El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Golpe en la Pequeña China



Dirección: John Carpenter.

Guión: Gary Goldman y David Z. Weinstein.

Música: John Carpenter y Alan Howarth.

Fotografía: Dean Cundey.

Reparto: Kurt Russell, Kim Cattrall, Dennis Dun, James Hong, Victor Wong, Kate Burton, Donald Li, Carter Wong, Peter Kwong, James Pax.

Golpe en la pequeña China (1986) es una comedia disparatada, una especie de broma en la que se embarcó Carpenter por mero placer; sin embargo, la película fue un sonoro fracaso de taquilla en los Estados Unidos y su director recibió duras críticas por este trabajo. Desde mi punto vista, un error por parte de la crítica y del público, que no supieron valorar como se merece esta divertida y original película.

Jack Burton (Kurt Russell) es un camionero un tanto fanfarrón que, para cobrar un dinero que le ha ganado a su amigo Wang Chi (Dennis Dun), accede a acompañarlo al aeropuerto a recoger a su novia, Miao Yin (Suzee Pai). Sin embargo, una banda de gángsteres de Chinatown secuestra a Miao Yin ante los mismos ojos de los dos amigos, que se embarcan en la peligrosa aventura de rescatarla.

Golpe en la pequeña China es una comedia que se viene a reir de manera muy sana e inteligente de esos films de aventuras en los que se mezcla lo sobrenatural y lo antinatural con la más absoluta naturalidad; como esas películas de lucha orientales en que los protagonistas realizan proezas físicas imposibles, como saltos de varios metros o luchas en el aire interminables y donde se incluyen sin sonrojo mitos y leyendas extraños. Carpenter recoge todos esos elementos, los potencia hasta casi lo absurdo y los sirve con naturalidad y mucho sentido del humor.

En cierto sentido, esta película podría relacionarse con la serie de Indiana Jones de Spielberg, más que nada para establecer diferencias. Mientras Spielberg crea el personaje de Indiana Jones y su saga de aventuras como un homenage a los films clásicos del género y dándo a la serie abundantes toques de humor pero dentro de una línea más o menos seria; Carpenter se decanta por la parodia, al más fiel estilo de Cervantes con los libros de caballería; no se toma en serio el género ni mucho menos al personaje del héroe y nos presenta a un Jack Burton fanfarrón, tan torpe, tan vulgar, tan chulo que no es realmente modelo de nada. Y en este sentido tenemos que destacar como se merece el gran trabajo de Kurt Russell dando vida magistralmente a tan peculiar personaje y convirtiendo sus defectos en parte de su encanto gracias a su asombrosa presencia y una interpretación en la que consigue potenciar al máximo su vena cómica sin caer en la exageración o la vulgaridad. No me resisto a poner un ejemplo que ilustra a la perfección cómo es nuestro héroe. y cómo Carpenter utiliza cualquier recurso para burlarse de él y de todo el tinglado de la película, y es el momento en que Jack Burton, en la escena culminante, parte serio y amenazante al duelo final... con los labios manchados de carmín.

Siguiendo con el reparto, debemos mencionar el estupendo trabajo de una jovencita Kim Cattrall, más conocida hoy en día por su papel en la serie Sexo en Nueva York, que debe torear las embestidas del engreído Jack. El resto del reparto, con masiva presencia de actores de origen oriental, está también perfecto, empezando por el malo de turno, Lo Pan, interpretado a la perfección por James Hong, y sus secuaces, encarnados por Carter Wong (Thunder) y su poderosa presencia física, y por Peter Kwong (Rain) y James Pax (Lightning), los tres con unas actuaciones de lo más convincentes. Del lado de los buenos, buen trabajo de Dennis Dun y la maravillosa presencia de Víctor Wong como el estrafalario Egg Shen.

Además, Golpe en la pequeña China cuenta con una acertada ambientación. El hecho que se note que se trata de decorados no resta un ápice de emoción a la historia. Es más, la ambientación, junto a la fotografía, logran dar un aspecto original a la película, creando una atmósfera tan especial que queda como una seña de identidad más de la película.

