El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 22 de julio de 2018

Sleepy Hollow



Dirección: Tim Burton.
Guión: Andrew Kevin Walker (Novela: Washington Irving).
Música: Danny Elfman.
Fotografía: Emmanuel Lubezki.
Reparto: Johnny Depp, Christina Ricci, Miranda Richardson, Michael Gambon, Casper Van Dien, Marc Pickering, Richard Griffiths, Ian McDiarmid, Christopher Walken, Christopher Lee, Martin Landau.

Nueva York, 1799. El agente de policía Ichabod Crane (Johnny Depp), férreo defensor de los métodos de investigación científicos modernos, es enviado a un pequeño pueblo llamado Sleepy Hollow para investigar unos extraños crímenes que tienen una cosa en común: a las víctimas les han cortado la cabeza.

Sin duda, una de las características del cine de Tim Burton es que no se ajusta a los cánones habituales. Ello hace de sus películas algo diferente, que pueden gustarte muchísimo o todo lo contrario, pero seguro que no te dejan indiferente. Sin ser un admirador de este director, he de reconocer que Sleepy Hollow (1999) me parece un film especial, lleno de grandes cualidades.

El punto fuerte de la película es su inteligente guión a cargo del guionista de Seven (David Fincher, 1995), que vuelve a demostrar su talento para crear historias poderosas. Pero el guión no renuncia tampoco a la parodia, el humor negro y algunas sorpresas. El lograr que todo funcione sin fisuras es sin duda el punto más destacable del trabajo de Andrew K. Walker.

Es evidente que la investigación sobre los macabros asesinatos en Sleepy Hollow aporta un punto de interés innegable. Se trata de resolver un misterio, con lo atractivo que siempre resulta esto. Sin embargo, lo novedoso es ese toque mágico, sobrenatural de los crímenes, pues los habitantes del pueblo acusan de los asesinatos a un misterioso caballero sin cabeza que, teóricamente, ha muerto hace más de treinta años. Lógicamente, el racional y metódico agente Crane se niega a aceptar semejante disparate, al igual que la mayoría de los espectadores sensatos. Lo gracioso y sorprendente es que esa es la verdad, con lo que la historia adquiere una nueva dimensión, dejándonos, como al racional detective, más desconcertados que nunca.

Sin duda, este toque irracional es el punto fuerte de la historia, que deja de ser solamente un film policíaco para adquirir toques fantásticos. Pero Tim Burton no se contenta con esto. Fiel a una imaginación desbordante, le aporta al relato unos toques de humor muy oportunos, que convierten al héroe de la historia en un ser desconcertado, miedoso y superado por cuanto le rodea, lo mismo que los espectadores. Puede que estos detalles de humor, para algunos, rompan el clímax dramático del relato. Pero también es verdad que aportan un elemento más de sorpresa, humanizando al detective que, a su vez, resulta un tanto ridículo con sus estrambóticos aparatos de investigación. Es una manera de burlarse de la ciencia y abrazar el misterio de los cuentos de brujas, muertos vivientes y supersticiones. Sin duda, un punto de romanticismo muy original.

Y para que no falte nada, el director no se ahorra escenas macabras que convierten la película en un film de terror, si bien tan original que uno valora en su medida la inteligencia con que esos detalles sangrientos se integran y realzan la historia, dejando de ser meros adornos o simples detalles vomitivos, como suele ser habitual en las películas de terror al uso.

Quizá la parte de la historia que se queda menos definida y resulta además poco convincente, es la historia de amor entre el detective y la joven Katrina (Christina Ricci), tal vez por no dedicarle el guión el tiempo suficiente ni por apreciar una especial química entre Depp y Ricci. En todo caso, dentro de la historia, no deja de ser un pequeño añadido sin demasiado peso específico.

Sleepy Hollow cuenta con un atractivo añadido, al menos para mí, como es la presencia de Johnny Depp en el papel principal. Creo que es un actor idóneo para ese rol, aparte de sentir predilección por su naturalidad, frescura e incuestionable talento.

Una de las señas de identidad del director queda patente en la ambientación que, por supuesto, merece un comentario aparte. Las casas del pueblo, los espantapájaros en los campos, las calabazas, la niebla, el bosque amenazador, la bruja, la casa de Crane cuando era niño, el árbol tumba... todo ello es un ejercicio perfecto para crear un decorado que resalta el relato y le da una dimensión irreal, amenazadora y onírica.

Parece que Tim Burton quiso rendir un homenaje a las películas de terror de la productora británica Hammer, con ese aire misterioso, gótico y algo decadente, el gusto por la sangre y mujeres de pronunciados escotes. Además, por si todo ello no fuera suficiente, la presencia de Christopher Lee vendría a reforzar esa idea.

Sin duda alguna, estamos ante un relato que nos atrapa desde el principio, por su misterio, su fuerza, sus detalles espeluznantes, su protagonista ... una historia que en manos de otro director habría sido quizá más prosaica y que con Tim Burton se convierte en una experiencia surrealista, cautivadora, divertida y espeluznante. Un coctel maravilloso de terror, humor y misterio.

sábado, 21 de julio de 2018

Alec Guinness



Si hay un actor camaleónico por excelencia este es sin duda Alec Guinness, y el mejor ejemplo de esa cualidad de adoptar y adaptar cualquier papel lo tenemos sin duda en la película Ocho sentencias de muerte (Robert Hamer, 1949), donde el actor interpreta a los ocho personajes del título, incluida una mujer.

Sin embargo, más allá de esa facilidad para cambiar de piel, lo más sorprendente de este actor es su inconmensurable talento. Y eso que no encajaba del todo con el prototipo de galán del star system americano. Por suerte, Alec había nacido en Inglaterra.

Hijo de una madre soltera, nació en Londres el dos de abril de 1914, y jamás supo quién fue su padre. De naturaleza tímida, de pequeño fue un niño solitario que encontraría en la interpretación la manera de expresarse ante los demás.

Si hablamos de vocación, ésta se le puede aplicar sin reservas a Alec Guinness, que ya en la escuela descubriría su gran pasión: actuar. Así que pronto se orientó hacia el mundo del teatro, estudiando en la Fay Compton Studio y debutando en 1934 en Queen Cargo, donde ya interpreta, a modo de premonición, a tres personajes diferentes. En esos años trabajará en algunas adaptaciones de Shakespeare y Chejov, cimentando su talento, al igual que habían hecho otros célebres actores británicos que habían comenzado en el teatro, como Laurence Olivier, Ralph Richardson o John Gielgud. El propio actor reconocía en sus memorias que acudir al teatro, maquillarse y salir a escena era lo que más le gustaba en la vida.

Sería su trabajo en Grandes esperanzas, adaptación teatral de la novela de Charles Dickens, en 1939, lo que despertará la atención del director David Lean y, tras el paréntesis de la Segunda Guerra Mundial, éste lo llamaría para trabajar en su adaptación al cine de esa misma obra, bajo el título de Cadenas rotas (1946). Aunque había aparecido en un papel muy secundario y sin acreditar en la película La canción del crepúsculo (Victor Saville, 1934), éste trabajo con Lean debe ser considerado el verdadero debut de Alec Guinness en el cine; y el comienzo también de una fructífera relación entre el director y el actor que nos dejará, como veremos más adelante, algunas gloriosas películas que están entre lo mejor de los dos artistas y que forman ya parte de la historia del cine.

En 1948 repite con otra adaptación literaria de Dickens: Oliver Twist, también bajo las órdenes de David Lean, y donde podemos verlo en una de sus caracterizaciones más logradas y recordadas: el ladrón Fagin, donde está casi irreconocible. Lean consigue en este drama retratar con crudeza los bajos fondos de la sociedad inglesa de aquella época.

