El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 25 de agosto de 2013

La boda de Muriel



Dirección: P.J. Hogan.
Guión: P.J. Hogan.
Música: Peter Best.
Fotografía: Martin McGrath.
Reparto: Toni Collette, Bill Hunter, Rachel Griffiths, Jeanine Drynan, Gennie Nevison, Matt Day, Daniel Lapaine, Sophie Lee.

Muriel (Toni Collette) es una joven gorda y no muy agraciada, sin trabajo, sin amigas y con un padre (Bill Hunter) que no para de menospreciarla. Su gran ilusión es poder casarse algún día con su príncipe azul, algo que cada vez parece más remoto. Para compensarlo, Muriel vive en un mundo de fantasía y mentiras.

La boda de Muriel (1994) aparece catalogada como comedia y en algunos momentos tiene ciertos toques que podrían llevarnos a esa consideración. Sin embargo, bien mirada, la película es un duro y descarnado drama sobre las relaciones personales, familiares y los sueños de una joven provinciana acomplejada.

Básicamente, el argumento de La boda de Muriel nos recuerda a los cuentos infantiles del estilo de El patito feo, en que la protagonista pasa de ser despreciada por todos a llegar a cumplir el mejor de sueños. En el caso de Muriel, se casa con un famoso deportista en una boda pactada para que pueda competir bajo la bandera australiana en las próximas olimpiadas. Pero aún así, Muriel está orgullosa de sí misma, de haberle demostrado a las amigas que la despreciaron que ella puede ser como ellas, una chica con éxito y envidiada por otras. Sin embargo, y he aquí uno de los peros que se le pueden poner al film, P.J. Hogan no es capaz de renunciar al cuento moralista con final feliz, por lo que en su lucha por superarse, Muriel va perdiendo su esencia, su bondad, sus valores, llegando incluso a perder hasta su nombre en su intento desesperado por ser aceptada por la sociedad como una mujer normal y vencer sus complejos; hasta que al final se redime dándose cuenta del verdadero sentido de las cosas, del valor de la amistad y de que no podrá ser nunca feliz si no se acepta a ella misma. Un final perfecto que, para mi gusto, viene a arruinar parte del novedoso planteamiento inicial.

Porque lo que me enganchó en un primer momento de La boda de Muriel fue el no saber a ciencia cierta qué derroteros iba a tomar el relato. De tratarse de un film norteamericano, hubiera podido anticipar más o menos el curso de los ancontecimientos. Pero al ser un film australiano y además catalogado de comedia, cuando en muchos momentos te sacude con una fuerza inusitada el drama que estás presenciando, me encontraba un tanto perdido y dispuesto a dejarme sorprender por cualquier giro argumental inusual. Y de hecho, así sucede en buena parte del film. Asistimos a la huída hacia adelante de Muriel con mentiras a su familia y a sus amigos, con el robo de los ahorros de sus padres, con la ceguera absurda de la madre, la pasividad de sus hermanos y la crueldad de un padre arrogante y déspota. Esta avalancha de acontecimientos inesperados te mantiene en vilo en espera de cualquier cosa. Desgraciadamente, al final todo vuelve a los cauces más ortodoxos y La boda de Muriel, como decía, se convierte en un cuento infantíl, muy cruel por momentos eso sí, que termina con el consabido final feliz que en este caso parece un tanto forzado.

Lo que sí hay que destacar es el formidable trabajo de todos los actores, especialmente los principales. Lejos del star system del cine norteamericano, la película nos sorprende con un reparto que borda los papeles hasta el punto que en muchos momentos llegamos a olvidarnos que se trata de una película. Toni Collette está realmente perfecta en su papel, así como Rachel Griffiths, la amiga de Muriel. Pero sin duda fue Jeanine Drynan, en el papel de la madre de la protagonista, la que me dejó asombrado por su naturalidad.

Film pues sorprendente, directo y bastante duro a veces que juega sus bazas con acierto y al que tan solo se le puede reprochar el recurso a una comicidad un tanto tonta, ejemplificado en el grupito de amigas pijas de Muriel, caricaturizadas un tanto toscamente, y ese final demasiado convencional y que no termina de casar demasiado bien con el tono general de la historia.

Ella es el partido



Dirección: George Clooney.
Guión: George Clooney, Steven Soderbergh, Duncan Brantley, Rick Reilly, Stephen Schiff.
Música: Randy Newman.
Fotografía: Newton Thomas Sigel.
Reparto: George Clooney, Renée Zellweger, John Krasinski, Jonathan Pryce, Stephen Root, Wayne Duvall, Keith Loneker, Malcolm Goodwin, Matt Bushell, Tim Griffin, Robert Baker, Nick Paonessa.

Dodge Connolly (George Clooney) es un veterano jugador de fútbol americano profesional. Solo que en los años veinte, el fútbol profesional es un deporte minoritario. Cuando el patrocinador les retira su apoyo, el equipo se deshace por falta de medios. Pero Dodge no se da por vencido y se le ocurre una idea: fichar a la estrella del fútbol universitario Carter Rutherford (John Krasinski) para atraer al público y hacer del fútbol profesional un deporte rentable.

Nuevo paso de George Clooney tras la cámara y de nuevo tenemos la prueba de que el actor se sabe manejar perfectamente también como director, algo que nos había demostrado en Buenas noches, y buena suerte (2005). Pero si en esa película Clooney se decantaba por el drama, ahora se lanza a la comedia ligera abiertamente, en una especie de homenaje a las comedias clásicas de George Cukor o Howard Hawks. De hecho, la presencia de Lexie Littleton (Renée Zellweger), desenvuelta periodista en un mundo de hombres, nos recuerda a Rosalind Russell de Luna nueva (Howard Hawks, 1940).

Lo primero que nos llama la atención de Ella es el partido (2008), penoso título, la verdad, es la exquisita puesta en escena. La película cuenta con una ambientación en los años veinte meticulosa y preciosista apoyada en una banda sonora y una fotografía maravillosas. Estéticamente, Ella es el partido es una pequeña obra de arte realizada con un gusto excelente.

