El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 31 de julio de 2014

Estado de sitio




Dirección: Edward Zwick.
Guión: Menno Meyjes, Edward Zwick, Lawrence Wright (Historia: Lawrence Wright).
Música: Graeme Revell.
Fotografía: Roger Deakins.
Reparto: Denzel Washington, Annette Bening, Bruce Willis, Tony Shalhoub, Sami Bouajila, David Proval.

Cuando el ejército norteamericano detiene a un lider musulmán, instigador de atentados terroritas, Nueva York pasa a convertirse en el foco de nuevos atentados, cada vez más sangrientos.

Estado de sitio (1998) es, por encima de todo, un film de acción. Es verdad, también, que el guión pretende darle cierto aire de reflexión a cerca de las libertades, pero el mensaje queda algo ensombrecido por el mero espectáculo.

La película tiene un comienzo ciertamente prometedor, con una serie de atentados que ponen en jaque al FBI. Zwick muestra nervio y un pulso firme y la acción pronto se gana nuestro interés. El problema es que en seguida comprendemos que la historia va a trascurrir por caminos demasiado vistos. Primero, tenemos el enfrentamiento entre el agente del FBI que lleva la investigación sobre los atentados en Nueva York, Anthony Hubbard (Denzel Washington), y una colega algo entrometida de la CIA, Elise Kraft (Annette Bening), lo cuál no es más que un recurso dramático que sabemos que solo conducirá a la estrecha colaboración de ambos; es decir, es la manera de crear argumentalmente a la pareja protagonista, con un conflicto que de algo de sal a su relación.

A partir de ahí, más lugares comunes: la investigación se personaliza en exceso en los protagonistas, de manera que una historia de conflictos globales termina por ser una disputa casi doméstica. Para no perder dramatismo, los consabidos y efectistas giros de la historia se agolparán en un final lleno de acción, sentimientos encontrados y dramas personales que buscan dejarnos con un nudo en la garganta. Sinceramente, al lado de un autobús repleto de inocentes que salta por los aires, que al hijo de un miembro del FBI lo detengan junto a otros árabes me parece casi de risa. Pero por ahí parece que la película intenta conmovernos en el desenlace. Pues bien.

Lo mejor de Estado de sitio es, sin duda, el dilema que plantea entre la necesidad de imponer un control militar, sacrificando libertades personales, para acabar con los atentados salvajes, o la salvaguarda por encima de todo de los derechos y libertades del pueblo. Bien argumentado este dilema, la pena es que se vuelve a personalizar en exceso entre la postura de Hubbard y la del general Devereaux (Bruce Willis), con el consabido toque peliculero tan del gusto de estos films comerciales.

Lo curioso es como, años después, los terroristas islámicos lograron llevar en efecto la guerra a suelo norteamericano con el ataque a las Torres Gemelas, un atentado salvaje como los que planteaba el propio film.

Con un reparto aceptable y una dirección atinada, Estado de sitio no pasará sin duda a la historia del cine, pero es un más que correcto pasatiempo con algunas pinceladas de reflexión política que lo diferencian un poco de otros films de corte parecido.

miércoles, 30 de julio de 2014

Pasajero 57



Dirección: Kevin Hooks.
Guión: Dan Gordon y David Loughery (Historia Stewart Raffill y Dan Gordon).
Música: Stanley Clarke.
Fotografía: Mark Irwin.
Reparto: Wesley Snipes, Bruce Payne, Tom Sizemore, Elizabeth Hurley, Michael Horse, Alex Datcher, Bruce Greenwood, Robert Hooks.

Charles Rane (Bruce Payne), uno de los terroristas más temidos, es trasladado en avión hasta Los Ángeles para ser juzgado. Pero Charles ha planeado su liberación en pleno vuelo con la ayuda de sus secuaces. Con lo que no contaba era con la presencia en el avión de John Cutter (Wesley Snipes), un experto en seguridad.