Sin embargo, será trabajando en los famosos estudios Earling y sus disparatadas comedias donde Guinness irá cimentando su carrera, apoyado en una versatilidad asombrosa, como demuestra en la ya mencionada Ocho sentencias de muerte (Robert Hamer, 1949). Del mismo año es A Run for Your Money (Charles Frend), sobre dos mineros galeses que ganan un premio de 100 libras y entradas para un partido de rugby en Londres.

En 1950, cambiando de registro, rueda el drama Las últimas vacaciones (Henry Cass), sobre un hombre que descubre que le poco tiempo de vida y decide pasarlo disfrutando de sus últimos meses en un lujoso hotel. Ese mismo año rueda El diablillo y la reina (Jean Negulesco), volviendo de nuevo a la comedia. La película narra como un niño, deseando conocer a la reina Victoria, se cuela en el palacio.

Alec Guinness tendrá la suerte de trabajar en algunas de las más míticas comedias de los estudios Earling, como Oro en barras (Charles Crichton, 1951), interpretando a un empleado de banco que, cansado de su triste vida, planea el robo de oro de su empresa. Por este trabajo recibirá su primera nominación al Oscar como mejor actor. 

En 1951 protagoniza también la comedia El hombre del traje blanco (Alexander MacKendrick), en el que da vida a un inventor que crea el traje irrompible y que no se mancha, lo que provocará la oposición de industriales y obreros del textil por miedo a quedarse sin trabajo. El personaje (Ronald Neame, 1952) es otra amable comedia sobre un joven ambicioso con pocos escrúpulos.

Esta década será muy fructífera y el actor no dejará de rodar una película tras otra. Son obras menores, pero con algunos hitos en la historia del cine inglés del momento. Así, en 1953 participa en dos películas más: El paraíso del capitán (Anthony Kimmins), sobre un marino con dos amores en diferentes ciudades, e Historia de Malta (Brian Desmond Hurst), un drama bélico ambientado en la Segunda Guerra Mundial.

En 1954, mientras rodaba El detective (Robert Hamer), en el que Guinness da vida al padre Brown, un párroco con alma de detective, el actor y su esposa de convertirán al catolicismo. También con Robert Hamer trabajará en A París con el amor (1955), de nuevo una comedia romántica ligera. Y ese año, 1955, también dará para un drama como El prisionero (Peter Glenville), donde Alec Guinness será un cardenal acusado de traición dentro del marco de la Segunda Guerra Mundial. Para la televisión, rodará Baker's Dozen (Desmond Davis).

Pero la película más importante de ese año será El quinteto de la muerte, de nuevo a las órdenes de MacKendrick. Se trata de una célebre comedia negra, convertida ya en un clásico del cine inglés, sobre un grupo de ladrones que instalan su cuartel general en casa de una anciana a la que, cuando descubre sus planes, intentarán silenciar. La película tuvo un muy buen remake en 2004 dirigido por los hermanos Coen y donde el personaje de Alec Guinness será interpretado en esta ocasión por Tom Hanks.

Con El cisne (Charles Vidor, 1956), el actor da el salto a Estados Unidos. La película es un melodrama sobre una joven obligada a casarse con un hombre al que no ama. Ambientada en Europa, comparte cartel con Grace Kelly, que ese mismo año se retiraría del cine para convertirse en princesa de Mónaco.

Sin embargo, Alec Guinness seguía siendo a estas alturas básicamente un buen actor inglés. El salto definitivo a la fama mundial y el reconocimiento a su descomunal talento le llegará de la mano de su descubridor para el cine, David Lean, y su soberbia El puente sobre el Río Kwai (1957), con la que ganará el Oscar al mejor actor dando vida al polémico coronel Nicholson, cuyo sentido del deber y fidelidad a las normas le lleva a un acto que se asemeja mucho a la traición. La película, soberbio film que trasciende el género bélico para mostrarnos una reflexión muy profunda sobre el ser humano y conceptos como la obediencia, el deber o la disciplina, ganó siete Oscars y dejó claro que su protagonista era un actor colosal.

De nuevo en los estudios Earling, el actor rodará Barnacle Bill (Charles Frend, 1957), comedia sobre un marino que le tiene miedo al mar. Sigue al año siguiente, en Inglaterra, con otra comedia, Un genio anda suelto (Ronald Neame), donde será un excéntrico pintor londinense y por la que recibió una nueva nominación al Oscar, pero esta vez por el guión de la película, adaptado por el propio actor. Y, de nuevo a las órdenes de Robert Hamer, rodará en 1959 un film de intriga, Donde el círculo termina, en la que un acaudalado conde engaña a un hombre que se le parece muchísimo y le obliga a hacerse pasar por él.

Vuelve a trabajar para la televisión ese mismo año en la serie Startime, en esta ocasión en Estados Unidos. La serie se componía de varios capítulos independientes, como uno de Alfred Hitchcock u otro que hacía un remake de El cantor de Jazz, con Jerry Lewis. El episodio protagonizado por Guinness era The Wicked Scheme of Jebal Deeks, sobre un empleado de banca que en veinte años no ha recibido ningún ascenso, lo que le lleva a intentar cambiar su situación, y le supuso al actor ser nominado a los Emmy como mejor actor.

Esta fructífera década en la carrera de Guinness se cierra con su trabajo en Nuestro hombre en La Habana (Carol Reed, 1959), adaptación de la conocida novela de Graham Greene, donde interpreta a un comerciante inglés que se ve involucrado, contra su voluntad, en el mundo del espionaje.

El broche de oro a esta prodigiosa década lo pondrá su nombramiento como Caballero en 1959 por la Corte británica, por sus méritos como actor. Desde entonces será Sir Alec Guinness.

La década de los 60, crucial en la carrera del actor, comienza con un drama militar inglés en torno a la disciplina que quiere imponer el nuevo oficial al mando de un regimiento, Whisky y gloria, de Ronald Neame. Y siguiendo con esa alternancia de continentes, la siguiente película de Alec Guinness la rueda para la Warner. Se trata de un drama con toques de comedia dirigido por Mervyn LeRoy, A Majotity of One (1961), sobre la relación amorosa de una judía y viudo japonés, papel interpretado por Alec Guinness. Al año siguiente regresa la cine inglés con Motín en el Defiant (Lewis Gilbert), que viene a ser la réplica de la Columbia Pictures a Rebelión a bordo (Lewis Milestone), de la Metro, y que se estrenó también ese mismo año.

Pero la película que marcará ese 1962 será, de nuevo de la mano de David Lean, la espectacular Lawrence de Arabia, donde encarna a un astuto y algo desengañado Príncipe Feysal, con una nueva caracterización más, esta vez de árabe. La película, sobre la vida del polémico y enigmático militar inglés se llevó siete Oscars, demostrando de nuevo la genialidad del director para las grandes super producciones, siempre con mucho más que contar que las meras hazañas militares.

En 1964 participó en el reparto de La caída del Imperio Romano (Anthony Mann) dando vida a Marco Aurelio. Con Situación desesperada, pero menos (Gottfried Reinhardt, 1965), Guinness regresa a la comedia, esta vez en un ambiente militar, donde se cuenta cómo un funcionario alemán mantiene a dos militares americanos prisioneros una vez terminada la Segunda Guerra Mundial.

Y en 1965 también, otra vez con David Lean, Alec Guinness vuelve a crear unos de sus personajes inolvidables al interpretar a Yevgraf, el hermano comunista de Yuri en Doctor Zhivago, la tercera gran super producción de Lean ganadora esta vez de cinco Oscars. De nuevo una obra maestra, un film espectacular, hermoso y cautivador, sobre la naturaleza humana expuesta a situaciones extremas. Será la última gran película de Lean.

