El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 30 de abril de 2014

Luces de la ciudad



Dirección: Charles Chaplin.
Guión: Charles Chaplin.
Música: Charles Chaplin.
Fotografía: Rollie Totheroh y Gordon Pollock (B&W).
Reparto: Charles Chaplin, Virginia Cherrill, Florence Lee, Harry Myers, Al Ernest Garcia, Hank Mann, Jack Alexander, Tom Dempsey, Henry Bergman.

Un vagabundo (Charles Chaplin) conoce y se enamora de una vendedora de flores ciega (Virginia Cherrill), a la que, desde ese instante, decide ayudar. Ella, por un mal entendido, piensa que su benefactor es millonario.

Mientras en todo el mundo el público se volcaba hacia el incipiente cine sonoro, Chaplin, que desconfiaba de este invento, temiendo que perjudicara la belleza alcanzada por el cine mudo, se decide a estrenar Luces de la ciudad (1931) contra corriente. Es cierto que más tarde, como haría con otras películas suyas posteriores, el director iba a añadir algunos efectos sonoros a la acción, aunque el film es por entero una película muda.

En este caso, Charles Chaplin nos plantea un film marcadamente romántico, pero sin renunciar, claro está, a esa comicidad suya tan caracterísitica. La historia es típicamente de cine mudo: un argumento básico, sin dobleces, incluso bastante previsible, conmovedor, de una simplicidad absoluta y compuesto a base de pequeños cuadros filmados de una manera bastante elemental, como era típico del cine de aquellos años, con los actores frente a la cámara, básicamente estática, salvo el recurso de los primeros planos. También el humor es del todo reconocible: malos entendidos, repeticiones, huídas de la policía, gags visuales basados en sucesos inesperados... es decir, esencialmente la comicidad de Chaplin y del cine mudo en general.

Todo, como se ve, bastante rudimentario, básico, incluso, a estas alturas del siglo XXI, un tanto infantíl y previsible. Y sin embargo, Luces de la ciudad es una obra maestra. ¿Cómo es posible ésto? Pues es posible porque estamos hablando de Charles Chaplin, un genio único e irrepetible, capaz de llegar más allá que nadie, de conseguir plasmar en la pantalla sentimientos y emociones como ningún otro.

Chaplin rueda una película sencilla, pero donde cada detalle, cada plano es perfecto y donde el alma del artista lo impregna todo de bondad, de belleza, ternura, emoción y poesía. Lo normal, con estos ingredientes, sería un resultado empalagoso o terriblemente anticuado. Pues no, Luces de la ciudad sigue siendo un film maravilloso y emocionante. La escena final te sigue poniendo los pelos de punta, hace que te suba un nudo a la garganta y te quedas pegado a la pantalla, mudo, aún después de que ésta ya se ha vuelto negra. Esa magia, ese momento tan especial, solo está al alcance de unos pocos. Chaplin era uno de ellos.

A nivel interpretativo, las actuaciones son claramente deudoras del estilo ampuloso y gesticulante del cine mudo, por lo que no podemos valorarlas con los criterios actuales. Aún así, la mímica, la expresividad y el talento de Chaplin parecen no atenerse a épocas o estilos. Su manera de moverse, su gracia natural, sus gestos ágiles y precisos y la fuerza de su mirada lo convierten en el centro de atención por méritos propios.

A destacar, junto a la inovidable escena final, el combate de boxeo, sublime, el rescate del millonario y la espectacular escena de baile en el restaurante, con Chaplin en estado puro, haciéndonos reir a carcajadas.

Sin duda, junto con La quimera del oro (1925), es de las mejores películas del director y una obra imprescindible en la historia del cine. Con un resultado así de bueno, es comprensible que Chaplin quisiera seguir fiel al cine mudo.

Como dato añadido, decir que la música que suena en los momentos románticos es La violetera, compuesta por José Padilla, si bien en el momento del estreno este dato no figuraba en los títulos de crédito. Más adelante, Padilla demandó a Chaplin y ganó el pleito.

martes, 29 de abril de 2014

Muerte bajo el sol



Dirección: Guy Hamilton.
Guión: Anthony Shaffer (Novela: Agatha Christie).
Música: Cole Porter.
Fotografía: Christopher Challis.
Reparto: Peter Ustinov, Jane Birkin, Colin Blakely, Nicholas Clay, James Mason, Roddy McDowall, Sylvia Miles, Dennis Quilley, Diana Rigg, Maggie Smith, Emily Hone, John Alderson, Paul Antrim, Cyril Conway, Barbara Hicks.

Cuando el millonario Sir Horace Blatt (Colin Blakely) decide asegurar una joya que había regalado en su día a su novia, la actriz Arlena Stuart (Diana Rigg), se descubre que esa piedra es falsa. Decidido a recuperar la auténtica, le pide ayuda al detective Hércules Poirot (Peter Ustinov).

Tras Asesinato en el Orient Express (Sidney Lumet, 1974) y Muerte en el Nilo (John Guillermin, 1978), EMI Films decide embarcarse en una nueva adaptación de una novela protagonizada por Hércules Poirot y de nuevo es Peter Ustinov, como en el film de Guillermin, el actor que dará vida al detective belga, resolviendo su trabajo de una manera mucho más convincente que el relamido y acartonado Albert Finney del film de Sidney Lumet.

Sin embargo, hemos de reconocer que Muerte bajo el sol (1982) es la más floja de las tres adaptaciones. Y eso que Guy Hamilton se toma su tiempo a la hora de metenos en materia, dedicando la primera parte de la película, que dura nada menos que dos horas, a la presentación de los personajes. El problema es que todo en esta historia resulta muy poco convincente y ello termina por pasar factura al resultado.

Lo primero que no termina de funcionar es la idea de darle a la película un tono ligero, casi de comedia. Parece ya una costumbre tratar al personaje de Poirot de una manera bastante ridícula, algo que no me termina de convencer, pero a ello se une en esta ocasión un tratamiento del resto de personajes un poco en la misma línea: la dueña del hotel, Daphne Castle (Maggie Smith), roza el ridículo en no pocas ocasiones, lo mismo que un Roddy McDowall que parece no interpretar nunca a nadie normal. Y hasta el siempre comedido James Mason, con ser de los personajes más serios, tiene algunos momentos en que a uno le cuesta tomarlo en serio. Y si nos detenemos en el millonario Horace Blatt (Colin Blakely), llegamos al cúmulo de tópicos y ridiculeces con están dibujados los personajes. Parece que solo la pequeña Emily Hone y Jane Birkin tienen unos papeles más o menos aceptables.