Pasajero 57 (1992) está en la línea de películas como La jungla de cristal (1988), cuyo éxito parece que inspiró no pocas secuelas con escasas variantes argumentales. En este sentido, la película que nos ocupa tan solo promete acción a raudales. Esperar otra cosa de ella sería engañarnos.

Así pues, estamos ante una cinta de acción que transcurre por caminos demasiado trillados como para que nos llevemos alguna alegría o una mínima sorpresa. El argumento transcurre por derroteros mil veces vistos: un héroe que ha de enfrentarse a un asesino medio loco, cruel y despiadado y a su banda de secuaces, cada cuál más perverso y duro que el anterior. Asistiremos a peleas imposibles, muertes por doquier, un incipiente romance, el pasado atormentando a nuestro héroe, pues éste arrastra un fracaso que costó la vida a su mujer... en fin, todo demasiado visto y muy poco original.

Con estos mimbres es fácil adivinar el desenlace. La única baza a jugar por Kevin Hooks es ofrecernos un film entretenido, con buen ritmo y unas escenas de acción lo suficientemente logradas para que compensen la falta de intriga y la banalidad de la historia.

Y en este sentido, la verdad es que la película resulta pasablemente entretenida. No es que asistamos a escenas que nos quiten el habla, pero en general el film transcurre a buen ritmo y nos mantiene en vilo con continuas peleas. Wesley Snipes da la talla en el papel, pues su físico y su aire rocoso resultan bastante convincentes. El malo de turno, Bruce Payne, es también aceptable, dentro de una caracterización bastante tópica, con ese aire de pirado cruel y sanguinario tan al uso en este tipo de películas.  El resto del reparto cumple sin más, dentro de lo estereotipado de todos los roles.

Una película, en resumen, muy limitada argumentalmente y que sólo satisfará a los fanáticos del cine de acción, sobre todo adolescentes, a los que este tipo de villanos y héroes aún puede sorprender e impresionar. Totalmente prescindible para el resto de mortales.

martes, 29 de julio de 2014

La patrulla perdida



Dirección: John Ford.
Guión: Dudley Nichols, Garrett Ford (Historia: Philip MacDonald).
Música: Max Steiner.
Fotografía: Harold Wenstrom (B&N).
Reparto: Victor McLaglen, Boris Karloff, Wallace Ford, Reginald Denny, J.M. Kerrigan, Billy Bevan, Alan Hale, Brandon Hurst, Douglas Walton, Samuel Stein, Howard Wilson, Paul Hanson.

Cuando el comandante de una patrulla británica en el desierto de Mesopotamia, durante la Primera Guerra Mundial, es abatido de un disparo, el sargento (Victor McLaglen) queda al mando de los soldados, pero desconoce las órdenes y su situación. Mientras, el enemigo árabe sigue al acecho.

La patrulla perdida (1934) es uno de los primeros éxitos en la carrera de John Ford. Es evidente, vista hoy en día, que la película está bastante lejos de los grandes films del director, si bien se ven en ella indicios de su fuerza narrativa y de lo que será su estilo posterior.

La película se centra en las vicisitudes de una patrulla inglesa perdida en medio del desierto y a merced del enemigo árabe, al que no pueden ver. En realidad, tienen dos enemigos, pues el propio desierto se muestra tan hostil y feroz como los mismos árabes. Sin embargo, Ford no plantea un simple film bélico, que sería lo más socorrido y sencillo. El director plantea la película como una prueba de fuego para los soldados, lejos de su entorno, sin un objetivo claro, sin muchas esperanzas y perseguidos por un enemigo al que no pueden enfrentarse, pues los va cazando uno a uno, sin dejarse ver, lo que aumenta la frustración del soldado privado de un rival al que medir su fuerza.

Esta situación límite de los soldados le brinda a John Ford la posibilidad de ahondar en el pasado de los soldados, en su personalidad y en ir mostrando cómo el estar sometidos a una situación extrema termina por desquiciarlos.