Tenemos que añadir, además, un buen ritmo desde el comienzo mismo, sin tiempos muertos, donde la acción es casi constante, sin darnos respiro. Si a ello le unimos una trama llena de sorpresas, misterios y cargada de sentido del humor (el personaje de Jack Burton, repito, es impagable), tenemos un film que se pasa volando y que nos deja una gran sonrisa como premio.

Golpe en la pequeña China es de esas películas que van ganando puntos con el paso del tiempo, porque están muy bien hechas y porque cumplen a la perfección con la tarea que se habían impuesto, que es divertir, sorprender y entretener de manera inteligente. Se trata de una de esas obras menores que, sin embargo, se hacen un hueco en nuestra memoria para siempre. Creo que puedo afirmar que Golpe en la pequeña China es uno de mis films de aventuras preferido. La recomiendo sin reservas.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Los Goonies



Mickey (Sean Astin) es un chico de trece años que vive en el barrio del puerto en Astoria (Oregón), una zona donde unos inversores quieren construir un campo de golf, derribando la casa de Mickey y las de sus amigos, que se hacen llamar Los Goonies. La víspera de su marcha, Los Goonies suben al desván de la casa de Mickey en busca de algún recuerdo que llevarse consigo. Es entonces cuando encontrarán un viejo mapa que Mickey cree esconde la ubicación del tesoro de Willy el Tuerto, famoso pirata del siglo XVII, cuya historia ha escuchado repetidas veces de labios de su padre.

Los Goonies (Richard Donner, 1985) es, para muchos, un film maravilloso. En concreto, para aquellos que pudieron verla siendo niños. Porque es una película especialmente dirigida al público infantíl. Basada en una historia original del mismísimo Steven Spielberg, que participa también en la producción, se trata de una historia de aventuras donde un grupo de muchachos se embarca en la búsqueda de un tesoro que pueda salvar su barrio de la demolición. Es un film cargado de buenas intenciones, donde los malos son, además de malísimos, bastante tontos. El argumento no derrocha originalidad, no pasa de ser una historia bastante simple. Pero creo que tampoco pretendía ser otra cosa. Simplemente está ahí para servir de pretexto para que se sucedan un sinfín de aventuras.

Como buena hija de su padre, Spielberg, Los Goonies es un canto a la amistad, a los sueños, a la fantasía; un intento de no permitir que la realidad apague la sed de aventuras de la infancia. En algún momento me hizo pensar en la historia de Peter Pan, no sólo por la presencia del barco pirata y el capitán tuerto, sino por ese mensaje constante que encierra la historia: no dejes de soñar, de creer en otros mundos, de luchar por tus sueños.

En cuanto al trabajo de Richar Donner, la verdad es que consigue engancharte a la historia. No hablo sólo del público infantíl, menos exigente y más fácil de entretener de antemano; sino que consigue un ritmo bastante bueno desde el comienzo que logra que sigas con interés la historia. Sabe dosificar muy bien la intriga, creando situaciones al límite y desvelando las diferentes sorpresas de la película a su debido momento. Lo mejor es que, aún sabiendo desde el principio el final feliz de la aventura, Donner consigue mantener nuestro interés hasta el final. Teniendo en cuenta, claro, que se trata de una historia predecible, muy simple, una historia para niños; lo cuál no hemos de perder de vista, porque podríamos esperar más de la película de lo que pretende y para lo que está hecha.

Rodada para niños, los papeles principales los interpretan también niños. Salvando las lógicas limitaciones de los actores por su edad, en general logran convencernos con un trabajo bastante correcto. Destacar a Sean Astin, bastante bien en general, salvo en pequeños detalles donde se nota que está actuando, y que alcanzaría notoriedad por su papel de Sam en la trilogía de El Señor de los Anillos; a Robert Davi, uno de los malos de la película, papel que le va como anillo al dedo y que repetirá frecuentemente; a Josh Brolin, como Brand, el hermano mayor de Mickey; a Kerry Green, como la adolescente enamorada de Brand y a Jeff Cohen (Gordi) y Jonathan Ke Quan (Data), que acababa de trabajar en Indiana Jones y el Templo Maldito (Steven Spielberg, 1984). Señalar como curiosidad que Martha Plimpton (Stef en el film) es hija de Keith Carradine.