Otro punto a su favor son los diálogos: ágiles, oportunos, precisos, aportan un dinamismo y una chispa al desarrollo de la película indudables. Pero la verdadera fuerza de la película, junto a su calidad estética, es el tirón de los protagonistas: George Clooney y Renée Zellweger. Clooney nos vuelve a dar una lección de encanto y carisma. Su presencia es casi hipnotizadora. Es un actor con encanto a raudales y que sabe jugar esa baza sin sobrepasar los límites. Nos recuerda a Cary Grant, y puede que sea, efectivamente, su más digno sucesor dentro de eso papeles de galán de comedia alocada. En cuanto a Renée Zellweger, es verdad que me sigue gustando mucho y el trabajo de maquillaje y vestuario nos brindan a una actriz hermosa y muy atractiva. Sin embargo, la encuentro algo acartonada en general y sin la chispa o la frescura de sus primeros trabajo de protagonista. En todo caso, el reparto de Ella es el partido es otro de los puntos fuertes de la película y Clooney es lo bastante inteligente como para sacar el partido necesario de los actores a su servicio.

A nivel argumental, la base de la película es una crónica ligera de cómo el fútbol profesional americano empezó a despegar partiendo de unos inicios bastante pobres. No falta cierta visión nostálgica de aquellos primeros años en que todo valía con tal de ganar y cómo, con la llegada del dinero y el público, el gonierno decide imponer unas normas que garanticen el juego limpio, acabando de esta manera con el lado más canalla del juego, que aquí es presentado con indulgencia y cierto cariño. Y es que al tratarse de una comedia, cualquier aspecto espinoso que se aborde se queda endulzado con un tratamiento ligero. Así, por ejemplo, las posibles críticas a la ética periodística también adoptan un tono condescendiente, lo mismo que las manipulaciones interesadas, como en el caso del supuesto acto heróico de la estrella universitaria Carter Rutherford o las manipulaciones sucias del capital, siempre hábido de nuevas fuentes de ingresos.

Sobre esta base, Clooney desarrolla el típico triángulo amoroso. Es una historia predecible y que a veces se diluye en exceso en medio de la crónica deportiva, con lo que no tiene todo el protagonismo quizá necesario. Pero es el aporte sentimental o romántico necesario que da lugar a algunas escenas interesantes, en especial la del baile de Clooney y Renée Zellweger; para mí la secuencia más hermosa de toda la película, donde el director demuestra su gusto por la estética y la música retro, así como una elegancia natural a la hora de crear el momento romántico perfecto.

Y es que si algo tiene Clooney como director es un gusto excelente. Pero poco aportaría a la película si sus méritos se quedaran ahí. Junto con esa obsesión por la perfección y la belleza formal, George Clooney nos demuestra que conoce bien los fundamentos del oficio de director. Así, su trabajo tras la cámara nos sirve un film ágil, con un ritmo preciso y constante que se deja ver con facilidad y resulta muy ameno en todo momento.

En el lado del debe hay que apuntar que algunos momentos cómicos, especialmente al comienzo, son un poco burdos y dejan a la película al borde del chiste fácil. Afortunadamente, pronto se reconduce el tema y las payasadas iniciales van dejado paso a la comedia de diálogos, seducción y lucha de sexos en donde se mueve con más acierto.

Y sin embargo, a pesar de la impecable hechura formal, de los diálogos atinados y del encanto de los protagonistas, uno tiene la sensación de estar ante un film en cierto modo menor. Es complicado explicar el porqué, pero uno acaba de ver la película con una sensación de que algo ha fallado. Puede que sea porque la parte romántica no termina de funcionar del todo, empequeñecida por la historia del equipo de fútbol; puede que se deba a que algunos detalles no quedan del todo bien explicados; dando la sensación, en algunos momentos, como que se quedaron algunos detalles en el tintero, como que la historia no tiene todos los hilos atados convenientemente; o puede que sea sencillamente por que la película carezca de verdadera alma, es perfecta formalmente, pero la historia que cuenta se queda un poco en la superficie, en un producto lujoso pero un tanto frío.

En todo caso, Ella es el partido es una comedia muy amena y realizada con un gusto exquisito. Sin duda nos dejará un buen sabor de boca.

sábado, 24 de agosto de 2013

Fracture



Dirección: Gregory Hoblit.
Guión: Daniel Pyne, Glenn Gers (Historia: Daniel Pyne).
Música: Mychael Danna, Jeff Danna.
Fotografía: Kramer Morgenthau.
Reparto: Anthony Hopkins, Ryan Gosling, David Strathairn, Rosamund Pike, Embeth Davidtz, Billy Burke, Cliff Curtis, Fiona Shaw, Bob Gunton, Zoe Kazan, Xander Berkeley.

Willy Beachum (Ryan Gosling) es un joven fiscal al que la ambición le hace jugar a veces al límite y que fichará en breve por un importante bufete privado. Pero antes de dejar la fiscalía, Beachum deberá encargarse de un caso en apariencia sencillo: el asesinato de una mujer con la confesión escrita del mismo asesino, su marido.

Lo primero que se percibe nada más arrancar Fracture (2007) es que estamos ante el típico film con un argumento tramposillo que va a intentar jugar sus bazas de engaños y medias verdades para mantener la intriga y sacar partido del atractivo de los films de juicios. Lo malo es que Fracture cuenta con un guión demasiado limitado, por no decir pobre, que no aporta gran cosa y encima es demasiado predecible. Su única baza es la intriga, ver como el fiscal, con todo en contra, va a poder darle la vuelta a la situación y atrapar al malvado asesino, encarnado por Anthony Hopkins; y es que el resto (dibujo de los personajes, diálogos, escenas de tránsito...) es de una flojedad patente.

Es más, el argumento comete un error de bulto que perjudica todo el desarrollo de la película. En aras de aumentar las bazas argumentales, el guión nos presenta de entrada a un Willy Beachum ambicioso, arrogante y prepotente. Esto lo convierte de inmediato en un personaje antipático, cuando se supone que es el héroe de la historia. La idea es mostrar su transformación moral a medida que avanza la película hasta convertirse al final en un fiscal concienzudo, serio y honesto. Pero al marcar tanto las tintas contra él al comienzo, uno no consigue simpatizar realmente con el personaje. Solo la manifiesta maldad de Ted Crawford (Anthony Hopkins) consigue que deseemos que Beachum triunfe para que Ted reciba su merecido castigo.