Evidentemente, el optar por un tratamiento así tendrá su razón de ser, pero para una historia de asesinato creo que es mucho más oportuno el carácter más serio y morboso que le había dado Sidney Lumet a su Asesinato en el Orient Express.

Otro de los puntos débiles de la historia reside en lo breve de las investigaciones de Poirot para descubrir a los culpables. Si el director se había recreado en la presentación de los personajes, sin embargo se toma muy a la ligera el verdadero centro de interés de la historia. Poirot hace unas pocas preguntas, cronometra un recorrido y se va a dormir; a la mañana siguiente nos presenta la solución del caso. Se trata, sin duda, de una manera bastante absurda de desperdiciar la parte que suele interesar más al espectador en este tipo de argumentos. Luego, claro está, la resolución del caso es del todo increíble. Parece humanamente imposible desenmarañar el caso con los pocos datos que maneja el detective, además de que su explicación tiene algún punto flojo.

En cuanto al reparto, que suele ser uno de los puntos más interesantes de estas películas, Muerte bajo el sol carece del gran elenco que habíamos visto en Asesinato en el Orient Express o en Muerte en el Nilo, plagados de estrellas. Sin embargo, aquí tenemos que contentarnos con Peter Ustinov, que a pesar de lo ridículo que pintan a su personaje, hace un trabajo bastante bueno, y James Mason, con un papel bastante corto, como grandes figuras del cartel. Sin embargo, el resto de actores, quizá no con grandes carreras a su espaldas, cumplen con soltura con su cometido, ateniéndose al dibujo un tanto tosco, eso sí, de sus personajes, como hemos mencionado antes.

El resultado de todo ésto es una película que puede resultar interesante en base al indudable atractivo que encierran en sí las películas de asesinatos en dónde hay que intentar descubrir al culpable. Sin embargo, ni el tono ni la manera de enfocar la resolución del crimen son las más adecuadas, con lo que al final uno se siente un poco defraudado con el resultado.

Como datos curiosos, decir que la película se rodó en Mallorca y que en el registro de huéspedes del hotel se puede leer el nombre de Cole Porter, cuya música acompaña el desarrollo de la película de manera brillante.

sábado, 26 de abril de 2014

Yo, robot



Dirección: Alex Proyas.
Guión: Jeff Vintar y Akiva Goldsman (Relatos: Isaac Asimov).
Música: Marco Beltrami.
Fotografía: Simon Duggan.
Reparto: Will Smith, Bridget Moynahan, Bruce Greenwood, Chi McBride, Alan Tudyk, James Cromwell, Jerry Wasserman, Shia LaBeouf.

Chicago, año 2035. El doctor Alfred Lanning (James Cromwell), creador la robótica más avanzada, muere en lo que parece ser un suicidio; pero deja un último mensaje para el detective Del Spooner (Will Smith), que en seguida sospecha que puede haber algo más detrás de su muerte.

Al César, lo que es del César: Yo, robot (2004) es un film de ciencia-ficción cuya intención más evidente es entretener a base de una historia sencilla, que da pie a mucha acción, y un despliegue de efectos especiales deslumbrante. Desde este punto de vista, la película cumple con lo que pretende y ha de valorarse en su justa medida, reconociendo que uno pasa un buen rato, con no pocas escenas espectaculares y un desarrollo ágil que no permite un segundo de aburrimiento.

Pero también es cierto que el planteamiento, con la alusión a la obra de Asimov como reclamo adicional, permitía desarrollar un argumento mucho más interesante que el que finalmente diseñan los guionistas. La idea de las máquinas rebelándose contra su creador, el deseo de un robot de vivir más allá de lo que ha sido programado, el desarrollo de sentimientos humanos por parte de las máquinas..., ideas que habían dado origen a films tan geniales como 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968) o Blade Runner (Ridley Scott, 1982), a las que este film recuerda en algunos pasajes, es un campo lo suficientemente rico en posibilidades como para que a uno le sepa definitivamente a poco el argumento de Yo, robot, diseñado de un modo rutinario, a base de todos los clichés conocidos en películas de acción, y cuyo desarrollo no nos va a deparar más sorpresas que los típicos giros argumentales de última hora (para algunos meros trucos baratos) y esas escenas de acción que, gracias al desarrollo tecnológico, son verdaderamente espectaculares.

La historia deja de lado pues toda profundización filosófica en busca del espectáculo puro y duro. Una opción tan válida como otra cualquiera, pero que da la impresión de que se ha dejado pasar una buena oportunidad de aunar entretenimiento con reflexión, lo que hubiera llevado a la cinta a un peldaño superior.

Will Smith es el protagonista absoluto, en una película diseñada para su total lucimiento, empezando por un físico esculpido en el gimnasio. Y la verdad es que el actor lo borda. Se tiende a menospreciar a este tipo de intérpretes que parecen basarlo todo en la acción pura y dura. Pero no nos engañemos, Smith es mucho más que una presencia poderosa o un tipo con tirón en taquilla. El actor tiene talento, siempre resulta creíble y a veces, con un simple gesto, logra expresar mucho más que cualquier otro. Además, parece que nunca acaba de tomarse a sí mismo demasiado en serio, y eso le da a sus personajes una especie de cinismo y de humor que les sienta muy bien. En este caso, a pesar del pasado amargo que condiciona su actitud hacia las máquinas, su personaje salpica la cinta de algunos detalles de humor muy logrados, tanto que uno desearía que no fueran tan escasos. Le acompaña una atractiva Bridget Moynahan, si bien su trabajo me resultó un poco soso. Y aprovecho para aportar una apreciación personal: véase como entre ambos protagonistas, uno negro y la otra blanca, no habrá el más mínimo atisbo de romance, en contra de la lógica y la mecánica habitual en este tipo de películas; ¿prejuicios raciales? Siguiendo con el reparto, destacar la presencia de James Cromwell, un actor sólido que ha ido creciendo con el paso de los años.

