Por ejemplo, el doctor Frankensteirn está felizmente encarnado por un eficaz Gene Wilder, que se debate entre su faceta de científico serio y su herencia más alocada. Sus constantes raptos de inspiración, acompañados de un histrionismo exagerado, son lo mejor de este personaje, al que la película debe gran parte de su eficacia. A su lado, un inimitable Marty Feldman que explota con acierto su peculiar fisonomía. Es verdad que, bien mirado, su personaje es muy limitado, pero aporta un punto de comicidad que es bien recibido. A los personajes femeninos se les saca menos partido y siempre con el tema del sexo como leitmotiv, aunque la repelente Elizabeth (Madeline Kahn) y la sexy ayudante Inga (Teri Garr) tienen también su momento, sobre todo al final de la historia. En cambio, otros personajes, como el Inspector Kemp (Kenneth Mars) rozan lo ridículo.

Y es que el humor de Mel Brooks no se caracteriza por la sutileza; es un estilo de humor bastante elemental, rozando la sal gorda, cuando no cayendo directamente en la payasada. Sin embargo, en esta ocasión, está más comedido o más inspirado. Puede que se deba a la colaboración de Gene Wilder. O tal vez a que la figura del monstruo de Frankesntein de suficiente juego para no tener que recurrir demasiado a bromas tontas. De todos modos, recuerdo que cuando vi la película siendo un niño me hizo muchísma gracia, pero vuelta a ver de adulto el resultado ya fue muy diferente. En general, se trata de una comedia que se ve con agrado, tiene un ritmo aceptable y en algunos momentos hasta te arranca alguna franca sonrisa. Pero no deja de ser un film menor, sin demasiado donde rascar más allá de la superficie facilona y resultona, que es lo que se buscaba.

Así que la recomiendo especialmente para el público infantíl, capaz de encontrar graciosos a unos personajes caricaturescos, las bromas basadas en la repetición y los escenarios de cartón piedra. Para el resto, puede funcionar si se va preparado para lo que vamos a ver y uno se contenta con la simplicidad de su humor.

jueves, 11 de octubre de 2012

Good morning, Vietnam



Dirección: Barry Levinson.
Guión: Mitch Markowitz.
Música: Alex North.
Fotografía: Peter Sova.
Reparto: Robin Williams, Forest Whitaker, Bruno Kirby, Robert Wuhl, Noble Willingham, Tung Than Tran, J. T. Walsh, Chintara Sukapatana.

Vietnam. 1965. Un pinchadiscos de la radio, Adrian Cronauer (Robin Williams), es enviado a Saigón para trabajar en la emisora del ejército norteamericano. En contraste con sus aburridos antecesores, Cronauer es pura dinamita; sus comentarios irreverentes, sus tacos e improperios le hacen ganarse el aprecio de las tropas. Sin embargo, sus inmediatos superiores no son de la misma opinión.

El retrato de un locutor rebelde y transgresor en plena Guerra de Vietnam no parece que sea un argumento que de para mucho; sin embargo, a pesar de las limitaciones del guión, Barry Levinson consigue que Good morning, Vietnam (1987) resulte entretenida, divertida y emotiva por momentos. Un gran logro en el que la presencia de Robin Williams tiene mucho que decir.

En realidad, la película es por completo de Williams, en un papel que le va como anillo al dedo y donde pudo lucir sus dotes de cómico, imitador y charlatán. La película fue el empujón definitivo que necesitaba su carrera y más al recibir por este papel su primera nominación al Oscar como mejor actor. A pesar de que Williams es el verdadero rey de Good morning, Vietnam, sería injusto no resaltar el buen trabajo de Forest Whitaker y, en general, del resto de secundarios, todos bastante convincentes.