Los Goonies es una de esas películas para disfrutar en familia, una de esas tardes de fin de semana grises, con un niño cerca, y muchas palomitas. Ni más, ni menos.

domingo, 18 de septiembre de 2011

American Graffiti



American Graffiti (George Lucas, 1973) es la primera película de George Lucas; con ella rinde un pequeño homenaje a su propia adolesdencia en un pueblo de California. Producida nada menos que por Francis Ford Coppola, protector de Lucas, la película, impregnada de nostalgia, se rodó en muy pocos días y tuvo un éxito considerable, con recaudaciones millonarias, lo que le abrió las puertas al director para su siguiente proyecto, La guerra de las galaxias (1976).

Curt (Richard Dreyfuss) y su amigo Steve (Ron Howard) están a punto de abandonar su pueblo rumbo al Este, a la universidad. Mientras Steve está encantado con esa perspectiva, Curt se muestra más indeciso y piensa seriamente si quedarse un año más en el instituto. Durante la que promete ser su última noche en la ciudad, junto a otros amigos de su edad, ambos vivirán diversas experiencias que influirán profundamente en sus planes de futuro.

American Graffiti narra el momento crucial en la vida de cualquier adolescente, cuando tiene lugar el paso definitivo a la edad adulta. Se trata de una historia con muchos elementos autobiográficos por parte de George Lucas, director y también co-guionista del film. La acción transcurre en el año 1962 y nos presenta a una juventud de clase media, despreocupada y alegre, la generación inmediatamente anterior al Vietnam y la psicodelia. Unos jóvenes que se pasan la noche recorriendo en coche la calle principal en busca de chicas y diversión, una costumbre muy habitual en  Modesto, cuidad natal de Lucas, y San Rafael, pueblos en donde se rodó la película.

Quizá lo más destable del film sean el reparto y la banda sonora. El primero por contar con un grupo de muy buenos jóvenes actores, algunos de los cuales llegarían a ser estrellas de cierto renombre, como Richard Dreyfuss, Ron Howard (con los años reconvertido en director, por ejemplo de Una mente maravillosa o Apolo XIII), Paul Le Mat, Charles Martin Smith, Harrison Ford, Joe Spano, Bo Hopkins, Kathleen Quinlan o Suzanne Somers. Como curiosidad, también figura en el reparto el hijo de Tarzán, Johnny Weissmuller Jr.

En cuanto a la banda sonora, reune temas muy conocidos de los 50 y los 60, de artistas legendarios como Chuck Berry, Buddy Holly o grupos como The Beach Boys o The Platters. Todo un repaso de los temas de moda de aquellos años visto desde el prisma nostálgico y condescendiente de Lucas. Porque quizá el pero que se le puede poner a la película es que nos muestra un mundo que no nos parece del todo real. La visión que nos ofrece Lucas es de una sociedad casi perfecta donde, a pesar de los conflictos, prevalecen las buenas intenciones y la nobleza de las personas. Lucas elude el drama y, sin tratarse realmente de una comedia, el tono de la historia es blandito. Los adolescentes, con las hormonas por las nubes, sabrán, llegado el momento, comportarse como deben.

También American Graffiti sufre por el paso de los años. Posee el encanto de la ambientación, en especial por los bonitos coches que pueblan la cinta y, naturalmente, el encanto de la banda sonora. Pero el conjunto parece un tanto simplón, avejentado. El retrato, un tanto superficial, que hace de la juventud de aquellos años nos parece hoy en día cuando menos muy curioso.