En cuanto al trabajo de Alex Proyas, la verdad es que hay que agradecerle el buen ritmo que imprime a la película y una dirección acertada, al servicio de la claridad narrativa y muy eficaz a la hora de servirnos las escenas de acción, filmadas con mano firme y sin caer en efectismos baratos.

En definitiva, una película entretenida, bien realizada y con un buen ritmo que, sin embargo, se va por el camino más fácil, desperdiciando en parte todas las posibilidades que la historia parecía ofrecer. Para pasar un buen rato, sin más.

viernes, 25 de abril de 2014

La gata sobre el tejado de zinc



Dirección: Richard Brooks.
Guión: Richard Brooks, James Poe (Obra: Tennessee Williams).
Música: Charles Wolcott.
Fotografía: William Daniels.
Reparto: Elizabeth Taylor, Paul Newman, Burl Ives, Jack Carson, Judith Anderson, Madeleine Sherwood, Larry Gates, Vaughn Taylor.

En el día de su sesenta y cinco cumpleaños, el patriarca Big Daddy Pollitt (Burl Ives) regresa a casa tras un reconocimiento médico en el que se ha confirmado la gravedad de su enfermedad, aunque el médico (Larry Gates) decide ocultarle la noticia a él y a su esposa (Judith Anderson). En casa le esperan sus dos hijos, Gooper (Jack Carson), el ambicioso primogénito, y Brick (Paul Newman), el predilecto de su padre, pero que atraviesa una crisis personal que lo ha empujado a la bebida.

No suelen gustarme mucho las adaptaciones al cine de obras de teatro de esos escritores norteamericanos tan pretenciosos y excesivos como este Tennessee Williams. En general, me resultan películas cargantes, exageradas en todos los registros y un tanto increíbles. Sin embargo, he de reconocer que La gata sobre el tejado de zinc (1958) me ha resultado mucho menos pesada de lo que creía.

Lo que no puede negarse es el origen teatral de la película; pero, a pesar de ello, hemos de reconocer el admirable trabajo de Richard Brooks con su puesta en escena, de manera que aunque las limitaciones en el espacio y el tiempo están ahí, el relato resulta bastante ameno y el juego de las puertas y ventanas, escaleras y sótanos, permite dar cierta agilidad a la puesta en escena.

Argumentalmente, la película no deja de ser un drama un tanto cargante a cerca de las miserias de una familia adinerada. Y es que la historia parece sacada de un folletín, con los personajes demasiado exagerados y sin muchos matices, como el patriarca hecho a sí mismo, déspota e insensible, o la esposa sumisa y un tanto ridícula. Además, por culpa de la censura de la época, el guión tuvo que pulir ciertos detalles inaceptables. El más evidente, la homosexualidad de Brick y su relación tan especial con su amigo Skipper. Aún así, la adaptación de la obra de teatro es lo bastante inteligente para jugar con constantes insinuaciones, de manera que esa homosexualidad no queda del todo oculta al espectador avispado; si bien todo ello termina por afectar a la congruencia de la relación entre Brick y su esposa Maggie (Elizabeth Taylor).

También el final resulta un tanto forzado, con el arreglo de las cuentas pendientes en un desenlace muy del estilo de Hollywood. El patriarca se humaniza finalmente; Brick se reconcilia consigo mismo y con Maggie y hasta el hermano avaricioso termina por comprender su estupidez. Un arreglo que queda bien de cara al público pero que resulta un poco forzado y no demasiado lógico. Aunque en realidad hemos de reconocer que todo el argumento resulta un tanto inverosímil, con ese entramado de relaciones, sospechas y supuestos engaños que parece cogido con alfileres, especialmente las desconfianzas entre Brick y Maggie, que no se entiende bien que no se hayan resuelto mucho antes.

Y sin embargo, a pesar de esta serie de críticas, he de reconocer que La gata sobre el tejado de zinc es una buena película. Cierto que resulta un tanto anticuada, cierto que le sobra metraje, pero en conjunto, el guión resulta interesante y las relaciones familiares, el eje de la trama, terminan por engancharnos. Además, desde el comienzo, conocemos el problema que afecta a Brick y a Maggie, pero no el motivo, con lo que este elemento añade interés a la historia, de manera que descubrir ese importante detalle nos mantiene atentos al relato. Además, hemos de añadir la gran calidad de los diálogos, sin duda un detalle fundamental en una obra de estas caracterísiticas.

Las luchas por la herencia, las desavenencias conyugales, el poder tiránico del patriarca, las mentiras y, sobre todo, la gran infelicidad que se respira en la familia constituyen sin duda un interesante análisis de las relaciones personales y los dramas vitales, contado además con nervio y un sentido dramático admirable.

Aunque quizá lo más destacado de la película sea el reparto. Es evidente el encanto y la belleza deslumbrantes de Elizabeth Taylor, que además realiza una excelente interpretación, que se une a un gran trabajo de Paul Newman, también rebosante de atractivo. Ambos fueron nominados al Oscar. Pero es que además, la película cuenta con un soberbio Burl Ives, perfecto en su papel, que le va como anillo al dedo.

La película es todo un clásico de ese cine con pretensiones intelectuales que no siempre dejó resultados tan vistosos como éste. Para muchos críticos, es la mejor adaptación cinematográfica de una obra de Tennessee Williams. Merece la pena.

lunes, 21 de abril de 2014

Tiempos modernos



Dirección: Charles Chaplin.
Guión: Charles Chaplin.
Música: Charles Chaplin.
Fotografía: Rollie Totheroh & Ira Morgan (B&W).
Reparto: Charles Chaplin, Paulette Goddard, Henry Bergman, Chester Conklin, Stanley Stanford, Hank Mann, Louis Natheaux, Allan Garcia.

Un obrero de una fábrica (Charles Chaplin) acaba perdiendo la razón a causa del frenético ritmo de trabajo, por lo que debe pasar una temporada en un hospital mientras se recupera. Una vez curado, será detenido al creer la policía, erróneamente, que es el cabecilla de una manifestación de obreros.