La figura de Cronauer es el eje sobre el gira todo el argumento de Good Morning, Vietnam, con su peculiar estilo radiofónico y, especialmente, su libertad de pensamiento, que le acarreará no pocos conflictos con sus inmediatos superiores: el sargento Dickerson (J. T. Walsh), que lo odia a muerte desde su misma llegada, y el teniente Hauk (Bruno Kirby), oficial con aspiraciones cómicas. Es precisamente la simplicación de sus problemas con estos oficiales y, en buena medida, la caricaturización de Hauk lo que menos me ha gustado de la película. Considero que para que el humor funcione no siempre es necesario ridiculizar a los personajes, y en este caso le hace un flaco favor a la trama.

Por otra parte, muchas de las bromas de Cronauer se pierden para la mayoría de los espectadores al desconocer a muchas figuras de la política norteamericana de entonces y por la dificultad también de seguir el alocado ritmo de Cronauer en la radio. Aún así, a pesar de que no logramos entender gran parte de los chistes, lo importante es que Levinson consigue transmitirnos el efecto de la llegada de Cronauer sobre las tropas americanas; comprendemos su tirón, su influencia y hasta el recelo y envidia que pueda despertar.

Sin embargo, como decía antes, la película se hubiera quedado muy limitada si la historia se hubiera quedado con la figura de Cronauer y su labor periodística. Levinson sabe aprovechar todas las posibilidades del tema y nos ofrece una segunda trama paralela que es donde está, finalmente, la parte más conmovedora y sincera de Good morning, Vietnam. Aprovechando el interés de Cronauer por una joven vietnamita (Chintara Sukapatana), el director nos presenta la amistad que nace entre el locutor y el hermano de ésta, Tuan (Tung Than Tran), amistad que nos brindará alguna sorpresa y los momentos más dramáticos de la película.

Y en relación a ésto, es importante subrayar como Good morning, Vietnam nos ofrece una mirada bastante crítica de la guerra y de la presencia de los norteamericanos en Vietnam y, lo más importante, lo hace mostrando el punto de vista del pueblo vietnamita, que es presentado de una manera muy respetuosa y comprensiva, lejos de la visión mucho más sesgada de otros films sobre ese conflicto. Levinson nos muestra el dolor y la miseria de ese pueblo a través de unas hermosas imágenes, y es que otro de los puntos fuertes del film es la fotografía de Peter Sova. La secuencia de imágenes mientras escuchamos What a Wonderful World de Louis Amstrong es el mejor ejemplo de ello. Así llegamos a otro de los aspectos en que el director se ha esmerado bastante: la banda sonora de la película, una maravilla con temas de The Beach Boys, Perry Como o James Brown entre muchos otros.

Puede que Good morning, Vietnam no sea todo lo redonda que hubiera podido ser. Es verdad que algunos personajes se quedan un poco en el aire, sin definir, mientras otros son casi caricaturas. Se le puede achacar una cierta superficialidad o que algunos momentos se despachan con demasiada facilidad. También se nota cierto interés para que los soldados norteamericanos no salgan del todo mal parados, dejándonos un buen sabor de boca con algunas escenas como la del partido de beisbol o mostrando el lado más humano y más frágil de las tropas. Pero creo que en general es una buena película, bastante honesta con la situación del pueblo vietnamita, con no pocas críticas hacia el imperialismo norteamericano, sus políticos o la censura reinante en el ejército. Méritos más que suficientes para un film sencillo que sabe transcender la comedia y contarnos un poco más.

miércoles, 10 de octubre de 2012

La ley de la calle



Dirección: Francis Ford Coppola.
Guión: Francis Ford Coppola, S.E. Hinton (Novela: S.E. Hinton).
Música: Stewart Copeland.
Fotografía: Stephen H. Burum (B&W).
Reparto: Matt Dillon, Mickey Rourke, Diane Lane, Dennis Hopper, Nicolas Cage, Vincent Spano, Diana Scarwid, Chris Penn, Tom Waits, Laurence Fishburne, Sofia Coppola, William Smith, Michael Higgins.

