El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 14 de agosto de 2015

El valle de la violencia




Dirección: Andrew V. McLaglen.
Guión: James Lee Barrett.
Música: Frank Skinner.
Fotografía: William Clothier.
Reparto: James Stewart, Doug McClure, Glenn Corbett, Patrick Wayne, Katharine Ross, Rosemary Forsyth, Phillip Alford, Paul Fix, James Best, George Kennedy.

Charlie Anderson (James Stewart) es un granjero virginiano, viudo y padre de siete hijos, que ha decidido mantenerse al margen de la Guerra de Secesión. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, será inevitable que se vea involucrado en ella cuando los yankies tomen como prisionero a su hijo más pequeño.

Western tardío, El valle de la violencia (1965) es un digno film de Andrew V. McLaglen, un director correcto y modesto especializado es westerns.

La película se inscribe dentro de la línea de westerns pacifistas, cuyo mejor exponente sería La gran prueba (William Wyler, 1956); si bien en este caso no se trata de un problema de convicciones religiosas, como era el caso de Gary Cooper en el film del Wyler, sino que Charlie Anderson se mantiene al margen de la la guerra porque siente que no le debe nada a nadie: todo lo que tiene se lo ha ganado con su trabajo, sin pedir ni recibir ayuda de nadie. En todo caso, de nuevo lo que se plantea es si es razonable que un individuo reclame su derecho a oponerse a lo que podría considerarse un deber, como es luchar por su país o por su estado. La película no resuelve el dilema, si bien parece decantarse por la necesidad de apoyar a la comunidad, en contra de los deseos de independencia extrema de Anderson. Sin embargo, al mismo tiempo, El valle de la violencia es claramente un film pacifista, mostrando los sinsentidos, la crueldad y el dolor que inevitablemente conllevan las guerras. McLaglen no duda, llegado el momento, en cargar las tintas del lado del sentimentalismo para reforzar su mensaje.

El valle de la violencia no puede evitar ser hija se época, lo que lleva a que algunos pasajes y ciertos diálogos denoten el paso de los años, con un evidente cambio en la mentalidad. A pesar de ello, la película posee buenas cualidades que la hacen merecedora de nuestro aplauso. Por una parte, el guión es bastante sólido y coherente con lo que nos quiere trasmitir. No cae en patriotismos baratos ni arengas, manteniendo en todo momento una línea clara pero exenta de adoctrinamientos simplistas.

Quizá donde se le pueda hacer algún reproche más serio es en el gusto, a veces algo forzado, por cierto sentimentalismo algo blandengue que recorre la película de principio a fin. Para algunos quizá aporte un plus de dramatismo, necesario y conveniente; pero seguramente muchos lo consideren algo exagerado. Será cuestión de gustos.

Además, el director se decanta por una narración concisa y ágil que logra mantener un ritmo interesante donde no hay tiempos muertos, lo que hace que la película se disfrute de un tirón, pareciendo siempre más breve de lo que en realidad es. McLaglen sabe jugar con los tiempos y utiliza con acierto algunos toques de comedia que aligeran el relato, si bien termina imponiéndose el tono dramático conforme entramos en acción. El principal acierto del director estriba en no perderse en nimiedades y, al mismo tiempo, ofrecer un retrato conciso pero preciso de los principales protagonistas, siendo el eje central la figura del patriarca encarnado por el excelente James Stewart. El actor, ya en la recta final de su carrera, tiene aquí un papel perfecto para su edad y nos demuestra de nuevo su talento exento de artificio. A su lado, un plantel de secundarios no de primera fila pero que en general cumplen con solvencia.

Seguramente, para muchos aficionados al género, El valle de la violencia sea un western algo menor, tardío y un tanto descafeinado. Es cierto que se aproxima más a un serie B que a uno de los clásicos de los años cuarenta. Pero aún así, dentro de su modestia, me parece un film honesto, bien realizado y con un mensaje interesante, amén de algunos momentos bastante logrados. Estamos ante un western menor pero muy digno.

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