domingo, 24 de marzo de 2013

El cartero siempre llama dos veces



Dirección: Tay Garnett.
Guión: Harry Ruskin & Niven Busch (Novela: James Cain).
Música: George Bassman.
Fotografía: Sidney Wagner (B&W).
Reparto: Lana Turner, John Garfield, Cecil Kellaway, Hume Cronyn, Leon Ames, Audrey Totter, Alan Reed.

Frank Chambers (John Garfield) anda sin rumbo de aquí para allá, sin un trabajo ni un destino fijo. Un día llega casualmente a un bar de carretera que ofrece un puesto de trabajo. Frank no desea aceptar la oferta del dueño, Nick Smith (Cecil Kellaway), pero cambia de idea cuando conoce a Cora (Lana Turner), su hermosa esposa.

Una de las cumbres del cine negro y la mejor adaptación realizada de la novela de James Cain, El cartero siempre llama dos veces (1946) de Tay Garnett es una intensa y oscura historia de pasiones que tiene en Lana Turner un irresistible centro de atención. Antes habían visto la luz Le dernier tournant (Pierre Chaval, 1939) y Ossessione (Luchino Visconti, 1942) y en 1981 Bob Rafelson hizo un remake con el mismo título que esta película protagonizado por Jack Nicholson y una bellísima Jessica Lange, mucho más carnal y apasionado, acorde con los nuevos tiempos.

Fiel a las normas del cine negro, El cartero siempre llama dos veces es la historia de un crimen cometido por amor pero donde los protagonistas, como marcados por un destino ineludible, no podrán disfrutar de su premio. Y es que la moral de entonces no podía permitir que Cora y Frank se salieran con la suya. El mérito del guión es que está tan perfectamente elaborado que, a pesar de que podamos desear la felicidad de ambos, comprendemos sus remordimientos, su desconfianza y su amargura, de manera que somos conscientes que no hay esperanza posible para ambos. Y es así como participamos del fatalismo que los envuelve y que también nos llega a atrapar a nosotros. Y siendo coherentes también, la muerte del bueno de Nick justifica el castigo de los culpables, aún a nuestro pesar.

Sin embargo, hay una pequeña diferencia con otros films de cine negro y es que Cora no es mujer fatal al uso. Cora no manipula a Frank fríamente, sino que ella lo ama sinceramente, de la misma manera que Frank también le corresponde. Es drama de ellos es el de dos enamorados que no encuentran el camino para vivir su amor libremente. Incluso, tras el primer intento de asesinato, fallido, ambos deciden renunciar a sus planes, sinceramente asustados y arrepentidos. Pero es de nuevo el destino el que parece no querer dejarlos tranquilos y los empuja de nuevo al crimen como única solución a una separación definitiva. Por ello, porque Cora y Frank no son malas personas en el fondo, sino dos perdedores que luchan por ser felices juntos, es por lo que es inevitable que nos pongamos de su parte. A pesar de que comprendemos su destino, no dejamos de sentir lástima por ellos.

Pero es evidente que El cartero siempre llama dos veces no sería lo mismo sin la deslumbrante presencia de una Lana Turner espectacular. A pesar del tiempo pasado y del cambio de las modas y los cánones de belleza, a pesar de lo recatada que sale a causa de la censura de la época, su atractivo y su poder de seducción son impresionantes. Su primera aparición, con el pantalón corto, es para enmarcar. Al igual que John Garfield nos quedamos boquiabiertos y comprendemos que no puede hacer otra cosa que quedarse. Casi siempre de blanco, salvo en un par de apariciones en que la vemos de negro y también bellísima, Lana Turner acapara las escenas con una presencia rotunda, llena de sensualidad y con una carga erótica impresionante. John Garfield, por su parte, no está mal, pero a su lado se queda un tanto pequeño. Puede que le faltase el carisma de otros galanes, el caso es que lo encuentro un peldaño por debajo de Lana. Cecil Kellaway, por el contrario, está perfecto como marido bonachón y un tanto inocente que, sin embargo, en un par de miradas da a entender que parte de su ignorancia es voluntaria. Y pese a su pequeño papel, el trabajo de Hume Cronyn como astuto y tramposo abogado es genial.

Excelente también me ha parecido la puesta en escena por parte de Tay Garnett, que alcanza con este film la cima de su carrera. Su puesta en escena es sobria pero muy eficaz, apoyándose en una hermosa fotografía y unos planos cerrados que concentran la atención en lo importante. Sin florituras ni adornos, su trabajo está al servicio de la historia y el resultado es notable.

Quizá se le puede achacar a la película una duración un tanto excesiva o ciertos momentos en que los diálogos no son todo lo buenos que esperábamos, pero aún así, la película no ha perdido ni un gramo de fuerza ni de intensidad. Es una hermosa y triste historia perfectamente filmada y que ha quedado como unos de los grandes hitos del cine negro clásico.

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