Rusty James (Matt Dillon) es un joven que sueña con volver a los tiempos de las pandillas juveniles para emular a su hermano mayor, que en su día fue líder de una de ellas y que arrastra una reputación de rebelde e intocable como "El chico de la moto" (Mickey Rourke).

A comienzos de los años ochenta, Coppola se va a embarcar en la realización de dos películas muy personales, ambas adaptaciones de dos novelas de S. E. Hinton, Rebeldes (1983) y ésta, La ley de la calle (1983). Los dos films tienen una temática parecida y de ellos, que comparten muchos jóvenes actores en el reparto, saldrán algunas de las futuras estrellas de Hollywood. Pero mientras Rebeldes es mucho más académica, en La ley de la calle Coppola se vuelve más vanguardista y personal que nunca, empezando por una fotografía en blanco y negro, que es como parece que ve la vida "El chico de la moto". Tanto éste como su hermano pequeño son reflejo del propio director y su hermano mayor, a quién dedica la cinta.

Quizá el mayor problema de La ley de la calle es el estilo tan peculiar que adopta Coppola para contarnos esta historia sombría de dos hermanos a los que abandonó su madre y que conviven con un padre alcohólico. Porque, en busca de un tratamiento novedoso, el director nos ofrece un film donde las formas, la fotografía y la ambientación toman todo el protagonismo. Visualmente, la película, que recuerda a Sed de mal (Orson Welles, 1958), no me impactó demasiado. Quizá es el problema de estos ejercicios tan personales: pronto se vuelven anticuados porque sus innovaciones pasan a ser moneda común de obras posteriores. El blanco y negro, los ángulos forzados de la cámara, los juegos de luces y sombras... le dan ambiente a la película y un toque singular, pero ello no creo que sea suficiente para hacer de este film algo excepcional. Y más cuando el argumento queda reducido a un esqueleto bastante simple. Personalmente, esperaba más de la relación de los dos hermanos, de sus problemas y me hubiera gustado conocer algo más del pasado de "El chico de la moto", apelativo que suena algo ridículo en castellano, la verdad, y cuya repetición a lo largo del film no hizo más que aumentar esa impresión.

Y si necesitáramos un ejemplo de la casi banalidad argumental de la película, creo que los diálogos serían el mejor ejemplo. Tan solo el padre de los chicos, un genial Dennis Hopper, acierta a decir un diálogo bastante hermoso sobre ambos hermanos, cuando afirma que "El chico de la moto" nació en el momento y el lugar equivocados y que Rusty James debería rezar para no parecerse a él. Por lo demás, conversaciones simplistas y situaciones extrañas pueblan una cinta que en algunos momentos se me hizo un tanto pesada.

Así que lo que queda al final es un ejercicio formal muy personal, que puede gustar más o menos, pero con un argumento muy limitado y que no consigue emocionarnos en ningún momento. La frialdad és la nota dominante de esta historia y ese es un lastre demasiado importante.

En cuanto al reparto, creo que es lo más destacable de la cinta. Es cierto que Matt Dillon aún me parece un poco verde, pero hace un trabajo bastante meritorio. Podemos ver también a un joven Nicolas Cage, sobrino de Coppola, a una hermosísima Diane Lane y, sobre todo, a Mickey Rourke y Dennis Hopper, los dos mejores actores del film, especialmente este último, que hace el mejor trabajo que le recuerdo.

Hoy este film, ganador de la Concha de Oro del festibal de San Sebastián, es un film de los llamados de culto. Mi duda es si sería lo mismo si el director no tuviera el nombre que tiene Coppola. En todo caso, tanto Rebeldes como Ley de la calle fueron un fracaso de taquilla y le ocasionaron no pocos problemas económicosa Francis Coppola, obligándole a aceptar el encargo de dirigir Cotton Club al año siguiente.

lunes, 8 de octubre de 2012

Blow-Up (Deseo de una mañana de verano)



Dirección: Michelangelo Antonioni.
Guión: Tonino Guerra & Michelangelo Antonioni (Cuento: Julio Cortázar).
Música: Herbert Hancock (AKA Herbie Hancock).
Fotografía: Carlo Di Palma.
Reparto: David Hemmings, Vanessa Redgrave, Sarah Miles, Peter Bowles, Jane Birkin, Gillian Hills, Verushka.

