domingo, 23 de agosto de 2015

Los violentos años veinte



Dirección: Raoul Walsh.
Guión: Jerry Wald, Richard Macaulay, Robert Rossen.
Música: Heinz Roemheld.
Fotografía: Ernest Haller.
Reparto: James Cagney, Priscilla Lane, Humphrey Bogart, Gladys George, Jeffrey Lynn, Frank McHugh, Paul Kelly, Elisabeth Risdon, Edward Keane, Joe Sawyer, Joseph Crehan.

Eddie Bartlett (James Cagney) regresa a Norteamérica tras el final de la Primera Guerra Mundial para descubrir lo difícil que resulta integrase en la vida civil. Cansado de buscar trabajo sin éxito, encontrará una oportunidad para salir adelante de la mano de una mujer de mundo, Panama Smith (Gladys George), y de la recién instaurada Ley Seca.

Tras el éxito de Ángeles con caras sucias (Michael Curtiz, 1938), la Warner decide apostar de nuevo por Cagney y Bogart en este film sobre el mundo del hampa en la década de los años veinte.

Con mano firme, y apoyado en un guión excepcional, Raoul Walsh demuestra su innegable talento como director con uno de los hitos del género de gangsters.

Los violentos años veinte (1939) está centrada en el regreso a la vida civil de tres soldados, Eddie (James Cagney), Lloyd (Jeffrey Lynn) y George (Humphrey Bogart), que se hacen amigos en las trincheras de Francia. Los tres con caracteres muy diferentes. Mientras que Eddie es un tipo decidido, pero noble, Lloyd, abogado de profesión, es honrado y tímido mientras que George es un desalmado ambicioso y sin escrúpulos. Tres personalidades que se describen en un par de secuencias con una precisión portentosa, merced a uno de esos guiones casi perfectos donde nada falta y donde nada sobra.

La película se centra preferentemente en la figura de Eddie y en cómo va corrompiéndose a medida que gana fuerza en el mundo de los bajos fondos, traficando con licores que primero compra, luego fabrica y finalmente roba. A pesar de su innegable buen corazón, Eddie irá cayendo en una espiral de ambición y lucha contra mafiosos rivales hasta el punto de no detenerse ante nada. Y esa es la grandeza y la belleza de Los violentos años veinte, en que no es una película que se limite a describir el mundo del hampa y sus luchas, o la corrupción de un sistema hipócrita y cínico; el guión no olvida el lado humano, el énfasis en la lucha de los protagonistas por el éxito, el amor y la felicidad. Y el personaje de Eddie resultará especialmente conmovedor en su pasión por Jean Sherman (Priscilla Lane) y su irremediable fracaso. Y es que Jean pertenece a otro mundo, aunque Eddie parezca no darse cuenta. Y ese mundo es el mundo de las buenas personas, sencillas y honradas. Al final, a la fuerza, Eddie tendrá que reconocer su equivocación. Como tendrá también que asumir, arruinado por el Crac del 29, que su futuro es negro como la noche.

Estamos en 1939 y el criminal, aunque nos caiga hasta bien, ha de pagar por sus pecados, según la moral de la época. Por ello sabemos que nada bueno le espera a Eddie ni a nadie como él. Por ello no nos sorprende ese aire de tragedia, de destino inevitable que se irá cerniendo sobre Eddie y sus amigos. No hay salida. Eddie lo sabe, nosotros también. De ahí que aceptemos resignados el final escrito. Con pena, claro. Porque en Los violentos años veinte Raoul Walsh nos pone del lado del mafioso y aceptamos gustosos el envite. La escena final, con Eddie rodando por las escaleras nevadas es conmovedora, poética y trágica.

Si afirmaba antes que uno de los pilares de la película era el portentoso guión del mismo, no lo es menos un reparto excepcional encabezado por el genial James Cagney. El talento de este actor era asombroso. Basta verlo moverse por la pantalla, enérgico, con esa mirada dura, para dejarnos rendidos ante un talento único. Cagney llena la pantalla y dota a su personaje de una fuerza y una ternura absolutas. A su lado, la hermosa y delicada Priscilla Lane, toda dulzura. Y, como no, Bogart, en una época en que aún era un secundario al que le asignaban papeles de malo, a todas luces muy acordes con su figura.

Los violentos años veinte es, sin ninguna duda, una de las obras de arte del género, una película redonda donde todo está en su sitio y que nos hace disfrutar una vez más de aquel cine en blanco y negro sencillo pero poderoso, donde los guiones se escribían con la cabeza y donde los diálogos eran rotundos y hermosos. Un clásico eterno.

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