miércoles, 9 de agosto de 2017

Laura



Dirección: Otto Preminger.
Guión: Jay Dratler, Samuel Hoffenstein y Betty Reinhardt (Novela: Vera Caspary).
Música: David Raksin.
Fotografía: Joseph LaShelle.
Reparto: Gene Tierney, Dana Andrews, Clifton Webb, Judith Anderson, Vincent Price, Dorothy Adams.

Laura Hunt (Gene Tierney), una exitosa publicista, es asesinada en su apartamento. El detective Mark McPherson (Dana Andrews) es el encargado de dirigir la investigación, para lo cuál contacta con los amigos más íntimos de la difunta.

Laura (1944) es una de las grandes cimas del cine negro americano, lo que equivale a decir del cine negro, a secas. Y, sin embargo, es un film un tanto atípico, de ahí quizá su grandeza y su belleza.

Para empezar, Laura nos habla de un crimen que no se cometió. Ha habido una víctima, una mujer joven, pero no es quién todos piensan. A pesar de esta argucia, el espectador no se siente engañado. No es un mero juego argumental, sino la base de una historia fascinante por la que vamos conociendo a Laura Hunt a través del relato de Waldo Lydecker (Clifton Webb), su más ferviente admirador, enamorado incondicional de Laura, su descubridor, el gran escritor y periodista que vio en ella algo único que despierta en este hombre pagado de sí mismo un fervor casi impropio de su edad y su condición.

Y Laura va tomando cuerpo ante nuestros ojos y ante los de McPherson, que poco a poco se va enamorando de ella, de una muerta, embelesado por su personalidad y cegado por la belleza de su retrato.

Y así tenemos la clave última de Laura que, con la disculpa de una investigación criminal, se va transformando en una historia de amores, de pasiones irrefrenables, de deseos, de celos... en definitiva, un relato sobre el amor, la pasión y la obsesión. Esta es la belleza de Laura, lo que hace de esta historia algo mucho más grande y más profundo que el mero film negro típico, que el relato policíaco. Y es que la película se convierte en un estudio del alma humana, de lo que puede provocar un amor desenfrenado y donde no hay malos, sino ejemplos de la debilidad de la condición humana y, por lo tanto, personajes dignos de compasión. Y tampoco Laura es una mujer fatal, sino alguien tan encantador que provoca la admiración y el enamoramiento de cuantos se acercan a ella.

Y como no es un film negro al uso, tampoco la puesta en escena es la típica del género. No estamos en los típicos ambientes lúgubres, entre los desheredados y perdedores del mundo. Al contrario, los personajes pertenecen a la alta sociedad, viven en hermosos apartamentos, rodeados de arte y de lujo. Y la fotografía, ganadora de un Oscar, es diáfana, clara, sin recurrir a los grandes contrastes del género. Lo mismo que la dirección de Preminger, que afortunadamente consiguió que despidieran a Rouben Mamoulian, primer director del film, cuyas ideas sobre la película no eran las mejores. Dirección elegante, clara y fluida, recreándose en la belleza fascinante de Gene Tierney, una Laura delicada y fuerte a la vez, lejos de la mera belleza decorativa.

Sin embargo, a pesar del título, creo que quizá el personaje clave de la historia es Waldo, interpretado con maestría por Clifton Webb. El personaje que lleva las riendas del relato, a través de cuya mirada descubrimos un dibujo subjetivo y fascinante de Laura, que es en parte culpable del enamoramiento de McPherson, y cuya personalidad resulta tan fascinante o más que la de la propia Laura.

Laura es un film prodigioso, complejo, cautivador y hermoso. Sin duda, una de las obras claves del cine clásico. Imprescindible.

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