Thomas (David Hemmings) es un prestigioso fotógrafo que combina las fotos de moda con el trabajo de calle. Buscando una fotografía amable que culmine su último libro, se va a un parque donde fotografía a una pareja en actitud cariñosa. Cuando la mujer fotografiada (Vanessa Redgrave) le exija insistentemente que le entregue las fotos, Thomas se siente intrigado y las revela, descubriendo un posible asesinato.

Blow-Up (1966) está catalogado como un thriller. Sin duda, el centro de la historia, con el cadáver del parque, justificaría tal adscripción. Sin embargo, al final este detalle termina pareciendo casi anecdótico.

Basada en un relato breve de Julio Cortázar titulado La babas del diablo, el primer film internacional de Antonioni parece reflejar más su preocupación por ofrecernos un retrato de la sociedad londinense de la época. Una época, por cierto, muy peculiar, marcada por la moda, la rebeldía de la juventud, la transgresión, los mensajes iconoclastas y las drogas. Es decir, estamos en plena cultura Pop.

Ahora bien, hemos de aclarar que la película tiene su peculiar ritmo y Antonioni parece dejarse llevar por la experimentación, visual y argumental, de manera que estamos ante un film que no es del todo sencillo de ver ni de valorar.

Así, el director parece dejar el argumento en un segundo plano para centrarse en crear un particular universo visual con contínuos movimientos de cámara, amalgama de personajes, cambios de escenarios, diálogos inconexos, etc. El resultado es una película que roza el cine experimental, aunque sin romper nunca la ligazón con una estructura convencional, aunque transgredida en múltiples puntos. No siempre el resultado es el esperado y hay muchos momentos en que el ritmo de la película cae drásticamente en una repetición de planos que no terminan de impactarnos. A pesar de ello, Antonioni consigue mantener cierta tensión, en parte por los imprevisible del argumento y en parte por esa pizca de misterio en torno al posible asesinato que nos mantiene alerta en busca de una explicación.

También podemos comprobar la mirada crítica del director hacia el mundo de las artes, como la pintura y la propia fotografía, hasta cierto punto ridiculizada en las sesiones de estudio de Thomas. Y es que la mirada de Antonioni parece poner en duda los valores de un arte contemporáneo que, en aquellos años, rompía las normas y daba como resultado actitudes más bien sociales que meramente estéticas; como también puede verse en el concierto de los Yardbirds, con un público especialmente pasivo, y en el que el guitarrista destroza la guitarra. Es la evolución del arte a un mero espectáculo donde lo que importan son más las poses.

Para rematar la experiencia, el desenlace de la historia, lejos de ofrecernos una solución más o menos concreta al posible crimen, vuelve a jugar con nosostros al insinuar que todo hubiera podido ser una fantasía de Thomas. La fiesta de las drogas, el despertar confuso del fotógrafo y, finalmente, el partido de tenis de los mimos, con Thomas participando de la fantasía, parecen hacer dudar a Thomas de lo que ha vivido y plantean así la posibilidad de que nada de lo que hemos visto fuera real.

El reparto cuenta con un notable David Hemmings, en su papel más alabado y más conocido. Luego su carrera bajaría bastante. También cuenta con la gran Vanessa Redgrave que, sin embargo, es más recordada aquí por pasearse sin blusa por el piso del fotógrafo que por una interpretación excepcional. Podemos comprender el revuelo que causarían en su momento estas secuencias o la más atrevida de David haciendo un trío, sólo insinuado eso sí, con Jane Birkin y Gillian Hills.

