domingo, 18 de julio de 2010

La gran ilusión


Título mítico del cineasta francés, autor también del guión junto con Charles Spaak, y que procede de las experiencias de Renoir y sus compañeros de aviación en la Gran Guerra y donde se hace una seria denuncia de los conflictos bélicos, junto a una mirada un tanto nostálgica al fin de toda una época.

Dos oficiales de la aviación francesa, el teniente Maréchal (Jean Gabin) y el capitán De Boeldieu (Pierre Fresnay), son hechos prisioneros por los alemanes al derribar el capitán von Rauffenstein (Erich von Stroheim) el avión de reconocimiento que pilotaban durante la Primera Guerra Mundial. A partir de ese momento pasarán dieciocho meses en diferentes campos de prisioneros buscando la manera de escapar.

A través de las relaciones que se establecen en los campos de prisioneros entre los guardianes y los presos, de diferentes nacionalidades, Renoir plantea en La gran ilusión (1937) la posibilidad de un mundo en paz en uno de los mejores y más sentidos films antibelicistas de la historia. En realidad, en la película no hay malos, ni entre los reclusos ni entre los alemanes; el trato entre todos es cortés y el tiempo que pasan juntos acaba creando verdaderos lazos de amistad entre unos y otros. Algunas escenas, como cuando un centinela intenta consolar a Maréchal, incluso llegan a sorprendernos por la ternura que reflejan entre dos enemigos.

El caso más curioso es el que se da entre von Rauffenstein y el capitán De Boeldieu, aristócratas que parecen estar, al menos por parte del alemán, unidos por el vínculo de pertenencia a una clase social superior. Esto le sirve también a Renoir para mostrarnos el fin de una época y el ocaso de la nobleza, barrida por los nuevos tiempos, que acabarán con sus costumbres y sus modales exquisitos. Es el ocaso de unos valores superiores y que parecen estar por encima incluso a la pertenencia a uno u otro país.

Es cierto que el paso del tiempo se nota en algunas escenas, pero por encima de este detalle, la película destaca por la ternura y cierto romanticismo que la recorre de arriba abajo y es especialmente hermoso en la parte final de la película, cuando los presos fugados son acogidos por la viuda alemana. Aquí también tenemos la más estremecedora denuncia de la guerra, pues los hombres de la familia resulta que han muerto todos en diferentes batallas que, como dice la viuda, fueron paradójicamente grandes victorias alemanas.

En cuanto a los actores, salvando una cierta tendencia no demasiado grave de los franceses a la sobreactuación, patente por ejemplo en Jean Gabin, hay que destacar el buen hacer de todos, pero en especial siento debilidad por Erich von Stroheim, impecable en su papel de aristócrata refinado y ceremonioso.

La gran ilusión sigue siendo a día de hoy un film perfectamente válido, donde se defiende el pacifismo no a base de discursos grandiosos, sino mostrando y defendiendo la bondad de que puede ser capaz el ser humano si se para a ver el mundo con otra mirada.

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