El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 30 de noviembre de 2013

Novio de alquiler



Dirección: Glenn Gordon Caron.
Guión: Arleen Sorkin, Paul Slansky, Glenn Gordon Caron.
Música: Carter Burwell.
Fotografía: Paul Sarossy.
Reparto: Jennifer Aniston, Kevin Bacon, Olympia Dukakis, Jay Mohr, Kevin Dunn, Illeana Douglas, Anne Twomey.

Kate Mosley (Jennifer Aniston) trabaja en una agencia de publicidad. A pesar de su talento, no ve sus esfuerzos recompensados como se merece porque, como le explica su jefe (Kevin Dunn), es una joven independiente, sin ataduras, que puede dejar la empresa cuando le de la gana. Es por ello que su compañera y amiga de trabajo Darcy (Illeana Douglas) se inventa un novio para Kate.

Jennifer Aniston triunfaba en la serie de televisión Friends, pero es evidente que la gran pantalla atrae mucho, de ahí que, tras varios pinitos, finalmente Aniston tuviera su primer papel protagonista en el cine con Novio de alquiler (1997), totalmente concebida para su lucimiento personal.

El argumento de Novio de alquiler no es que sea un prodigio de genialidad, sencillamente está ideado para sentar las bases de una serie de enredos sentimentales, que es dónde se asientan normalmente las comedias románticas al uso. En este caso, la amiga de la protagonista se inventa un novio ficticio, Nick (Jay Mohr), para que Kate pueda medrar en su empresa. Pero esta invención tendrá curiosas consecuencias: el amor platónico de Kate, su compañero de trabajo Sam (Kevin Bacon), que la ignoraba por completo, sentirá de pronto una atracción morbosa por tener una aventura con ella una vez que conoce su relación con otro hombre. Pero a su vez, Nick se siente realmente atraído por Kate, por lo que lo que para ella es una simple mentirijilla, para él es la oportunidad de pasar unas horas junto a una mujer que le gusta.

Bien mirado, el argumento nos puede recordar remotamente a Pretty Woman (Garry Marshall, 1900), si bien es conveniente dejar las comparaciones en este punto. Y es que si la película de Marshall derrochaba encanto, glamour y gracia, la de Gordon Caron se queda en el intento.

Y es que no basta con plantear el típico enredo amoroso, en este caso con un triángulo curioso basado en las mentiras y las suposiciones, para que la cosa funcione. Lo primero de todo es conseguir hacer creíble la historia y, a continuación, hacer que los protagonistas nos enamoren. Y en Novio de alquiler  fallan esas dos premisas.

Por un lado, no hay ninguna química entre Jennifer Aniston y Jay Mohr como para que nos traguemos que terminen enamorados. Es muy plausible que él se sienta atraído por Jennifer, pero lo contrario cuesta un mundo asimilarlo. Y es que Jennifer está tan guapa, tan sexy y tan elegante (su vestuario es sencillamente espectacular) que hasta Kevin Bacon a su lado parece un gañán. Es más, viendo contornearse a Jennifer Aniston en esos vestidos tan ceñidos cuesta mucho pensar que esté soltera y sin compromiso, y más aún que su compañero de trabajo la ignore como si pesase cien kilos. Al final, la película nos propone que aceptemos que Kate acaba enamorada del buen corazón de Nick, algo que tampoco termina de resultar realmente convincente.

Pero por otro lado, Kate Mosley termina haciéndosenos antipática cuando finge que el bueno de Nick le ha sido infiel, un Nick que vemos que está completamente enamorado de ella, que bajaría la luna del cielo para hacerla feliz y que finalmente acepta resignado tremenda humillación. De pronto, se rompe el encanto. Deberíamos estar del lado de la protagonista, pero ésta se ha vuelto antipática de repente a nuestros ojos. Incluso deseamos que Nick la mande a paseo. Este fallo argumental es monumental.

Por si todo esto no fuera suficiente, Novio a la fuga peca de una mala dirección que no consigue darle el ritmo adecuado a la historia. Las escenas se suceden sin agilidad, como si los actores reaccionaran con medio segundo de retraso. Los diálogos tampoco son muy brillantes, con lo que muchas situaciones pasan sin pena ni gloria, cuando se supone que hubieran debido emocionarnos o sacarnos una sonrisa. Pero nada de eso sucede. La película carece de magia, de encanto, de sentido del humor y encima no resulta creíble. Un ejemplo del dudoso sentido del humor de los guionistas del film sería la extraña secuencia de la boda en la que Kate recibe avergonzada el ramo de flores por estar soltera, como si dicho estado fuese algo bochornoso.

¿Se puede hacer peor? Pues sí. Desde casi la primera aparición de Nick ya podemos anticipar sin mucho esfuerzo el final de la historia. Y un poco más adelante, hasta intuimos de un modo medianamente certero la escena de la cena, núcleo central de la película, y que no funciona en realidad porque convierte a Kate en una mala persona.

Sin embargo, hay que reconocer que Jennifer Aniston consigue brillar con luz propia, sin duda lo que se buscaba con este film. Su presencia es arrebatadora: sexy y muy natural, consigue adueñarse del protagonismo desde la primera aparición. Por contra, como decía antes, ni Kevin Bacon ni Jay Mohr me parecen a su altura. El primero porque me resulta demasiado macarra y un tanto pasota frente a la belleza fresca de Jennifer; Jay Mohr sencillamente se queda pequeño al lado de ella, parece un adolescente saliendo con la ganadora de un concurso de misses.

Los secundarios, sin embargo, me gustaron mucho más. O quizá debería decir las secundarias, pues creo que tanto Olympia Dukakis como Illeana Douglas consiguen destacar con luz propia del resto de acompañantes.

Me gustaría mencionar de pasada la buena sonora de la película, con temas de Texas, Macy Gray o Donna Summer. Y si bien ya no resulta muy novedoso edulcorar una comedia romántica con pegadizos éxitos musicales, la verdad es que en la elección han demostrado tener muy buen gusto.

Resumiendo, Novio de alquiler puede pasar a la historia por ser la primera película en la que Jennifer Aniston es la protagonista, pero por nada más. Ni la historia funciona ni su puesta en escena merece nuestra aprobación. Recomendable sólo para fans de la protagonista o para entusiastas del género.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Hard Candy



Dirección: David Slade.
Guión: Brian Nelson.
Música: Harry Escott, Molly Nyman.
Fotografía: Jo Willems.
Reparto: Patrick Wilson, Ellen Page, Sandra Oh, Jennifer Holmes, Gilbert John.