Así que, en conclusión, hemos de prevenir sobre esta película: Blow-Up puede resultar desconcertante, aburrida o pretenciosa. Para algunos será una obra de arte, sin embargo. Los fotógrafos la tienen en una especie de lugar privilegiado y recibió en su día la Palma de Oro de Cannes. Sin ser un film especialmente bueno, creo que es un buen reflejo de su propia época y de las inquietudes de su propio realizador. Una curiosidad más que nada. Y siguiendo con curiosidades, el título hace relación, en fotografía, al hecho de realizar una gran ampliación durante el revelado de una foto.

viernes, 5 de octubre de 2012

El club de los poetas muertos



Dirección: Peter Weir.
Guión: Tom Schulman.
Música: Maurice Jarre.
Fotografía: John Seale.
Reparto: Robin Williams, Robert Sean Leonard, Ethan Hawke, Josh Charles, Dylan Kussman, Gale Hansen, James Waterson, Allelon Ruggiero, Kurtwood Smith, Lara Flynn Boyle, Norman Lloyd, Alexandra Powers.

En un elitista y estricto colegio privado de Nueva Inglaterra, un grupo de alumnos descubrirá la poesía, el significado del carpe diem -aprovechar el momento- y la importancia vital de luchar por alcanzar los sueños gracias al nuevo y excéntrico profesor de literatura, el señor Keating (Robbie Williams), que despierta sus mentes por medio de métodos poco convencionales.

Coged las rosas mientras podáis,
veloz el tiempo vuela.
La misma flor que hoy admiráis,
mañana estará muerta.

Walt Whitman  

He de reconocer que he disfrutado de esta película incluso más ahora que la primera que la ví, allá por el año de su estreno, 1989. Y es que El club de los poetas muertos no ha perdido frescura ni ha declinado el mensaje en que se ampara Peter Weir para ofrecernos el mejor y más sentido drama de su carrera. Un Peter Weir amante de la belleza, del ritmo, de las historias de amistad bien contadas. Un director que ha sabido aunar profundidad y belleza. El mejor ejemplo, sin duda, el presente.

El club de los poetas muertos parece un film inglés. No solamente por el exclusivo colegio donde transcurre, de evidente inspiración británica, con su gusto por la tradición y el apego a las viejas tradiciones. También me recuerda los films ingleses, o cierto tipo de este cine, por su elegancia, su gusto por el detalle, su cuidado por las formas y los diálogos. La película es hermosa. Está plagada de paisajes deslumbrantes, de escenas que se nos quedan en la retina. Tiene mucho que ver la fotografía de John Seale y el talento y el buen gusto de Peter Weir. Se da en este film una maravillosa y armónica consonancia entre contenido y continente. No hay rastro de pedantería ni de presunción.

Y es que El club de los poetas muertos es un canto a la juventud, a su fuerza, a su vitalidad y a su osadía. Mientras las viejas tradiciones intentan formar hombres de bien, futuros profesionales prestigiosos, el señor Keating persigue otro tipo de excelencia: la libertad, la ambición de soñar, de vivir, de no dejar pasar la vida sin pelear por los sueños. Keating les infunde a sus alumnos el amor por la vida. Y la curiosidad, la valentía de defender cada uno sus propios valores, sus ideales, de no amoldarse a las normas sólo porque nos los impongan. Naturalmente, tanta libertad no puede ser aceptada sin más en un universo rígido, encorsetado en las normas, práctico y terriblemente anquilosado. Las enseñanzas de Keating chocan con las normas del colegio y con las aspiraciones de los padres sobre el futuro de sus hijos. Sólo en unos pocos estudiantes soñadores, que refundarán el "Club de los poetas muertos", germinará la semilla de las enseñanzas de Keating.

