El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 25 de febrero de 2014

(500) días juntos



Dirección: Marc Webb.
Guión: Scott Neustadter, Michael H. Weber.
Música: Mychael Danna, Rob Simonsen.
Fotografía: Eric Steelberg.
Reparto: Joseph Gordon-Levitt, Zooey Deschanel, Geoffrey Arend, Chloë Grace Moretz, Matthew Gray Gubler, Clark Gregg, Patricia Belcher, Rachel Boston, Minka Kelly, Charles Walker.

Tom (Joseph Gordon-Levitt), un joven arquitecto que trabaja diseñando tarjetas de felicitación, cree haber encontrado a su alma gemela cuando conoce a Summer (Zooey Deschanel), la nueva secretaria de su jefe. Sin embargo, para Summer el amor, sencillamente, no existe.

Menos mal. Parece que el talento no ha  muerto, y la originalidad tampoco. (500) días juntos (2009) es la prueba de que aún se pueden hacer comedias románticas inteligentes y emocionantes en pleno siglo XXI. La fórmula ya está inventada, solo que a veces se les olvida a muchos guionistas y directores de escasas luces: ser honestos, ser sinceros y querer decir algo con el corazón.

(500) días juntos nos previene, al comienzo, de que no es una película de amor. Puede que no pretenda serlo o que se trate tan solo de una advertencia sobre el destino de Tom y Summer. Pero sí que es una película sobre el amor. Y quizá más honesta que muchas otras que pretenden definirlo o acotarlo a base de clichés o romanticismos vacíos. Lo bueno de (500) días juntos es que no busca ser un tratado sobre el amor, no da soluciones ni lecciones. Es más, la manera en cómo Tom y Summer terminan confesándose el modo en que ha cambiado su visión inicial del amor viene a señalar lo complicado que es definir las relaciones amorosas: todo depende de un detalle, del azar a veces o de la mera casualidad; para algunos es el destino, para otros, la vida misma. Somos seres que cambiamos y a los que una experiencia concreta puede abrir las puertas a otra relación en la que no nos reconocemos, en la que se caen por el suelo nuestras creencias y nuestras pequeñas certezas.

Desde el punto de vista del argumento, (500) días juntos me ha parecido un film excepcional. Describe una relación que nos engancha porque es sincera, es cercana y cuenta con todos los problemas, decepciones, momentos excepcionales y rutinas de cualquier relación. No es una relación plana, ni lineal; es algo complejo, inestable, con retrocesos y avances inesperados. Tanto Tom como Summer nos resultan cercanos, casi familiares. Por ello, no es difícil que nos identifiquemos con alguna situación, porque seguramente hemos pasado por momentos muy similares.

Pero además, la puesta en escena de Marc Webb es sencillamente perfecta, o casi. Webb sabe crear un universo visual que parte de la sencillez de la puesta en escena, con un protagonismo casi absoluto de Tom y Summer, con pequeñas injerencias de los amigos y compañeros de trabajo, pero que no se limita a una exposición lineal y rutinaria. Webb se vale de los saltos en el tiempo y de pequeños trucos que nos sorprenden constantemente (la voz en off, la niña que aconseja a Tom,...) y que dinamizan el relato con algunos momentos sencillamente geniales. Sería tedioso y un tanto absurdo querer describir aquellos instantes que más me impactaron, pero sería también imperdonable no recordar, por ejemplo, la secuencia del baile de Tom tras haber hecho el amor con Summer por primera vez; o el hábil juego con los chistes de los grifos en dos momentos diferentes de la relación de Tom y Summer y que nos señalan, con una sencillez y una eficacia apabullantes, cómo se va  marchitando su relación; o la manera de partir la pantalla y mostrar así la diferencia entre lo esperado y la realidad, otro hallazgo expresivo fantástico.

Con una naturalidad sorprendente, el director sabe mantener la tensión del relato en todo momento, sortea los peligros de caer en lo banal y aporta frescura y originalidad con su forma de contar la historia, pero sin que ello se imponga al contenido. De este modo, logra un perfecto equilibrio entre un estilo personal y una historia que resulta muy intensa sin perder su sencillez.

Por si todo ésto no fuera suficiente, la película cuenta con dos actores sorprendentes. Joseph Gordon-Levitt da el tipo perfectamente: romántico, guapo pero sin pasarse, sensible... es el Tom ideal. Aunque también es verdad que a veces creo que exagera un poco esa mirada de vacío, de tristeza, que en algunos momentos no terminaba de parecerme todo lo auténtica que debiera. En cuanto a  Zooey Deschanel, sencillamente me enamoró. Entiendo perfectamente que Tom se colara por ella. No es hermosa, pero tiene algo. Como cuenta la voz en off, todo en ella entra dentro de la media, pero aún así... y es que Zooey da vida a una mujer que es sexy casi sin pretenderlo, es dulce, es especial, tiene un encanto casi mágico que te puede enamorar con un gesto y destruirte con una mirada. Sin duda, ella es el alma de la película.

Desgraciadamente, (500) días juntos no es perfecta. Por muy poco. Tiene el acierto de presentarnos la historia de amor con un punto de vista actual, pero Webb no es capaz de renunciar al final feliz y creo que por ahí se escapa parte de la fuerza que había logrado con el romance de Tom y Summer, que culmina casi de modo perfecto con su encuentro en el parque. Incluir la escena con Autumn (Minka Kelly) creo que está de más y rompe el mensaje de la película, además de ser una secuencia totalmente forzada. Una pena, porque el desenlace de la relación de los protagonistas era casi perfecto; con el dolor inevitable que producen ciertas historias de amor, pero que también es lo que las convierte en intensas y reales. Y es que la vida no es perfecta, aunque no nos guste. Nos queda, eso sí, la posibilidad de cortar la película justo antes de ese instante.

Y atención a la banda sonora. Es cierto que en el cine actual se recurre con frecuencia a canciones de gran éxito para edulcorar algunas secuencias convenientemente. En este caso, la banda sonora está la mismo nivel que el resto del film y no se ve como un mero adorno estudiado y cursi, sino que los temas encajan con precisión en la historia y aportan una frescura o una belleza nostálgica que armoniza con la película. Atención, en especial, a "Bookends Theme" de Paul Simon, que ofrece unos de los momentos más hermosos del film, a las referencias a Bergman y al maravilloso homenaje a El graduado (Mike Nichols, 1967).

(500) días juntos ha sido una muy agradable sorpresa, todo un descubrimiento. Un film sincero, fresco y con la impresión de ser auténtico. Hacía mucho, mucho tiempo que un film romántico no me gustaba ni me emocionaba tanto.

lunes, 24 de febrero de 2014

El americano



Dirección: Anton Corbijn.
Guión: Rowan Joffe (Novela: Martin Booth).
Fotografía: Herbert Grönemeyer.
Música: Martin Ruhe.
Reparto: George Clooney, Violante Placido, Thekla Reuten, Paolo Bonacelli, Johan Leysen, Bruce Altman, Filippo Timi, Anna Foglietta, Irina Björklund.

