El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 30 de diciembre de 2016

El gran hotel Budapest



Dirección: Wes Anderson.
Guión: Wes Anderson (Historia: Wes Anderson y Hugo Guinness).
Música: Alexandre Desplat.
Fotografía: Robert D. Yeoman.
Reparto: Ralph Fiennes, Tony Revolori, Saoirse Ronan, Edward Norton, Jeff Goldblum, Jude Law, Willem Dafoe, F. Murray Abraham, Adrien Brody, Tilda Swinton, Harvey Keitel, Bill Murray, Owen Wilson.

Zero Moustafa (F. Murray Abrahams) es el propietario del gran hotel Budapest, un legendario establecimiento venido a menos. Una noche, durante una cena, Moustafa le cuenta a uno de sus huéspedes, un joven escritor (Jude Law), cómo llegó a convertirse en el dueño del establecimiento, tras ser contratado de joven por el legendario conserje Gustave H. (Ralph Fiennes).

El gran hotel Budapest (2014) es una de esas películas que no pasan desapercibidas. Wes Anderson parece querer desmarcarse de la tónica general y nos propone un film muy, muy personal. Puede gustarte a rabiar su propuesta o no convencerte, en todo caso, no te dejará indiferente. Y eso, de alguna manera, ya es algo.

La película, para empezar, es de esas que te enganchan ya desde el principio: es un relato contado a través de un par de flash-backs que nos abren las puertas a una historia con tintes casi legendarios. De alguna manera, es como cuando nos adentrábamos, de niños, en las páginas de un apasionante relato de aventuras. El comienzo de la historia es pues muy prometedor.

Y la verdad es que el desarrollo de la misma no nos defrauda. Se trata de una trama rica en personajes y acontecimientos que nunca discurre por caminos conocidos, con lo que las sorpresas están aseguradas. Además, dentro de un tono de comedia, el guión nos depara no pocas sorpresas, algunas con tintes de un humor muy negro, lo que viene a ser como la pimienta de un relato entre fantástico, sórdido y extravagante.

Precisamente, por las promesas iniciales de un relato intenso, misterioso y apasionante, es por lo que el tratamiento ligero, a veces rozando lo surrealista y lo fantástico, no llegó a convencerme del todo. Es algo muy personal, pero me hubiera gustado una historia más ortodoxa, dramática y seria como vehículo de un argumento muy rico y prometedor. Wes Anderson optó por darle un enfoque más ligero y original y seguramente tendrá a muchos espectadores que aplaudan su elección.

Pero sin duda lo que más sorprende es la puesta en escena de Anderson, a medio camino entre un relato de casa de muñecas y un snobismo chillón. Los decorados son especiales, con un gusto por los colores fuertes y donde la cámara juega con los encuadres, siempre en busca de un efecto casi pictórico, algo afectado y a veces, dentro de la sencillez, cercano a la cursilería. Es una opción estética afectada y forzada, no apta para todos los gustos.

Otro aspecto que sin duda merece destacarse es el reparto inflado de actores colosales, al estilo de las producciones de los años setenta del cine de aventuras, donde solían atraer la atención del público con repartos llenos de grandes nombres. Aquí no se trata solo de nombres, sino de grandes actores, como Jude Law, F. Murray Abraham, un genial Ralph Fiennes y, también, el sorprendente Tony Revolori.

El gran hotel Budapest es un film rico, apasionante en muchos momentos, extraño, sin duda, y capaz de engancharte a su historia de un modo casi magnético. Merece la pena adentrarse en ese universo casi imaginario y que, como decía, no te dejará indiferente.

jueves, 29 de diciembre de 2016

Los descendientes



Dirección: Alexander Payne.
Guión: Alexander Payne, Nat Faxon, Jim Rash (Novela: Kaui Hart Hemmings).
Música: Craig Armstrong.
Fotografía: Phedon Papamichael.
Reparto: George Clooney, Shailene Woodley, Amara Miller, Nick Krause, Patricia Hastie, Matthew Lillard, Judy Greer, Beau Bridges, Robert Forster.

La vida de Matt King (George Clooney) sufre un vuelco repentino cuando su mujer sufre un accidente que la deja en coma. Ahora Matt deberá ocuparse de sus hijas, con las que no estaba muy unido, al tiempo que ultima la venta de unas propiedades heredadas de sus antepasados.

Alexander Payne, un director que enfoca sus films hacia los conflictos personales de sus protagonistas, como pudimos ver en A propósito de Schmidt (2002), vuelve a enfrentarnos a un personaje que, de pronto, ante el accidente de su esposa, se ve empujado a una realidad desconocida: hacerse cargo de sus hijas, a las que había descuidado, volcado como estaba en su trabajo, al tiempo que comienza a darse cuenta de lo poco que conocía a su esposa.

En realidad, el accidente de su mujer supone también un cataclismo en la vida tal y como la había entendido hasta entonces. Ahora ya no hay excusas: sus dos hijas dependen de él y Matt no sabe comunicarse con ellas ni hacerse respetar. Hay un abismo entre él y esas dos desconocidas a las que tiene que cuidar en solitario; y es que el médico le comunica que su esposa nunca despertará del coma. Sin embargo, a pesar del drama que viven los protagonistas, Payne termina por ofrecer una salida positiva a sus vidas. El coma de la esposa finalmente servirá para hacer de Matt un padre responsable y un hombre mejor, al que ese momento crucial servirá para replantearse su vida entera, tanto a nivel personal como a nivel profesional, descubriendo el valor de la familia y la responsabilidad con la herencia recibida, más allá del puro beneficio económico.