A pesar de lo limitado de la acción y el decorado, Ford consigue mantener el ritmo en todo momento gracias a un dominio del tempo que ya anticipaba su brillantez tras las cámaras. También hay que destacar el interesante recurso dramático de no mostrar en ningún momento al enemigo, salvo en la escena final, con lo que se crea una tensión y un cierto misterio que añaden un plus a la historia nada despreciable y que después otros grandes directores sabrán explotar convenientemente, como hizo el mismísimo Spielberg en El diablo sobre ruedas (1971), por ejemplo.

Destacar la presencia de un habitual del cine de Ford, Victor McLaglen, esta vez no como secundario, y que repetiría protagonismo al año siguiente en El delator (1935), con Oscar al mejor actor incluído, y un inquietante Boris Karloff en la piel de un fanático religioso.

Con unos diálogos de gran nivel y una banda sonora nomina al Oscar, La patrulla perdida ya nos enseña el dominio de las situaciones por parte de John Ford, un director que lograba salir de los films  meramente de acción para recrearse en este interesante estudio de unos soldados en una situación extrema.

lunes, 21 de julio de 2014

Soldados de Salamina



Dirección: David Trueba.
Guión: David Trueba (Novela: Javier Cercas).
Música: Varios.
Fotografía: Javier Aguirresarobe.
Reparto: Ariadna Gil, Ramón Fontserè, Joan Dalmau, María Botto, Diego Luna, Alberto Ferreiro, Luis Cuenca, Vahina Giocante.

Una periodista, escritora frustrada, empieza a recomponer un extraño suceso ocurrido en la Guerra Civil española: el fusilamiento de cincuenta prisioneros del bando nacional, entre los que se encontraba uno de los ideólogos de la Falange: Rafael Sánchez Mazas, que logró huir con vida.

La Guerra Civil es un tema recurrente de la cinematografía española, que a menudo ha acudido a ella en tono de comedia, tal vez en un intento de restañar heridas y de quitar hierro a una de las páginas más negras de nuestra historia. Pero en Soldados de Salamina (2003), David Trueba, que adapta la novela de Javier Cercas, hace una aproximación más dramática que incluso, en algunos pasajes, recuerda más a un documental que a una simple película de ficción. Puede que este tratamiento sea, finalmente, lo más interesante de una película que no consigue evitar caer en ciertos errores de bulto que terminan por pasarle factura.

Es cierto que la película posee una acertada dosis de intriga que engancha a la historia. También es verdad que Trueba logra compaginar con gran acierto imágenes de la guerra con las reconstrucciones históricas, de manera que el viaje al pasado de la protagonista se funde con eficacia con el presente, sin altibajos ni bruquedades. Y, naturalmente, está el tema de la guerra fratricida, tratada con rigor y seriedad, lo que proporciona algunos pasajes notables que nos recuerdan el drama humano de una contienda terrible de la que aún se están pagando las consecuencias en la actualidad.

Sin embargo, Trueba no logra sortear todos los problemas con elegancia y la película tiene algunos detalles que bajan el listón y nos dejan un sabor amargo por lo que podría haber sido Soldados de Salamina y finalmente no es.

Por un lado, y quizá sea la mayor pega que le encuentro a la película, está la relación entre la protagonista, Lola (Ariadna Gil), y Conchi (María Botto). En la novela, el protagonista es un hombre. No cuestiono el cambio de sexo del periodista, es más, la presencia de una mujer llevando a cabo al investigación añade algo de fragilidad e intriga al relato, desde mi punto de vista. Pero el tener que recurrir a una relación lésbica, algo que parece ser una curiosa moda en la ficción nacional, no deja de ser un truco comercial barato que, además, se queda en nada y encima no termina de enganchar del todo con la trama principal. Tenemos la impresión de que no es sino un pegote del que se hubiera podido prescindir perfectamente.