A estas alturas, Alec Guinness es una figura reconocida en todo el mundo, actuando tanto como protagonista como gran secundario en muchas películas. Sin embargo, cualquier papel que interpreta lo dota de una profundidad inusual, creando personajes que han pasado a la historia del cine sin ser precisamente las primeras figuras del reparto, como en el caso de Doctor Zhivago, donde comprobamos cómo llena la pantalla en las breves escenas en que es protagonista. Su personaje destila fuerza y autoridad, pero a la vez es capaz de dotarlo de un lado amable, comprensivo y hasta tierno.

Hotel Paradiso (Peter Glenville, 1966), una comedia romántica que había tenido gran éxito en su versión teatral, con Alec Guinness también de protagonista, fue su siguiente película, ambientada en un hotel que sirve de lugar de encuentro para citas románticas. A esta película le siguió, ese mismo año, Conspiración en Berlín (Michael Anderson), un thriller de espionaje no demasiado brillante.

En 1967, con Los comediantes, vuelve a trabajar a las órdenes de Peter Glenville. Con guión de Graham Greene, autor de la novela en que se basa la película, ésta destaca especialmente por el buen reparto, donde Guinness comparte cartel con Richard Burton, Elizabeth Taylor, Peter Ustinov y Lillian Gish en una trama centrada en el Haiti de Duvalier.

En 1969 participó en un capítulo de la serie de televisión Thirty-Minute Theatre, una serie de la BBC de capítulos cortos que servía de entrenamiento para nuevos escritores y que se extendió de 1965 a 1973. Y también intervino en otra serie en la misma época, ITV Saturday Night Theatre, serie de la ITV entre 1969 y 1974, que también era una especie de campo de entrenamiento para escritores y actores que empezaban sus carreras.

En 1970 será el rey Carlos I en Cromwell (Ken Hughes), drama histórico donde nos deja otro más de su impecables trabajos. También en 1970 participará en un proyecto del todo diferente: el musical Muchas gracias, Mr. Scrooge (Ronald Neame), que no es más que una nueva adaptación de Cuento de Navidad de Charles Dickens.

Con un papel secundario, Guinness trabajará en Hermano sol, hermana luna (Franco Zeffirelli, 1972), una producción italiana sobre la vida de Francisco de Asis.

Al año siguiente será el protagonista de Hitler: los diez últimos días (Ennio De Concini), que retrata los últimos días de Hitler en el poder. Para la televisión rodará The Gift of Friendship (Mike Newell, 1974). Y repetirá para la televisión en Caesar and Cleopatra (James Cellan Jones, 1976) interpretando a Júlio César.

Volverá a la comedia en la surrealista y disparatada Un cadáver a los postres (Robert Moore, 1976), donde encarna a un genuino mayordomo... ciego en esta pequeña parodia que se burla de las novelas de detectives.

Y con La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977), que más tarde, con la aparición de nuevos episodios de la saga cambiaría su título por La guerra de las galaxias. Episodio IV: Una nueva esperanza, le llegaría uno de sus papeles más conocidos: el de Obi-Wan Kenobi, el maestro Jedi que enseña al joven Luke Skywalker. Por este trabajo volvió a ser nominado al Oscar como mejor actor de reparto.

Sin embargo, a pesar del éxito de la película y la gran aceptación de su papel por los fans de la saga, Alec Guinness no se sentirá muy a gusto en esta producción, que le parecía una solemne tontería. Solamente aceptó el trabajo por las excepcionales condiciones económicas del acuerdo, con una participación en los beneficios que resultó muy beneficiosa para él y que le obligaba a participar también en las continuaciones El imperio contrataca (Irvin Kershner, 1980) y El retorno del Jedi (Richard Marquand, 1983). Incluso la muerte de su personaje en el film se 1977 se dice que fue una petición suya para poder dejar el proyecto.

En esa época, Alec Guinness rodará dos mini series de televisión dando vida a George Smiley, el agente secreto protagonista de las novelas de John Le Carré. Son Calderero, sastre, soldado, espía (John Irving, 1979) y Los hombres de Smiley (Simon Langton, 1982). Una vez visto su trabajo, resulta imposible concebir otro actor más apropiado para encarnar al astuto y discreto agente británico.

En 1980, la academia de Hollywood le otorgaría su segundo y último Oscar, esta vez honorífico, en reconocimiento a su gran contribución a la historia del cine.

No siempre participó en buenas películas y un buen ejemplo de ello es Rescaten el Titanic (Jerry Jameson, 1980), una película ambiciosa pero fallida que intenta mezclar drama con thriller sin mucha convicción.

En 1980 también trabajó en una película para la televisión, medio que, como se ve, nunca despreció, El pequeño Lord (Jack Gold), adaptación de una novela de Frances Hodgson Burnett y que es un remake de la película de 1936 dirigida por John Cromwell, que narra las aventuras de un niño americano que resulta ser el heredero de un noble inglés, por lo que tendrá que ir a vivir a Inglaterra.

En 1983 trabajará en Loco de amor (Marshall Brickman), donde a un psiquiatra enamorado de una paciente se le aparecerá el espíritu de Sigmund Freud, papel interpretado por Alec Guinness.

En 1984 rodará su última película con David Lean, Pasaje a la India, donde será un excéntrico brahmán, en una nueva y divertida caracterización más, sin duda una de sus señas de identidad más reconocida. Y en ese mismo año será el protagonista de una comedia para la televisión, Edwin (Rodney Bennett), sobre un juez retirado que intenta averiguar si su esposa le ha sido infiel. Y sin salir del mundo de la televisión, el actor participó también en la serie Great Performances en 1987.

Su última nominación a los Oscar, también como actor secundario, le llegaría por otra adaptación de una novela de Dickens, La pequeña Dorrit (Christine Edzard, 1988), demostrando que la edad no le había restado ni una gota de talento.

Alec Guinness siguió en activo con pequeños papeles en películas inglesas, como en Un puñado de polvo (Charles Sturridge, 1987), adaptación de una novela de Evelyn Waugh, sobre la aventura extra matrimonial de una joven cansada de su vida, o en Kafka, la verdad oculta (David Soderberg, 1991), drama biográfico en torno a la figura del escritor.

Participará en 1992 en un capítulo de la serie de televisión Performance, sobre textos clásicos y contemporáneos de escritores como Shakespeare o Chejov. Y vuelve a repetir en la serie de la BBC Screen One en 1993.

Finalmente, en 1995, Testigo mudo (Anthony Waller) nos deja su último trabajo en el cine, un thriller modesto sobre una testigo de un asesinato muda. Sin embargo, su último trabajo tras las cámaras tendrá lugar al año siguiente en la comedia para televisión El día del esquimal, de Piers Haggard.

Los últimos años de su vida los pasó retirado en el sur de Inglaterra, llevando una tranquila vida junto a su esposa. Morirá el cinco de agosto del año 2000, con 86 años.

Alec Guinness fue Papa, dictador, príncipe árabe, ladrón, japonés, brahmán hindú, agente secreto, militar, mayordomo, emperador romano, rey y hasta mujer. Y siempre nos dejó un trabajo directo, aparentemente sencillo, sin artificios, pero totalmente convincente, personal e inimitable. Un actor versátil, modesto y muy cercano. Su lugar entre los mejores es indiscutible.

domingo, 15 de julio de 2018

La huella



Dirección: Joseph Leo Mankiewicz.
Guión: Anthony Shaffer (Teatro: Anthony Shaffer).
Música: John Addison.
Fotografía: Oswald Morris.
Reparto: Laurence Olivier, Michael Caine.

Andrew Wyke (Laurence Olivier), un famoso escritor de novelas policíacas, invita a su casa a Milo Tindle (Michael Caine), un peluquero de origen italiano amante de su mujer, para proponerle el robo de unas joyas que los beneficiará a los dos.

