El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 30 de enero de 2013

El coleccionista de amantes



Dirección: Gary Fleder.
Guión: David Klass (Novela: James Patterson).
Música: Mark Isham.
Fotografía: Aaron E. Schneider.
Reparto: Morgan Freeman, Ashley Judd, Cary Elwes, Tony Goldwyn, Jay O. Sanders, Brian Cox, Mena Suvari, Tatyana M. Ali, Bill Nunn, Jeremy Piven, Alex McArthur, Richard T. Jones, Roma Maffia, Gina Ravera.

En Durham, Carolina del Norte, varias chicas desaparecen misteriosamente. Algunas de ellas aparecen muertas poco después. Una de las jovenes desaparecidas es la sobrina de Alex Cross (Morgan Freeman), un psicólogo forense de Washington que decide ir a Durham para intentar ayudar a la policía local a resolver el caso.

El coleccionista de amantes (1997) se inscribe en esa corriente de thrillers que siguen un poco la estela de El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991) o Seven (David Fincher, 1995), basando la historia en un psicópata misterioso e inteligente que trae de cabeza a la policía. Sin embargo, la sombra de esos dos films se rebela como demasiado poderosa para un guión que carece de originalidad y que va perdiendo fuerza a cada minuto que pasa.

De entrada, el recurso al psicópata misterioso pero tremendamente eficaz resulta un punto de partida demasiado visto. Es verdad que con esa premisa el director ya tiene de su parte una buena dosis de intriga y emoción para mantener al público más o menos enganchado a la historia. Pero eso sólo no basta. Puede servir como punto de partida, pero es necesario un buen guión que sepa construir una buena trama a partir de ahí. Y lo que suele suceder muy a menudo es que se toma la idea de un film de éxito y se adorna con algunos tópicos y un poco de morbo y se tira para adelante sin más. El resultado suele ser bastante decepcionante, porque enseguida descubrimos que el film avanza a base de engaños, mentiras y tantos tópicos que la intriga se vuelve del todo predecible, con lo que la emoción pronto es reemplazada por el aburrimiento.

Con El coleccionista de amantes tenemos un poco de todo eso. La intriga no es excesivamente original y poco a poco se va volviendo demasiado rutinaria y sin chispa. Llega un momento en que comprendemos que la historia no da para mucho más y es entonces cuando el guión da un pequeño giro con la huída de la doctora Kate McTiernan (Ashley Judd). Pero de nuevo este elemento novedoso tampoco es bien aprovechado y el film empieza a degenerar con una trama que intenta complicarse desplazando la acción a California para después implicar a un par de psicópatas más que parecen trabajar ayudándose mutuamente. La historia pierde así credibilidad, se complica sin mucho sentido y todo ello, sencillamente, para llevarnos a un final del todo previsible donde los desvíos argumentales anteriores parecen del todo prescindibles, lo que nos lleva a pensar que se trató de un mero truco para poder alargar convenientemente una intriga demasiado plana, demasiado esquemática y que por momentos parecía no llevar a ningún sitio. Además de algunas incongruencias de la historia, como el que la policía no encuentre el escondite del pirado a partir del lugar donde encuentran a Kate, por ejemplo.

Eso sí, Gary Fleder se apoya convenientemente en la presencia de Morgan Freeman para dar un cierto nivel a la película. La verdad es que su presencia le da cierto empaque al film, si bien tampoco estamos ante uno de sus mejores trabajos, aunque siempre se agradece su saber estar. A su lado, una hermosa Ashley Judd, puesta ahí para laegrar la vista del público masculino con su dulce rostro y que gracias a esta película vio impulsada su carrera en Hollywood.

El trabajo de Fleder en la dirección tampoco me pareció nada del otro mundo. Intenta crear una buena atmósfera y por momentos lo consigue, pero abusa de los movimientos nerviosos de la cámara para dar dramatismo a algunas escenas aunque el resultado no es del todo brillante. Más que dramatismo, lo que consigue es marearnos un poco y dar la impresión que con esos movimientos estaba en realidad maquillando una puesta en escena un tanto cutre.

Sorprendentemente, la película tuvo una buena acogida de público, lo que viene a demostrar que en films de intriga nos contentamos con bastante poco. Sirve para pasar el rato una tarde de invierno en que no haya mucho que hacer, pero no admite un análisis un poco exigente. Mero pasatiempo sin más.

domingo, 27 de enero de 2013

Cuatro bodas y un funeral



Dirección: Mike Newell.
Guión: Richard Curtis.
Música: Richard Rodney Bennett.
Fotografía: Michael Coulter.
Reparto: Hugh Grant, Andie MacDowell, Kristin Scott Thomas, Simon Callow, James Fleet, John Hannah, Charlotte Coleman, David Bower, Corin Redgrave, Rowan Atkinson, Hannah Taylor Gordon.

Charles (Hugh Grant) y sus amigos, todos ellos solteros y sin compromiso, han llegado a una edad en la que casi todos sus conocidos se han casado. En una de las bodas, a la que el grupo ha sido invitado, Charles conoce a Carrie (Andie MacDowell), una americana de la que se enamora a primera vista. Esa noche la pasan juntos, pero sus caminos se separan. La próxima vez que se encuentran, de nuevo en una boda, Carrie le presenta a Charles a su prometido.

Cuatro bodas y un funeral (1994) se convirtió en la comedia de los años noventa. Esta sencilla historia de chico conoce a chica fue un tremendo éxito que algunos intentaron imitar, pero sin conseguir acercarse siquiera al original.

La clave, sin duda, del éxito de Cuatro bodas y un funeral reside en el gran guión de Richard Curtis. Y es un buen guión porque sabe trabajar con los elementos de que dispone con una elegancia y una inteligencia asombrosas. Por un lado, a pesar de tratarse evidentemente de una comedia, Curtis se toma la historia en serio y ello es su principal acierto. Muchas veces las comedias se echan a perder por perseguir obsesivamente el chiste, el gag, la gracia. Pero en este caso no es así. Curtis disemina dos o tres bromas muy oportunas aquí y allá, pero sin abusar de ello, porque la comicidad parece que no es la principal baza de la película, sino un elemento más, la sal de la historia. Pero Cuatro bodas y un funeral es principalmente un film romántico, tierno, conmovedor y entrañable, es decir, un film serio que invita a la reflexión sin dejar de lado, eso sí, el tono más amable. Y es aquí donde reside la clave de su éxito. Nos cuenta una historia en la que quiere que nos impliquemos, nos presenta a un grupo variado de amigos que están dejando atrás su juventud para adentrarse en la edad madura; un grupo que conecta claramente con el espectador.  En cierto sentido, con esa exaltación de la amistad y la camaradería, la película me recordó a otro gran film inglés, Los amigos de Peter (Kenneth Branagh, 1992), otro buen ejemplo de comedia británica inteligente.

Junto a una visión bastante entrañable de la amistad, Curtis también deja algunas reflexiones sobre el amor, las relaciones de pareja, el matrimonio, los sueños, el miedo a la soledad y las decepciones en el amor que, finalmente, es el motor del ser humano. El elemento conductor que utiliza Richard Curtis es la sucesión de bodas en el círculo de amistades de los protagonistas, con el inteligente contrapunto de un funeral; protagonistas que vivirán la típica historia de amor que tantas veces hemos visto en películas de este estilo. Sin embargo, a diferencia de otras historias que son mucho más previsibles y con un desarrollo demasiado visto, Cuatro bodas y un funeral sabe jugar al despiste con gran maestría, de manera que durante todo el film vamos a tener muchas dudas sobre el futuro de Charles y Carrie. El gran acierto de Curtis es hacer que nunca nos sintamos engañados por un guión tramposo, porque no lo es; sencillamente es un guión muy bien hilvanado donde los desencuentros de la pareja protagonista se plantean de un modo plausible y hasta el último momento estamos en vilo sobre si habrá final feliz o no. Porque es evidente que todo el mundo desea ver a Charles y a Carrie juntos y la satisfacción de la escena final, bajo la lluvia, es genuina y terriblemente gratificante.

También hablaba antes de la elegancia de la historia, un rasgo típicamente británico que brilla especialmente en esta comedia. El tema de la homosexualidad, por ejemplo, está plasmado con un buen gusto y un respeto exquisitos; nada de mariposones haciendo el ganso en busca de la risa fácil. También la elegancia brilla en la manera de mostrar los sentimientos, tanto en el desamor como en el dolor del funeral, sin duda uno de los momentos más intensos y hermosos de la película y un ejemplo de cómo se puede tocar la fibra sensible sin recargar las tintas, sólo con el recurso a primeros planos y el buen hacer de los actores.

Y así llegamos a otro de los pilares de Cuatro bodas y un funeral: el reparto. Hugh Grant y Andie MacDowell son la pareja perfecta, sin ninguna duda. Grant estaba en el momento perfecto, con una presencia encantadora y atractiva y sin que sus tics interpretativos se hicieran demasiado pesados, quizá porque le iban como anillo al dedo a su personaje y estaban bien dosificados. Andie MacDowell por su parte estaba radiante, con una belleza perfecta, sencilla y a la vez tremendametne atractiva. Pero el gran acierto de la película es contar con un plantel de secundarios de lujo, empezando por Kristin Scott Thomas como Fiona, la secreta enamorada de Charles, un papel triste y muy hermoso a la vez. John Hannah y Simon Callow, la pareja homosexual, están sencillamente soberbios, especialmente el primero, tremendamente conmovedor en la secuencia del funeral. El resto, James Fleet, David Bower, Charlotte Coleman, con una presencia algo menor, mantienen el gran nivel de un reparto de lujo donde también destaca la breve apararición de Rowan Atkinson.

Y con ello tenemos un elemento más de este maravilloso guión que funciona a la perfección: la precisión con que va dibujando a cada uno de los amigos de manera que, con pequeños detalles, vamos conociéndolos a todos y son ellos, al fin y al cabo, los que enriquecen y amueblan muy oportunamente la historia principal de la película, el idilio entre Charles y Carrie; y son ellos también los que hacen que nos encariñemos enormemente del grupo, llegando a sentirnos nosotros, en cierta manera, integrantes de ese pequeño y entrañable universo. O al menos deseando formar parte de él. Y eso sólo es capaz de producirlo una buena historia.

La película recibió dos nominaciones a los Oscars: mejor película y mejor guión original. A pesar de no hacerse con ninguno de estos premios, Cuatro bodas y un funeral tuvo un enorme éxito entre el público y ha quedado como una de las mejores comedias románticas de los últimos tiempos. Imprescindible.

jueves, 24 de enero de 2013

French Kiss



Dirección: Lawrence Kasdan.
Guión: Adam Brooks.
Música: James Newton Howard.
Fotografía: Owen Roizman.
Reparto: Meg Ryan, Kevin Kline, Jean Reno, Timothy Hutton, François Cluzet, Susan Anbeh, Renee Humphrey, Michael Riley.

Kate (Meg Ryan) es una chica convencional que sueña con casarse con su novio Charlie (Timothy Hutton) y ser feliz para siempre, pero Charlie se enamora de Juliette (Susan Anbeh), una bella francesa, durante un viaje de negocios a París. Dispuesta a recuperarlo, Kate vuela a la capital francesa. En el avión conoce a Luc (Kevin Kline), un ladrón que aprovecha la oportunidad para pasar un collar robado por la aduana con la ayuda de Kate.

French Kiss (1995) es la típica comedia romántica tan habitual en el cine actual: es un film muy bien presentado, entretenido, con un final gratificante pero donde falla un poco lo que tendría que ser el punto fuerte, el guión.

