martes, 11 de febrero de 2014
El príncipe y la corista
Dirección: Laurence Olivier.
Guión: Terence Rattigan.
Música: Richard Addinsell.
Fotografía: Jack Cardiff.
Reparto: Laurence Olivier, Marilyn Monroe, Sybil Thorndike, Richard Wattis, Jeremy Spenser, Esmond Knight, Maxine Audley, Jean Kent.
1911, Inglaterra va a coronar rey a Jorge V, por lo que numerosos monarcas y dignatarios de otros países son invitados a la ceremonia. Entre ellos están el joven Nicolás de Carpatia (Jeremy Spenser) y su padre, el príncipe regente Carlos (Laurence Olivier); quién buscará para distraerse la compañía de una joven actriz de teatro, la atractiva Elsie Marina (Marilyn Monroe).
El príncipe y la corista (1957) no es decididamente la mejor comedia de la historia. Es más, bien mirado, su argumento resulta un tanto simple y a todas luces improbable y bastante increíble. Además, algunos detalles, como el que todo un regente hecho y derecho haga partícipe de sus problemas dinásticos a una completa desconocida, resultan tan forzados como pueriles. Y sin embargo... El príncipe y la corista termina ganándonos con el encanto de su simplicidad, con la maravillosa ingenuidad de su argumento, más cercano a un cuento para niños que una verdadera historia a tener en consideración. Y es que el film tiene ese encanto indefinido de un cine que ha pasado ya de moda, de un cine caduco y muerto para siempre. Y es por ello que nos sentimos atraídos por esa ingenuidad y ese glamour trasnochado que, sin embargo, sigue teniendo un encanto especial. El argumento es tan banal, la historia de amor entre el aristócrata y la plebeya tan predecible que precisamente es esa naturalidad, esa falta de artificios, esa sencillez brutal lo que nos conquista, porque a veces un bonito cuento resulta gratificante.
Lo que es evidente es que el film debe gran parte de su encanto a la presencia de la fascinante Marilyn. Muchos dudaban de si la actriz resistiría la comparación al lado de un actor de la talla de Laurence Olivier, que había representado la obra de teatro en que se basa la película junto a su esposa Vivien Leigh en Londres. Y Marilyn no sólo mantuvo el tipo ante el gran actor inglés, sino que impregnó el film de una alegría, una espontaneidad y una sexualidad rotundas, convirtiendo su presencia en un prodigio de vivacidad y encanto. Olivier, a su lado, muestra su gran talento, su presencia imponente, pero no puede hacer sombra al encanto y tremendo atractivo de una joven actriz que era mucho más que una cara bonita.
La película no puede ocultar su origen teatral, a pesar de los intentos del director por dotar a las escenas de agilidad y dinamismo. Pero esa deuda con su origen termina siendo también parte del encanto del film, con los personajes limitados a un espacio concreto y con esos rústicos decorados que intentaban paliar una puesta en escena que hubiera sido más costosa y aparatosa. Las transparencias son a día de hoy muy toscas, pero con un encanto peculiar. Además, las elipsis visuales durante la coronación nos regalan un primer plano del rostro de Marilyn que resulta impagable hoy en día.
Sin tener un argumento especialmente brillante como decía anteriormente, sí que hay que reconocer que la sencilla y previsible historia de amor entre el regente y la actriz está plagada de frases ingeniosas y algunos recursos narrativos realmente logrados, como el simpático juego con las medallas o la genial escena en que Elsie Marina y Carlos intercambian los papeles de su primera cena, cuando el regente intenta seducirla, para que sea luego Elsie la que juegue brillantemente el papel de seductora frente a Carlos. Es un recurso sencillo, pero el efecto y la ejecución son perfectos, ofreciendo el mejor momento sin duda de la película.
A parte de eso, el film nos relata un cuento de hadas en que una humilde muchacha logra codearse con la realeza y, además, transformarla con su vitalidad, su sencillez y su sentido común, opuestos al protocolo, la diplomacia y los complots palaciegos.
No me esperaba gran cosa de esta película. Es más, tenía cierta predisposición negativa, como una especie de intuición que me decía que iba a defraudarme. Afortunadamente, mis intuiciones no suelen ser muy fiables. Repito que no es una comedia genial y hasta es posible que mi entusiasmo no sea compartido por la mayoría. No importa. Yo he pasado un muy buen rato en compañia de la hermosa Marilyn y su arrolladora presencia. Ojalá la puedan ver ustedes con mi misma mirada; si es así, seguro que disfrutarán de esta pequeña y agradable comedia.
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