El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 25 de noviembre de 2022

Alice



Dirección: Woody Allen.

Guión: Woody Allen.

Música: Varios.

Fotografía: Carlo Di Palma.

Reparto: Mia Farrow, Joe Mantegna, William Hurt, Blythe Danner, Keye Luke, Judy Davis, Alec Baldwin, Bernadette Peters, Cybill Shepherd, Gwen Verdon, Elle Macpherson. 

Alice Tate (Mia Farrow), casada con Doug (William Hurt), un rico hombre de negocios, lleva una vida de lujo, pero no se siente realizada. Además, sufre dolores de espalda, por lo que acude a la consulta del doctor Yang (Keye Luke), que practica la acupuntura y los tratamientos con extrañas hierbas.

En Alice (1990) nos encontramos una vez más con Woody Allen en estado puro, fiel a su estilo y su temática habitual, aunque esta vez limitándose a la dirección y el guión, pero sin aparecer entre el elenco de actores.

La historia se centra en una mujer que materialmente tiene todo lo que puede desear, con una vida fácil y sin aparentemente ninguna preocupación importante: piso de lujo, sirvientes, un marido rico... Todo va bien en su vida hasta que empieza a sufrir dolores de espalda y, siguiendo la recomendación de algunos conocidos, decide acudir al extraño doctor Yang. Sus tratamientos, a base de curiosas hierbas, llevarán a Alice a descubrir sus frustraciones y comprobar cómo ha traicionado, inconscientemente, sus sueños de infancia, en los que aspiraba a llevar una vida muy diferente a la que se ha convertido la suya, donde se ha alejado de su hermana y lleva una existencia materialista y vacía.

La historia de Alice nos lleva a una profunda reflexión sobre el sentido de la vida, sobre las claves de la felicidad, sobre el vacío en que puede convertirse una existencia sin verdaderas metas, sin ser uno mismo, dejándose llevar por la rutina, el materialismo y unas amistades interesadas y falsas. 

La originalidad viene dada por el recurso, ya habitual en Allen, de recurrir a la magia, a toques irreales y fantásticos donde el director da rienda suelta a sus sueños más extravagantes, como la posibilidad del hombre de ser invisible o el poder reencontrarse con el espíritu de los difuntos. Libertad creativa total al servicio de sus reflexiones sobre el ser humano, el matrimonio, la familia, la realización personal, la religión, la amistad, el sentido de la vida... elementos siempre recurrentes en la obra de Woody Allen y que otorgan su identidad a su filmografía.

Es verdad que en esta ocasión se echa en falta más chispa en los diálogos y algo más de ingenio en la parte cómica. Alice es una película que transcurre de manera fluida, pero donde escasean los grandes momentos, las ocurrencias sorprendentes habituales en las grandes obras del director. Ello se hace más patente al comprobar que lo logra en algunas escenas que rozan la perfección y donde nos sorprende con esos toques tan personales suyos; pero son momentos muy escasos y lo habitual en el film son momentos menos logrados, lo que lleva a Alice a un peldaño inferior dentro de la filmografía de Woody Allen.

En el aspecto visual, el director es fiel a esa manera peculiar de contar la historia, con juegos de cámara ya habituales donde se nota su intención de no resultar banal, jugando con encuadres y movimientos que, aunque con cierto matiz de artificio, no resultan pedantes y son también parte del sello de identidad de Woody Allen, detallista en la estética, que se apoya en la espléndida fotografía de Carlo Di Palma.

En cuanto a los actores, estamos en la etapa de Mia Farrow, actriz sobria y eficaz, tal vez sin el encanto de Diane Keaton, pero que encaja muy bien con el personaje de Alice, dándole un aire inocente muy convincente. Joe Mantegna me pareció perfecto en su papel, interpretando con solidez tanto al Joe seductor como al perplejo, cuando Alice coquetea con él de manera insinuante. Y el resto del reparto, como es habitual en Woody Allen, siempre perfecto en la dirección de actores, resulta plenamente convincente, incluso aquellos secundarios con una muy breve participación.