Tiempos modernos (1936) está considerada como una de las obras maestras de Charles Chaplin y, aunque es evidente que el paso del tiempo ha dejado su huella en el film, no cabe duda que es una obra con grandes momentos de cine, mudo aún; y es que Chaplin siempre tuvo sus dudas sobre el cine sonoro y en este caso, a pesar de plantease hacer una versión sonora, finalmente el director decidió dejarla como una película muda, si bien añadió efectos de sonido, algunas voces que salen de altavoces e incluso oímos cantar al propio Chaplin, si bien en un idioma inventado y sin sentido. A pesar de estas concesiones al sonido, Tiempos modernos ha de considerarse un film mudo.

Parece ser que el origen de la película se encuentra en una gira que hizo Charles Chaplin a comienzos de los años treinta. Ahí pudo conocer las consecuencias del Crac de 1929, así como el auge de los movimientos totalitarios.

Por eso, Tiempos modernos es una crítica del capitalismo feroz y la automatización de los procesos productivos, que obligan a los hombres a ritmos de trabajo frenéticos bajo la tiranía de máquinas absurdas que aumentan el rendimiento a costa de la salud de las personas. Pero también se puede ver una advertencia sobre el peligro de las drogas e incluso lo que se puede interpretar como una especie de autodefensa, pues Chaplin tuvo problemas en los Estados Unidos por culpa de quién lo consideraba demasiado afín a las ideas comunistas; y precisamente, en la película, su personaje es confundido con el cabecilla de la manifestación por portar un trapo rojo que era, en realidad, la señal de peligro de un camión que se había caído del mismo.

La primera imagen de la película, un rebaño de ovejas que se reemplaza de pronto por los obreros saliendo del metro, es ya una evidente declaración de intenciones. Sin embargo, Chaplin sigue fiel a su estilo y decide tratar el tema desde el prisma del humor. Y su humor es, todavía (y siempre), básicamente el típico del cine mudo: gags visuales, parodias, persecuciones, pantomimas, caídas, etc... y dentro de este estilo, Chaplin no tenía rival. Su presencia en la pantalla es mágica: Chaplin domina todos los recursos cómicos con una gracia, una agilidad y una expresividad inimitables. Su trabajo en la fábrica, apretando tuercas, su pelea en la cárcel, la escena en la que patina en los grandes almacenes y, finalmente, su canción en el restaurante son algunos de los momentos más memorables de la película, todos ellos con el sello de un actor sorprendente.

Tiempos modernos es también la despedida de Charlot, el vagabundo. Chaplin nunca más volverá a llevar a la pantalla al personaje que había creado en 1914 y que le había catapultado al estrellato.

Tiempos modernos, en sus críticas, demostró la clarividencia de Chaplin a la hora de predecir las consecuencias de un capitalismo despiadado e inhumano. Y como película, a pesar del paso de los años, sigue teniendo momentos muy inspirados de uno de los cómicos más grandes de la historia del cine.

domingo, 13 de abril de 2014

Candilejas



Dirección: Charles Chaplin.
Guión: Charles Chaplin.
Música: Charles Chaplin.
Fotografía: Karl Struss (B&W).
Reparto: Charles Chaplin, Claire Bloom, Nigel Bruce, Sydney Chaplin, Norman Lloyd, Buster Keaton, Melissa Hayden.

Cuando, una tarde, Calvero (Charles Chaplin), un viejo payaso sin trabajo, llega borracho a la casa donde se hospeda, descubre que una de las inquilinas, Thereza (Claire Bloom), ha intentado suicidarse. Calvero le salva la vida y cuidará de ella mientras se recupera.

Última película de Chaplin en Estados Unidos, Candilejas (1952) fue estrenada en Londres, a dónde acudió el artista, prohibiéndole el gobierno norteamericano regresar a Estados Unidos por estar considerado demasiado progresista, dentro de la gran paranoia anticomunista que sacudió aquel país en los años cuarenta y cincuenta.

Candilejas es una obra de madurez de Chaplin, donde el director parece aprovechar la oportunidad para hacer una especie de sentido homenaje al mundo del espectáculo, a la vez que parece anticipar su adiós al mismo. Chaplin encarna aquí a un viejo payaso en sus horas más bajas, sin dinero y cuyos años de éxito poco a poco no son que más que un borroso recuerdo. Como en su trayectoria profesional, la época dorada de Chaplin queda ya un tanto lejana.

Y es cierto que Candilejas, a pesar de sus innegables buenos momentos, no deja de ser film antiguo ya en 1952. Y es que en el fondo, tanto el argumento como el desarrollo del film recuerdan más a las historias que poblaban los cines en la época del cine mudo que a las películas que otros directores estaban filmando en esos años. Uno no puede dejar de tener la impresión de que el genio de Chaplin pertenece a otra época.

El argumento de Candilejas, con el drama de la bailarina que no encuentra sentido a la vida y que sólo tiene el consuelo de un viejo fracasado, contiene todos los elementos de los viejos folletines del cine mudo. La historia es muy simple, los personajes y los escenarios limitados. Incluso algunas escenas no llegan a desarrollarse con toda la intensidad o el sentido necesarios. El ritmo a veces flojea. La base de la comicidad sigue residiendo en las pantomimas y los gags visuales. El drama resulta un tanto previsible y la relación entre Thereza y Calvero no termina de convencer. Solamente los diálogos, con algunas frases magistrales, parecen estar a la altura del cine de mitad del siglo XX.

Los diálogos... y la banda sonora, que logró el Oscar nada menos que en 1972, pues no fue hasta ese año que Candilejas se estrenó al fin en Los Ángeles, superándose así los viejos problemas de aquella nefasta caza de brujas.

Es evidente que Charles Chaplin quería seguir contando historias en sus años de madurez, pero está claro que sus mejores películas no son las de esos años. Chaplin nació como artista en el cine mudo y fue un genio dentro de las reglas de ese arte. Cuando llegó el sonoro, le sucedió en parte lo que a muchos otros, le costó adaptarse a los nuevos tiempos. Chaplin continuó haciendo cine mudo, esencialmente, durante la etapa sonora y es algo que se refleja en su estilo y sus argumentos.