La verdad es French Kiss tiene una hechura estupenda. Tenemos una pareja protagonista con mucho tirón donde destaca Meg Ryan, la verdadera especialista del género en los años noventa, y a un siempre genial Kevin Kline. Ellos son los absolutos protagonistas de la película y es en ellos donde se apoya el proyecto por entero. Sin embargo, la verdad es que como pareja no termina de funcionar del todo bien. No sé si es por la gran diferencia de caracteres y personalidad de sus personajes, pero no encuentro mucha química entre ellos. Incluso cuando es evidente que terminarán juntos al final de tantos enredos, no termino de verlos como una pareja. Por separado, me quedo con el trabajo de Kline, a pesar de que su caracterización de francés pueda resultar algo cargante por culpa del acento tan exagerado, pero en todo caso es un actor que me encanta y siempre consigue que me resulte muy verosímil. Meg Ryan, sin embargo, tiene momentos bastante convincentes, en especial cuando el guión se pone más serio o más romántico, pero no termina de convencenme cuando se pone a hacer tonterías, tal vez porque no resulta creíble y en eso tiene mucha culpa el guión y su intento de buscar a veces la gracia a base de exageraciones y payasadas demasiado simples. Jean Reno, Timothy Hutton o la hermosa Susan Anbeh son meros comparsas a los que tampoco se les saca todo el partido posible. Sus personajes no terminan de estar definidos, con lo que aportan bastante poco a la historia y terminan siendo un mero decorado y poco más.

Junto a los protagonistas, la película cuenta con una hermosa fotografía y una banda sonora bastante buena que, además, Lawrence Kasdan sabe usar en los momentos oportunos, sin recrearse ni abusar de ella, lo cuál me parece una muestra de muy buen gusto.

Pero, como decía antes, el guión es por donde French Kiss hace más agua. Es verdad que en este tipo de comedias, donde tiene que haber unas situaciones de enredo para que la cosa avance, debemos ser un tanto tolerantes con algunas situaciones que pueden parecer, y lo son, un tanto forzadas. Pero el problema principal es que el guión carece de verdadero ingenio, se limita a definir una situación, le da unas cuantas vueltas y la adereza con algunos chistes. Pero en todo ello se nota la ausencia de verdadero talento. Algunos chistes son demasiado malos, hay situaciones un tanto ridículas que a mi particularmente me producen de todo menos risa y encima la historia es tan previsible que nos anticipamos casi constantemente a lo que va a pasar. Por otro lado, este tipo de comedias siempre arrastran una moral bastante estricta, donde los protagonistas han de ser buenas personas o, al menos, terminar regenerándose, y donde hay ciertos límites que no se deben cruzar. El mejor ejemplo es cuando Kate se cita con Charlie para intentar recuperarlo y Luc aprovecha para intentar seducir a Juliette. Lo que podría ser una noche loca de parejas cambiadas se transforma en una ejemplarizante victoria de la moral y la castidad. Es un cine muy familiar, muy convencional y eso le termina pasando factura.

También la película tiene un gran bajón hacia la mitad de la misma, lo que hace que tengamos la impresión que se hace demasiado larga. La razón está de nuevo en que la historia cae en cierta monotonía en un momento dado fruto de un guión sin demasiados recursos. Al final, sin embargo, la cosa recupera un tanto el interés al llegar por fin al punto que veníamos esperando desde el principio: el encuentro de Kate y Charlie, encuentro que el guión intenta aplazar de un modo muy poco convincente y que tampoco resuelve con toda la intensidad que hubiera requerido el momento.

Pero como se trata de una comedia romántica, pues la verdad es que la película se deja ver con cierto agrado. No es una comedia excepcional, ni mucho menos, pero es de esos productos bastante bien presentados que funcionan casi solos. La pena es que uno se queda con la sensación de que se hubiera podido sacar mucho más partido a poco que el guionista se lo hubiera propuesto.

lunes, 21 de enero de 2013

Troya



Dirección: Wolfgang Petersen.
Guión: David Benioff (Poemas: Homero).
Música: James Horner.
Fotografía: Roger Pratt.
Reparto: Brad Pitt, Eric Bana, Orlando Bloom, Brian Cox, Peter O'Toole, Sean Bean, Diane Kruger, Brendan Gleeson, Saffron Burrows, Tyler Mane, Julie Christie, Rose Byrne, Julian Glover, Garrett Hedlund, Vincent Regan, James Cosmo.

En el año 1193 a. C., Paris (Orlando Bloom), hijo de Príamo (Peter O'Toole) y príncipe de Troya, rapta a Helena (Diane Kruger), esposa de Menelao (Brendan Gleeson), el rey de Esparta. Éste solicita ayuda a su hermano Agamenón (Brian Cox), rey de Micenas, que encuentra en esa afrenta la excusa perfecta que estaba buscando para declarar la guerra a Troya.

Troya (2004) parece que nació siguiendo los pasos de Gladiator (Ridley Scott, 2000) o, por lo menos, buscando un similar éxito de taquilla. Porque lo que salta a la vista es que Troya es un film ambicioso, o pretencioso, hecho en la fábrica de hacer o destruir mitos de Hollywood. O también podíamos decir, la fábrica de hacer dinero.

Lo que no se puede negar es que la película es un espectáculo colosal. Es imposible no quedarse atrapado desde el primer momento, ya sea por curiosidad hacia esta historia épica inspirada en la legendaria Iliada del gran Homero, ya sea disfrutando de una puesta en escena fastuosa y muy lograda. En este aspecto, la cantidad de millones invertidos está más que justificada. Además, la historia fluye de un modo ágil, con muy escasos tiempos muertos, creando ya desde los primeros minutos ese clima de tensión, de lucha, de épica que nos mantendrá pegados a la silla durante los ciento sesenta y tres minutos que dura esta aventura y que se nos pasan, la verdad sea dicha, en un abrir y cerrar de ojos.

Así que por esta parte, poco se le puede reprochar a Wolfgang Petersen, que domina el sentido del ritmo, el espectáculo y la graduación emotiva y de intensidad con mano firme. Como también me pareció un acierto liberar a la historia de su dependencia divina, dejándola a un nivel mucho más humano y, por tanto, mucho más cercana a nuestra propia mentalidad. No sé que hubiéramos pensado si el guión se hubiera tomado en serio la invulnerabilidad de Aquiles (Brad Pitt), que es presentado como un guerrero colosal pero vulnerable como todo ser humano. Para no contradecir el mito, o quizá para darle una explicación más lógica, al final vemos de dónde las gentes de la antigüedad pudieron sacar la idea de que Aquiles sólo podía morir si lo herían en el talón. Considero por tanto un acierto el dejar el tema de la divinidad a un nivel un tanto teórico o retórico. Pero los actos de los reyes y de los héroes respondían, como era de suponer, a deseos y ambiciones mundanas.

Otra cosa es el tema de la fidelidad histórica, algo que suele tomarse un poco a la ligera en este tipo de superproducciones. En todo caso, indenpendientemente de las licencias argumentales (la principal es el hecho de que en el relato de Homero Menelao recupera finalmente a Helena), la historia está presentada con bastante coherencia. El problema que se le puede achacar es el tener que ceder protagonismo a las historias románticas para contentar los gustos del público y, como el protagonista principal es Aquiles, el guión se saca de la manga una novia para el guerrero griego. La que pierde casi todo el protagonismo, curiosamente, es la relacion entre Helena y Paris, que era la causante de todo el lío. Original giro argumental.

Además, hay algo que no termina de convencerme. Es una impresión o sensación muy personal, que quizá tampoco tenga una base sólida. Pero el caso es que Troya es una película que, a pesar de sus virtudes y de que reconozco que constituye un gran espectáculo, no termina de convencerme. Y no lo hace porque no me la creo. Está muy bien ambientada, tiene ritmo, tiene una historia apasionante, pero me parece falsa de principio a fin. Básicamente porque se ve a todas luces que es un producto de laboratorio, una película ideada y planificada hasta el último detalle para encandilarnos y conseguir records de taquilla. Y ese detalle no logro quitármelo de la cabeza ni por un instante. Y si uno pudiera en algún momento intentar dejar de lado esa idea, el propio film se encarga a cada instante de recordarnos que está concebido para fascinarnos, para hipnotizarnos. Por un lado, con ese cántico medio espiritual, medio cursi que escuchamos cada poco tiempo, antes, durante y después de escenas gloriosas. Me resultaba tan cargante que mataba gran parte del encanto de muchas secuencias. Por otra parte, la misma puesta en escena que contribuye a hacer de esta película algo grandioso se encarga también de advertirnos que todo ese despliegue, esos movimientos de cámara tan medidos, esas poses de los guerreros, todo es un gran circo de cartón piedra. Lujoso, pero tan ostentoso que me pone en guardia contra tanta presunción.

Fruto de este empeño en crear algo grandioso, los personajes sufren por ello una transformación para que se adapten al espectáculo. Así que tenemos a héroes casi perfectos, como Aquiles o Héctor (Eric Bana) al lado de malvados casi de pacotilla, como el odioso Agamenón. Es decir, no hay tiempo para un trabajo de definición más preciso, los héroes son definidos en un par de detalles y punto. Eso sí, al menos el guión evita cargar las tintas en un solo bando y, si bien es verdad que los troyanos salen en general mucho mejor parados, también en su bando vemos actos innobles, empezando por el rapto de Helena, aunque aquí es un rapto más que consentido, y continuando con la cobardía de Paris frente a Menelao y la poco limpia defensa que le proporciona Héctor. Abundando un poco más en el tema de los personajes, me parece que el guión falló estrepitosamente con Paris, que resulta un personaje cobarde, traicionero y sin honor.

Quizá la mayor pega que se le pueda poner a Troya es que es un film diseñado para el público actual. De ahí que el director no escatime en escenas de lucha, recreándose a veces en exceso en detalles algo macabros; o que la película incida en los elementos románticos que priman siempre sobre otros aspectos, como el honor o el valor, pero es hoy en día los jóvenes prefieren ver triunfar el amor y que Paris y Helena logren huir juntos, a una lección más dura y menos gratificante.

El reparto se corresponde, lógicamente, con las pretensiones del film. Troya cuenta con un elenco de actores espectacular. La estrella, sin duda, es Brad Pitt, en el papel más jugoso de todos. La verdad es que su presencia es impresionante y su tirón en taquilla más que comprensible. No compone mal a Aquiles, dentro de las limitaciones de un guión que no se recrea con los personajes. Me gustó mucho el trabajo de Eric Bana, creo que aporta muchos matices a Héctor, haciendo que resulte siempre creible. Sin embargo, Orlando Bloom me pareció bastante insulso y resultaba muy complicado pensar que Helena pudiera perder la cabeza por semejante pasmarote. Una Helena encarnada a la perfección por Diane Kruger, pues era necesaria una actriz que deslumbrara y justificara que se desatara una guerra por su causa. Diane resulta hermosa, dulce y a la vez tremendamente deseable. Una Helena perfecta. Sería demasiado largo detallar a cada uno de los muchos actores que desfilan por la pantalla. Me detengo sólo en señalar el buen trabajo de Sean Bean como Ulises y Brian Cox como el malvado Agamenón. Tampoco quiero olvidarme de Peter O'Toole, aún en su estado físico es un placer verle, y de la muy breve aparición de otra veterana, Julie Christie, en el papel de la madre de Aquiles.