Y si el personaje de Willy resulta confuso, el de Crawford es sencillamente un plagio. Como perseguido por la sombra de su Hannibal Lecter, a Hopkins lo vuelven a meter en la piel de un tipo malvado pero con una inteligencia superior que traerá a todos por el camino de la amargura. La escena de Ted en la cárcel con Willy está claramente inspirada en la conversación de Hannibal y Clarice Starling (Jodie Foster) en El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991), pero sin la intensidad ni la malicia de ésta. Fruto de este mal disimulado plagio, el personaje de Anthony Hopkins no termina de resultar creíble del todo.

Y como el guión es tan corto, no da mucho juego, con lo que gran parte de la película transcurre entre escenas un tanto de relleno, momentos desaprovechados (especialmente los del juicio) y una relación sentimental del protagonista con una atractiva abogada, encarnada por  Rosamund Pike, que carece de profundidad y que termina tan absurda y bruscamente como empezó.

Nos queda, pues, el detalle por el que el tenaz Willy Beachum consigue finalmente vencer al astuto Ted Crawford. Y la verdad es que aquí el guión acierta con un truco verosímil, inteligente y sorprendente. Es el único punto fuerte de la historia, el que está en el origen de todo y en torno al cuál gira todo este montaje. Pero que sea un desenlace válido e inteligente no justifica que el resto del argumento sea tan poca cosa. Sin embargo, al menos nos deja el buen sabor de boca de un final correcto y que no defrauda.

En cuanto al trabajo de Gregory Hoblit, la verdad es que no es nada especial. Se limita a poner en imágenes la historia con cierta elegancia, de manera clara y discreta pero sin nada que convierta su dirección en algo meritorio.

Sobre el reparto, la verdad es que el trabajo de todos es bastante correcto, pero sin más. Anthony Hopkins vuelve al papel de villano inteligente y frío, con lo que su actuación carece de sorpresas o matices. Es de nuevo una especie de Hannibal Lecter, pero sin tanto ensañamiento. Ryan Gosling comienza bien, pero poco a poco se va apagando. Quizá le vaya mejor el papel de joven trepa sin escrúpulos que el de niño bueno en que acaba convirtiéndose su personaje. El resto de actores cumplen sin más, incluido un David Strathairn bastante desaprovechado en un papel muy secundario y un tanto gris.

Fracture es un film que promete más de lo que ofrece finalmente. No se puede negar que te mantiene intrigado y es una historia que transcurre con agilidad. Pero es un error basarlo todo en el desenlace, en la mera intriga que resuelve el caso como por arte de magia. Si hubieran cuidado más los personajes y sino hubieran tirado del plagio y el camino fácil, estaríamos hablando de un buen thriller. Al final, sin embargo, se nos queda la cosa en un mero pasatiempo.

sábado, 17 de agosto de 2013

La trama



Dirección: Alfred Hitchcock.
Guión: Ernest Lehman.
Música: John Williams.
Fotografía: Leonard South.
Reparto: Bruce Dern, Barbara Harris, William Devane, Karen Black, Ed Lauter, Cathleen Nesbitt, Katherine Helmond.

Una anciana adinerada, atormentada por haberse desprendido de su sobrino ilegítimo recién nacido hace cuarenta años, recurre a una vidente para intentar dar con él y hacerlo su heredero.

La trama (1976) supuso la despedida de Alfred Hitchcock del cine después de toda una vida dedicado al suspense. El director, al que acababan de colocar un marcapasos, nos muestra sin embargo un espíritu juvenil y algo burlón con esta historia de enredos que, a pesar de todo, no deja de ser un film menor en su filmografía.

Alfred Hitchcock sentía especial interés por el hecho de que dos tramas paralelas, la de la falsa espiritista (Barbara Harris) y su novio taxista (Bruce Dern) y la del joyero (William Devane) y su compinche (Karen Black), se fueran acercando progresivamente hasta converger en una sola. Y en esta convergencia no está ausente el peculiar humor del director: el sobrino perdido a quien su anciana tía desea convertir en su heredero para reparar su abandono es en realidad un delincuente y un asesino sin escrúpulos. Éste, al conocer que alguien lo anda buscando, llega a la conclusión de que no es para nada bueno, por lo que decide eliminar a la pareja de fisgones. Pero el humor también está en que en La trama no contamos con los típicos héroes, pues la falsa vidente y el taxista son, bien mirado, un par de granujas que viven a la última y no dudan en timar a cualquier ingénuo que se cruce en su camino.

El problema de La trama es que la historia, cuyo guión se debe a Ernest Lehman, autor también del de Con la muerte en los talones (1959), es demasiado simple y previsible, con lo que enseguida perdemos parte del interés o la intriga que hubiera sido necesaria para seguir las desventuras de los protagonistas con más emoción. Por ello también es por lo que el film se hace en algunos momentos un tanto largo. Y eso que Hitchcock no se pierde en escenas banales o de relleno. De hecho, el director nos demuestra una vez más el dominio que tenía de su oficio y su trabajo tras la cámara es preciso y eficaz, sin adornos pero sin titubeos. Quizá lo mejor de la película sea precisamente eso, el buen hacer que aún conservaba el señor Hitchcock a sus setenta y siete años. Sin embargo, el tono un tanto ligero que le otorga a la historia creo que tampoco ayuda demasiado y resta tensión a la película. De hecho, durante el preestreno en Estados Unidos se tuvo que cortar alguna secuencia que provocaba abiertamente las risas del público.

Y de nuevo en el tema del reparto nos encontramos con uno de los problemas que acusan muchas de las obras del director inglés, y es que La trama no cuenta con un reparto especialmente atractivo o carismático. Es cierto que Bruce Dern y Barbara Harris no lo hacen mal, ni mucho menos, pero carecen del carisma de actores de primera fila. En cuanto a los malos de turno, ni William Devane ni Karen Black terminaron de gustarme, especialmente el primero.