Aún así, Candilejas es un film hermoso y sincero, donde el gran Chaplin hace una intensa reflexión sobre el mundo del teatro, el éxito, la fama, la esperanza, la alegría de vivir... y además nos permite poder despedirnos de otro gran actor del cine mudo, Buster Keaton, al que Chaplin brindó un pequeño papel en el film. Su hijo, Sydney, interpreta al músico Neville y Claire Bloom, actriz inglesa de teatro, debutaba en el cine, con un trabajo más que aceptable. En cuanto a Chaplin, reconocemos sus viejos trucos cómicos, si bien su personaje está perseguido por la sombra de la tragedia, siendo su interpretación una de las pequeñas perlas de este título. Geraldine Chaplin, una niña entonces, también aparece en la primera secuencia de la película.

Sin ser una de las muchas obras maestras que nos dejó Charles Chaplin, Candilejas sigue teniendo gran parte del arte y la emoción que este gran artista supo dar a sus obras. Sin duda, para nostálgicos y amantes del genio inglés.

jueves, 10 de abril de 2014

Vidas ajenas



Dirección: D.J. Caruso.
Guión: Jon Bokenkamp (Novela: Michael Pye).
Música: Philip Glass.
Fotografía: Amir M. Mokri.
Reparto: Angelina Jolie, Ethan Hawke, Kiefer Sutherland, Olivier Martinez, Jean-Hugues Anglade, Tcheky Karyo, Gena Rowlands, Paul Dano, Justin Chatwin, André Lacoste.

La agente especial del FBI Illeana Scott (Angelina Jolie), especialista en estudiar el perfíl psicológico de asesinos psicópatas, se traslada a Montreal para ayudar a la policía local en una serie de asesinatos que parecen ser obra de una misma persona.

A la sombra de éxitos de taquilla como El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991) o Seven (David Fincher, 1995), vieron la luz una gran variedad de producciones cortadas por el mismo patrón y ávidas de emular el éxito de aquellos títulos. El problema es que no basta con seguir la moda de los asesinos en serie, de crear rebuscados argumentos con toques macabros y de reclutar a atractivas protagonistas para conseguir alcanzar la meta. Si a todo ello no le añades algo de talento, el resultado suele ser un mero pasatiempo decepcionante y vacío, cuando no una mera tomadura de pelo, y Vidas ajenas (2004) se acerca más a la tomadura de pelo que a otra cosa.

Para empezar, yo no sé que es lo que tienen en la cabeza algunos guionistas. Parece difícil de entender que alguien pueda escribir una historia tan absurda como ésta. La película está repleta de estupideces, situaciones y personajes rebuscados al límite, una simplicidad absoluta a la hora de dibujar a los protagonistas, tópicos a mansalva y trucos y mentiras argumentales tan previsibles y tan poco ingeniosas que hasta dan vergüenza ajena. Partiendo de semejantes mimbres es evidente que la historia de Vidas ajenas es cualquier cosa menos interesante.

Cuesta creerse al personaje de Angelina Jolie, que además sufre un espectacular cambio cuando se descubre el engaño a la que se ha visto sometida, pasando de ser una profesional inteligente y capacitada a convertirse en una especiel de adolescente aplatanada y atontada. Pero es que el resto de personajes tampoco resultan mínimamente creíbles. El asesino en serie no deja de ser un cúmulo de rasgos anómalos, como una especie de Frankenstein moderno al que se le añade todo lo que sirva para justificar su comportamiento y sus crímenes; aún que en el fondo todo ello parezca un montaje forzado y absurdo. Los policías canadienses se debaten en un mar de tópicos, como el policía duro, forzada e incomprensiblemente hostíl hacia Illeana, o el jefe que está ahí un poco de relleno.

En cuanto al trabajo de los actores, pues en la línea de todo este montaje idiota. Anjelina Jolie, muy guapa, es cierto, parece que más que actuando está posando. Su trabajo es frío, sin alma, desangelado. Se limita a mostrar sus lindos ojos, a posar para la foto y a recrearse en dibujar miradas lánguidas como quién parece concedernos el regalo de su presencia. Olivier Martínez, Tcheky Karyo o Gena Rowlands pasan por la pantalla creando estereotipos sin demasiada inspiración. Quizá Ethan Hawke y Kiefer Sutherland sean los únicos que podríamos salvar, si bien sus personajes en verdad que no les ayudan mucho. Kiefer solo tiene un par de escenas, pero cumple con su trabajo. Hawke, el malo de turno, se limita a adoptar los tics del psicópata de turno, aunque hemos de reconocer que al menos le pone empeño al asunto, no como la fría Angelina.

 D.J. Caruso busca la manera de dinamizar el argumento, así que recurre a los ya habituales movimientos de cámara, encuadres forzados, sorpresas, algún detalle truculento... todo para intentar crear una atmósfera visual dinámica y ágil. No es que no haya que valorar el esfuerzo, pero el resultado final poco aporta en realidad. Es un poco más de lo visto, ese estilo nervioso al que ya estamos más que habituados y que ya no resulta demasiado novedoso. En todo caso, la dirección no es de los aspectos más flojos de la película.

Como todo thriller vulgar que se precie, Vida ajenas nos reserva la sorpresa final. En realidad son dos, que mejor no desvelar aquí, si bien de sorpresas tienen poco; más bien habría que catalogarlas de meras mentiras, de engaños un poco infantiles que pretenden dejarnos atónitos y, con ello, brindarnos un final espectacular. Nada más lejos de la realidad. El primer engaño se adivina sin problemas y el segundo, que nos regala Angelina Jolie, más que sorpresa me dio risa; es un giro tan estúpido, increíble y peliculero que nadie puede tomarlo en serio. Y es que un buen guión no se apoya en esta clase de engaños, si no tiene nada más en sus entrañas... todos esos juegos resultan hasta ofensivos.

En resumen, un thriller que borda lo absurdo, desganado, sin originalidad y con el principal atractivo comercial, su estrella femenina, deambulando como un cuerpo sin alma por la pantalla. De ahí que Angelina recibiera, muy merecidamente, el premio Razzie a la peor actriz del año.

martes, 8 de abril de 2014

Cotton Club



Dirección: Francis Coppola.
Guión: Francis Coppola, William Kennedy (Novela: Jim Haskins).
Música: John Barry.
Fotografía: Stephen Goldblatt.
Reparto: Richard Gere, Diane Lane, Gregory Hines, Nicolas Cage, Bruce McVittie, Lonette McKee, Bob Hoskins, James Remar, Allen Garfield, Gwen Verdon, Tom Waits, Jennifer Grey, Laurence Fishburne, Fred Gwynne, Lisa Jane Persky, Joe Dallesandro, Gregory Rozakis, Sofia Coppola, Mario Van Peebles.