Troya no me sorprendió en absoluto. Es de esas películas que ya sabes con gran exactitud lo que te van a aportar antes de verlas. Y aún así, es difícil resistirse a verlas, porque aún con todos los peros posibles en su contra, finalmente te hace pasar un buen rato y resulta un espectáculo asombroso en muchos aspectos.

domingo, 20 de enero de 2013

The Punisher (El Castigador)



Dirección: Jonathan Hensleigh.
Guión: Jonathan Hensleigh, Michael France, Michael Tolkin (Cómic).
Música: Graeme Revell.
Fotografía: Conrad W. Hall.
Reparto: Thomas Jane, John Travolta, Rebecca Romijn-Stamos, Laura Elena Harring, Samantha Mathis, Roy Scheider, Will Patton, Ben Foster, John Pinette, Mark Collie, Kevin Nash.

Frank Castle (Thomas Jane), un agente secreto del FBI, piensa que ya ha tenido suficiente y toma la decisión de abandonar una profesión tan peligrosa para poder tener una vida familiar normal. Pero, precisamente en su último trabajo, muere el hijo de Howard Saint (John Travolta), capo de la mafia de Florida, que no parará hasta vengar su muerte.

Si uno desconoce de antemano que The Punisher (2004) es una adaptación más a la gran pantalla de un personaje del comic, la primera reacción puede ser de incredulidad. Y es que el comienzo de la película, con el asesinato por venganza de todos los miembros de la familia de Castle, el protagonista cachas de la función, resulta un planteamiento tan visto que no deja de sorprendernos que en pleno siglo XXI aún andemos con lo mismo. Porque, además, lo que sigue a continuación no aporta novedad alguna: los malos fallan lamentable y previsiblemente en su intento de acabar también con la vida de Castle, que se recupera para su particular venganza.

Sin embargo, en un momento dado, a mitad de la película, parece brillar una pequeña luz de esperanza. Es cuando entran en escena unos peculiares vecinos del edificio donde se aloja Frank. En este momento, la historia toma un pequeño desvío que promete novedades y un tono algo más relajado, lo que se agradecería para salir de la rutina de tantos films del mismo corte. Por desgracia, es un mero inciso, demasiado breve, que enseguida deja paso a la explosión de violencia final.

Un argumento, por lo tanto, tan previsible, tan visto y tan poco original que parece mentira que aún sigan saliendo a la pantalla semejantes historias que tan poco aportan al cine de acción. No sé si por su procedencia del mundo del comic o no, pero el caso es que The Punisher tiene situaciones tan absurdas o surrealistas que hasta se agradecen. Ejemplo, Castle acarrea una boca de incendios para reservar una plaza de aparcamiento. Y bien mirado, si el director se hubiera planteado darle más toques de humor a esta película, si no se hubiera tomado tan en serio un argumento tan banal y cutre, quizá estaríamos hablando de una película sorprendente. Pero no, la cosa va en serio aunque por momentos estemos a punto de partirnos de risa ante tantas chorradas.

Los malos son perrunos, naturalmente. Nada del mínimo rasgo humanitario. Hasta la esposa de Howard Saint resulta ser mucho más vengativa que su marido. Los diálogos... pues ya se lo pueden imaginar. Y, eso sí, violencia a saco: disparos, cuchilladas, flechazos, explosiones, quemaduras, torturas... todo un recital de cómo intentar revolvernos el estómago. Es como para demostrar que la cosa va en serio, digo yo. Parece como si el director pensara que sin algunos primeros planos desagradables la cosa no funcionaría de verdad. Y en realidad, la cosa no funciona porque no hay guión, ni sorpresa, ni ingenio.

En cuanto al reparto, pues quizá es lo más lucido del conjunto. John Travolta es el malo malísimo de turno y la verdad es que no está mal. Sin aspavientos ni excesos compone un personaje odioso con sólo mirarle a la cara. Thomas Jane, el protagonista, pues tiene el físico requerido para su papel y lo muestra convenientemente. La verdad es que es un guaperas sin demasiado carisma, pero cumple con cierta solvencia; en todo caso, le da mil vueltas a Jean-Claude Van Damme en cuanto a talento interpretativo. Destacar la presencia también de Will Patton, como la mano derecha de Travolta y una breve aparición de Roy Scheider. Por el lado femenino, tres mujeres de bandera: Rebecca Romijn-Stamos, la modelo con inquietudes cinematográficas, Laura Elena Harring, como la esposa de Howard Saint, y Samantha Mathis, la mujer de Frank Castle. Su labor es poco menos que decorativa, especialmente de las dos últimas, mientras que de Rebecca Romijn se esperaría un pequeño o gran romance con el protagonista pero, finalmente, la cosa no pasa de un amago, en el único elemento sorprendente del guión.

Así que poco más que añadir. El film termina con una declaración de Castle amenazando con volver, es decir, una advertencia de que la película tendría continuación. No sé de verdad si ese optimismo estaba justificado, porque con un film como éste yo ya he tenido suficiente. Aunque hay que advertir que los temores se cumplieron y en el 2008 salió Punisher 2: Zona de guerra (Lexi Alexander). El título lo dice todo.

La isla



Dirección: Michael Bay.
Guión: Caspian Tredwell-Owen, Alex Kurtzman-Counter, Roberto Orci (Historia: Caspian Tredwell-Owen).
Música: Steve Jablonsky.
Fotografía: Mauro Fiore.
Reparto: Ewan McGregor, Scarlett Johansson, Djimon Hounsou, Sean Bean, Steve Buscemi, Michael Clarke Duncan, Ethan Phillips, Max Baker, Shawnee Smith, Brian Stepanek, Yvette Nicole Brown, Eric Stonestreet.

Año 2019. Lincoln Eco-Seis (Ewan McGregor) y Jordan Delta-Dos (Scarlett Johansson) se encuentran entre los cientos de residentes de una curiosa comunidad cerrada que ha sobrevivido a un desastre ecológico que acabó con la vida en la Tierra. Dentro de ese lugar su vida cotidiana está rigurosamente controlada y planificada al milímetro. No hay lugar a la iniciativa personal. Sin embargo, algunos afortunados consiguen el gran premio con el que todos sueñan: ganar el sorteo para poder ir a La Isla, el único lugar libre de contaminación donde podrán vivir en libertad.

Toda película de ciencia-ficción plantea situaciones un tanto irreales. El mérito de algunas películas es que consiguen transmitir un mensaje coherente dentro de esa exageración. Y La isla (2005) nos propone un argumento que resulta convincente y añade elementos al debate sobre la clonación y la manipulación genética; un terreno en rápido progreso y que puede dar lugar, si nos ponemos en el peor de los casos, a verdaderos problemas éticos y humanos donde seguramente, como vemos en La isla, el poder del dinero volverá a ser quién imponga sus normas.

Así que por este lado, creo que La isla parte con una buena base: un mundo futuro donde se ha creado una empresa que clona seres humanos para poder servir de órganos a sus clientes en caso de necesidad. El problema es que los clones ignoran que lo son, viven engañados y son tratados como meras mercancías, como si no tuviesen sentimientos ni el derecho a ellos. Son seres sin alma.

Durante la primera parte de la película, la mejor sin duda, Michael Bay nos relata la vida en esa comunidad cerrada y poco a poco nos va desvelando las claves de cuanto ocurre allí. Mediante una muy buena ambientación, futurista pero creíble, nos vamos adentrando en un mundo que intuímos no es tan idílico como parece. La mezcla entre curiosidad y una creciente tensión nos van enganchando a la trama.

A nivel estético, La isla podría hacernos pensar en 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968) por la pulcritud del lugar donde viven los clones. En cambio, en cuanto nos adentramos en las entrañas del complejo la estética toma claras referencias de Blade Runner (Ridley Scott, 1982).

En la segunda parte, sin embargo, la película cambia de registro y la intriga pierde cierto protagonismo en favor de la acción pura y dura. Asistimos a persecuciones, choques, disparos, caídas en un torbellino de efectos especiales tan espectaculares como excesivos, adornado todo ello, como es tristemente habitual hoy en día, por una cámara que parece haberse vuelto loca. La verdad es que creo que no hacía falta tal despliegue de medios. Es más, hasta perjudica un poco al argumento y su credibilidad. El desastre de accidentes en la ciudad es tal que uno no entiende cómo no aparece hasta el ejército para poner orden. Y en medio del caos y de caídas rocambolescas, nuestros protagonistas no sólo salen con un par de arañazos, sino que logran eludir a un ejambre de perseguidores armados hasta los dientes y provistos de la mejor tecnología. Un pena, pues creo que un enfoque menos espectacular, donde primara más la tensión a la acción hubiera resultado más acertado. Pero la taquilla manda y había que hacer algo que deslumbrara y sedujera al espectador de palomitas y refresco imagino.

Y en la línea de un enfoque más comercial y más fantástico, el film nos ofrece un desenlace muy poco convincente y que estropea en parte el buen planteamiento inicial. Porque el final me recordó al de las películas de James Bond, con la demolición de la guarida del malvado, éste en un duelo a muerte con el héroe y la chica como premio final. Todo demasiado perfecto, incluso con la impresión de demasiado fácil, y muy tópico. Da la impresión de precipitación, de ser el final más sencillo posible.

En cuanto al reparto, creo que se puede decir que es bastante acertado. Ewan McGregor da el tipo en todo momento y resulta muy convincente tanto en sus momentos de dudas como cuando pasa a la acción. Su partenaire, Scarlett Johansson, cumple con su labor: una presencia hermosa que acompaña al héroe de la película y aporta las mínimas dosis de romance que hay en la La isla. En cuanto a los villanos, decir que tanto Djimon Hounsou como Sean Bean están más que creíbles en sus respectivos papeles. El primero, como mercenario, la verdad es que hasta da miedo en algunos primeros planos. Sean Bean resulta peculiarmente inquietante como malvado con piel de cordero. También los secundarios cumplen con acierto, con mención especial al siempre atinado Steve Buscemi, aunque su papel sea bastante breve, como aún lo es más el de  Michael Clarke Duncan, limitado a muy poca cosa.

Al final, tenemos un film interesante en su planteamiento, espectacular en cuanto a efectos especiales y que te va a entretener, sin duda, pero que podría haber dado algo más de juego si no se hubiera decantado el director por el camino más comercial y el desenlace más convencional posible. Aún así, es un producto más que adecuado para una tarde de palomitas.

sábado, 19 de enero de 2013

A contrarreloj



Dirección: Carl Franklin.
Guión: David Collard.
Música: Graeme Revell.
Fotografía: Theo van de Sande.
Reparto: Denzel Washington, Eva Mendes, Sanaa Lathan, Dean Cain, John Billingsley, Alex Carter, Antoni Corone.

Matt Lee Whitlock (Denzel Washington), jefe de policía de la pequeña ciudad de Banyan Key, en Florida, está en trámites de separación de su mujer Alex (Eva Mendes) y al mismo tiempo mantiene una relación con una mujer casada (Sanaa Lathan), la cuál padece un cáncer terminal. Dispuesto a ayudarla, Matt le da un dinero decomisado que tiene en custodia como prueba para que pueda financiar un tratamiento para su enfermedad. Sin embargo, todo da un vuelco cuando, esa misma noche, su amante y su marido perezcan en un incendio intencionado.

Hay veces que nos animamos a ver una película por pequeños detalles, aún con la sospecha de que puede que no se trate de una gran obra. Y ésto fue lo que me pasó con A contrarreloj (2003), que me decidí a ver por la presencia de Denzel Washington y la explosiva Eva Mendes, amén de tratarse de un thriller, con lo que puedes esperar pasar un rato entretenido sin complicarte demasiado.

Y la verdad es que A contrarreloj me resultó en general un film muy entretenido y bastante aprovechable, dentro de unos límites, claro está.

