El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 31 de mayo de 2014

El cuarto mandamiento



Dirección: Orson Welles.
Guión: Orson Welles (Novela: Booth Tarkington).
Música: Bernard Herrmann.
Fotografía: Stanley Cortez (B&W).
Reparto: Joseph Cotten, Dolores Costello, Tim Holt, Agnes Moorehead, Anne Baxter, Richard Bennett, Ray Collins.

A finales del siglo XIX, los Amberson son la familia más rica de Indianápolis y su casa la más grande de la ciudad. En ella vive la hermosa Isabel Amberson (Dolores Costello), pretendida por un alocado joven, Eugene Morgan (Joseph Cotten), quién, por una torpeza, se verá rechazado por ella. Muchos años después, Eugene es un próspero hombre de negocios viudo y regresa a la ciudad, volviendo a visitar a Isabel, a la que nunca dejó de querer.

El cuarto mandamiento (1942) es la segunda película de Orson Welles para la RKO, tras la genial Cuidadano Kane (1941), fruto de aquel famoso acuerdo sin precedentes por el que un novato como él iba a tener libertad absoluta de creación. De nuevo, Welles demostrará a todos su innegable talento y también la absoluta incompatibilidad de ese talento con las normas y costumbres de la industria del cine, más fiel a los dólares que a la creatividad.

El cuarto mandamiento tiene, parece ser, bastantes notas autobiográficas, si bien Welles decidió no actuar en la película, dejando a un actor no muy conocido el papel de George, que nos recuerda al propio Welles en cuanto a genio, arrogancia e incluso nombre, pues Orson Welles también se llamaba George. Asímismo, el padre de Orson Welles fue inventor, como Eugene Morgan, y los padres del director conocieron personalmente a Booth Tarkington, el autor del best seller en que se basa la película. Se trata, por lo tanto, de un proyecto bastante personal de Welles que, desgraciadamente, como veremos, no tuvo el final esperado.

Anécdotas aparte, la película es un acertado retrato del final de una época, representado por el declive progresivo de la familia Amberson, incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos, lo que ejemplifica perfectamente la actitud de George, negándose a trabajar en cualquier cosa, por considerarlo inaceptable a su clase y posición; mientras, en contraposición, el auge del automóvil representa la llegada de un nuevo orden social que transformará por completo usos, costumbres y hasta maneras de pensar.

Orson Welles dibuja con precisión a una familia orgullosa y elitista, aislada en una burbuja irreal, apegada a unos usos que se han vuelto caducos, y cuya descendencia ha heredado lo peor de su soberbia. Los Amberson cavan su propia tumba sin saberlo, como hace la bella Isabel, que arruina su vida rechazando a su gran amor por un absurdo sentido del honor y el ridículo.

Con una fotografía en blanco y negro muy expresiva, Welles crea un mundo opresivo y oscuro, ejemplificado en el interior de la mansión de los Amberson, al que contrapone unos exteriores luminosos y alegres, un mundo que no les pertenece y dónde no pueden vivir.

Las relaciones familiares, las tensiones sociales, el qué dirán, todo está reflejado con meticulosidad y precisión por un guión sin fisuras y en el que notamos el talento en los diálogos y un trasfondo en las relaciones de los protagonistas que se insinúa constantemente, con elegancia e inteligencia.

Pero quizá la fuerza de El cuarto mandamiento resida en su apariencia formal. Y es que, como ya había demostrado en Ciudadano Kane y confirmará posteriormente Welles, el director cuidará especialmente sus puestas en escena, algo que le viene ya de sus primeros años en el mundo del teatro. Welles es un ferviente defensor de la artificiosidad en la puesta en escena, del virtuosismo, la invención y lo barroco. Todo ello está aquí: en los planos forzados; en la profundidad de campo; en la cámara, bien en movimiento bien estática, pero siempre muy expresiva; en el juego de luces y sombras; en la arquitectura de la casa... El cuarto mandamiento es un espectáculo visual único y fascinante, hipnotizador incluso, como en la fabulosa escena del baile, con los personajes pasando ante la cámara en una coreografía perfecta donde se mezclan conversaciones, personajes, gestos y miradas. Sin duda, todo el talento de Orson Welles al servicio de una idea.

