domingo, 14 de julio de 2013
Dodge, ciudad sin ley
Dirección: Michael Curtiz.
Guión: Robert Buckner.
Música: Max Steiner.
Fotografía: Sol Polito.
Reparto: Errol Flynn, Olivia de Havilland, Ann Sheridan, Bruce Cabot, Frank McHugh, Alan Hale, Henry Travers.
Wade Hatton (Errol Flynn), un antiguo militar de origen irlandés que trabaja ahora conduciendo ganado, llega con un rebaño a Dodge City, una ciudad sin ley dominada por Jeff Surrett (Bruce Cabot), un cacique sin escrúpulos que impone su autoridad por la fuerza.
Dodge, ciudad sin ley (1939) pertenece a una época en que el western aún era un film menor, de serie B, donde la acción era predominante y la línea que separaba a buenos y malos era de una nitidez meridiana. Recordemos que en este mismo año Ford dirige La diligencia, que será la que marque el paso del western a género adulto.
Sin embargo, Dodge, ciudad sin ley es todo menos un film menor. Tanto por su duración, por los medios con los que cuenta Curtiz y por el reparto, con Errol Flynn, el galán por excelencia, al frente, comprendemos que estamos ante un proyecto de cierta embergadura.
La base de la película es sencilla: el progreso de la colonización del oeste, el avance del ferrocarril y la necesidad de llevar la ley y el orden a los nuevos territorios ganados a la civilización. Sobre esta base argumental, Curtiz desarrolla la base dramática de la película, el enfrentamiento entre el héroe Hatton y el corrupto cacique local, Surrett. Y como acompañamiento indispensable, la historia de amor de turno. Como se ve, nada nuevo bajo el sol y con un enfoque además del todo clásico: Errol Flynn encarna a un héroe sin mácula, valiente, apuesto y honrado. Sus enemigos, lógicamente, no tienen ni una sola virtud, son traidores, cobardes y mentirosos. No hay sitio para las medias tintas. Y la verdad es que tampoco se echan en falta. La clara división de buenos y malos simplifica el planteamiento y funciona de maravilla en un western donde lo que prima es un ritmo ágil donde se imponen las escenas de acción, donde Michael Curtiz demuestra su soltura con la cámara brindándonos un espectáculo sin tacha. Memorable es la pelea en el saloon o el duelo final en el tren con el vagón en llamas. Sin duda, la esencia de los westerns en estado puro y filmada con una brillantez encomiable.
La ambientación es otro elemento que merece destacarse. La recreación de la ciudad de Dodge está especialmente lograda con unos planos que no dejan ningún espacio libre. Son encuadres llenos, densos, que contribuyen a crear un ambiente de ciudad bulliciosa, abarrotada, viva. Al tiempo, Curtiz consigue marcar un ritmo intenso que hace que la acción transcurra con absoluta fluidez, con un control absoluto de la alternancia de escenas de acción y de transición y también dosificando perfectamente los momentos dramáticos con otros con un tono más de comedia, que consiguen que la historia fluya de una manera ágil.
Y al frente de todo, la gran pareja de la década: Errol Flynn y Olivia de Havilland, quizá la pareja más inmortal del cine, compitiendo con la también célebre de Fred Astaire y Ginger Rogers. La química entre ambos es sensacional y sin duda, Flynn era la personificación más perfecta del héroe por excelencia. A su lado, secundarios de lujo como Bruce Cabot, Alan Hale o Henry Travers.
En definitiva, un western sencillo, con un ritmo infernal, sin complicaciones argumentales, directo y eficaz. Un buen ejemplo de cine clásico bien hecho que busca exclusivamente el espectáculo y lo consigue admirablemente. Nada más, y nada menos.
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