El gran problema que suelen tener los thrillers es que recurren con frecuencia a engañar al espectador como base en que sustentar su intriga. Hay veces que el engaño es tan absurdo y tan chapucero que el espectador se siente ofendido. En otras ocasiones, el engaño puede llegar a ser una obra de arte. En A contrarreloj nos encontramos con un término medio: el guión es algo tramposo, pero lo hace con cierta rigurosidad y no nos sentimos estafados. Pero es verdad también que no es demasiado novedoso y que muchos momentos están cogidos con alfileres, se nota que se esforzaron por hacer encajar las piezas, pero le falta talento para llegar a deslumbrar. Es más, la historia arranca muy bien, pero conforme se avanza en la intriga la trama se va volviendo cada vez más previsible y el guión recurre a engaños cada vez menos ingeniosos. Afortunadamente, el desenlace llega en el momento oportuno, con lo que la película salva los muebles antes llegar a ofendernos verdaderamente con sus enredos.

Quizá lo que peor encaja de todo sea la relación de Matt con su mujer Alex y el hecho que sea ella la encargada de investigar las muertes. Ni era un elemento indispensable para la trama, pues no le aporta nada especial, ni resulta creíble que una persona que quiere ayudar a su amante con casi quinientos mil dólares diga al final que no estaba enamorado de ella, sino de su mujer. Es evidente que el guión se decanta por el típico y tópico final feliz a base de una reconciliación que, en verdad, no pega demasiado con todo lo que hemos visto anteriormente y que, como decía, tampoco es especialmente necesaria para el buen funcionamiento de la intriga. Es más, si la policía que investiga el caso no conociera a Matt sería mucho más lógico que éste se sintiera en peligro y creyera necesario resolver el enredo por su cuenta.

A contrarreloj vuelve a redundar en algo que hemos vista ya muchas veces, pero que sigue funcionando bastante bien: una persona inocente se ve en peligro por una serie de pruebas circunstanciales que lo señalan como culpable. Aunque aquí lo lógico hubiera sido confesarlo todo a Alex, que se supone que conocería bien a su marido para confiar en su inocencia, el guión se las apaña para poner a Matt contra la espada y la pared para poder desarrollar la intriga en toda su extensión. Y esta parte la verdad es que funciona bastante bien: las situaciones en que se ve implicado Matt y cómo logra salir en cada ocasión del enredo con bastante habilidad nos mantienen en vilo y llegamos a pasar casi los mismos apuros que el protagonista. Y en ésto, gran parte de la culpa la tiene el bueno de Denzel Washington, que una vez más se carga la película a sus espaldas y sale airoso del empeño. Su trabajo es admirable. En cuanto a Eva Mendes, pues está aquí para lucir tipo y encandilarnos con ese par de ojazos negros, pero como actriz la verdad es que se muestra muy justita. Mucho mejor me pareció el trabajo de Sanaa Lathan, otra hermosa mujer que sí que sabe meterse en el papel y cuyo trabajo estuvo a la altura de lo esperado. En algunas escenas con Denzel Washington logró que saltaran chispas.

Y poco más podemos decir de esta película. Lo bueno es que te hace pasar un buen rato, pues cuenta con una intriga emocionante y logra implicarte en las desventuras del jefe Whitlock. Lo peor es que es un film sin gran talento, un mero pasatiempo que, además, se va desinflando poco a poco por culpa de la necesidad de llegar a un final feliz que no resulta demasiado convincente. Aún así, si sólo quieres pasar el rato, la película cumple con ese cometido.

viernes, 18 de enero de 2013

La reina de África



Dirección: John Huston.
Guión: James Agee, John Huston (Novela: C.S. Forester).
Música: Allan Gray.
Fotografía: Jack Cardiff.
Reparto: Humphrey Bogart, Katharine Hepburn, Robert Morley, Peter Bull, Theodore Bikel.

Estamos en el África Oriental alemana donde Charlie Allnut (Humphrey Bogart) se dedica a transportar mercancías y correspondencia por el río Ulanga con su vieja embarcación, llamada African Queen. En una de las aldeas que suele visitar tiene su misión el reverendo Samuel Sayer (Robert Morley), al que ayuda su hermana Rose (Katharine Hepburn). Al estallar la Primera Guerra Mundial, los alemanes reclutan a la fuerza a los nativos y queman sus casas, lo que provoca que el reverendo Samuel enferme y enloquezca al ver destruida su labor de tantos años. Cuando Charlie regresa a la aldea, Samuel ha fallecido y solo queda allí Rose, por lo que decide llevarla con él en su barco.

La reina de África (1951) es una de esas películas maravillosas que han pasado con todos los honores al Olimpo del cine. Obra maestra, clásico inmortal, cualquier atributo le queda como anillo al dedo a esta genial creación de John Huston.

La película es una perfecta mezcla de cine de aventuras, comedia, romántico y bélico. Tal cóctel parece improbable que saliera mejor sino fuera de la mano de John Huston. Pero también tienen mucha culpa del encanto de esta película sus dos protagonistas: Humphrey Bogart y Katharine Hepburn.

La reina de África es, básicamente, un film de aventuras con el telón de fondo de la Primera Guerra Mundial, concretamente, en su un tanto absurda ramificación africana. Un trotamundos desaseado y rudo, capitán de un destartalado barco, y su estirada pasajera, una madura solterona inglesa de firmes principios religiosos, han de unir fuerzas en un proyecto descabellado fruto del patriotismo y la ignorancia de Rose, que decide que, en lugar de esperar tranquilamente el fin de la guerra, lo mejor es intentar servir a la patria atacando un barco de guerra alemán. Es verdad que, bien mirado, el argumento no es del todo creíble y menos que un hombre de vuelta de todo acceda a cumplir con los deseos absurdos de esa mujer. Pero aquí entra en juego la habilidad de John Huston y la química de los protagonistas para transformar un argumento dudoso en una delicia de película.

Puede que parte de la culpa de que el film funcione tan bien es por el hecho de que pronto la excusa argumental de atacar a los alemanes se quede en un muy segundo plano. Huston utiliza este recurso para crear un fin, una meta para un viaje que sino no tendría sentido. Pero una vez creado el marco, lo importante pasa a ser la relación entre los protagonistas, dos personas opuestas en todo que acabarán profundamente enamoradas. Y es aquí cuando el guión de La reina de África saca a relucir todos sus quilates. Y es que da gusto disfrutar de un buen guión que sabe profundizar en los personajes y dibujarlos con un par de pinceladas precisas, de manera que en muy poco tiempo sabemos las debilidades y las fortalezas de Rose y de Charlie. Pero aún es más maravilloso disfrutar de su encuentro, su enamoramiento y ver que, cuando un guión es bueno de verdad, todo termina por encajar perfectamente. A pesar de la distancia que los separaba al principio, entendemos perfectamente que ambos acaben juntos y su amor no resulta extraño ni forzado, sino algo lógico y natural en dos personas solitarias a las que la adversidad termina por reunir.

Evidentemente, la presencia de Bogart y de Katharine Hepburn es fundamental para que esta relación nos resulte tan convincente y tan conmovedora. Ambos eran ya maduros, pero aún así su pasión resulta encantadora y convincente. Bogart sale del papel habitual de tipo duro y resulta de lo más tierno ver como cede ante una mujer decidida y firme, primero por dejadez, luego por amor. Su trabajo, impecable, le valió ganar el único Oscar de su carrera. Hepburn está igualmente genial, y de hecho fue nominada al Oscar, aunque esta vez no lo ganó. Sin embargo, la encuentro un poco más dependiente de sus tics habituales que a Bogart de los suyos, por lo que en algún momento me era inevitable ver que estaba interpretando su papel. Bogart, en cambio, me resultó mucho más natural. Ambos, de todos modos, gracias a la química que lograron crear entre ellos, son los grandes responsables de que esta película siga siendo especialmente encantadora, no importa las veces que la veamos.

En cuanto al trabajo de John Huston decir que es admirable en todos los sentidos. La película transurre en un 80% dentro del barco solo con Bogart y Hepburn. Lograr mantener el interés, el ritmo y emoción con tan poco es admirable y el director saca petróleo de esta situación. En ningún momento el film pierde interés, tampoco necesita recurrir a las típicas escenas de relleno a base de mostrarnos secuencias de la selva y sus habitantes. Todo lo que pasa en el African Queen tiene un porqué y un sentido concreto y ayuda a que la historia avance y, en especial, a entender a los protagonistas.

Son muchas las anécdotas que se cuentan sobre el rodaje de la película, que resultó especialmente duro al filmarse buena parte de la película directamente en África, en parte por el espíritu aventurero de John Huston. Cuentan, por ejemplo, que todo el equipo enfermó de disentería por culpa del agua, menos Huston y Bogart, que sólo bebían alcohol.

Anécdotas aparte, La reina de África es un film maravilloso del que es imposible no encariñarse. Además de las nominaciones para sus protagonistas, el film también recibió la nominación al mejor director y al mejor guión.

Entre el amor y el juego



Dirección: Sam Raimi.
Guión: Dana Stevens (Novela: Michael Shaara).
Música: Basil Poledouris.
Fotografía: John Bailey.
Reparto: Kevin Costner, Kelly Preston, John C. Reilly, Jena Malone, Brian Cox, J.K. Simmons, Hugh Ross, Carmine Giovinazzo, Bill E. Rogers, Michael Emerson.

Billy Chapel (Kevin Costner), estrella del béisbol, ha jugado toda su vida en los Tigres de Detroit y se siente orgulloso de ello. El último día de la temporada recibe dos noticias cruciales para su vida: el dueño de los Tigers (Brian Cox) le anuncia que va a vender el equipo y los nuevos dueños piensan traspasarlo. Poco después, su novia Jane (Kelly Preston) le anuncia que ha aceptado un trabajo en Londres.

Entre el amor y el juego (1999) es un drama romántico más donde se dan la mano el mundo del deporte y las relaciones de pareja. Desde ese punto de vista, me hizo pensar en Rocky (John G. Avildsen, 1976) pues es un intento parecido de ensalzar la carrera deportiva del protagonista sin dejar de lado sus problemas amorosos. Aunque no llega a las cotas de dramatismo y emoción del film de Stallone, Raimi echa toda la carne en el asador en un intento de construir una historia de dimensiones grandiosas. Pero se queda sólo en el intento.

Y es que Entre el amor y el juego es un film pretencioso que se queda la mayoría de las veces en la superficie, sin lograr transmitirnos auténticas emociones. Puede que sea porque el guión está repleto de situaciones no demasiado originales, que la historia resulte demasiado previsible o que los protagonistas no sean del todo creíbles. Y es que Billy Chapel, por un lado, es un dechado de virtudes, tanto profesionales como personales. Es una estrella del beisbol, pero no ha perdido su calor humano, su sencillez y su generosidad. Puede ser, pero suena a cuento de hadas. Jane, por su parte, resulta también la novia perfecta: dulce, hermosa, comprensiva... y que renuncia a su gran amor con una facilicidad sólo explicable por las necesidades del guión, pues hay que darle algo de emoción e intriga a una relación entre dos seres perfectos. Sin embargo, la verdadera emoción no se logra con estos pequeños trucos que ya están demasiado vistos. Nadie se cree que la pareja protagonista no vaya a terminar de nuevo junta, por mucho que el guión nos busque las cosquillas.