Jack (George Clooney) es un asesino a sueldo al que intentan matar en Suecia. Tras deshacerse de los asesinos, viaja a Italia para encuentrarse con Larry (Bruce Altman), su jefe, que le ordena que se esconda en un pueblecito de los Abruzos italianos durante un tiempo, mientras intenta averiguar quién quiso matarlo. Poco después, Larry le encarga un trabajo: fabricar un arma para una cliente.

El americano (2010) no es un thriller al uso, lo cuál puede desconcertarnos en un primer momento. Sin renunciar a ciertas claves del género, la película es más un ejercicio de estilo muy personal del director, Anton Corbijn, que un thriller al uso.

El americano es, en esencia, el retrato de un hombre solitario que, como le dice el cura del pueblo, el padre Benedetto (Paolo Bonacelli), vive en su infierno particular. Para llevar a cabo este retrato, Anton Corbijn decide llenar la película de vacíos y silencios, de un ritmo lento y triste, de miradas que reemplazan los diálogos y de secuencias, aéreas algunas, que nos muestran paisajes desnudos. El resultado es un film visualmente muy personal, con un ritmo cansino, que se recrea en pequeños detalles y que exige de nosotros cierta complicidad para acompañar el deambular de Jack en busca de una paz que se le escapa en cada segundo.

Como consecuencia, El americano se convierte, en algunos momentos, casi en una prueba de paciencia o de resistencia, pues en algunos instantes puede asaltarnos el tedio, ya que la película nos obliga a una tensa y ciertamente larga espera que a veces puede desesperarnos ante la monotonía del relato, donde en realidad nada importante parece suceder.

Es verdad que algunos momentos tienen cierta tensión y nos mantienen a la expectativa, aunque no son la mayoría. E incluso, en un determinado momento, el final se llega a adivinar sin demasiado esfuerzo, con lo que la intriga que nos mantenía expectantes también hace aguas. Finalmente, comprobamos con cierta pena cómo el desenlace se desarrolla punto por punto como lo habíamos imaginado, dejando un mal sabor de boca ante la escasa originalidad del guión en el momento decisivo de la historia.

Y una vez llegados al final, nos llega el momento de preguntarnos por la historia en sí y comprendemos que la historia apenas existe. El americano no cuenta más que la soledad de un asesino a sueldo, pero no sabremos jamás el motivo de su fracaso, ni de su abatimiento, ni de sus reacciones. Tampoco sabremos quiénes lo acosan, ni el porqué, ni tampoco por qué su jefe decide acabar con él. No hay respuestas. Y en ello reside la clave de la película: o te encanta el ejercicio del Corbijn o te aburre. O alabas la propuesta y la originalidad del director o terminas pensando que el film no es más que un cúmulo de tópicos con cierto aire pretencioso que se queda en tierra de nadie; ni logra emocionarnos, ni logra retratar con profundidad la figura del protagonista. Y por aquí es por donde se pierden las buenas intenciones de Corbijn, se puede alabar su intento de salirse de los caminos más habituales del thriller, pero ello no impide hacer un relato con alma, con contenido, en lugar de una historia un tanto simple y que se recrea en exceso en la forma dejándola coja de contenido.

Al final, nos recreamos con el buen hacer de George Clooney, un actor que se impone con un trabajo sobrio y preciso, la convincente presencia de Paolo Bonacelli y la belleza de Violante Placido y Thekla Reuten, que decoran convenientemente el árido panorama que nos sirve Anton Corbijn .

domingo, 23 de febrero de 2014

...Y que le gusten los perros



Dirección: Gary David Goldberg.
Guión: Gary David Goldberg (Novela: Claire Cook).
Música: Craig Armstrong.
Fotografía: John Bailey.
Reparto: Diane Lane, John Cusack, Dermot Mulroney, Elizabeth Perkins, Ali Hillis, Christopher Plummer, Stockard Channing, Julie Gonzalo, Kate McClafferty, Jordana Spiro, Glenn Howerton.

Ocho meses después de su divorcio, Sarah Nolan (Diane Lane), una profesora próxima a los cuarenta, aún no ha sido capaz de pasar página; por eso, su familia decide echarle una mano en la tarea de buscarle una nueva relación.

Ya el precipitado arranque de ...Y que le gusten los perros (2005) debería ponernos sobre aviso. El director y guionista de esta comedia romántica nos mete en materia de un modo absolutamente brusco y muy poco natural. Sinceramente, tenía la impresión de que a la película le habían cortado los primeros cinco minutos de metraje.

Después, la cosa no es que mejore demasiado, incluso en algún instante tuve la tentación de apagar el televisor. Pero, bueno, poco a poco te vas dejando llevar y llega un momento en que te resignas e intentas ver de qué manera va a solventar Gary David Goldberg el típico triángulo amoroso en que involucra a los protagonistas. Lamentablemente, Goldberg parece querer escapar a toda costa de la originalidad y las sorpresas, así que el desarrollo de los devaneos de Sarah y su previsible desenlace carecen de cualquier elemento que pueda sorprendernos.

Y si la historia sigue a rajatabla las normas más elementales del género, el desarrollo de la misma, los diáologos y hasta los personajes secundarios son un más de lo mismo. Conversaciones sin chispa y sin gracia, situaciones que no llevan a ningún sitio, personajes mal o poco definidos, escenas meramente de relleno, falta alarmante de ritmo en muchos momentos de la historia, como si las escenas no avanzaran por falta de elaboración...Nada en ...Y que le gusten los perros parece funcionar como debiera.

Y la verdad es que, si bien la historia no ofrece ningún rasgo especialmente atractivo, sí que tenemos la impresión de que está bastante desaprovechada. Da la sensación de que todo se hizo de un modo bastante mecánico, sin poner todas las ganas o el interés necesario para que las piezas encajaran, para que los diálogos tuvieran chispa y para que los personajes cobraran vida, fueran profundos y transmitieran vida.

Incluso los actores parecen ser presa de esa falta de vitalidad. Diane Lane no logra emocionarnos en ningún instante y su rostro parece cansado y avejentado, con lo que no termina de resultar convincente lo atractiva que puede resultarle a John Cusack y Dermot Mulroney, también afectados de la poca entidad de sus personajes y la falta de espíritu de la historia. Incluso, viendo el pobre resultado obtenido por el director, se me ocurre que habría sido mejor dejar eltratamiento ligero de la historia y apostar más por un tono serio que tal vez hubiera dado más intensidad al relato, porque lo que resulta patente es la falta de gracia de los supuestos detalles cómicos de la película.

De nuevo una comedia romántica que no aporta prácticamente nada a un género que parece moverse en el terreno de la mediocridad y las soluciones fáciles. Un título totalmente prescindible.

sábado, 22 de febrero de 2014

Habitación sin salida



Dirección: Nimród Antal.
Guión: Mark L. Smith.
Fotografía: Paul Haslinger.
Música: Andrzej Sekula.
Reparto: Kate Beckinsale, Luke Wilson, Frank Whaley, Ethan Embry, Scott G. Anderson, Mark Casella, David Doty.