El otro pero que se le puede poner es que la historia en realidad carece de verdadera tensión. La primera media hora de la película la pasé esperando que la trama arrancara, hasta que uno se da cuenta que la historia es toda así: tranquila, cotidiana y un tanto falta de nervio. Lucas no logra mantener un ritmo constante, la trama va transcurriendo sin que nos atrape realmente, si bien conforme va avanzando la película se va volviendo más interesante, pero sin alcanzar nunca cotas excepcionales.

Dentro de las muchas historias que recorren la película y de la variedad de personajes, yo me quedaría con Carol (Mackenzie Philips), la niña pequeña que le empaquetan al ligón John (Paul Le Mat), y que resulta ser el personaje más alegre, fresco y divertido de todos y que brinda las mejores escenas de la película. La relación que va naciendo entre ambos es de lo mejor de la película. American Graffiti también cuenta con otras bonitas escenas, como cuando Curt intenta abrir su taquilla del instituto y descubre que ya ha cambiado la clave el nuevo dueño o los intentos del inseguro Terry por conseguir una botella de whisky.

A pesar de todo, el film tuvo una gran acogida en su estreno y recibió nada menos que cinco nominaciones a los Oscars: mejor película, mejor director, mejor guión, mejor actriz secundaria (Candy Clark) y mejor montaje. Pero lo realmente importante es que American Graffiti marcará tendencia y será el modelo que seguirán algunas series televisivas de adolescentes, además de dar lugar a una continuación, Más American Graffiti (Bill L. Norton, 1979) de poco éxito.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Máximo riesgo




Dirección: Renny Harlin.
Guión: Michael france y Sylvester Stallone (Historia: Michael France).
Música: Trevor Jones.
Fotografía: Alex Thomson.
Reparto: Sylvester Stallone, John Lithgow, Michael Rooker, Janine Turner, Rex Linn, Caroline Goodall, Leon, Max Perlich.

Gabe Walker (Sylvester Stallone) es un experto alpinista, miembro de un equipo de rescate de alta montaña en Las Rocosas. Desgraciadamente, durante el rescate de su amigo Hal Tucker (Michael Rooker) y su novia Sarah (Michelle Joyner), no logra sujetar a Sarah, que muere despeñada. Agobiado por los remordimientos, Gabe abandona el trabajo. Cuando regresa, casi un año después, en busca de su novia Jessie (Janine Turner), se verá implicado en una peligrosa misión, la más arriesgada de su vida.

La carrera de Stallone, tras los éxitos de Rocky (John G. Avildsen, 1976) o Acorralado (Rambo) (Ted Kotcheff, 1982), había ido perdiendo fuerza a base de interpretar secuelas de esos films y otros de menor interés, tocando fondo con una poco afortunada inclusión en la comedia con ¡Alto! o mi madre dispara (Roger Spottiswoode, 1992). Así pues, Máximo riesgo (Renny Harlin, 1993) era una especia de apuesta para devolverlo al camino del éxito. Y la verdad es que la película tuvo una buena aceptación en su momento, aunque finalmente no consiguió relanzar la carrera de Stallone.

El principal problema de Máximo riesgo es su guión, en el que participa el propio Stallone. Se trata de un guión muy poco original, que abunda en tópicos, como el héroe atormentado por un accidente mortal o unos malos malísimos pero, a la vez, de dudosa credibilidad; una simplista e infantíl separación de buenos y malos sin medias tintas y con unos trazos tan claramente delimitados como artificiosos; una amistad a prueba de bombas que ha de superar un duro trance; los buenos son un dechado de virtudes sin tacha, etc, etc. En realidad, parece que se trata de crear un soporte más o menos interesante, con sus dosis de violencia y de drama lacrimógeno, para lo que de verdad es el eje de la película: una colección de imágenes impactantes y espectaculares de montañas y hombres escalándolas y luchando contra una naturaleza agreste. Esta es la verdadera fuerza de la película, lo único que puede justificar verla, pues la historia, como decía, no es más que un cúmulo de tópicos sin mucho interés.

