El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 29 de septiembre de 2022

Florence Foster Jenkins



Dirección: Stephen Frears.

Guión: Nicholas Martin.

Música: Alexandre Desplat.

Fotografía: Danny Cohen.

Reparto: Meryl Streep, Hugh Grant, Simon Helberg, Nina Arianda, Rebecca Ferguson, Neve Gachev, Dilyana Bouklieva, John Kavanagh, Jorge León Martinez, David Haig.

Heredera de una gran fortuna, Florence Foster Jenkins (Meryl Streep), amante apasionada de la música e impulsora de la misma a través de The Verdi Club, decide estudiar canto para convertirse en soprano. El problema es su falta absoluta de cualidades.

La primera impresión viendo Florence Foster Jenkins (2016) fue de sorpresa absoluta ante una pareja tan extraña como la formada por Florence y su marido St. Clair (Hugh Grant). El film arranca sin presentaciones de los protagonistas y solo vamos encajando piezas progresivamente, demasiado lentamente entiendo. Por ello, durante gran parte de la película me debatía entre la incredulidad, el desconcierto y la sensación de estar viendo algo completamente surrealista. No entendía la relación de la pareja, con un marido que aparentemente adora a su mujer pero la engaña con una amante; que mantiene una mentira sobre su talento tan absurda que resulta casi inconcebible.

Del mismo modo, no se entiende que la propia Florence esté tan ciega que no pueda ver su falta de voz, su atronador canto. Surrealista. La única explicación posible, que descubrimos también un poco tarde, es que sus facultades mentales estén alteradas a causa de la sífilis que contrajo de joven.

Pienso por lo tanto que este planteamiento inicial es erróneo, pues impide disfrutar enteramente de la película. Se habría tenido que ahondar mejor, y antes, en la personalidad de los protagonistas, en el vínculo de su marido hacia ella, pues esa devoción tan incondicional queda un tanto en las sombras.

Cuando, finalmente, empezamos a comprender mejor al matrimonio, si bien nunca completamente, es cuando podemos valorar mejor sus manías, esfuerzos y debilidades y entonces la cinta gana en intensidad de manera notable, coincidiendo también, es cierto, con los momentos más dramáticos, que se agolpan en el final, en claro contraste con unos comienzos marcados abiertamente por un tono de comedia.

Salvado ese escollo, hemos de reconocer que la película está producida con esmero, cuidado y muy buen gusto. La fotografía es excelente y Stephen Frears demuestra un control absoluto de su trabajo, presentando un desarrollo impecable y sabiendo en todo momento utilizar la cámara con maestría para sacar el mejor partido de cada secuencia.

Pero el apartado donde Florence Foster Jenkins brilla de manera espectacular es con el reparto, en concreto con Meryl Streep, que tiene una de las mejores interpretaciones de su carrera. Creo que es la mejor actriz de la historia del cine y en cada nuevo papel vuelve a demostrar su talento descomunal. Su trabajo aquí es sencillamente perfecto. Hugh Grant, alejado de sus roles más característicos, mantiene también el tipo con dignidad, aunque palidece al lado de Streep. Y una mención especial para Simon Helberg, conocido por su papel como Howard Wolowitz en la serie Big Band, con un papel que convierte en suyo con total naturalidad.

Creo que esta comedia, de haberse profundizado convenientemente en los personajes, que se quedan desgraciadamente en simples bosquejos, habría sido una gran película. Con todo, es un film divertido en su arranque y tierno y conmovedor en el final y, desde luego, merece la pena simplemente por poder disfrutar del talento mágico de Meryl Streep.

martes, 27 de septiembre de 2022

La venganza de Frank James



Dirección: Fritz Lang.

Guión: Sam Hellman.

Música: David Buttolph.

Fotografía: George Barnes y William V. Skall.

Reparto: Henry Fonda, Gene Tierney, Jackie Cooper, Henry Hull, John Carradine, Charles Tannen, J. Edward Bromberg, Donald Meek, Eddie Collins, George Barbier, Ernest Whitman.

Cuando los hermanos Ford asesinan por la espalda a su hermano Jesse y después del juicio son indultados, Fran James (Henry Fonda) sale en su busca para vengar ese crimen.

La venganza de Frank James arranca justo cuando termina Tierra de audaces (Henry King, 1939), magnífico western sobre la figura de Jesse James interpretado por Tyrone Power y donde Henry Fonda ya daba vida a su hermano Frank. Y aquí podríamos encajar con acierto el dicho de que segundas partes nunca fueron buenas. Darryl F. Zanuck pretendió aprovecharse del éxito de la cinta de King, pero el resultado no fue brillante.