La trama no fue demasiado bien acogida por el público, lo que supuso un duro golpe para la moral del director. Hoy en día, podemos decir que es un film que se deja ver con agrado, contiene algunas secuencias interesantes y en definitiva, permite pasar un rato entretenido. Una obra menor, como decía antes, pero para nada un tachón en la carrera de Alfred Hitchcock.

lunes, 12 de agosto de 2013

Fear and desire



Dirección: Stanley Kubrick.
Guión: Howard Sackler.
Música: Gerald Fried.
Fotografía: Stanley Kubrick.
Reparto: Frank Silvera, Kenneth Harp, Paul Mazursky, Steve Coit, Virginia Leith, David Allen.

Durante una guerra, cuatro soldados caen tras las líneas enemigas al estrellarse su avión. En busca de una salida, deciden dirigirse hacia un río y construir una barca que los lleve de vuelta con los suyos.

Después de rodar unos cortometrajes ambientados en el mundo del boxeo con los que Stanley Kubrick dio sus primeros pasos en el mundo del cine y antes de rodar sus primeros éxitos, el director neoyorkino rodó Fear and desire (Miedo y deseo) en 1953. La película, de tan solo sesenta y ocho minutos de duración, se filmó en unas condiciones bastantes precarias. A pesar de no recibir del todo malas críticas, Kubrick llegó con el tiempo a renegar de este primer largometraje de su carrera, llegando incluso a intentar destruir todas las copias del mismo en un intento de borrarlo de su vida y de su carrera. ¿Merecía Fear and desire este odio por parte de su creador?

Bueno, para empezar hay que reconocer que se trata sin duda de una película menor, tanto por los medios como por el argumento, la ambientación, los personajes y la historia en sí. Fear and desire delata de inmediato la falta de recursos y la impericia del director. Se podría calificar como un film bélico por la temática, pero sinceramente creo que no encaja en el género, al menos no en lo que universalmente se entiende como cine bélico. Parece más bien una especie de ensayo o reflexión sobre la vida, la muerte, la naturaleza humana, el miedo y el deseo. Pero es una reflexión que resulta a todas luces pedante y pretenciosa. Un poco en la línea de algunos films posteriores del director, siempre perfeccionista, siempre en busca de la excelencia. En este caso, la excelencia o aquello que distinga a su película del resto habría que buscarlo en ese enfoque intelectual, denso, confuso y a todas luces aparatoso que impregna la película.

El argumento en sí es bastante banal y tampoco es que dé para mucho. De ahí que Kubrick alargue las situaciones a base de abundantes diálogos, discusiones un tanto absurdas, escenas que se prolongan innecesariamente, juegos con la cámara que pretenden darle un punto de vista personal a la historia... El resultado de todo ello es un film frío, donde los personajes no nos parecen reales, donde las situaciones recuerdan más a una pieza de teatro experimental que a un film al uso.

Es evidente que la falta de medios perjudica notablemente el resultado, pero también la historia es demasiado simple y Kubrick cae en falos de novato como pretender transcender con una historia sin mucho gancho abusando además de la aparatosidad y cierta grandilocuencia en los diálogos, o con la voz en off que nos acompaña desde el comienzo y una música estridente que no termina de armonizar con las imágenes.

No se si Kubrick hizo bien o no al intentar destruir esta película. Personalmente yo no lo hubiera hecho. Pero sí que comprendo que renegara de ella porque su nivel es bastante pobre. Si no se tratara de los primeros pasos de un director tan reconocido posteriormente, dudo que nadie a día de hoy prestara la más mínima atención a esta película. Quede pues como una mera curiosidad.

domingo, 11 de agosto de 2013

Atmósfera cero



Dirección: Peter Hyams.
Guión: Peter Hyams.
Música: Jerry Goldsmith.
Fotografía: Stephen Goldblatt.
Reparto: Sean Connery, Peter Boyle, Frances Sternhagen, Steven Berkoff, James Sikking, Kika Markham, Clarke Peters.

En el futuro. El sheriff O'Niel (Sean Connery) acaba de ser destinado como jefe de seguridad de una mina en Ío, satélite de Júpiter. A poco de llegar, tienen lugar un par de extrañas muertes de trabajadores de la mina. Cuando O'Niel comienza a investigar descubre que ha habido muchas más muertes en un breve período de tiempo.

Uno ya se va acostumbrando a ver como el género de la ciencia-ficción no es más, a menudo, que un replanteamiento de viejos conflictos o temáticas ambientados en un ambiente futurista que, parece ser, le otorgan a cualquier argumento una especie de pátina de modernidad. Atmósfera cero (1981) no escapa a esa premisa. En realidad, muchos verán en ella una especie de western espacial. Y de hecho, muchos elementos de la película nos recordarán inevitablemente a Solo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952). La soledad del sheriff O'Niel, privado de ayuda; la tensa espera a la llegada de la nave donde vienen los pistoleros para cargárselo, que nos lleva directamente a la imagen del tren llegando al pueblo del oeste americano; el reloj marcando la cuenta atrás... todo ello es evidente que se inspira en el western de Zinnemann abiertamente. Y es que, en el espacio o no, los films de acción se mueven en general en un estrecho abanico argumental.

Así pues, si la historia que se nos cuenta en Atmósfera cero no es de por sí especialmente original, ¿que nos ofrece Peter Hyams que merezca la pena? Pues en realidad no mucho. Hay que destacar una correcta ambientación general, con un diseño bastante conseguido y una atmósfera claustrofóbica que funciona bastante bien como marco a la intriga. Sin embargo, el paso de los años se hace sentir en algunos efectos especiales y el tono visual en general no es especialmente destacable. Cumple su cometido y punto.

Tampoco el argumento es demasiado elaborado. El sheriff descubre con relativa facilidad la trama de corrupción que impera en la mina y el resto del film, prácticamente la mitad, lo dedica Hyams a preparar desenlace. En realidad, ni la trama es original, ni su desarrollo tampoco. Todos los pasos son bastante previsibles e incluso se advierte claramente el recurso a alargar ciertas situaciones para conseguir una adecuada duración de la película. Quizá lo peor de todo es que Hyams no logra transmitirnos adecuadamente la tensión necesaria en la parte final del film, con lo que la espera de O'Niel carece en realidad de tensión. Sabemos en todo momento que saldrá vencedor. Nos queda, por tanto, disfrutar de cómo el sheriff se libra de los malos de turno. Y la verdad es que aquí hay un par de escenas bastante logradas visualmente y poco más. Incluso se nota un cierto fallo en el argumento, pues se anuncia que van cuatro matones a por el sheriff y al final desembarcan solamente dos, con lo que estamos esperando inútilmente que aparezcan de pronto los otros dos que faltan, cosa que no se produce. Sólo hay la pequeña sorpresa de ver como unos del ayudantes de O'Niel decide pasarse al enemigo a última hora en una de esas pequeñas trampas que se han convertido en habituales
 en este tipo de películas.