El problema de Los descendientes es que Payne quiere jugar con dos géneros que, en apariencia, no casan del todo bien: el drama y la comedia. El resultado es un film que no termina de conquistarnos en ninguno de esos dos registros. Como drama, porque el relato es frío, con momentos que casi resultan incómodos pues el director se recrea en los tiempos muertos y en imágenes filmadas como postales que no terminan de cumplir su función. Además, salvo algunos momentos inspirados, el tono general es un tanto impersonal, distante y con algunos diálogos que no terminan de funcionar correctamente.

Y cuando toca el enfoque de comedia, tampoco el guión llega a convencerme. Algunos personajes son casi ridículos en su excentricidad y la comedia no termina de adquirir peso suficiente, quedando casi como un quiero y no puedo.

Es quizá el peaje que pagamos por ese gusto de Payne por un cine sencillo, directo y libre de artificios. Es una opción loable y sin duda su sello personal. El problema es que puede dar lugar a un cine un tanto distante, a veces extraño, en el que reconocemos los méritos intrínsecos, pero también descubrimos sus carencias.

Sin duda, lo mejor de todo está en la labor de los actores, encabezados por el magnífico George Clooney, un prodigio de naturalidad e intensidad a partes iguales, que con una sencillez asombrosa terminan siendo lo más auténtico y convincente de la historia.

Merecedora de cinco nominaciones al Oscar, la película se hizo al final con el premio al mejor guión adaptado.

martes, 13 de diciembre de 2016

Shutter Island



Dirección: Martin Scorsese.
Guión: Laeta Kalogridis (Novela: Dennis Lehane).
Música: Robbie Robertson.
Fotografía: Robert Richardson.
Reparto: Leonardo DiCaprio, Mark Ruffalo, Ben Kingsley, Emily Mortimer, Michelle Williams, Patricia Clarkson, Max von Sydow, Jackie Earle Haley, Elias Koteas.

En 1954, los agentes judiciales Teddy Daniels (Leonardo DiCaprio) y Chuck Aule (Mark Ruffalo) acuden a una remota isla, sede de un centro psiquiátrico para dementes peligrosos, para investigar la misteriosa desaparición de una paciente.

Es complicado hacer una crítica equilibrada de Shutter Island (2010), pues Martin Scorsese demuestra que es capaz de mantenernos en vilo durante gran parte del film, al tiempo que el desenlace es como un jarro de agua fría que te deja, pues eso, helado.

El film tiene un comienzo prometedor, con una isla alejada del mundo que, más que un centro psiquiátrico, da la impresión de ser más un centro de alta seguridad con unos guardias que dan más miedo que los pacientes. Scorsese maneja con habilidad estos primeros minutos metiéndonos el miedo en el cuerpo con el sombrío lugar y también dejando entrever que el agente Daniels arrastra un pasado que parece que no le va a dejar en paz.

Y con estas dos premisas, la película sigue subiendo en intensidad, con detalles del centro desconcertantes y las más que justificadas dudas de Daniels sobre lo que se oculta allí; al tiempo que los indicios sobre los problemas mentales del agente se van convirtiendo en certezas, con pesadillas cada vez más vívidas y más escalofriantes. Y además, se introduce un nuevo elemento inquietante: ¿está Daniels siendo drogado por el director del centro, Cawley (Ben Kingsley) o en realidad su salud mental empieza a peligrar?

Y todo ello filmado con gran acierto por Scorsese, apoyado en una banda sonora inquietante y unos decorados sombríos, claustrofóbicos y amenazadores. Sin duda, la película camina con firmeza y nos mantiene en alerta máxima y con la cabeza barajando todas las posibilidades que se insinúan.

Pero aparte de la estupenda puesta en escena, Scorsese cuenta con la ayuda inestimable de Leonardo DiCaprio, con una interpretación magistral, llena de matices, angustiada y angustiosa; pero también me gustaría resaltar el trabajo de Ben Kingsley, grandísimo actor cuya sola presencia provoca un mar de dudas y la promesa de no sé que peligros, pues su fisonomía por sí sola ya es suficiente para crear un gran desasosiego e infinidad de dudas sobre su personaje. Su elección para el papel de director del Psiquiátrico me parece de los más acertada.

El problema viene cuando el guión desvela sus cartas y nos descubre la verdad al desnudo. Y sucede entonces que comprendemos las trampas del argumento, la gran mentira en que se ha basado todo lo visto hasta ese momento. Y nos damos cuenta que nada en la historia tiene mucho sentido y no admite un mínimo análisis lógico. Todo ha sido como un juego, un engaño tramado para crear una intriga irreal y muy poco creíble. Es más, el desenlace podría haber sido cualquier otro, cualquier disparate que se les hubiera ocurrido, hasta el sueño de un domador de elefantes de resaca.

¿Es suficiente la más de hora y media de suspense logrado por Scorsese hasta el momento en que descubre su juego para perdonar el despropósito del final? Aquí cada uno valorará la película de diferente manera. Por mi parte, creo que el planteamiento inicial y las dosis de intriga y miedo tan hábilmente planificadas se merecían un desenlace mucho más digno. No vale cualquier cosa. Se podría haber sido mucho más serio. Así que me quedo con una sensación agridulce y cierto enfado por lo que pudo ser y se quedó medias.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Sherlock Holmes: juego de sombras



Dirección: Guy Ritchie.
Guión: Kieran Mulroney y Michele Mulroney (Personajes: Arthur Conan Doyle).
Música: Hans Zimmer.
Fotografía: Philippe Rousselot.
Reparto: Robert Downey Jr., Jude Law, Noomi Rapace, Jared Harris, Paul Anderson, Stephen Fry, Kelly Reilly, Rachel McAdams, Geraldine James.