El guión de la película es prodigioso. Y lo es porque está repleto de pequeños momentos hermosos, de lecciones sobre la vida, el amor, la libertad y los sueños. Y siempre desde un cierto distanciamiento, con una pose elegante, sobria. Incluso en los momentos más dramáticos, la cámara se aleja, se queda en la puerta del despacho, respetando recatada la intimidad del drama familiar. Aquí también creo adivinar esa elegancia del cine británico a la hora de enfrentarse a determinadas situaciones; tan distante a su vez del cine más latino del sur de Europa. Y el mérito del guión reside también en la manera tan acertada en que va definiendo y diferenciando a los alumnos del "Club de los poetas muertos", cada uno diferente y único, todos con la fuerza de las esperanzas intactas y el miedo al mundo de los adultos, del que apenas conocen nada pero que es el que guía sus destinos. Sin embargo, poco se nos dice de Keating a nivel personal. A pesar de que él es el detonante del cambio en las vidas de sus alumnos, el guión se limita a mostrarnos su faceta de docente. Porque los protagonistas son los estudiantes. De las cuatro nominaciones que recibió el film (director, película, actor principal y guión), solamente el guión terminó llevándose el Oscar.

Confieso que en algunos momentos volví a sentir algunas sensaciones que los años han ido arrinconando. Entendí a esos estudiantes porque me renococí en sus miradas fascinadas, en su sorpresa ante la rebeldía de Keating, en sus miedos a enfrentarse a la autoridad. Durante la función de teatro, cuando Knox (Josh Charles) le coge la mano a Chris (Alexandra Powers) fue inevitable recordarme en parecida tesitura.

No debemos olvidar tampoco que uno de los grandes aciertos del film es el magnífico reparto del mismo. Sinceramente, el papel de Robin Williams, en su mejor trabajo, vale por una carrera completa. Y el elenco de jóvenes actores es excelente. Es verdad que sus carreras han sido muy dispares, pero Robert Sean Leonard, Ethan Hawke, Josh Charles, Gale Hansen o Dylan Kussman rebosan autenticidad y talento.

Y poco más me queda por añadir. Recomendar la película, naturalmente. No dejar que se pierda en el olvido. Recuerdo el revuelo que causó el film en la época de su estreno. Pienso que en cada persona, según el momento de su vida en que la vea, será capaz de despertarle muy diversos sentimientos. Sean cuales fueren éstos, ya es importante en sí mismo que una película nos provoque una reacción o una emoción, y El club de los poetas muertos lo hará, sin duda ninguna.

Carpe Diem: vivid el momento. Coged las rosas mientras aún tengan color pues pronto se marchitarán. La medicina, la ingeniería, la arquitectura son trabajos que sirven para dignificar la vida pero es la poesía, los sentimientos, lo que nos mantiene vivos.

jueves, 4 de octubre de 2012

Los caballeros las prefieren rubias



Dirección: Howard Hawks.
Guión: Charles Lederer (Novela: Anita Loos).
Música: Varios.
Fotografía: Harry J. Wild.
Reparto: Marilyn Monroe, Jane Russell, Charles Coburn, Tommy Noonan, Elliott Reid, George Winslow.

Lorelei (Marilyn Monroe) y Dorothy (Jane Russell) son dos bailarinas de cabaret que se dedican a actuar en diferentes lugares. De las dos, Lorelei es la más superficial y solo le interesa poder casarse con un millonario. Gracias a sus persuasivas cualidades consigue enamorar a Gus Esmond (Tommy Noonan), quien es capaz de hacer cualquier cosa por ella. Sin embargo, será el padre de Gus el verdadero problema para Lorelei, pues intentará impedir que su hijo sea atrapado por una cazafortunas como ella.

Los caballeros las prefieren rubias (1953) no es la más famosa ni la mejor comedia musical de Hollywood ni el mejor film de Howard Hawks; sin embargo, contiene el mítico número musical Diamonds are a girls best friend que casi justifica por el solo el detenerse a ver esta película.