Jeff (Patrick Wilson), un fotógrafo de treinta y dos años años, y Hayley (Ellen Page), una adolescente de catorce, llevan varias semanas chateando por internet hasta que un día deciden conocerse en persona. Tras encontrarse en una cafetería, Hayley le propone a Jeff ir a su casa.

Curioso, original e intenso thriller cuya principal virtud es mantener el interés y la tensión con el mínimo de elementos posibles: dos protagonistas y un único escenario. Para ello, Hard Candy (2005) cuenta con un bien hilvanado guión que juega al despiste, pero sin engaños ni trucos fáciles, lo cuál es muy gratificante, en torno a la verdadera personalidad de los protagonistas, mantiendo el juego de equívocos y las dudas a cerca de quién es quién, de cuál de los dos es el verdadero psicópata y cuál la víctima.

La historia de Hard Candy (término inglés de internet para referirse a las adolescentes) es la de un encuentro no tan casual como podríamos pensar. Hayley no es la inocente adolescente encandilada por un seductor que busca una cita con ella, que es lo primero que podríamos deducir. Sin embargo, en un giro inesperado, Hayley droga a Jeff y lo ata, empezando lo que parece ser un macabro juego de una chiflada que acusa a Jeff de pedófilo, primero, y de haber matado a una adolescente después. Sin embargo, el guión evita darnos más pistas. Puede ser que Hayley tenga razón, pero también que Jeff sea inocente, como jura una y mil veces, y no sea más que una víctima de una perturbada. He aquí la clave de la historia, lo que nos mantiene a la expectativa. Se inicia así el núcleo central de la película, con un apasionante duelo de personalidades, de amenazas, de acusaciones por parte de una joven que ha perdido ya por completo la inocencia de las primeras escenas para convertirse en un ángel de la muerte.

Y llegados a este punto hay que reseñar que el trabajo de Ellen Page es magnífico. Cuando rodó el film tenía en realidad dieciocho años, pero su aspecto infantíl le permite encarnar con total credibilidad a una joven de catorce. Su trabajo es convincente, cautivador y aterrador. Excelente. En cuanto a Patrick Wilson, tampoco podemos poner un pero a su trabajo. Gracias a ambos el drama resulta en todo momento apasionante.

Sin embargo, no todo en Hard Candy me convenció tanto como el trabajo de los actores. Para empezar, el estilo visual de David Slade no me gustó demasiado. El hecho de que provenga del mundo del videoclip podría explicar ese discutible gusto por una movilidad de la cámara un tanto excesiva o el jugar con primeros planos que roban el aire a la escena y resultan, cuando menos, antinaturales. Personalmente me costó acostumbrarme a esa estética tan peculiar, que me resultó artificial, forzada y un tanto pretenciosa. Al final, tal vez por la fuerza de la historia o porque ya te vas haciendo al estilo de Slade, uno deja de fijarse tanto en la estética para intentar centrarse en la historia.

En cuanto al argumento, la verdad es que Hardy Candy requiere de nuestra parte un esfuerzo para que resulte del todo creíble. Por meras cuestiones físicas, no es muy plausible que la frágil Hayley pueda con un peso muerto como el cuerpo dormido de Jeff. Y ésto es sólo un pequeño detalle del ejercicio de credulidad a que nos obliga el argumento del film. Y es que lo que me resultaba más complicado de aceptar es que una chica de catorce años pudiera ser tan cruel, tan fría, tan calculadora; pero para complicarlo todo aún más, el argumento nos oculta durante mucho rato los verdaderos motivos que empujan a Hayley a vengarse de Jeff, con lo que su actitud aún nos confunde más. Sin duda la idea es hacernos dudar de su salud mental, pero no sé si eso termina de funcionar del todo. Y es que tal y como está presentada la película, sin duda con la intención de matenernos despistados el mayor tiempo posible, Jeff es la víctima inocente, al menos hasta bien entrada la película. Y ese es un error muy grave: al percibir desde le principio a Jeff como la víctima, al no conocer el porqué de la venganza de Hayley, tendemos a ponernos instintivamente de parte de Jeff, apiadándonos de su sufrimiento y llegando a detestar la crueldad de la joven. Cuando al final las tornas dan la vuelta creo que ya es demasiado tarde; Hayley ha hecho méritos suficientes para que la detestemos y como no hemos visto jamás a Jeff haciendo nada de lo que se le acusa, no terminamos de asumir su culpa y mucho menos comprendemos que la tortura a la que fue sometido le empuje a suicidarse. Sinceramente, toda la historia me parece cogida con alfileres.

Sin embargo, dado que David Slade nos ha hecho pasar un buen rato de angustia, incertidumbre, tensión y hasta miedo, uno acaba por hacer balance y concluir que Hardy Candy tiene suficientes méritos como para merecer nuestra aprobación final. Su original planteamiento, su guión un tanto impredecible, su honestidad dentro del juego al que nos somete merecen que le demos el visto bueno.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Cuenta conmigo



Dirección: Rob Reiner.
Guión: Bruce A. Evans & Raynold Gideon (Novela: Stephen King).
Música: Jack Nitzsche.
Fotografía: Thomas Del Ruth.
Reparto: Wil Wheaton, River Phoenix, Corey Feldman, Jerry O'Connell, Richard Dreyfuss, Kiefer Sutherland, Bradley Gregg, Bruce Kirby, John Cusack, Jason Oliver, Marshall Bell, Frances Lee McCain.

Gordie Lachance (Wil Eheaton) lee en un periódico que su amigo de la infancia Chris Chambers (River Phoenix) ha muerto apuñalado; ello le lleva a evocar cuando, a los doce años, Chris, Teddy (Corey Feldman), Vern (Jerry O'Connell) y él vivieron toda una aventura cuando fueron en busca del cadáver de un joven que había desaparecido. 

Basada en la novela The Body de Stephen King, Cuenta conmigo (1986) es una sencilla y nostálgica película que evoca la amistad de cuatro amigos que empiezan a descubrir la vida, justo cuando su infancia está llegando a su fin.

Uno de los grandes aciertos de la película es que Rob Reiner sabe acercarse al mundo de la infancia sin caer en el sentimentalismo o la noñería. El relato que nos brinda de la amistad de los cuatro protagonistas es real, directo y sincero. Reiner evita además caer en estereotipos y cada uno de los chicos tiene una personalidad propia, bien definida y con la suficiente entidad como para hacerlos creíbles y auténticos.