Film menor en la obra del director, Alice sin embargo conserva las señas de identidad de Woody Allen, con lo que es fácil que le guste a sus incondicionales y, para el resto, es una demostración más del buen nivel que tienen todas sus películas, incluso las que no salen del todo redondas.

martes, 22 de noviembre de 2022

El caballero del Oeste



Dirección: Stuart Heisler.

Guión: Nunnally Johnson (Novela: Alan LeMay).

Música: Arthur Lange.

Fotografía: Milton Krasner (W&B).

Reparto: Gary Cooper, Loretta Young, William Demarest, Dan Duryea, Frank Sully, Don Costello, Walter Sande, Russell Simpson, Arthur Loft, Willard Robertson, Ray Teal.  

Melody Jones (Gary Cooper) y su amigo George Fury (William Demarest) llegan a un pequeño pueblo donde Melody es confundido con un peligroso forajido, Monte Jarrad (Dan Duryea).

El caballero del Oeste (1945) es uno de los westerns más atípicos que he visto. A medio camino entre un film del oeste tradicional y una comedia, el guión tiene puntos surrealistas que no sabes bien como encajar. Resumiendo un poco, el argumento va sobre un vaquero que, al ser confundido con un pistolero, acepta la suplantación para ayudar a la atractiva Cherry (Loretta Young), amiga del forajido, de la que se ha quedado prendado nada más verla. El enredo es ya de por sí un tanto curioso, pero tal y como se desenvuelve la historia, el asunto no para de ganar en extrañeza hasta el punto de que algunas escenas son realmente sorprendentes.

Incluso, a veces tenemos la impresión de que el guión avanza un poco a trompicones, con un desarrollo de la trama entre ilógico y chapucero, con momentos que parece que han quedado incompletos, personajes que desaparecen de la escena sin ninguna explicación lógica, duelos extraños..., en definitiva, un cúmulo de situaciones tan sorprendentes que te dejan boquiabierto.

No es pues por el argumento por donde El caballero del Oeste va a convencernos, simplemente debemos aceptarlo como algo curioso al que no podemos analizar con mucha profundidad, pues nos encontraríamos en un callejón sin salida. Y sin embargo, la película no deja de tener cierto encanto. Tal vez por la presencia de Gary Cooper, con su innegable atractivo, o por su curiosa historia de amor con Loretta Young, una mujer que, sin ser la mayor belleza de Hollywood, poseía algo que te mantenía pendiente de ella, una mezcla de fuerza y atractivo muy peculiares.

Otro punto muy interesante es la maravillosa fotografía de Milton Krasner que explota muy hábilmente los juegos de luces y sombras y nos proporciona algunas escenas de una belleza incontestable.

En definitiva, una película con un argumento extraño, que no termina de funcionar, pero que se deja ver con agrado, pues hay tantos giros curiosos que logran mantenerte en vilo, disfrutando de un film tan original como atípico.

jueves, 17 de noviembre de 2022

Una historia del Bronx



Dirección: Robert De Niro.

Guión: Chazz Palminteri (Obra: Chazz Palminteri).

Música: Butch Barbella.

Fotografia: Reynaldo Villalobos.

Reparto: Robert De Niro, Chazz Palminteri, Lillo Brancato, Francis Capra, Taral Hicks, Kathrine Narducci, Clem Caserta, Joe Pesci. 

1960, Calogero (Francis Capra) es un niño de nueve años del Bronx que siente cierta fascinación por Sonny (Chazz Palminteri), el gángster del barrio. Un día, Calogero ve como Sonny mata a un tipo en plena calle pero cuando la policía le pide que lo identifique, el niño niega que fuera el asesino. A partir de ahí, Sonny empieza a cuidar de Calogero.

Una historia del Bronx (1993) supone el debut de Robert De Niro en la dirección y para ello parece elegir un tema en el que se encuentra cómodo, pues recordamos su paso, por ejemplo, por El padrino II (Francis Ford Coppola, 1974), Érase una vez en América (Sergio Leone, 1984), Los intocables de Eliot Ness (Brian De Palma, 1987) o Uno de los nuestros (Martin Scorsese, 1990), todas ellas relacionadas con el mundo de la mafia.

