domingo, 9 de abril de 2017
Café Society
Dirección: Woody Allen.
Guión: Woody Allen.
Música: Varios.
Fotografía: Vittorio Storaro.
Reparto: Jesse Eisenberg, Kristen Stewart, Steve Carrell, Blake Lively, Parker Posey, Corey Stoll, Jeannie Berlin, Ken Stott, Anna Camp.
Los Ángeles en los años treinta: el joven Bobby Dorfman (Jesse Eisenberg) llega a Hollywood en busca de trabajo y acude a ver a su tío Phill (Steve Carrell), un influyente productor y agente de grandes estrellas del cine, para que le ayude a abrirse paso en la ciudad.
Tal vez sería injusto pedirle a estas alturas a Woody Allen que nos regalara una nueva obra maestra con cada nuevo estreno de una película suya. A su edad y con el ritmo que las produce, es del todo improbable que tal cosa suceda. Y sin embargo... con Café Society (2016) tengo la impresión que roza ese calificativo. Al menos para mí. Tal vez esté siendo generoso con un director al que sigo desde hace muchos, muchos años, hasta el punto que uno le coge cariño, como a todo lo que resulta familiar y amable, entrañable incluso. Conservo algunos recuerdos muy bonitos vinculados a salas a oscuras donde se proyectaba algún estreno de Allen.
Pero etiquetas al margen, Café Society es una de esas comedias ligeras, muy sencillas, que parecen rodadas casi sin esfuerzo. Como si Allen se paseara por la calle con una cámara en mano y nos mostrara un trozo de vida, una parte de la historia de una familia judía cualquiera, casi sin querer. Y es que la primera impresión que me deja esta película es la de sencillez. No se trata de contar nada importante o trascendente (o sí, según se mire); es solo la historia de un joven que se abre paso en la vida, con todo lo que eso conlleva de éxitos y fracasos, esperanzas y realidades, sueños y despertares. Y ese joven, una vez más, parece ser el propio Allen, o su personaje de siempre: ese judío algo patoso, enredado siempre con las mismas obsesiones: la religión, la familia, la muerte y el amor. La vida, en definitiva. Pero Allen es demasiado mayor ya para ciertos papeles. Y escoge a Jesse Eisenberg para que encarne a su personaje. Un Eisenberg sólido y preciso, conmovedor a veces, lo justo, es cierto. Quizá sin el carisma del propio director cuando interpretaba; o tal vez es que resulta imposible establecer comparaciones entre ambos, porque el Woody Allen actor siempre saldrá ganando, por supuesto.
La historia es, como decía, sencilla. Un fragmento de una vida. La del joven Bobby llegando a Hollywood en busca de un porvenir, dispuesto a todo. Hasta a enamorarse. Pero la vida a veces es caprichosa, o injusta. Y el amor llega, pero no para acompañarte en el camino. Porque en la vida no todo es romanticismo y poesía. En la vida hay que elegir. Y ella, Vonnie (Kristen Stewart), elige la seguridad material. Aunque con ello venda su alma al diablo. Aunque no logre olvidar nunca a Bobby. Ni él a ella. Porque lo que nos cuenta Allen es un relato sobre el amor verdadero, irrepetible. Irremplazable. Y entonces, la comedia se vuelve triste, porque cuando los dos enamorados, separados durante años, con sus vidas encauzadas, casi con la necesidad de olvidarse de su pasado, se vuelven a ver cara a cara, comprueban lo terrible de su error, lo irremediable de sus vidas y la certeza de que han dejado escapar la felicidad, casi sin querer.
Y todo narrado con una sencillez maravillosa. Con esa facilidad de los grandes artistas para contar historias. Con ese talento de Woody Allen para llevarnos de la mano, al ritmo de su voz en off, por las vidas de unos personajes normales, para mostrarnos retazos de vidas sin mucho que decir, en apariencia, salvo que él sabe dónde mirar, qué desvelar; y de la mano de una puesta en escena elegante, impecable, con una fotografía que es casi una caricia y al ritmo de ese jazz de siempre, suave y fascinante, que invita a una copa y a un baile. Y todo, casi sin esfuerzo. Con una naturalidad asombrosa. Y con esa genialidad de un director que sigue haciendo su cine, fuera de modas, de tendencias o de necesidades de taquilla. Porque se ha ganado el derecho a no rendir cuentas a nadie. Y si gusta, más o menos, creo que ya le es indiferente. A mí, en todo caso, me sigue pareciendo imprescindible. E irrepetible.
Hola Manuel. Voy siguiendo tu blog para ver las películas que me parecen enternecedoras y que están valoradas en tu blog positivamente. Y esta, para mí, merece una mención especial, muy especial. Primero porque su director nunca fue para muy atractivo, tal vez porque hace muchos años que vi sus películas y me resultaban un tanto cansinas y muy repetitivas.Pero ésta fue un descubrimiento especial. Me encantó. Creo que es una película donde el director plasma una parte real de la vida de una persona cualquiera, como si la hubiese vivido, resaltando la belleza del recuerdo en esos momentos finales cuyos protagonistas anteponen a sus propias vidas actuales en ese instante. Lo que significa lo complejos que somos y las diferentes formas en que se puede presentar el amor. En fin, una película estupenda y un comentario que profundiza muy bien en su contenido. Muchas gracias
ResponderEliminar