viernes, 11 de junio de 2010
Uno, dos, tres
Que Billy Wilder es uno de los grandes está fuera de toda. Que dirigió alguna de las mejores comedias de todos los tiempos también. Basta recordar Con faldas y a lo loco o El apartamento para confirmarlo. Pero el film que nos ocupa en esta ocasión, Uno, dos, tres (1961), si bien puede que no tenga la reputación de los anteriores, se puede afirmar que está a su altura y es una de las comedias más alocadas y divertidas de la historia.
C. R. MacNamara (James Cagney) es el director de la Coca-Cola en Berlín Occidental. Su sueño siempre ha sido ocupar un alto cargo en Europa que le permita regresar a Estados Unidos con una buena posición en la empresa, pero por unos motivos u otros no termina de conseguirlo. Ahora parece que se presenta una buena ocasión de cimentar su carrera, al tener como invitada a la hija del gran jefe, de visita por Europa. Lo que no sabe MacNamara es que la joven Scarlett (Pamela Tiffin) es una muchacha bastante problemática y enamoradiza.
Con su colaborador habitual para el guión, I. A. L. Diamond, Billy Wilder construye una comedia tremendamente divertida, ingeniosa y sin un minuto de respiro, donde vuelve a dejar claro su talento para hacer comedias prácticamente perfectas. Wilder se basa en una obra del mismo título del húngaro Ferenc Molnar, pero la adapta a la época de la Guerra Fría, con lo que le sirve para hacer una inteligente crítica de la lucha entre los dos bloques, ridiculizándolos sin piedad.
Pero la clave del éxito de la película reside en su ritmo trepidante que no deja ni un segundo de pausa, con gags visuales soberbios pero, especialmente, unos diálogos precisos, rápidos y agudos y una crítica de todo cuanto pasa en la película: el capitalismo, las ansias de poder, la familia, la política, la religión y hasta la aristocracia. Para ello, Wilder llena la película de personajes impagables: la secretaria imponente que se vende al mejor postor; los comunistas descreídos que loquean con las curvas de la secretaria; los empleados alemanes, con un pasado nazi que sale por todas partes; el idealista Otto (Horst Buchholz), con la cabeza llena de pájaros o la cínica e incisiva señora MacNamara (Arlene Francis), uno de los personajes más cómicos de la película.
Al ritmo alocado de "La danza del sable" (Khachaturian), la película es también un momento de gloria para James Cagney, en su penúltima película (la última será Ragtime, veinte años después), soberbio en un papel alejado de sus comienzos, pero en que demuestra el enorme potencial de un actor excepcional que borda su papel y lleva sobre sus espaldas todo el peso de la película.
Wilder no se complica mucho y con un humor elemental, directo, con el recurso a las carreras locas, a personajes que son en realidad absurdos prototipos o colosales caricaturas, logra hacer un film genial, una comedia disparatada que puede provocar más de un dolor de barriga a base de tantas carcajadas sin tregua.
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