lunes, 16 de julio de 2012

Antes del atardecer



Dirección: Richard Linklater.
Guión: Richard Linklater, Ethan Hawke, Julie Delpy (Historia: Richard Linklater & Kim Krizan).
Música: Julie Delpy.
Fotografía: Lee Daniel.
Reparto: Ethan Hawke, Julie Delpy, Vernon Dobtcheff, Louise Lernoine Torres, Rodolphe Pauly, Albert Delpy, Marie Pillet.

Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy) se conocieron hace nueve años y pasaron juntos una fugaz noche romántica en Viena antes de separarse. Pero se citaron de nuevo dentro de seis meses en la misma ciudad. Sin embargo, Celine no pudo acudir a la cita y sus vidas se separaron irremediablemente. Sin embargo, nueve años más tarde, cuando Jesse está presentando su novela en París, Celine acude a saludarlo. Antes de que Jesse tome su avión esa misma tarde, deciden tomar un café juntos.

Antes del atardecer (2004) supone una pequeña sorpresa. O tal vez no tan pequeña. Lo de pequeña me lo sugiere, sin duda, la aparente modestia de este film marcadamente romántico. Dos protagonistas, una larguísima conversación mientras pasean por París, sin que se vea verdaderamente la ciudad, y casi nada más. Pero a la vez, mucho más: dos vidas truncadas por un encuentro... y un desencuentro. Y el peso de los recuerdos y una lucha diaria por la supervivencia. Y el repaso lento y minucioso a tantos proyectos que no son más que excusas para seguir adelante con unas vidas marcadas por el destino. En resumen, un film tremendamente intenso, vivo, angustioso y esperanzador a la vez.

Y eso que Antes del atardecer arranca de un modo que no parece presagiar tal carga de romanticismo como despliega una vez pasado el ecuador de la película. Son nuevos tiempos, estamos en el siglo XXI y el romanticismo parece buscar nuevas vías. Lejos quedan la ternura David Lean o los dramones de Douglas Sirk. Richard Linklater nos muestra un nuevo estilo de ser romántico sin parecerlo. Así, en un primer momento, la conversación entre Celine y Jesse, tras el reencuentro, se va deslizando entre temas más o menos banales, llevándonos casi al aburrimiento; como debe ser cuando nueve años se levantan entre dos amantes de una sola noche. Es la más absoluta diplomacia, el guardar las formas convenientemente. La normalidad. La calma de la superficie. Pero bajo esa frialdad aparente, ambos se agitan internamente y nos van dejando pequeños avisos, imperceptibles la mayoría.

Pero se va acercando la hora de la nueva despedida y poco a poco ambos van dejando de lado las formas y afloran, queriéndolo o no, sus verdaderos sentimientos. Primero entre bromas, luego ya a bocajarro. Porque las heridas han sido hondas. Porque para los dos, la noche en Viena fue una revelación, un encuentro o, mejor aún, el encuentro del amor verdadero. Y lo que vino después, una decepción constante, un seguir adelante por inercia. Y ahora que se ven de nuevo y sienten que la vida ha sido injusta y que puede volver a serlo, parecen querer vaciar el saco, descargar sus frustraciones y declararse su amor eterno entre gritos desesperados y sin una caricia ni un beso. Porque el temor al dolor es más fuerte que el deseo o la necesidad de reconocerse.

Y dentro de este enfoque tan original, el final es una nueva sorpresa que, como en el mejor cine de antaño, deja una puerta abierta sin mostrarnos nada. Que cada uno se imagine su final. O un principio quizá. En todo caso, es un final que me sorprendió y me dejó algo confuso, como cuando abres los ojos de noche y tienes que acostumbrar la vista a las sombras antes de ver algo.

No sorprende que el excelente guión de Richard Linklater, Ethan Hawke y Julie Delpy mereciera una nominación al Oscar. Sorprende, sin embargo, que no se hiciera con el premio, que fua a parar a Entre copas (Alexander Payne, 2004).

En cuanto a la parte técnica en sí, poco puede decirse de Antes del atardecer que no sea redundar en la simplicidad de la película. Entre paseos a pie, en barco o en coche transcurre la larga conversación entre Celine y Jesse, sin artificios, sin nada que distraiga la atención. Solos ellos dos. Ellos y el paso del tiempo. Porque el director sabe jugar con este elemento sabiamente, hasta convertirlo en una espada de Damocles que nos va angustiando lentamente conforme adivinamos el momento en que ambos tendrán que despedirse. Lo que me lleva a  recordar el también crucial peso del tiempo de Solo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952).

Hasta París, como decía antes, desaparece y, lejos de otras propuestas que hubieran aprovechado para ofrecernos una mini visita turística, Linklater se limita a dejarlo como telón de fondo. Tan de fondo que ni se molesta en mostrar abiertamente la catedral de Notre Dame aún cuando la mencionan los protagonistas.

Esta sencillez, este buscar la más absoluta naturalidad o normalidad, se refleja también en el trabajo de Ethan Hawke y Julie Delpy, que logran unas interpretaciones realmente maravillosas. Y más Julie, emotiva a más no poder cuando le estallan todas sus frustraciones en el coche y encantadora cuando imita a Nina Simone. Ambos sostienen todo el peso de la película con un oficio admirable.

Como admirables son, sin duda, los diálogos, verdadera base de todo este complejo pero sencillo andamiaje. Porque es extraño hoy en día disfrutar de unas conversaciones tan intensas, tan llenas de vida y tan naturales a la vez. En ningún instante se cae en el exceso o en lo trillado. Nunca tenemos la impresión de estar ante un diálogo pretencioso. Las frases son correctas, son directas y contienen toda la verdad de unas vidas que se quedaron truncadas y que han intentado mentirse u olvidar o ambas cosas. Es esa naturalidad y la sinceridad de las palabras de Jesse y Celine lo que finalmente nos termina por conquistar. Porque su historia nos suena y mucho. Porque todos tenemos una historia de amor soñada, o una espinita, o un deseo que se quedó en el limbo.

Antes del atardecer merece un lugar importante dentro del cine romántico. No es un drama al uso, ni una comedia fácil. Es un film intenso, sincero y directo muy bien hecho. Con el tiempo, será un clásico.

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