La historia está narrada desde el punto de vista de Calogero a los nueve años en el comienzo del film, interpretado por un convincente y expresivo Francis Capra, y el mismo muchacho ya adolescente después, encarnado ahora por un Lillo Brancato algo menos convincente aunque adecuado para el papel debido a su gran parecido con De Niro, que interpreta a su padre, un honrado conductor de autobús que ha de luchar por alejar a su hijo de la influencia del gángster local Sonny y todo lo que representa.

Este es el dilema básico de la película: la atracción que siente Calogero por Sonny y su ambiente delictivo en contraposición del mundo menos glamuroso que representa su padre, un modesto trabajador con limitados ingresos y una vida mucho menos apasionante a ojos de su hijo. También entra en juego, cómo no, la lucha generacional, con el deseo de afirmación de Calogero frente a su progenitor.

Lo interesante es que este dilema se plantea sin dramatismos: Lorenzo (Robert De Niro) intenta proteger a su hijo y orientarlo en el buen camino, temiendo que el joven termine en el mundo de la delincuencia bajo la influencia de Sonny quien, por su parte, acaba por cogerle cariño al muchacho y también busca orientarlo de la mejor manera posible, desaconsejándole seguir su ejemplo y buscando apartarlo de su pandilla, unos perdedores a los que augura un futuro muy negro.

En el fondo, tanto Lorenzo como Sonny, enfrentados por culpa del muchacho, buscan lo mejor para Calogero desde posiciones enfrentadas, pero convergentes en lo mejor para él; el primero desde la honradez de su vida y el segundo desde la experiencia nada ejemplar de la suya.

Otro tema abordado, el del racismo, queda muy bien enfocado cuando el protagonista se enamora de una joven negra (Taral Hicks), poniendo en jaque sus prejuicios raciales.

Tono comedido y dirección serena, sin alardes innecesarios, serían las señas de identidad del debut de De Niro tras la cámara. Un enfoque clásico que potencia la fluidez del relato sin descuidar una presentación cuidada y elegante. No se excede en las escenas violentas y, con buen criterio, en determinados momentos prefiere sugerir que mostrar, lo que de nuevo nos remite a un estilo clásico de contar la historia.

Sin embargo, a pesar de los innegables aciertos del relato, creo que a la película le falta algo. Tal vez se trate de cierta indefinición en el arranque, de manera que no sabemos muy bien qué camino va a seguir el relato; tal vez también se trate de ese tono blandito que acaba por restarle fuerza a los acontecimientos, de manera que asistimos un tanto fríos a las andanzas del protagonista. Incluso algunos momentos de la historia son fácilmente predecibles, con lo que nada termina por sorprendernos realmente.

Sin embargo, a pesar de ello, Una historia del Bronx se mantiene como un film interesante, capaz de ofrecernos varias lecturas más allá del conflicto principal, como la importancia de los valores en la formación de los jóvenes, la lealtad, la tolerancia, la inutilidad del odio racial injustificado, la fuerza de las influencias sociales y el entorno... Sin duda, elementos interesantes que le dan una profundidad a la película de la que suelen carecer muy a menudo argumentos de este tipo.

Atención a la banda sonora, repleta de hermosas canciones si bien en algunos momentos saturan un poco la narración.

Una historia del Bronx no es un film redondo, pero demuestra el buen gusto del director a la hora de contar una bonita historia que De Niro dedicó a su padre, italo-americano como el protagonista.

martes, 15 de noviembre de 2022

Slow West



Dirección: John Maclean.

Guión: John Maclean.

Música: Jed Kurzel.

Fotografía: Robbie Ryan.

Reparto: Kodi Smit-McPhee, Michael Fassbender, Ben Mendelsohn, Caren Pistorius, Rory McCann, Andrew Robert, Edwin Wright, Kalani Queypo.

Jay Cavendish (Kodi Smit-McPhee), un joven escocés, viaja a Estados Unidos en busca de su amada Rose Ross (Caren Pistorius). En el camino, se encuentra con Silas (Michael Fassbender), un pistolero que le ofrece ser su guía.

