El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.
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sábado, 14 de mayo de 2022

Los que no perdonan



Dirección: John Huston.

Guión: Ben Maddow (Novela: Alan LeMay).

Música: Dimitri Tiomkin.

Fotografía: Franz Planer.

Reparto: Burt Lancaster, Audrey Hepburn, Audie Murphy, John Saxon, Charles Bickford, Lillian Gish, Albert Salmi, Joseph Wiseman, June Walker, Doug McClure.

A los Zachary, una familia de ganaderos de Texas, las cosas les van bastante bien y esperan hacer buenos negocios con la venta de ganado. Sin embargo, todo se complica con la llegada de Abe Kelsey (Joseph Wiseman), un viejo vagabundo que afirma que Rachel Zachary (Audrey Hepburn) es de raza india.

Curioso western del curioso John Huston, famoso por la accidentada realización, con el conocido accidente de Audrey Hepburn que le provocó una lesión en la espalda primero y un aborto después. La única aparición de esta hermosa actriz en un western seguro que no le dejó un grato recuerdo.

Pero Los que no perdonan (1960) reúne méritos suficientes para que dejemos de lado los detalles del rodaje para centrarnos en un relato denso donde vemos cómo el western estaba alejándose de su tradición clásica para adentrarse en temas y aspectos polémicos. 

Los que no perdonan se centra en el tema del racismo, en el odio entre los blancos y los indios. Este tema ya lo había abordado John Ford en su legendaria Centauros del desierto (1956). Pero en esta ocasión, al contrario que en el film de Ford, son los blancos los que han adoptado a una niña india y es su familia de sangre la que pretende recuperarla. Pero si en Centauros del desierto los indios aceptaban sin reservas a la joven blanca, integrada plenamente en sus costumbres, aquí los blancos no son capaces de perdonar el origen de Rachel y, a pesar de ser una más en su comunidad desde su infancia, el odio es demasiado fuerte como para que puedan aceptarla una vez que descubren que tiene sangre india. Incluso su hermanastro Cash (Audie Murphy) la repudia por su raza.

La película empieza con un tono ligero que no anuncia para nada lo que sucederá después. Pero con la primera aparición del viejo Kelsey se incluye una nota de intriga que marcará el cambio de rumbo. La película se va volviendo poco a poco más dramática, con una muy inteligente graduación de los acontecimientos: Ben (Burt Lancaster) y Cash salen a "cazar" a Kelsey en medio de una tormenta de arena, los sentimientos racistas de Cash se manifiestan sin reservas con la presencia del indio Portugal (John Saxon), los kiowas se presentan en casa de los Zachary reclamando a Rachel...

Me pareció una muy inteligente graduación de la tensión dramática que mantiene el interés en todo momento, en especial con la duda sobre la verdadera identidad de Rachel, perfectamente llevada hasta la escena del linchamiento de Kelsey, para mi la mejor de toda la película y donde asistimos al estallido de rabia incontrolable por parte de Mattilda Zachary (Lillian Gish) al ver peligrar la paz y estabilidad de su familia. Esto plantea un tremendo interrogante, pues entendemos que Mattilda pretenda proteger a su familia, pero la manera de hacerlo es incuestionablemente repudiable; igualmente que cuando Ben y Cash intentaron acabar con Kelsey la primera vez. Si no podemos justificar el racismo de los vecinos de los Zachary, tampoco en esta familia están libres de culpa. Como se ve, en el nuevo derrotero que está tomando el western, las líneas entre los buenos y los malos se van difuminando a pasos forzados.

Tras esta escena tan intensa, cuando llega el que debía ser el momento culminante de la película, el asedio de los indios a la casa de los Zachary, sentimos que queda algo empequeñecido ante la fuerza de la secuencia del linchamiento. Aún así, es un buen remate para una historia cuya intensidad no ha parado de aumentar hasta este estallido de violencia y muerte.

Y atención a los diálogos, que me sorprendieron por su fuerza y profundidad, lejos de las banalidades o estereotipos con que a veces el guionista sale del paso sin esfuerzo. En esta ocasión, merece la pena prestar atención a lo que se dice y a cómo se dice.

En cuanto al reparto, sorprende ver a Audrey Hepburn en un western y, a pesar de ello, encaja perfectamente en el papel de india. Además, la belleza, naturalidad y encanto de la actriz demuestran que se maneja perfectamente en cualquier circunstancia y género. Burt Lancaster era un habitual en este tipo de películas y además en esta ocasión lo encuentro mucho mejor que en otras actuaciones algo más teatrales, algo que le sucedía a veces. Es gratificante también contar la presencia de Lillian Gish, una veterana actriz y de las pocas del cine mudo que supo mantener el nivel con la llegada del sonoro. El resto del reparto ya no está a la misma altura, salvo Charles Bickford, bajando un par de peldaños los jóvenes, con una sobreactuación excesiva que atribuyo, no obstante, a las exigencias del guión; algo que se repite con mucha frecuencia en el cine de Hollywood, que parecía identificar juventud con atolondramiento.