David (Luke Wilson) y Amy Fox (Kate Beckinsale) son un matrimonio en crisis tras la muerte por accidente de su hijo pequeño. Durante un viaje en coche, y tras perderse por una carretera secundaria, tienen que quedarse en un pequeño motel tras averiarse su coche. Pronto descubren que en ese motel han tenido lugar terribles crímenes.

De nuevo un motel mugriento de carretera es el escenario de unos crímenes atroces. La sombra de Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960) es alargada. A pesar de esta similitud, Habitación sin salida (2007) tiene ciertos elementos que la sacan de la mediocridad al uso y permiten darle un aprobado alto.

Para empezar, Habitación sin salida es un film modesto que no se avergüenza de ello. Nimród Antal sabe el material que tiene entre manos y se dedica a sacarle partido sin trucos y sin trampas. Y es esta honestidad lo primero que notamos en la película y que agradecemos enormemente. Porque en propuestas similares, lo habitual es recurrir a todo tipo de trampas para alargar la tensión artificialmente, con constantes amagos y engaños. Antal no quiere jugar con el espectador y decide mostrar sus cartas con honestidad. La tensión es real, cada amenaza tiene sentido, el peligro es verdadero y no se pierde el tiempo con rodeos o escenas de relleno. El director va directo al grano y nos ofrece una parte central del film plena de dinamismo, tensión y una creciente angustia de los protagonistas que nos traspasan su miedo con una efectividad notable.

Además, el guión se había tomado el tiempo necesario para, en la primera parte de la película, hacer una conveniente y muy acertada presentación de los protagonistas, de manera que cuando se ven atrapados en el motel, nosotros participamos de sus miedos y comprendemos sus reacciones y la vuelta de nuevo a una complicidad que habían perdido y que renace cuando sus vidas se ven amenazadas.

Es verdad que la historia no es que rebose originalidad. Incluso algunas situaciones, en especial la aparición del sheriff (David Doty), son del todo previsibles en su desenlace; pero cuando estamos aburridos de películas tramposas que juegan sin sonrojo con nuestra inteligencia y nuestra paciencia, al menos Antal se contenta con un planteamiento y un desarrollo directo y sin tapujos absurdos. Así que podemos anticipar algunas situaciones, pero también es verdad que no nos sentimos manipulados.

Además, hay que reconocer que el director sabe crear un clima de tensión que funciona muy correctamente. Aprovechando las posibilidades del motel, de la noche en que transcurre la acción y de una situación no exenta de cierto misterio, Nimród Antal sabe dosificar la angustia y explotar sus cartas, pero siempre con inteligencia y sin trampas. El matrimonio acosado actúa con lógica, los malos también. Incluso el desenlace, previsible eso sí, está exento de esa manía de resucitar a los malos para prolongar el final artificialmente. Antal se mantiene fiel a su planteamiento y solo se permite la licencia de salvar a David para completar el casi inevitable final feliz de rigor. Y aunque es en cierto modo gratificante dicho desenlace, también es verdad que la muerte de David hubiera parecido mucho más realista y aceptable. Aún así, es un detalle menor en un planteamiento impecable en cuanto a honestidad.

Si hablamos del reparto, la verdad es que todos los actores cumplen con nota. Kate Beckinsale y Luke  Wilson están impecables, transmitiendo sus estados de animo con claridad y convicción. La grata sorpresa es el gran trabajo de Frank Whaley, el director del motel, que compone a un asesino implacable pero sin cargar las tintas ni hacer que parezca un descerebrado sanguinario sin más. Todo un acierto.

Así que, sin ser un thriller novedoso u original, Habitación sin salida al menos resulta una propuesta sincera y bastante amena. Consigue hacernos pasar muy malos ratos y que no miremos el reloj en ningún instante. Y, sobre todo, terminamos con la agradable convicción de no haber sido estafados.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Seduciendo a un extraño



Dirección: James Foley.
Guión: Todd Komarnicki (Historia: Jon Bokenkamp).
Música: Antonio Pinto.
Fotografía: Anastas N. Michos.
Reparto: Halle Berry, Bruce Willis, Giovanni Ribisi, Richard Portnow, Nicki Aycox, Florencia Lozano, Gary Dourdan, Heidi Klum, Tamara Feldman, Brandhyze Stanley.

Cuando su amiga de la infancia Grace (Nicki Aycox) aparece asesinada, la periodista Rowena Price (Halle Berry) decide indagar por su cuenta en busca del asesino. Las sospechas de Rowena apuntan hacia Harrison Hill (Bruce Willis), un exitoso empresario con el que Grace había tenido una breve relación.

Una vez más, y ya he perdido la cuenta, me he dejado llevar por la promesa de intriga y tensión inherentes a todo thriller que se precie. Sin embargo, a menudo olvido que este género ha caído en un profundo agujero del que parece que le resulta complicado salir. La mayoría de los films recientes son meros juegos de artificio, con guiones que no aguantan un mínimo de análisis lógico. Es verdad, sin embargo, que cuando nos encontramos con un guión inteligente, el resultado suele ser una película cautivadora. Pero eso no suele ocurrir demasiado a menudo. Y Seduciendo a un extraño (2007) no es un film cautivador, ni apasionante, ni inteligente. Seduciendo a un extraño es de esos productos marcadamente comerciales que intentan arrastrar al público crédulo a las taquillas con señuelos llamativos y muy escaso contenido.

Para empezar, Seduciendo a un extraño plantea una intriga que nunca llega a emocionarnos realmente, pues el planteamiento inicial carece de cualquier misterio, pues que Grace fuera asesinada por su amante, Harrison Hill, es la única y evidente posibilidad que nos plantea el guión, y que parece una mera excusa para dar pie al flirteo entre una atractiva Halle Berry y un eficaz Bruce Willis, en uno de esos papeles de tipo duro en los que se siente bastante cómodo.

Claro que en seguida empezamos a sospechar que tan elemental planteamiento puede ser una mera cortina de humo para que, en el típico final tramposo, el guionista se saque el consabido as de la manga. Y casi hubiera preferido la sencillez de la intriga inicial que el rocambolesco desenlace que nos ofrece Todd Komarnicki. Un final absurdo que rebela cómo el recurso fácil al engaño y la trampa se ha convertido desgraciadamente en una de las señas de identidad de los thrillers modernos. Pero como ya estamos curados de espanto, ni la artificiosidad del final llega ya provocarnos más que un consabido me lo temía resignado.

La película intenta jugar también el juego del erotismo o cierta carga sexual como medido estímulo añadido a la trama de asesinato. Pero Foley no logra jugar con acierto esa baza, con lo que todo se queda en un puñado de frases en un chat más o menos picantes y alguna escena que sugiere más que muestra. Poca cosa si se quería añadir el sexo como fórmula taquillera.