Son muchachos de clase baja que bordean el peligro e incluso alguno ha llegado a robar. Pero al tiempo que la película muestra cómo están en la cuerda floja, con un futuro nada alentador para todos ellos, confinados en un pueblo minúsculo que no les promete nada bueno, también observamos que en el fondo siguen siendo niños, con sus juegos infantiles, sus miedos (a la noche, a los fantasmas...) y su necesidad de cariño, especialmente de sus padres. Y este dibujo de sus personalidades y sus vidas se muestra muy certero, al tiempo que nos ofrece una mirada compasiva y tierna de sus vidas y sus espectativas sin caer en excesos. Tal vez el gran mérito de Reiner resida precisamente en ello, en crear un retrato equilibrado y muy agudo de los protagonistas.

Pero además, la película nos ofrece una ocasión única para ver los comienzos de las carreras de los cuatro protagonistas. Todos ellos, dentro de las limitaciones de su edad, ofrecen un trabajo muy convincente. De los cuatro, solo River Phoenix tuvo una continuación más o menos brillante en el cine, con la mala suerte de ver truncada su carrera con su muerte prematura. Wil Wheaton, Corey Feldman y Jerry O'Connell no tuvieron tanta suerte y sus carreras se quedaron en una segunda fila y apariciones en series de televisión.

En papeles secundarios también podemos disfrutar de la presencia de Richard Dreyfuss, que es el narrador de la historia interpretando al personaje de Gordie Lachance de adulto, Kiefer Sutherland y John Cusack.

Conviene destacar también la buena banda sonora de Cuenta conmigo, con muchos temas de los años cincuenta del pasado siglo, época en la que se ambienta la acción. Así podemos disfrutar de temas de Ben E. King, Buddy Holly o Jerry Lee Lewis.

Cuenta conmigo posee el encanto de todo viaje al pasado, a los maravillosos años de la infancia en que el mínimo acontencimiento podía ser una nueva aventura. Es una película sencilla, sin grandes alardes ni pretensiones, pero ahí reside tal vez parte de su encanto y de la sensación de autenticidad que desprende. Sin duda, una buena película que disfrutar sin prisas, dejándose llevar, viajando a la infancia, como el protagonista, para saborear la magia de un mundo por descubrir.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Spy Game (Juego de espías)



Dirección: Tony Scott.
Guión: Michael Frost Beckner & David Arata (Historia: Michael Frost Beckner).
Música: Harry Gregson-Williams.
Fotografía: Dan Mindel.
Reparto: Robert Redford, Brad Pitt, Catherine McCormack, Stephen Dillane, Larry Bryggman, Charlotte Rampling, Marianne Jean-Baptiste, Matthew Marsh.

El mismo día en que va a jubilarse, el agente de la CIA Nathan Muir (Robert Redford) recibe la noticia de que Tom Bishop (Brad Pitt), un agente al que él ha reclutado años atrás, ha sido detenido en China acusado de espionaje y va a ser ejecutado en un plazo de 24 horas.

Es reconfortante ver que el género del espionaje no ha muerto en el cine. La verdad es que el tema de los espías me fascina desde que descubrí, muchos años atrás, las novelas de John le Carré. Así que siempre tengo una buena predisposición ante un film de espionaje, aún cuando la mayoría de las veces uno se sienta un tanto defraudado por los resultados. Pero con Spy Game (2001) tenía la esperanza de poder disfrutar de una buena película, más teniendo en cuenta el precedente de la excelente Enemigo público (1998), del mismo director, Tony Scott.

Para ser del todo sincero, Spy Game me dejó un sabor un tanto agridulce. Por un lado, el argumento en general resulta un tanto increíble, incluso incongruente. Cuesta pensar que un agente secreto monte una complicada operación de rescate en China por amor. Pero aún es casi más sorprendente asistir a una interminable reunión de sus superiores de la CIA, cuando se sabe que en menos de un día su compatriota va a ser ejecutado, en la que se dedican a reconstruir con detalle el pasado de su agente. Y es que este es el recurso utilizado por Scott para adentrarse en el núcleo argumental de la película, que no es otro que contarnos el reclutamiento y las misiones de Bishop.

Pero aún queda lo mejor, el rescate de Bishop, montado, financiado y ejecutado por un solo hombre con una rapidez y una eficacia a todas luces alucinantes. Definitivamente, la idea que yo tengo de una película de espionaje no pasa por estas vaqueradas.

Sin embargo, Spy Game se redime cuando se adentra las actividades pasadas de Bishop. Aquí sí que Scott consigue engancharnos. Tanto el reclutamiento de Bishop, realizado por Muir, como la misión en Beirut son los momentos más interesantes y acertados de la película. Por un lado, es la parte más verosímil de la historia; por otra, contiene las mejores escenas de toda la cinta. Aunque también es verdad que a Tony Scott se le va un poco la mano en algunos momentos, con esa cámara nerviosa que resulta a veces mareante o esa absurda utilización de la banda sonora, que llega a impedirnos escuchar algunos diálogos. Son pequeños detalles que molestan un poco y que tampoco creo que sean imprescindibles ni mucho menos.

Aún así, Scott logra mantenernos en tensión y servinos esos relatos, contados por medio de flash-bascks, de manera brillante y vibrante.

Otro aspecto interesante de la película, aunque no se trata de un elemento central de la misma, son las críticas que se desprenden del relato a un imperialismo norteamericano que les lleva a estar metidos en todos los conflictos, tramando atentados o apoyando a facciones terrioristas si ello les beneficia. La imagen que se desprende del mundo de la CIA no es muy positiva, la verdad. Se agradece que un film norteamericano no nos presente, una vez más, a los estadounidenses como a los salvadores del mundo.

Con un duelo interpretativo bastante atractivo, al contar con el antiguo galán de los sesenta-setenta enfrentado al nuevo, Spy Game sabe jugar la baza del star system, o lo que queda de él. Robert Redford, con algún tic prescindible, demuestra que se ha consolidado en su madurez como un actor eficaz que conserva su carisma intacto. A su lado, Brad Pitt da la talla sin problemas, demostrando que no es sólo un físico atractivo. Sin que ninguno de los dos llegue a fascinarnos, la verdad es que funcionan bien juntos y resultan bastante creíbles.