Fritz Lang nos ha dejado obras maestras como La mujer del cuadro (1944) o Perversidad (1945), pero La venganza de Frank James (1940) está lejos del nivel de esas obras y de otras notables también del director alemán. Puede que el western no fuera el terreno donde mejor se desenvolvía, aunque el principal problema de esta película reside en un guión moralista e irregular.

El inconveniente más serio que le encuentro al argumento es su moralidad galopante, que se percibe desde el mismo instante en que Charlie Ford (Charles Tannen), uno de los asesino de Jesse, acorralado por Frank, muere al precipitarse al vacío desde unas rocas. Se adivina entonces que la venganza de Frank se resolverá sin que éste pegue ni un solo tiro a los asesinos de su hermano. La idea del guión es consumar la venganza pero logrando que Frank James, el protagonista, salga finalmente de la aventura sin tacha moral alguna. Un héroe con una ética intachable. 

Su nobleza se manifiesta cuando, para salvar a Pinky (Ernest Whitman), su fiel criado, arriesgue su vida dejándose apresar. Y por ello será juzgado, de nuevo con la intención de que sea declarado inocente ante la ley, con lo que su imagen seguirá intachable y encima sin cargos que rendir ante la justicia. Se trata dar un buen ejemplo ante el público, fruto de una moralidad tan estricta que convierte esta película en una especie de farsa. 

Quizá la nota positiva de la película sea la reivindicación de la mujer como algo más que ama de casa, sin duda un toque muy moderno tratándose de un film de 1940 y aún más teniendo en cuenta que la reivindicación tiene lugar en el siglo XIX.

A parte de eso, el guión alterna el drama de la venganza con numerosos momentos en que el tono se vuelve hacia la comedia, especialmente en la secuencia del juicio. Si bien algunos detalles cómicos eran habituales para aligerar la tensión de relato en muchas películas, la mezcla no me parece del todo oportuna, rompiendo la unidad dramática. Es un punto de vista personal.

Otro de los detalles en los que falla el argumento es que se centra por entero en la figura de Frank, dejando muy en la sombra a los villanos de turno. Es bien sabido que la entidad de los malos es lo que da interés y fuerza al drama y aquí no se les da la talla que convendría. Es más, los empleados del ferrocarril que persiguen a Frank tienen tintes ridículos y de los hermanos Ford no llegamos a saber nada. Solo la mirada intensa de John Carradine añade algo de tensión a sus apariciones.

Lo que sí hay que agradecer es el debut en esta película de Gene Tierney, una de las mujeres más hermosas que ha dado Hollywood. Su belleza es tan deslumbrante que eclipsa al mismo Henry Fonda, un actor sobrio que daba valor a cualquier personaje que encarnaba.

En definitiva, un western menor sin demasiado interés, reservado para los incondicionales del género. 

lunes, 26 de septiembre de 2022

¿A quién ama Gilbert Grape?



Dirección: Lasse Hallström.

Guión: Peter Hedges (Novela: Peter Hedges).

Música: Björn Isfält.

Fotografía: Sven Nykvist.

Reparto: Johnny Depp, Juliette Lewis, Leonardo DiCaprio, Mary Steenburgen, Darlene Cates, John C. Reilly, Laura Harrington, Cristin Glover, Kevin Thige, Mary Kate Schellhardt, Penelope Branning.

Gilbert Grape vive en Endora, un pueblo donde nunca pasa nada y nunca pasará nada. Su padre se ahorcó hace años, su madre (Darlene Cates) padece obesidad móbida y su hermano pequeño Arnie (Leonardo DiCaprio) sufre una discapacidad mental desde su nacimiento. Así que Gilbert tiene pocos motivos para la esperanza.

Drama familiar sobre las nulas expectativas de una familia con graves problemas económicos y personales, ¿A quién ama Gilbert Grape? (1993) merece ser disfrutada despacio, algo complicado en estos tiempos en que todo pasa demasiado deprisa, donde un cine tan personal es una rareza en medio de las producciones comerciales que copan las carteleras.

