El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 2 de julio de 2025

Tigre y dragón



Dirección: Ang Lee.

Guión: Wang Hui Ling, James Schamus y Tsai Kuo Jung (Novela: Wang Du Lu).

Música: Tan Dun.

Fotografía: Peter Pau.

Reparto: Chow Yun Fat, Michelle Yeoh, Zhang Ziyi, Chang Chen, Lung Sihung, Cheng Pei Pei.

Li Mu Bai (Chow Yun Fat), un experto paladín, sale de su retiro tras comprobar que solo le produce tristeza. A pesar de ello, sigue decidido a renunciar a su vida anterior y regala su magnífica espada.

Según su director, con Tigre y dragón (2000) solo pretendía realizar la mejor película de artes marciales posible. Y si nos atenemos a las sofisticadas coreografías de lucha, que incluyen sorprendentes saltos y vuelos que desafían a la lógica y provocan sorpresa y, a partes iguales, admiración y risas, el resultado es una película que no nos deja indiferentes.

Pero el mérito de esas coreografías tan hipnóticas no sería suficiente para convertir a esta película en algo especial. El mérito finalmente reside precisamente en todo aquello que se sale de lo habitual en el género. 

Por una lado, tenemos una fotografía y una banda sonora de una belleza incuestionables que le dan una calidad a la cinta deslumbrante. Otro acierto es que, a pesar de su larga duración, no sentimos que le sobre ni un minuto de metraje: la historia fluye armoniosamente y, a pesar de su sencillez, consigue mantenernos expectantes, ansiosos de ver qué nos depara la siguiente escena. Y ello funciona tan bien gracias a la construcción de los personajes. Cada uno de los protagonistas tiene una historia detrás donde se mezclan amor, esperanza, dolor, muerte, venganza, deseo y oscuridad. Y es ahí donde Tigre y dragón logra adquirir una profundidad mayor que la eleva por encima de una simple película de acción y es lo que consigue que nos impliquemos de lleno en la historia.

Esto no impide reconocer que el argumento es bastante simple y algunos diálogos y situaciones parecen casi pueriles, lo que choca con otros momentos en que la cinta alcanza niveles casi poéticos, por lo que la sensación final es la de un extraño producto que a pesar de su simpleza consigue llegarnos al corazón. Tal vez le falte profundidad, pero no debemos olvidar que estamos ante una película de artes marciales, lo que explica ese desequilibrio.

La película ganó cuatro Oscar: mejor película extranjera, mejor banda sonora, mejor fotografía y mejor dirección artística.