En una época en la que el western es un género residual, el músico John Maclean, debutando como director, nos ofrece una peculiar película que, sin reinventar el género, ofrece un punto de vista original.

Maclean, quizá consciente de que los grandes temas del western ya han sido exprimidos hasta la saciedad, opta por un planteamiento decididamente estético, quedando el argumento, muy sencillo, en segundo plano. Así, la impresión que tenemos viendo Slow West (2015) es que se trata de un ejercicio casi pictórico, con una evidente elección por la belleza formal reflejada en hermosos paisajes, una fotografía preciosa y algunos planos que podrían enmarcarse por la belleza de las luces, los contrastes o los colores. Desde este punto de vista es necesario aplaudir el buen gusto del director en su puesta en escena.

Pero, como decía, el argumento parece el gran sacrificado. No es que el relato carezca de interés, pues el viaje de Jay nos permite apreciar la visión de un recién llegado a un mundo nuevo para él y a la vez vamos conociendo también al inmaduro Jay, movido por una pasión amorosa tan fuerte como idealista, como solo puede prender en los adolescentes. Jay es puro aún, confiado, aunque en el viaje sufrirá experiencias que le irán dejando huella.

Sin embargo, este proceso de maduración, lo mismo que la figura de Rose y el mismo Silas, no terminan de adquirir la nitidez suficiente para que argumento se equipare en belleza e intensidad con la parte plástica de la película. Para que Slow West tuviera un peso específico más contundente hubiera sido necesario que tanto la historia como sus personajes tuvieran más profundidad, de manera que los diálogos, concisos y a menudo inteligentes, no quedaran como juegos intelectuales un tanto extraños, al recitarlos personajes que no resultan tan consistentes como sus discursos.

Hay quién puede reprocharle también a Maclean el ritmo tan pausado con que nos cuenta la historia, aunque creo que por este aspecto no tengo nada que objetar y considero que es del todo coherente con su elección estética. Slow West es una película para disfrutar con calma, casi paladeándola. 

En cuanto a los actores, Kodi Smith-McPhee logra transmitir su ingenuidad y su inmadurez con total naturalidad, de manera que resulta del todo sencillo comprender sus miedos o su necesidad de confiar en el prójimo. Michael Fassbender, por su parte, parece hecho a la justa medida de su personaje: un tipo duro, de pasado oscuro y buen corazón.

Slow West no pasará a la historia del western como una de sus mejores películas, eso es evidente; pero seguramente los amantes del género, como es mi caso, agradecerán que lo mantengan vivo con obras que, si bien son modestas en líneas generales, se acercan al cine del Oeste desde el respeto a sus códigos y ofrecen visiones renovadas y personales que pueden gustar más o menos, pero resultan honestas.

domingo, 13 de noviembre de 2022

Alaska, tierra de oro



Dirección: Henry Hathaway.

Guión: John Lee Mahin, Martin Rackin y Claude Binyon  (Obra: Laszlo Fodor).

Música: Lionel Newman.

Fotografía: Leon Shamroy.

Reparto: John Wayne, Stewart Granger, Ernie Kovacs, Fabian, Capucine, Mickey Shaughnessy, Karl Swenson, Joe Sawyer, Kathleen Freeman, John Qualen, Stanley Adams. 

Año 1900, Sam McCord (John Wayne) y su socio George Pratt (Stewart Granger) encuentran oro en Alaska. Mientras George se queda vigilando su mina, Sam viaja a Seattle para comprar maquinaria y llevarle a George a su novia para que puedan casarse.

La comedia es un género que no creo que case demasiado bien con el western, de ahí que Alaska, tierra de oro (1960) no me resulte de entrada un film demasiado atractivo. Pero ese no es el principal problema de la película, pues reconozco que esta mezcla puede dar buenos resultados dependiendo del material, pero en este caso la parte de comedia, comedia romántica en realidad, no está demasiado lograda, con lo que el conjunto presenta más sombras que luces.