Para el reparto, Welles echó mano de los actores del Mercury Theatre, la compañía que él mismo había creado junto con John Houseman, y donde trabajaba su amigo Joseph Cotten o Agnes Moorehead, realmente impresionante en su papel de solterona atormentada que se debate entre lo correcto y sus celos hacia Isabel. Pero el resto de actores también realizan un gran trabajo, desde el joven Tim Holt (George), pasando por Anne Baxter, y rematando con Ray Collins.

La película tenía una duración excesiva para los gustos de la RKO, además de no gustar demasiado en el preestreno anterior a su comercialización. Por ello y aprovechando la ausencia de Orson Welles, que trabaja en un documental en Brasil, la productora encargó a Robert Wise un nuevo montaje, descartando rollos enteros de lo filmado por Welles, lo que se nota en algunos detalles de la narración, y encargándole un final feliz, del que renegó Orson Welles, que parece no casar del todo con el tono anterior de la historia. A pesar de estas mutilaciones y cambios, la película sigue siendo una gran obra de arte, ejemplo del talento peculiar y el genio de un hombre al que su grandeza no le permitió triunfar en el mundo mercantilista de Hollywood.

jueves, 22 de mayo de 2014

¡Hatari!



Dirección: Howard Hawks.
Guión: Leigh Brackett.
Música: Henry Mancini.
Fotografía: Russell Harlan.
Reparto: John Wayne, Hardy Krüger, Elsa Martinelli, Red Buttons, Bruce Cabot, Gérard Blain, Michèle Girardon, Valentin de Vargas.

Sean Mercer (John Wayne) y su equipo se dedican a cazar animales salvajes en las llanuras de Tanganica para venderlos a los zoos de todo el mundo.

¡Hatari! (1962) pasará a la historia del cine como uno de los mejores films, sino el mejor, sobre safaris en África. Cuando uno ve la película tiene la impresión que tanto la planificación como el rodaje de la misma debió ser toda una aventura en sí misma, a parte de una gran diversión para el equipo. Y es que ¡Hatari! desprende alegría de vivir.

Lo primero que habría que destacar es el realismo con el que Hawks filma las abundantes escenas de caza que pueblan el film. Uno no puede dejar de maravillarse de la proximidad de la cámara y el peligro evidente que se respira al ver la persecución del rinoceronte, por ejemplo. Hawks recurre, es cierto, a algunos trucos, como el uso de transparencias, pero el tono general de esas escenas se aproxima mucho al de un documental.

Si el tema de la caza de animales está omnipresente en ¡Hatari!, ello parece ser, además de una afición personal del director, la excusa perfecta para presentarnos el meollo de la cuestión: las relaciones de camaradería de un grupo de hombres unidos por una profesión de riesgo y donde la honestidad, la amistad y el respeto rigen sus relaciones. Un tema recurrente en la filmografía de Howard Hawks, así como la perturbadora presencia femenina que viene a crear una tensión y un punto de vista diferente entre las relaciones masculinas.

El tercer elemento del cóctel es el humor. Hawks, para que no quede ninguna duda de lo bien que se lo debió pasar, le da un constante tono de comedia al film, ya sea por el carácter de los personajes, especialmente Pockets (Red Buttons), o la participación de los animales, en especial las crías de elefante que cuida "Dallas" (Elsa Martinelli). Ahora bien, si las escenas de acción aún conservan la frescura y el tono verídico de un documental, la comedia se ha visto un poco afectada por el paso de los años. Algunos personajes o situaciones resultan demasiado ingenuos y ciertos chistes ya no provocan demasiada gracia. Eso sí, la escena final sigue siendo una delicia.