Lo que se agradece enormemente es la presencia de Sean Connery al frente de un reparto no especialmente brillante. Dudo que sin su presencia la película lograra siquiera un simple aprobado. Pero Connery se muestra convincente y con el aplomo suficiente para mantener en pie la película.

En resumen, un mero entretenimiento sin demasiado brillo. Falta tensión, falta nervio, falta profundidad en los personajes y en la historia en general y sobran escenas y situaciones demasiado convencionales y previsibles. Un mero pasatiempo y no de los mejores.

La película recibió una nonimación al mejor sonido.

sábado, 10 de agosto de 2013

Salvar al soldado Ryan



Dirección: Steven Spielberg.
Guión: Robert Rodat.
Música: John Williams.
Fotografía: Janusz Kaminski.
Reparto: Tom Hanks, Tom Sizemore, Edward Burns, Barry Pepper, Adam Goldberg, Vin Diesel, Giovanni Ribisi, Jeremy Davies, Matt Damon, Ted Danson, Paul Giamatti, Dennis Farina, Joerg Stadler, Max Martini, Dylan Bruno, Bryan Cranston, Nathan Fillion.

Durante la Segunda Guerra Mundial, tres hermanos norteamericanos mueren en combate. Enterado de ello el Estado Mayor, da orden para que sea localizado el cuarto hermano y sea repatriado a casa para evitar que su madre pueda perder a todos sus hijos en la contienda.

Por si quedaban algunas dudas tras la impresionante La lista de Schindler (1993), Steven Spielberg volvió a dejar boquiabierto a medio mundo con Salvar al soldado Ryan (1998), especialmente con el excelente nivel visual de la película.

Es cierto, sin embargo, que Salvar al soldado Ryan no alcanza el nivel de La lista de Schindler; es más, tras el impacto inicial que produce la película por la dureza de muchas de sus escenas, uno puede empezar a analizar el film con más calma y descubrir que no es oro todo lo que reluce.

Lo que no se puede negar es el dominio técnico del director. La primera parte de la película, la del desembarco en la playa de Omaha, es realmente impresionante. Es la escena bélica más lograda e impactante que he visto jamás en el cine. Sólo por esa escena están justificados los premios que recibió el film. No es una secuencia agradable, Spielberg nos sacude con una brutalidad total. Pero el resultado es que nos hace sentir la violencia y el horror del desembarco como si estuviéramos allí. Las balas silvando, agujereando los cascos, la sangre, los miembros amputados, el dolor, el caos, el miedo... realmente esta escena es de una perfección absoluta y es gracias a ella por lo que Salvar al soldado Ryan ha sido catalogada por muchos como un film antibelicista. Y es que viendo y sufriendo tanta brutalidad es imposible no alzarse contra las guerras.

El problema es que resulta imposible mantener ese tono a lo largo de toda la película y ese es uno de los peros que se le pueden poner al film; y es que una vez superada esa introducción, la película se vuelve mucho más convencional e incluso bastante previsible en muchos aspectos. Algunas escenas, como la muerte del soldado Caparzo (Vin Diesel), resultan demasiado increibles y un tanto forzadas, por ejemplo. En otros casos, Spielberg es incapaz de mantenerse neutral, como en el caso del personaje del soldado Upham (Jeremy Davies), que al no matar al soldado alemán en la escalera propicia que éste termine disparando el tiro mortal al Capitán Millier (Tom Hanks); una manera de condenar la cobardía mostrando sus terribles consecuencias. Lo mismo sucede con la heroicidad de Ryan (Matt Damon) al negarse a dejar a su compañía para ponerse a salvo, con la lapidaria frase de que esos eran sus verdaderos hermanos. Estos detalles nos muestran sin duda las fisuras por las que el producto Spielberg hace aguas abiertamente. Y es que aunque el director quiere plantear un film alejado del tradicional juego de buenos y malos, parece incapaz de sortear las trampas del sentimentalismo. Y es que el principal fallo de Salvar al soldado Ryan viene del gusto del director por lo sensiblero y lo tierno. Aquí, sinceramente, Spielberg se pasa un poco de la raya.

Ya la escena inicial, con el anciano Ryan (Harrison Young), peca de demasiado amaneramiento. Spielberg ya nos está embarcando en su particular viaje lacrimógeno. Cuando casi todo el escuadrón que fue en busca de Ryan muere, Spielberg reanuda la carga con un final exagerado, manipulador y sensiblero. Es cierto que Steven Spielberg sabe presentarnos esas escenas de un modo elegante y espectacular visualmente, pero no deja de ser un tributo a la sensiblería que empaña un poco el buen tono general de la película. Una pena porque en otros momentos, como cuando los militares acuden a casa de la señora Ryan para comunicarle la muerte de tres de sus hijos, Spielberg da muestras de que sabe abordar con maestría el tema, sin caer en exageraciones, como le ocurre al final, tal vez rendido ante la idea de poner un broche perfecto a esta obra a todas luces tan ambiciosa.

Y es que, salvando estos pequeños detalles, uno de los aciertos del director es presentarnos una película donde ambos bandos resultan reprobables en algunos comportamientos innecesariamente crueles; consecuencia de la deshumanización y crueldad de las guerras. Aún tomando partido por los suyos, el director logra conservar cierto equilibrio a la hora de presentar a ambos bandos. Sentimos lástima de cada soldado que sufre o muere, independientemente del uniforme. Incluso el dilema de hacerse merecedor del sacrificio de tantos por uno, lo que se plantea Ryan ante la tumba del Capitán Miller, añade sin duda un interesante elemento para el debate.