Básicamente, el problema más serio de la cinta es que como comedia su nivel es bastante básico, asentando la supuesta gracia en tópicos y un humor poco elaborado, como peleas multitudinarias, una al principio y otra al final, que nos recuerdan a lo más casposo del género, remitiéndonos a Terence Hill y Bud Spencer, por poner un ejemplo que todos entenderemos. Incluso la amistad entre Sam y George parece expresarse a base de mamporros que ambos aceptan con naturalidad, en un encasillamiento un tanto tosco de las relaciones personales basadas en un concepto de la hombría un tanto primitiva.

Alaska, tierra de oro tiene, en resumidas cuentas, un tipo de humor más apropiado para niños que para adultos, con bromas demasiado burdas que denotan un nivel bastante pobre. 

Y tampoco en la parte romántica la historia consigue remontar el vuelo. Cualquiera puede adivinar desde el primer encuentro entre Sam y Michelle (Capucine) que la cosa va a terminar con el emparejamiento de ambos, con lo que no hay la mínima intriga en el desarrollo accidentado de su relación. Pero para que el romance funcionara realmente haría falta una mayor profundidad en el planteamiento, cosa que no se da, siguiendo el nivel superficial con que se dibujan los personajes y se desarrollan sus relaciones. De ahí que este romance funcione a un nivel demasiado elemental como para emocionarnos e implicarnos en sus problemas.

El tercer elemento que perjudica la historia es su excesiva duración teniendo en cuenta lo poco que llega a contarnos y la falta de emoción en su desarrollo, con lo que hay momentos en que sentimos cierto cansancio ante escenas que no aportan demasiado a la historia.

Quizá el reparto sea lo más destacable de Alaska, tierra de oro. John Wayne, a pesar de tratarse de una comedia, tiene un rol bastante identificable con otros westerns suyos, representado al hombre rudo, varonil, cabezota y noble que tantas veces encarnó; de ahí que se mueva con naturalidad en su papel y nos ofrezca lo que es de esperar de él. Stewart Granger, con un papel más secundario, cumple también con soltura y mantiene el buen nivel de Wayne. Y en cuanto a Capucine, es verdad que su elegancia natural choca un poco con su papel de cabaretera, pero la encuentro lo suficientemente atractiva como para que nos olvidemos de ese detalle y disfrutemos de su belleza.

Con un final lamentablemente precipitado y sin originalidad, Alaska, tierra de oro se nos queda en un entretenimiento sin demasiada chispa, apto sobre todo para públicos poco exigentes que se conformen con pasar un rato sin buscarle demasiadas vueltas a la película. 

viernes, 11 de noviembre de 2022

Los productores



Dirección: Mel Brooks.

Guión: Mel Brooks.

Música: John Morris.

Fotografía: Joseph Coffey.

Reparto: Zero Mostel, Gene Wilder, Estelle Winwood, Christopher Hewett, Kenneth Mars, Lee Meredith, Renee Taylor, Andreas Voutsinas, Bill Hickey, David Patch, Dick Shawn.

Un productor arruinado, Max Bialystock (Zero Mostel), con la ayuda de Leo Bloom (Gene Wilder), un aburrido contable, pone en marcha un plan para hacerse ricos con el fracaso de una obra teatral.

Primer largometraje de Mel Brooks, que firma también el guión, Los productores (1967) es una comedia un tanto chabacana, típico ejemplo de un humor nada refinado.

Hacer una buena comedia es tal vez uno de los retos más complicados del mundo del arte. Se requiere ingenio, buen gusto e imaginación, todo de lo que parece carecer el bueno de Mel Brooks, cuyo sentido del humor es bastante primitivo, como nos muestra esta película con meridiana claridad.

El argumento pasa a un segundo plano y parece cumplir la mera función de servir de base para el despliegue de todo el arsenal de bromas que el director debió considerar desternillantes, pero que provocan más pena que risa.