En cuanto al reparto, John Wayne, como no podía ser de otra manera, es la figura central, con ese porte monolítico, aunque el peso de la edad comenzaba a notarse, en especial al intentar pretender convencernos el guión de que la bella Elsa Martinelli, veintiocho años más joven, se iba a enamorar de inmediato de él. Es un detalle que chirría un poco y exige de nosotros un pequeño esfuerzo de credulidad. Wayne realiza, no obstante, un muy buen trabajo, lo mismo que Elsa Martinelli, plena de encanto y frescura. Red Buttons, sin embargo, me pareció demasiado exagerado, con un papel además que no ayuda demasiado, pues es el bufón del grupo y a veces roza el ridículo, con lo que el enamoramiento de Brandy (Michèle Girardon) por él tampoco termina de resultar demasiado convincente. Aunque, bien mirado, no es precisamente un film que pretenda centrarse en el romanticismo de la historia, sino que más bien éste es un elemento decorativo más, al servicio de la aventura y buen humor de la película.

No debemos olvidarnos tampoco de la partitura de Henry Mancini, con uno de sus temas más famosos.

En conclusión, ¡Hatari! es una película original, diferente. Parece más un film para disfrute íntimo del equipo de rodaje. Puede que sea un poco largo de más, aunque el ritmo es bastante ágil, lo que hace que la película no se haga demasiado pesada. Para disfrutar en familia.

domingo, 11 de mayo de 2014

Doble traición


Dirección: Bruce Beresford.
Guión: David Weisberg y Douglas S. Cook.
Música: Normand Corbeil.
Fotografía: Peter James.
Reparto: Ashley Judd, Tommy Lee Jones, Bruce Greenwood, Annabeth Gish, Spencer Treat Clark, Roma Maffia, Davenia McFadden, John Maclaren, Benjamin Weir, Jay Brazeau.

Durante una travesía en un velero, Libby Parsons (Ashley Judd) despierta por la noche descubriendo que su esposo Nick (Bruce Greenwood) ha desaparecido, dejando un rastro de sangre por el barco. Ante su sorpresa, Libby será acusada de haberlo asesinado.

Cuando algo nace torcido es casi imposible enderezarlo, y esto es lo que parece que sucede en el caso de Doble traición (1999), un thriller que se parece demasiado a un vulgar telefilm y hasta cuyo título es del todo desafortunado, matando la sorpresa argumental en que se basa la supuesta intriga de un plumazo.

Para empezar, la historia de Doble traición es tan absurda como increíble y por ahí es por donde empezamos a darnos cuenta de que estamos ante un film desangelado, absurdo y un tanto idiota que pretende engancharnos con una intriga tan inverosímil como predecible.

Con este punto de partida es fácil adivinar que nos espera una película bastante floja, con un desarrollo rutinario y sin demasiado interés. Desde el comienzo sabemos que la inocente Libby va a terminar resolviendo el equívoco y rehaciendo su vida, de eso nadie tiene dudas, así que solo nos queda intentar disfrutar de una parte central de la historia, bastante anodina y sin demasiado nervio, y de un final del que conocemos el desenlace de antemano, por lo que tan solo nos queda intentar descubrir si los guionistas se estrujaron un poco las neuronas para no caer en un final vulgar y ramplón. Y en efecto, no se estrujaron el cerebro, como era de esperar, con lo que desenlace no desentona para nada con este argumento tan pobre, dejándonos la convicción de que un adolescente hubiera tenido incluso más ingenio que los dos figuras que firman el guión.

Es tan pobre todo el tinglado que se cae en verdaderas tonterías, como que el marido encierre viva a su mujer en un ataúd cuando le hubiera costado mucho menos matarla y asunto resuelto. Aunque eso hubiera dejado el film sin la posibilidad de ese final tan logrado (sarcasmo).

Ashley Judd es el bonito rostro que se eligió para darle cierto encanto y atractivo a la historia. La verdad es que ella hace lo que puede, pero sigo pensando que a esta actriz le falta sangre en las venas. Eso sí, compone una madre muy angelical y conmovedora, y parece que es lo único en lo que pensaban los guionistas: provocar que saquemos el pañuelo unas cuantas veces. Tommy Lee Jones aporta un plus al film, es cierto, pero ni siquiera su presencia es capaz de despistarnos y hacernos olvidar que estamos ante una película mala de solemnidad. Completa la terna de protagonistas Bruce Greenwood, un malo tan de libro que en cuanto lo vemos sabemos que no es trigo limpio.