A nivel de reparto, Sylvester Stallone es la figura principal, el alma de la película. Conocidas sus limitaciones como actor, el film parece que solo pretende poner en evidencia su espectacular físico en un escenario impresionante. Junto a él, un elenco de actores más o menos correctos y con alguna cara bonita en medio, como Janine Turner. Quizá se podría destacar a John Lithgow, el malo de turno, de una crueldad enfermiza, pero sin que su interpretación sea tampoco nada del otro mundo.

Renny Harlin, que había dirigido La jungla 2: Alerta roja (1990), muestra cierta pericia para filmar este tipo de historias, aunque es verdad que tampoco nos va a sorprender con un estilo novedoso u original. Se limita a filmar con criterio y dejar que el escenario y los efectos especiales hagan el resto.

Máximo riesgo es, en pocas palabras, un film de acción sin más, como tantas otras películas que se ruedan cada temporada. Cuenta con la ventaja de tener a Stallone, con el tirón que eso suponía en la época, y el detalle original de desarrollarse en medio de un paisaje espectacular. No le pidan mucho más que hacernos pasar un rato más o menos entretenido. Si tienen un espíritu crítico o una mirada escrupulosa, descubrirán todas las limitaciones y exageraciones del film y, entonces, mejor no pierdan el tiempo con esta historia.

martes, 13 de septiembre de 2011

El ultimátum de Bourne



Cuando un periodista de The Guardian, Simon Ross (Paddy Considine), empieza a publicar una serie de artículos sobre la figura de Jason Bourne (Matt Damon) y un programa llamado Treadstone, tanto los servicios secretos norteamericanos como el propio Bourne se lanzarán sobre él para intentar averiguar lo que sabe y, sobre todo, quién es su fuente de información. Sin embargo, cuando Bourne consigue contactar con Ross, éste será eliminado. Jason Bourne deberá seguir buscando pistas que le lleven a descubrir su pasado.

El ultimátum de Bourne (Paul Greengrass, 2007) es la tercera y definita entrega de la trilogía inaugurada en el año 2002 por El caso Bourne (Doug Liman) y que tendría su continuación con El mito de Bourne, dirigida también por Greengrass en el año 2004. Y la verdad es que, vista esta entrega, parece ser que la trama estaba ya en las últimas.

Si el fuerte de las dos películas precedentes residía en un ritmo trepidante y una apasionante intriga, por un lado, y la sensación de total verosimilitud de la historia, en El ultimátum de Bourne empiezan a flaquear un poco estos fundamentos. En parte, porque la historia ya parece haber dado de sí cuanto podía; en parte, por un guión que no parece tan sólido como los anteriores, careciendo de la originalidad y la intensidad de aquellos. Puede ser porque la historia repite un tanto la intriga de El mito de Bourne, apareciendo más traidores en el seno de la CIA que de nuevo intentan eliminar a toda costa a Jason Bourne, enviando otra vez a un asesino implacable detrás de sus pasos. La trama se repite y, por tanto, pierde frescura y hasta credibilidad en algunos momentos. Hasta los diálogos parecen más banales.

El resultado es que, eliminado el factor sorpresa, la intriga decae y con ello nuestro interés. Hasta el punto que, bien mirado, el origen de Bourne, lo que le llevó a convertirse en un asesino implacable, deja de parecernos el verdadero centro de interés. Incluso la escena en que se enfrenta al doctor Albert Hirsch (Albert Finney), el creador de su programa de entrenamiento, no está resuelta con brillantez, quedando casi como un trámite necesario pero sin mucha fuerza. De nuevo, un guión que ha ido perdiendo intensidad.

En cambio, la labor de Greengrass en la dirección resulta mucho más equilibrada que el El mito de Bourne, donde abundaban los movimientos constantes de cámara. Aquí sabe dosificar mejor el uso de las cámaras y deja los movimientos nerviosos para las escenas de acción donde, como en la entrega precedente, vuelve a mostrar su talento para filmar persecuciones realmente soberbias. En este caso, una a pie por las calles de Tánger y otra de coches, también de un gran nivel. Sin duda, lo mejor de esta película.