Si soy sincero, dejando a un lado la mitificación de esta película por la presencia de la bellísima Marilyn Monroe, hay muchos motivos hoy en día para criticar el film. Podríamos comenzar afirmando que el guión es bastante machista, superficial y transmite un mensaje muy poco edificante, dejando a las mujeres en un no muy buen lugar. Tampoco se trata de una gran comedia: los diálogos no derrochan ingenio y en contadas ocasiones me hicieron sonreir. Creo que este estilo de comedias, donde los personajes están dibujados de un modo tan elemental (el mejor ejemplo serían el panoli de Gus y la propia Lorelei), son un producto de una época muy concreta y acusan en exceso el paso del tiempo. Quizá el curioso final sea el mejor resumen del efecto del paso de los años sobre este tipo de producciones.

Y sin embargo, Los caballeros las prefieren rubias me hizo pasar un rato agradable. La película se me hizo muy corta y consiguió que me metiera por completo en ella, olvidándome de cualquier otra cosa durante toda su duración. Pienso que, como ocurre en muchas otras películas legendarias, al final debemos admirarlas por lo que son, sin intentar buscar una explicación coherente ni mucho menos valorarlas en base a nuestra mentalidad actual. Pasa como con la historia: jamás debemos juzgarla desde el presente o no la comprenderíamos.

Y así, salvando la imagen que podamos obtener de un film ciertamente simple y anticuado, reconozco que la película es un espectáculo de principio a fin. El vestuario, el uso del color, los números musicales, la sencillez del argumento, la claridad expositiva, el gran ritmo... todo hace que disfrutemos con una comedia tan alocada e irreal como esta. Cada aparición de Marilyn y Jane Russell, embutidas en ceñidos y coloridos vestidos, es todo un espectáculo en sí mismo. Hawks exprime el encanto de su presencia y pinta sus labios de rojos imposibles y la melena de Marilyn parece desprender luz propia. Además, Howard Hawks consigue que los números musicales encajen perfectamente en la historia, sin cortar jamás el ritmo. Son todos ellos muy buenos, pero naturalmente el de los diamantes eclipsa un poco a los demás.

La película sirvió para encumbrar a Marilyn Monroe, creando el modelo de rubia tonta que tanto recorrido ha tenido. Pero dejando a un lado a su personaje, la verdad es que Marilyn estaba en la cima de su belleza. Hawks supo sacar todo el partido a una mujer espectacular, exuberante y una magnífica actriz. Es lógico que ha su lado Jean Russell palidezca un poco, a pesar de ser también muy guapa y desprender en algunas escenas un marcado erotismo; pero en la divertida secuencia en que se hace pasar por Lorelei podemos apreciar claramente la distancia que mediaba entre ambas.

Más que por su valor actual o su sencilla y alocada historia, Los caballeros las prefieren rubias nos queda como testimonio de toda una época y de un tipo de hacer cine que ha muerto definitivamente, pero que nos ha dejado espectáculos que, como éste, han quedado como hitos en la historia del cine. Ineludibles e imprescindibles.

martes, 2 de octubre de 2012

En honor a la verdad



Dirección: Edward Zwick.
Guión: Patrick Sheane Duncan.
Música: James Horner.
Fotografía: Roger Deakins.
Reparto: Denzel Washington, Meg Ryan, Lou Diamond Phillips, Scott Glenn, Michael Moriarty, Matt Damon, Seth Gilliam, Bronson Pinchot.

Durante una operación en la Guerra de Irak el teniente coronel Nathan Serling (Denzel Washington) dispara accidentalmente sobre uno de sus propios tanques, matando a su mejor amigo. De vuelta a casa, el Ejército oculta el incidente y asigna a Serling la misión de investigar a la capitán Karen Walden (Meg Ryan), una piloto de helicóptero que, a título póstumo, está a punto de convertirse en la primera mujer héroe de guerra que recibe la medalla al honor por una acción en combate.

En honor a la verdad (1996) tiene el honor de ser la primera película norteamericana en tratar el tema de la Guerra del Golfo y fue recompensada por ello con unos muy buenos datos de taquilla. Detalles aparte, el film plantea interesantes problemas éticos o de conciencia, aunque opta por lo más sencillo y por lo que mejor funcione de cara al público.