Pero dejando a un lado el rebuscado guión, un problema bastante serio de la película es que en ningún momento la historia llega a atraparnos en sus redes. Todo en el desarrollo de Seduciendo a un extraño resulta aburrido, sin energía, casi mecánico; como por ejemplo el uso de flash backs salpicando la historia que insinúan detalles del pasado de Rowena, sin desvelar del todo su significado, y que sabemos ya que cobrarán protagonismo a la hora del desenlace. Todos los elementos del film están tan vistos y son presentados con tan poca originalidad que no tenemos en ningún momento la sensación de sorpresa, de tensión, de emoción. Es como si el propio James Foley no se terminara de creer lo que tiene entre manos.

Al final, lo más destacable de la película termina siendo el reparto, no por excepcional, sino por ofrecer los pocos alicientes que tiene la película. Por un lado, Halle Berry, luciendo un físico bastante atractivo a pesar de haber cumplido ya los cuarenta; por otro lado, la presencia de Bruce Willis, si bien su personaje resulta finalmente bastante plano, y terminando con Giovanni Ribisi, el personaje más atractivo y el que ofrecía más posibilidades, desde un romántico enamoramiento hasta una turbia obsesión por Rowena; como es de imaginar, es otro elemento que termina siendo desaprovechado, lo que me lleva a pensar que el guión no buscaba la excelencia, sino que se contentaba con el efectismo, la insinuación y la trampa.

Seduciendo a un extraño podía haber jugado mejor sus cartas, aún contando con que solo pretendía jugar con el espectador y con la recaudación en taquilla. Pero hasta para eso es necesario cierto talento, un mínimo esfuerzo creativo del que parece carecer el equipo de esta historia. Mejor no perder el tiempo con esta película.

martes, 18 de febrero de 2014

Quiz Show (El dilema)



Dirección: Robert Redford.
Guión: Paul Attanasio.
Música: Mark Isham.
Fotografía: Michael Ballhaus.
Reparto: Ralph Fiennes, Rob Morrow, John Turturro, Paul Scofield, Mira Sorvino, Allan Rich, David Paymer, Hank Azaria, Christopher McDonald, Johann Carlo, Elizabeth Wilson, George Martin, Paul Guilfoyle, Griffin Dunne, Martin Scorsese, Barry Levinson, Illeana Douglas, Ethan Hawke.

A mediados de los años cincuenta, la cadena de televisión NBC lidera las audiencias con un concurso cultural: El Veintiuno. La estrella del programa es Herbie Stempel (John Turturro), que lleva varias semanas ganando consecutivamente. Pero una noche, Herbie recibe la orden de los productores de que debe perder ante un nuevo candidato, Charles Van Doren (Ralph Fiennes), un joven perteneciente a una de las familias intelectuales más prestigiosas de país.

Quiz Show (1994) está basado en una historia real descrita por Richard N. Goodwin en su novela "Remembering America: A Voice From the Sixties", si bien parece que Robert Redford y el guionista Paul Attanasio modificaron algunos detalles de la historia real para lograr un mejor dramatismo. Lo importante, en realidad, no está en los detalles concretos, y menos al tratarse de hechos bastante lejanos ya en el tiempo y que atañen a un concurso bastante desconocido por estos lares. Lo realmente crucial es la denuncia de la manipulación televisiva y cómo consigue Redford que tema funcione.

Como no podía ser menos, lo primero que hay que destacar de Quiz Show, sin duda, es la meticulosa y preciosista puesta en escena, realzada por una fotografía deslumbrante a cargo de Michael Ballhaus. Ante una puesta en escena así, uno no puede dejar de recrearse en los detalles, la ropa, los muebles, el Chrysler o incluso el hermoso diseño de los micrófonos plateados. No sé, pero tengo la sensación que los años cincuenta fueron los de la perfección del diseño y ver películas ambientadas en esa década es todo un placer. Se nota el buen gusto de la producción y el alto presupuesto también.

Entrando en materia, Quiz Show nos muestra uno de los principales defectos del capitalismo: la ambición desmesurada, que está en el origen de la mayoría de los males del sistema, incluídas las grandes crisis financieras, pasadas y presentes... y futuras, me temo. En el caso concreto de Quiz Show se aliaron las ambiciones de una cadena de televisión con las de un patrocinador sin escrúpulos. Juntos montaron un concurso amañado donde los concursantes eran parte de la gran mentira, convirtiéndose en ídolos de masas al capricho de las audiencias. Quizá el detalle más interesante de la película es ver cómo un inocente y confiado concursante, Charles Van Doren, es convencido y seducido con relativa facilidad para entrar en el juego de embustes y trampas del concurso. Sus reparos iniciales pronto son sustituidos por convenientes autodisculpas para poder participar de un juego en el que el dinero y la fama derriban cualquier resquicio de honradez. Al final, sin embargo, Charles recuperará la dignidad perdida en una hermosa secuencia en la que se sincera con su padre (Paul Scofield).

Al filo de la gran mentira montada en torno al consurso, asistimos a los centenares de pequeñas mentiras, verdades a medias, intereses disimulados, egos y ambiciones que corrompen la confianza y la honradez. Y en la cúspide, los cerebros de tanta manipulación que jamás ceden a la voz de la conciencia o a la verdad. Son las almas podridas hasta las entrañas, capaces de mentir mirándote a los ojos con una naturalidad que hiela la sangre. En este sentido, Quiz Show no es complaciente, no busca el final feliz, porque en el mundo de los negocios no hay finales felices, no triunfa la honestidad. En el reino del mal no hay ética, solo resultados y la ambición jugando a sus anchas.

En cuanto al reparto, impecable. Ralph Fiennes es un grandísimo actor; le podéis dar el papel que sea que lo va a bordar. A su lado, Rob Morrow mantiene el tipo también con mucho oficio. Y Paul Scofield o Mira Sorvino, con menos minutos, aprovechan la oportunidad y logran lucirse en sus breves apariciones. Me gustó muchísimo también Johann Carlo, en el papel de Toby Stempel, la esposa de John Turturro; no la conocía, pero me pareció una actriz enorme. Aunque si tengo que quedarme con un actor en particular, ese es Turturro. Es una pena que no se prodigue más, porque verlo actuar es todo un placer: es natural, es convincente, es contagioso... lo tiene todo, salvo quizá un físico más atractivo para la industria.

En cuanto al trabajo de Robert Redford tras la cámara, la verdad es que se muestra bastante solvente. Es más, la película tiene una duración bastante larga, pero ello no pesa en ningún instante merced a una buena dirección de Redford, que busca en todo momento la eficacia, sabiendo dinamizar las escenas con un montaje ágil y un ritmo constante, sin altibajos.

Quiz Show es un film que funciona como mero entretenimiento, además de constituir una buena reflexión sobre las manipulaciones y ambiciones de un sistema que no respeta a nada ni a nadie. Puede que el tono o el glamour de su presentación hagan de esta crítica un ejercicio no demasiado profundo o contundente, pero finalmente el film funciona muy bien y se deja ver con indudable agrado.