Empieza la película con un desfile de caravanas por la carretera camino a su destino de vacaciones. Para Arnie es como una fiesta que no quiere perderse. En Endora, por una avería, se quedan una abuela (Penelope Branning) y su nieta Becky (Juliette Lewis), quién supondrá un soplo de aire fresco en la vida de Gilbert. Becky removerá la apatía en que vive Gilbert y le ayudará a otorgarle a todo su mundo su justo valor. Termina el film con esa caravana pasando de nuevo por las carreteras de Endora un año después. Y la vida de Gilbert ha dado un giro radical y por fin está listo para emprender, libre de ataduras, un nuevo camino.

La cinta es un retrato entre desolado y tierno del joven Gilbert y su familia, a su cargo, marcada por el suicidio del padre, sin ninguna explicación, y la obesidad de su madre, abandonada a su tristeza y que solamente es capaz de reaccionar para proteger a su hijo pequeño, un retrasado mental que vive casi de milagro, según los médicos. Este argumento nos podría llevar a pensar en un drama con todas las letras, pero ello no es así. Hallström prefiere un tratamiento más comedido, sin cargar en exceso las tintas, lo que sin duda se agradece, aunque también es verdad que termina por restarle fuerza al relato, más concretamente en sus dos primeros tercios, donde la historia transcurre de manera a veces un tanto anodina, sin demasiada intensidad. Esto se hace realmente patente cuando, en el tramo final, la historia gana en fuerza y es en ese momento cuando comprendemos que el director tiene recursos para emocionarnos dentro de ese tono comedido, elegante. Y ahí es donde me pregunto el motivo de que no fuera capaz de lo mismo durante más tiempo. Una pena, sin duda.

El trabajo de Johnny Depp me pareció realmente soberbio, aunque he de confesar que siento debilidad por este actor. Leonardo DiCaprio también hace un trabajo espectacular, en uno de esos papeles que son un regalo, porque son de esos que suelen llevar al premio del Oscar, si bien DiCaprio se quedó solamente con la nominación. Juliette Lewis, llena de magnetismo y frescura, completa un reparto maravilloso.

Sin ser una película excepcional, hemos de agradecer a ¿A quién ama Gilbert Grape? que se trata de un film honesto, sin grandes pretensiones, tan solo un retrato directo y sensible sobre una familia, sus dramas personales, sus rutinas en un pueblo sin vida ni futuro. No busca efectismos baratos, ni discursos moralistas o lecciones de superación. Solamente nos muestra una realidad que puede gustarnos más o menos, es lo que es y punto.

domingo, 25 de septiembre de 2022

Adiós a las armas



Dirección: Frank Borzage.

Guión: Benjamin Glazer y Olivier H.P. Harret (Novela: Ernest Hemingway).

Música: Ralph Rainger.

Fotografía: Charles Lang (B&W).

Reparto: Gary Cooper, Helen Hayes, Adolphe Menjou, Mary Philips, Doris Lloyd, Jack La Rue, Blanche Friderici, Mary Forbes.  

Frederic Henry (Gary Cooper), norteamericano alistado en el cuerpo de ambulancias italiano durante la Primera Guerra Mundial, conoce a la enfermera Catherine Barkley (Helen Hayes) y surge entre ambos un amor apasionado.

Primera adaptación al cine de la novela de Ernest Hemingway, Adiós a las armas (1932) posee ese encanto típico de los films pioneros, pero también algunos defectos.

Lo primero que debemos tener en cuenta es que estamos ante un film realmente antiguo, de los comienzos del cine sonoro. Ello ha de servir para que seamos indulgentes con los efectos especiales, realmente rústicos vistos a día de hoy, y ciertos estilos interpretativos que aún nos recuerdan a la época del cine mudo.

Sin embargo, a pesar de esos detalles menores, la cinta presenta innegables avances y detalles de cierta modernidad, en especial en el uso de algunos encuadres que seguramente resultaban novedosos entonces. Además, algunas escenas de guerra, en especial cuando Frederic se marcha en busca de su amada, con la lluvia incesante y la luz reflejándose en los cascos de los soldados, me parecieron especialmente brillantes.

Es en cuanto al tono de la historia donde el film resulta un tanto extraño. El principal problema que le encuentro es en la definición de los personajes, que durante buena parte de la historia dan una impresión extraña. Cuando, al final, los comprendemos completamente, todo encaja, pero tal vez hubiera sido mejor dejarlos definidos desde el principio, para que hubiera podido seguir la historia sin las dudas que generaban esos protagonistas.