En cuanto a los actores, repite, lógicamente, Matt Damon, de nuevo impecable en su papel, y también repiten las dos actrices principales, Julia Stiles, con presencia en las tres entregas, como Nicky Parsons, enlace de Bourne en su época en activo, y Joan Allen, como Pamela Landy, la única en la CIA que parece confiar en Bourne y que repite prácticamente su rol de la segunda entrega. Ambas resuelven con solvencia su trabajo. Los malos de turno en este caso son David Strathairn, bastante bien en su papel, y Scott Glenn y Albert Finney, correctos pero con una presencia demasiado breve.

Así pues, El ultimátum de Bourne me parece la más endeble de las tres entregas. El ritmo decae un poco, la trama pierde frescura, el factor sorpresa desaparece casi por completo y, en definitiva, el film nos demuestra que la historia ha dado de sí todo cuanto podía dar. Con todo, no es una mala película, ni mucho menos, pero se sitúa un escalón más abajo que las anteriores. Curiosamente, El ultimátum de Bourne fue la única de la trilogía que recibió el premio de los Oscars, ganando en los tres apartados en los que fue nominada: mejor montaje, sonido y efectos sonoros. 

El mito de Bourne



Segunda entrega de la trilogía de Bourne, tras la soberbia El caso Bourne (Doug Liman, 2002). El mito de Bourne (Paul Greengrass, 2004) tenía la difícil tarea de mantener el nivel alcanzado por la primera parte. Afortunadamente, Tony Gilroy, co-guionista de la primera entrega, se encarga también del guión de esta película. El resultado es de nuevo notable.

Jason Bourne (Matt Damon) ha desaparido del mapa, refugiándose en Goa, en la India, con su novia Marie (Franka Potente). Sin embargo, un día aparece un extranjero que va tras su pista. Bourne inicia la huída con Marie perseguidos por el que parece ser un asesino enviado a matarlo. Desgraciadamente, será Marie la que resulte muerta en la persecución. Al mismo tiempo, en Berlín, son asesinados un agente norteamericano y un confidente soviético cuando realizaban una transacción y las pruebas halladas incriminan directamente a Bourne.

El caso Bourne había dejado muy alto el listón y realizar esta película entrañaba no pocos riesgos. Para empezar, El mito de Bourne partía con la desventaja de no contar con el factor sorpresa de la primera entrega. Pero para paliar este detalle, El mito de Bourne comienza con la muerte de Marie, un detalle que nos deja descolocados, al estilo de Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), y que nos pone en guardia de manera que no tengamos ninguna idea preconcebida. El golpe es eficaz, pues a partir de ese momento permaneceremos en un estado de alerta que ya no nos abandonará en toda la película.

El argumento parece complicarse un poco en esta ocasión. Es algo consustancial a este tipo de películas de espionaje, traiciones y mentiras. Pero ahí reside a la vez lo que puede hacer creíble a este tipo de argumentos, que no sean excesivamente lineales y simplones. Además, el mérito del guión es notable al conseguir que sigamos la trama sin demasiadas complicaciones, a base de un recurso tan elemental como eficaz: mostrar en lugar de contar. Se elude el riesgo evidente a marearnos con nombres y todo termina por comprenderse sin mucho problema.

Pero el punto fuerte de esta trilogía es, principalmente, la acción y la tensión. Y Paul Greengrass se encarga de no darnos muchos momentos de tranquilidad. En esta entrega asistimos a algunas de las mejores escenas de acción de los últimos tiempos, en especial la persecución en coche por las calles de Moscú, y eso que es un recurso que hemos visto cientos de veces, pero el dinamismo de la persecución y lo maravillosamente que está filmada hacen de esta secuencia una pequeña joya. Es cierto, también, que Greengrass recurre durante toda la película a unos movimientos nerviosos de la cámara que, si bien cumplen de manera notable con la misión de dinamizar la acción y mantenernos en vilo, a la larga resultan un poco molestos y pueden cansarnos la vista. Tal vez hubiera sido mejor dosificarlos algo más. Junto a esta cámara nerviosa, Greegrass utiliza con muy buen criterio la música como un elemento más para generar tensión. El resultado es que la película se pasa muy rápidamente y no tenemos tiempos muertos.