Para empezar, hemos de reconocer que En honor a la verdad tiene unas hechuras impecables. El film puede presumir de una gran fotografía, un ritmo perfecto que mantiene la tensión y el interés constantemente y una puesta en escena sin mácula alguna. Además, el guión es lo bastante inteligente como para unir dos historias: la trama principal es la investigación sobre lo ocurrido en la última misión de la capitán Walden, pero hábilmente se crea una segunda historia, la de los remordimientos del teniente coronel Serling, para darle peso y sustancia al personaje de Denzel Washington por un lado, y dar pie a unas interesantes reflexiones sobre la verdad, la ética o el honor. Esta parte del relato termina siendo la verdaderamente interesante. La investigación sobre la capitán Walden añade interés, a modo de investigación policial o de film de misterio, pero es la parte menos jugosa, la más convencional y hasta cierto punto bastante previsible. Incluso, es la parte menos creíble del film. Las vueltas que da la historia de la tripulación del helicóptero abatido parecen un tanto forzadas para mantener la emoción y la intriga a toda costa, pero terminan por parecer un tanto teatrales.

Pero la figura de Serling, verdadero eje y motor del drama, es lo que eleva el tono de la historia. Un soldado atormentado por un error y que observa como sus superiores se dedican a mentir para salvar la reputación del ejército. Sin embargo, este personaje daba para mucho más juego del que al final saca el guión, que vuelve a pecar de demasiado conservador y elude comprometerse más. También aquí el desenlace es más que previsible. Pero así todo, es la historia más interesante y la que ofrece los mejores momentos de la película.. Película que, aunque parezca que critica abiertamente a los militares, al final resulta ser todo lo contrario. Hollywood, aunque vierta algunas críticas directas al ejército de los Estados Unidos, al final se las arregla para volver a dejar una imagen bastante positiva de sus fuerzas armadas. 

Y es que el final feliz parecía obligatorio y, lamentablemente, es aquí donde En honor a la verdad nos deja peor sabor de boca. Como no hay sitio para cobardes o malas personas, el guión ya se encarga de dar buena cuenta de los soldados Monfriez (Lou Diamond Phillips), que se suicida, Ilario (Matt Damon), drogadicto, y Altameyer (Seth Gilliam), con cáncer terminal, que son los que no supieron estar a la altura de su deber. Pero donde se riza el rizo es en la suceción de finales concatenados en los que asistimos al desenmarascamiento de las mentiras del general Hershberg (Michael Moriarty), la redención de Serling, la condecoración de la hija de la capitán Walden y el regreso al hogar del teniente coronel. Escenas de una puesta en escena meticulosa. Todo demasiado bonito, demasiado perfecto y demasiado feliz.

En cuanto al reparto, la película es de Denzel Washington por entero. Si no os gusta este actor, mejor no veáis la película. A mí personalmente me resulta bastante creíble y creo que hace un muy buen trabajo. Meg Ryan tiene un papel bastante más secundario de lo que puede intuirse por los títulos de crédito; es una oportunidad para verla lejos de la comedia romántica a la estaba abonada, pero no es que destaque especialmente. En cambio, sí que destaca Lou Diamond Phillips; en las escenas con Denzel Whasington no sólo mantiene el tipo, sino que destaca positivamente. También Matt Damon, con un cambio físico impresionante, está bastante bien. Quién no terminó de convencerme es Michael Moriarty, al que noté bastante inexpresivo. Por suerte, su papel era breve.

En honor a la verdad es una película entretenida, pero bastante convencional y previsible. Es decididamente un genuino producto made in Hollywood, con todo lo que ello implica: buena presentación, buena dosis de patriotismo, pequeñas críticas que no dañen al conjunto y un desenlace reconfortante donde los buenos vuelven a salir triunfadores. Todo muy correcto. Demasiado.