Por ejemplo, la imagen que se obtiene de Frederic al principio es la de un militar un tanto libertino, bebedor y juerguista. De ahí que cuando inicie la relación con Catherine sea difícil predecir el curso de la misma. Su amigo, Rinaldi (Adolphe Menjou) también resulta como mínimo curioso; declara su amistad incondicional por Frederic, pero entorpece su relación con Catherine, lo que se podría explicar porque él mismo estaba interesado en ella; pero una vez que Frederic y Catherine parecen ir en serio no se entienden sus esfuerzos en separarlos, logrando que trasladen a la enfermera a Milán primero y censurando sus cartas después. Por cierto, a pesar de forzar el traslado de Catherine a Milán, cuando Frederic resulta herido consigue que lo envíen al hospital donde está su novia, creando otro elemento de duda sobre su comportamiento. Finalmente, justo en el instante final, Rinaldi comprende los verdaderos y profundos sentimientos de su amigo y, de paso, nos los hace entender también a los despistados espectadores. Pero otra vez entiendo que se hubiera evitado la confusión estableciendo claramente desde el comienzo las relaciones entre los personajes.

Toda esta indefinición de los protagonistas motiva que cuando Frederic deserta para ir en busca de su amada, la reacción más lógica es tacharlo de irresponsable y alocado, dejando a sus compañeros en medio de la lucha por un impulso egoísta que no llegaba a entender.

De nuevo habría sido muy necesario desvelar la profundidad del amor de los protagonistas mucho antes, para que esa pasión desatada no nos pillara por sorpresa en un final conmovedor, es cierto, pero algo desconectado con el progreso de la historia hasta ese instante, porque nada hacía adivinar la naturaleza de los vínculos entre Frederic y su amada.

Lo que es evidente es que esa pasión, la escena final, con el esposo cargando con el cadáver de la mujer, resulta hoy en día un tanto melodramática, propia de otras modas, de conceptos que resultan de épocas muy remotas. A pesar de lo cuál, el tratamiento de esa escena me pareció maravilloso y, aún con lo teatral que pudiera resultar mirado objetivamente, no dejó de resultar terriblemente conmovedor.

Gary Cooper, con ese estilo suyo algo dubitativo, está magnífico y me resulta completamente convincente. En cambio, Helen Hayes, tal vez por la influencia de las modas en el concepto de belleza femenina, me pareció mucho más anticuada en cuanto a su actuación. Adolphe Menjou está soberbio también en su papel de vividor alegre y despreocupado.

Sin duda, una película que acusa el paso de los años y un guión algo errático por momentos. Aún así, estamos ante una buena película que valoraremos más correctamente si somos capaces de verla con la mirada de los espectadores de la época.

Ganó el Oscar a la mejor fotografía y al mejor sonido.

sábado, 24 de septiembre de 2022

Atlantic City



Dirección: Louis Malle.

Guión: John Guare.

Música: Michel Legrand.

Fotografía: Richard Ciupka.

Reparto: Burt Lancaster, Susan Sarandon, Hollis McLaren, Kate Reid, Robert Joy, Cec Linder, Michel Piccoli, Al Waxman, Robert Goulet.

Lou Pascal (Burt Lancaster) fue en su momento un gánster de poca monta y ahora vive de lo que saca de pequeñas apuestas y de lo que le paga su vecina y viuda de su exjefe, Grace (Kate Reid), por cuidarla.  

Atlantic City (1980) supone la segunda incursión del director francés en Hollywood y, como no podía ser de otra manera, es una visión muy personal del sueño americano, además de un viaje triste y directo a la realidad de los perdedores.

En los años setenta del siglo XX, Atlantic City era una ciudad en crisis. Pasada su época gloriosa, buscaba redimirse en medio de la decrepitud de sus viejos edificios. En este marco decadente, la cara oculta del sueño americano, es por donde pululan los héroes de este pequeño drama. Anti héroes, mejor dicho. Supervivientes de un pasado lejano, como Lou y Grace y aspirantes a una vida mejor, como Sally (Susan Sarandon), que sueña con ser croupier en su idolatrada Montecarlo.

Atlantic City es el retrato de Lou, un hombre en el tramo final de su vida, sin dinero, que se ha creado un pasado ficticio en el que era alguien importante, un nombre respetado y temido en el mundo del hampa. Vive esa mentira con convicción, casi podríamos pensar que se la cree. Pero en el fondo sabe que siempre ha sido un don nadie y además cobarde (su apodo, "El cagado" lo aplasta como una losa). Cuando agreden a Sally en su presencia, Lou se reprocha no haber podido protegerla. Es ahí cuando se enfrenta a la realidad, a su verdad. Curiosamente, también es entonces cuando al fin parece encontrar el valor que nunca tuvo. Y alcanza la gloria, al menos su gloria. Lou se reconcilia consigo mismo, aunque su sueño de estar junto a Sally, a la que desea con fuerza desde que la espiaba mientras ella se lavaba en la cocina, no fuera más que otro sueño utópico en su peculiar mundo de sueños. 