Y es que el guión es en verdad muy flojito. Bien vista, la película no deja de ser la típico historia de amor adornada convenientemente con la carrera de un jugador profesional de beisbol. Y como toda típica historia de amor tiene que haber un bonito encuentro, la consabida ruptura y una reconciliación conveniente. Pero el argumento es tan tópico que hasta la ruptura resulta sosa y toda la historia de amor se muestra sin fuerza e incluso pierde claridad por culpa del recurso constante a los flashbacks. Y que conste que este recurso no está nada mal utilizado, incluso logra evitar las confusiones con bastante habilidad y logra crear un cierto dinamismo a la historia. Pero en el tema de las relaciones de pareja se muestra menos eficaz, también porque, como decía, esa relación carece de grandes momentos, de pasión y de carisma. Es todo demasiado banal.

A ello hay que añadirle su excesiva duración. El partido de despedida, que centra la mayor parte de la acción en el presente, se estira de un modo habilidoso pero artificial en busca de cargar la historia de constantes momentos de emoción que nos saquen unas lagrimitas. Pero volvemos a lo de antes: la emoción verdadera se consigue con una buena historia, con protagonistas creibles y con sinceridad. Pero a lo que asistimos es a una constante manipulación, a un guión lleno de tópicos, a una repetición de situaciones que además no nos dejan lugar ni a la imaginación, pues cada momento del partido es retransmitido por unos comentaristas que parece que hasta pueden leer los pensamientos de Billy. Parece que estemos ante una especie de emociones teledirigidas.

Puede que parte del error esté en elegir a Kevin Costner para el papel principal. Es un tipo atractivo y en cierto modo da el tipo de jugador veterano, pero en los momentos claves no está a la altura y la sensación general de su trabajo es que resulta un tanto soso, monótono. En cambio, Kelly Preston está mucho más creible, además de tener un rostro hermoso.

Así que Entre el amor y el juego se queda al final en un film demasiado comercial, demasiado bien planificado y bien intencionado, pero cargado de tópicos, de lugares comunes y sin fuerza ni originalidad.

jueves, 17 de enero de 2013

Historia de lo nuestro



Dirección: Rob Reiner.
Guión: Alan Zweibel & Jessie Nelson.
Música: Marc Shaiman & Eric Clapton.
Fotografía: Michael Chapman.
Reparto: Michelle Pfeiffer, Bruce Willis, Tim Matheson, Rob Reiner, Rita Wilson, Paul Reiser, Julie Hagerty, Colleen Rennison, Jake Sandvig, Jayne Meadows, Tom Poston, Betty White.

Tras quince años de matrimonio, Ben (Bruce Willis) y Katie Jordan (Michelle Pfeiffer) se pasan todo el día discutiendo. Aprovechando que sus hijos han ido a un campamento de verano, deciden separarse temporalmente para poner las cosas en orden. Sin embargo, la distancia entre ambos comienza a hacerse insalvable.

Historia de lo nuestro (1999) vuelve a incidir en un tema bastante recurrente de los dramas e incluso de muchas comedias, como es la relación de pareja. En este caso, la crisis de un matrimonio normal y corriente que no sufre problemas de infidelidades ni otros grandes dramas, sino que se ha ido distanciando lentamente por causa de las rutinas diarias y los pequeños roces, es decir, la convivencia.

El planteamiento de Rob Reiner es interesante y creo que funciona bastante bien a nivel narrativo y consiste en contarnos la ruptura en tiempo real salpicándola de breves y contínuos flashbacks en los que nos va descubriendo cómo se conocieron los protagonistas y algunos momentos claves de su relación. Este juego o alternancia del presente y el pasado le da a la historia, que está basada en hechos reales por cierto, un buen ritmo, de modo que la cinta transcurre de manera bastante ágil.

Otro elemento que utiliza el director es alternar los momentos más dramáticos, que se corresponden con los enfrentamientos de Ben y Katie, con los consejos de los amigos de ambos, momentos que elige Reiner para aligerar el tono dándoles un tratamiento más simpático. Este recurso, a nivel de ritmo, funciona correctamente, el problema es que la fuente de comicidad se basa en las típicas alisiones a los órganos sexuales o al culo, que personalmente no encuentro en absoluto graciosas. Es más, como la película tiene un tono en general bastante serio, yo esperaba que la historia supusiera un buen intento de analizar las crisis matrimoniales y los consejos de los amigos podían ser un elemento importante para profundizar en las relaciones de pareja sin caer en el chiste fácil y la simplificación más absoluta. En fin, es la elección del director y supongo que habrá gente a quién le resulte mejor un planteamiento más ligero. En todo caso, insisto en que, respetando esa elección, las bromas sobre penes, vaginas y culos me parecieron realmente pobres.

También en algunos momentos el enfoque que le da Reiner a la película nos recuerda a Woody Allen, como en esas secuencias en que Ben y Katie se confiesan mirando directamente a la cámara o en sus visitas a diversos consejeros matrimoniales, rodadas de un modo muy cercano a la manera de trabajar de Allen. Por lo demás, toda similitud entre ambos directores se termina aquí.

Si a nivel de ritmo y de puesta en escena de la historia, Reiner consigue convencerme, en lo que sí que falla es a la hora de analizar los problemas del matrimonio protagonista. Como decía, yo esperaba un tratamiento más profundo, más serio y no el rellenar la película de situaciones muy vistas donde en realidad se queda a medio camino entre la comedia y el drama, pero sin resultar convincente en ninguno de ambos terrenos. En la comedia, como vimos, porque sus bromas carecen de gracia, en el drama porque todo resulta un poco superficial, sin adentrarse de lleno y con cierto rigor en las relaciones de pareja.

Es más, el argumento huele un poco a tramposo. Durante toda la película, vemos que es Katie la que parece tener más problemas de convivencia. Mientras Ben reconoce que las cosas no van bien pero sigue muy enamorado de Katie, ella parece haber perdido toda esperanza de arreglo. Y sin embargo, en un giro inesperado y que no pega en realidad con todo lo que hemos visto, es ella la que decide darse una nueva oportunidad y descubre de nuevo su amor por su esposo en una escena final un tanto forzada y con un discurso atropellado que olía a topicazo barato a un kilómetro. La verdad es que la película, sin ser gran cosa, no se merecía un desenlace tan pobre.

Lo que sí que funciona muy bien es la pareja protagonista. Bruce Willis resulta muy convincente y, sin ser un actor excepcional, tiene algo que funciona delante de la cámara. Michelle Pfeiffer sí que tiene mucho talento y en algunas escenas está soberbia. Comentar como curiosidad la participación del propio Rob Reiner en el papel de Stan, el amigo de Ben de la teoría del culo. También trabaja Rita Wilson, la mujer de Tom Hanks.

Así que Historia de lo nuestro no es un film que vaya a marcarnos especialmente. Se deja ver, tiene un ritmo aceptable, buenas interpretaciones y a los amantes de los finales felices les dejará una bonita sonrisa en los labios.

domingo, 13 de enero de 2013

Ninotchka




Dirección: Ernst Lubitsch.
Guión: Charles Brackett, Billy Wilder, Walter Reisch (Historia: Melchior Lengyel).
Música: Werner R. Heymann.
Fotografía: William Daniels (AKA William H. Daniels) (B&W).
Reparto: Greta Garbo, Melvyn Douglas, Ina Claire, Sig Ruman, Felix Bressart, Alexander Granach, Rolfe Sedan, Gregory Gaye, Edwin Maxwell, Richard Carle, Bela Lugosi.

Los camaradas Iranoff (Sig Ruman), Buljanoff (Felix Bressart) y Kopalski (Alexander Granach) han sido enviados a París para obtener dinero para el Gobierno ruso mediante la venta de las joyas confiscadas a la gran duquesa Swana (Ina Claire), que vive en la capital francesa. Cuando la venta de las joyas se encalla debido a una argucia legal del amante de la duquesa, el conde Leon d'Algout (Melvyn Douglas), el Gobierno ruso envía a Nina Ninotchka Ivanovna Yakushova (Greta Garbo) para arreglar las cosas.

Ninotchka (1939) es la penúltima película de Greta Garbo, que se retiraría prematuramente del cine en 1941 tras rodar La mujer de dos caras (George Cukor), donde compartía cartel de nuevo con Melvyn Douglas. La película es famosa también por la frase con la que la Metro la patrocinaba: ¡Garbo ríe!, utilizando el mismo recurso empleado en 1930 en Anna Christie (Clarence Brown, 1930) al anunciarla con la frase ¡Garbo habla!, al tratarse de su primera película hablada.

Curiosidades al margen, Ninotchka es otra divertida y encantadora comedia del gran maestro Ernst Lubitsch, un director con una elegancia y un talento para la comedia al alcance de muy pocos. A él debemos ese maravilloso sentido del ritmo, su toque sutíl y sugerente y ese perfecto dominio de la puesta en escena. Es cierto que cuenta con un guión excelente, basado en un musical de Broadway y en el que participa Billy Wilder, que nos brinda unos diálogos sensacionales y donde se hace una sátira muy acertada de la Unión Soviética y de paso de cualquier dictadura. De hecho, se aprovecha muy hábilmente la ocasión para soltar, de pasada, un dardo envenenado a la Alemania nazi. Tampoco sale del todo airoso el sistema capitalista; pues puestos a criticar, los guionistas arremeten contra casi todo lo que pueden. Pero queda claro que la peor parte se la lleva el comunismo.

Pero estamos ante una comedia y además firmada por Lubitsch. Ello quiere decir que cualquier crítica se hace siempre desde el más genuino sentido del humor y con esa elegancia y ese cariño especial que destilan los personajes de Lubitsch, un rasgo típico de este director que sabía dotar a sus personajes de un calor humano que los convertía en entrañables. Sólo encontré algo parecido, en un registro diferente, en John Ford.

Y es que el film es en realidad una exaltación, un tanto sencilla pero apasionada, del amor, de la felicidad, de la libertad de los seres humanos para elegir su destino por encima de barreras, clases o ideas. Ninochka es un film optimista que cree en el ser humano y como tal nos deja una sensación maravillosa de felicidad.

La película tiene un comienzo prodigioso con la llegada de la delegación rusa a París. Esta primera parte del film contiene los mejores momentos cómicos, con detalles asombrosos y esa manera tan personal y tan fascinante de contarnos las cosas del director. El mejor ejemplo es la escena en que vemos a diversos camareros y vendedoras de cigarrillos entrando en la habitación de los rusos y, dejando la cámara fuera, Lubitsch nos deja que seamos nosotros los que adivinemos lo que acontece dentro. Nadie manejaba este recurso con tal habilidad y lograba momentos tan mágicos con algo tan sencillo.

Luego, cuando Ninotchka se enamora de Leon, la película sufre un giro y se pasa de la comedia al romance. Es evidente que el tono gracioso baja muchos enteros y, para mi, la película sufre un pequeño bajón, pues es una parte de la historia mucho más convencional. Pero Lubitsch vuelve a recuperar el tono en el desenlace gracias, de nuevo, a la presencia de los tres delegados rusos, unos personajes impagables que proporcionan los mejores momentos de la cinta desde el punto de vista de la comedia.

Pero la película es indiscutiblemente de Greta Garbo. Actualmente, para un espectador moderno es complicado valorar su figura como se hacía en el momento del estreno de Ninotchka. Aún reconociendo su belleza, está claro que hoy en día no produce el impacto que causaba entonces. Nos queda, eso sí, una muy buena interpretación por parte de Greta Garbo, una mujer que llenaba la pantalla de un modo muy especial. Pero en realidad todo el reparto hace un trabajo soberbio, pues tanto Melvyn Douglas, lleno de encanto y elegancia, como los secundarios Sig Ruman, Felix Bressart y Alexander Granach, encarnando a los díscolos rusos, estan espléndidos. Como curiosidad, mencionar la breve presencia de Bela Lugosi interpretando al comisario soviético Razinin, el que envía a Ninotchka a Constantinopla al final de la película.