Spy Game no me llegó a reconciliar del todo con el género, pero hay que reconocer que posee cualidades suficientes para que merezca la pena verla, al menos para aquellos a los que les guste este tipo de films, centrados no tanto en la acción pura y dura como en los manejos de las altas esferas y el sórdido mundo del espionaje.

Suavemente me mata



Dirección: Chen Kaige.
Guión: Kara Lindstrom (Novela: Nicci French).
Música: Patrick Doyle.
Fotografía: Michael Coulter.
Reparto: Heather Graham, Joseph Fiennes, Natascha McElhone, Ulrich Thomsen, Ian Hart, Helen Grace, Jason Hughes, Kika Markham, Ronan Vibert.

Alice (Heather Graham) lleva una vida tranquila y ordenada. Tiene un buen trabajo y convive con un hombre con el que mantiene una relación estable y feliz. Pero un día se cruza en la calle con Adam Tallis (Joseph Fiennes), un atractivo joven que no es capaz de sacarse de su cabeza. Atraída por él, sale a buscarlo.

Suavemente me mata (2002) va de thriller erótico; así al menos parece que intentan venderlo. La verdad, no hay mayor mentira: ni es erótico y mucho menos es un thriller.

Empezemos por partes. No sé que problemas tiene Hollywood con el sexo, pero las películas más conocidas que abordan el tema de un modo más o menos explícito siempre tienen una lección amarga que enseñarnos. Me vienen a la cabeza a bote pronto Atracción fatal (Adrian Lyne, 1987), Instinto básico (Paul Verhoeven, 1992), por cierto, ambas protagonizadas por Michael Douglas, o 9 semanas y media (Adrian Lyne, 1986). Sin embargo, cuando se trata de un justiciero que va sembrando el camino de muertos, siempre es presentado como un héroe. En fin, algunas cosas no tienen mucho sentido: el sexo es placentero y gratificante y matar no sólo es un pecado, sino que me resulta repugnante la violencia gratuita. Pero el puritanismo mal entendido tiene estas cosas.

Y como decía antes, me cuesta considerar erótica una película como Suavemente me mata. Es cierto que la primera parte del film contiene algunos encuentros sexuales entre los protagonistas, pero en pleno siglo XXI resulta sorprendente pensar que podemos sonrojarnos con tan poca cosa. Personalmente, la proliferación de jadeos de Heather Graham y Joseph Fiennes me dejó bastante indiferente. Sin embargo, ese es uno de los ganchos del film para intentar atraer al público a las salas de cine: un juego muy vistoso de luces y sombras, velas, pañuelos de seda y pasiones incontrolables. Todo, eso sí, bastante controlado, dejando ver lo justito e insinuando más que otra cosa.

Todo ello durante la primera parte de la película. A modo de introducción o presentación. Luego, en teoría, viene el castigo a tanto pecado o a tanta imprudencia. Una mujer que decide acostarse con el primer desconocido que le resulta atractivo ha de atenerse a las consecuencias. Y éstas toman forma en un pasado misterioso, dos mujeres muertas en extrañas circunstancias, un armario con un candado... el guión empieza a desplegar indicios, a insinuar misterios, a sembrar dudas en la mente de la pobre Alice intentando contagiarnos del misterio en torno al pasado de su marido. Sin embargo, el misterio no está bien planteado. Para empezar, nada apunta a que Adam sea especialmente peligroso. Es verdad que el guión intenta mostrarlo como alguien inquietante, pero al menos yo no llegué a percibirlo como alguien especialmente peligroso hacia su esposa y mucho menos como un asesino, conclusión a la que llega de repente Alice basándose en no sé que conjeturas traídas por los pelos.

Y a partir de aquí la cosa se desboca irremediablemente al absurdo más asombroso. Alice huye aterrada cuando su marido dice que no puede vivir sin ella, sospecha de unas terribles muertes y va a confesar sus temores ¡a su cuñada! Y en el colmo del despropósito, resulta que ésta, Deborah (Natasha McElhone), es la verdadera malvada de la historia. He visto muchos thrillers absurdos, tramposos y falsos, pero éste sin duda se merece un lugar de honor entre ellos. El final es tan ridículo, tan precipitado y absurdo que nos quedamos un rato mirando incrédulos la pantalla, buscando algo que justifique mínimamente tal desaguisado.

En cuanto al reparto, supongo que Heather Graham tendrá sus admiradores, pero personalmente no la encuentro demasiado atractiva. Su personaje tampoco me resultó demasiado convincente, tal vez por la manía de algunos guionistas de presentar a las mujeres apasionadas como un tanto infantiles, inseguras o sumisas. Joseph Fiennes, por el contrario, creo que da más el tipo que dibuja el guión: atractivo, musculoso, fuerte, arrogante y con una mirada que puede resultar muy intimidante. Lástima que preste su talento a un papel tan ridículo. Natasha McElhone sí que me resultó mucho más espectacular que Heather y también con una presencia más rotunda en la pantalla. Como sus dos compañeros de reparto, ha de prestar su rostro a un personaje tramposo que nadie se puede creer.

Y para redondear el pastel, tenemos a un director que basa todo el misterio en un ritmo parsimonioso y una banda sonora demasiado convencional (la musiquilla que acompaña las escenas sexuales es tan cargante como estereotipada) que hacen de la película una especie de prueba de resistencia para nuestra paciencia, especialmente pasada la introducción y cuando el argumento ha de afrontar la parte de intriga, que es donde más falla toda la historia y la lentitud y las escenas intrascendentes se hacen interminables.

Resumiendo, la película es una sublime tontería: tramposa, efectista y hueca.

domingo, 17 de noviembre de 2013

La terminal



Dirección: Steven Spielberg.
Guión: Sacha Gervasi & Jeff Nathanson (Historia: Andrew Niccol).
Música: John Williams.
Fotografía: Janusz Kaminski.
Reparto: Tom Hanks, Catherine Zeta-Jones, Stanley Tucci, Chi McBride, Diego Luna, Eddie Jones, Barry Shabaka Henley, Zoe Saldana, Kumar Pallana.

Viktor Navorski (Tom Hanks) viaja a Nueva York para cumplir una promesa hecha a su padre. Sin embargo, mientras vuela hacia Estados Unidos se produce un golpe de estado en su país, lo que invalida su pasaporte y su visado, quedando retenido en el aeropuerto mientras no se resuelva la situación en su patria.

Basada en hechos reales, La terminal (2004) nos permite comprobar por enésima vez el gran talento de Spielberg a la vez que su tendencia hacia un sentimentalismo un tanto peligroso.