Con cuatro nominaciones a los Oscar (película, director, actor secundario (Paul Scofield) y guión adaptado), la película finalmente no se llevó ningún premio de la Academia.

jueves, 13 de febrero de 2014

Rebelión en las aulas



Dirección: James Clavell.
Guión: James Clavell (Novela: E.R. Braithwaithe).
Música: Ron Grainer.
Fotografía: Paul Beeson.
Reparto: Sidney Poitier, Christian Roberts, Judy Geeson, Suzy Kendall, Lulu, Christopher Chittell, Adrienne Posta, Gareth Robinson, Lynn Sue Moon, Anthony Villaroel, Richard Willson, Micheal Des Barres, Faith Brook, Geoffrey Bayldon, Patricia Routledge, Edward Burnham, Rita Webb, Fred Griffiths, Ann Bell.

Mark Thackeray (Sidney Poitier) no encuentra trabajo como ingeniero, de ahí que acepte un puesto como maestro en una escuela de un barrio marginal de Londres. Ahí tendrá que vérselas con una clase de alumnos de último curso que no le pondrán las cosas fáciles.

El cine ya se había aproximado a la problemática juvenil, y su enfrentamiento con la generación de sus padres, con títulos como Rebelde sin causa (Nicholas Ray, 1955) o Esplendor en la hierba (Elia Kazan, 1961), pero Rebelión en las aulas (1967) inaugura el subgénero de la educación de jóvenes problemáticos en el colegio, y lo hace con esa elegancia británica tan característica.

Es evidente que la película ha acusado demasiado el paso del tiempo. La rebeldía de los alumnos del señor Thackeray, vista hoy en día, es bastante blandita, en especial comparada a la violencia que se ve actualmente en la sociedad. Es por ello más necesario que nunca ver la película en su contexto, valorando la raíz de los problemas que intenta analizar más que sus manifestaciones concretas.

Estamos a finales de la década de los sesenta y el film refleja, quizá no con suficiente profundidad, los cambios que estaba experimentando el mundo, una transformación radical en la que los jóvenes tuvieron un papel crucial (mayo del 68, la cultura hippie, la oposición a la Guerra de Vietnam...). Sin pretender ser tan ambicioso como para abordar esta revolución en toda su amplitud, James Clavell se centra en los problemas de los jóvenes marginados de un barrio obrero de Londres. Y el enfoque me parece en general bastante correcto, dando una visión acertada de los miedos, expectativas y actitudes de unos alumnos que están a punto de dejar la escuela y enfrentarse a los problemas del mundo de los adultos.

Es verdad, como decía antes, que algunas actitudes de los estudiantes pueden parecernos algo infantiles hoy en día, o algunas de las enseñanzas que pretender inculcarles Thackeray nos provocan alguna que otra sonrisa, pero el fondo del mensaje sigue siendo válido y la idea de que a los muchachos es mejor tratarlos como adultos y ganárse su confianza y respeto antes que castigarlos resulta a todas luces más que acertada. Con cierta ingenuidad, el film no deja de ser un compendio de sensatez y comprensión hacia los problemas de una etapa de la vida en los que la rebeldía es, a menudo, la expresión del miedo a lo desconocido, la inseguridad o la necesidad de ser aceptado por el grupo. Y la manera en que el profesor Thackeray comprende cómo debe enfrentarse al problema y ganarse a sus alumnos es ejemplar.

Sidney Poitier me parece, además, el actor ideal para encarnar al profesor Thackeray. Poitier es perfecto como profesor honesto, firme, fuerte pero dialogante. No es que sea un actor que me resulte especialmente interesante; es más, lo encuentro demasiado estudiado y un tanto hierático, pero en este caso creo que el papel le va como anillo al dedo y, aunque en algunas escenas eche de menos algo más de intensidad, creo que su trabajo es más que correcto. Pero sin duda la gran sorpresa de la película es el excelente trabajo de todos los alumnos, realmente muy convincente.

En cuanto a la dirección de James Clavell, choca un poco el tratamiento que le da a la historia, con escenas demasiado breves a las que cuesta adaptarse al principio; da la sensación de que les falta algo de desarrollo, de que Clavell pasa a otra secuencia dejando la anterior a medias. Poco a poco, sin embargo, la narración cobra ya un ritmo más habitual, aunque siempre me dio la sensación de que se habrían podido desarrollar más y mejor algunos momentos de la película.

Rebelión en las aulas abrió un nuevo escenario que recorrienron con más o menos acierto algunas películas posteriores, dentro de un subgénero que no resulta fácil, al menos para que el resultado resulte convincente y no caiga en excesos o tópicos. Y quizá ésta sea una de las virtudes de Rebelión en las aulas, sabe abordar una problemática concreta con elegancia y contención, dejando además un mensaje sensato y muy inteligente. A pesar de su envejecimiento evidente, creo que es una film que sigue resultando interesante.

martes, 11 de febrero de 2014

El príncipe y la corista



Dirección: Laurence Olivier.
Guión: Terence Rattigan.
Música: Richard Addinsell.
Fotografía: Jack Cardiff.
Reparto: Laurence Olivier, Marilyn Monroe, Sybil Thorndike, Richard Wattis, Jeremy Spenser, Esmond Knight, Maxine Audley, Jean Kent.

1911, Inglaterra va a coronar rey a Jorge V, por lo que numerosos monarcas y dignatarios de otros países son invitados a la ceremonia. Entre ellos están el joven Nicolás de Carpatia (Jeremy Spenser) y su padre, el príncipe regente Carlos (Laurence Olivier); quién buscará para distraerse la compañía de una joven actriz de teatro, la atractiva Elsie Marina (Marilyn Monroe).

El príncipe y la corista (1957) no es decididamente la mejor comedia de la historia. Es más, bien mirado, su argumento resulta un tanto simple y a todas luces improbable y bastante increíble. Además, algunos detalles, como el que todo un regente hecho y derecho haga partícipe de sus problemas dinásticos a una completa desconocida, resultan tan forzados como pueriles. Y sin embargo... El príncipe y la corista termina ganándonos con el encanto de su simplicidad, con la maravillosa ingenuidad de su argumento, más cercano a un cuento para niños que una verdadera historia a tener en consideración. Y es que el film tiene ese encanto indefinido de un cine que ha pasado ya de moda, de un cine caduco y muerto para siempre. Y es por ello que nos sentimos atraídos por esa ingenuidad y ese glamour trasnochado que, sin embargo, sigue teniendo un encanto especial. El argumento es tan banal, la historia de amor entre el aristócrata y la plebeya tan predecible que precisamente es esa naturalidad, esa falta de artificios, esa sencillez brutal lo que nos conquista, porque a veces un bonito cuento resulta gratificante.

