miércoles, 21 de abril de 2010

Testigo de cargo



Diversas han sido las novelas de Agatha Christie que se han llevado a la gran pantalla y ninguna de ellas ha logrado un resultado brillante. Bueno, ninguna no. Testigo de cargo (Billy Wilder, 1957) no es solamente la mejor adaptación de una novela de Agatha Christie, sino que es un film excepcional, una verdadera obra maestra.

La clave está, por un lado, en un guión impecable que dosifica maravillosamente la intriga (salpicando la acción de brillantes pinceladas de humor) en una progresión constante hasta llegar a un final sorprendente y genial. Y siempre sin recurrir a trampas facilonas, y ello porque estamos ante una intriga inteligente que, si bien es cierto que juega con los límites de lo plausible, nunca los depasa; manera ésta de lograr resultar convincente al tiempo que no deja de sorprender nuestra perspicacia.

Y por otro lado, sin duda, está el acertado reparto, con unos actores geniales comenzando, como no, por el siempre excepcional Charles Laughton: un actor soberbio, carismático y que llena la pantalla como muy pocos han hecho. Sería impensable imaginar 
Testigo de cargo sin su presencia. Es tal su protagonismo que le sucede como a Marlon Brando en El padrino, creando un prototipo de abogado inteligente y gruñón imposible de superar. Junto a él, el carismático Tyrone Power, un actor quizá no suficientemente valorado y dotado de un atractivo y un carisma especial y que le da a su personaje esa dosis de indeterminación, de duda, al tiempo que creemos firmemente en su inocencia; a su lado, la grandísima Marlene Dietrich que en el papel de la esposa misteriosa y antipática borda su papel, llegando a hacerse casi odiosa al tiempo que no terminamos de comprenderla, enfrentada a esa devoción total de su esposo. Terminamos con la repelente enfermera, Elsa Lanchester (que era la esposa en la vida real de Charles Laughton), en otra interpretación sobresaliente para redondear un reparto excepcional.

Lo maravilloso de todo es ver como se puede crear un film único y soberbio de una manera tan sencilla, sin artificios, con una narración diáfana, fruto de un trabajo serio que se toma el tiempo para no caer en absurdos y poder ofrecer un film digno y cautivador. Cuando, una vez finalizado el film, nos paramos a buscar aquello excepcional, nos damos cuenta que lo excepcional no es más que el hacer de lo sencillo una obra de arte.

Quizá el mayor elogio que le puedo hacer a la película es reconocer que, aunque se trata de un film que basa su argumento en la intriga y la sorpresa, con lo que visto una vez podría considerarse "terminado", es siempre un placer volver a ver la película y comprobar como logra hacerme disfrutar en cada ocasión como si fuera, prácticamente, la primera.

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