Ninotchka obtuvo cuatro nominaciones a los Oscar: película, actriz principal (cuarta nominación en la carrera de la Garbo), historia original y guión. En 1957, Rouben Mamoulian, devolvió el tono musical original a la historia con una nueva versión de la misma en La bella de Moscú, con Fred Astaire y Cyd Charisse.

Delitos y faltas



Dirección: Woody Allen.
Guión: Woody Allen.
Música: Varios.
Fotografía: Sven Nykvist.
Reparto: Woody Allen, Alan Alda, Claire Bloom, Anjelica Huston, Mia Farrow, Martin Landau, Jerry Orbach, Caroline Aaron, Sam Waterston, Joanna Gleason, Martin Bergmann, Jenny Nichols, Daryl Hannah.

Judah Rosenthal (Martin Landau), un reputado oftalmólogo, está en una verdadera encrucijada: pretende poner fin a su relación extraconyugal, pero su amante, Dolores Paley (Anjelica Huston), no está dispuesta a renunciar a él y amenaza con contárselo a su esposa. Por su parte, Cliff Stern (Woody Allen), un director de documentales sin mucho éxito profesional, se ve obligado a rodar una película sobre su cuñado Lester (Alan Alda), un arrogante productor de televisión al que desprecia.

Un film de Woody Allen siempre es un regalo. Aunque no esté entre sus películas más memorables, siempre es un placer participar de las reflexiones, paranoias y chistes de este peculiar director.

Delitos y faltas (1989) se mueve a medio camino entre el Woody Allen serio y el más cómico, si bien se inclina mucho más hacia primera vertiente y, desde mi punto de vista, es una pena. No porque el enfoque no sea correcto o las dos historias que nos cuenta carezcan de interés, pero creo que la película, sin perder mensaje, hubiera funcionado mejor con un tono más distendido.

Como era de esperar, Allen nos vuelve a meter en su peculiar universo centrado en la clase media neoyorquina y, especialmente, en la comunidad judía. De nuevo la religión cobra un especial protagonistmo, especialmente en la figura de Judah, un hombre que piensa que Dios no existe hasta que comete un crimen y, por lo tanto, un pecado. Entonces, buscando tal vez el perdón, siente como necesita creer en la figura divina que le enseñaba su padre. Paralelamente a la historia de Judah, Woody Allen nos cuenta la vida de Cliff, un hombre sin éxito profesional, encerrado en un matrimonio que hace aguas y que tiene que vérselas con su cuñado, el hombre que representa, a ojos de la sociedad, el modelo a imitar pero al que Cliff desprecia por arrogante, mujeriego, egoista y falso. Y será precisamente ese hombre el que le arrebate a la mujer de la que se ha enamorado.

Con una puesta en escena muy elegante, donde afortunadamente Woody Allen deja de experimentar con la cámara, el director enlaza ambas tramas con pequeños homenajes al cine clásico que tanto gusta a Woody. Aparecen escenas de Matrimonio original (Alfred Hitchcock, 1941) o El cuervo (Frank Tuttle, 1941), entre otras, y se hace referencia a Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen, Gene Kelly, 1952). Las dos historias no tienen más que leves vínculos y transcurren independientes una de la otra hasta el final, cuando Cliff y Judah coinciden en una boda. Es entonces cuando un Woody Allen menos poético o más realista que en otras ocasiones nos deja con un desenlace un tanto imperfecto, como la vida misma, donde los "malos" logran salirse con la suya (Judah deja atrás los remordimientos y consigue continuar con su vida y Lester se queda con la mujer que ama Cliff mientras éste comprueba que no tiene nada, ni futuro profesional ni personal). La frase de Judah lo resume a la perfección: Si quiere un final feliz, vaya a ver una película de Hollywood.

El filósofo Levy (Martin Bergmann) dice en un momento de la película que cada persona es la suma de todas las decisiones que toma a lo largo de su vida. No somos buenos o malos de un modo absoluto ni siempre. Somos lo que vamos haciendo. Y la vida no es justa, ni tiene porque serlo. Este parece ser el mensaje de Delitos y faltas. O, al menos, uno de los muchos que encierra.

La conclusión que parece ofrecernos Allen es que al final no debemos esperar una especie de justicia divina o de compensación por nuestras buenas obras. En realidad, los tramposos, los egoistas, los arrogantes, pueden salirse con la suya y, en realidad, lo hacen a diario.

Siendo un film interesante, Delitos y faltas me parece que no es tan redondo como hubiera podido ser. Las dos historias están bien contadas y poseen muchos elementos interesantes, pero en general me resultaron un tanto frías. Es como si todo se quedara en un plano bastante impersonal, no se si por un distanciamiento buscado a propósito o no. De ahí que la película en algunos momentos se haga un tanto lenta y tal vez un pelín larga de más porque le falta cercanía, le falta ese toque que haga que nos encariñemos con algunos personajes o que vivamos la historia con más intensidad. Por eso es por lo que decía antes que me hubiera gustado un tono más divertido, con el que tal vez la película hubiera resultado más amena. De hecho, Allen demuestra que no ha perdido su peculiar sentido del humor con un par de momentos geniales que, desgraciadamente, se quedan en pequeños chispazos sin continuidad.

El reparto contiene rostros habituales del director, como Alan Alda o Mia Farrow, siempre dando el nivel con ese tono tan cotidiano que tienen los actores en las películas de Woody Allen. Éste está mucho menos gesticulante y charlatán que en sus películas más cómicas, pero sigue siendo muy reconocible su personaje. Quién hace un gran trabajo es Martin Landau, nominado al Oscar como mejor actor secundario. También recibió la película otras dos nominaciones: al mejor director y mejor guión.

Película para incondicionales de Allen y, en general, para los amantes de un tipo de propuestas más personales que las que suelen acaparar las taquillas de medio mundo.

sábado, 12 de enero de 2013

El cadillac rosa




Dirección: Buddy Van Horn.
Guión: John Eskow.
Música: Steve Dorff.
Fotografía: Jack N. Green.
Reparto: Clint Eastwood, Bernadette Peters, Timothy Carhart, Tiffany Gail Robinson, Angela Louise Robinson, John Dennis Johnston, Michael Des Barres, Jimmie F. Skaggs, Bill Moseley, Michael Champion, William Hickey, Geoffrey Lewis, Frances Fisher, James Cromwell, Bryan Adams, Jim Carrey.

Tommy Nowak (Clint Eastwood) es un muy peculiar cazarrecompensas con unos métodos de trabajo bastante originales. Su vida, sin embargo, cambiará cuando le encarguen detener a una tal Lou Ann McGuinn (Bernadette Peters), una jovencita a la que han detenido por posesión de dinero falso y que, tras pagar la fianza, huye en un Cadillac rosa.

El cadillac rosa (1989) es el tercer y último film dirigido por Van Horn, tras La gran pelea (1978) y La lista negra (1988) y en las tres contó con la presencia de Clint Eastwood. Este film se puede inscribir en esas comedias típicamente americanas en las que Clint Eastwood había cosechado ciertos éxitos con títulos como Duro de pelar (James Fargo, 1978) o la citada La gran pelea. Sin embargo, con El cadillac rosa Eastwood cosechó uno de los más sonoros fracasos de su carrera. Ni público ni crítica respaldaron esta propuesta que incluso no llegó a estrenarse en el cine en algunos paises.

Y la verdad es que no les falta razón: El cadillac rosa es una de las peores películas que he visto en mi vida. Parece mentira que un director y actor como Clint Eastwood se haya podido prestar para hacer una tontería semejante.

El principal defecto de la película es que no termina de funcionar ni como comedia ni como thriller; se queda a medio camino de ambos géneros y uno nunca sabe de qué lado va a decantarse la historia. Comienza descaradamente como comedia. No de humor muy fino, la verdad, pero al menos bastante sorprendente, con lo que uno espera que el resto de la cinta vaya a seguir en la misma tónica. Pero, de pronto, el argumento se va volviendo algo más serio con la aparición de una peligrosa banda de delincuentes. El tono, en cambio, no termina de definirse y a situaciones más o menos serias le siguen escenas claramente cómicas y el desconcierto comienza a instalarse en el patio de butacas. Cuando pensamos que la comedia se ha quedado en la cuneta y esperamos que la historia tome tintes más dramáticos, de nuevo el guión nos pinta a unos matones de pacotilla que no asustan a nadie. Pero de repente, Nowak mata a un rufián y volvemos a esperarnos un final trepidante e instenso. Pero nada, el supuesto climax final es una sucesión de disparos y persecuciones mal filmadas, sin emoción, ni tensión, ni coherencia, ni lógica, ni nada de nada.

El principal culpable de que la película no termine de concretarse se debe a uno de los peores guiones que uno puede echarse a la cara. La historia en sí es bastante tonta, pero aún así se le podía haber sacado mucho más partido. El problema es que como comedia, la película no tiene ninguna gracia y a situaciones estúpidas suceden otras en que incluso se cae en el ridículo abiertamente. Y cuando toca afrontar situaciones más serias, el tono parece que quiere seguir intentando ser cómico, para no perder el carácter ligero que se le quiere dar al film. El resultado es que es imposible tomarse medianamente en serio ningún momento de la historia, ni cuando era evidente que estábamos ante situaciones dramáticas.

A ello hemos de añadir que la trama está tan mal hilvanada y los personajes son tan absurdos e insustanciales que todo el entramado hace aguas de un modo realmente penoso. El colmo del absurdo y de lo chapucero del guión es el desenlace, en el que si lo quieren hacer peor a propósito seguro que no lo consiguen.

Por si todo ésto no fuera suficiente, la película se alarga incomprensiblemente para lo que tiene que contar, de modo que no sólo es mala, sino también excesivamente larga.

Nos podía quedar el consuelo del reparto. Tampoco. Clint Eastwood presta su rostro a un personaje plano al que no llegamos ni a entender ni a apreciar y su interpretación está entre las más pobres de su carrera con diferencia. Su compañera, Bernadette Peters, carece de encanto, de gracia y no termina de pegar al lado de Eastwood. En cuanto al resto... todos bastante penosos, en parte por culpa de unos personajes que no son ni caricaturas y que los llevan a sobreactuar o parecer realmente imbéciles. Como curiosidad, señalar la presencia de Jim Carrey en una breve aparición de unos pocos segundos haciendo el idiota, lo que anticipaba en qué se convertiría su aportación posterior al cine.

Una película para olvidar. Lamentable, absurda y estúpida. De las peores cosas que he visto en mi vida, lo que ya es decir.

Testigo accidental



Dirección: Peter Hyams.
Guión: Remake Earl Felton.
Música: Bruce Broughton.
Fotografía: Peter Hyams.
Reparto: Gene Hackman, Anne Archer, James B. Sikking, J.T. Walsh, M. Emmet Walsh, Susan Hogan, Harris Yulin, Nigel Bennett.

Carol Hunnicut (Anne Archer) acude a una cita a ciegas durante la cuál el hombre con quién se ha citado es asesinado por un conocido mafioso, Leo Watts (Harris Yulin). Aterrada, huye al Canadá para esconderse. Pero el ayudante del fiscal, Robert Caulfield (Gene Hackman), logra localizarla y va en su busca para convencerla para que testifique contra Watts.

Testigo accidental (1990) es un remake del film homónimo de Richard Fleischer de 1952. Al no haber visto el film original, me es imposible establecer comparaciones, lo cuál suele ser de agradecer.