Lo que no cabe duda es la película arranca con una brillantez incuestionable que la coloca de inmediato muy por encima de la media de calidad de la mayoría de films contemporáneos. Durante algo más de una hora, Spielberg nos narra con precisión, sentido del humor y un ritmo perfecto los problemas de un viajero atrapado en un aeropuerto por culpa de la burocracia más absurda. No nos cuesta en absoluto nada ponernos en la piel del pobre Navorski, perdido en medio de una multitud, sin conocer el idioma y sin dinero. En una expresiva secuencia, con un travelling que se aleja progresivamente de Tom Hanks, vemos a Navorski como si fuera un naúfrago en medio de una multitud que lo ignora, como si no fuera nadie.

Sin embargo, este buen arranque de la película comienza a perder fuelle a medida que se impone no sé si la ambición del director o el intento de agrandar la historia por medio del recurso a un sentimentalismo que a veces roza lo excesivo. Si hasta la mitad del film el ritmo y el interés por Viktor Navorski nos habían fascinado, haciendo que la historia pasase sin casi darnos cuenta, a partir de entonces La terminal entra en una espiral de efectismo, sentimentalismo y romanticismo un tanto ñoños. La única manera de entender entonces lo que sucede es ver el film como una especie de cuento de hadas, un canto a la bondad del ser humano, a la solidaridad y la comprensión, más allá de razas, credos o idiomas; ello explicaría que el director nos sorprenda con algunas secuencias que rompen un poco la credibilidad del film o que, sencillamente, parecen fuera de lugar. Entre ellas se incluiría el romance con Amelia (Catherine Zeta-Jones), con la increíble fuente incluida, o algunas de las historias de los amigos de mantenimiento de Viktor. Es entonces cuando el film comienza a hacerse pesado, tardando una eternidad en producirse el desenlace que, a todas luces, habremos ya adivinado. Esa excesiva duración no impide, sin embargo, que el final de la relación de Amelia y Viktor se perciba como precipitado y no muy bien explicado, lo mismo que todas las complicaciones que se ciernen sobre los amigos de Viktor.

Lo que es innegable es la capacidad de emocionarnos de un Tom Hanks de nuevo genial, en especial en esa primera parte del film en que nos saca contínuas carcajadas a base de una interpretación perfecta de un hombre humilde perdido en medio de un mundo hostíl. Stanley Tucci también me vuelve a demostrar lo bien que le van estos papeles de malo elegante, retorcido y frío, que suele bordar. El resto de actores cumple con eficacia, si bien ninguno de los secundarios tiene el carisma suficiente para hacer que su participación nos sorprenda más allá de lo correcto. Catherine Zeta-Jones brilla por su belleza, cómo no, si bien su papel es quizá el menos convincente de todos.

Lo que queda claro, finalmente, es el gran talento de Spielberg a la hora de afrontar cualquier historia, de la puede sacar verdaderos momentos geniales, a la vez que también comprobamos que el estilo de comedia de un Capra, por ejemplo, ya no es tan eficaz en el siglo XXI como lo era anteriormente. O puede que, sencillamente, a Spielberg le fallen algunos resortes sentimentales, de manera que lo que se aceptaba abiertamente en el caso de James Stewart y Henry Travers no sea susceptible de repetirse ahora. La posible explicación podría ser que mientras Capra asaltaba directamente el corazón con golpes directos y sencillos, Spielberg se quede más en la superficie de los sentimientos, a base de dejar que domine el espectáculo, lo llamativo, lo superficial, pero sin llegar a convencernos de la sinceridad de su propuesta.

A pesar de no haber sido un éxito de taquilla, La terminal contiene momentos lo suficientemente brillantes para destacar con luz propia dentro del cine comercial. Lástima que Spielberg no haya podido o no haya querido dominar su vena sentimental y sus ansias de grandeza. Algo menos de metraje y de escenas un tanto empalagosas le habrían sentado sin duda de maravilla a esta película.

Escondidos en Brujas



Dirección: Martin McDonagh.
Guión: Martin McDonagh.
Música: Carter Burwell.
Fotografía: Eigil Bryld.
Reparto: Colin Farrell, Brendan Gleeson, Ralph Fiennes, Clémence Poésy, Jérémie Rénier, Thekla Reuten, Jordan Prentice.

Después de haberla pifiado en el último trabajo, Ray (Colin Farrell) y Ken (Brendan Gleeson), dos asesinos a sueldo, son enviados a Brujas por su jefe Harry Waters (Ralph Fiennes) en espera de que se calmen las cosas.

Ópera prima del director, Martin McDonagh, que además es el autor del guión, Escondidos en Brujas (2008) supone un soplo de aire fresco por su original planteamiento y la sinceridad que desprende la película.

Escondidos en Brujas es el retrato de dos asesinos a sueldo que han de hacer un paréntesis en su trabajo por culpa de un terrible percance durante su último encargo, en el que Ray mató accidentalmente a un niño. La originalidad del planteamiento de McDonagh es presentarnos a Ray y a Ken como dos personas aparentemente normales fuera de su trabajo.

Sin embargo, Ray no es capaz de pasar página y la muerte del niño le sigue atormentando. De ahí que no acepte de buen grado el exilio en Brujas y que su estado de ánimo cambie constantemente entre el abatimiento, la ira y la desolación. Solo parece encontrar un poco de paz al conocer a Chloë (Clémence Poésy), descubriendo a un Ray mucho más inseguro y hasta vulnerable. Ken, al contrario, disfruta de la ciudad como si fuera un turista más, viviendo la experiencia casi como si se tratara de unas vacaciones.

La convivencia de los dos, lejos de su mundo y forzados a convivir en una habitación de hotel, les hará ir acercándose más, compartiendo sus sentimientos, conociéndose. Sin embargo, su estancia da un vuelco cuando Harry le encargue a Ken liquidar a Ray. Es la vuelta de nuevo a la cruda realidad de su vida, de su trabajo, de sus compromisos. Y Ken deberá decidir entre su obligada obediencia a Harry, su jefe, o su reciente amistad con Ray.

