El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 7 de agosto de 2019

Mejor... imposible



Dirección: James L. Brooks.
Guión: Mark Andrus y James L. Brooks.
Música: Hans Zimmer.
Fotografía: John Bailey.
Reparto: Jack Nicholson, Helen Hunt, Greg Kinnear, Cuba Gooding Jr., Skeet Ulrich, Shirley Knight, Jesse James, Lawrence Kasdan.

Melvin Udall (Jack Nicholson) es un escritor aquejado de un trastorno obsesivo-compulsivo, además de ser una persona terriblemente desagradable para todo el que se cruza en su camino.

Cuando vi por primera vez Mejor... imposible (1997) me pareció una comedia forzada; todo en ella tenía algo de exageración, empezando por el personaje de Melvin, misántropo, egoísta, maniático y grosero y que, ¡oh sorpresa!, no solo esconde un corazón de oro, sino que termina llevándose a la chica, que casi podría ser su hija. La historia de amor me parecía tan improbable como me lo sigue pareciendo ahora, tras ver de nuevo la película de Brooks.

Sin embargo, he de reconocer que Mejor... imposible tiene algunos puntos interesantes que la elevan un peldaño por encima de las comedias románticas que estamos acostumbrados a soportar.

En primer lugar, el guión está muy bien trabajado. Se nota que Mark Andrus y el propio director no se limitaron a salir del paso con una historia resultona. Los diálogos están cuidados y se adivina el interés por construir un relato con entidad, con unos personajes profundos, con personalidades bien desarrolladas y sin reducirlos a clichés.como suele suceder demasiado a menudo en comedias de este estilo.

Es agradable observar a un homosexual como Simon (Greg Kinnear) que no esté obsesionado todo el rato con el sexo y el ligoteo y que no abuse del mariposeo, tópicos con los que casi siempre se suele presentar a los homosexuales, como riéndose de ellos. Simon no solo merece nuestro respeto como persona, sino que sus problemas nos conmueven, porque son expuestos con franqueza y su dolor por el rechazo de su padre es del todo sincero y podemos ponernos en su piel y comprender lo que sentiríamos si nos pasara a nosotros.

El personaje de Carol (Helen Hunt) está un poco menos conseguido que el de Simon desde mi punto de vista. En concreto, que acabe con Melvin parece más por culpa de su necesidad de ser amada por un hombre, una carencia que queda del todo clara, que por los atractivos de él. ¿Cómo explicar que Carol se pueda enamorar de un tipo borde, insufrible y egoista y que, además, es mucho mayor que ella? La explicación que se da en el film (La primera vez que te vi me pareciste atractivo) me parece a todas luces cogida con alfileres.

Lo que está fuera de cualquier duda es que Helen Hunt, con un trabajo excepcional, sabe dotar a su personaje de una dimensión que traspasa la pantalla. El gran acierto, sin duda de Mejor... imposible es haber podido contar con ella y con Greg Kinnear en el reparto. Bueno, y para muchos también con Jack Nicholson. Es evidente que es un gran actor, ha dejado muestras de ello a lo largo de carrera. Sin embargo, con él me sucede que tiene una personalidad tan marcada que sus trabajos, por lo general, me parece como si se repitieran siempre, sea cual sea su personaje. No digo que su interpretación no resulte convincente, pero no deja de ser la misma a la que nos tiene acostumbrados.

Otro punto a favor de Mejor... imposible es que no intenta ser graciosa a toda costa. Es una comedia, sí, pero el peso decisivo en la historia proviene del drama que está presente a lo largo de todo el metraje. Bien mirada, es más una historia dolorosa sobre las dificultades de la vida y las relaciones humanas, llenas de dolor, incomprensión, crueldad o soledad, que un film divertido. Lo de comedia le viene por el tono ligero con que se describen los dramas, sin cebarse en el dolor que retrata y, en especial, en el mensaje positivo que refleja, con ese final un tanto improbable donde los tres protagonistas ven como se van solucionando sus problemas y, de manera casi mágica, encuentran en sus dificultades una salida gratificante que compensa los malos momentos vividos.