Lo que es evidente es que el film debe gran parte de su encanto a la presencia de la fascinante Marilyn. Muchos dudaban de si la actriz resistiría la comparación al lado de un actor de la talla de Laurence Olivier, que había representado la obra de teatro en que se basa la película junto a su esposa Vivien Leigh en Londres. Y Marilyn no sólo mantuvo el tipo ante el gran actor inglés, sino que impregnó el film de una alegría, una espontaneidad y una sexualidad rotundas, convirtiendo su presencia en un prodigio de vivacidad y encanto. Olivier, a su lado, muestra su gran talento, su presencia imponente, pero no puede hacer sombra al encanto y tremendo atractivo de una joven actriz que era mucho más que una cara bonita.

La película no puede ocultar su origen teatral, a pesar de los intentos del director por dotar a las escenas de agilidad y dinamismo. Pero esa deuda con su origen termina siendo también parte del encanto del film, con los personajes limitados a un espacio concreto y con esos rústicos decorados que intentaban paliar una puesta en escena que hubiera sido más costosa y aparatosa. Las transparencias son a día de hoy muy toscas, pero con un encanto peculiar. Además, las elipsis visuales durante la coronación nos regalan un primer plano del rostro de Marilyn que resulta impagable hoy en día.

Sin tener un argumento especialmente brillante como decía anteriormente, sí que hay que reconocer que la sencilla y previsible historia de amor entre el regente y la actriz está plagada de frases ingeniosas y algunos recursos narrativos realmente logrados, como el simpático juego con las medallas o la genial escena en que Elsie Marina y Carlos intercambian los papeles de su primera cena, cuando el regente intenta seducirla, para que sea luego Elsie la que juegue brillantemente el papel de seductora frente a Carlos. Es un recurso sencillo, pero el efecto y la ejecución son perfectos, ofreciendo el mejor momento sin duda de la película.

A parte de eso, el film nos relata un cuento de hadas en que una humilde muchacha logra codearse con la realeza y, además, transformarla con su vitalidad, su sencillez y su sentido común, opuestos al protocolo, la diplomacia y los complots palaciegos.

No me esperaba gran cosa de esta película. Es más, tenía cierta predisposición negativa, como una especie de intuición que me decía que iba a defraudarme. Afortunadamente, mis intuiciones no suelen ser muy fiables. Repito que no es una comedia genial y hasta es posible que mi entusiasmo no sea compartido por la mayoría. No importa. Yo he pasado un muy buen rato en compañia de la hermosa Marilyn y su arrolladora presencia. Ojalá la puedan ver ustedes con mi misma mirada; si es así, seguro que disfrutarán de esta pequeña y agradable comedia.

domingo, 9 de febrero de 2014

Vuelo nocturno



Dirección: Wes Craven.
Guión: Carl Ellsworth (Historia: Carl Ellsworth & Daniel Foos).
Música: Marco Beltrami.
Fotografía: Robert Yeoman.
Reparto: Rachel McAdams, Cillian Murphy, Brian Cox, Jayma Mays, Laura Johnson, Jack Scalia, Mary Kathleen Gordon, Colby Donaldson, Robert Pine, Terry Press, Brittany Oaks, Carl Gilliard.

Lisa Reisert (Rachel McAdams), empleada de un hotel de lujo en Miami, regresa a Florida tras haber asistido al entierro de su abuela en Texas. Mientras espera la salida de su vuelo, Lisa entabla conversación con Jackson Rippner (Cillian Murphy), un agradable joven que la invita a una copa. Sorprendentemente, en el avión, Jackson ocupa justo el asiento contiguo al suyo. Sin embargo, lo que parecía una casualidad no lo es en realidad. Jackson le revela a Lisa que necesita que le haga un favor o de lo contrario su padre morirá.

Empezaré este comentario sobre Vuelo nocturno (2005) hablando del final de la película. Una especie de crítica al revés. Y es que me cuesta pensar lo fácil que puede parecer rematar con elegancia un thriller como éste y ver cómo el guionista Ellsworth se empeña en fastidiarla con un rocambolesco final. Sin duda, se trata de la manía de querer rizar el rizo un poco más, de negarse a contentarse con un final sencillo so pena de pensar que puede quedar soso. Así que Ellsworth se deja llevar y nos ofrece un espectáculo bastante chapucero, además de demasiado previsible, incluída la supuesta gracia final, cual guinda de lastel, con los clientes pesados del principio volviendo a la carga y pidiendo a gritos la contestación tajante de Lisa.

Y la verdad, no es que el guión de Vuelo nocturno, quitando ese final chapucero, fuera una maravilla; incluso el guión omite, creo que acertadamente, muchos detalles del "encargo" de Jackson, porque lo que interesa es lo que sucede en el avión, exclusivamente. En realidad, este tipo de películas suelen demandar de nuestra parte un buen número de actos de fe para que podamos tragarnos la cantidad de detalles inverosímiles y rebuscados que hemos de aceptar por el bien de la historia. Pero aún así, Wes Craven había conseguido sacar un muy buen rendimiento de los elementos con los que contaba, haciendo una muy aceptable presentación de los personajes y, sobre todo, logrando hacernos pasar un rato de buena tensión en el avión, gracias a una habilidosa puesta en escena y en saber mantener el ritmo sin exageraciones y centrándose en lo fundamental. La parte central de la película aprueba así con nota, dentro de lo que es un film de estas características, del que tan sólo podemos esperar que nos haga pasar un rato entretenido.

Y gran parte de la "culpa" de que la película funcione tan bien se debe a la buena actuación de sus dos actores principales. Rachel McAdams demuestra que no solo es una cara bonita, sino que es capaz de expresar una variedad de estados de ánimo con eficacia y convicción. Cillian Murphy también realiza un trabajo convincente, quizá menos expresivo que Rachel, pero aportando un toque siniestro a su personaje muy interesante.

Tenemos que tomarnos Vuelo nocturno como lo que es, un simple entretenimiento que acude a lugares comunes del género para intentar hacernos pasar los típicos momentos de tensión y emoción de este tipo de films. No podemos esperar nada especial. Si somos pues benevolentes, especialmente con el desenlace, podremos pasar un rato de ocio aceptable.

Danzad, danzad, malditos


Dirección: Sydney Pollack.
Guión: James Poe & Robert E. Thompson (Novela: Horace McCoy).
Música: Johnny Green.
Fotografía: Philip H. Lathrop.
Reparto: Jane Fonda, Michael Sarrazin, Susannah York, Red Buttons, Gig Young, Michael Conrad, Bonnie Bedelia, Bruce Dern, Al Lewis.

Durante la Gran Depresión, la gente está dispuesta a cualquier cosa con tal de ir tirando. Por eso más de cien parejas se apuntan a un maratón de baile cuyo premio es de mil quinientos dólares para el ganador. La única condición para llevarse el premio es resistir hasta que no quede ningún rival.