Una de las claves de Escondidos en Brujas es la cercanía y naturalidad con que McDonagh nos presenta a los dos protagonistas. No se parecen mucho, cada uno tiene una personalidad definida, diferente. Pero su convivencia, la culpabilidad de Ray, los van acercando y su amistad va creciendo de manera natural; la relación entre ambos es cercana, directa, sincera y además de ve respaldada por unos diálogos muy certeros e inteligentes, lejos de dramatismos exagerados o de sentimentalismos caducos. El contraste de personalidades funciona. Y por si ello no fuera suficiente, McDonagh aprovecha las oportunidades que le brinda la profesión de Ray y Ken para tirar con astucia de la baza del humor negro, sacando petróleo de la misma con inteligencia y mucha agudeza. Algunas escenas son memorables, pero siempre desde un punto de contención realmente alabable, que impide que el director se recree en exceso y conserve siempre un punto de mesura que mantiene a la película siempre en el buen tono.

Pero es que además de contar con esta gran historia de amistad, el director tuvo el acierto de tener también un grupo reducido, pero genial, de actores. Empezando por Colin Farrell, que está realmente perfecto dando vida a un asesino entre patético, frágil, violento, atormentado o sensible. Tal variedad de estados anímicos resultan completamente naturales gracias a un Farrell excepcional. Su buen trabajo le permitió hacerse con un Globo de Oro. Su compañero de aventuras está encarnado por Brendan Gleeson, otro irlandés como Colin Farrell, y que también hace un trabajo excelente, componiendo un asesino más experimentado y frío, pero también muy humano, compasivo y con gustos refinados. Para completar el excelente trío protagonista tenemos a  Ralph Fiennes, un actor que siempre me sorprende para bien. De nuevo en la piel de un malvado, como en La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993), Fiennes vuelve a bordar el papel, con una interpretación de una intensidad sorprendente.

Además, otro punto a favor de Escondidos en Brujas es que nunca sabemos lo que va a pasar. La historia está tan bien contada y es tan sorprendente que nunca llegamos a anticipar el minuto siguiente. Además, los momentos clave de la película (el intento de suicidio de Ray, su relación con Chloë, la llegada de Harry) están tratados con maestría, de manera que nos asombran y nos convencen a partes iguales, dentro de un perfecto equilibrio entre la sorpresa y la congruencia del relato.

Definitivamente, Escondidos en Brujas es una muy grata novedad dentro del cine actual. Una película honesta, directa, sincera y con unas notas de originalidad y frescura que la convierten en un film más que interesante, que funciona igual de bien como thriller que como drama e incluso, en algunos pasajes, como inteligente comedia negra.

sábado, 16 de noviembre de 2013

La lista (Deception)



Dirección: Marcel Langenegger.
Guión: Mark Bomback.
Música: Ramin Djawadi.
Fotografía: Dante Spinotti.
Reparto: Hugh Jackman, Ewan McGregor, Michelle Williams, Maggie Q, Natasha Henstridge, Lynn Cohen, Malcolm Goodwin, Charlotte Rampling.

Jonathan McQuarry (Ewan McGregor) es un contable con una aburrida y rutinaria vida dedicada por entero a su trabajo de auditor. Un día, sin embargo, conocerá a Wyatt Bose (Hugh Jackman), un alegre y carismático abogado con el que empezará a descubrir algunos de los placeres de la vida que se estaba perdiendo.

Muchas veces, menos es más. La simplicidad, si se juega esta baza con honestidad e inteligencia, a menudo es sinónimo de eficacia. Pero en este caso, parece que se buscó enredar un poco la madeja, buscando quizá añadir atractivo a la película o tal vez creando la apariencia de que había más en ella de lo que realmente tiene.

Para empezar, la película lleva a engaño desde el comienzo mismo, al introducir en la trama la lista del título, un club de sexo formado por adinerados hombres y mujeres en busca de encuentros casuales. Se trata, sin duda, de dar cabida al sexo en la historia, quizá para añadir algo picante y atractivo para el público que tire de la taquilla y también, vista su verdadera utilidad en la historia, lograr estirar el metraje del film. Un aderezo que es totalmente prescindible y que en realidad queda como una especie de pegote un tanto surrealista en la historia central.

¿Y en qué consiste dicha historia?, en verdad, en poca cosa: un timo bastante básico con una hermosa mujer cebo de por medio que podía resolverse en media hora. De ahí que el guión recurra al truco de la dichosa lista; que juegue con nosotros al despiste en muchos momentos; que Marcel Langenegger, que debutaba en la dirección, se recree en parsimoniosas escenas y juegue con la cámara con cierta habilidad; que la fotografía nos ofrezca algunas escenas de una belleza casi poética...en definitiva, que La lista (2008) se envuelva en una lujosa presentación que, no obstante, no llega a ocultar el pobre nudo argumental que intenta sustentar todo el tinglado. Y es que si desnudamos la película de todo lo accesorio nos quedamos con muy poca cosa.

Lo bueno, en este caso, es que la película cuenta con un reparto que funciona de maravilla, lo cuál la salva sin duda del desastre. Hugh Jackman juega a la perfección el juego del engaño y logra resultar absolutamente encantador primero y temible y odioso después. Su trabajo es notable. En cuanto a Ewan McGregor, compone un personaje entre patético y entrañable del que podemos fácilmente apiadarnos. Michelle Williams aporta un rostro precioso, sensualidad y dulzura. En cuanto al resto, mencionar las breves apariciones de Charlotte Rampling y de Natasha Henstridge, meramente de relleno, y que nos demuestran que quién tuvo, retuvo.

Como lógica continuación a una historia tan básica y una intriga un tanto limitada, el desenlace de La lista tampoco logra poner un broche de oro a la historia; es más, siendo absolutamente predecible (ni el intento de engañarnos con la explosión en el apartamento de Jonathan funciona), resulta demasiado evidente y precipitado, a parte de ciertamente tosco, lo que nos deja aún con una peor sensación final. Y es que un buen thriller tiene que basarse en una historia inteligente y con fuerza, y eso es precisamente de lo que carece esta película. De nuevo nos encontramos con un envoltorio atractivo que esconde un mero abalorio de escaso valor. Entretiene pero sin convencer y sin apasionar.

La lista fue un relativo fracaso en los Estados Unidos, lo cuál nos demuestra que a veces no es suficiente con recurrir a la mezcla de sexo e intriga para salir airoso del envite.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Karate Kid II: la historia continúa.



Dirección: John G. Avildsen.
Guión: Robert Mark Kamen.
Música: Bill Conti.
Fotografía: James Crabe.
Reparto: Ralph Macchio, Pat Morita, Yuki Okumoto, Nobu McCarthy, Danny Kamekona, Tamlyn Tomita, Charlie Tanimoto, Pat E. Johnson.