No siempre las adaptaciones al cine de obras teatrales resultan del todo convincentes, pues a menudo no se puede disimular ese origen, donde la rigidez de escenario suele jugar en contra de la agilidad que se le supone al cine. Sin embargo, tenemos honrosas excepciones y este es el caso de La huella (1972), donde no solo no se disimula su procedencia, sino que resulta casi un atractivo más, centrándose la acción en el duelo magistral de los dos protagonistas con un escenario claustrofóbico y amenazante plagado de juguetes un tanto siniestros.

Lo primero que habría que destacar de la película es el ingenioso guión en que se sustenta. Anthony Shaffer nos demuestra cómo el uso de pequeños engaños y giros inesperados en la historia no tiene porqué ser un defecto si estos trucos son traídos de manera inteligente. Y esto es precisamente lo que sucede en La huella, donde la intriga te va atrapando tras un inicio aparentemente inocente, pero que se va complicando en un duelo de ingenio y engaños entre un escritor vanidoso y un buscavidas.

La huella está llena de diálogos agudos, juegos que no son para nada inocentes y un análisis ácido de la sociedad inglesa, con su nítida división en clases, y de la propia condición humana, llevada al límite, lo que provocará que broten los instintos más básicos del ser humano.

Pero también es un duelo de inteligencias y de maneras de entender la vida. El escritor, con su vida resuelta y un gran éxito en su profesión, se puede permitir jugar con el peluquero. Para él, no es más que otro pasatiempo con que llenar su existencia un tanto solitaria y dar rienda suelta a su sentimiento de superioridad, moral e intelectual. Sin embargo, no valora en toda su complejidad la figura de su rival. Y es que Milo, al contrario que Wyke, ha tenido que luchar por buscarse un puesto en la sociedad, una sociedad para la que siempre será una especie de paria. Milo si juega a algo es por su propia existencia y en esa lucha no puede permitirse ni un fallo, pues sería su ruina y su final. De ahí que no se tome la broma macabra de Andrew como un simple juego. Él, acostumbrado a luchar por cada logro en su vida, no puede aceptar esa humillación sin más. Ha de demostrar que tiene derecho también a su honor, a su orgullo y a su dignidad.

Y todo este ingenioso juego se apoya en dos actores sublimes. Laurence Olivier está considerado, con razón, como uno de los mejores actores de la historia y lo demuestra con creces en un trabajo lleno de matices para un personaje complejo, entre el genio y el niño grande un poco pasado de vueltas. No parece sencillo estar a su nivel, pero Michael Caine lo consigue con una interpretación espectacular, demostrando un talento natural que se ha ido consolidando con el paso de los años.

Mankiewicz, un director elegante, amante de los buenos guiones, con diálogos siempre inteligentes y centrados en el ser humano, consigue aumentar la tensión con sutiles primeros planos de los juguetes de Wyke, consiguiendo un ambiente entre sombrío y amenazador, pero dejando el absoluto protagonismo al duelo de ingenio e interpretativo de los dos personajes.

Hoy en día es complicado poder disfrutar de historias tan meticulosamente planificadas, donde todo parece funcionar con precisión y, lo más importante, donde los giros de la historia jamás se perciben como meros engaños malintencionados, sino como un juego astuto y preciso que nos mantiene pegados a la pantalla, hipnotizados por un duelo de ingenio, prejuicios y orgullo.

Con cuatro nominaciones a los Oscars (dirección, los dos actores y la banda sonora original), La huella fue la última película de Mankiewicz, un director elegante y con mucho talento que se despidió del cine por la puerta grande.

viernes, 13 de julio de 2018

Una decisión peligrosa



Dirección: Henrik Ruben Benz.
Guión: Kelly Masterson (Novela: Marcus Sakey).
Música: Neil Davidge.
Fotografía: Jørgen Johansson.
Reparto: James Franco, Kate Hudson, Omar Sy, Tom Wilkinson, Diarmaid Murtagh, Anna Friel, Sam Spruell, Lasco Atkins, Diana Hardcastle.

Tom (James Franco) y Anna Wright (Kate Hudson) están pasando por serios problemas económicos cuando, en el sótano que tienen alquilado, encuentran a su inquilino muerto. Recogiendo sus pertenencias, dan con un maletín con mas de doscientas mil libras y deciden quedárselo.

La premisa de dos personas normales tentadas a cometer un delito no es nueva, pero creo que resulta siempre bastante estimulante porque sitúa al espectador en el mismo dilema que los protagonistas y le obliga a decidir si también haría lo mismo, a sabiendas de que no es muy ético que digamos. Las justificaciones de Tom y Anna para no devolver el dinero resultan pueriles, pero el guión se ha encargo de dibujar su dramática situación económica para que podamos comprender su decisión.

Sin embargo, no hay acto malo sin sus consecuencias, o al menos es lo que nos presenta Henrik R. Benz. Se puede tomar como una moral un tanto simplista, que lo es, o como una hábil estratagema para desarrollar el thriller.

Más allá de la premisa inicial, que para mí es un buen comienzo, hemos de ver cómo la desarrolla el guión, pues una buena idea desaprovechada puede ser peor que una mala idea bien exprimida. Y la verdad es que Una decisión peligrosa (2014) me resultó un film entretenido pero que va perdiendo interés justo cuando debería ser al contrario. Y es que conforme avanzamos hacia el desenlace, la intriga se va diluyendo y el desarrollo es más previsible y menos convincente.

A favor del director, he de confesar que el ritmo pausado que le da a la película me pareció bastante acertado. Además de otorgarle cierto aire de normalidad, alejándonos de otras propuestas muchos más peliculeras, creo que le va bien a la historia.

También me gustó la pareja protagonista, tanto James Franco como Kate Hudson presentan una apariencia alejada de esos protagonistas que van destilando aire a estrellas por los cuatro costados. En cambio, la elección de Tom Wilkinson, con ser un actor que me gusta mucho, no terminó de convencer; lo veo demasiado mayor para el papel.

Pero lo peor de Una decisión peligrosa es que cuando el film entra en materia, con los malos de turno acosando al matrimonio Wright, las buenas intenciones y la cuidada puesta en escena no son suficientes para disimular un guión que empieza a mostrar sus carencias. No es muy verosímil que el matrimonio protagonista vaya librándose de unos peligrosos criminales con tanta alegría. Hay maneras mucho más convincentes de plantear los mismo.

Y cuando llegamos al desenlace, con el duelo en la casa en obras, los errores anteriores se vuelven a reproducir, con un final del todo increíble, además de ser demasiado previsible, con lo que se pierde toda la emoción, pues podemos apostar sin miedo alguno de antemano lo que va a suceder en la casa.

Quizá, si el guionista hubiera llegado a articular un desenlace menos simplista, estaríamos hablando de algo más que un film entretenido, con un aire diferente y un intento de ofrecer un thriller con ciertos aspectos originales. Por desgracia, faltó la inspiración para construir una historia con más peso, más original y, especialmente, más creíble.

domingo, 8 de julio de 2018

El hombre de las sombras



Dirección: Pascal Laugier.
Guión: Pascal Laugier.
Música: Todd Bryanton.
Fotografía: Kamal Derkaoui.
Reparto: Jessica Biel, Jodelle Ferland, Stephen McHattie, Jakob Davis, William B. Davis, Samantha Ferris, Katherine Ramdeen, Teach Grant.

La localidad minera de Cold Rock ha entrado en crisis a raíz del cierre de la mina, dejando a la mayoría de sus habitantes en el paro. Por si fuera poco, hace tiempo que se suceden las desapariciones de niños, sin que la policía tenga ninguna pista.

Sin duda lo que nos llamará la atención de El hombre de las sombras (2012) es su originalidad, plagada de sorpresas en un guión extraño, intrigante y un tanto decepcionante en su conclusión.

Lo más destacado de la película es su primera parte, donde aparentemente nos encontramos con un film de suspense en torno a la desaparición de muchos niños del pueblo, que lo atribuye a un misterioso cazador, que llega a adquirir tintes de leyenda.