Los personajes, por ejemplo, son realmente caricaturas groseras, rozando el esperpento. Se comportan como neuróticos y la supuesta comicidad reside en gritos desmedidos, diálogos absurdos y actitudes extravagantes. Y al igual que el argumento, son figuras sin profundidad, elementales, en una concepción muy básica a la que no le importa dotarlos ni de profundidad ni de verosimilitud.

Al tiempo que personajes rocambolescos, el humor de Mel Brooks se asienta en tópicos un tanto infantiles y demasiado vistos como para que sorprendan, como el sexo o la homosexualidad, por ejemplo.

Es un tipo de comedia que ha tenido éxito entre amplios sectores del público, por lo que no dudo que Los productores pueda resultar graciosa para determinado tipo de espectadores pero, sinceramente, a mí me pareció vulgar, aburrida, predecible y llena de tópicos evidentes y poco sutiles.

Lo mejor, sin lugar a dudas, es el trabajo del elenco. Es cierto que sus interpretaciones son aparatosas, muy teatrales, pero se corresponden lógicamente con el estilo de humor de la propuesta de Mel Brooks, por lo que dentro de su artificiosidad resultan consecuentes y funcionan bien, en especial Zero Mostel que logra dar cierta gracia a su explosivo personaje. Gene Wilder, fiel a su estilo menos aparatoso, da el punto de pausa a la pareja protagonista. 

Más adelante, Mel Brooks se fue especializando en realizar parodias de películas de éxito, dejándonos títulos como El jovencito Frankenstein (1974), su mejor película con diferencia,  Soy o no soy (1983), La loca historia de las galaxias (1987) o Las locas, locas aventuras de Robin Hood (1993).

Curiosamente, Los productores se llevó el Oscar al mejor guión original, lo cual no deja de asombrarme.

domingo, 6 de noviembre de 2022

La vida en un hilo



Dirección: Edgar Neville.

Guión: Edgar Neville.

Música: José Muñoz Molleda.

Fotografía: Henri Barreyre (B&W).

Reparto: Conchita Montes, Rafael Durán, Guillermo Marín, Julia Lajos, María Brú, Alicia Romay, Eloísa Muro, Juanita Mansó, Julia Pachelo, Joaquina Maroto, María Saco, Joaquín Roa, Manuel París.

Mercedes (Conchita Montes), una joven viuda, abandona el que fuera su hogar con su marido en el norte y regresa a Madrid. En el viaje, conoce a una vidente (Julia Lajos) que le cuenta cómo habría podido ser su vida si en lugar de casarse con Ramón (Guillermo Marín) lo hubiera hecho con Miguel Ángel (Rafael Durán), su verdadero gran amor.

En unos años oscuros del cine español, La vida en un hilo (1945) se presenta como un film moderno y novedoso. 

La historia plantea cómo puede cambiar la vida de una persona, Mercedes en este caso, simplemente por motivos del azar: tomar un camino u otro, salir de casa en un momento determinado o aceptar la ayuda de un caballero o de otro. Este planteamiento, lo qué habría poder pasado, que veremos al año siguiente en ¡Qué bello es vivir! (Frank Capra, 1946), por ejemplo, da pie a una amable comedia donde Neville sabe jugar con los saltos en el tiempo creando un simpático cuento donde alterna con habilidad el pasado real de Mercedes con el que habría podido vivir al lado de Miguel Ángel.

Este juego, que seguramente todo el mundo se imaginó en algún momento de su vida, le sirve también al director para realizar un agudo repaso de las costumbres y la moralidad de la época, al tiempo que critica sin disimulos a esa burguesía celosa de su estatus, pero ignorante y mezquina, apegada a tradiciones que les dan una fachada de respetabilidad tras la que se oculta cierta crueldad derivada de un mal entendimiento de la decencia y carente del espíritu caritativo de una religión que esgrimen con orgullo pero sin entenderla. Especialmente, Neville se ceba en las personas de bien de provincias, encerradas en un mundo pequeño y falso, de críticas y juicios contra todo lo que resulte diferente, y donde la mentira y los rumores infundados corren como verdades incuestionables sin reparar en daños.

Pero, al tratarse de una comedia, esta visión crítica, con ser bastante certera, se presenta sin demasiada crudeza, aunque la andanada esté servida.

