El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 4 de febrero de 2016

Llamada a un reportero



Dirección: Phillip Borsos.
Guión: Leon Piedmont (Novela: John Katzenbach).
Música: Lalo Schifrin.
Fotografía: Frank Tidy.
Reparto: Kurt Russell, Mariel Hemingway, Andy García, Joe Pantoliano, Richard Jordan, Richard Masur, Richard Bradford.

Malcolm Anderson (Kurt Russell) es un periodista de sucesos de un periódico de Miami cansado ya de hacer siempre el mismo trabajo, por lo que ha decidido cambiar de ciudad y de periódico. Sin embargo, cuando ya ha tomado la decisión, un psicópata que acaba de matar a una joven, contacta con él para que informe sobre sus futuros asesinatos.

Llamada a un reportero (1985) es un thriller realmente pobre al que el paso del tiempo le hizo un flaco favor. Pero, sinceramente, incluso visto en su día se trata de una película totalmente prescindible. Se acerca más a un vulgar film de serie B que a otra cosa.

El principal problema de la película es que el guión es malo de solemnidad. Para empezar, el argumento no se molesta en absoluto en adentrarse en la personalidad de los protagonistas. La relación de Malcolm con su novia (Mariel Hemingway) está tratada con una simplicidad absoluta, de manera que el distanciamiento entre ambos por culpa de la implicación de Malcolm con el psicópata está planteada tan burdamente que ni es creíble ni entendible. Tampoco en la figura del asesino se profundiza lo más mínimo: ni sabemos por qué mata ni de donde provienen sus traumas. Incluso las tensiones del periodista y los policías encargados del caso resultan, de tan esquemáticas y burdas, del todo artificiales.

Para el guionista, todo eso está de más. Lo único que parece preocuparle a Leon Piedmont es jugar al típico juego de engaños, amagos de amenazas e insinuaciones; pero tan forzadas, tan cogidas con alfileres, tan poco imaginativas que nunca llegan de verdad a sorprendernos. Sabemos de antemano que esa sombra, que esa música misteriosa no esconden más que un truco, que además repite varias veces como única manera de intentar crear algo de emoción a una historia tan predecible y tan vulgarmente presentada que no hace más que languidecer miserablemente.

Pero si la intriga es poco menos que nula, el colmo de los despropósitos llega con un desenlace, que acumula tópicos y torpezas a partes iguales: la escena en los pantanos es patética, no solo por lo mal que está filmada, sino que resulta hasta chapucera. Y el engaño se descubre desde el primer momento.   Por si ello no fuera suficiente, la última secuencia, en casa de Anderson, es el triste broche final a una acumulación de mediocridad que tiene su máxima expresión aquí, con unos diálogos estúpidos y una lucha burda rematada tan torpemente que resulta sonrojante. Desde luego, Phillip Borsos demuestra con esta película su mínimo talento como director. Si el guión es bastante pobre, su trabajo tras la cámara termina de arruinar las pocas posibilidades de la película.

En medio de este desaguisado, el reparto tampoco está para sacar pecho. Kurt Russell hace lo que puede, pero dentro de este engendro no es que salga muy bien parado. Mariel Hemingway nunca destacó como actriz y aquí confirma su poca expresividad. Andy García, en unos de sus primeros papeles, cumple con cierta solvencia y Richard Jordan da vida con cierta aparatosidad al demente de turno.

Un film malo de solemnidad. No se salva nada en absoluto.


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