domingo, 18 de abril de 2010

Pequeña Miss Sunshine



Pequeña Miss Sunshine (Jonathan Dayton y Valerie Faris, 2006) supone la carta de presentación de los directores (que provienen del mundo de los videoclips) y creo que pueden estar más que orgullosos de su debut, ya que la película se llevó muy buenas críticas además de ganar dos Oscars: mejor guión original y mejor actor de reparto (Alan Arkin) y premios en festivales como San Sebastián o Francia.

Los Hoover son una familia llena de problemas: el padre, Richard (Greg Kinnear), intenta vender un libro sobre el éxito sin resultado; la madre, Sheryl (Toni Collette), está desbordada de trabajo; el hijo mayor, Dwayne (Paul Dano), es un adolescente que enfrentado al mundo que se niega a decir una sola palabra; el abuelo Edwin (Alan Arkin) esnifa droga y pasa de todo y la pequeña de la familia, Olive (Abigail Breslin), rechoncha y no muy guapa, desea ganar un concurso de belleza. Para colmo de males, tienen que acoger en casa al hermano de Sheryl, Frank (Steve Carell), que ha intentado suicidarse. Cuando Olive es admitida para participar en el concurso de belleza "Pequeña Miss Sunshine", la familia se embarca en un largo y azaroso viaje hacia California.

El origen de la película está en un desafortunado discurso de Arnold Schwarzenegger en un colegio en el que decía a los niños: "Si hay algo en este mundo que me da asco, son los perdedores". Michael Arndt ideó el guión de la película para rebatir esta absurda idea.

Pequeña Miss Sunshine es una película sorprendente. Primero porque es un film de esos que no suelen llamar la atención y que pasan casi de puntillas por las salas, lejos de las grandes promociones de marketing. Y, sin embargo, es una película poderosa que supera en todo a otros productos que suelen copar las listas de  espectadores y recaudación. Uno empieza a verla sin demasiadas pretensiones y en seguida se da cuenta que está ante un gran film, lleno de aciertos y de momentos colosales, sorprendentes y emotivos y sale del cine con una alegría inmensa ante una historia enternecedora que nos hace tener fe en la vida y las personas.

Con la estructura de una road-movie, el viaje hacia California será el desencadenante de una serie de acontecimientos que cambiarán por completo la vida de los Hoover, una familia de perdedores a los que la vida parece haber dado la espalda. Pero el hecho de compartir un espacio y un tiempo concretos será el detonante que llevará a cada miembro de la familia a reflexionar sobre lo realmente importante en la vida. Y la pequeña Olive, con su fragilidad y su inocencia, hará por fin que la familia se una ante la impostura, la falsedad y la crueldad de un mundo insensible en el que el concepto de éxito y triunfo han suplantado a lo verdaderamente importante: el respeto hacia uno mismo y el amor a los demás.

El gran mérito de la historia es hacernos compartir las vicisitudes de los personajes de tal manera que terminamos por sentir en nuestra piel los reveses de ellos como si fueran nuestros y, como ellos, experimentamos la gran angustia con el concurso, cuando comprendemos el terrible golpe que va a suponer para la pequeña Olive la evidente derrota que va a sufrir.

El reparto es asombroso, con unas interpretaciones realmente convincentes de todos los actores. Mención especial merece la pequeña Abigail, pues los niños no suelen resultar demasiado creíbles en general y, en este caso, su interpretación no solo es perfecta, sino que resulta fundamental para elevar la tensión y la emoción finales al máximo y, con ello, coronar el viaje hacia California de manera gloriosa.

Una maravillosa historia, en resumen, que nadie debería dejar pasar de largo y que demuestra, de nuevo, que con un buen guión como base aún es posible hacer grandes películas hoy en día.

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