Sin restar méritos a la cinta, es verdad que le falta algo más de dinamismo en algunas secuencias, tal vez alargando demasiado el juego de contrastes entre el pasado real y el posible, con lo que hacia la mitad de la película el ritmo desciende por momentos.

El trío protagonista me pareció bastante acertado, destacado Rafael Durán gracias a su personaje, sin duda el mejor de los tres, con un guión muy atinado que le aporta a Miguel Ángel un punto de surrealismo realmente refrescante. Conchita Montes, a la que se relacionó sentimentalmente con Edgar Neville, tampoco desentona en absoluto, brillando más cuando está en pantalla con Durán, pues es la parte más interesante de la historia.

En cuanto al final, es verdad que resulta un tanto forzado y bastante improbable. Pienso que no era necesario juntar de ese modo a los protagonistas, aunque en defensa del espíritu romántico es un final que supongo que muchos espectadores firmarían para sí mismos si pudieran y que refuerza la idea de cuento amable de la película.

 La vida en un hilo, a pesar del tiempo transcurrido, me ha parecido una comedia que sigue resultando válida en la actualidad y que al lado de algunas actuales, nacionales o extranjeras, defiende sus valores con orgullo.

jueves, 3 de noviembre de 2022

El perro de los Baskerville



Dirección: David Attwood.

Guión: Alan Cubitt (Novela: Arthur Conan Doyle).

Música: Robert Lane.

Fotografía: James Welland.

Reparto: Richard Roxburgh, Ian Hart, John Nettles, Geraldine James, Matt Day, Neve McIntosh, Ron Cook, Liza Tarbuck, Richard E. Grant. 

Desde los tiempos de Hugo Baskerville, muerto por el perro de su esposa, una maldición parece cernirse sobre sus herederos. Por eso, cuando Sir Charles Baskerville muere aterrorizado de un ataque al corazón, Holmes intentará proteger a su heredero, Sir Henry (Matt Day), amenazado también por la leyenda.

Nueva adaptación de una de las novelas más famosas de Sir Arthur Conan Doyle, en esta ocasión en una versión para la televisión.

Fiel a la tradición británica, El perro de los Baskerville (2002) presenta un aspecto cuidado en los detalles que sin embargo no puede ocultar un desarrollo un tanto errático y sin verdadera identidad.

El problema de esta versión es un cúmulo de pequeños detalles que van minando la película casi sin querer. No son fallos notorios, es cierto, pero denotan en general falta de talento y cierto enfoque más pendiente de lo accesorio.

Por ejemplo, el reparto es un tanto flojo. No es que se trate de malos actores, pero tampoco transmiten nada en realidad. Richard Roxburgh físicamente da con la imagen que más o menos nos hemos hecho del detective Sherlock Holmes, pero carece de carisma y en algunos momentos su interpretación no resulta convincente, con lo que el relato cojea ya inevitablemente desde este punto. Y si además le añadimos un Watson bastante inexpresivo a cargo de Ian Hart, al tiempo que su relación con Holmes es cuando menos sorprendente, con algún enfrentamiento con el detective que se contradice con todo lo conocido hasta la fecha, se entiende que estemos ante una de las parejas menos atractivas de las diversas versiones cinematográficas.

Además, la dirección de David Attwood tampoco terminó de convencerme, sobre todo a la hora de hilvanar ciertas transiciones, con saltos demasiado bruscos a veces que no tienen en realidad una explicación lógica y que parecen más fruto de un trabajo poco meticuloso, y en la manera en general de desarrollar el relato, que no termina de presentarse con la claridad y la intensidad necesarias.

Como suele ser habitual en el cine más reciente, los aspectos técnicos están bastante logrados, en especial con el sabueso, que en la escena donde hace su aparición resulta realmente aterrador. Tal vez, este es el mejor momento de El perro de los Barkerville, lo que viene a incidir en mi idea: la película logra un buen desempeño en los aspectos visuales, mientras que en el espíritu del relato es donde flojea.