Bruce Beresford, Paseando a Miss Daisy (1989), no es capaz tampoco de darle brillo a la película. Su dirección es muy convencional y sin nada realmente destacable. Un trabajo el suyo bastante rutinario y que nos deja un film bastante plano, acorde con la historia que relata.

En definitiva, una película aburrida, predecible, idiota y sin alma. De esas producciones del montón que uno no termina de poder justificar ni entender. Totalmente insulsa.


viernes, 9 de mayo de 2014

Cimarrón


Dirección: Anthony Mann.
Guión: Arnold Schulman (Novela: Edna Ferber).
Música: Franz Waxman.
Fotografía: Robert Surtees.
Reparto: Glenn Ford, Maria Schell, Anne Baxter, Arthur O'Connell, Russ Tamblyn, Mercedes McCambridge, David Opatoshu, Vic Morrow, Robert Keith, Charles McGraw, Harry Morgan

Sabra (Maria Schell), una joven de buena familia, acaba de casarse con Yancey Cravat (Glenn Ford), un aventurero siempre dispuesto a embarcarse en cualquier proyecto. En este caso, Yancey va camino de Oklahoma, un territorio virgen en el que el gobierno, para colonizarlo, ha decidido regalar tierras a todos aquellos que decidan instalarse en ese lugar.

Segunda adaptación de la novela de Edna Ferber, tras la lejana versión de Wesley Ruggles de 1931, Cimarrón (1960) es un western ambicioso, una de esas películas que abarcan toda una vida y muestran un pedazo de historia. En este caso, Mann nos cuenta la vida de un pionero, un hombre aventurero, honesto y valiente que ayudará al nacimiento del estado de Oklahoma: Yancey Cravat.

En general, suelo mirar concierto recelo este tipo de proyectos. Querer abarcar mucho en el cine no siempre da los resultados esperados. Hace falta mucho talento para lograr que una historia de este tipo cuaje. Normalmente, estamos acostumbrados a argumentos contenidos, con una clara delimitación temporal, un conflicto concreto y unos personajes definidos. Pero cuando se abordan historias como la presente, todo resulta más complicado: los personajes cambian demasiado a lo largo del film; aparecen demasiados puntos de interés y no siempre todos son abordados con la intensidad requerida; el hilo conductor puede no tener la misma fuerza siempre... y todo ello sucede con Cimarrón, que tiene un muy buen nivel en su primera parte, con la colonización de Oklahoma, pero que va perdiendo fuerza a medida que el relato comienza a dar saltos en el tiempo. Pero hay otros defectos más, desde mi punto de vista, que el paso del tiempo no ha hecho sino agrandar.

En primer lugar, la película es demasiado moralista desde el primer minuto. El personaje de Glenn Ford es un dechado de virtudes, el hombre perfecto, el pionero valiente, cargado de altísimos principios, intachable... es tan perfecto que corre el riesgo de no caernos bien. Hasta sus defectos son presentados, en cierto modo, como virtudes. Y este retrato tan simplista se repite en su mujer, presentada como alguien incapaz de comprender a su marido y, sin embargo, el matrimonio no dejará de profesarse un amor tan incondicional, a pesar del abismo que los separa, que no termina de resultar convincente.

A esto hemos de añadir un tono sensiblero un tanto pasado de rosca; además en muchos momentos el tono de algunas escenas resulta demasiado teatral y melodramático. Es evidente que las ganas de crear un film grandioso han podido frente a la contención. No sé si en 1960 este tono resultaba conmovedor, pero vista hoy en día, Cimarrón me pareció una película un poco cargante y pretenciosa y que no logra en ningún momento alcanzar esa excelencia o esa épica de otras producciones similares, acordándome en estos momentos de Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, George Cukor, Sam Wood, 1939), también excesiva y melodramática, pero con una fuerza y un encanto que no aparecen aquí por ningún lado.