Si técnicamente la película es perfecta, en cuanto al reparto también mantiene un buen nivel en general. La elección de Tom Hanks para el papel principal me parece todo un acierto y el elenco de secundarios es muy bueno también, cumpliendo en general con solvencia salvo en el caso de Edward Burns, que no terminó de convencerme, o la breve aparición de Nathan Fillion (conocido en la actualidad por su papel en la serie Castle), que se muestra un tanto exagerado.

En resumen, una actualización espectacular del cine bélico de la mano de uno de los grandes talentos de  nuestra época. Es cierto que Steven Spielberg está a las puertas del Olimpo de los grandes directores, lo cuál ya es mucho decir, pero es verdad también que le falta algo (o le sobra tal vez) para llegar a la cima. En todo caso, Salvar al soldado Ryan se hizo con once nominaciones a los Oscar logrando al final cinco recompensas: mejor director, fotografía, montaje, sonido y efectos sonoros.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Melinda y Melinda



Dirección: Woody Allen.
Guión: Woody Allen.
Música: Varios.
Fotografía: Vilmos Zsigmond.
Reparto: Radha Mitchell, Will Ferrell, Amanda Peet, Chloë Sevigny, Wallace Shawn, Zak Orth, Gene Saks, Brooke Smith, Vinessa Shaw, Jonny Lee Miller, Chiwetel Ejiofor, David Aaron Baker, Josh Brolin, Steve Carell, Stephanie Roth Haberle, Shalom Harlow, Geoffrey Nauffts, Larry Pine, Daniel Sunjata.

Sentados en una cafetería, cuatro amigos discuten sobre las diferencias entre la comedia y el drama. A partir de una mínima anécdota (una mujer que llega a una cena a la que no ha sido invitada), dos escritores, Max (Larry Pine) y Sy (Wallace Shawn) comienzan a elucubrar sobre cómo desarrollarían esa historia, si como un drama o una comedia.

La primera impresión que tuve viendo Melinda y Melinda (2004) es la facilidad, o quizá la necesidad, de Woody Allen para contarnos historias a partir de un mínimo detalle. Y es que la historia que se cuenta aquí, en realidad dos historias, surge casi de la nada. Un detalle en una conversación sirve de pretexto para que nazca la historia de Melinda, que se desdobla según la cuente un dramaturgo o un cómico en dos historias paralelas, muy similares, pero enfocadas desde dos puntos de vista diferentes. Y esta impresión se refuerza al comprobar como Allen nos brinda una película por año, algo que a primera vista me parece un tanto excesivo y a veces perjudica la calidad de sus films. Pero tal vez la clave resida en que Woody Allen se sienta cómodo contándonos historias, por el mero echo de contarlas, de crear personajes, a veces repetirlos, de plantear dudas sobre la vida y sobre la muerte y, como no, jamás encontrar una respuesta. Y es que nadie medianamente cuerdo encontrará jamás la llave de todos los misterios, del sufrimiento o de la fe.

Así que tenemos a un director-escritor que no para de hacerse preguntas y de contarlas a través de sus películas. Su universo es reconocible, porque nos habla de su mundo, de sus problemas, de la manera en qué los afronta.

Las historias de Melinda (Radha Mitchell) en realidad no aportan grandes novedades a lo que hemos visto en tantas películas de Woody Allen. El director vuelve una vez más al tema de las relaciones personales, la felicidad, el dolor, los conflictos de pareja, el cansancio en la relación, la tentación. Y otra vez el telón de fondo es Nueva York y el mundo intelectual y algo pedante que parece gustarle tanto. La novedad reside aquí en dos hechos: por un lado, Woody Allen no participa como actor, se limita a dirigir. Su lugar lo ocupa Will Ferrell, que realiza un buen trabajo aunque sin el carisma de Woody Allen, que ha hecho de sí mismo un personaje tan reconocible como el de Chaplin y, por lo tanto, inimitable e insustituible; cuando vemos a alguien actuando como Woody Allen, queremos que ese sea el propio Woody Allen.

La segunda novedad es que en Melinda y Melinda no tenemos una historia, sino dos. Aunque, en realidad, la historia es básicamente la misma, sólo que enfocada desde dos prismas diferentes. De hecho, las situaciones en ambas historias son paralelas y los conflictos también. Y quizá es por aquí por donde me siento menos satisfecho con la película. Hay momentos en que uno casi se confunde de historia y ha de esforzarse por seguir el hilo, pues ambos relatos se van alternando sin solución de continuidad. Es algo buscado por el director, sin duda, hasta que ambas historias terminen por confundirse casi. Es la manera de confirmarnos que tanto el humor como el drama no pueden separarse, que van parejos en la vida. Como se dice en un momento en la película, las lágrimas de felicidad y de pena son iguales.

Aún así, no siento la necesidad de plantear la película de esta manera. Me hubiera gustado una sola historia y tal vez así Allen hubiera tenido más tiempo para ahondar en los personajes, en sus relaciones. Porque al contar dos historias en una, al final no hay tiempo para detenerse en sutilezas o para profundizar demasiado. Así que la película se queda un poco en la superficie. Y he aquí una pequeña contradicción: un planteamiento tan interesante como la esencia de la vida se queda en un relato un tanto ligero sobre el amor y el desamor que termina perdiendo fuerza a medida que avanza la película y, finalmente, desemboca en un final un tanto simple, resultón pero no muy convincente, que parece venir a decirnos que el éxito en el amor es la sola respuesta a todas las preguntas.

En cuanto al reparto, desfilan por Melinda y Melinda muchos jóvenes actores junto a otros veteranos, componiendo un reparto muy variopinto y atractivo. Interpretaciones como las de Jonny Lee Miller, Chiwetel Ejiofor, Amanda Peet, Radha Mitchell o Will Ferrell resultan bastante acertadas. El único pero al reparto viene por Chloë Sevigny, una actriz cuyo trabajo no me gustó en absoluto.

