El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 21 de julio de 2014

Soldados de Salamina



Dirección: David Trueba.
Guión: David Trueba (Novela: Javier Cercas).
Música: Varios.
Fotografía: Javier Aguirresarobe.
Reparto: Ariadna Gil, Ramón Fontserè, Joan Dalmau, María Botto, Diego Luna, Alberto Ferreiro, Luis Cuenca, Vahina Giocante.

Una periodista, escritora frustrada, empieza a recomponer un extraño suceso ocurrido en la Guerra Civil española: el fusilamiento de cincuenta prisioneros del bando nacional, entre los que se encontraba uno de los ideólogos de la Falange: Rafael Sánchez Mazas, que logró huir con vida.

La Guerra Civil es un tema recurrente de la cinematografía española, que a menudo ha acudido a ella en tono de comedia, tal vez en un intento de restañar heridas y de quitar hierro a una de las páginas más negras de nuestra historia. Pero en Soldados de Salamina (2003), David Trueba, que adapta la novela de Javier Cercas, hace una aproximación más dramática que incluso, en algunos pasajes, recuerda más a un documental que a una simple película de ficción. Puede que este tratamiento sea, finalmente, lo más interesante de una película que no consigue evitar caer en ciertos errores de bulto que terminan por pasarle factura.

Es cierto que la película posee una acertada dosis de intriga que engancha a la historia. También es verdad que Trueba logra compaginar con gran acierto imágenes de la guerra con las reconstrucciones históricas, de manera que el viaje al pasado de la protagonista se funde con eficacia con el presente, sin altibajos ni bruquedades. Y, naturalmente, está el tema de la guerra fratricida, tratada con rigor y seriedad, lo que proporciona algunos pasajes notables que nos recuerdan el drama humano de una contienda terrible de la que aún se están pagando las consecuencias en la actualidad.

Sin embargo, Trueba no logra sortear todos los problemas con elegancia y la película tiene algunos detalles que bajan el listón y nos dejan un sabor amargo por lo que podría haber sido Soldados de Salamina y finalmente no es.

Por un lado, y quizá sea la mayor pega que le encuentro a la película, está la relación entre la protagonista, Lola (Ariadna Gil), y Conchi (María Botto). En la novela, el protagonista es un hombre. No cuestiono el cambio de sexo del periodista, es más, la presencia de una mujer llevando a cabo al investigación añade algo de fragilidad e intriga al relato, desde mi punto de vista. Pero el tener que recurrir a una relación lésbica, algo que parece ser una curiosa moda en la ficción nacional, no deja de ser un truco comercial barato que, además, se queda en nada y encima no termina de enganchar del todo con la trama principal. Tenemos la impresión de que no es sino un pegote del que se hubiera podido prescindir perfectamente.

El segundo detalle que no terminó de convencerme es precisamente la actuación de Ariadna Gil. Convertida en el eje de la película y la principal protagonista, su interpretación es seca, aburrida, sin fuerza y hasta sin convicción. Justo al contrario que otros personajes secundarios de la película, que dan un aire de autenticidad a la historia que se pierde con Ariadna. Trueba opta por un rostro hermoso  para añadir cierto atractivo a la película pero, por desgracia, es uno de los puntos más flojos de la película.

El desenlace, con la visita de Lola a Miralles (Joan Dalmau), también es de los detalles que no terminaron de gustarme. Lo encuentro demasiado peliculero, algo forzado y no muy creíble. Entiendo que enfocar la película desde un punto de vista demasiado documentalista no hubiera funcionado tal vez en taquilla, pero esta serie de concesiones terminan por casar mal con el tono general de la película.

Aún así, David Trueba da muestras de su buen gusto y nos regala algunas escenas muy buenas. Lástima que no logre mantener un buen nivel a lo largo de la historia y, sobre todo, que se deje llevar por los recursos fáciles, especialmente la relación amorosa de Lola, que echan por tierra otros logros para dejar al final a Soldados de Salamina como un film interesante pero que no logra hacer realidad todas las posibilidades que encerraba la historia.

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