Laugier, además, sabe mantener la intriga con cierta facilidad, sin artificios, apoyándose en un retrato sobrio del pueblo en crisis, con una miseria y una tristeza que se percibe como si pudiera tocarse. Junto a la intriga a cerca de la desaparición de los niños, es este retrato de las gentes de Cold Rock lo más reseñable de esta parte del film.

El problema viene cuando Pascal Laugier comienza a desvelar su juego y va aclarando el misterio de los niños desaparecidos. Entonces, aún consigue algunos buenos momentos de emoción, mientras dura nuestro desconcierto inicial e intentamos ir encajando las piezas, colocando a cada personaje en el lugar que le corresponde. Sin duda, el guión demuestra aquí una sorprendente originalidad. En cierto modo, Laugier ha sabido jugar sus cartas.

El problema es que el desenlace va perdiendo fuerza conforme todo se va aclarando. Por una parte, somos conscientes del engaño a que hemos sido sometidos por el director, que juega con ventaja y nos ha llevado por donde más le interesaba. Eso no es malo en sí mismo, solamente que debe tener una justificación razonable y convincente.

Y la verdad, la explicación final, a parte de resultar excesivamente larga, no me terminó de convencer. Nadie en su sano juicio, y la protagonista no da la sensación de estar loca, podría justificar lo hecho con los niños. Cualquier explicación, por buena que fuera, y la que se da en la película no lo es, llegaría a resultar convincente.

Pero, además, hay otro problema añadido: como el director se dedicó en la primera mitad del film a despistarnos, centrándose en lo accesorio principalmente, en realidad nos damos cuenta que los personajes son unos completos desconocidos para nosotros, protagonista incluida. Por ello, sus motivaciones, sus problemas, sus justificaciones y sus reacciones resultan del todo sorprendentes. Solamente podemos aceptarlas, como quién nos arroja un cubo de agua en la cara. Habrá a quién le guste esto más o menos, pero Laugier no nos da la posibilidad de mucho más. Es el problema de esconder las cartas, de jugar con el espectador: al final no somos partícipes de nada, solo los destinatarios de un mensaje extraño, casi absurdo, que nos cuesta no solo entender, sino también aceptar.

En cuanto al reparto, me gustaría destacar el buen trabajo de Jessica Biel, en un papel dramático donde hace todo un recorrido por una gran variedad de estados de animo y resulta, en todo momento, más que convincente.

El hombre de las sombras sin lugar a dudas no dejará a nadie indiferente. Es algo que debemos reconocerle al director y guionista: se aleja de los caminos más trillados y al menos busca sorprendernos y desconcertados con un argumento inesperado. Si entras en su juego, quizá te agrade la película, pero creo que el problema es que resulta todo demasiado inverosímil como para poder tomarnos la historia en serio.

jueves, 5 de julio de 2018

Secretos de familia



Dirección: Niall Johnson.
Guión: Richard Russo y Niall Johnson.
Música: Dickon Hinchliffe.
Fotografía: Gavin Finney.
Reparto: Maggie Smith, Rowan Atkinson, Kristin Scott Thomas, Patrick Swayze, Tamsin Egerton, Toby Parkers, Emilia Fox, Liz Smith.

En el pequeño pueblo de Little Wallop vive la familia del reverendo Walter Goodfellow (Rowan Atkinson), la cuál no está pasando por uno de sus mejores momentos: la hija de 18 años (Tamsin Egerton) tiene la líbido por las nubes, su hermano pequeño (Toby Parkers) sufre abusos en el colegio y la señora Goodfellow (Kristin Scott Thomas) tiene una aventura con su profesor de golf (Patrick Swayze).

Uno de los géneros que más admiro del cine británico es la comedia. A diferencia del cine español o francés, donde el humor es más burdo, en la comedia inglesa es más sutil, indirecto y sofisticado. Es un humor más inteligente, que no busca la risa fácil. Y ese estilo de humor es el que personalmente me aporta y me divierte más.

Y dentro del género, los ingleses han demostrado una especial habilidad para el humor negro. Y en Secretos de familia (2005) tenemos una excelente muestra de ello.

Ya desde la introducción comprendemos que estamos ante una comedia bastante negra, tratada con esa elegancia y distanciamiento tan británicos: una joven es condenada por asesinato y, al entrar en su celda, pide un té, con total naturalidad, en una maravillosa muestra de esa famosa flema británica.

Comienza así una pequeña comedia sobre los problemas cotidianos de una familia cualquiera de clase media. La hija adolescente que se rebela contra sus padres, el hombre más preocupado de sus quehaceres que su familia, la esposa insatisfecha.... Todo muy normal. Lo que no será normal es la especie de ángel de la guarda que llega a esa casa a solucionar sus problemas. Un ángel provisto de una guadaña. Y es que la nueva ama de llaves es, en realidad, una especie de perturbada, recién salida de la cárcel tras una larga condena por asesinato, que siempre tiene a mano un arma mortal con la que zanjar de raíz cualquier problema.

Hay también una complicación más añadida, de índole sanguíneo, que se adivina en seguida. Pero la clave aquí no es el misterio y su revelación. La clave es ese fino humor negrísimo que lo llena todo, con la más absoluta naturalidad, sin juicios morales, sin dramas. El asesinato resulta tan cotidiano como tomarse una taza de té.

Secretos de familia no es una película para reírse a carcajadas. No se trata de eso. Es una visión un tanto peculiar y amoral, de los problemas cotidianos y cómo se pueden solucionar casi sin despeinarse.

Sin duda, en el reparto tenemos uno de los pilares de esta deliciosa comedia, con la maravillosa Maggie Smith dando vida a ese ángel vengador tan inusual y afable. Kristin Scott Thomas es una actriz admirable, capaz de conmovernos incluso en medio de una comedia como esta. Y he de reconocer que me ha encantado disfrutar de Rowan Atkinson liberado de su personaje de Mr. Bean, lo que nos lleva a comprobar que también en este otro registro es un gran actor.

Puede que Secretos de familia no sea, finalmente, más que una pequeña diversión irreverente y algo absurda, pero me ha hecho pasar un rato maravilloso. Es de esas sorpresas gratificantes que de vez en cuando se cruzan en nuestro camino, sin avisar.

Enfrentados



Dirección: David Von Ancken.
Guión: David Von Ancken y Abby Everett Jaques.
Música: Harry Gregson-Williams.
Fotografía: John Toll.
Reparto: Pierce Brosnan, Liam Neeson, Michael Wincott, Anjelica Huston, Xander Berkeley, Ed Lauter, Tom Noonan, Angie Harmon, John Robinson, Robert Baker, Wes Studi.

Varios años después de terminar la Guerra Civil, el coronel confederado Morsman Carver (Liam Neeson) contrata a varios hombres para que le ayuden a atrapar a Gideon (Pierce Brosnan), del que ha jurado vengarse.

Siempre me gustó el western. Es el cine que mejor identifico con mi infancia y mis primeras visitas, fascinado, al cine en sesión de tarde. Por eso, siempre estoy predispuesto a darle una oportunidad a cualquier película que, ocasionalmente, da nueva vida a un género en coma. Imagino que ha pasado de moda, ya no es su momento. Otros géneros, que han cambiado caballos por coches, se han apropiado de sus reglas, modernizando sus claves y su épica. Pero, para mí, el western es el western y agradezco cualquier intento honesto de homenajearlo.

Dicho lo cuál, Enfrentados (2006) me dejó un sabor extraño. Disfruté durante muchos minutos con este regreso a las montañas, los revólveres, los caballos y los ajustes de cuentas. Sin embargo, poco a poco el guión parece ir perdiendo el norte y desemboca en algo extraño y un poco surrealista.