Así pues,  recomiendo Melinda y Melinda para los fanáticos del gran Woody Allen, que no se sentirán defraudados ante un paseo más por los rincones predilectos del director, tanto físicos como intelectuales. Allen sigue aquí fiel a sí mismo. Puede que ya no nos sorprenda, pero es un placer pasar un rato en su mundo, tan peculiar. Al menos, a mi me produce una gran satisfacción encontrarme con él en esos lugares tan comunes que casi son ya de uno también.

domingo, 4 de agosto de 2013

Primera plana



Dirección: Billy Wilder.
Guión: Billy Wilder, I.A.L. Diamond (Obra: Ben Hecht, Charles MacArthur).
Música: Billy May.
Fotografía: Jordan Cronenweth.
Reparto: Jack Lemmon, Walter Matthau, Susan Sarandon, Vincent Gardenia, David Wayne, Allen Garfield, Austin Pendleton, Charles Durning, Herb Edelman, Martin Gabel, Harold Gould, Cliff Osmond, Dick O'Neill, Jon Korkes, Lou Frizzell, Paul Benedict, Doro Merande, Noam Pitlik, Joshua Shelley, Allen Jenkins, John Furlong, Biff Elliot, Barbara Davis, Leonard Bremen, Carol Burnett.

Earl Williams (Austin Pendleton) está a punto de ser ejecutado por el asesinato de un policía. Hiddy Johnson (Jack Lemmon), el cronista de sucesos del Chicago Examiner, tendría que cubrir la noticia pero, a punto de contraer matrimonio, acude al periódico para anunciar que abandona el trabajo. Walter Burns (Walter Matthau), el maquiavélico director del periódico, intentará "convencerlo" de que no lo haga, al menos hasta que escriba el reportaje de la ejecución.

En la recta final de su carrera, Billy Wilder decide volver a llevar a la gran pantalla la obra teatral homónima de Ben Hecht y Charles MacArthur, que ya había dado lugar a dos films con anterioridad: Un gran reportaje, de Lewis Milestone en 1931 y Luna nueva, de Howard Hawks (1940). De esta manera, Wilder rendía un homenaje, aunque cargado de veneno, a la profesión periodística, trabajo que desempeñó el director en Europa en los años veinte del siglo XX.

Primera plana (1974) es, básicamente, una película de diálogos con una clara unidad temporal y espacial. La acción transcurre en un solo día y prácticamente en un solo lugar, la sala de prensa de la prisión. Son estos elementos los que delatan claramente el origen teatral de la película. A pesar de ello, Wilder logra un dinamismo tal que en ningún momento podemos achacar que estamos ante un teatro filmado.

Lo que es evidente es la carga de crítica que impregna todo el film. En el mismo, nadia se salva de unos ataques ácidos y directos en los que el director no deja títere con cabeza. Para empezar, el periodismo sale bastante mal parado. Vemos como lo que prima es conseguir una buena noticia, entendiendo por buena no que sea verídica, sino que aumente la tirada y, por tanto, los beneficios y el prestigio personal del redactor. Hay una frase que resume atinadamente la feroz crítica del periodismo que destila el film cuando un personaje afirma que si lo dijo la prensa tiene que ser cierto, refiriéndose a una evidente mentira. A parte de ésto, los propios periodistas son dibujados como unos desalmados y cínicos que parecen creerse por encima del bien y del mal.

Pero si la prensa recibe una buena cantidad de pullas, el mundo de la política no es que salga mucho mejor parada. Si el sheriff es un inútil, el alcalde es un político despiadado que no duda en hacer caso omiso del indulto del gobernador con tal de salir él beneficiado, aunque sea a costa de la vida de un hombre. Y tampoco la psiquiatría se libra del ataque feroz; el médico encargado de evaluar mentalmente al reo es un perfecto inepto. Quizá sea este personaje, excesivamente ridiculizado, el que menos me convence de todos, pues su caricaturización roza lo absurdo.

Por si todo ello no fuera suficiente, también hay lugar en Primera plana a la crítica de esa especie de paranoia norteamericana con el comunismo. Curiosamente, los únicos personajes que salen bien parados son el prisionero, una buena persona víctima de la mala suerte, y Mollie Malloy, la prostituta de gran corazón encarnada por Carol Burnett.

En todo caso, Billy Wilder no renuncia a la esencia de su estilo, que es la comedia. Y ésta se impone finalmente a las críticas que, aunque demoledoras, parecen estar supeditadas a una comicidad muy inteligente que se apoya en un muy buen guión del propio Wilder y su inseparable I.A.L. Diamond, donde destacan especialmente unos diálogos portentosos y el hábil dibujo de los personajes, especialmente los dos protagonistas: el director del Chicago Examiner y su reportero estrella, personajes interpretados por la pareja de momento: Walter Matthau y Jack Lemmon, éste un habitual de los filmes de Billy Wilder. Ambos lo habían bordado en La extraña pareja (Gene Saks, 1968), demostrando lo bien que funcionaban juntos, y Billy Wilder no duda en reunirlos de nuevo. Al histérico y perverso Walter Burns se contrapone un Hiddy Johnson más bondadoso que no logra librarse del veneno del periodismo, bien alimentado por su director. La presencia de algunos secundarios habituales de Wilder junto a otros, como una jovencita Susan Sarandon, completan un muy buen reparto.

Con una dirección elegante y llena de detalles visuales ingeniosos y muy bien logrados, Billy Wilder demuestra que incluso en el ocaso de su carrera seguía conservando el buen sentido del humor, la acidez y la clarividencia para brindarnos una comedia tan ágil e inteligente como ésta.

viernes, 2 de agosto de 2013

El chico



Dirección: Charles Chaplin.
Guión: Charles Chaplin.
Música: Charles Chaplin.
Fotografía: Rollie Totheroh (B&W).
Reparto: Charles Chaplin, Jackie Coogan, Edna Purviance, Carl Miller, Tom Wilson, Henry Bergman, Lita Grey.

Una mujer londinense (Edna Purviance), sin hogar, que acaba de ser madre, en un momento de desesperación abandona a su hijo en un coche delante de una casa de gente rica. Más tarde, arrepentida, vuelve a buscarlo, pero el coche ha sido robado con el niño dentro. Su hijo, finalmente, será recogido por un vagabundo (Charles Chaplin).

El chico (1921) ha quedado como una de las cimas del cine mudo de Charles Chaplin, uno de esos artistas totales, un genio inmenso, que era capaz de hacerlo casi todo en sus filmes, desde el guión hasta la música, y de hacerlo todo bien.