Louis Malle no se anda con tapujos, no nos vende redención ni gloria. Su historia es triste, decadente, miserable incluso. Se acerca un poco a un documental: una cámara que retrata lo que ve, y lo que ve no tiene mucho futuro ni esperanzas.

Fruto de esa elección, la película tiene un desarrollo lento, sin grandes momentos ni glamour ni esperanza. Es un film triste, donde ni la puesta en escena ni la fotografía invitan a disfrutarla, sino más bien a sufrir con ella. 

Tanto Burt Lancaster, que fue ganado enteros con la edad, como Susan Sarandon, entonces unida sentimentalmente a Malle, realizan un trabajo soberbio, pleno de autenticidad y sensibilidad. Algunas miradas de Lancaster resultan más explícitas que un discurso y transmiten sin disimulo la realidad del personaje. Sarandon, entre seductora y sufridora, logra también, con una economía encomiable, desvelarnos los sueños y fracasos de la vida de Sally.

No la consideraría, como algunos críticos que parecen deslumbrados por el nombre del director, una obra maestra, ni de lejos. Pero creo que Atlantic City es, en todo caso, un film honesto y ofrece un retrato de una época y unos personajes muy aguda, llena de comprensión y sensibilidad hacia las miserias del ser humano, sus sueños y sus ilusiones.

lunes, 19 de septiembre de 2022

En busca del arca perdida



Dirección: Steven Spielberg.

Guión: Lawrence Kasdan (Historia: Georges Lucas y Philip Kaufman).

Música: John Williams.

Fotografía: Douglas Slocombe.

Reparto: Harrison Ford, Karen Allen, Paul Freeman, Ronald Lacey, John Rhys-Davies, Vic Tablian, Denholm Elliott, Wolf Kahler, Alfred Molina.

En 1936, agentes de inteligencia del gobierno visitan al arqueólogo Indiana Jones (Harrison Ford) informándole de que los nazis están buscando el Arca de la Alianza y le piden ayuda para evitar que caiga sus manos.

En busca del arca perdida (1981) es la primera película protagonizada por Indiana Jones, el ya mítico arqueólogo y aventurero creado por Georges Lucas en 1973, inspirándose en los seriales de los años treinta. El éxito de la cinta dió como resultado tres largometrajes más dirigidos también por Spielberg: Indiana Jones y el templo maldito (1984), Indiana Jones y la última cruzada (1989) e Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008). 

Steven Spielberg es uno de los grandes directores de la historia del cine, se mire como se mire y guste más o menos. Ha logrado crear obras maestras en diversos géneros y, cuando no alcazaba la maestría, como en esta ocasión, conseguía igualmente crear un entretenimiento de muchos quilates que revitalizó el género de aventuras y creó un estilo que convirtió, nada más estrenarse, a esta cinta en todo un clásico, con el mérito añadido de que sus sucesoras mantuvieron con dignidad el listón en lo más alto.

Lo primero que habría que destacar es el fabuloso ritmo que Spielberg imprime a la historia ya desde el mismo comienzo, que nos mete de lleno en la búsqueda de un tesoro precolombino a modo de presentación del personaje y que contiene momentos maravillosos como el de la gran piedra esférica que amenaza con aplastar a nuestro héroe. Con una concisión envidiable, el director nos sumerge de lleno en su peculiar universo de amenazas varias, villanos implacables y algunos momentos truculentos que se acercan mucho a un film de terror, aunque con un toque tan especial que no llegan a resultar nunca del todo repulsivos.

Tras esta pequeña introducción, el director no solo mantiene la intensidad inicial, sino que logra aumentarla progresivamente en la historia principal a base de escenarios cambiantes, peleas continuas, amenazas constantes, pequeñas dosis de humor y un toque de romance discreto. Nada escapa a la batuta de un director extrañamente dotado de la habilidad y el olfato perfectos para llevar al espectador en una montaña rusa de emociones sin tregua.

Además, Spielberg tiene el innegable buen gusto para saber darle a su propuesta un envoltorio de lujo, apoyándose en una fotografía espectacular a cargo de Douglas Slocombe, que nos regala algunas imágenes para enmarcar, y en la maestría de su compositor habitual, John Williams, que creó para esta ocasión una melodía que ha quedado para la posteridad como un personaje más de la cita. 