Nueva York, durante los alegres años veinte. Dixie Dwyer (Richard Gere) es un trompetista de talento que un día salva la vida de un gángster, Dutch Schultz (James Remar), quién en agradecimiento lo toma a su servicio. Sin embargo, ambos se sienten atraídos por la misma mujer, la atractiva Vera Cicero (Diane Lane), lo que generará fuertes tensiones entre ambos. Todos ellos y muchos más se encuentran o trabajan en el Cotton Club, el club de jazz más famoso de Harlem.

Partiendo de una novela de Jim Haskins, que contaba los años gloriosos del más famoso local de jazz de Nueva York, Coppola, que pasaba entonces por dificultades económicas, acepta el encargo de dirigir Cotton Club (1984). La productora encargó el guión a Mario Puzo, guionista de El Padrino (1972), pero a Coppola no le gustó el trabajo de Puzo y rehizo el guión junto con William Kennedy.

El resultado es un film coral donde el director juega con varias historia paralelas donde entremezcla la vida de algunos artistas del Cotton Club con la historia de la mafia que dominaba el mundo del espectáculo y el juego. El resultado, a nivel argumental, es una película quizá un poco larga de más, aunque bien resuelta por Coppola, que sabe dosificar los tiempos y mantener un ajustado equilibrio entre los números musicales que acompañan la acción y la base argumental que aborda el mundo del hampa y el drama romántico.

Sin embargo, a pesar de los buenos momentos y algunas secuencias de buen cine, resulta inevitable que nos surja la tentación de realizar algunos paralelismos con El Padrino, y este nuevo acercamiento al mundo de la mafia por parte de Coppola resulta mucho menos poderoso. Mientras en la obra maestra de Coppola, la mafia se nos presentaba con una visión de realismo absoluto, en Cotton Club los mafiosos parecen de opereta. Incluso Coppola se atreve a introducir algunos detalles cómicos que no terminan de cuajar del todo, dando una imagen un tanto ligera del mundo del crimen organizado.

Por otro lado, la sensación que uno tiene es que el guión pretende abarcar demasiado, con lo que parece que fue necesario simplificar y acortar algunos pasajes, dejando algunas historias un tanto cojas o no del todo bien desarrolladas. Habría sido necesario o un mayor metraje o una mayor simplificación de la historia para no tener a veces la impresión de que Coppola no ha podido terminar de contar la historia como hubiera querido.

Tampoco me terminó de convencer Richard Gere en el papel protagonista. Gere, que estaba consolidando entonces como el nuevo galán de Hollywood, si bien es verdad que tiene una presencia impecable, no es menos cierto que su trabajo deja mucho que desear, abusando ya de sus famosos tics interpretativos, bastante artificiosos. Coppola había querido poder contar con otro actor para ese papel, pero tuvo que contentarse con Richard Gere. Diane Lane, con una belleza deslumbrante, está mucho más inspirada que su compañero. Sin embargo, son los secundarios los que de verdad destacan en la película: desde Bob Hoskins, como propietario del Cotton Club, hasta Fred Gwynne, que encarna a su fiel amigo Frenchy Demange, o Gregory Hines, perfecto en la piel de un bailarín de claqué. También podemos ver a un joven Nicolas Cage, sobrino de Coppola, en una notable actuación como el hermano mafioso de Dixie.

Pero lo realmente interesante de Cotton Club es, desde mi punto de vista, la magnífica parte musical de la película, repleta de momentos geniales, números musicales fascinantes y preciosas coreografías, y todo ello filmado de manera perfecta. La película no abusa de estos números musicales, sino que los dosifica con inteligencia y los utiliza en los momentos justos, como en la lograda secuencia final, donde Coppola realiza uno de esos montajes paralelos entre el baile de Hines y el asesinato de Dutch Schultz, muy bien resuelto.

Sin una gran acogida en su momento, Cotton Club se puede apreciar hoy en día como un brillante film a medio camino entre el musical y el cine de gángsters. No llega a ser una crónica social de los años veinte y la época de la ley seca, pero aún así es una buena reconstrucción de parte de aquellos años.

La película fue nominada en los apartados de mejor dirección artística y mejor mantaje.

lunes, 7 de abril de 2014

El gran dictador



Dirección: Charles Chaplin.
Guión: Charles Chaplin.
Música: Charles Chaplin y Meredith Willson.
Fotografía: Rollie Totheroh & Karl Struss (B&W).
Reparto: Charles Chaplin, Paulette Goddard, Jack Oakie, Reginald Gardiner, Henry Daniell, Carter De Haven, Grace Hayle, Maurice Moscovitch, Billy Gilbert.

Durante la Primera Guerra Mundial, un barbero judío (Charles Chaplin), natural de Tomania y no muy hábil como soldado, salva la vida de un aviador (Reginald Gardiner) compatriota suyo, pero sufre un accidente que le hace perder la memoria. No la recuperará hasta muchos años después, cuando en su país gobierna con mano de hierro el dictador Adenoid Hynkel (Charles Chaplin), que ha encerrado a los judíos en un ghetto.

Charles Chaplin se había mostrado reacio a abandonar el cine mudo, negando la validez artística del cine sonoro, y no es hasta este año de 1940, con El gran dictador, cuando el director inglés decide rodar su primera película verdaderamente sonora. Anteriormente, en Luces de la ciudad (1931) o Tiempos modernos (1936), Chaplin había incluído efectos de sonido y música, pero se consideran a todos los efectos films mudos.