Finales del siglo XIX. El mundo se ve sacudido por una serie de atentados que aumentan la tensión entre las potencias europeas y amenazan con desencadenar una guerra de imprevisibles consecuencias. Mientras parece que toda esa agitación es por causas políticas, para Sherlock Holmes (Robert Downey Jr.) la explicación tiene otro nombre: Moriarty (Jared Harrys).

Por lo general, me gusta tomarme en serio los géneros cinematográficos e incluso una comedia me parece que siempre debe tomarse como algo serio. Sin embargo, la tendencia actual en cuanto al género de aventuras tiende a buscar el espectáculo por encima de todo y muchas películas acaban siendo una parodia de sí mismas. Y algo parecido le sucede a Sherlock Holmes: juego de sombras (2011), segunda película del director sobre el detective tras Sherlock Holmes (2009), o al menos, esa es la impresión que tenemos al comienzo de la película, con algunas escenas de acción que parecen una especie de juego de circo, un más difícil todavía tan increíble como ridículo, ayudado además por los disfraces que adopta el protagonista, llegando al ridículo absoluto con su camuflaje de mujer.

Sin embargo, no sé si por pretendido acierto o por pura casualidad, la cosa no llega a mayores y oportunamente, conforme avanza la historia y va aumentando la carga dramática, la situación se endereza y la intriga y el peligro ganan peso y asistimos a una trama bien construida y una tensión que va ganando enteros hasta llegar al final, con trampa, es verdad,  pero que ni sorprende (ya estamos bastante habituados a estos guiños argumentales) ni molesta, pues es ya algo tan socorrido como el famoso beso final de los films románticos.

Lo que sí que me molesta un poco es cómo se puede llegar a retorcer el personaje de Sherlock Holmes, convertido aquí en un atleta y luchador más cercano a películas de artes marciales que a la imagen clásica que teníamos del detective. Entiendo que las aproximaciones actuales busquen innovar, pero creo que algunas veces se exceden con la supuesta originalidad. Al menos aquí Watson sigue siendo un hombre y Holmes conserva su prodigiosa inteligencia.

A pesar de los peros señalados y de una predisposición no muy favorable a la película, he de reconocer que me resultó bastante entretenida. Puede ser por el hecho de que, esperándome una aproximación más chapucera al personaje de Conan Doyle, y aceptando la premisa de que la historia iba a estar plagada de escenas imposibles y bromas elementales, al final acabé por aceptar todas las licencias del guión con buen humor, dejándome llevar por una aventura muy bien filmada, con algunas escenas brillantes, algunos detalles simpáticos muy oportunos y un desarrollo ágil que hace que la película se haga muy amena. Y esta es la única manera posible para poder disfrutar de un film de estas características.

Otro punto sin duda a favor de la historia es contar con dos protagonistas como Downey Jr., genial y carismático, que compone un Holmes convincente, y Jude Law, un actor de gran talento.

Sin ser el estilo de películas que me gustan especialmente ni la mejor visión de Sherlock Holmes, al menos ésta aproximación al detective resulta un pasatiempo de muy buena factura y bastante entretenido.

sábado, 10 de diciembre de 2016

La caída de la casa Usher



Dirección: Roger Corman.
Guión: Richard Matheson (Relato: Edgard Allan Poe).
Música: Les Baxter.
Fotografía: Floyd Crosby.
Reparto: Vincent Price, Mark Damon, Myrna Fahey, Harry Ellerbe, George Paul, Bill Borzage, Géraldine Paulette.

Philip Winthrop (Mark Damon) viaja desde Boston a la mansión de la familia Usher en busca de su prometida, Madeleine (Myrna Fahey). Sin embargo, al llegar a la casa, se encuentra con que Roderick (Vincent Price), el hermano de Madeleine, le dice que no podrá verla y que abandone la casa.

La caída de la casa Usher (1960) será la primera de las varias adaptaciones de la obra de Poe que realiza Roger Corman, un director de serie B al que el éxito de esta película le facilitaría las posteriores incursiones en la obra del novelista americano.

El género del terror es, tal vez, el que peor soporta el paso del tiempo. Lo que en los años treinta causaba pavor, provoca nuestras sonrisas en la actualidad. Y algo así le sucede al relato de Corman, que tal vez en el momento de su estreno pudiera asustar a más de uno, pero hoy en día dudo que lo haga ni con niños de diez años. Es por eso que este género tiene que ir siempre forzando un poco más las cosas, hasta extremos repugnantes muchas veces, pues en seguida nos acostumbramos a lo más macabro y terminamos por ser casi inmunes.

La caída de la casa Usher es un film de muy bajo presupuesto, rodada en apenas quince días, de ahí que en la actualidad nos deje una impresión de ser una producción muy limitada, con pobres efectos especiales y una contención extrema de medios, como se puede apreciar en los escenarios, reducidos a unos pocos aposentos, con una puesta en escena muy básica, y con solo cuatro actores principales.