La historia, sin embargo, no puede empezar mejor: un hombre es perseguido por un grupo de pistoleros sin que sepamos el motivo. Algunos destellos van dejando pistas muy vagas y, mientras, el cazador tiene que huir, herido, sin saber quién lo persigue ni porqué.

Esta, sin duda, es la mejor parte de la historia. El director consigue crear un clima de intriga y peligro que nos mantiene pegados al sofá, entre fascinados y expectantes. Lo único que me pareció algo excesivo es cierto gusto por algunos detalles un tanto desagradables que hubieran podido evitarse.

Creo que esta economía de medios, sin aclarar el motivo de la cacería humana y con unos diálogos mínimos, pero suficientes, constituyen lo mejor de Enfrentados.

Sin embargo, conforme avanza la película vamos sintiendo que alargar la persecución con diversos personajes que se van cruzando con los protagonistas no hace más que debilitar la intriga. Algunas escenas parecen prescindibles, pues no llegan a aportar nada interesante. En otros momentos tenemos la impresión de que la persecución se alarga sin añadir ningún elemento nuevo. Es verdad que mantener la tensión y la emoción de la primera parte, en las montañas, parece complicado, pero por ello quizá lo más acertado habría sido no prolongar sin motivo la persecución.

Después, cuando finalmente conocemos los motivos del coronel para odiar a Gideon, la explicación nos resulta tan banal que desmonta un poco la intriga del comienzo, como si hubiéramos estado esperando algo mucho más original que lo propuesto.

Además, hay un par de detalles curiosos que después nos explican el desenlace. A lo largo de todo el film vamos viendo que ni Gideon ni Carver son malas personas. Gideon está atormentado por el pasado y llora en la noche por un dolor que no lo deja descansar. Carver es un hombre justo, no un loco cegado por el odio. Y cuando descubrimos el motivo del odio de Carver, comprendemos también que Gideon, en realidad, no es responsable de la tragedia, al menos conscientemente.

Es decir, el argumento nos muestra que ninguno de los dos es mala persona, de ahí el final. Pues no debemos olvidar que , en general, la moral interna de Hollywood exige que los malos terminen pagando por sus pecados. Y si no hay malos...

Y así llegamos al final de Enfrentados, que no sé muy bien como catalogar. Quizá el mejor adjetivo que le aplicaría sería surrealista. Desde mitad del film, la persecución empieza a tomar tintes extraños, con acontecimientos y encuentros curiosos que por momentos favorecen al cazador y, luego, al cazado. Se alarga el desenlace innecesariamente y la película sufre un bajón tremendo en intensidad y coherencia. Escenas como la del indio en la charca de agua o el caballo muerto me parecieron casi cómicas.

Pero la guinda del pastel tiene lugar en el desierto, con la aparición de Anjelica Huston. Es un giro extraño y que no tiene aparentemente ninguna justificación más que el deseo del guión de aportar esa presencia curiosa. Si en ese momento el director hubiera hecho aparecer un platillo volante seguro que también se le podría buscar alguna explicación. Para mí, sinceramente, me pareció un despropósito, un punto y final a una historia que, de un comienzo esperanzador, terminó perdida en sus propios excesos e incongruencias.

Nada que decir del reparto. Creo que Pierce Brosnan es un actor enorme, capaz de hacerlo todo bien. Y si es verdad que no parece que el western sea el género con el que mejor lo identificamos, su interpretación no admite ningún pero. Como tampoco la de Liam Neeson, otro actor solvente donde los halla. Y los secundarios también dan la talla sin complejos.

Así que el problema no es de reparto ni ambientación ni género, sino de un guión que va perdiendo el norte y que, en el desenlace, roza lo absurdo. Y lo peor es que no termino de explicarme el por qué.

La hija del general



Dirección: Simon West.
Guión: William Goldman y Christopher Bertolini (Novela: Nelson DeMille).
Música: Carter Burwell.
Fotografía: Peter Menzies Jr.
Reparto: John Travolta, Madeleine Stowe, James Cromwell, Timothy Hutton, Clarence Williams III, James Wood, Leslie Stefanson.

En una base norteamericana, la hija de un general aparece brutalmente asesinada. La investigación será confiada al sargento Paul Brenner (John Travolta), de la División de Investigación Criminal del ejército.

La hija del general (1999) es un thriller más o menos al uso, con la particularidad de que el crimen y la investigación se desarrollan en una base militar. Y este punto no es un mero accesorio, sino que guión aprovecha esta circunstancia para realizar una velada crítica de las normas y costumbres del ejército y el papel de la mujer en el mismo, teniendo en cuenta que hace unos años, la presencia de las mujeres en las fuerzas armadas no estaba tan generalizada como actualmente.

Pero, básicamente, La hija del general es una película sobre la investigación de un terrible asesinato. Y, por lo tanto, tendremos el equipo investigador, formado por el sargento Brenner y una antigua novia suya (Madeleine Stowe), lo que se supone que puede añadir algo de picante a la historia, si bien es un detalle que, más allá de una conversación, no da pie a nada más.

Y siguiendo con las rutinas, pues hay que reconocer que el guión no es un prodigio de originalidad, la figura de Brenner es la de un tipo algo fanfarrón, indisciplinado pero... muy bueno en su trabajo, como no podía ser de otro modo. También hay unos cuantos sospechosos, una trama oscura y compleja con raíces en el pasado... y un final inesperado, sorprendente y un tanto inverosímil. Y es que, en este tipo de películas, lo que parece importarles más a los guionistas es sorprendernos con un desenlace sorpresa, como si con ello la película fuera a ganar puntos en nuestra estimación.

Creo que, en realidad, debería ser al contrario: un buen desarrollo, una trama inteligente, personajes profundos, diálogos agudos... y el desenlace tendría un peso relativo.

A pesar de lo dicho, la película tiene una factura impecable, con una acertada ambientación y fotografía, además de una acertada dirección de Simon West, que saca partido de sus cartas y mantiene el interés con buen pulso.

Cuenta también con la estimable colaboración de John Travolta, un actor que me parece bastante solvente y al que este papel parece irle como anillo al dedo. Y el resto del reparto, en especial James Wood, le acompañan convincentemente.

No debemos esperarnos un gran film, pues no lo es. Pero al menos cumple con la tarea de entretener, si bien uno termina con la sensación de que todo ese tinglado, tan aparatoso y morboso, no tiene demasiada credibilidad, después de todo.

miércoles, 4 de julio de 2018

La señora Miniver



Dirección: William Wyler.
Guión: Arthur Wimperis, George Froeschel, James Hilton y Claudine West (Novela: Jan Struther).
Música: Herbert Stothart.
Fotografía: Joseph Ruttenberg.
Reparto: Greer Garson, Walter Pidgeon, Christopher Severn, Teresa Wright, Richard Ney, Dame May Whitty, Henry Travers, Henry Wilcoxon, Reginald Owen, Peter Lawford.

La señora Miniver (Greer Garson) es un ama de casa de clase media, felizmente casada y orgullosa madre de tres hijos. Sin embargo, su vida tranquila y despreocupada se verá súbitamente truncada con el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

El cine bélico ha dejado, y seguirá dejando, memorables títulos que ofrecen casi siempre la visión de la guerra desde el punto de vista de los vencedores. Pero el género ha dado para mucho más, como documentales, por ejemplo, o películas tan curiosas como La señora Miniver (1942), donde el héroe no es un soldado, como sería de esperar, sino una sencilla ama de casa.

La película nació en un momento en que la guerra aún estaba indecisa, con los alemanes triunfando en Europa y con Inglaterra resistiendo los bombardeos estoicamente. Para levantar la moral de la población surgió esta película que, en palabras de Winston Churchill, "ha hecho más para ganar la guerra que una flota de destructores". Se trata pues de un film de propaganda con una finalidad muy concreta. Sin embargo, el excelente guión y una buena dirección a cargo de William Wyler, de origen alemán precisamente, hacen que, vista hoy en día, la película sea mucho más que un film propagandístico.