 Sin embargo, a pesar de sus innegables méritos, creo que En busca del arca perdida es un film un tanto ampuloso y algo excesivo.

Quizá el mayor pero que le encuentro es que el guión potencia demasiado la acción pura y dura en detrimento de otros elementos. Lo importante es no dar un respiro al espectador, con escenas espectaculares de luchas, persecuciones, peligros... Pero con ello se descuidan elementos como ahondar en los personajes, que se quedan limitados a los rasgos más básicos, incluido el protagonista. 

Pero además, esa supeditación absoluta a la dinámica desbocada lleva a un argumento que no tiene mucha lógica y al que fácilmente se le pueden encontrar numerosas lagunas. Vale que tampoco es imprescindible, en este tipo de films, una lógica meticulosa o una fidelidad milimétrica, pero tampoco vendría mal un rigor algo menos laxo.

Dentro de su impecable puesta en escena, En busca del arca perdida carece sin embargo de carisma. Es una percepción personal, es cierto, pero si recuerdo algunas películas de aventuras del período clásico de Hollywood percibo en ellas un halo de leyenda, un algo indefinible que les confiere carácter, clase, estilo. Y en el film de Spielberg noto esa ausencia. En busca del arca perdida funciona muy bien como aventura, pero de un modo casi mecánico. Steven Spielberg reúne todos los elementos indispensables para una aventura sin fisuras, pero el resultado es algo artificial, le falta encanto.

En cuanto al reparto, no tengo nada que objetar a la elección de Harrison Ford para el papel de Indiana. Creo que reúne los requisitos de atractivo, edad y presencia para el personaje. Y como la película reposa casi exclusivamente sobre él, me parece que por este lado el acierto fue total. Tal vez los secundarios no me parezcan los idóneos, hubiera preferido a otra actriz para encarnar a Marion, pues Karen Allen no me dice nada, pero en líneas generales el conjunto resulta más que correcto.

Sin duda, En busca del arca perdida, a pesar de esos detalles que no me terminan de convencer del todo, es un espléndido entretenimiento, milimétricamente diseñado y servido por un director con un talento descomunal a la hora de conectar con el público, aborde el género que aborde.

viernes, 16 de septiembre de 2022

La suplente



Dirección: Tom Holland.

Guión: Kevin Falls y Tom Engelman.

Música: Frédéric Talgorn.

Fotografía: Steve Yaconelli.

Reparto: Timothy Hutton, Lara Flynn Boyle, Dwight Schultz, Oliver Platt, Steven Weber, Colleen Flynn, Faye Dunaway, Scott Coffey, Dakin Matthews, Maura Tierney. 

El secretario de Peter Derns (Timothy Hutton), ejecutivo en una firma de productos alimenticios, coje una baja por paternidad. Una empresa de trabajo temporal envía a Kris Bolin (Lara Flynn Boyle) para cubrir la baja, demostrando enseguida una eficacia absoluta en su trabajo.

La suplente (1993) viene marcada por la moda o, tal vez, debería decir por la ambición de apuntarse al caballo ganador de Instinto básico (Paul Verhoeven, 1992). El éxito de esta película pareció animar a todo Hollywood a explotar el filón, surgiendo títulos como La mano que mece la cuna (Curtis Hanson, 1992) o Mujer blanca soltera (Barbet Schroeder, 1992). Todas con el mismo patrón de una mujer atractiva completamente chiflada o muy cerca a estarlo.

El problema de estas propuestas es que se mueven a base de clichés y son productos de consumo fácil que, una vez terminado, uno se queda con la sensación de que ha perdido el tiempo miserablemente.

La suplente parece arrancar con cierta interés, que dura hasta que nos damos cuenta de que el argumento encierra la fórmula de mujer ambiciosa, malvada y cruel que va a hacer todo lo posible para salirse con la suya. La locura de Kris está un poco disimulada la principio, pero no dura demasiado la ilusión y pronto desemboca en un ejercicio absurdo de mujer manipuladora, inteligente y muy ardiente sexualmente que nos remite a toda una suerte de escenas repetitivas que ya no sorprenden a nadie. De nuevo, todo el mundo parece ciego ante los manejos de la secretaria pirada, salvo el pobre de su jefe, una víctima más que intentará desenmascararla a costa de su propia salud mental.

