domingo, 13 de octubre de 2019
La herencia del viento
Dirección: Stanley Kramer.
Guión: Harold Jacob Smith y Nedrick Young (Teatro: Jerome Lawrence y Robert E. Lee).
Música: Ernest Gold.
Fotografía: Ernest Laszlo (B&W).
Reparto: Spencer Tracy, Fredric March, Gene Kelly, Dick York, Claude Atkins, Florence Eldridge, Donna Anderson, Noah Berry Jr., Harry Morgan.
En Hillsboro, una pequeña localidad del estado de Tennessee, el profesor de ciencias Bertram Cates (Dirk York) es detenido por enseñar en clase las teorías de la evolución de Darwin, en oposición a las leyes locales que prohibían cualquier otra explicación que no fuera la recogida en la Biblia.
La herencia del viento (1960) es una versión un tanto alterada de un juicio real que tuvo lugar en 1925 contra el profesor John Scopes, en Dayton, en el estado de Tennessee, por enseñar las teorías de Darwin sobre la evolución humana. Se cambiaron las fechas, los nombres y otros detalles para hacer del relato algo más atractivo para la pantalla. Sin embargo, lo importante, que se llegara a juzgar y a culpar a un profesor en el siglo XX porque sus enseñanzas no siguieran los preceptos de la Biblia, sigue siendo el nervio y la justificación de la película.
Como es de imaginar, el film de Stanley Kramer toma partido claramente por la lógica, el desarrollo, la libertad del individuo para pensar libremente y en contra de la intolerancia religiosa, el odio y el miedo. Y la verdad, gracias quizá también a la fotografía en blanco y negro, La herencia del tiempo tiene un aire que la acerca más al cine clásico que al moderno. Un cine que cuidaba las formas y, sobre todo, los diálogos, algo sin duda motivado claramente por su origen teatral. Son unos diálogos ricos, inteligentes y profundos; quizá demasiado densos a veces, pero que otorgan sentido y profundidad a un drama entre dos mundos (el de la fe y el de la ciencia) que no se convierte en mero espectáculo, sino que aporta argumentos, sobre todo del lado de la ciencia, y se toma el problema con la seriedad y el rigor que requiere.
Aunque también es verdad que, al decantarse abiertamente por el lado de la razón, el film es un poco partidista y en el desenlace, o en la figura un tanto excesiva del reverendo Brown (Claude Atkins), se cargan quizá un poco de más las tintas. Es, seguramente, el peaje que hay que pagar por un film que es, ante todo, un producto de entretenimiento. De ahí las licencias con respecto a los hechos reales o que el debate entre la ciencia y la fe no sea quizá todo lo rico que hubiera podido ser. El más claro ejemplo del tributo que se ha de pagar al tratarse de una obra de ficción es la teatral y un tanto exagerada caída en el absurdo y el ridículo del Coronel Matthew Harrison Brady (Fredric March), paladín de los partidarios de la Biblia. Su delirio final es una manera un tanto simplista de compensar la sentencia del juicio dejando claro al espectador la sinrazón de los creacionistas.
Puede que fuera con la intención de dar algo más dinamismo al film, para alejarlo de la versión teatral, pero la dirección de Kramer no terminó de convencerme. El abuso de encuadres algo forzados, con unos primeros planos excesivos desde mi punto de vista, le dan a la película un aire algo forzado, artificial, además de entorpecer a veces el seguimiento de los diálogos, verdadero punto central del film, al desviar nuestra atención hacia lo superficial.
En cuanto al reparto, destacar la figura de Spencer Tracy en uno más de esos papeles en los que tanto brilló. Si bien bastante avejentado ya, Tracy vuelve a ser la imagen perfecta del sentido común, la paciencia, la tolerancia y el amor al prójimo. A su lado, otro ilustre veterano, Fredric March, al que le toca el papel menos grato de ser el defensor de la Biblia como única fuente de la verdad. Cierra el trío un reconvertido Gene Kelly en el papel de un cínico periodista, aportando las notas más ácidas y simpáticas al drama.
Por cierto, el título de la película está tomado de unos versículos de los Proverbios: "Aquel que cree disturbios en su casa heredará el viento..."
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