Daniel (Ralph Macchio) decide acompañar a Miyagi (Pat Morita) en su viaje a Okinawa para poder ver de nuevo a su padre antes de que muera. En Okinawa, Miyagi se encontrará con la mujer que amó de joven, pero también con su viejo amigo Sato (Danny Kamekona), con el que se había enemistado al estar ambos enamorados de esa misma mujer y que aún no le ha perdonado.

Partiendo directamente del final de la primera entrega, Karate Kid II: la historia continúa (1986) es un claro intento de aprovechar el éxito de Karate Kid, el momento de la verdad (1984). Para ello, John G. Avildsen vuelve a contar con el mismo equipo (guionista, músico y director de fotografía repiten) y un reparto encabezado de nuevo por los dos protagonistas estrella de la primera: el joven Ralph Macchio y su maestro Pat Morita. Sin embargo, perdida la frescura y la sorpresa de la primera entrega, esta continuación se revela mucho más floja a todos los niveles, dejando una muy pobre impresión.

Para empezar, el guión incide de nuevo en el mismo esquema argumental que había articulado Karate Kid, el momento de la verdad, con un Daniel enfrentado esta vez a Chozen Toguchi (Yuki Okumoto), el sobrino macarra de Sato, que intenta machacarlo, y el viejo maestro amenazado por su antiguo amigo Sato, que ahora solo busca venganza. Y este esquema tan elemental y tan poco original nos es presentado de una manera bastante burda, sin sofisticación alguna ni el menor disimulo. La idea de la venganza, el odio guardado durante décadas, la fanfarronería del joven Chozen... todo tiene un nivel de lo más primario y elemental y, cuando finalmente Chozen demuestre su cobardía y Sato su arrepentimiento, comprendemos claramente que la película está enfoncada a un público adolescente o incluso infatíl, dado lo elemental del planteamiento y de la resolución de unos conflictos tan básicos.

Quizá lo único salvable, y aún así sin poder echar las campanas al vuelo, sea el reparto. Ralph Macchio conserva la frescura de la primera entrega y sigue resultando tierno y creible a la vez. Pat Morita repite papel y de nuevo con solvencia. La protagonista femenina en esta ocasión es Tamlyn Tomita, una hermosa joven japonesa con la que Daniel mantendrá un más que casto romance. Los malos de turno, Danny Kamekona y Yuki Okumoto, están demasiado forzados en sus papeles, seguramente presos de un guión que los retrata con trazos demasiado gruesos y exagerados. Y es que todo en Karate Kid II: la historia continúa resulta demasiado forzado, tosco, infantíl. Es como si un film destinado a un público joven tuviese que evitar las complicaciones para resultar lo más digestivo posible.

En todo caso, la película termina por perder la gracia y la frescura de la primera entrega, quedándose solo en la superficie de los personajes. No hay una intriga sólida, no hay emoción ni sorpresas posibles, pues el desenlace se puede anticipar casi hasta en los mínimos gestos. El duelo final, inevitable, surge de manera muy forzada y demasiado teatral. El desenlace es absolutamente previsible y si bien el director intenta recrear el climax del combate de la primera entrega, aquí todo resulta mucho menos natural y mucho menos poderoso; es una penosa copia del primero que no logra emocionarnos en ningún momento.

Puede que la película llegue a entretener a un público juvenil y no demasiado exigente, pero para el resto de los mortales, mejor pasar de ella.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Serendipity



Dirección: Peter Chelsom.
Guión: Marc Klein.
Música: Alan Silvestri.
Fotografía: John de Borman.
Reparto: John Cusack, Kate Beckinsale, Jeremy Piven, Bridget Moynahan, John Corbett, Molly Shannon, Eugene Levy, David Sparrow, Lucy Gordon, Marcia Bennett.

Durante un día de compras navideñas, Jonathan Tragar (John Cusack) y Sara Thomas (Kate Beckinsale) se conocen casualmente. Inmediatamente se sienten ataídos, pero cada uno tiene pareja, por lo que todo se limita a un encuentro de unas pocas horas. Jonathan, sin embargo, se resiste a despedirse sin más de Sara. Ella le propone que dejen en manos del destino si han de volver a encontrarse algún día.

Parece que en el género de comedias románticas está ya todo inventado. En realidad, el tema se limita al encuentro de la pareja, la separación posterior y el reencuentro final. La novedad residirá, por lo tanto, en cómo se cuente la historia, en la elección de los protagonistas y la inteligencia del guión. Serendipity (2001) busca la baza de la originalidad ya desde el principio, incluso antes, con el mismo título, que viene a querer decir algo así como una serie de coincidencias causadas por el azar.

La idea que planea el film no es nueva ni original, ni tampoco muy de sentido común: dejar que el destino, en forma de un billete de cinco dólares o un libro con un nombre y un teléfono obren el milagro de reunir a dos personas. Las probabilidades reales de que ello suceda son prácticamente nulas. Aún así, Marc Klein apuesta por convencernos de que ello es posible. Es más, de qué va a suceder. Y ello en virtud de no se qué ley no escrita del género que viene a decir que quién no cree realmente en el amor no se tragará el cuento; sólo aquellas personas enamoradas del amor creerán que todo es posible. Y más o menos ésto es lo que sucede: Serendipity es una prueba de fe, una invitación a creer en cuentos de final feliz. Otra cosa es si el intento merece la pena o si la historia tiene lo que hay que tener. Porque soñar nos gusta a todos, y ser felices también, pero no todo vale, claro.

Para empezar, creo que la elección de los protagonistas es bastante acertada. Cusack es un actor que tiene algo especial. Haga el papel que haga, va a resultar convincente. La verdad es que tiene papeles mucho mejores que éste, pero pienso que sale bastante bien del envite. Por su parte, Kate Beckinsale está verdaderamente hermosa y ello es fundamental para que la historia del enamoramiento a primera vista tenga sentido. El problema creo que viene por elegir a la preciosa Bridget Moynahan como novia de Jonathan, hubiera sido más plausible la historia de haber optado por una mujer menos espectacular. El resto de secundarios, especialmente Jeremy Piven, creo que dan la talla sin problemas.

