El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 19 de junio de 2016

Muerte entre las flores



Dirección: Joel Coen.
Guión: Joel Coen, Ethan Coen (Novelas: Dashiell Hammett).
Música: Carter Burwell.
Fotografía: Barry Sonnenfeld.
Reparto: Gabriel Byrne, Marcia Gay Harden, Albert Finney, Jon Polito, J. E. Freeman, John Turturro, Steve Buscemi, Mike Starr, Richard Woods, Al Mancini, Sam Raimi, Frances McDormand.

Tom Reagan (Gabriel Byrne) es el fiel lugarteniente de Leo (Albert Finney), un gángster que domina la ciudad. El problema surge cuando Tom se enamora de Verna (Marcia Gay Harden), que resulta ser la novia de Leo y a quién éste quiere pedir en matrimonio. Cuando Tom le confiesa a Leo su relación con Verna, éste lo expulsa de su lado.

Tercer largometraje de los Coen, para el que se basan en un par de novelas de Dashiell Hammett que adaptan con bastante libertad. Muerte entre las flores (1990) viene a ser la peculiar visión del mundo del hampa bajo la original mirada de los Coen.

En líneas generales, se trata de un film bastante logrado en cada uno de sus apartados. Quizá la mejor nota se la pondría a la fotografía así como a la puesta en escena, lo mismo que a la recreación de los años veinte, perfectamente conseguida en cuanto a decorados, vestimenta y cualquier pequeño detalle que pueda imaginarse. Otro acierto son los diálogos, con un nivel bastante superior al que nos ofrece el cine contemporáneo. Técnicamente, por lo tanto, me parece un film que roza la perfección.

Sin embargo, frente a los que derrochan alabanzas hacia esta película, fieles seguidores del cine de los Coen, que tienen la virtud innegable de crear toda una legión de fans con sus películas, he de reconocer que Muerte entre las flores no terminó de engancharme a su historia como hubiera deseado.

Puede que parte de la culpa resida en ese tono casi de parodia que rodea a los personajes, en especial a Johnny Caspar (Jon Polito), que en algunos momentos me parecía casi una caricatura, lo que restaba credibilidad y hasta fuerza a su personaje. Me resultaba casi cómico, con lo que me era imposible tomarlo en serio. Por otra parte, la acción transcurre circunscrita a unos pocos personajes y aún menos escenarios, produciéndome la impresión de una historia pequeña, casi infantil por momentos. Jamás me dio la impresión de estar frente a peligrosos gángsters en una dura batalla por el poder, sino frente a un asunto casi familiar.

El argumento es interesante, en efecto, y a pesar de algunos pasajes un tanto enrevesados, creo que está explicado de una manera bastante clara. Sin embargo, la suerte que acompaña al protagonista, a veces apoyada en curiosas casualidades, también termina por estar dramatismo a su situación. De alguna manera, intuía que siempre iba a salir bien librado de todos sus problemas, con lo que me faltó esa dosis de peligro que hubiera añadido emoción y dramatismo a su situación.

En cuanto al reparto, tenemos de nuevo a los actores que pueblan el cine de los Coen, destacando especialmente John Turturro, sin duda un actor que me resulta especialmente interesante; lástima que su papel sea un tanto limitado. Gabriel Byrne, sin hacer un mal trabajo, no terminó de convencerme, tal vez porque su personaje estaba dibujado con bastante indefinición, a lo que su aspecto un tanto apático tampoco ayudaba a darle más entidad. A Marcia Gay Harden me costó un poco verla como la típica mujer fatal de este tipo de películas, lo mismo que Albert Finney no terminaba de convencerme como jefe mafioso. Tal vez no se trate tanto de la elección de los actores como de un dibujo de los personajes un tanto extraño, sin acabar de profundizar en ellos del todo, quedándose más su retrato en rasgos más o menos decorativos.