Como es de esperar, los personajes resultan muy planos, sin entidad real, dibujados a base de pequeños detalles muy vistos que no disimulan un guión de lo más básico que no se toma el tiempo de ahondar para nada en la historia. Lo único que importa es la intriga, que en realidad tampoco es tal, ya que las cartas están desde el principio sobre la mesa. Así, más que intriga deberíamos hablar de curiosidad por ver cómo se resuelve el asunto. Aunque llega un momento en que comprendemos que es tan malo el argumento que ni siquiera un desenlace inteligente puede solventar nada. Aún así, yo abrigaba la idea de un giro inesperado en el que Kris no fuera más que una víctima. Quizá habría aportado un cierto toque novedoso a un argumento demasiado previsible, si bien el desastre no tenía solución. De todos modos, me preparaba para la decepción final, tal vez con la muerte dramática y resolutiva de la malvada. Y he aquí que finalmente el desenlace, cuando parecía que nada podía estropear más a un film totalmente decepcionante, va y añade un broche terrorífico a este ejercicio de banalidad. Es tan malo el final que parece una broma.

La única manera de intentar salvar de algún modo La suplente es tomando el final del modo más abierto posible: tal vez Kris en realidad no es la culpable, tal vez todas las pistas solo están ahí para despistarnos. ¿Y si el verdadero culpable es quién más se beneficia con lo sucedido? Podría valer como explicación y salvaría algo del desastre a la historia. Sin embargo, todo el desarrollo, la superficialidad de los personajes y sus relaciones y la falta de originalidad son un lastre que ni la más buenas de nuestras intenciones puede solucionar.

El reparto tampoco logra salvar nada de nada. Timothy Hutton carece de carisma y se mueve entra la frialdad y algunos arrebatos de ira un tanto excesivos y teatrales. Lara Flynn Boyle aporta su atractivo a un papel sin relieve y Faye Dunaway, la actriz con más renombre del reparto, terminó premiada con el Razzie a la peor interpretación. No creo que sea un premio merecido, aunque la película sí que hace méritos para ello.   

La suplente vuelve a demostrar esa mala costumbre de Hollywood de primar la rentabilidad del cine, enfocado casi exclusivamente desde un punto de vista empresarial, y dejando más que de lado la vertiente artística. El resultado son productos de tan escasa calidad como esta cinta, realizados con la mente puesta en la recaudación e ideados de manera rutinaria, sin esfuerzo, a base de clichés y sin alma.

lunes, 12 de septiembre de 2022

El cantor de jazz



Dirección: Alan Crosland.

Guión: Alfred A. Cohn.

Música: Louis Silvers.

Fotografía: Hal Mohr (B&W).

Reparto: Al Jolson, May McAvoy, Warner Oland, Eugenie Besserer, Otto Lederer, Bobby Gordon.

Jakie Rabinowitz (Bobby Gordon), a sus trece años, sueña con dedicarse al mundo del espectáculo. Pero su padre (Warner Oland), Cantor en la sinagoga, rechaza radicalmente esa posibilidad. Ante sus castigos físicos, Jakie abandona su hogar.

El cantor de jazz (1927) tiene un sitio reservado en la historia del cine como la película que impulsó definitivamente el desarrollo del cine sonoro, marcando así el inicio del ocaso del cine mudo. Algunas reseñas la definen como la primera película sonora de la historia, lo cual no es cierto. Simplemente, se trata de un film mudo con sonido en unas cuantas canciones, utilizando el sistema Vitaphone, de la Warner, que sincronizaba sonido e imagen, que se estrenó en 1926 en Don Juan, también dirigida por Alan Crosland. Así, de los ochenta y ocho minutos de metraje, solo unos doce están sonorizados.

Si dejamos a un lado el factor histórico, El canto de jazz no es un film especialmente notable. El argumento, por ejemplo, es demasiado elemental y tiene un enfoque donde prima lo melodramático, pero a un nivel bastante básico. Hay que entender que era lo habitual en la época, pero aún así, otras películas del mismo período ya lograban mejores tratamientos, mucho menos simplistas y teatrales.

Tampoco las canciones me parecieron especialmente brillantes y aquí otra vez vemos esa tendencia al exceso, con letras sentimentales que buscan conmover al espectador sin disimulo.

Todo ello nos lleva a constatar que se trata de un film que ha envejecido muy mal. En parte es comprensible pero, si pienso en obras incluso anteriores que aún hoy en día nos siguen entusiasmando, he de reconocer que El cantor de jazz es un film mediocre, incluso para su época. 