En cuanto al trabajo de Peter Hyams, la verdad es que Testigo accidental no es un film que vayamos a recordar especialmente. Se trata de un mero entretenimiento a base de una correcta intriga y poco más. Pero a su favor debemos decir que el director sabe sacar partido de un modo bastante aceptable a los limitados elementos con los que cuenta.

Por un lado, el argumento es bastante sencillo (un ayudante de fiscal intenta proteger a una importante testigo de un asesinato) y el guión evita adornarlo siquiera, centrándose exclusivamente en la acción y la tensión de la huida de los protagonistas. Se evita cualquier desvío que nos aparte de lo fundamental. Así que Hyams no pierde el tiempo con retratos psicológicos, conversaciones supérfluas o escenas de relleno. Ello hace que la película sea de una sencillez absoluta pero, a cambio, le aporta un ritmo interesante en el que no hay un minuto perdido y que logra acapar nuestra atención. Y dado que se trata de un film sin pretensiones, pues creo que este enfoque resulta todo un acierto.

Por otro lado, la mayor parte de la acción transcurre en un tren. Un escenario un tanto limitado en el que nuestros protagonistas han de intentar burlar a los dos matones que los persiguen. En principio, una situación tan limitada corre el riesgo de aburrir o de que el director estire sin mucho acierto las situaciones para poder cumplir con el metraje. Sin embargo, de nuevo Hyams sale bastante airoso de la situación. Por un lado, todas las secuencias en el tren están muy bien planteadas, sin exageraciones o situaciones increíbles. Por otro lado, el director sabe añadir interés con la presencia de un par de personajes secundarios que, de entrada, parece que no van a aportar gran cosa, pero que enriquecen la intriga en los momentos oportunos.

Finalmente, aunque sabemos de antemano el desenlace, el mérito de Peter Hyams reside en hacernos pasar un buen rato bastante entretenido donde lo importante ya no es el saber si los protagonistas lograrán salir vivos del tren, sino cómo lo van a hacer. Su puesta en escena, acorde con todo el planteamiento del film, es sencilla, resolviendo bien las escenas de acción y dejando el protagonismo absoluto a la intriga, con una dirección rutinaria y discreta.

El reparto no es que sea espectacular, pero los secundarios cumplen con solvencia. destacando la presencia de  James B. Sikking, que alcanzaría cierta notoriedad en España por su papel en la serie de televisión Canción triste de Hill Street. Sin embargo, el gran atractivo de la película es poder contar con la presencia del siempre solvente Gene Hackman. A su lado, Anne Archer, una actriz que no termina de convencerme pero que es una presencia resultona.

En definitiva, una película para pasar el rato, sencilla pero bastante bien aprovechada.

Labios ardientes



Dirección: Dennis Hopper.
Guión: Nona Tyson, Charles Williams (Novela: Charles Williams).
Música: Jack Nitzsche.
Fotografía: Ueli Steiger.
Reparto: Don Johnson, Virginia Madsen, Jennifer Connelly, Charles Martin Smith, William Sadler, Jerry Hardin, Barry Corbin, Leon Rippy, Jack Nance, Virgil Frye, Margaret Bowman, Debra Cole, Cody Haynes, James N. Harrell.

Harry Madox (Don Johnson), un enigmático y atractivo hombre, llega a un apartado pueblo de Texas donde en seguida consigue empleo como vendedor de coches. Pronto inicia una ardiente relación con Dolly (Virginia Madsen), la apasionada e insatisfecha mujer de su jefe. Sin embargo, en realidad, Harry se siente atraído por Gloria Harper (Jennifer Connelly), una hermosa joven empleada en el mismo negocio.

La carrera como director de Dennis Hopper no es muy prolífica. Quitando la original Easy Rider (1969), Hopper no será recordado por su labor tras la cámara. Labios ardientes (1990) corresponde a su última etapa como director, donde se dedica a un cine menos experimental, optando en este caso por un thriller bastante comercial y deudor de El cartero siempre llama dos veces (Bob Rafelson, 1981) y de Fuego en el cuerpo (Lawrence Kasdan, 1981). De la primera tomaría el tema de la tórrida relación entre el empleado y la mujer de su jefe y de ambas el componente sexual. Sin embargo, Labios ardientes se queda un poco en un quiero y no puedo, en un ejercicio de estilo sin fallos pero también sin grandes aciertos.

Quizá lo que se le puede achacar a la película es que utiliza los elementos más característicos del cine negro pero sin aportar ninguna novedad destacable. Así, tenemos a un protagonista que es un buscavidas solitario, duro, pero en el fondo un perdedor nato. Tenemos a la mujer fatal, al chantajista aprovechado y un ambiente cerrado y opresivo. Nada que no se corresponda con los cánones. Pero Hopper se olvida de dotar a todos estos elementos de una personalidad propia. Parece como si se limitara a juntarlos, mezclarlos entre sí y sazonarlos con algunas escenas picantes que, a día de hoy, ya no pueden escandalizar a nadie y que se quedan en muy poca cosa. Da la impresión de que le pudo el interés meramente comercial o sencillamente no deseaba estrujarse demasiado las neuronas.

Es cierto Dennis Hopper parece esforzarse en crear un clima especial y personal para la película, con una fotografía muy cuidada, una muy correcta ambientación, remarcando el calor sofocante que parece influir en el comportamiento de los protagonistas, un ritmo pausado, que creo que no beneficia demasiado a la película, y una banda sonora muy adecuada. Pero todo ello se queda en un mero adorno, porque donde no consigue darle un sello personal es a la historia y los personajes.

El triángulo amoroso de Maddox con Dolly y Gloria no es demasiado original y transcurre más o menos como era de esperar. También la figura de Frank Sutton (William Sadler), el chantajista, está desprovista de sorpresas. Es decir, la trama es bastante previsible y como vemos que Hopper se atiene de manera muy estricta a los tópicos del género, también podemos anticipar el desenlace sin demasiados problemas. Creo que a finales del siglo XX hubieramos podido esperar algo más novedoso que revitalizara el género y no un film tan ortodoxo donde parece que la única nota diferenciadora son las escenas de sexo y algún desnudo aquí y allá.

Donde sí que acertó Hopper es con el reparto. Para empezar, Don Johnson creo que da la talla con su papel de guaperas y tipo duro. Es más que creíble y su trabajo, sin brillar, resulta muy convincente. En cuanto a Virginia Madsen, sencillamente está espectacular; como rubia peligrosa y mujer fatal capaz de llevar a un hombre a la perdición está perfecta. Su personaje, además, es el mejor de todos sin duda. Las pocas sorpresas del film vienen con ella y nos deja la impresión de que es una mujer a la que no terminamos de conocer del todo. Es la más lista de la clase y la única vencedora en esta historia. Sin embargo, Jennifer Connelly me pareció un poco más sosa. Es verdad que su papel es el de una jovencita bastante tímida e inocente, pero creo que a su trabajo le falta vida. Eso sí, su belleza es impresionante. Y un diez también para William Sadler, que me pareció perfecto en su papel.

Al final, Labios ardientes se queda como un film entretenido sin más. Cuenta con el atractivo de este tipo de historias, pero se echa de menos un toque más original o personal, algo que mantenga el interés y nos pueda sorprender, porque la historia y su desarrollo carecen de intensidad y son bastante previsibles.

jueves, 10 de enero de 2013

Defensa



Dirección: John Boorman.
Guión: James Dickey (Novela: James Dickey).
Música: Eric Weissberg.
Fotografía: Vilmos Zsigmond.
Reparto: Jon Voight, Burt Reynolds, Ned Beatty, Ronny Cox, James Dickey, Billy McKinney.

Cuatro amigos de Atlanta deciden pasar un fin de semana en los Montes Apalaches. Quieren bajar en canoa un río que atraviesa un bosque que pronto será inundado para la construcción de una presa. Todo transcurre sin problemas hasta que Ed (Jon Voight) y Bobby (Ned Beatty) se encuentan con dos individuos de la zona y la excursión se convierte en una pesadilla.

Lo primero que nos recuerda Defensa (1972) es a Perros de paja, dirigida un año antes por Sam Peckinpah. Como en ésta, la película nos muestra la reacción extrema del ser humano cuando es llevado al límite y lucha por su vida. En esta ocasión se trata de cuatro personas normales, habitantes de la gran ciudad, que deciden reencontrarse con la naturaleza guiados por uno de ellos, Lewis (Burt Reynolds), el aparente experto del grupo y el más decidido de todos. También es Lewis quién pasará a la acción para defender a sus compañeros y también el que se opondrá a Drew (Ronny Cox) que, asustado, piensa en acudir a la policía. Guiados por Lewis, los cuatro amigos deciden enterrar el cadáver y seguir adelante con sus vidas. Una reacción de miedo y también de imponer sus propias leyes ante una situación inusual que no saben del todo bien como encarar. El instinto de supervivencia y el egoismo acaban por imponerse.

Y como en Perros de paja, también aquí tenemos a unos lugareños agresivos que llevarán a los protagonistas a una situación extrema que despertará en ellos sus instintos más ocultos. Es curioso como en ambas películas se rompe la imagen idílica que podíamos tener a priori sobre los habitantes del campo, que son presentados como personas un hurañas, hoscas, descuidadas y, en su peor versión, degeneradas y violentas. Frente a lo idílico del paisaje, los lugareños parecen personas atrasadas, mal cuidadas y viviendo en una miseria casi total.

Resulta interesante como Boorman transforma un paisaje idílico en una ratonera en la que los protagonistas temerán con salir con vida de ella. La belleza del paisaje y el reencuentro con la naturaleza se convierten en una pesadilla. Pero el relato no se centrará precisamente en el acoso de los lugareños, lo que habría dado lugar a un film muy diferente, sino que el guión de James Dickey prefiere centrarse en el comportamiento de los cuatro excursionistas, analizando sus miedos, sus discusiones, sus enfrentamientos y en cómo reacciona cada uno de ellos ante una situación inesperada que cuestiona sus principios y su propia existencia.

En cuanto al reparto, la verdad es que los cuatro protagonistas resultan bastante convincentes. Tanto Ned Beatty como Ronny Cox están bastante correctos. Jon Voight, sin embargo, es el que menos me gustó de los cuatro. La sorpresa me la llevé con Burt Reynolds, un actor del que no me esperaba un trabajo tan bueno.

Puede que en algunos momentos el film decaiga un poco en intensidad, especialmente en la segunda parte del mismo, lo cuál es en cierta medida normal porque, tras el clímax de la agresión a Ed y Bobby y la violencia que desencadena, es lógico que la parte final, con un desenlace tal vez demasiado largo, no consiga mantener la tensión anterior.

Me gustaría recordar, eso sí, la preciosa escena del duelo de guitarra y banjo del comienzo, todo un acierto y una sorpresa. Sin duda uno de los momentos más memorables y recordados de la película.

Defensa recibió tres nominaciones como mejor pelíucla, director y montaje, aunque no logró hacerse con ninguno de los premios. Un film interesante, si bien quizá un peldaño por debajo de Perros de paja, mucho más rica en matices e interpretaciones, con la que parece inevitable establecer cierta comparación.

miércoles, 9 de enero de 2013

A propósito de Schmidt



Dirección: Alexander Payne.
Guión: Alexander Payne & Jim Taylor (Novela: Louis Begley).
Música: Rolfe Kent.
Fotografía: James Glennon.
Reparto: Jack Nicholson, Dermot Mulroney, Hope Davis, Kathy Bates, Howard Hesseman, Len Cariou, June Squibb.