Y es que lo que primero llama la atención de La señora Miniver es el meticuloso, cuidado y cariñoso retrato de los personajes. Se trasmite amor hacia el ser humano, hacia su bondad, su comprensión y la importancia también de la familia, núcleo y pilar de la civilización. Donde se percibe más claramente el carácter propagandístico del film es con la figura del piloto alemán que, a pesar de la ayuda que le ofrece la señora Miniver, demuestra su irracional fanatismo. Quizá porque, en este caso, no se trate de una persona, sino de una representación de la locura nazi.

Pero el resto de personajes nos presentan una sociedad amable, cariñosa, unida. Es cierto que en general parece todo un tanto bucólico, pero Wyler consigue controlar el tono y no se permite caer en lo sensiblero, ni siquiera en los momentos más delicados de la historia, logrando un perfecto equilibrio entre la emotividad y un relato equilibrado.

Y es que en La señora Miniver la propaganda no reside en las grandes gestas militares, sino en cómo afecta la guerra a aquellos que se quedan en la retaguardia: esposas, niños o ancianos. Sentimos su miedo a la pérdida de sus hijos en la guerra, su angustia durante los bombardeos, su esperanza en un final cercano. Pero también el mensaje es de esperanza, de fortaleza. La gente sigue con sus vidas, renunciando a muchas cosas, adaptándose a la guerra, pero disfrutando también de sus tradiciones, como el concurso de flores, o dejando espacio para enamorarse.

Además, William Wyler cuenta con la inestimable ayuda de un reparto prodigioso, quizá no grandes nombres, pero sí actores de una solidez indestructible, empezando por la protagonista, una Green Garson soberbia que mereció la recompensa del Oscar por un trabajo impecable. A su lado, Walter Pidgeon, un gran actor de musicales que supo reconducir su carrera y que, además de este espléndido trabajo, es recordado por su papel en ¡Qué verde era mi valle! (John Ford, 1941). Entre el resto de secundarios, igualmente impecables, destacar, como no, a Teresa Wright, la joven esposa llena de encanto, inolvidable también en La sombra de una duda (Alfred Hitchcock, 1943); o el inimitable Henry Travers, consagrado como el bondadoso ángel de Qué bello es vivir (Frank Capra, 1946), con una papel aquí también de anciano entrañable; o Damme May Whitty, la aristócrata cascarrabias que había protagonizado Alarma en el expreso (Alfred Hitchcock, 1938). Con estos mimbres resulta mucho más sencillo hacer un buen cesto.

La señora Miniver ganó nada menos que seis Oscars: mejor película, mejor actriz (Green Garson), mejor director, mejor actriz de reparto (Teresa Wright), mejor guión adaptado y mejor fotografía en blanco y negro.

Lo mejor de todo creo que es que, aún hoy en día, resulta un hermoso film, con muchos más alicientes que el motivo por el que fue hecha.

lunes, 2 de julio de 2018

El ilusionista



Dirección: Neil Burger.
Guión: Neil Burger (Historia: Steven Millhauser).
Música: Philip Glass.
Fotografía: Dick Pope.
Reparto: Edward Norton, Paul Giamatti, Jessica Biel, Rufus Sewell, Eddie Marsan, Jake Wood, Tom Fisher.

Viena, 1900. En un teatro de la ciudad hace sus trucos de magia Eisenheim (Edward Norton), un prodigioso ilusionista que tiene fascinado a su público. Tanto es así que el propio príncipe heredero (Rufus Sewell) decide acudir personalmente a una de sus funciones.

A veces una idea sencilla, bien arropada, se puede convertir en un bonito espectáculo. Y creo que así podríamos resumir El ilusionista (2006), cuya trama es sencilla, pero su puesta en escena es magnífica.

Para empezar, habría que destacar la inteligente dirección de Neil Burger, que compone una especie de sinfonía pausada, repleta de pequeños momentos de una plasticidad asombrosa y que, con un ritmo tranquilo, se recrea en las miradas, los gestos y sabe sacar petróleo hasta de los silencios. Es una dirección básicamente elegante y muy, muy solvente.

Cuenta además con la inestimable ayuda de una fotografía delicada, cálida y hasta suntuosa por momentos (fue nominada al Oscar), unos decorados asombrosamente convincentes y una banda sonora espectacular, que nos envuelve en un ambiente casi mágico.

Todo ello, sin embargo, se podría quedar en algo vacío sin una interesante historia que arropar. Y es precisamente en la historia donde está el punto fuerte de El ilusionista. Y también sus defectos, que los tiene.

Lo interesante del guión es que en seguida te atrapa con el misterio que rodea la figura de Eisenheim, un ilusionista hermético y que parece tener ciertas dotes sobrenaturales. Este es el elemento clave de la película: atraparte casi desde el primer minuto con un halo de intriga y misterio que te obliga a querer saber más. Y si encima se le añade una bonita historia de amor entre dos jóvenes separados por su estatus social, pero irremediablemente enamorados, que se reencuentran tras una separación obligada, tenemos el segundo elemento apasionante: el verdadero amor puesto a prueba por la sociedad, el paso del tiempo y el destino.

El tercer pilar de la historia será la trama política, con un príncipe déspota y ambicioso que no repara en nada ni en nadie para lograr sus deseos, que no son otros que deponer a su padre.

Y Neil Burger consigue aunar todos estos elementos de un modo bastante coherente, desarrollando la intriga de manera muy inteligente y sorprendiéndonos con un final que, a pesar de sus inverosimilitudes, está expuesto con buen criterio, de manera muy visual y convincente, y donde, a pesar de todo, no nos sentimos engañados, sino fascinados por un último truco de magia tan gratificante como ingenioso.

Pero también es verdad que El ilusionista cojea un poco en cada uno de sus componentes, que de haber tenido más profundidad nos hubieran regalado un film mucho más poderoso.

Por ejemplo, en los trucos de Eisenheim quizá se abuse demasiado de los efectos especiales, quedando como ilusiones totalmente imposibles. Tal vez hubiera sido mejor recurrir a trucos menos perfectos, o al menos a la hora de ponerlos en imágenes. Por otro lado, no se trata de un film exclusivamente sobre magia, sino que ésta justifica su presencia en función de toda la historia, con lo que esta visión de los trucos puede tener cierta justificación para explicar la fascinación del público y hasta del príncipe con el trabajo de Eisenheim.

Por otra parte, la historia de amor de Sophie (Jessica Biel) y Eisenheim habría requerido de más minutos y algo más de romanticismo para ser una parte más sustancial de la historia. El tratamiento que le da el director es, para mi gusto, demasiado somero y perdemos así un punto de la historia que habría aportado mucha más emoción y profundidad al relato.

Y algo parecido se puede decir de la trama política, quizá lo menos importante de todo, pero cuyo tratamiento tampoco me pareció muy consistente.

Quizá el problema de Burger fue querer abarcar todos esos elementos en poco tiempo, o quizá no supo ahondar mejor en los personajes, que tienen su peso, es cierto, pero se quedan en un dibujo un tanto superficial, sin llegar a tener la entidad que me hubiera gustado y que habría convertido a El ilusionista en algo más que un deslumbrante espectáculo.

En cuanto al reparto, soy un admirador de Edward Norton desde hace años. Me parece un actor colosal, con una presencia que acapara la atención poderosamente a pesar, o gracias, a una manera de trabajar sencilla pero totalmente convincente. Paul Giamatti es otro ejemplo de actor completamente natural que con casi nada consigue siempre trabajos muy buenos. Y hasta Rufus Sewell, el menos conocido de los tres, da vida a un príncipe absolutamente convincente. De Jessica Biel solamente reseñar que su aportación es demasiado limitada, desaprovechando el guión, como decía antes, las posibilidades de su bonita historia de amor.