También sorprende hoy en día el empleo de los recursos más básicos para intentar asustarnos: nieblas, truenos, ruidos de puertas que se cierran, telas de araña, luz de velas, viento, ratas y hasta cadenas y candados. Todo muy clásico y también muy pasado de moda. Como es de suponer, con todo ello no faltan momentos en que se nos escapa una sonrisa ante lo elemental de estos trucos.

Y aún así, a pesar de toda esta sencillez, la película es un curioso ejercicio de estilo en el que se juega con habilidad con el misterio en torno a la familia Usher y su supuesta enfermedad, al tiempo que se intenta crear una atmósfera opresiva donde la casa también juega un papel crucial. El arranque de la película posee una buena dosis de intriga que nos mantiene atentos a lo que pueda suceder.

Es verdad, sin embargo, que hay momentos en que la intensidad sufre algunos altibajos, en especial en la parte central de la historia, que se vuelve un poco repetitiva. Pero el director logra darle un nuevo impulso en la parte final, donde el desenlace nos proporciona sin duda los mejores momentos de toda la película, hasta la demoledora escena del incendio y el derrumbe de la casa que pone un más que honroso broche a la película.

Si exceptuamos la presencia de Vincent Price, el mejor del breve reparto, los actores de La caída de la casa Usher encajan muy bien con el nivel de serie B de la cinta, con unas interpretaciones bastante limitadas.

La caída de la casa Usher es, hoy en día, un film histórico dentro del género más que otra cosa, con el atractivo de la presencia de Vincent Price y la honesta y directa puesta en escena. Un film más para curiosos y nostálgicos.

Watchmen



Dirección: Zack Snyder.
Guión: Alex Tse, David Hayter (Comic de Alan Moore y Dave Gibbons).
Música: Tyler Bates.
Fotografía: Larry Fong.
Reparto: Jackie Earle Haley, Malin Akerman, Billy Crudup, Matthew Goode, Jeffrey Dean Morgan, Patrick Wilson, Carla Gugino, Matt Frewer, Stephen McHattie.

Mediados de los años ochenta del siglo XX: la tensión entre Estados Unidos y la URRS está llegando a un punto máximo, con el riesgo inminente de una guerra nuclear. Solo un miembro de la denostada liga de superhéroes de antaño, el Doctor Manhattan (Billy Crudup), parece poder garantizar una frágil paz. En medio de esa tensión política, "El Comediante" (Jeffrey Dean Morgan), otro miembro retirado de la liga, es asesinado.

Hija de una serie del mundo del cómic de gran reputación, Watchmen (2009) es la tan esperada adaptación al cine de la misma, dentro de ese filón que parece haber encontrado Hollywood llevando a las pantallas cualquier argumento y personaje de los cómics, con unas rentabilidades que parecen augurar que tendremos cómics filmados para un buen rato.

Sinceramente, no soy un seguidor del mundo del cómic adulto y, por lo tanto, me considero libre de prejuicios y fanatismos que pudieran condicionarme a la hora de valorar esta película. No se si es bueno o malo, pero así es.

Lo primero que llama la atención de Watchmen es que se trata de un film decididamente negro, duro, denso... y pretencioso. No estamos ante un producto más o menos ligero, destinado a todos los públicos, como podrían ser algunas adaptaciones del personaje de Spiderman o Superman. Tanto la trama como, sobre todo, los personajes, nos enfrentan a una historia cargada de violencia, de perdedores, gente amargada y alguna reflexión más o menos sesuda sobre la naturaleza humana, la vida, el futuro de la humanidad o la existencia misma de Dios. De todos modos, tampoco es para echar las campanas al vuelo: se trata de crear un ambiente lúgubre, un mundo casi apocalíptico, cargado de pesimismo y adornado con algunas frases ampulosas y rotundas que quedan bien como discurso peliculero, pero poco más. En todo caso, el guión está muy cuidado, al igual que la puesta en escena y la ambientación, en un trabajo costoso y ambicioso. No se trata del típico producto de aventuras para consumo de masas sin más.

La historia en sí es bastante sencilla: ante la muerte de un superhéroe retirado, uno de sus compañeros  tiene la sospecha de que puede tratarse de una especie de venganza dirigida contra todos ellos y decide prevenir al resto e iniciar las pesquisas para descubrir quién puede estar detrás de ello. A partir de ahí, el guión se extiende en múltiples flash-backs que nos van contando la historia de cada uno de los superhéroes, todos ellos con un pasado complicado y un presente decepcionante, en línea con el pesimismo que empapa la historia.

A nivel visual, la película tiene una cuidada fotografía y una estética que recuerda a veces a Blade  Runner (Ridley Scott, 1982), en especial en los tonos oscuros y la constante lluvia. Algunas escenas, como la de los títulos de crédito, están realmente logradas. También la banda sonora, con temas de los sesenta (Bob Dylan, Simon & Garfunkel) merece especial mención. Punto y aparte son los efectos especiales, algunos espectaculares, aunque hoy en día uno empieza a esperarse cualquier cosa y a valorarlo en su justa medida.