Pero para que la historia funcione, ciertamente debe ser creíble. El mérito de la película, y en general de las otras que componen la serie, es que tanto la figura de Bourne, una especie de super hombre, como las tramas y las escenas de acción resultan del todo creíbles, a pesar de la espectacularidad de las mismas. Mérito, sin duda, de un guión bien trabajado donde prima la inteligencia a la hora de plantear situaciones y darles solución, evitando los engaños o soluciones fáciles a base de sorpresas de última hora. De esta manera nos implicamos mucho más en la historia, que nos resulta en todo momento plausible. Pero tampoco todos son aciertos; algunos momentos están traídos un tanto por los pelos, pero la imagen global que sacamos del argumento es que está bien construido y nos propone una historia ciertamente atractiva e interesante.

Y en esta línea, es evidente que el personaje de Bourne debe resultar también creíble. Y la verdad es que Matt Damon encarna de manera brillante a su personaje. Sin exageraciones, resulta un agente del todo creíble. Imprime a su personaje una seguridad y un aplomo genuinos sin carecer, a su vez, de un toque humano y unas debilidades que lo alejan, afortunadamente, de la imagen de tantos héroes de cartón piedra que pueblan muchas películas de aventuras. El resto de actores también resultan muy convincentes, cada uno en su papel, contribuyendo a reforzar la imagen de autenticidad de la trama.

Resulta casi inevitable establecer comparaciones entre esta entrega y la primera. Seguramente, habrá opiniones para todos los gustos. Personalmente, me quedo con El caso Bourne por dos razones fundamentales: la trama de la primera, más original y con el factor sorpresa que ya no tiene El mito de Bourne y, en segundo lugar, por gustarme más el trabajo de Doug Liman tras la cámara que la nerviosa puesta en escena de Paul Greengrass.

Pero, comparaciones a parte, estamos ante un film apasionante, lleno de intriga y tensión, que mantiene en todo lo alto el pulso de la trilogía. Muy, muy recomendable.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Independence Day




Dirección: Roland Emmerich.
Guión: Dean Devlin, Roland Emmerich.
Música: David Arnold.
Fotografía: Karl Walter Lindenlaub.
Reparto: Will Smith, Jeff Goldblum, Bill Pullman, Mary McDonnell, Judd Hirsch, Randy Quaid, Margaret Colin, Robert Loggia, James Rebhorn, Harvey Fierstein, Vivica A. Fox, Harry Connick Jr., Dan Lauria, Adam Baldwin, Brent Spiner, Lisa Jakub, James Duval, Mae Whitman, Leland Orser, Erick Avari, Derek Webster.

Estamos ante un gran éxito de taquilla en su momento, con recaudaciones millonarias; lo que viene a confirmar que el cine espectáculo tiene tirón, el inestimable papel de un atractivo envoltorio, con el que los norteamericanos saben arropar sus productos, y la eficacia de una buena promoción, aunque el resultado final no esté a la altura de las espectativas.

En vísperas del cuatro de julio, fiesta nacional norteamericana, gigantescas naves espaciales hacen su aparición por todos los continentes. A la expectación y curiosidad inicial le sigue el pánico a nivel mundial a descubrir que los visitantes pretenden exterminar a la raza humana. Además, se trata de seres muy superiores con una tecnología bélica demoledora y aparentemente inexpugnable.

Independence Day (Roland Emmerich, 1996) es, ante todo, un film de ciencia ficción que lo basa todo en una acción trepidante y unos efectos especiales espectaculares. Es el cine de palomitas puro y duro, con un envoltorio de lujo, fruto de unos medios lo suficientemente generosos. Por lo tanto, a nivel visual, la película es realmente impactante, con efectos colosales y un despliegue de medios sorprendente. La pregunta que se plantea es si ello es suficiente para contentarnos. Evidentemente, la película resulta entretenida, gracias a esos efectos especiales que mencionaba, y tiene un ritmo bastante ágil, que alterna las espectaculares escenas de acción con breves momentos de contenido humano que pretenden implicarnos en las vicisitudes de los protagonistas. Y es aquí donde Independence Day muestra unas carencias y unas debilidades demasiado importantes como para pasarlas por alto.