Sin embargo, la película empieza a perder fuelle cuando pretende hacernos reir. Creo que las escenas y los personajes cómicos de Serendipity son lo más flojo de todo el proyecto. Es más, creo que si el guión hubiera prescindido de las forzadas escenas con Eugene Levy (que hace su trabajo con eficacia, es verdad) o la alocada Molly Shannon, personajes que simplemente están puestos ahí para, supuestamente, aportar una buena dosis de humor, el film hubiera ganado muchos enteros. Y es que la supuesta gracia de esas escenas me resultó realmente patética. No entiendo tampoco la necesidad de tener que romper el ritmo con escenas tan poco afortunadas.

Y tampoco resulta del todo convincente la manera en que el guión decide abordar el desenlace. El juego de casualidades, de amagos de encuentro, de viajes en avión..., en definitiva, el intentar alargar el climax, de jugar con nosotros al despieste para que no sepamos cuando va a tener lugar el encuentro, me parece un intento un tanto forzado y no termina de resultar del todo convincente. En realidad, si lo miramos bien, el principal problema de la película es que toda ella no resulta convincente, y puede que sea porque al primer encuentro entre Sara y Jonathan le falte magia, encanto y pasión, lo que finalmente lastra un poco su obsesión posterior por encontrarse después de haber pasado ya demasiado tiempo desde su primer encuentro. Al final, el problema de las casualidades es realmente menor; como decía, contando con la predisposición del público fiel a las comedias románticas, todo es posible. Pero hay que presentar la historia de amor con verdadera convicción, con pasión, con ternura. Y por ahí es por donde falla Serendipity.

Así que podemos concluir que Serendipity, finalmente, funciona solo a medias. Cuenta con dos protagonistas atractivos y solventes, la historia tiene su encanto, la presentación es más que correcta, apoyándose además en una banda sonora muy bonita, pero el fallo estriba en que todo lo que se cuenta se queda en un nivel un tanto frío, sin que los personajes nos lleguen a enamorar especialmente, sin que sintamos que su encuentro fue algo inolvidable. Cuando los elementos están ahí solo se necesita un guión que les de forma y por aquí es por donde el film hace aguas, porque Marc Klein no ha sabido hacer un gran trabajo y solo dibujó una historia a la que le falta vida. El film entreteniene, pero no apasiona.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Enigma



Dirección: Michael Apted.
Guión: Tom Stoppard (Novela: Robert Harris).
Música: John Barry.
Fotografía: Seamus McGarvey.
Reparto: Dougray Scott, Kate Winslet, Saffron Burrows, Jeremy Northam, Corin Redgrave, Tom Hollander, Nikolaj Coster-Waldau, Donald Sumpter, Matthew Macfadyen.

Tom Jericho (Dougray Scott) es un brillante matemático que ayudó a los servicios secretos británicos a descifrar las claves secretas de las comunicaciones nazis. Sin embargo, Tom sufrió una crisis emocional por culpa de Claire (Saffron Burrows), la mujer de la que estaba enamorado, lo que le llevó a pasar una temporada de reposo. Cuando los nazis cambiaron de nuevo sus claves, el servicio secreto recurre de nuevo a él y en ese preciso momento, Claire desaparece.

Vuelta a los films de espionaje, uno de los géneros más interesantes y apasionantes sobre el papel, pero muy complicado de llevar a la pantalla por culpa, principalmente, de la habitual complejidad de las tramas de estas películas, frecuentemente adaptaciones de novelas, como es el caso de Enigma (2001). Y en un libro, el autor puede jugar con mucha más profundidad con los personajes y las historias que el cine. De ahí que en este tipo de películas lo primero que ha de valorarse es contar con un guión lo suficiente bueno para engancharnos al relato, pero a la vez claro y conciso para que el espectador no se pierda en el intento de seguir la intriga. En el caso de esta película, Tom Stoppard nos sirve un guión enrevesado que no hace más que complicarnos la vida y, por ello, limita nuestras posibilidades de disfrutar y vibrar con la historia.

La primera parte de la película es bastante tediosa porque nos encontramos del todo perdidos. Enigma arranca llena de indicios pero sin ninguna certeza. Así que nos pasamos la primera parte del film intentando casar las piezas del puzzle que nos sirve Stoppard. Al fin, cuando empezamos a comprender algo más a los protagonistas, la historia se complica por culpa de mensajes cifrados que no sabemos muy bien qué significan, ni quién los hizo desaparecer, ni porqué Claire los ocultaba en su vivienda. Para colmo, por si el guión no fuera lo bastante enrevesado, el director decide que los protagonistas se cuenten sus secretos en susurros en una iglesia, por ejemplo. Es decir, parece que todo el planteamiento está enfocado a hacernos lo más difícil posible seguir el hilo de la historia.

Es evidente que Michael Apted eligió la opción de mantener el misterio sobre Claire y sobre la historia principal el mayor tiempo posible. Es una opción equivocada, desde mi punto de vista, pues nos mantiene a los espectadores en la ignorancia, perdidos y sin terminar de engancharnos a la historia. Un error monumental que hace que Enigma resulte un tanto confusa y fría. Cuando al final llegan las explicaciones, éstas son tediosas, largas y bastante tardías.

Eso sí, el diseño de producción es impecable, lo que unido a una cuidada fotografía, nos ofrece un film técnicamente muy atractivo. El reparto, sin embargo, no termina de convencerme. Dougray Scott me parece un tanto soso e inexpresivo; es cierto que acaba de salir de una crisis emocional, que está abatido por la ruptura con Claire, pero su mirada cansada y lánguida termina por pasar factura a su personaje. Kate Winslet está como desdibujada, por culpa de una caracterización que pretende presentarla como una mujer poco atractiva, si bien el primer encuadre de su mirada termina por desmontar el intento. En cuanto a Saffron Burrows, lo poco que disfrutamos de ella, está deslumbrante, como una aparición, merced a un vestuario y una fotografía fantásticas. Jeremy Northam cumple con el papel menos agradecido de todos, logrando ser especialmente antipático, lo que sin duda se pretendía.

La película, al final, gana un poco en emoción con el desenlace, si bien aquí tampoco nos libramos de un guión un tanto enrevesado que se dedica a jugar a los engaños para mantener la tensión de un final que, de todos modos, no resulta ni demasiado original ni tampoco está resuelto con brillantez.

Así que podemos concluir que Enigma termina por dejarnos un sabor agridulce en la boca. Tenía todos los elementos para convertirse en un film apasionante, la historia ofrecía mil posibilidades pero al final, desgraciadamente, la película se queda en un lujoso envoltorio que encierra un guión farragoso que desaprovecha el potencial de la historia y nos sirve una trama bastante enmarañada que no llega a emocionarnos realmente.