En 1967 dejó de estar en vigor el famoso Código Hays, que establecía una serie de normas que debían cumplir las películas norteamericanas y que se había implantado en 1934. Liberado de este corsé, el cine americano pudo expresarse con una libertad hasta entonces desconocida.

Dentro de esta renovación se inscribe Danzad, danzad, malditos (1969), donde el director cuestiona el sueño americano, hecho pedazos en los duros años de la Depresión, con miles de personas sin trabajo ni recursos.

La película nos ofrece, por lo tanto, una muy pesimista visión del ser humano cuando se deja llevar por la desesperación o por la ambición. Ante la necesidad, fruto del paro y el hambre que siguieron al célebre Crac del 29, la gente humilde se buscaba la vida como podía, recurriendo a cuánto fuera necesario con tal de sobrevivir. El concurso de baile de la película no es sino una metáfora de la decadencia moral a la que se puede llegar con tal de salir de la miseria. Pero también, de cómo podemos explotar la necesidad del prójimo para hacer negocio con su miseria, aprovechando su falta de recursos con un espectáculo inmoral y degradante.

Dando un paso más, la película puede verse como un reflejo de la sociedad capitalista, competitiva, egoista y avariciosa. Y llevando la metáfora al límite, como se nos muestra en el prólogo del film, aquellos que no sean capaces de adaptarse a la situación serán eliminados por el sistema, de la misma manera que se mata al caballo que se ha roto una pata.

El inconveniente principal de Danzad, danzad, malditos es que argumentalmente la película tiene un recorrido bastante limitado. Pollack está obligado a explotar el baile, que ocupa todo el metraje de la película casi en su totalidad, y jugar con las posibilidades que le presenta dentro de un único escenario. Y la verdad es que, en general, el director sale bastante bien de la situación. Sydney Pollack explota al máximo las armas de las que dispone, jugando con las circunstancias de las cuatro parejas protagonistas y el maestro de ceremonias del baile. Pollack consigue dinamizar la acción a base de un inteligente uso de la cámara y alternado las situaciones para evitar que la rutina se instale en la narración, riego más que evidente.

Aún así, creo que el principal inconveniente del film es su excesiva duración. Sus ciento veintiun minutos terminan pareciéndome demasiados, lo que hace que en algunos momentos sintamos que el film se encalla. Hubiera sido mucho más inteligente acortar el metraje, con lo que la historia hubiera ganado en intensidad.

A modo de las típica películas de catástrofes, Pollack cuenta con un nutrido reparto que se reparte el protagonismo, si bien la pareja formada por Jane Fonda y Michael Sarrazin llevan el peso de la historia. Ella está realmente perfecta, con un trabajo excelente, el mejor que le recuerde. Sarrazin, sin ser un gran actor, también realiza una buena interpretación. El premio gordo, sin embargo, se lo llevó Gig Young, ganador del Oscar al mejor secundario por su papel de Rocky, el maestro de ceremonias. Del resto del reparto tenemos que destacar a Bruce Dern, Red Buttons, Bonnie Bedelia y Susannah York, si bien es cierto que, vistas hoy en día, algunas interpretaciones pueden resultar un tanto teatrales, acusando el paso de los años.

El paso del tiempo también le afecta negativamente al film en ciertos aspectos que nos pueden parecer en la actualidad un tanto pueriles, como los flashforward de Robert (Michael Sarrazin), que no terminaron de convencerme en cuanto a su puesta en escena, a pesar de lo inteligente del recurso, que añade una dosis de incertidumbre que sólo se revela al final de la película. Final, por cierto, de una rotundidad total, fruto sin duda de la nueva libertad expresiva que ofrecía la era post Hays.

Danzad, danzad, malditos (1969), a pesar de los efectos del tiempo, sigue siendo un film realmente interesante, abierto a muchas lecturas; en este sentido, sí que podemos afirmar que su mensaje sobre las debilidades y miserias del hombre y la sociedad capitalista no han perdido ni un gramo de actualidad.

La película tuvo nada más y nada menos que nueve nominaciones a los Oscars, obteniendo sólo el ya mencionado premio al mejor actor secundario.

domingo, 2 de febrero de 2014

Topaz



Dirección: Alfred Hitchcock.
Guión: Samuel A. Taylor (Novela: Leon Uris).
Música: Maurice Jarre.
Fotografía: Jack Hildyard.
Reparto: Frederick Stafford, John Forsythe, Dany Robin, John Vernon, Karin Dor, Michel Piccoli, Philippe Noiret, Claude Jade, Michel Subor, Per-Axel Arosenius, Roscoe Lee Browne, Edmon Ryan, Sonja Kolthoff, Tina Hedström, John Van Dreelen, Donald Randolph.

Año 1962, un alto miembro del KGB soviético deserta con su familia a los Estados Unidos. A cambio de ofrecerle asilo, los servicios secretos norteamericanos le piden que les desvele información relativa a las actividades soviéticas en Europa y en Cuba.

Topaz (1969) es la adaptación de una densa novela de espionaje de Leon Uris que se había convertido en un best -seller en los Estados Unidos. La Universal se hizo con los derechos del libro y le ofreció el proyecto a Hitchcock.

Y es el origen literario de Topaz su principal inconveniente: la película abarca demasiados personajes, demasiados lugares, demasiadas explicaciones, lo que nos lleva a un film demasiado largo y donde no hay realmente momentos álgidos que mantengan el interés y guíen el relato. Puede también influir en el resultado final que Hitchcock ya no estuviera en la cima de su carrera. Sus últimos trabajos, si bien correctos y con pequeños detalles marca de la casa, denotan un director en franca decadencia que se acercaba al final de su carrera. Y ésto es más que evidente en Topaz, donde a los problemas del guión se añade un ritmo que no ayuda para nada a agilizar el film, lo que unido a su excesiva duración terminan por hacer que la película no se vea de un tirón y se haga a veces pesada.

Es cierto que algunas secuencias tienen un nivel notable, ejemplificando el viejo dicho de "quién tuvo, retuvo". En concreto, la huída del agente soviético y su familia en Copenhague está resuelta con gran habilidad; sin duda es lo mejor de la película para mí. Pero también destacaría el momento en que Rico Parra (John Vernon) mata a Juanita de Córdoba (Karin Dor), en un acto de verdadero amor. Quizá si el director no se hubiera visto en la necesidad de contarnos una historia de espionaje tan enrevesada, hubiera podido tomarse más tiempo para desarrollar este tipo de secuencias, que hubieran aportado algo más de emoción a un film que al final resulta demasiado frío e impersonal. La trama de deserciones, traiciones, favores y viajes está contanda con tanto distanciamiento que no llegamos a sentirnos implicados en ella en ningún instante. A parte del hecho que algunas situaciones incluso llegan a parecer del todo improbables, cuando no absurdas.

