El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 27 de septiembre de 2014

El paciente inglés



Dirección: Anthony Minghella.
Guión: Anthony Minghella (Novela: Michael Ondaatje).
Música: Gabriel Yared.
Fotografía: John Seale.
Reparto: Ralph Fiennes, Kristin Scott Thomas, Juliette Binoche, Willem Dafoe, Naveen Andrews, Colin Firth, Julian Wadham, Kevin Whately, Clive Merrison.

Un hombre (Ralph Fiennes) es abatido cuando pilotaba un avión en el norte de África, durante la Segunda Guerra Mundial. Gravemente herido, con quemaduras en todo su cuerpo, es enviado a Italia, donde quedará bajo los cuidados de Hana (Juliette Binoche), una enfermera canadiense que poco a poco irá descubriendo su pasado.

Nada menos que nueve Oscars se llevó El paciente inglés (1996), después de haber sido nominada en hasta doce apartados. Un éxito sin duda memorable que le ha reservado un lugar en la historia del cine.

La película es ambiciosa y no lo disimula. Como si ambición y metraje fueran un matrimonio indisoluble, El paciente inglés se extiende nada menos que durante ciento sesenta y dos minutos llenos de una música romántica machacona, una cuidada fotografía de John Seale y una profusión de planos preciosistas del desierto, el sol y la arena. Algunos han encontrado paralelismos entre estas cuidadas imágenes de Anthony Minghella y las grandes y memorables películas de David Lean. Puede que las formas lleguen a parecerse, pero aquí deberíamos detener las comparaciones. David Lean fue único en aunar contenido y continente, un maestro de la narración y la emoción, del buen gusto y la belleza con sentido. Minghella, si bien lo intenta, no pasa, a mi juicio, de ser un modesto aprendiz. Y es que la crítica más notable que le he de hacer a El paciente inglés es que me pareció un espectáculo muy cuidado pero que en ningún instante llegó a emocionarme. Tácheseme de insensible, pero no lo creo que lo sea. Lo que pienso es que al relato le falta vida, profundidad; incluso convicción.

El paciente inglés recupera el cine romántico con mayúsculas. Aquellos dramas terribles, casi tragedias, donde el amor termina siendo una fuerza poderosa que no redime, sino que destruye. A base de constantes flash-backs, algo que a veces no ayuda demasiado al ritmo de la narración, vamos conociendo el pasado de un noble húngaro que se enamorará perdidamente de una mujer inglesa casada. Paralelamente a esta historia, la película no brinda otro romance, menos apasionado, pero también marcado por la guerra. Unas historias especialmente indicadas para románticos empedernidos, dispuestos a sacar el pañuelo para disfrutar con tanto sufrimiento y un destino implacable que se cierne sobre los protagonistas, como si un dios justiciero quisiera castigar su pecado. Suena melodramático, pero al final tampoco lo es tanto, o al menos para mí.

El principal defecto que le encuentro a la cinta es una defectuosa definición de los protagonistas. De Laszlo de Almásy (Fiennes) desconocemos casi todo. Su pasión por Katharine Clifton (Kristin Scott Thomas) es tan fogosa como superficial, al menos a la hora de mostrarnos las motivaciones de los amantes, dibujados como dos alocados adolescentes, presa de la pasión y unos celos un tanto infantiles. Puede que parte de la culpa resida también en unos diálogos un tanto pretenciosos pero que me dejaban permanentemente una sensación de pobreza, de no estar todo lo bien construidos que deberían. No es que las formas se coman al contenido, algo que a veces suele pasar en este tipo de apuestas; pero para mí es evidente que las ambiciones del proyecto no lograron plasmarse en un producto de la calidad que parecían anunciar sus nueve estatuillas.

Lo mejor, con gran diferencia, es el reparto. Ralph Fiennes me parece un actor enorme y más allá de lo aparatoso e impresionante maquillaje que luce, su talento se impone en cada uno de los planos. Juliette Binoche está también perfecta, aportando talento y sensibilidad a su personaje. Y Kristin Scott Thomas nunca ha estado más hermosa que en esta película.

No se trata de ser crítico por serlo, de parecer snob frente a tantas críticas elogiosas que ha recibido la película. Sencillamente es que no me ha emocionado, y creo que es lo peor que se puede decir de esta historia. Tampoco es que tenga minutos de más, pienso que el argumento es interesante y la intriga inicial sobre el personaje de Laszlo mantienen ciertamente el interés; pero en lo fundamental, El paciente inglés se queda en un encomiable intento, pero sin cuajar en la obra maestra que prometía.

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