Chaplin empezó a rodar la película tan solo ocho días después de que Hitler invadiera Polonia, lo que quiere decir que tenía ya el guión de El gran dictador bastante antes de que estallara la guerra. En esos momentos, Estados Unidos era políticamente neutral, por lo que no se veía con buenos ojos que Chaplin emprendiera este proyecto. A pesar de las presiones de la productora, Chaplin siguió adelante con la película, que sería un durísimo ataque a Hitler, a Mussollini, al racismo, a las dictaduras y a cualquier totalitarismo. El gran dictador es, como refleja el famoso discurso final del barbero judío, una crítica a cualquier civilización que se olvide del hombre, que sacrifique su felicidad bajo cualquier pretexto, sea éste político, económico o religioso. Charles Chaplin sería perseguido por el Comité de Actividades Antiamericanas y tendría que abandonar los Estados Unidos.

En cuanto a la película en sí misma, vista desde un punto de vista artístico, parece claro que el paso de los años no le ha sentado todo lo bien que quisiéramos. Tanto en el planteamiento como en su desarrollo, Chaplin muestra una ingenuidad que ya no es propia de los años cuarenta. De hecho, esta película, a pesar de la gran acogida y éxito popular en su estreno, está un peldaño por debajo de las obras mudas del director. Incluso su personaje, el barbero judío, parece haber perdido la fuerza y el genio de su famoso vagabundo de la época muda. Chaplin no se muestra especialmente ingenioso en los diálogos, salvando el discurso final, y sigue basando la comicidad principalmente en gags visuales, aunque algunas bromas se antojan un tanto anticuadas ya.

Incluso técnicamente, la película abusa de los decorados y las transparencias, perdiendo la frescura que podría haber tenido de no recurrir a ellos. En muchos aspectos, Chaplin sigue apegado a su forma de trabajar de la época del cine mudo.

Aún así, El gran dictador sigue teniendo algunos momentos inolvidables, como cuando Hynkel juega con el globo terráqueo o en sus alardes frente a un colosal Jack Oakie encarnando al dictador Napaloni (parodia de Benito Mussollini), con la famosa secuencia en la barbería. Claro está que el momento más recordado y más logrado de la película es el ya nombrado discurso final, un alegato contra la barbarie y en defensa del ser humano que aún hoy en día sigue teniendo todo el sentido y resulta completamente actual y oportuno.

Chaplin acusa en su rostro el paso del tiempo y ya no es el alegre y conmovedor personaje de su época dorada. Incluso, el barbero judío carece de la chispa, la alegría y el ingenio del Chaplin anterior. En cambio, en su ridiculización de Hitler, Chaplin parece recobrar el carácter y hace una composición de un dictador enfermizo y patético memorable. Jack Oakie, como dijimos, está realmente sublime en la piel de Napaloni. El personaje femenino está interpretado por Paulette Goddard, por entonces casada con el director.

Aunque El gran dictador no iguala las grandes obras maestras de Charles Chaplin, su gran repercusión y el valiente ataque contra las dictaduras de Hitler y Mussollini, en un momento en que aún estaba comenzando la Segunda Guerra Mundial, hacen de esta película un obra indispensable en la filmografía del director.

El film recibió nada menos que cinco nominaciones (mejor película, mejor actor (Charles Chaplin), mejor secundario (Jack Oakie), banda sonora y guión original), si bien no logró hacerse con ningún Oscar.

domingo, 6 de abril de 2014

La quimera del oro



Dirección: Charles Chapiln.
Guión: Charles Chaplin.
Música: Max Terr en la versión de 1942.
Fotografía: Rollie Totheroh y Jack Wilson (B&W).
Reparto: Charles Chaplin, Mack Swain, Georgia Hale, Tom Murray, Malcom Waite, Henry Bergman, Betty Morrisey.

Un vagabundo (Charles Chaplin), sin hogar ni dinero, llega a Alaska guiado por la fiebre del oro. En medio del desierto nevado, durante una tormenta, buscará refugio en una cabaña, sin saber que está ocupada por el bandido Black Larsen (Tom Murray).

La quimera del oro (1925) surge a raíz de las imágenes que había visto Chaplin sobre las penurias de los buscadores de oro en Alaska y del famoso desastre de la expedición de Donner, donde un grupo de inmigrantes, en su marcha hacia California, tuvieron que terminar comiendo sus mocasines primero y los cadáveres de sus compañeros después al verse aislados por la nieve, a finales del siglo XIX.

A partir de estas premisas, Charles Chaplin crea el guión de la película, donde sabrá compaginar magistralmente el tono de comedia con el trasfondo dramático que subyace bajo los gags geniales que pueblan la cinta. Una de las señas de identidad de Charles Chaplin es el haber sabido conjugar como nadie el cine cómico con los sentimientos más profundos y nobles de su personaje. De ahí la grandeza de su vagabundo, Charlot, que fue el primer ser humano, no una mera caricatura, que apareció en las películas de cine mudo.

La realización del film no fue sencilla, si bien gran parte de las secuencias se filmaron en estudio, aunque en otras el equipo se desplazó a exteriores, como al famoso Chilkoot Pass, contratándose a numerosos extras para recrear el paso de las montañas. Pero fue necesario construir minuciosos decorados, además de los trucos de cámara en la secuencia del pollo o en la de la cabaña al borde del precipicio, con un resultado sobresaliente para los medios de la época.

La quimera del oro vuelve a centrarse en el personaje del vagabundo creado por Chaplin. Esta vez embarcado en la busca de oro; pero sus rasgos de identidad son los de siempre: un hombrecillo pobre, pero de gran corazón. El vagabundo de Chaplin es un canto a los mejores sentimientos, a la honestidad, el amor incondicional, la nobleza, la inocencia incluso, pero también a la picardía para buscarse la vida en medio de las penurias. Un personaje entrañable al que el público amaba irremediablemente.

La quimera del oro es un film bastante sencillo y con un argumento muy básico que no es, decididamente, lo mejor de la película. Sin embargo, en manos del director, la sencilla historia del buscador de oro se llena de momentos irrepetibles y gags legendarios, que han quedado en la historia como momentos únicos. Ineludible mencionar la escena de la bota, con el vagabundo convertido en un chef experimentado; o la secuencia en que Big Jim McKay (Mack Swain), delirando, se imagina que su comapañero es un pollo gigante; o esa otra de la cabaña oscilando al borde del precipicio y, cómo no, el legendario baile de los panecillos... la genialidad aunada a la sencillez en manos de un artista único como Chaplin.