A pesar del cuidado de todos los elementos de la película, no puedo dejar de notar ciertos detalles que no terminan de convencerme. Uno de ellos es que, como a veces pasa con adaptaciones de obras de teatro llevadas al cine, se nota en demasía el origen de la historia en el mundo del cómic, lo que hace que no te tomes la película en serio. Es todo demasiado aparatoso, con golpes imposibles, vehículos que desafían la física, fuerza sobrehumana e incluso detalles absurdos, como algunos superhéroes un tanto ridículos, que siempre tenía la impresión de estar ante algo ficticio, artificial, lo que te mantenía un poco distante, sin poder meterte de lleno en la trama, pues no terminas de creerte nada de lo que estás viendo. Y no es un problema sólo de que se trate de un mundo de fantasía, pues otras películas similares consiguen ser mucho más convincentes.

Otro reproche que se le puede hacer a Watchmen es su excesiva duración. Y no es que la historia que cuenta no dé para tanto metraje, solo que hay momentos en que se hace un tanto pesada, en especial cuando se pone excesivamente seria con discursos sobre la naturaleza humana un tanto cargantes. Y tampoco el final me pareció del todo convincente. Tanto la investigación en busca de la mano negra que estaba detrás de la muerte de "El Comediante" como la escena del enfrentamiento final son demasiado simples y no las considero a la altura del resto de la trama. Lo que resulta un tanto decepcionante como cierre de la historia.

A veces, la mejor valoración que puedes hacer sobre una película es cuando te preguntas si, en el futuro, te apetecería volver a verla. En mi caso, la respuesta a la pregunta es que no.

viernes, 9 de diciembre de 2016

Una cuestión de tiempo



Dirección: Richard Curtis.
Guión: Richard Curtis.
Música: Nick Laird-Clowes.
Fotografía: John Guleserian.
Reparto: Domhnail Gleeson, Rachel McAdams, Bill Nighy, Tom Hollander, Margot Robbie, Rowena Diamond, Vanessa Kirby, Lindsay Duncan, Matt Butcher.

Con 21 años, Tim Lake (Domhnail Gleeson) descubre que, como todos los miembros varones de su familia, puede viajar en el tiempo; y la primera utilidad que le encuentra a ese poder extraordinario es intentar encontrar novia.

El principal problema que le veía, de antemano, a Una cuestión de tiempo (2013) era el asunto del don de viajar al pasado. Ese tema de los viajes en el tiempo nunca me ha resultado especialmente atractivo, sino más bien un truco barato que ha dado lugar a películas donde ese recurso permite cualquier barbaridad argumental, con alguna honrosa excepción. Sin embargo, en este caso concreto, al menos en la primera parte de la historia, hasta más o menos la boda de los protagonistas, el truco de los viajes está bastante bien llevado como un elemento más de la comedia que aporta, más que algo sobrenatural, una especie de guiño simpático sobre qué pasaría si pudiéramos tener una segunda oportunidad para enderezar un momento o solucionar airosamente una metedura de pata. Tomándolo a broma es la única manera de aceptar las incongruencias que genera ese don viajero.

Y mientras la historia se mantiene en ese tono simpático, la verdad es que funciona bastante bien como comedia romántica, ayudada sin duda por el encanto que desprenden tanto Gleeson como Rachel McAdams, dos actores muy naturales, cercanos y que caen simpáticos desde el primer momento.

Es durante esa primera parte donde el guión encuentra sus mejores momentos, sin ser especialmente gracioso, pero manteniendo un tono ligero, ameno y agradable, de manera que pasan los minutos sin que apenas nos demos cuenta. El problema viene con la segunda parte de la película, cuando Richard Curtis decide ponerse dramático y trascendente. De haber optado por poner el punto y final en la boda de Tim y Mary, a Curtis le habría quedado un film redondo y entretenido, con un punto de originalidad y personajes entrañables. Pero al estirar la trama, creo que erróneamente, y empezar a ponerse demasiado serias las cosas, con absurdas precisiones a las limitaciones de los viajes en el tiempo, que dejan de ser un recurso cómico aceptable para convertirse en un problema sin credibilidad alguna, la magia y el encanto de la primera parte se derrumban y caemos de lleno en una historia melodramática de accidentes, cáncer y muerte que me pareció un tanto excesiva, amén de convertir a la película en interminable, con una sucesión de momentos que parecen anunciar el final y que no hacen más que añadir otro momento dramático sin que parezca que vayan a tener fin. Una pena, sin duda, pues no nos deja un buen sabor de boca, a parte de romper un poco la unidad de la película, que se mueve bruscamente de un tono a otro sin que se encuentre una armonía a tal cambio.

Aún así, Una cuestión de tiempo es un film bien realizado, con unos protagonistas muy acertados y carismáticos, una hermosa fotografía y algunos momentos, sobre todo en la primera parte, bastante logrados. Se deja ver con agrado en general.

jueves, 8 de diciembre de 2016

La duda



Dirección: John Patrick Shanley.
Guión: John Patrick Shanley (Obra: John Patrick Shanley).
Música: Howard Shore.
Fotografía: Roger Deakins.
Reparto: Meryl Streep, Philip Seymour Hoffman, Amy Adams, Viola Davis, Lloyd Clay Brown, Joseph Foster, Bridget Megan Clark, Lydia Jordan.

Aloysius Beauvier (Meryl Streep) es la estricta directora de un colegio católico en el Bronx, a cuya parroquia llega el padre Flynn (Philip Seymour Hoffman), un párroco cercano y comprensivo que pronto despierta las sospechas de Beauvier.

En una época dominada por el cine de acción, de super héroes y de terror macabro llama poderosamente la atención un film como La duda (2008) que, lejos de caer en efectismo fáciles, juega la baza de la reflexión, obligando al espectador a pensar y deducir por su cuenta qué es lo que ha visto y de qué lado se inclina.