En primer lugar, el guión es realmente flojo; está plagado de tópicos, de personajes simplificados al máximo, diálogos sin chispa y una trama tan básica y tan manida que por momentos produce vergüenza ajena. Ello convierte a la película no sólo en absolutamente previsible, sino en un film empalagoso, ramplón, tendencioso y de un patriotismo rancio y repelente. Un ejemplo, la derrota de los invasores se culmina un cuatro de julio, gracias a la inicitiva norteamericana, que coordina a todos los países del globo en una lucha común contra el invasor. ¿Consecuencia? ese día pasará a ser, en el film, una fiesta no solo americana, sino mundial. ¿Otro ejemplo? el mismo presidente de los Estados Unidos será quién lidere el escuadrón de cazas en el ataque final.

Pero hay muchos más momentos ridículos e increíbles que convierten a Independence Day en un film lleno de momentos absurdos, como que el capitán Steven Hiller (Will Smith) afirme que puede pilotar una nave extraterrestre sólo con verla volar o las fantasmadas típicas del peor cine propagandístico norteamericano, con actos heróicos grandiosos y personajes de cartón piedra que no dejan de mostrar el camino correcto y virtuoso. No faltan tampoco momentos lacrimógenos, donde no se duda en recurrir a tiernos niños de corta edad para aumentar el dramatismo, pero todo dentro una trama tan burda, tan elemental y tan previsible que no consiguen más que aumentar la impresión de manipulación tosca, de maniqueismo de catecismo por parte de los padres de este film. Sencillamente, lamentable.

Evidentemente, se ve que todos los medios se desplegaron en el apartado técnico. El resto del film se ha quedado en un mero armazón de muy pobre construcción. Incluso a nivel de los actores, el resultado es bastante pobre, y eso que el reparto incluye actores de cierto renombre. Personalmente, Will Smith me resulta un actor simpático y aquí cumple con cierta holgura con su papel, que recuerda otros trabajos suyos, de militar algo chulito pero lleno de talento. Un personaje lleno de tópicos que, sin embargo, no es de los peores. A su lado, Jeff Goldblum cumple sin más; no está mal aunque cuesta creerse su papel. Quién sale quizá peor parado es Bill Pullman como presidente de los Estados Unidos. No sólo no resulta creíble, sino que no da la talla y se muestra casi apático en muchas escenas cruciales del film. El resto del plantel, con secundarios muy experimentados, como Robert Loggia o James Rebhorn, el malvado y torpe director de la CIA, cumplen sin más; no se puede decir que desafinen, pero tampoco nos seducen porque al final uno no termina de creerse a los personajes. Puede que parte de la culpa se deba al ya mencionado guión, rematadamente malo, que no termina de definirlos y se limita a poblar la historia de arquetipos muy elementales muy poco convincentes. Como en los peores folletines, al final todos los personajes principales terminan por estar tan estrechamente relacionados entre sí que más parece tratarse de un patio de vecinos que de una trama a nivel mundial.

En cuanto a su director, el alemán Roland Emmerich, decir que este tipo de films parecen ser su debilidad. Especializado en películas de ciencia ficción enfocadas primordialmente a la taquilla, como Soldado Universal (1992) o Stargate (1994), parece moverse bien en este terreno, siendo unos de los directores con más millones recaudados en los últimos tiempos. Sabe mantener el ritmo y garantiza el espectáculo, pero parece despreciar el resto de elementos de una película, empezando por el guión, del que Emmerich es autor junto con Dean Devlin.

Una pena, por tanto, que con tal cantidad de medios y tantas posibilidades, Independence Day termine resultando una especie de caricatura de sí misma y de tantas buenas películas de ciencia ficción, más modestas en medios y pretensiones, pero mucho más auténticas.