No estamos, desde luego, ante una versión memorable de la novela de Conan Doyle. Tristemente, este film pasa sin pena ni gloria, desaprovechando buena parte del potencial del relato y dejando como resultado una historia sin nada realmente elogiable, correcta pero plana.

martes, 1 de noviembre de 2022

El cochecito



Dirección: Marco Ferreri.

Guión: Rafael Azcona y Marco Ferreri. 

Música: Miguel Asins Arbó.

Fotografía: Juan Julio Baena (B&W).

Reparto: José Isbert, Pedro Porcel, José Luís López Vázquez, María Luisa Ponte, José A. Lepe, Ángel Álvarez, Antonio Gavilán, Carmen Santonja, Chus Lampreave, María Isbert, Eusebio Moreno, Tiburcio Cámara. 

Al ver a su amigo Lucas (José A. Lepe) con su nuevo cochecito a motor, a don Anselmo (José Isbert) se le antoja también uno.

El cochecito (1960) es uno de esos títulos de referencia del cine español de mediados del siglo XX, dentro de la tradición de comedias dramáticas con una fuerte carga de crítica social.

La historia gira en torno a don Anselmo, un anciano que se ve excluido del grupo de su amigo Lucas al no tener un cochecito con motor. Empeñado en conseguir uno, a pesar de no tener discapacidad física alguna, Anselmo primero intenta convencer a su hijo Carlos (Pedro Porcel) de que le fallan las piernas y, al no conseguir nada, empeña las joyas de su difunta esposa para reunir el dinero con el que comprar el cochecito.

Con un marcado humor negro, la película se inscribe en la corriente del neorrealismo, con una clara predilección por los estratos últimos de la sociedad: ancianos y enfermos, lo que le confiere a la comedia un tono un tanto deprimente y casi surrealista.

La mirada del guión hacia la sociedad de la época es bastante ácida, como se ve en la familia de don Anselmo, hacinados en una vivienda un tanto miserable, que alberga también el despacho del hijo, y que nos muestra una sociedad con escasos recursos, viviendo al día, teniendo que acudir a casas de empeños y donde proliferan los embaucadores y estafadores de medio pelo. 

Otro elemento común en los personajes es su comportamiento egoísta. La mayoría de sus actos se rigen por el propio beneficio de cada uno, como por ejemplo en el caso de Lucas que no duda en dejar tirado a su amigo para irse con el grupo de colegas motorizado, o de don Hilario (Antonio Gavilán), que no duda en engañar a don Anselmo con tal de venderle un cochecito. El culmen de este comportamiento lo encarna el propio don Anselmo, que llega incluso a envenenar a la familia con tal de salirse con la suya. En este punto, he de aclarar que la censura impidió en su momento el amargo final original, donde vemos sacar los cuerpos de los familiares envenenados del piso y, más tarde, asistimos a la detención de don Anselmo. En su lugar, se rodó una escena donde el anciano llamaba por teléfono arrepentido. Yo he visto la versión sin censurar, que lógicamente confiere un tono muy negro a la historia.

Es cierto que el guión, con contener elementos de crítica social y mostrar una imagen de la realidad social y económica de la España de mediados del siglo XX, con tintes un tanto excesivos, no termina de crear una estructura sólida y el ritmo de la historia no está del todo logrado. Por ello, a pesar de los méritos de la cinta, el resultado final es un poco deslavazado, además de esa recurrencia a lo grotesco, a un humor un tanto burdo y muy poco elaborado, como se puede ver en las escenas en que la familia muestra su disgusto ante el capricho del anciano y donde comprobamos esa tendencia tan nuestra a buscar la comicidad en una ridícula exageración de las reacciones que roza el esperpento. 

En el reparto destaca especialmente José Isbert, haciendo uno de esos trabajos tan característicos suyos y que se parecen entre sí enormemente. Aún así, confiere a su personaje una dosis de autenticidad incuestionable.

El cochecito es, por tanto, una auténtica comedia negra que deja el tono ligero en casi una anécdota en medio de un universo un tanto desolador y miserable que confiere a esta película un tono realmente peculiar y sombrío.