La historia es sencilla: la directora de un colegio, una religiosa estricta y un tanto anticuada, sospecha de la honestidad del sacerdote de la parroquia, el padre Flynn. No tiene pruebas de sus sospechas, sólo su intuición, que se verá reforzada cuando la hermana James (Amy Adams) le informe del comportamiento extraño de un alumno al que el padre Flynn dedica especial atención. Esta es la excusa que necesitaba para confirmarse en sus sospechas. El único inconveniente es que no posee prueba alguna y el padre Flynn logra dar una explicación comprensible a su comportamiento, que parece del todo natural e inocente. A pesar de lo cuál, Beauvier sigue en sus trece. Y se plantea entonces el tema de la calumnia, de cómo se puede destruir la reputación de cualquiera sin nada que lo demuestre, de lo perversa que puede ser una mente obcecada e intransigente como parece ser la de la hermana Beauvier.

Pero no esperemos que el guión nos resuelva las dudas. Nada está claro en esta historia. El director no nos va a resolver el misterio. La clave está en que seamos nosotros los que decidamos, si podemos, quién tiene razón y quién no. Al final, Flynn solicita el traslado de parroquia, quizá por miedo, quizá para evitar males mayores o ¿es esa huída una especie de confesión de su culpabilidad? Las certezas de Beauvier, ¿son fruto de una mente maliciosa y retorcida o su intuición es correcta? No lo podremos afirmar terminantemente. Intuitivamente, tendemos a mostrarnos a favor del sacerdote, un personaje mucho más amable y caritativo que la estricta directora, que suscita nuestra antipatía en todo momento. Es otro de los aciertos del guión: hacernos dudar entre los sentimientos naturales por los protagonistas o la fría razón de lo que pudo pasar. Y cuando parece que empezamos a decantarnos por un bando, Shanley cierra la obra con más dudas. Y es que el director no quiere certezas, no se trata de algo tan sencillo después de todo. El film solamente plantea una posibilidad y con inteligencia deja indicios a favor de ambos lados. Y es que, en contra de la sencillez con la que en el cine se suelen definir los buenos y los malos, la virtud de esta película es dejarlo todo en el aire, permitir que seamos nosotros los jueces, y siempre teniendo claro que en los dos protagonistas hay tantas sombras como luces, tantas verdades como dudas.

Otro punto a favor del guión es la elegancia como está expuesto un tema tan escabroso como el de los abusos sexuales, posibles, eso sí. Y es que no se trata de hacer un alegato contra ellos, lo que está fuera de toda duda, sino de plantear hasta donde se puede o debe llegar para salvaguardar la integridad de un menor o si es lícito arruinar la reputación de alguien sin pruebas claras.

Destacar la elegancia también del director con una puesta en escena muy cuidada y un relato ágil y preciso, sin estridencias ni salidas de tono, dejando que la historia sea la protagonista. Y además, consiguiendo que un film basado en los diálogos y con un desarrollo pausado transcurra con una fluidez increíble.

Uno de los puntos fuertes de La duda es su reparto. No vamos a descubrir ahora a Meryl Streep, una mujer cuya sola mirada es capaz de decir más que un discurso. La película es sin duda un maravilloso juego de actores, pues a su lado está el fallecido Hoffman, impecable, y también la fantástica Amy Adams, logrando contagiarnos su debilidad y su ternura, y una espléndida Viola Davis, en su breve pero intensa aparición.

Es cierto, eso sí, que cuando llega el final nos quedamos un tanto aturdidos. Tenía la impresión de que faltaba algo. Es como si todo lo visto hasta entonces fuera una especie de prolongada presentación de los hechos y parecía que la película quedaba como inconclusa. Supongo que ello se debe a la costumbre de las películas ofrecer un final cerrado, un desenlace que despeja dudas y sella el relato. Y aquí, como decía anteriormente, eso no sucede. No hay una verdad absoluta, de ahí esa sensación de desconcierto que nos deja el final.

La duda obtuvo cinco nominaciones a los Oscars, sin lograr ningún premio finalmente.

Los mercenarios



Dirección: Sylvester Stallone.
Guión: Dave Callaham y Sylvester Stallone.
Música: Brian Tyler.
Fotografía: Ken Blackwell.
Reparto: Sylvester Stallone, Jason Statham, Jet Li, Randy Couture, Dolph Lundgren, Mickey Rourke, Terry Crews, Giselle Itié, David Zayas, Eric Roberts, Steve Austin, Gary Daniels, Charisma Carpenter, Bruce Willis, Arnold Schwarzenegger.

Barney Ross (Sylvester Satllona) está al frente de un grupo de mercenarios dispuestos a enfrentarse a cualquier misión que les encarguen. por peligrosa que sea. Un día, un misterioso Sr. Iglesia (Bruce Willis) los contrata para que eliminen a un general que ejerce su control tiránico en una pequeña isla sudamericana.

La primera idea que me vino a la cabeza viendo Los mercenarios (2010) fue la conocida frase "los viejos loqueros nunca mueren", y es que la película es como una especie de fiesta de viejos y nuevos tipos duros, una especie de homenaje al cine de acción que fue y sigue siendo la seña de identidad de Stallone, alma y director de esta película. Faltan algunos nombres legendarios, como Van Damme, Chuck Norris o Steven Seagal, por ejemplo, algo que se repararía en parte en la segunda entrega.

