lunes, 11 de diciembre de 2017

El joven Lincoln



Dirección: John Ford.
Guión: Lamar Trotti.
Música: Alfred Newman.
Fotografía: Bert Glennon.
Reparto: Henry Fonda, Alice Brady, Marjorie Weaver, Arleen Whelan, Eddie Colins, Pauline Moore, Richard Cromwell, Ward Bond.

1832. El joven Abraham Lincoln (Henry Fonda) tiene una pequeña tienda en New Salem, Illinois, aunque comienza ya a dar los primeros pasos en política, además de estar interesado en estudiar leyes. Cuando su novia Ann (Pauline Moore) muere, Abraham se va a Springfield, donde empieza a ejercer de abogado.

El joven Lincoln (1939) es un film un tanto olvidado de John Ford, puede que por coincidir el mismo año que La diligencia, una de sus obras maestras. Y si es evidente que El joven Lincoln no está a la altura de las grandes películas del director, aún así no merece caer en el olvido.

La película intenta hacer un relato de los inicios del futuro presidente en el mundo de la política y de la abogacía y el resultado es un film un tanto descompensado, muy marcado por la evidente admiración del director hacia la figura de Lincoln, quizá en exceso, no pudiendo evitar dar la sensación de que la narración de esos años de juventud está predeterminada por lo que representó el individuo para la historia de su país.

No sé si por cuestiones de duración, problemas del guión, que tal vez no supo condensar mejor el relato, o complicaciones del montaje, el caso es que la historia me pareció un tanto deslavazada. Algunos capítulos de la vida de Lincoln, como la muerte de Ann, no están narrados con la fuerza que merecían; cuenta con una bonita elipsis con la imagen del cauce del río, es cierto, pero pierde emoción y significado, quedando casi como una anécdota. Y, en general, sucede algo similar con el relato de la figura de Lincoln, que no adquiere entidad ni como individuo ni como político. Se queda su retrato un tanto difuminado, casi devorado por la necesidad de avanzar en la historia, pero a base de pequeños momentos un tanto intrascendentes y con una imagen del futuro presidente que me pareció presa de su propia leyenda.

Donde sí que la película gana en fuerza e intensidad es en la parte del juicio, quizá porque ya tenemos algo concreto a qué aferrarnos, sin divagar. Al ser una unidad dramática concreta y cerrada en sí misma, el director puede ceñirse a ella por completo, dando rienda suelta a su talento a la hora de ahondar en los sentimientos, reforzar el dramatismo, en especial con la figura de la medre de los acusados, y también desplegando el sentido del humor tan característico, contrapunto perfecto al drama del juicio, con unos diálogos realmente inspirados, de lo mejor de la película, y unos personajes que al fin parecen volverse reales, cercanos.

Lo que sí que podemos constatar es como los elementos clave de la obra de John Ford ya están plenamente presentes y desarrollados: su gusto por las imágenes cargadas de significado y con un componente muy teatral y poético; la importancia de los elementos de la naturaleza, de la tierra, que constituye las raíz de los hombres; el papel fundamental de las mujeres, la madre en este caso, como núcleo de la familia, el pilar de la civilización, la fuerza y la referencia vital. Y el humor, ya mencionado.

Fue la primera colaboración del director con Henry Fonda, que dudaba aceptar el papel, abrumado por el peso del personaje. Ford insiste en la caracterización de Lincoln, no solo en su vestuario, sino en sus gestos, sus posturas, sus momentos de ensimismamiento. Y Henry Fonda da la talla con su peculiar naturalidad, su actuación sin esfuerzos.

Sin ser una de las mejores películas del gran John Ford, El joven Lincoln es un film interesante, con algunos momentos especialmente hermosos (Abraham en la tumba de Ann es mi preferido) donde se puede disfrutar en pequeñas dosis de ese gran talento del director para contar historias, siempre con el ser humano como eje y justificación de las mismas.

La película recibió una nominación a lo que se llamaba entonces Mejor historia.

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