El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 6 de abril de 2014

La quimera del oro



Dirección: Charles Chapiln.
Guión: Charles Chaplin.
Música: Max Terr en la versión de 1942.
Fotografía: Rollie Totheroh y Jack Wilson (B&W).
Reparto: Charles Chaplin, Mack Swain, Georgia Hale, Tom Murray, Malcom Waite, Henry Bergman, Betty Morrisey.

Un vagabundo (Charles Chaplin), sin hogar ni dinero, llega a Alaska guiado por la fiebre del oro. En medio del desierto nevado, durante una tormenta, buscará refugio en una cabaña, sin saber que está ocupada por el bandido Black Larsen (Tom Murray).

La quimera del oro (1925) surge a raíz de las imágenes que había visto Chaplin sobre las penurias de los buscadores de oro en Alaska y del famoso desastre de la expedición de Donner, donde un grupo de inmigrantes, en su marcha hacia California, tuvieron que terminar comiendo sus mocasines primero y los cadáveres de sus compañeros después al verse aislados por la nieve, a finales del siglo XIX.

A partir de estas premisas, Charles Chaplin crea el guión de la película, donde sabrá compaginar magistralmente el tono de comedia con el trasfondo dramático que subyace bajo los gags geniales que pueblan la cinta. Una de las señas de identidad de Charles Chaplin es el haber sabido conjugar como nadie el cine cómico con los sentimientos más profundos y nobles de su personaje. De ahí la grandeza de su vagabundo, Charlot, que fue el primer ser humano, no una mera caricatura, que apareció en las películas de cine mudo.

La realización del film no fue sencilla, si bien gran parte de las secuencias se filmaron en estudio, aunque en otras el equipo se desplazó a exteriores, como al famoso Chilkoot Pass, contratándose a numerosos extras para recrear el paso de las montañas. Pero fue necesario construir minuciosos decorados, además de los trucos de cámara en la secuencia del pollo o en la de la cabaña al borde del precipicio, con un resultado sobresaliente para los medios de la época.

La quimera del oro vuelve a centrarse en el personaje del vagabundo creado por Chaplin. Esta vez embarcado en la busca de oro; pero sus rasgos de identidad son los de siempre: un hombrecillo pobre, pero de gran corazón. El vagabundo de Chaplin es un canto a los mejores sentimientos, a la honestidad, el amor incondicional, la nobleza, la inocencia incluso, pero también a la picardía para buscarse la vida en medio de las penurias. Un personaje entrañable al que el público amaba irremediablemente.

La quimera del oro es un film bastante sencillo y con un argumento muy básico que no es, decididamente, lo mejor de la película. Sin embargo, en manos del director, la sencilla historia del buscador de oro se llena de momentos irrepetibles y gags legendarios, que han quedado en la historia como momentos únicos. Ineludible mencionar la escena de la bota, con el vagabundo convertido en un chef experimentado; o la secuencia en que Big Jim McKay (Mack Swain), delirando, se imagina que su comapañero es un pollo gigante; o esa otra de la cabaña oscilando al borde del precipicio y, cómo no, el legendario baile de los panecillos... la genialidad aunada a la sencillez en manos de un artista único como Chaplin.

Si el personaje creado por Chaplin es genial, no menos habría que decir de la actuación del propio Charles Chaplin. Su trabajo es asombroso: fresco, intenso, contagioso, tanto en la alegría como en el drama. Chaplin supo expresar como pocos, sin el recurso de la palabra, una gran variedad de sentimientos con una claridad y una eficacia sorprendentes. Le acompañan en el film Mack Swain, un actor de reparto de la Keystone, habitual en otros films del director, Tom Murray y Georgia Hale, actriz que no logró sobrevivir al cine sonoro y cuyo principal trabajo en el cine fue éste. Hale sustituyó a Lita Grey cuando ésta se quedó embarazada y contrajo matrimonio con Charles Chaplin.

Convertida ya en un clásico ineludible, La quimera del oro era una de las películas que más amaba el propio Chaplin. Sin duda es una pequeña obra maestra llena de momentos geniales, gasgs históricos y esa ternura tan genuina con la que Charles Chaplin impregnaba toda su obra.

La quimera del oro recibió dos nominaciones a los Oscar: mejor sonido y mejor banda sonora. La película se estrenó en versión muda, si bien en 1942 se reeditó en una versión sonora, con narración en off del propio Charplin.

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