sábado, 7 de enero de 2012

Ejecutivo agresivo



Ejecutivo agresivo (Peter Segal, 2003) es una de estas comedias de poco pelo que de vez en cuando salen al mercado para sonrojo de propios y extraños y que tan flaco favor le hacen a un género complicado, es cierto, pero capaz de proporcionar momentos únicos cuando se hace con inteligencia, que no es el caso ahora.

Tras un desafortunado incidente en un avión, Dave Buznik (Adam Sandler), un tipo apocado y un tanto reprimido, es obligado a acudir a una terapia para controlar su ira impartida por un poco ortodoxo profesional, el doctor Buddy Rydell (Jack Nicholson), cuyos peculiares métodos de trabajo no harán más que desquiciar al pobre Dave.

La idea básica de la película, en palabras del guionista David Dorfman, "lo que hacía tan divertida la idea de Ejecutivo agresivo fue comenzar con el último chico del mundo que podrías pensar que necesita tratamiento y luego emparejarlo con un terapeuta que lo saca de sus casillas". Adam Sandler leyó el guión y le gustó mucho la idea, por lo que se animó a producir la película.

La base de la supuesta comicidad de la historia reside, pues, en enfrentar a un tipo bastante normal con un médico que tiene que curarlo y que parece ser más agresivo y más desequilibrado que su propio paciente, al que somete a situaciones lo más desagradables que se puedan pensar.

El problema del guión es que es tan simple, tan absurdo, tan poco trabajado, que la película, desde el ridículo incidente inicial en el avión, va de despropósito en despropósito encadenando gags sin gracia alguna y estirando el planteamiento inicial a base de situaciones ridículas que solo ocasionalmente logran sacarnos una sonrisa y poco más.

La historia no convence, aún tratándose de una comedia; los personajes están dibujados a base de trazos gruesos y sin matices; la comicidad se basa en la exageración y en pulsar los más primitivos recursos cómicos, hasta el punto que se vuelve a recurrir al lanzamiento de pasteles a la cara, como si de un film de cine mudo se tratara. Y para colmo de males, el guión recurre sin sonrojo a la trampa para darle una vuelta inesperada a la historia con un final romántico y mentiroso, empalagoso y estúpido, donde se muestra que nada era lo que parecía. Un lamentable truco efectista que no hace más que afear aún más una historia vulgar.

En busca del éxito en taquilla, se recurre a una fórmula habitual, que consiste en adornar la película con un reparto atractivo donde figuren una estrella de reconocido prestigio, en este caso Jack Nicholson, al lado de un cómico de la nueva hornada. Y, por si ello no fuera suficiente, Peter Segal recurre a una sucesión de cameos de lujo donde podemos ver a Harry Dean Stanton, el protagonista de Paris, Texas (Win Wenders, 1984), Woody Harrelson, John McEnroe o al mismísimo ex-alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani. Trucos sencillos y muy vistos que evidencian el verdadero propósito del film: recaudar dinero sin estrujarse mucho las neuronas.

Nicholson tiene aquí un papel dibujado expresamente para él y su lucimiento personal a base de su ya característico histrionismo. A su lado, Adam Sandler aguanta el tipo contraponiendo una interpretación más hierática que, por momentos, se hace un tanto inexpresiva. También esperaba más del gran John Turturro, cuyas apariciones son escasas y están marcadas, como el tono general de la película, por la exageración y el despropósito. 

En resumen, una película para olvidar. Uno de estos productos a los que les va como anillo al dedo el calificativo de americanada y que empañan el buen nombre la comedia. Hay que huir de él como de la peste.

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