sábado, 5 de noviembre de 2011

Estación polar Cebra



Estamos ante uno de esos típicos films ambientado en la Guerra Fría que tanto juego dio en su momento, tanto a nivel literario como cinematográfico. Con el atractivo de una tensa realidad política, se recurre al fascinante mundo del espinonaje como base de la intriga.

Un submarino estadounidense en enviado al Polo Norte para socorrer a los científicos de una estación metereológica británica que han enviado un mensaje de socorro. Pero la verdadera misión es otra y sólo la conoce un agente secreto británico que también embarca en el submarino.

Lo primero que podría decirse de Estación polar Cebra (John Sturges, 1968) es que es una película típica de su época: el cine de los años sesenta tiene ciertas señas de identidad bastante inconfundibles. También es bastante evidente el origen literario de la película, basada en una novela de Alistair MacLean, escritor de títulos de éxito como "Los cañones de Navarone" o "El desafío de las águilas", lo que se refleja en un argumento algo más complejo de lo habitual, con una trama densa pero que el guión no es capaz de plasmar con la eficacia que hubiera sido necesaria. Tenemos la sensación que el film no ha sabido plasmar con acierto la intriga y la emoción que debía contener la novela. Puede que por no alargar en exceso un film de por sí ya largo, el caso es que se percibe que la historia daba mucho más de sí.

Quizá uno de los fallos de la película es que le cuesta arrancar. La primera parte se hace lenta, está contada de manera muy fría y no logra que nos enganchemos realmente a la intriga. Y eso que hasta casi el final no descubrimos la trama por completo. La misión del británico (Patrick McGooham) que embarca en el submarino permanece secreta durante casi toda la cinta. Ello ayuda, en parte, a mantener cierto interés por descubrir los detalles de la intriga hasta el desenlace final, pero ello no basta para hacer que la película nos enganche realmente. Y parte de la culpa también está en que no se ahonda lo suficiente en la descripción y definición de los personajes principales, de los que casi no sabemos nada hasta el mismo momento final. Las vagas sospechas que se van sembrando no son lo suficientemente sólidas como para elevar el nivel general del film.

Es cierto que tampoco ayudan a que nos metamos dentro de la película los efectos especiales, que se revelan hoy en día como muy pobres. Rodada en estudio, este hecho es demasiado evidente en todo momento, con lo que no se consigue una ambientación adecuada. Curiosamente, la película fue nominada en el apartado de efectos especiales, la ganadora fue 2001: una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), además de por la fotografía.

En cuanto al reparto, la película cuenta con Rock Hudson como principal atractivo, pero yo no termino de verlo en ese papel. Quizá el recuerdo de sus papeles en dramas y comedias, junto con su hieratismo, haga que no termine de convencerme su interpretación. Ernest Borgnine, por el contrario, resulta bastante más creíble. Con Patrick McGooham me pasa algo parecido a lo de Rock Hudson, es un actor bastante inexpresivo y sin demasiado carisma.

En cuanto a la labor de John Sturges no termina de convencerme. Bien por defecto del guión, que no es nada brillante, bien por limitaciones propias, el caso es que se muestra bastante frío y nos presenta una historia con cierto interés pero filmada sin brío. En ningún momento consigue que me sienta inmerso en la trama, salvo en la parte en que el submarino navega bajo las aguas intentando emerger rompiendo el hielo; son los únicos momentos de la película en que he sentido cierta emoción.

Y para colmo de males, el desenlace tampoco está a la altura que sería de desear: es largo en exceso, confuso en algunos momentos, sin garra e incluso predecible. Si habíamos esperado hasta ese momento con alguna ilusión para que la historia terminara con cierta brillantez, comprobamos que se mantiene en la línea de toda la película.

Así pues, Estación polar Cebra no pasa de ser un film entretenido, pero sin garra, al que el paso del tiempo no le ha sentado muy bien ciertamente, y que nos deja con cierto regusto amargo en la boca, pensando en las posibilidades reales de la historia y cómo no se ha podido o sabido darles mejor salida.

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