A Warren Schmidt (Jack Nicholson), tras toda una vida como vendedor de seguros, le ha llegado la hora de jubilarse. Es un cambio que no logra asimilar del todo. Buscando algo que hacer, Schmidt decide apadrinar a un niño africano, al que empieza a escribir cartas en las que le cuenta su vida y sus temores. La situación empeora cuando su esposa (June Squibb), con la que llevaba cuarenta y dos años casado, muere de repente.

Lo primero que me viene a la cabeza al empezar a escribir sobre A propósito de Schmidt (2002) sería la palabra sencillez. Pero tampoco es exactamente esa palabra la que mejor describe a esta película. No por completo. Es verdad que su apariencia y su puesta en escena son realmente sencillas. Pero lo que nos cuenta no lo es. A propósito de Schmidt es un film muy serio y aunque a veces el tono evite lo melodramático, en el fondo la vida de Warren Schmidt, diseccionada con precisión y sin concesiones, está lejos de poder decirse que es sencilla.

Así que quizá sería mejor intentar definir esta película con más detenimiento. Porque la simplificación no cuadra del todo bien con todo lo que nos cuenta este drama con tintes de comedia.

A propósito de Schmidt se atreve con un tema muy serio: el sentido de la vida. Dicho así puede parecer un asunto demasiado trascendente como para abordarlo en una película. Incluso se podría tachar tal propósito de pretencioso. Y he aquí la primera vitud de esta película: abordar un tema tan peliagudo con una normalidad casi absoluta. Payne escapa de todo exceso, de cualquier tentación de ponerse o demasiado serio o demasiado gracioso. Y esto es, indudablemente, un gran acierto. Con esta elección es verdad que nos priva de grandes momentos de emoción o de poder reirnos con la multitud de chistes que podrían hacerse a cerca de la situación de Warren. Pero a cambio nos ofrece una historia tremendamente sincera y cercana.

Warren sufre un primer golpe con su jubilación. La rutina del trabajo le ocupaba cuerpo y mente y así no tenía tiempo para reflexionar. Pero en cuanto dispone de ese tiempo, Warren comienza a comprender lo vacía e inútil que ha sido su vida. Comprende, además que no siente nada especial por su mujer, a pesar de los cuarenta y dos años de matrimonio; incluso podría decir que no la soporta o que no la conoce. Sólo el cariño que siente por su hija parece mantener una esperanza de felicidad. Pero su mujer muere y cuando busca consuelo en su hija se encuentra que ésta no siente mucho afecto por él. Warren, de pronto, comprende dos cosas: que su vida ha sido un fracaso y que está completamente solo.

Imagino que muchas personas podrán identificarse con Schmidt. Para ellas esta película cobrará una dimensión mucho mayor que para el resto. Pero en todo caso, el resultado es que estamos ante una propuesta absolutamente auténtica gracias, como decía, a un guión que no busca sorprendernos, ni emocionarnos, ni siquiera entreteternos. Busca sólo expresarse, contar lo que tiene que contarnos de la manera más natural posible. Como un trozo de la vida misma. Un fragmento de la existencia de una persona completamente normal donde las cosas suceden porque sí, porque así es la vida.

Acorde con este planteamiento está la puesta en escena, absolutamente normal, de una naturalidad que incluso a veces nos desconcierta. Con un ritmo tranquilo, pero sostenido, Alexander Payne nos va contando la vida del protagonista con una discreción y un cuidado totales. Todo pasa sin grandes alardes, los dramas se resuelven con naturalidad o se convierten en momentos dolorosos que se llevan adentro y que cuesta expresar. Warren va pasando del desconcierto al dolor, busca consuelo o cariño, incluso de desconocidos, y termina comprendiendo que está completamente solo. Y también busca el perdón por una vida que siente que ha desperdiciado, el perdón de su esposa y el suyo propio, quizá el más difícil de conseguir.

Me ha parecido además un gran acierto el utilizar el recurso de las cartas al niño apadrinado para poder dar salida de un modo muy natural a los pensamientos de Warren. Resulta un recurso muy original a la vez que muy tierno y que nos brinda, al final, la escena más hermosa de la película en la que comprendemos, sin necesidad de ninguna aclaración, cuánto está sintiendo el pobre de Schmidt. Y es que la soledad puede ser devastadora y toda persona, como decía la canción, necesita fundamentalmente de cariño.

Evidentemente, la película es un monólogo casi exclusivo de Jack Nicholson y la verdad es su trabajo es, en general, sobresaliente. Es verdad que el algunos momentos creo que carga un poco las tintas, no es que exagere, pero casi. Aún así, no encuentro a otro actor capaz de poder encarnar con tanta precisión a un hombre acabado y perdido como Warren Schmidt. Con un papel muy pequeño, me ha encantado el trabajo de  Kathy Bates, una gran actriz sin duda. También me ha gustado bastante el trabajo de  Hope Davis, como la hija de Warren, y de Dermot Mulroney, como su novio, y al que cuesta reconocer como el protagonista de La boda de mi mejor amigo (P.J. Hogan, 1997). Pero que quede claro que la película es enteramente de Nicholson.

En resumidas cuentas, estamos ante una buena película cuyo gran mérito es enfrentarnos a un tema ciertamente serio de una manera muy natural y muy sincera. Es muy agradable encontrarnos de vez en cuando con películas así, llenas de talento, buen gusto y mucho tacto.

martes, 8 de enero de 2013

El reino de los cielos



Dirección: Ridley Scott.
Guión:William Monahan.
Música: Harry Gregson-Williams.
Fotografía: John Mathieson.
Reparto: Orlando Bloom, Eva Green, Jeremy Irons, Liam Neeson, David Thewlis, Brendan Gleeson, Edward Norton, Michael Sheen, Marton Csokas, Ghassan Massoud, Giannina Facio, Iain Glen, Ulrich Thomsen, Kevin Mckidd, Alexander Siddig, Nikolaj Coster-Waldau.

Siglo XII. Godofredo de Ibelin (Liam Neeson), caballero al servicio del rey de Jerusalén y comprometido con el mantenimiento de la paz en Tierra Santa, emprende la búsqueda de su hijo ilegítimo Balian (Orlando Bloom), joven herrero francés que llora la pérdida de su mujer y su hijo. Godofredo le pide a Balian que lo acompañe a Jerusalén y aunque Balian rechaza el ofrecimiento en primera instancia, decide seguir a su padre cuando, en un arranque de ira, mata al sacerdote de su aldea por robar una cruz al cadáver de su esposa.

Con El reino de los cielos (2005) volvemos a presenciar la versión más taquillera y ostentosa de Ridley Scott, en la línea de Gladiator (2000). Y es que bien mirada, esta película sigue con bastante exactitud la fórmula del peplum en busca, evidentemente, del mismo éxito de taquilla. Sin embargo, empiezo a estar cansado de este tipo de superproducciones tan ambiciosas como vacías. No basta con una puesta en escena cuidada y un derroche asombroso de efectos especiales para hacer una buena película. Es más, precisamente es ese despliegue deslumbrante de medios lo que me resulta especialmente repulsivo, como si nos intentasen comprar, a los espectadores, a base de baratijas deslumbrantes que pudiésemos confundir con diamantes.

Muchas son las cosas que no me han gustado de El reino de los cielos. Y es que si la analizamos con cierto rigor, la película está repleta de defectos. Es un quiero y no puedo en muchos aspectos y en otros resulta tan pretenciosa y tan vacía que incomoda, sencillamente.

Para empezar, Scott vuelve a caer en la tentación de querer hacer un film histórico pero con los valores, las ideas y los planteamientos de nuestra época. Así que nuestro héroe Balian no tiene de herrero del siglo XII nada más que la vestimenta. Su mentalidad, su conciencia, su gran sabiduría...todo ello resulta tan artificial que uno no puede tomarlo en serio. No es un personaje creíble, es una encarnación de una serie de clichés bastante manidos y que no le pegan ni con cola. Y ya cuando proclama que su misión en Jerusalén es la libertad de sus habitantes... se percibe un tufillo un tanto extraño que ya hemos notado en tantas películas de similar calado que a uno le entran ganas de levantarse del sofá y a otra cosa.

Y en la misma línea de buscar trascender con un mensaje edificante, tenemos una simplicación casi ridícula de la mayor parte de los personajes. Los malos no lo pueden ser más, hasta el extremo de comenter actos absolutamente vergonzosos e innobles que no tiene la mínima justificación. Salvo, claro está, dejar bien claro el bando que el espectador debe abrazar porque, eso sí, los buenos son seres tan extraordinarios que solo les falta un halo alrededor de sus cabezas. Estamos ante un maniqueismo absoluto, ridículo e impropio de un film medianamente decente.

Sin embargo, todo lo que se simplifica en cuanto a personajes se convierte en derroche en cuanto a efectos especiales y a querer hacer de esta historia un espectáculo grandioso. El problema es que un film es grande cuando la forma y el contenido coinciden. Que Ridley Scott se gaste un dineral en efectos especiales, vestuarios, ambientación, etc, etc, no hace de esta película una gran película. Solamente la dota de una gran apariencia, pero debajo de ella no hay casi nada. Es más, incluso los aspectos más logrados de la película terminan por resultar un tanto artificiales al no tener una buena historia detrás. Tanto derroche técnico sin mesura y sin buen gusto hace que tengamos siempre la sensación que estamos asistiendo a una aparatosa puesta en escena, es decir, en ningún momento llegamos a pensar que lo que vemos pueda haber sido así; siempre tenemos presente que es una cuidada y aparatosa recreación.

Otro recurso bastante habitual en este tipo de films, como pudimos ver en Gladiator en su momento, es el esmero que pone el director en las escenas de acción. Abundante sangre, detalles un tanto macabros, el recurso a la cámara lenta para enfatizar determinados momentos, una gran confusión en las batallas mediante el uso de primeros planos y movimientos nerviosos de cámara y, para rematarlo todo, una hermosa música para dramatizar como es debido el instante. Sinceramente, es insufrible tanta pretensión, tanto amaneramiento.

El reparto, sin embargo, consigue una buena nota en general. Quizá la excepción sea precisamente el protagonista, pues Orlando Bloom no terminó de convencerme. En ningún momento me transmitió intensidad, fuerza, genio. Al contrario, en algunas escenas resultaba bastante inexpresivo. Sin embargo, tanto Eva Green, como Sibylla, y Ghassan Massoud, como Saladino, están especialmente bien. Ella, por su mirada cargada de fuerza y misterio, él porque compone un Saladino genial, duro, seco, temible.

La ambición de Ridley Scott le lleva también a crear un film excesivamente largo que no termina de funcionar del todo en cuanto a continuidad narrativa. Parece ser que la versión para los cines sufrió algunos cortes que explicarían la falta de unidad de la historia y que algunos personajes o relaciones entre ellos se queden en casi nada. Sin embargo, tampoco creo que lo que se cuenta justifique tener que obligarnos a pasar varias horas delante de la pantalla. Porque volvemos a lo de antes: la historia en sí está cargada de tópicos, los personajes carecen de peso, pues están reducidos a meros clichés que dudo mucho se corresponden con la supuesta mentalidad de la Edad Media. Así que no por alargar más el metraje tendremos una mejor historia, pues le falta autenticidad y le sobra pretensión, manipulación y superficialidad.

Si ya con Gladiator Ridley Scott nos había dejado con cierto sabor agridulce en los labios, con El reino de los cielos el mal sabor de boca final es casi absoluto. Se podría decir que coge todo lo malo de la primera, la despoja de sus pequeñas virtudes y se recrea en hacer un film taquillero pero vacío. Se salva la buena presentación, pero lamentablemente con eso solo no llega. Y además, este director es capaz de mucho más. Lástima que se conforme con tan poca cosa.