martes, 10 de marzo de 2015
La profecía
Dirección: Richard Donner.
Guión: David Seltzer.
Música: Jerry Goldsmith.
Fotografía: Gilbert Taylor.
Reparto: Gregory Peck, Lee Remick, David Warner, Billie Whitelaw, Harvey Stephens, Leo McKern, Patrick Troughton, Robert Rietty, Martin Benson.
Kathy Thorn (Lee Remick) da a luz a un bebé que muere al poco de nacer. El padre Spiletto (Martin Benson) convence a su esposo Robert (Gregory Peck) para que adopte a un niño huérfano que reemplace la pérdida, ocultándole la verdad a Kathy. Todo transcurre con normalidad hasta el día en que el pequeño cumple cinco años.
Hay películas que, por alguna curiosa razón, adquieren una relevancia especial, quedando como hitos en la historia del cine. Dentro del cine de terror, hay tres títulos significativos relacionados, los tres, con el subgénero de la religión: La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968), El exorcista (William Friedkin, 1973) y La profecía (1976). De las tres, quizá ésta última sea la más floja, pero aún así obtuvo un gran éxito de público en su estreno y ha dado lugar a tres secuelas y un remake, todo un logro.
Nacida como consecuencia del intento de la Fox de repetir el éxito de El exorcista, La profecía juega con la posibilidad de la llegada de un anticristo, predicho por las Escrituras Sagradas, cuya misión será controlar el mundo sembrando un reinado del mal. Literatura aparte, la base de la película, como lo había sido ya en La semilla del diablo y El exorcista, es crear un relato terrorífico centrado en la figura de un niño, lo cuál resulta mucho más inquietante y terrible. Lo más puro, lo más inocente como fuente del mal. ¿Cómo hacerle daño a tu propio hijo?, ¿cómo admitir que es la encarnación del mal?
Hay que admitir que el guión no es ningún prodigio. Partiendo de la base de que debemos, los no creyentes, hacer un esfuerzo para meternos dentro de la premisa principal del argumento, la historia en sí no resulta del todo coherente y en muchos casos el director va directo a lo que le interesa pasando por algunas escenas un tanto de puntillas.
Aún con las limitaciones y objeciones que podamos ponerle a la historia, Richard Donner juega sus cartas con bastante maestría. Con un ritmo pausado, el film arranca de una manera tranquila, casi bucólica en algunos momentos, no dando ninguna pista de por dónde van a girar los acontecimientos. Y cuando el mal comienza a hacer acto de presencia, será de una manera aparentemente accidental. Poco a poco, Donner va cerrando la trama, encerrando a los padres de Damien (Harvey Stephens), y a nosotros, en un ambiente amenazador, opresivo, peligroso, del que no saben muy bien cómo salir. Donner consigue, a base, eso sí, de algunas escenas un tanto macabras y que no reparan en detalles espeluznantes, ir aumentando la intensidad hasta momentos realmente sobrecogedores. Y todo ello admitiendo que, con el paso de los años, algunos efectos visuales han perdido la fuerza del día del estreno. Imaginemos el impacto de algunas secuencias en el público de 1976.
Pero quizá lo más impactante de todo sea el final, contraviniendo la fórmula del final feliz, algo bastante habitual en el cine de terror, y dejando un desenlace fatídico para los protagonistas que permite que la amenaza de un reino del mal quede suspendida en el aire como algo más que una posibilidad.
Para llevar adelante la película, Donner recurre a un ya maduro Gregory Peck y a Lee Remick como cabezas de cartel. Peck, sin estar brillante, cumple con solvencia en el quizá sea su último trabajo recordable; Lee Remick hace un buen trabajo, al igual que el secundario David Warner. Harvey Stephens, sin diálogos en casi todo el film, aporta su grano de arena con su rostro angelical y su inquietante sonrisa.
Un título clásico del cine de terror que, aunque hoy en día no asuste como antaño, sigue manteniendo una fuerza especial que hará que, salvando algunos detalles, pasemos un buen rato de miedo y sobresaltos.
Ganó el Oscar a la mejor banda sonora original.
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