Lo que sí que es verdad es que no estamos ante una buena película. El hecho de apelar a la nostalgia o de reunir en una misma película a Stallone, Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger, aunque sea brevemente, no es suficiente para convertir a Los mercenarios en algo mínimamente recomendable.

El guión es de un esquematismo extremo y todo lo que se perfila como argumento no es más que un débil entramado para servir de base a lo que realmente busca Stallone: soltar toda la carga de violencia y espectáculo posible, a base de un más madera tan apabullante como exagerado. Los personajes no consiguen llegarnos, los diálogos son infantiles (incluso las emotivas confesiones del personaje protagonizado por Mickey Rourke, con ser las mejores frases de la cinta) y se queda todo en un quiero y no puedo donde falta lo esencial: algo que de sentido y entidad que acompañe a la explosión de efectos especiales y las coreografiadas escenas de violencia, algunas de una crudeza extrema. Y es que hasta un cine tan primitivo como éste necesita un poco de trabajo de composición argumental. Al menos, a mí no me basta con un cúmulo de aparatosas escenas, explosiones casi atómicas, los consabidos chistes fáciles y un puñado tipos de músculos como montañas para engancharme. Es más, en esta película se llega a extremos de simplificación tan burdos que algunos diálogos provocan vergüenza ajena y los personajes, en especial los malos, resultan casi patéticos.

Como director, Stallone parece haber pillado el truco para darle ritmo a la película y es verdad que Los mercenarios transcurre a toda velocidad y con escenas bien filmadas, con el recurso, eso sí, a esa moda de la cámara en movimiento constante, que a veces resulta algo confusa. Me ha parecido mucho más convincente como director que como guionista o actor. Y en cuanto al reparto, pues no es que estemos ante actores de talento precisamente, siendo el ejemplo más evidente Dolph Lundgren, rescatado para sacar músculo una vez más dentro de su inexpresividad legendaria. Solo Jason Statham parece aportar algo de nivel a un elenco bastante limitado artísticamente.

En definitiva, un paso en falso en la carrera de Stallone, al menos desde el punto de vista de la calidad de la cinta, aunque bien es cierto que este tipo de propuestas tienen un público bastante fiel, como se comprueba con las secuelas que han seguido a este regreso de las viejas glorias del cine de acción de finales del siglo pasado. Solo para muy incondicionales de Stallone y del género.

martes, 6 de diciembre de 2016

Jason Bourne



Dirección: Paul Greengrass.
Guión: Paul Greengrass, Christopher Rouse, Matt Damon (Personajes: Robert Ludlum).
Música: David Buckley, John Powell.
Fotografía: Barry Ackroyd.
Reparto: Matt Damon, Alicia Vikander, Julia Stiles, Tommy Lee Jones, Vincent Cassel, Ato Essandoh, Riz Ahmed, Scott Shepherd, Bill Camp.

Jason Bourne (Matt Damon) sobrevive a base de peleas clandestinas, alejado del mundo de la CIA. Ya ha recuperado la memoria, pero sigue atormentado por su pasado, que reaparece de pronto cuando Nicky Parsons (Julia Stiles), la cuál ha dejado también la CIA, contacta con Bourne anunciándole que tiene en su poder datos relevantes sobre su reclutamiento.

Matt Damon, tras protagonizar las tres primeras entregas de la saga Bourne, se había negado a participar en una cuarta si no la dirigía Paul Greengrass, director de El mito de Bourne (2004) y El ultimátum de Bourne (2007), de ahí que El legado de Bourne (Tony Gilroy, 2012) continúe el tema de la saga pero con otro agente como protagonista (y otro actor, claro) y la impresión de ser una hija ilegítima de la misma. Finalmente, cuando Greengrass y Damon coincidieron de nuevo, surgió Jason Bourne (2016) como una auténtica continuación de las películas protagonizadas por Matt Damon.

En cuanto a la película en sí, la idea es conectar con las tres entregas precedentes, lo que se remarca al comienzo con la escena de los recuerdos de Jason Bourne, y dar una vuelta más de tuerca a la idea de un jefe de la CIA empecinado en acabar con Bourne. Eso sí, el argumento comienza a dar muestras de agotamiento. Se repiten ciertas premisas ya vistas con anterioridad, con lo que la trama ya no ofrece sorpresas. Incluso es fácil adivinar algunos giros de la historia, que pierde la frescura de las precedentes. Y es que una virtud que parecen no comprender los productores es saber cuando hay que poner el punto y final a una idea. La saga de Bourne habría quedado perfecta con las tres primeras películas, pero las ganas de explotar el filón parecen no reparar en nada.

Si El caso Bourne (Doug Liman, 2002) nos había sorprendido por su frescura y originalidad, amén de una puesta en escena impecable, aquí se pierde toda sorpresa, con una historia demasiado simple y que no termina de resultar convincente. En lo que el director no ha perdido el pulso es en cuanto al sentido del espectáculo. Aún con un guión no demasiado brillante, Greengrass consigue mantenernos en vilo con un ritmo constante, escenas de acción brillantes y esa cámara nerviosa que, aunque a veces pueda llegar a parecer excesiva, cumple bien el cometido de crear ritmo y tensión dramática. Eso sí, se adivina una clara intención de querer ir un paso más allá que en las entregas precedentes, en especial en la persecución final, con el camión de los SWAT, llegando a momentos del todo inverosímiles. A veces, no hace falta ese afán del más difícil todavía, que puede terminar por resultar poco convincente, aunque espectacular.

