lunes, 20 de mayo de 2019
Orgullo y prejuicio
Dirección: Joe Wright.
Guión: Deborah Moggach (Novela: Jane Austen).
Música: Dario Marianelli.
Fotografía: Roman Osin.
Reparto: Keira Knightley, Matthew Macfadyen, Brenda Blethyn, Donald Sutherland, Judi Dench, Rosamund Pike, Jena Malone, Tom Hollander, Penelope Wilton.
El señor y la señora Bennet han tenido cinco hijas. La única obsesión de su madre (Brenda Blethyn) es casarlas convenientemente y las jóvenes parecen compartir ese deseo, menos Lizzy (Keira Knightley) cuyo fuerte carácter parece dictarle otras prioridades.
Normalmente siento cierta preocupación ante los films de época. El principal problema es que siempre me resulta más complicado ponerme en situación ante la distancia temporal con el presente, que facilita siempre una mayor identificación con la problemática planteada. Esta circunstancia, además, se hace más notoria con las adaptaciones de novelas inglesas como la presente, muy marcadas por las costumbres y usos de una sociedad, la inglesa, muy encorsetada, lo que puede llevar a un amaneramiento artificioso que condicione excesivamente el desarrollo del drama.
Sin embargo, una de las primeras y más agradables sorpresas de Orgullo y prejuicio (1995) es que esa fidelidad a las costumbres y usos de la Inglaterra de finales del XVIII y comienzos del XIX no solo no resta interés alguno a la historia, sino que añade un elemento que, en esta ocasión, ayuda y adorna perfectamente los romances que se suceden en la película; aportando también una muy interesante visión de las costumbres, usos y maneras de pensar de aquella época.
Orgullo y prejuicio parte con la ventaja adaptar una gran novela, inteligente e incisiva, que ahonda en la naturaleza humana y en un retrato de una sociedad muy rígida donde el bienestar se basaba, básicamente, en conseguir una posición económica confortable y donde ser mujer condicionaba una dependencia casi total al hombre: primero en la figura del padre y luego del marido. La idea de amor romántico y de un matrimonio basado en él cedían su lugar a intereses más materiales y, como sucede con la mejor amiga de Lizzy, no siempre se pueden juzgar con demasiada severidad. Es importante comprender las circunstancias de aquella sociedad para no malinterpretar la historia.
El centro de la misma es la complicada relación entre Lizzy y el joven Darcy (Matthew Macfadyen), atraídos por una fuerza que ni ellos mismos controlan, a pesar de cierto rechazo inicial motivado por diversos errores a la hora de juzgarse mutuamente. Aderezado con las peripecias de sus otras hermanas, la historia de esa atracción inevitable resulta casi apasionante sino fuera por algunos pequeños detalles. En primer lugar, la elección de Matthew Macfayden, un actor correcto pero sin carisma ni encanto. Su pasividad y su rostro inexpresivo restan pasión y fuerza al núcleo del relato. Mientras Keira Knightley rebosa naturalidad, frescura y encanto, cuesta entender que se llegue a enamorar de un hombre con tan poca vida. Tampoco me llegó a convencer del todo la precipitación de algunos diálogos entre Lizzy y Darcy, que merecían más reposo y una mejor exposición, pues son la base para entender los equívocos que los distancian en un principio. Este detalle de las conversaciones se extiende en general a toda la película. Es un intento por dar dinamismo y espontaneidad al relato, pero en ocasiones resultan confusos y atropellados. No es un detalle trascendental, pero ahí está. Con todo ello, el romance entre Lizzy y Darcy, parte crucial de la historia, me pareció algo apagado, sin el nervio que hubiera dado mayor entidad al relato.
Otro punto delicado son los detalles cómicos que jalonan la historia, en especial con el personaje de la señora Bennet, una histérica e inconveniente mujer, gritona e inoportuna. Aunque encajan con naturalidad en el relato y no llegan a caer en lo caricaturesco, es cierto que a veces cuesta entender que la señora no comprenda lo ridículo de su comportamiento.
Siempre resulta complicado adaptar un libro al cine y más cuando éste es tan denso como en este caso. Sin embargo, y a pesar de que somos conscientes de que muchos personajes y situaciones merecían un tratamiento más extenso, creo que el trabajo de la guionista es admirable, pues sabe trasmitir la esencia del relato sin caer en banalidades y sin descuidar lo principal del mismo, con cierta atención necesaria a pequeñas historias paralelas que enriquecen la trama principal y nos ayudan a comprender y conocer la época en que transcurre el relato.
Joe Wright aporta una dirección austera, elegante, algo confusa a veces pero también con algunos planos delicados que denotan el cuidado y buen gusto en la presentación del relato.
Orgullo y prejuicio, a pesar de no ser un film del todo redondo, resulta finalmente una buena película, muy cuidada en los detalles y donde se percibe el esfuerzo en hacer una adaptación digna de la novela, lo que le mereció recibir cuatro nominaciones a los Oscars (actriz principal, dirección artística, banda sonora original y vestuario).
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