Sin embargo, el hecho de forzar las cosas para que todo termine bien, con la increíble transformación de Melvin en una persona casi normal que ayuda a sus vecinos, vuelve a poner el foco en lo censurable de una historia demasiado manipulada con los típicos propósitos moralistas y bienintencionados del Hollywood más comercial.

Así todo, con sus defectos, excesos e improbabilidades de la historia, he de reconocer que Mejor... imposible, aceptando que el guión termina pareciéndose más a un cuento optimista que a un retrato veraz de la realidad, es una película de la que se pueden sacar muchas más cosas de lo que creía en un principio.

Jack Nicholson y Helen Hunt recibieron el premio del Oscar como mejores actores principales por sus trabajos.

jueves, 1 de agosto de 2019

French Connection II



Dirección: John Frankenheimer.
Guión: Robert Dillon, Laurie Dillon y Alexander Jacobs.
Música: Don Ellis.
Fotografía: Claude Renoir.
Reparto: Gene Hackman, Fernando Rey, Bernard Fresson, Jean-Pierre Castaldi, Charles Millot, Cathleen Nesbitt, Ed Lauter.

"Popeye" Doyle (Gene Hackman) viaja hasta Marsella con el fin de atrapar a Alain Charnier (Fernando Rey), narcotraficante que había logrado escapársele durante su estancia en Nueva York.

Tras el éxito de The French Connection (William Friedkin, 1971), premiada nada menos que con cinco Oscars, John Frankenheimer se ocupó cuatro años después en darle continuidad y desenlace al final abierto de la primera entrega. Sin embargo, pasada la sorpresa que supuso la originalidad del film de Friedkin, Frankeheimer no logra llevar a buen puerto esta secuela.

El principal problema de The French Connection II es sin duda el guión, que intenta seguir los pasos del primero pero no logra mantener el nivel. Es más, la historia carece de verdadero nervio, se alargan las secuencias ante lo que parece el único recurso para darle cierta intensidad al relato. Incluso, algunas situaciones llegan a parecer esperpénticas, con lo que cuesta tomarse realmente en serio las aventuras francesas de Doyle, reducido a un comportamiento grosero y estúpido que, lejos de ahondar en el lado oscuro del policía, parece reducirlo a un estereotipo sin mucho sentido.

Una vez descompuesta la imagen del protagonista, todo lo demás parece perder coherencia: desde la captura de Doyle por Charnier hasta la larga tortura del mismo y su un tanto incomprensible liberación. Da la impresión que, a falta realmente de una buena idea para explotar la primera entrega, la historia se limita a una desganada puesta en escena de tópicos, como el enfrentamiento inicial de los dos policías, americano y francés, y a estirar hasta el agotamiento las escasas escenas de acción. El resultado es un film con un metraje a todas luces excesivo para lo que tiene que contarnos y que por momentos se hace muy cuesta arriba de seguir.

Incluso el buen trabajo de Gene Hackman en la película de 1971 se ve aquí seriamente lastrado por un guión que roza lo absurdo en cuanto al dibujo de su personaje. Si en The French Connection "Popeye" era un policía rudo, aquí es un maleducado sin mucho cerebro y casi nos alegramos de lo que llega a sucederle, lo que no deja de ser un despropósito.

Es lógico que en la España de la época, un tanto aislada del mundo por la dictadura, la exportación de un actor como Fernando Rey levantara alabanzas varias. Sin embargo, siento admitir que su trabajo, sin ser malo, tampoco me parece nada del otro mundo. Aporta su elegancia natural al señor Charnier y poco más.

Sigue el enfoque realista de la primera, con una imagen de Marsella y sus bajos fondos realmente lograda, que le confiere al film, como sucedía con la primera película, un aire de bastante verosimilitud, cercano al documental. Puede que este sea el único aspecto en que The French Connection II mantiene el tipo frente a su predecesora.