Y si el argumento mostraba signos de fatiga, también en Matt Damon comienza a pesar el paso de los años. Aunque sigue siendo un Bourne del todo convincente, convendría no seguir forzando las cosas. Como en el tema del guión, hay que saber cerrar una saga con brillantez en el momento oportuno. El resto de actores me parecen excelentes todos, empezando por el veterano Tommy Lee Jones, que siempre es un placer contar con él, así como Vincent Cassel, uno de los villanos más rotundos y convincentes del cine actual.

Jason Bourne termina siendo un pasatiempo muy vistoso, bien realizado y con calidad en su puesta en escena y reparto, pero ya un peldaño por debajo de sus tres predecesoras. Y aunque el final de la película deja abierta la posibilidad de una nueva entrega, quizá, de no encontrar alguna idea nueva, sería mejor no seguir insistiendo en lo mismo.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Un buen año



Dirección: Ridley Scott.
Guión: Marc Klein (Libro: Peter Mayle).
Música: Marc Streitenfeld.
Fotografía: Philippe Le Sourd.
Reparto: Russell Crowe, Marion Cotillard, Albert Finney, Tom Hollander, Freddie Highmore, Valeria Bruni Tedeschi, Didier Bourdon, Abbie Cornish, Rafe Spall.

Max Skinner (Russell Crowe) es un exitoso corredor de bolsa londinense, sin más metas en la vida que su trabajo. Un día recibe la noticia de que su tío Henry (Albert Finney), a quien había estado muy unido en su infancia, ha muerto, dejándole en herencia su château en la Provenza. Max parte hacia Francia con la idea de venderlo lo antes posible.

Creo que ya lo he dicho en alguna ocasión anteriormente: estoy convencido de que la comedia es uno de los géneros más difíciles que hay. En otros es relativamente sencillo atrapar al público a base de disparos, persecuciones o sustos de muerte. Pero una comedia ha de ser divertida, ocurrente, ágil y, esencialmente, ha de tener alma. No vale cualquier cosa, necesita un guión perfecto, un ritmo preciso y unos personajes creíbles. Un buen año (2006) tiene muchos elementos válidos, pero cojea en lo fundamental: el guión.

Para empezar, la historia en sí, la del ejecutivo triunfador pero desalmado que se encontrará consigo mismo a través de un regreso a la infancia, no es que sea muy original. Pero, aún así, el planteamiento podría ser válido con un guión coherente y serio. Y es que ese es el principal fallo de algunas comedias, de muchas en realidad, y es pensar que como son comedias, pueden tomarse el argumento a la ligera. Grave error. Y ese es el principal punto débil de Un buen año: un argumento que parece no tomarse en serio a sí mismo, exagerado y superficial. Por ejemplo, carga tanto las tintas con el personaje del Max adulto, triunfador y egoísta, que no resulta convincente, sino más bien una especie de prototipo simplista. Puede que sea para agilizar la historia, puede que Ridley Scott no quiera alargar en exceso el metraje del film, pero el caso es que la presentación de Max en su entorno de trabajo, llamando esclavos a sus subalternos y manejando la bolsa como si fuera un juego de feria convierte de pronto el arranque de la película en algo forzado, tosco y chapucero.

Y la historia continúa durante mucho tiempo con ese tono un tanto forzado en busca del chiste fácil y mostrando a los personajes con una simplificación escalofriante. Parece que no hay personas de carne y hueso, sino clichés de mercadillo. Solamente en los momentos en que Max evoca su infancia en el château con su tío la película gana entidad y nos brinda pequeños destellos de sensibilidad y no un mero engranaje bien engrasado pero sin vida.

Afortunadamente, conforme nos acercamos al desenlace, que es cuando hay que redimir a Max, Un buen año empieza a parecer más creíble. Es como si cuando la historia se pone seria, cuando el guión deja de pretender ser gracioso, los personajes de pronto recobraran la cordura y empezaran a parecer personas con sentimientos, con necesidades y con entidad propia. Es triste comprobar como el guionista no ha comprendido la esencia de una buena comedia, quedándose con lo mas aparatoso, lo superficial.

El desenlace, marcadamente romántico, aunque muy predecible, sin ser tampoco excesivamente brillante, al menos nos permite disfrutar de algunos diálogos con sentido y, sin duda, de los momentos más sinceros de la película. Lo cuál no está mal, porque al menos nos deja un buena saber de boca al terminar.

En cuanto a Ridley Scott, un director un tanto impredecible, al menos hemos de reconocer que conoce su oficio y mantiene un buen ritmo a la hora de contar la historia. Otra cosa es que el argumento, como decía, no esté a la altura. Y en relación al reparto, hemos de reconocer que el gran trabajo de Russell Crowe consigue mantener en pie a su personaje, que en otras manos podría resultar patético. Lástima de no haber disfrutado más de la presencia de Albert Finney, un actor descomunal pero con muy pocos minutos en pantalla. Freddie Highmore, como Max de niño, está perfecto y Marion Cotillard aporta un punto de glamour indispensable a la parte romántica de la historia.

Un buen año es, en resumen, una comedia sin mucha gracia, un tanto superficial y por momentos un tanto forzada que logra redimirse en el momento en que se toma en serio a sí misma. No es un gran film, sin embargo, más bien un pasatiempo correcto que te entretiene. Pero uno termina con la sensación de que la historia, con otro tratamiento, daba para mucho más.