domingo, 8 de agosto de 2010
Reflejos en un ojo dorado
Reflejos en un ojo dorado (John Huston, 1967) es uno de esos films "profundos" que suelen volver locos a los críticos más sesudos y dejar bastante indiferentes, cuando no decepcionados, al común de los mortales. Basada en la novela del mismo título de Carson McCullers y con un guión en el que participó Francis Coppola, Reflejos en un ojo dorado es una obra típica de su época, de una corriente transgresora que se atrevía a tratar temas escabrosos más o menos abiertamente y, fruto de los cuál, estuvo censurada en nuestro país.
En un cuartel del sur de los Estados Unidos, el matrimonio del comandante Penderton (Marlon Brando) y Leonor (Elizabeth Taylor) hace aguas ante las apetencias sexuales de la esposa que Penderton no puede saciar. Por ello, Leonor mantiene una aventura con el coronel Morris Langdon (Brian Keith), infelizmente casado con Alison (Julie Harris), una mujer depresiva y sensible a la que su esposo no comprende.
La película recuerda, por temática, algunas adaptaciones cinematográficas de las obras de Tennesse Williams. Sin ser un cine que me guste especialmente, hay que reconocer que la obra de Carson McCullers no tiene la fuerza, por poner sólo un ejemplo, de Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan, 1951).
A los diez minutos, la película ya me había cansado: ritmo lento, escenas repetitivas y la promesa velada de una obra que se me iba a hacer eterna. Tal vez en su momento la película pudiera haber resultado transgresora y en ello residiera su fuerza o su interés. Hoy en día, despojada de su supuesto atrevimiento, la película no deja de ser un film a medias, con una alarmante parsimonia en su desarrollo que nos va adormeciendo lentamente. Puede mantenernos en vilo simplemente el ver como se resuelven los múltiples conflictos que se plantean: Penderton atraído cada vez más por el soldado Williams (Robert Forsters) en su debut en pantalla) y prisionero de su profesión (hay una escena muy significativa en la que el uniforme parece aprisionarlo y ahogarlo); Alison, cada vez más harta de la infidelidad de su esposo, dispuesta a divorciarse; la actitud cada vez más escandalosa de Leonor, cansada de su aburrido matrimonio o hasta dónde puede llegar el fetichismo de Williams hacia Leonor.
Todos estos dilemas, sin embargo, no están tratados de manera acertada. Tal vez la novela no daba mucho más de sí o el guión se quedó corto. Pero el caso es que los personajes se nos presentan estáticos, fríos, casi como si vida y nos cuesta vivir sus dramas. No es defecto del reparto, magnífico sobre el papel, pero es que la historia seudoprofunda, seudointelectual, carece realmente de la fuerza necesaria para implicarnos intensamente en las vidas de los personajes. Tampoco la dirección de Huston está a un gran nivel. Algunas escenas, supuestamente las más intensas, como cuando Brando golpea al caballo o cuando Elizabeth Taylor le pega a Brando, no logran captar todo el drama que encierran; otras, fruto de las modas de los sesenta, resultan algo forzadas cuando no ridículas, como el movimiento repetitivo de la cámara en la escena final, un triste broche para una película un tanto fallida.
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