jueves, 29 de diciembre de 2016
Los descendientes
Dirección: Alexander Payne.
Guión: Alexander Payne, Nat Faxon, Jim Rash (Novela: Kaui Hart Hemmings).
Música: Craig Armstrong.
Fotografía: Phedon Papamichael.
Reparto: George Clooney, Shailene Woodley, Amara Miller, Nick Krause, Patricia Hastie, Matthew Lillard, Judy Greer, Beau Bridges, Robert Forster.
La vida de Matt King (George Clooney) sufre un vuelco repentino cuando su mujer sufre un accidente que la deja en coma. Ahora Matt deberá ocuparse de sus hijas, con las que no estaba muy unido, al tiempo que ultima la venta de unas propiedades heredadas de sus antepasados.
Alexander Payne, un director que enfoca sus films hacia los conflictos personales de sus protagonistas, como pudimos ver en A propósito de Schmidt (2002), vuelve a enfrentarnos a un personaje que, de pronto, ante el accidente de su esposa, se ve empujado a una realidad desconocida: hacerse cargo de sus hijas, a las que había descuidado, volcado como estaba en su trabajo, al tiempo que comienza a darse cuenta de lo poco que conocía a su esposa.
En realidad, el accidente de su mujer supone también un cataclismo en la vida tal y como la había entendido hasta entonces. Ahora ya no hay excusas: sus dos hijas dependen de él y Matt no sabe comunicarse con ellas ni hacerse respetar. Hay un abismo entre él y esas dos desconocidas a las que tiene que cuidar en solitario; y es que el médico le comunica que su esposa nunca despertará del coma. Sin embargo, a pesar del drama que viven los protagonistas, Payne termina por ofrecer una salida positiva a sus vidas. El coma de la esposa finalmente servirá para hacer de Matt un padre responsable y un hombre mejor, al que ese momento crucial servirá para replantearse su vida entera, tanto a nivel personal como a nivel profesional, descubriendo el valor de la familia y la responsabilidad con la herencia recibida, más allá del puro beneficio económico.
El problema de Los descendientes es que Payne quiere jugar con dos géneros que, en apariencia, no casan del todo bien: el drama y la comedia. El resultado es un film que no termina de conquistarnos en ninguno de esos dos registros. Como drama, porque el relato es frío, con momentos que casi resultan incómodos pues el director se recrea en los tiempos muertos y en imágenes filmadas como postales que no terminan de cumplir su función. Además, salvo algunos momentos inspirados, el tono general es un tanto impersonal, distante y con algunos diálogos que no terminan de funcionar correctamente.
Y cuando toca el enfoque de comedia, tampoco el guión llega a convencerme. Algunos personajes son casi ridículos en su excentricidad y la comedia no termina de adquirir peso suficiente, quedando casi como un quiero y no puedo.
Es quizá el peaje que pagamos por ese gusto de Payne por un cine sencillo, directo y libre de artificios. Es una opción loable y sin duda su sello personal. El problema es que puede dar lugar a un cine un tanto distante, a veces extraño, en el que reconocemos los méritos intrínsecos, pero también descubrimos sus carencias.
Sin duda, lo mejor de todo está en la labor de los actores, encabezados por el magnífico George Clooney, un prodigio de naturalidad e intensidad a partes iguales, que con una sencillez asombrosa terminan siendo lo más auténtico y convincente de la historia.
Merecedora de cinco nominaciones al Oscar, la película se hizo al final con el premio al mejor guión adaptado.
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