El segundo detalle que no terminó de convencerme es precisamente la actuación de Ariadna Gil. Convertida en el eje de la película y la principal protagonista, su interpretación es seca, aburrida, sin fuerza y hasta sin convicción. Justo al contrario que otros personajes secundarios de la película, que dan un aire de autenticidad a la historia que se pierde con Ariadna. Trueba opta por un rostro hermoso  para añadir cierto atractivo a la película pero, por desgracia, es uno de los puntos más flojos de la película.

El desenlace, con la visita de Lola a Miralles (Joan Dalmau), también es de los detalles que no terminaron de gustarme. Lo encuentro demasiado peliculero, algo forzado y no muy creíble. Entiendo que enfocar la película desde un punto de vista demasiado documentalista no hubiera funcionado tal vez en taquilla, pero esta serie de concesiones terminan por casar mal con el tono general de la película.

Aún así, David Trueba da muestras de su buen gusto y nos regala algunas escenas muy buenas. Lástima que no logre mantener un buen nivel a lo largo de la historia y, sobre todo, que se deje llevar por los recursos fáciles, especialmente la relación amorosa de Lola, que echan por tierra otros logros para dejar al final a Soldados de Salamina como un film interesante pero que no logra hacer realidad todas las posibilidades que encerraba la historia.

viernes, 18 de julio de 2014

Parking 2



Dirección: Frank Khalfoun.
Guión: Frank Khalfoun, Alexandre Aja, Grégory Levasseur.
Música: Tomandandy.
Fotografía: Maxime Alexandre.
Reparto: Rachel Nichols, Wes Bentley, Grace Lynn Kung, Philip Akin, Stephanie Moore, Miranda Edwards.

Es el día de Nochebuena. Angela (Rachel Nichols) se marcha a casa tras una larga jornada en el trabajo. Pero su coche no arranca y cuando quiere salir del parking del edificio descubre que las puertas están cerradas.

¿Qué pasa cuando una película carece de argumento y la historia resulta de lo más predecible? Pues que tenemos entre las manos un film como Parking 2 (2007); un producto simplista y sin originalidad que recurre a todo lo más vulgar y trillado del género.

¿Cuantas veces hemos sufrido la presencia de un degenerado chiflado?, ¿en cuántas películas hemos visto a una joven hermosa en peligro? Pues Parking 2 nos propone más de lo mismo, sin nada nuevo y sin ningún disimulo.

La película, cuyo título no hace referencia a ninguna segunda parte de nada, sino sólo a una planta de parking, basa toda su supuesta fuerza en una premisa tan manida como torpemente desarrollada: un maníaco enamorado de una joven que la retiene a la fuerza para poder pasar una velada íntima con ella. A partir de ahí, las lógicas escenas de tensión, peleas, alguna muerte truculenta, tensión de bajo nivel y un desenlace de lo más previsible.

La única manera de darle realmente interés a una historia tan manida es buscarle puntos de originalidad, giros inesperados, diálogos con fuerza, personajes interesantes. Y nada de ello tiene lugar aquí. Thomas (Wes Bentley), el psicópata, es un personaje plano, sin nada que lo diferencie de tanto pirado suelto que pulula por otros films similares. La trama es totalmente previsible, las escenas sangrientas son todo lo desagradables que deben ser para forzarnos a dar un respingo y el ritmo se mantiene en un nivel aceptable, pero nada más.

Fran Khalfoun se limita a dirigir con ese estilo impersonal que se centra en preparar las escenas de tensión y a jugar con los tempos con cierta solvencia, pero sin nada que nos permita disfrutar de un trabajo singular.

Definitivamente, una película de esas que te permiten pasar el rato, con algún susto que otro, pero que no deja la más mínima huella una vez que se ha terminado. Un producto de consumo fácil y escasos méritos. Sólo para auténticos incondicionales del género.