martes, 13 de marzo de 2012
El padre de la novia
Dejando por un momento su género predilecto, Vicente Minnelli nos ofrece con El padre de la novia (1950) una sencilla comedia, de gran éxito en su momento, con la que el director logró recuperarse de sus dos fracasos anteriores, Yolanda y el ladrón (1945) y El pirata (1948), y que abriría el camino a su época dorada como director.
Stanley T. Banks (Spencer Tracy), un abogado de mediana edad, casado y padre de tres hijos, recibe un día una noticia que cambiará en cierto modo su apacible vida: su hija Kay (Elizabeth Taylor) va a contraer matrimonio.
El padre de la novia es, en esencia, una comedia sencilla sobre los preparativos de la boda de la hija de un burgués en la América de los años cincuenta. La base de la historia es mostrar las tribulaciones de un padre cuando tiene que enfrentarse al hecho de que su pequeña se ha hecho mayor y va a dejar el hogar paterno. Tribulaciones que incluyen los costosos y un tanto absurdos gastos que conlleva organizar una boda sencilla. Al tiempo, esta base sirve para dibujar un pequeño boceto de las costumbres de la clase media de la época, con sus ataduras sociales, su necesidad de cuidar las apariencias, etc.
Pero el problema de la película, vista hoy en día, es doble. Por un lado, como comedia no funciona del todo bien. La culpa es de un guión muy simplón y limitado que ni resulta gracioso (los momentos realmente inspirados se cuentan con los dedos de una mano) ni resulta original. Así, la historia es bastante previsible, está plagada de tópicos, de situaciones un tanto estereotipadas, diálogos planos y hasta en algunos momentos de situaciones que resultan un tanto ridículas e increíbles. En este sentido, la historia cae en cierta contradicción: pretende mostrar con cierta fidelidad una situación por la que cualquier familia puede pasar pero, al remarcar en exceso las tintas en algunos momentos, termina por parecer más una mala caricatura que otra cosa. Quizá parte del problema pueda achacarse al paso irremediable del tiempo, que ha convertido en pueriles muchas de las situaciones, pero la esencia de que la película flojee está fundamentalmente en un mal guión.
El otro fallo de la cinta es que no termina de plasmar con acierto el supuesto drama del señor Banks al ver como se casa su hija. Minnelli enfoca la historia decididamente por la comedia y deja un tanto de lado la vertiente sentimental de la historia. Y es, precisamente, en las escasas escenas en que se muestra con ternura el cariño del padre por su hija y su pena por verla marcharse de casa donde la película logra los mejores registros y consigue trasmitirnos un poquito de emoción. Una pena que el director no dejara que esos instantes tuvieran más peso.
En cuanto al reparto, la película es evidentemente de Spencer Tracy, protagonista absoluto. Y la verdad es que Tracy es un actor soberbio, un prodigio de naturalidad. Su trabajo es impecable y es el que nos hace disfrutar en verdad de los pocos momentos buenos de la película. La otra estrella es Elizabeth Taylor, hermosa y muy convincente también. Y ahí se termina la cosa, porque el resto de actores están tan en segundo plano que apenas cuentan. En este sentido, se nota cierto desequilibrio en el reparto: ni Joan Bennett (la esposa de Tracy en la película) ni Don Taylor (el novio) están a la altura de Tracy y Elizabeth Taylor.
El padre de la novia fue un gran éxito en su momento, tanto que recibió tres nominaciones al Oscar (mejor película, actor - Spencer Tracy- y guión) y obligó a hacer una continuación al año siguiente, El padre es abuelo (Vicente Minnelli, 1951), con los mismos protagonistas principales que en ésta. Sin embargo, como decía anteriormente, vista hoy en día resulta un tanto pueril, previsible y sin mucha gracia.
En 1991, Charles Shyer filmó un remake bajo idéntico título con Steve Martin y Diane Keaton como protagonistas.
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