Es evidente, sin embargo, advertir que el paso del tiempo, estamos hablando de una película de 1921, ha dejado huellas en la obra. Por un lado, se trata de un film muy breve, de apenas cincuenta y un minutos, y al tiempo, al tratarse de una película de cine mudo, son evidentes sus limitaciones expresivas y de profundidad argumental. Del mismo modo, las interpretaciones tienen ese deje de teatralidad y aparatosidad propias del momento. Sin embargo, aún dentro de esa línea tan expresiva en el trabajo de los actores, El chico conserva cierta mesura que hace mucho más realistas, dentro de lo que cabe, el trabajo de los intérpretes. También es evidente el cuidado de la cámara en mostrarnos los detalles con cierta claridad, y es que no hay que olvidar que el cine era una forma de expresión que estaba en sus primeros pasos y era necesario que su lenguaje fuera todo lo claro posible para que el mensaje llegara a unos espectadores tan novatos como el propio séptimo arte.

Pero la fuerza de El chico reside en su profundidad emocional, en como Chaplin sabe sacar el jugo a la historia ahondando en los aspectos más humanos y conmovedores. Y sin embargo, a pesar de lo jugoso del tema, como es el hecho de un vagabundo con un niño de corta edad a su cargo, Chaplin sortea con absoluta maestría los momentos más delicados evitando siempre caer en la sensiblería barata o cursi. Porque el tono que predomina es la comedia. La película está repleta de pequeños detalles, de esas genialidades tan típicas de Charles Chaplin, que sabía sacar petróleo de cualquier situación banal. Detalles como el desayuno de tortitas, la manta que sirve de poncho son claros ejemplos del talento inimitable de Chaplin para explotar pequeñas situaciones cotidianas.

Pero cuando llega el momento de ponerse serios, el director también conoce los resortes precisos que hay que tocar. La escena en la que lo separan del niño resulta conmovedora al tiempo que espectacular la pelea con las autoridades. Y aún sabiendo que el final feliz va a imponerse, es inevitable que a uno se le encoja el corazón en algún momento.

Soberbia también es la puesta en escena y en especial el reflejo de los barrios pobres de la ciudad. Y es que hay que recordar que Chaplin había tenido una infancia terrible, con verdaderas miserias y penurias, y en realidad en El chico se adivinan muchos elementos autobiográficos.

En cuando al trabajo de los actores, volvemos a incidir en que la interpretación se entendía en aquellos años de otro modo, por lo que algunos personajes resultan un tanto caricaturescos y sus interpretaciones algo aparatosas. No es ese el caso de Charles Chaplin, encarnando al célebre Charlot con sus andares y gestos caraterísticos. Sin embargo, la sorpresa es Jackie Coogan, que dejó atónito a todo el mundo con una interpretación sobresaliente y que aún a día de hoy nos sigue fascinando y conmoviendo.

El chico es una gran película, una pequeña maravilla del cine mudo. Un ejemplo de por qué Charles Chaplin ha pasado a la historia del cine como uno de los mayores talentos de este arte. Y es que la clave de Chaplin estuvo en dotar de alma, de vida, de personalidad a su personaje, haciendo que destacara como una persona individual e irrepetible que nos conmovía y divertía a partes iguales. Y en El chico nos ofrece uno de las más preciosos ejemplos de su talento.

jueves, 1 de agosto de 2013

Jennifer 8



Dirección: Bruce Robinson.
Guión: Bruce Robinson.
Música: Christopher Young.
Fotografía: Conrad Hall.
Reparto: Andy García, Uma Thurman, John Malkovich, Lance Henriksen, Kathy Baker, Kevin Conway, Graham Beckel, Perry Lang.

John Berlin (Andy Garcia), un policía de Los Ángeles, llega trasladado a una pequeña población donde también está destinado su cuñado, un veterano sargento policía (Lance Henriksen). Nada más llegar, John se encuentra con la aparición en un vertedero de basuras del cadáver de un mendigo y la mano amputada de una mujer. John pronto relaciona esos hallazgos con un viejo crimen sin resolver, si bien ninguno de sus compañeros parece apoyar su teoría.

Tras una carrera un tanto gris como actor, Bruce Robinson se pasó a la dirección. Jennifer 8 (1992) fue su primera película en Hollywood. Se trata de un thriller cuyo guión está escrito también por Robinson y en donde, con algunos altibajos, construye un relato intigrante con cierto interés.

Quizá uno de los puntos más interesantes de Jennifer 8 es el clima de intriga y cierta tensión constantes que logra crear el director. Apoyándose en la presencia de la lluvia, Robinson deja que la intriga vaya abriéndose paso a través de un ritmo lento, del juego de luces y sombras, de la fragilidad de una testigo ciega, de la presencia de un ambiente hostíl alrededor del protagonista. Es en este ambiente donde el director logra darle al film un toque personal. El problema reside en que en algunos momentos la película se recrea en este juego de apariencias, de intrigas, de ritmo pausado y se pierde un poco el norte, de manera que parece que la intriga misma pase a un segundo plano. De hecho, el film se alarga creo que innecesariamente con lo que tenemos algunos pasajes un tanto anodinos que terminan por despistarnos en cuanto a la investigación de Berlin. Cuando, finalmente, la película retoma el pulso de la misma de cara al desenlace, nos encontramos un tanto perdidos. Es más, el desenlace resulta del todo precipitado y un tanto banal, tramposo y facilón, de manera que estropea en parte el gran juego de intriga desarrollado con anterioridad.

Y es que, bien mirada, la intriga de la película se basa más que nada en la incertidumbre y el misterio. Pero una vez descubiertas las cartas, el guión se desvela como un tanto flojo, tramposo y demasiado convencional. Es el problema que suelen arrastrar este tipo de juegos de engaños; al final, si la historia no es buena, uno siente que le han tomado el pelo.

Sin embargo, se compensa en parte esta fragilidad argumental con un reparto excelente, donde brillan sobre todo Uma Thurman, que da vida a una ciega con total credibilidad, y John Malkovich, del que echamos de menos una mayor presencia. Andy García, sin brillar especialmente, se muestra bastante correcto, aunque no cabe duda de que cuando comparte escenas con Malkovich se queda un tanto pequeño.

En definitiva, un thriller más con su dosis de intriga y engaños que sencillamente nos hará pasar un rato entretenido pero que, una vez finalizado, no dejará huella en nosotros.