Sin duda, una buena película, perfecta en el plano técnico y con la suficiente intriga y emoción para asegurarnos unos momentos de buen cine.

domingo, 1 de julio de 2018

The Family Man



Dirección: Brett Ratner.
Guión: David Diamond y David Weissman.
Música: Danny Elfman.
Fotografía: Dante Spinotti.
Reparto: Nicolas Cage, Téa Leoni, Don Cheadle, Amber Valletta, Jeremy Piven, Saul Rubinek, Josef Sommer, Mary Beth Hurt, Makenzie Vega.

Jack Campbell (Nicolas Cage) es un ejecutivo de éxito que afirma tener todo lo que necesita para ser feliz. Sin embargo, un día se cruza con un extraño personaje (Don Cheadle) que lo enviará a descubrir la otra vida que hubiera tenido de haberse casado con Kate (Téa Leoni), su amor de la universidad.

The Family Man (2000) recupera esa comedia dulce y defensora de los buenos valores de la que era estandarte Frank Capra. Es imposible no ver esta cinta y no rememorar Qué bello es vivir (1946), si bien sería innecesario y hasta cruel compararla con la película de Ratner.

Pero cuidado, The Family Man no es una mala película. Pero tampoco alcanza las cotas de emoción y belleza de la obra maestra de Capra.

Para empezar, tenemos que presenciar la película como lo que es: una especie de cuento de Navidad muy bien intencionado, donde se nos ofrece una alternativa casi perfecta a la vida exitosa, pero solitaria, de Jack Campbell, con lo que no es de extrañar que el protagonista reniegue de su vida de triunfador prefiriendo la de feliz hombre casado. Y es que su esposa, en esa otra vida, lo adora a pesar de llevar con él toda una vida; sus hijos son adorables, sus amigos también y él irá descubierto el placer de la vida sencilla, sin necesitar el dinero para ser feliz.

Y es que lo que contrapone The Family Man es el amor frente al dinero como base de la felicidad. Y aquí está en parte la trampa de la película: ¿por qué Jack no puede ser un triunfador y ser feliz al mismo tiempo con su familia? En la película se deja claro que ambas cosas son incompatibles y Jack deberá escoger. Naturalmente, elegirá el amor. Cómo debe ser. Y es reconfortante ver que en la sociedad capitalista y materialista actual aún hay quién se atreve a proponer mensajes parecidos, que seguramente a muchos espectadores les parecerán un tanto ilusorios. No sé bien cuántos de los que han visto la película escogerían la vida de dinero, lujo y placer del Jack solitario y cuántos la otra.

Lo que está claro es que la película se beneficia enormemente al contar con Nicolas Cage como protagonista. Sin duda, Cage no siempre elige del todo bien sus películas, pero en este caso la fórmula funciona a la perfección y el actor encaja como un guante en su papel, realizando la transición de exitoso y petulante ejecutivo a sencillo padre de familia con una naturalidad absoluta. También hay que destacar el encanto de Téa Leoni, que ayuda mucho con su presencia a hacer realmente tentadora la vida de casado de Jack. Y no quisiera olvidarme de la pequeña Makenzie Vega, con un trabajo realmente cautivador y emocionante.

Pero es cierto que, a pesar de algunos momentos conmovedores, The Family Man carece de la intensidad y la emoción suficientes para subir un peldaño y convertirse en una película especial. No sé si debe a deficiencias del guión, que es lo más probable, pero Brett Ratner no logra sacar toda la fuerza que encierra el planteamiento de la película, dejándonos una comedia amable, simpática por momentos, pero muy blandita, sin la intensidad que hubiera necesitado para contagiarnos el espíritu y el mensaje que subyacen en el guión. Es por aquí por donde las buenas intenciones del argumento se quedan en eso, intenciones.

A pesar de todo, es positivo que surjan películas así, donde se proponga al espectador una reflexión sobre los valores fundamentales de la vida, que nunca suelen estar ceñidos a lo material. Y es que lo más valioso de todo es siempre lo que no se puede ver. Ni comprar.

Hostage



Dirección: Florent-Emilio Siri.
Guión: Doug Richardson (Novela: Robert Cris).
Música: Alexandre Desplat.
Fotografía: Giovanni Fiore Coltellacci.
Reparto: Bruce Willis, Kevin Pollak, Jimmy Bennett, Michelle Horn, Ben Foster, Jonathan Tucker, Marshall Allman, Serena Scott Thomas.

Tras una operación con rehenes fallida, el negociador Jeff Talley (Bruce Willis) decide abandonar su trabajo en Los Ángeles y mudarse a una pequeña población para ejercer de shérif local.

Si no cuento mal, esta es la tercera película que recuerdo de Bruce Willis que comienza con su personaje atormentado por un fallo, eso sí, no atribuible del todo a él, que le lleva a cambiar de puesto de trabajo. Sin embargo, en su nuevo destino los viejos fantasmas acudirán a acecharlo. Puede que me olvide de alguna más, pero Persecución mortal (Rowdy Herrington, 1993) y Mercury Rising (Harold Becker, 1998) tenían un inicio similar a Hostage (2005). O los guionistas de Hollywood tienen poca inventiva o Bruce Willis parece propiciar este tipo de argumentos. Es el problema de encasillar a un actor en un género concreto, que al final lo convierte casi en una caricatura de sí mismo y, salvo contadas excepciones, parece estar haciendo siempre el mismo papel.

Es por eso que Hostage, de entrada, no resulta demasiado prometedora. Sin mucho esfuerzo podemos  intuir que el personaje de Willis se verá confrontado a peligros increíbles que solventará, no sin esfuerzo, con su arrojo habitual.

Sin embargo, hay un elemento que llama la atención en Hostage y que nos anima, a pesar de lo predecible del argumento, a darle una oportunidad: en lugar de contentarse Doug Richardson con un argumento sencillo, lo complica con una segunda trama donde el padre de familia cuya casa es asaltada no es precisamente un mirlo blanco. Sin que este giro vaya a modificar significativamente el desenlace esperado, al menos sí que enriquece la trama, añadiendo un elemento más de tensión al colocar al protagonista entre la espada y la pared, con su propia familia amenazada de muerte.

Salvando esto, la película después transcurre dentro de los cauces esperados: momentos de tensión, complicaciones entre diferentes cuerpos policiales, drama personal del protagonista... y acción, claro, resuelta con la rutinaria espectacularidad de Hollywood, eficaz y aparatosa.

Eso sí, los personajes, como suele ser habitual en estos casos, se quedan reducidos a bastante poco, con el típico problema familiar, algunos remordimientos, un villano majareta... todo bastante común y donde se constata que el guión no pretende ahondar en la naturaleza humana, sino simplemente crear unos prototipos en torno a los cuales desarrollar la historia. Todo muy claro, muy escueto, sin complicaciones, en beneficio de la acción y del lucimiento, en este caso, de Bruce Willis.

Y la verdad es el Willis está bastante convincente. Es cierto que su papel es más de lo mismo, con sus típicas expresiones y un registro muy concreto. Pero también hay que decir que este actor se mueve en estos papeles como pez en el agua, aguantando él solo el peso de la película de manera perfecta.

Como suele ser habitual también en películas que solo potencian la acción, el desenlace no deja de resultar un tanto forzado, no siempre cumpliendo las expectativas y tirando por el camino más fácil, con lo que, además de resultar muy previsible, nos deja una impresión un tanto decepcionante.

Florent-Emilio Siri hace un trabajo sin complicaciones, centrándose en la acción y sin aportar tampoco nada especial. Es una de esas direcciones al servicio del espectáculo, pero sin demasiada imaginación. Sabe mantener el ritmo, es verdad, a pesar de ser una película bastante larga.

Cine pues para pasar el rato sin devanarnos los sesos. A los incondicionales de Bruce Willis seguro que les gustará.