jueves, 16 de diciembre de 2010
Seven
Aunque parezca mentira, Seven (David Fincher, 1995) consigue sobreponerse a su encorsetamiento como film policíaco de un asesino loco en serie y asentarse como una pequeña obra maestra de nuestros días. No es algo que suceda habitualmente y menos en este subgénero tan trillado, por ello es doble su mérito.
El teniente de homicidios William Somerset (Morgan Freeman) está a punto de jubilarse cuando llega al departamento a un nuevo detective, David Mills (Brad Pitt), para reemplazarle. En ese momento, ambos se verán inmersos en una investigación de una serie de asesinatos que se corresponde, cada uno de ellos, con uno de los siete pecados capitales.
Viendo Seven, uno se pregunta cómo hay tan pocas películas tan bien hechas de la misma temática. Aparentemente, no parece un trabajo tan complicado y, sin embargo, esta película es única y genial. Y todo gracias a dos elementos básicos: un buen guión y una soberbia puesta en escena; elementos a los que habitualmente no se le suele hacer mucho caso.
Vayamos con la historia. El argumento de Seven no es que sea ciertamente original; películas de asesinos en serie ha habido muchas antes de esta y muchas después. ¿Donde está entonces la clave? Pienso que la clave reside en haberse tomado su tiempo para hacer una historia que nos atrapa a base de detalles escalofriantes y mucha tensión pero, por encima de esto, una historia que no se queda ahí. El guión se toma su tiempo en dibujar a los dos policías, en mostrar sus diferentes puntos de vista, sus caracteres, sus miedos y sus esperanzas. En resumen, los hace humanos, creíbles y hasta cercanos. Así, la parte de la investigación se alterna con gran talento y precisión con la parte en que vamos conociendo a los protagonistas y de esta manera nos involucramos a fondo en su investigación y en sus vidas.
Segundo acierto: una puesta en escena casi perfecta. David Fincher logra crear una atmósfera especial durante toda la película: opresiva, sombría, con esa lluvia constante (y de una gran plasticidad) que nos recuerda a la maravillosa Blade Runner (1982), con los interiores siempre en penumbra y con una cámara ágil pero sin atosigarnos. El director solamente nos dará un respiro en la escena de la biblioteca, con ese aspecto inmaculado de la misma y la música clásica de fondo. Incluso el final soleado, en contraste absoluto con el resto del film, tiene algo de pesado, de irreal, y supone un acierto increíble para la escena cumbre de la película. Por otra parte, los detalles macabros de los crímenes, perfectamente presentados, sin caer en lo gratuito y lo morboso porque sí, muchas veces más insinuados que otra cosa y a menudo contados más que vistos, consiguen crearnos un estado de desasosiego permanente, nos cortan el aliento de principio a fin como pocas veces se ha visto en el cine y resultan incluso mucho más aterradores que si se mostrasen abiertamente. En este punto está claro que la referencia que se nos viene a la cabeza es El silencio de los corderos (1991), pero la diferencia entre ambos films reside que en esta última película parece haber cierto gusto en ser exageradamente macabros y repulsivos, último y radical recurso para "amueblar" una historia mucho más banal y insustancial que la de Seven.
Después, contamos con un buen reparto para redondear el producto. Brad Pitt, aunque estén presentes pequeños tics en su actuación un tanto innecesarios, resulta convincente y no llega a caer en la sobreactuación. Morgan Freeman, como siempre, está perfecto y compone un personaje que es la viva imagen de la prudencia, la reflexión y la experiencia. El resto de secundarios tienen papeles más bien cortos, pero cumplen sin problemas. Mención aparte merece Kevin Spacey en su piel de asesino chalado. La verdad es que sólo su mirada ya resulta perturbadora. Desde una casi total normalidad, una economía perfecta de gestos y cierta parsimonia en su manera de hablar compone un personaje inquietante y enfermizo. Como curiosidad, decir que Spacey pidió que su nombre no pareciera en los títulos de crédito del principio, con lo que su aparición en la comisaría, por cierto soberbia, es toda una sorpresa.
Y como remate a todo lo expuesto, Seven cuenta con un final antológico. El punto donde muchas películas interesantes se venían abajo irremediablemente, es en Seven el culmen perfecto a una historia ya de por sí sobresaliente. No vamos a desvelar el desenlace, pero no me puedo imaginar ninguna otra forma mejor de poner punto y final a esta película. Bueno, hubo otro final en un principio, pero el rechazo del público al mismo acabó por dejarnos este.
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