Quizá parte del problema de la frialdad a la que aludía se deba al reparto de Topaz. Uno de los problemas que tuvo que afrontar Alfred Hitchcock a lo largo de su carrera fue que no siempre pudo contar con los actores que hubiera deseado. En esta ocasión, Sean Connery hubiera sido el protagonista perfecto, algo que no pudo ser ya que cuando Hitchcock, al contratarlo para Marnie, la ladrona (1964), le ofreció la posibilidad de firmar para una o dos películas más, Connery rechazó la propuesta. Sea como fuere, Frederick Stafford no es un actor de talla ni talento suficiente como para ser el protagonista del film y éste se resiente de sus evidentes limitaciones. Pero tampoco John Forsythe, Dany Robin, John Vernon o Karin Dor tienen unas actuaciones destacables, de manera que la película flojea terriblemente en este apartado.

Hitchcock tampoco tuvo fácil rematar el argumento. El primer final que había previsto era con un enfrentamiento entre André Deveraux (Frederick Stafford) y su antiguo amigo Jacques Granville (Michel Piccoli), quién decidía dejarse matar por André al haber sido descubierto y estar todo perdido. Sin embargo, en un pase previo al estreno, el público se rió abiertamente por considerar un final así del todo ridículo. La solución fue forzar una escena en la que se supone que vemos a Graville entrar en casa y suicidarse; aunque en realidad a quién vemos entrar en la casa es a Henri Jarre (Philippe Noiret), en un plano muy breve para que no se reconozca la suplantación y es que Hitchcock no disponía de ningún plano de Piccoli entrando en la casa para poder utilizarlo aquí.

Topaz no fue bien recibida ni por la crítica ni por el público. Se achaca el fracaso del film a su marcado caracter anti comunista; puede que ello tuviera alguna influencia en su momento. Ahora, con el paso del tiempo, libres de influencias cercanas, Topaz puede ser valora como lo que es, un film de espionaje. Y como tal, creo que no deja de ser una película fallida.

sábado, 1 de febrero de 2014

The Trigger Effect (El efecto dominó)




Dirección: David Koepp.
Guión: David Koepp.
Música: James Newton Howard.
Fotografía: Tom Sigel.
Reparto: Kyle MacLachlan, Elisabeth Shue, Dermot Mulroney, Michael Rooker, Richard T. Jones, Richard Schiff, Bill Smitrovich.

Matthew (Kyle MacLachlan) y Annie (Elisabeth Shue) son un matrimonio convencional con los problemas típicos de una pareja. Sin embargo, el día que se produce un apagón general en la ciudad y todo deja de funcionar, su existencia empezará a alterarse progresivamente y se verán obligados a tomar algunas decisiones cruciales.

The Trigger Effect (1996) es la segunda película como director de David Koepp, mucho más fructífero en su labor de guionista. De hecho, el guión del film está escrito por él mismo.

El film plantea un dilema muy interesante: qué le pasaría a un matrimonio normal cuando sus vidas se ven alteradas por algo tan banal como un apagón. Al principio, lógicamente, nada sucede más allá de la sorpresa y las incomodidades iniciales; pero poco a poco, conforme se prolonga la situación, las consecuencias comienzan a ser preocupantes y la vida de Matthew y Annie se va complicando. La ciudad, hasta entonces un entorno seguro, se convierte en una fuente de amenazas cuando el dinero empieza a escasear y todo deja de funcionar con normalidad. Koepp dibuja un escenario apocalíptico partiendo de la cotidianeidad y el resultado es bastante preocupante.

Quizá lo más interesante del film es ir descubriendo cómo los protagonistas, el matrimonio y su amigo Joe (Dermot Mulroney), se van viendo obligados por la necesidad y el miedo a reaccionar ante las situaciones, muchas veces de un modo que choca con su manera de ser. Asistimos a un desmoronamiento de muchos principios morales una vez que el entorno se ha vuelto hostíl y empieza a dominar el instinto de supervivencia. Y vemos como la gente termina actuando de un modo violento movida por un miedo tan primario como, a veces, irracional. Quizá el personaje más interesante desde este punto de vista sea el de Matthew, al que vemos como un hombre corriente, no demasiado decidido, y que tendrá que adoptar decisiones drásticas, llevado por las circunstancias y en contra de su naturaleza pacífica.

Sin embargo, llegados a este punto, he de admitir que me hubiera gustado un análisis más profundo de las personalidades de los protagonistas. Si bien es cierto que David Koepp nos deja bastantes indicios de la personalidad de Matthew, Annie y Joe, también es verdad que no dejan de ser meras pinceladas que no terminan de dibujarnos con precisión a los protagonistas. Y eso que Koepp tenía tiempo para ello, pues la primera parte de la película, cuando se realiza la presentación de los personajes y la situación, es lo bastante extensa en metraje como para permitir una mejor profundización en los personajes.

Y en realidad, el tema de la profundización parece ser el talón de Aquiles de The Trigger Effect. La película plantea un escenario interesante y muy rico en posibilidades, pero al final da la impresión de que Koepp se queda a medio camino en todo.

La historia se va moviendo por diferentes terrenos (el drama familiar, el cine de catástrofes, la infidelidad, el suspense...) pero en cada asunto parece que Daniel Koepp no termina de concretar ni de decantarse por nada en concreto. El miedo de la gente ante el apagón, con la inseguridad que les provoca, no es explotado convenientemente, de la misma manera que los problemas matrimoniales de Matthew y Annie se solventan de manera un tanto precipitada, incluida la tentación de Annie de serle infiel a su marido. Incluso en algunos momentos, las reacciones de los personajes nos dejan la sensación de que todo está un poco traído por los pelos.

No sé si el problema deriva de querer tocar tantos temas, lo que hace que el director no termine centrándose en ninguno, o si simplemente la historia no pretendía ser más que lo que es. En todo caso, yo terminé con la impresión de que el guión de la película daba para mucho más.

En cuanto al reparto, la verdad es que el trío protagonista aguanta bastante bien el peso de la película. Kyle MacLachlan da el tipo de hombre algo aburrido y retraído bastante bien. No es que su interpretación sea memorable, es más, su trabajo resulta un tanto soso, pero sin duda encarna a su personaje de un modo convincente. Quizá sea Elisabeth Shue la que más me gustó, si bien creo que su personaje es el más indefinido de todos. Adivinamos que se aburre al lado de Matthew y que con Joe siente mucha más afinidad; sin embargo, no queda del todo bien explicado su giro emocional que la lleva a volver a sentirse atraída por su marido. En todo caso, una explicación podría ser por el interés de darle a la película un final feliz. Joe, el amigo alegre y guapetón, está bastante bien interpretado por Dermot Mulroney a quién, al igual que le sucedía a Kyle, su fisonomía le va como anillo al dedo a su personaje.

The Trigger Effect resulta una película más que interesante, filmada de un modo correcto y con cierto grado de emoción e incertidumbre que harán que permanezcamos atentos a cuanto suceda en la pantalla. Si no fuera por esa falta de definición que hemos mencionado antes, estaríamos hablando de un film notable. Por desgracia, al final la película se nos queda en una propuesta interesante pero un pelín desaprovechada.