John Huston no quedó muy satisfecho con el montaje final de la cinta, pues su denuncia del racismo era más explícita, pero el montaje de los productores, entre los que figuraba Burt Lancaster, prefirió aligerar algo ese aspecto y centrarse más en otros detalles, como la relación amorosa de Ben y Rachel, por ejemplo, que no deja de resultarme un tanto forzada, teniendo en cuenta que Ben ejerció de hermano de Rachel toda su vida, con lo que su enamoramiento parece antinatural.

Como se puede ver, Los que no perdonan no deja de ser un western muy peculiar y, en lineas generales, a pesar de no terminar siendo como el director quería, me parece un film con grandes méritos para reivindicarlo como uno de los mejores de la etapa postclásica del género.

viernes, 22 de diciembre de 2017

Los que no perdonan



Dirección: John Huston.
Guión: Ben Maddow (Novela: Alan Le May).
Música: Dimitri Tiomkin.
Fotografía: Franz Planer.
Reparto: Burt Lancaster, Audrey Hepburn, Audie Murphy, Charles Bickford, Lillian Gish, Doug McClure, John Saxon, Albert Salmi, Joseph Wiseman.

Un día, un misterioso anciano se presenta en la propiedad de la familia Zachary afirmando que la hermana menor, Rachel (Audrey Hepburn), es en realidad una india kiowa. Cuando el rumor se extiende y llega a oídos de los indios, éstos reclaman a la joven.

John Huston no fue un director que sintiera predilección por el western, en su larga carrera solo dirigió dos: el que nos ocupa ahora y El juez de la horca (1972). Y en ambas dejó su impronta personal.

Los que no perdonan (1960) podría ser el caso contrario a Centauros del desierto (John Ford, 1956). Si en la película de Ford son los blancos los que buscan a una niña raptada por los indios, aquí son los kiowas los que reclaman a los hombres blancos a una niña de su tribu. En ambos casos se trata de enfrentarse al tema del racismo.

La película de Huston me pareció un tanto excesiva, o teatral, como quiera decirse. En este sentido me recordó a Duelo al sol (King Vidor, 1946), donde el drama parecía reinar absolutamente sobre todo sin medida. En Los que no perdonan es excesivo tanto el drama como la comedia. La película arranca de un modo un tanto bucólico y amable, lo que se ve claramente en la comida de los Zachary con sus vecinos, los Rawlins, y el juego de pretendidos-pretendientes, que visto hoy en día roza lo ridículo.

Y cuando la película entra en materia y deja definitivamente, o casi, el tono ligero, el drama surge en toda su plenitud. Es el tono elegido por Huston para su relato, donde se constata claramente su ambición por ofrecernos un film intenso, que nos deje indiferentes.

Ben Zachary (Burt Lancaster) está dispuesto a matar al viejo Abe (Joseph Wiseman) por perturbar la paz familiar con rumores y sale a darle caza con su hermano Cash (Audie Murphy). La matriarca Mattilda Zachary (Lillian Gish) no duda en ahorcar a Abe para acallar de una vez por todas su verdad, porque la que ha mentido toda la vida es en realidad ella.

Por todo ello, es complicado que nos identifiquemos con los Zachary; produciéndose el caso curioso de que sentimos más afinidad con los indios, que finalmente reclaman, pacíficamente en un principio, a una miembro de su raza que con estos ganaderos un tanto radicales.

Si a este tratamiento tan extraño del tema principal unimos la relación entre Ben y Rachel, con insinuaciones de ella y el compromiso final de ambos en matrimonio, no podemos llegar a otra conclusión que estamos ante un western decididamente atípico y bastante polémico.

Quizá lo más destacable de todo sea finalmente el reparto, sobre todo por la presencia de Audrey Hepburn, con un magnetismo especial, y de Lillian Gish, veterana de los comienzos del cine y que aún era un regalo verla actuar. En el lado masculino, me quedaría con Charles Bickford, un secundario de lujo. Burt Lancaster, sin terminar de convencerme demasiado, en esta ocasión está más contenido que en otros trabajos suyos, lo cuál es de agradecer.

La película también sufrió ciertos problemas que han quedado para la historia. Por un lado, Audrey estaba embarazada cuando rodaba el film y una caída de un caballo le produjo un aborto. Por otra parte, John Huston se las tuvo con los productores y la película sufrió algunos retoques en la sala de montaje, no quedando la copia final como hubiera deseado el director.

En todo caso, estamos ante un film complejo, que va más allá de ser un mero western al uso, y es que en 1960 el western ya no era el western de su época clásica, sino un vehículo para expresar otros muchos problemas.