Sin ser una mala película, he de reconocer que nunca he conseguido meterme de lleno en la trama, con lo que disfruté de Muerte entre las flores con cierto distanciamiento, algo que a veces me pasa con el peculiar enfoque que los Coen dan a sus historias.

sábado, 18 de junio de 2016

Carta de una desconocida



Dirección: Max Ophüls.
Guión: Howard Koch (Relato: Stefan Zweig).
Música: Daniele Amfitheatrof.
Fotografía: Franz Planer.
Reparto: Joan Fontaine, Louis Jourdan, Mady Christians, Marcel Journey, Art Smith, Carol Yorke.

Lisa Berndle (Joan Fontaine) es todavía una adolescente cuando un joven pianista, Stefan Brand (Louis Jourdan), se muda a su mismo inmueble. Fascinada por su música, Lisa se enamorará perdidamente de Stefan cuando finalmente lo conoce.

Estamos ante uno de esos dramas románticos imperecederos que nos deja un tremendo poso de tristeza por el fatal desenlace de una historia marcada desde el comienzo por la tragedia. Y es que el relato, narrado en un largo flash-back, ya nos avisa, al comienzo de la película, que cuando Stefan lea la carta de Lisa, ella puede ya estar muerta.

La historia es sencilla: Lisa se enamora perdidamente de su vecino siendo aún una chiquilla. Pero lo que podría ser un amor pasajero e infantil, se convierte en un amor eterno y absoluto que ella alimenta sin descanso. Cuando al fin Lisa alcance la mayoría de edad, volverá en busca de Stefan y vivirá con él un corto pero intenso romance, fruto del cuál ella dará a luz a un hijo de ambos. Pero el pianista, alocado y mujeriego, desaparecerá de la vida de Lisa sin saber siquiera que está embarazada. Solo mucho tiempo después volverán a coincidir, pero él no recuerda quien es esa mujer que le resulta tan familiar como atractiva. La muerte de ella y un duelo del que sabemos que Stefan no saldrá bien parado pondrá el punto y final a un drama colosal.

Hay que destacar, naturalmente, la elegante y cuidada puesta en escena de Max Ophüls, un director especializado en este tipo de temática y caracterizado por su cuidada ambientación y un gusto exquisito por el detalle. El director crea un universo elegante y sofisticado donde nada se deja al azar. Maneja además con gran cuidado tanto los movimientos de la cámara como los encuadres y el ritmo de la película, recreándose especialmente en el idilio de los protagonistas, donde nos ofrece los mejores momentos de la película.

Sin embargo, parece evidente que el paso del tiempo ha dejado algunas huellas en el argumento. Visto con cierta frialdad, el enamoramiento de Lisa no parece del todo justificado y hasta podría parecer, en algún momento, un comportamiento un tanto obsesivo. Algo que podría justificarse por el tono abiertamente trágico de la historia, más cercana a una visión de un romanticismo desatado que a una historia de tintes más reales. Y es que todo en la película parece marcado por un signo trágico que los protagonistas no parecen poder controlar.

Resulta interesante también la economía de medios y tiempo que emplea el director para retratar a los personajes principales. Hay muchos detalles que no quedan del todo explicados, con lo que tendremos que completar el cuadro nosotros mismos, en función lo que nos sugieran las imágenes. Lisa se nos presenta como una joven romántica que idealiza la figura de Stefan, pero tampoco el guión aporta muchos más detalles de su personalidad, salvo una pasión que se impone por encima de cualquier otra consideración. Y en cuanto al pianista, intuimos una vida de placeres un tanto irresponsable, pero también algunos detalles revelan a una persona sensible y algo atormentada, infeliz en lo más profundo de sí mismo.

No sé si la elección de los protagonistas es la más acertada para dar vida a ambos personajes. En el caso de Joan Fontaine creo que sí, aportando un aire frágil y desvalido a su personaje, además de un aire romántico realmente especial. Sin embargo, Louis Jourdan, a pesar de un atractivo que cuadra muy bien con su personaje, me parece un actor sin carisma y un tanto plano, que no aporta demasiada fuerza a su personaje.

Carta de una desconocida (1948), a pesar de ciertas huellas por el paso del tiempo, creo que sigue siendo un buen ejemplo de cine trágico, donde la felicidad de los protagonistas es tan efímera como inevitable su fracaso. Lo mejor, la elegancia de la puesta en escena. Un clásico del género para románticos empedernidos.