Si el personaje creado por Chaplin es genial, no menos habría que decir de la actuación del propio Charles Chaplin. Su trabajo es asombroso: fresco, intenso, contagioso, tanto en la alegría como en el drama. Chaplin supo expresar como pocos, sin el recurso de la palabra, una gran variedad de sentimientos con una claridad y una eficacia sorprendentes. Le acompañan en el film Mack Swain, un actor de reparto de la Keystone, habitual en otros films del director, Tom Murray y Georgia Hale, actriz que no logró sobrevivir al cine sonoro y cuyo principal trabajo en el cine fue éste. Hale sustituyó a Lita Grey cuando ésta se quedó embarazada y contrajo matrimonio con Charles Chaplin.

Convertida ya en un clásico ineludible, La quimera del oro era una de las películas que más amaba el propio Chaplin. Sin duda es una pequeña obra maestra llena de momentos geniales, gasgs históricos y esa ternura tan genuina con la que Charles Chaplin impregnaba toda su obra.

La quimera del oro recibió dos nominaciones a los Oscar: mejor sonido y mejor banda sonora. La película se estrenó en versión muda, si bien en 1942 se reeditó en una versión sonora, con narración en off del propio Charplin.

miércoles, 2 de abril de 2014

Náufrago


Dirección: Robert Zemeckis.
Guión: William Broyles Jr.
Música: Alan Silvestri.
Fotografía: Don Burgess.
Reparto: Tom Hanks, Helen Hunt, Nick Searcy, Chris Noth, Lari White, Geoffrey Blake, Jennifer Lewis, David Allen Brooks.

Chuck Noland (Tom Hanks) es un ejecutivo de una empresa de mensajería entregado a su profesión y obsesionado con el control del tiempo y la eficacia en el funcionamiento de la empresa. Sin embargo, su vida sufrirá un gira radical cuando, tras un accidente de avión, se encuentre solo en una pequeña isla en medio de la nada.

Poco a poco me ido haciendo fan de Tom Hanks. Es cierto que sus films de juventud no pasarán a la historia del cine precisamente, pero Hanks ha sabido madurar y sobre todo ha crecido en talento y autenticidad, hasta convertirse en uno de los mejores actores del cine actual. Y esta película es una demostración más del talento de este hombre, capaz de echarse sobre los hombros una historia de ciento cuarenta y tres minutos y salir con una más que merecida nominación al Oscar, si bien finalmente el premio fue a parar a Russell Crowe por su Gladiator (Ridley Scott, 2000).

Náufrago (2000) puede asustar un poco de entrada debido a su larga duración. Y es que una película que gira en torno a los cuatro años que pasa el protagonista en una isla desierta puede dar un poco de miedo. Nada más lejos de la realidad. Náufrago es un film que se pasa en un abrir y cerrar de ojos y gran parte de la culpa la tiene Robert Zemeckis, que nos da una lección de cómo dirigir un film desde la coherencia y la eficacia. Porque lo primero que llama la atención cuando vemos Náufrago es el control exquisito del tiempo de Zemeckis. El director, primero, no enfoca el film como la típica película de aventuras sobre la lucha por la supervivencia y cómo un hombre ha de ingeniárselas para buscarse la vida partiendo de cero, algo a lo que también asistimos, pero sin que constituya el eje ni el sentido de la historia. Lo importante, como queda claro desde el principio, es la historia del protagonista, el cambio que va a experimentar en su vida, cómo una situación extrema le hace replantearse sus prioridades, el sentido de la vida, la lucha por mantenerse en pie. No se trata de contarnos una historia edificante o de una crítica más de la sociedad industrial estresante. La moraleja es más simple, pero también más directa: al compartir la experiencia del protagonista y vivirla con él, todos experiementamos el cambio de valores que sufre Chuck. No se trata de conceptos, se trata de que comprendemos la importancia del agua, del alimento, del fuego, de la compañía, del amor y la esperanza.

De ahí que Zemeckis se tome su tiempo a la hora de contarnos esta historia. Desde el comienzo mismo, deteniéndose para explicarnos cómo es la vida se Chuck, su relación con su novia Kelly (Helen Hunt) y su entrega casi total a su trabajo, que le hace abandonar la cena familiar de Navidad en cuanto recibe un mensaje de la empresa. Y también el director va a tomarse su tiempo a la hora de contarnos la vida de Chuck en la isla, con el riesgo de alargar la película en exceso, de servirnos un film aburrido o monótono. Pero el buen guión y el mejor hacer del director hacen que la película jamás canse, ni aburra, ni pierda interés. Y todo por un manejo del ritmo preciso, donde cada secuencia dura exactamente lo que debe durar, donde cada incidente en la isla tiene sentido, es educativo, interesante y, por encima de todo, nos hace partícipes del sufrimiento y la desesperación del protagonista. La parte del film que transcurre en la isla es intensa, sobria y emotiva. Y a pesar de su duración, al final somos conscientes que no sobra ni falta nada.

Y además, para rematar la faena, Náufrago termina de una manera sencillemente perfecta. El desenlace es como tiene que ser, a pesar de que creo que todos hubiéramos deseado otro final. Pero la vida es así, las cosas suceden y tienen consecuencias, por triste que sean. Zemeckis nos brida un final elegante, emotivo, intenso y verdadero. Sólo el guiño final parece un poco peliculero, aunque he de reconocer que yo lo agradezco. Es una gota de optimismo en medio de un dolor que también nos ha llegado a través del de Chuck. Y aunque parezca algo forzado, es lo suficientemente ambigüo para que cada uno lo interprete como quiera.

Queda dicho ya el gran trabajo de Tom Hanks, rebosando de naturalidad y sobriedad. Si Robert Zemeckis nos ofrece un ritmo perfecto, Hanks hace uno de los mejores trabajos de su carrera y él solito da carácter y entidad a su personaje, eje de toda la historia.

Además de la nominación al Oscar para Tom Hanks, la película también fue nominada al mejor sonido.

Náufrago es cine a lo grande. No sólo está perfectamente realizada, no sólo contiene momentos espectaculares junto a otros terriblemente expresivos. Es una de esas películas completas, donde la forma y el fondo van de la mano y que logran contarnos algo que sentimos como verdadero y que puede llegar a enriquecernos un poco más como personas.