Glenn Ford, sin ser un actor especialmente carismático, es lo mejor del reparto, sin duda. Maria Schell cumple con su papel, si bien no resulta del todo creíble cuando la caracterizan de anciana. En cuanto a Anne Baxter, su personaje se pierde un poco en medio de este guión ambicioso, teniendo al final mucho menos protagonismo del esperado; en todo caso, ella realiza un buen trabajo. El resto de actores cumplen también con solvencia. Sin ser una película en la que el elenco llegue a brillar especialmente, sí que es verdad que no se puede reprochar nada a los actores salvo, en algunos casos, que adopten ese tono teatral que parece imperar en casi toda la historia.

Anthony Mann no filma aquí su mejor trabajo, aunque sigue siendo evidente su gusto por el espectáculo y no cabe duda que Cimarrón tiene algunos momentos muy logrados, como la escena de la carrera por las tierras de Oklahoma, sin duda de lo mejor de la película, además de mantener siempre un ritmo perfecto que consigue que la película, a pesar de su duración, no se haga pesada en ningún instante.

Cimarrón es uno de los últimos grandes westerns de la época clásica. Con la década de los sesenta, el género entraría en un declive del que aún no se ha recuperado. Sin llegar a ser un western redondo, se deja ver como un agradable espectáculo y ejemplo de un estilo caducado pero con cierto encanto aún.

viernes, 2 de mayo de 2014

A través del espejo



Dirección: Robert Siodmak.
Guión: Nunnally Johnson (Historia: Vladimir Pozner).
Música: Dimitri Tiomkin
Fotografía: Milton Krasner (B&W).
Reparto: Olivia de Havilland, Lew Ayres, Thomas Mitchell, Richard Long, Charles Evans, Gary Owens.

Cuando un médico aparece asesinado en su apartamento, el teniente de policía Stevenson (Thomas Mitchell) sospecha de inmediato de una joven que fue vista saliendo del piso a la hora del crimen. Sin embargo, cuando entrevista a la joven (Olivia de Havilland), descubre que ésta tiene una sólida coartada.

Dentro de la variedad de argumentos que nutrieron el cine negro americano, el tema psicológico dio lugar a interesantes films, entre los que tenemos que encuadrar a A través del espejo (1946), a pesar que el paso de los años se deje notar con cierto peso en la historia, que puede parecer un tanto inocente hoy en día.

La base de la historia es la de dos gemelas idénticas, una de las cuáles, Terry, sufre un transtorno mental que ni su propia hermana Ruth conoce, basado en la envidia que siente hacia ésta última. Si bien el planteamiento es correcto, el argumento resulta un tanto previsible, además de contar con algún detalle que no parece demasiado verosímil. El cine, desde 1946 hasta hoy, ha dejado ya demasiados films con un argumento parecido, con lo que la sorpresa o novedad que pudo suponer la historia en su día hoy lo ha perdido.

Sin embargo, lo que nos queda es un buen desarrollo, típico de aquella época, en el que prima más el ambiente, la fotografía y los diálogos que los detalles truculentos, algo en lo que evidentemente hemos salido perdiendo los espectadores actuales, expuestos a los detalles macabros y un estilo mucho más expresivo que la elegancia y cuidado que solían tener los films del período clásico.

A través del espejo destaca, sin duda, por el elaborado guión, donde se van despejando las incógnitas progresivamente hasta el desenlace final, brillantemente resuelto, con elegancia y claridad. Los diálogos son también otro punto fuerte, con un nivel bastante superior a lo que estamos habituados.

En cuanto al reparto, excelente Olivia de Havilland, con uno de esos trabajos que llaman la atención, al tener que dar vida a dos gemelas de temperamento opuesto. Su labor, elegante y muy convincente, es de lo mejor de la película. Lew Ayres, un actor no demasiado conocido, cumple con sobriedad y llama la atención ver a Thomas Mitchell en la piel de un detective de policía.

A través del espejo es un film curioso que, sin embargo, está lejos de resultar tan impactante y original como se supone que lo fue en su momento. Nos queda disfrutar de su elegante puesta en escena y su estilo clásico. Buenos diálogos, buenas interpretaciones, una dirección correcta y un argumento con cierta intriga siguen justificando que pasemos un rato delante del televisor disfrutando de un thriller de los de antes.