Tampoco encuentro demasiado carismático a su protagonista. Supongo que tiene que ver también con las modas, pues sus movimientos al interpretar los números musicales resultan un tanto curiosos en la actualidad. Tiene muy buena voz, es cierto, pero aquí también el paso del tiempo resulta implacable. Por cierto, el argumento de El cantor de jazz guarda ciertas similitudes con la vida del protagonista, Al Jolson en la edad adulta de Jakie.

En cuanto al argumento, vemos reflejada de manera clara la crisis generacional: el padre, apegado a las tradiciones, además con el agravante de ser un judío ortodoxo, no comprende ni admite las aspiraciones de su hijo, que vive conforme a la evolución de la sociedad y el progreso y no se siente atraído por continuar la tradición familiar. De nuevo, las modas del momento llevan el conflicto a extremos melodramáticos un tanto simples, pero hemos de entender que se trata de un film mudo, con su peculiar manera de entender la interpretación; nada debía quedar en tinieblas para que el público no pudiera sentirse perdido en la acción. Los gestos grandilocuentes y los primeros planos expresivos confirman de nuevo que aún no estamos en el cine sonoro, sino en un experimento que daba los primeros pasos hacia él.

Aún así, el argumento resulta demasiado simple en la actualidad y su tendencia a los excesos, al melodrama, lo vuelven demasiado cercano a los folletones menos inspirados.

El canto de jazz tuvo un éxito arrollador en su momento e inició la explosión de una serie de films que lo imitaban, buscando ampararse en la moda que había generado y esperando recaudaciones importantes. La consecuencia fue una proliferación de films musicales de escasa entidad que, desprovistos de la novedad de esta cinta, han quedado en el olvido. El cine además, perdió entonces gran parte delos avances que había logrado con el período mudo, dando un paso atrás en cuanto a puesta en escena, que volvía a una especie de teatro filmado con la cámara estática. Pero pronto se recuperaría de esta etapa y se acabaría desarrollando un cine sonoro de calidad tras estos dubitativos primeros pasos.

domingo, 11 de septiembre de 2022

El comisario Maigret



Dirección: Jean Delannoy.

Guión: Michel Audiard, Jean Delannoy y Rodolphe-Maurice Arlaud (Novela: George Simenon).

Música: Paul Misraki.

Fotografía: Louis Page (B&W).

Reparto: Jean Gabin, Annie Girardot, Olivier Hussenot, Jean Desailly, Gérard Sety, André Valmy, Lino Ventura, Lucienne Bogaert, Paulette Dubost, Jeanne Boitel.

Un asesino en serie ha matado ya a cuatro mujeres en el barrio parisino del Marais. La policía no tiene ninguna pista y el comisario Maigret (Jean Gabin) intenta tenderle una trampa al culpable.

Un detective peculiar el comisario Maigret. No es un tipo carismático, ni atractivo, ni joven. Parece cualquier cosa menos un policía. Y además se muestra cansado, envejecido, pensando en la jubilación. Con estos datos entendemos que El comisario Maigret (1958) nos presenta una historia diferente a la de otros detectives famosos, como por ejemplo Sherlock Holmes o Sam Spade. Georges Simenon, el padre del protagonista, creó un policía muy normal y la historia que nos ocupa también posee un toque de normalidad casi rutinaria, en la que reside sin duda el encanto y la personalidad de la película.

A pesar de abordar los crímenes de un asesino en serie, el tratamiento se aleja de un enfoque truculento, limitando los momentos más escabrosos a lo mínimo indispensable. Jean Delannoy despoja al film de todo lo artificial para mostrarnos un trabajo de la policía meticuloso, concienzudo, centrado en detalles, en la vigilancia paciente, la espera y algunos viejos trucos de la profesión.

Al comienzo, es verdad, Delannoy sabe jugar con las luces y sombras, las calles desiertas, los callejones, y en ello se muestra muy eficaz, apoyándose en la fotografía en blanco y negro y los primeros planos, como los guantes del asesino, para meternos de lleno en la frialdad del asesino y la indefensión de sus víctimas.

A partir de ahí, la película se centra en las pesquisas del comisario, cómo tiende una trampa y después, a base de intuición y experiencia, va cerrando el círculo en torno al asesino. Y es aquí cuando más brilla El comisario Maigret, donde se diferencia claramente de otros tipos de relatos similares con un desarrollo de la investigación basado en la lógica, los interrogatorios, los detalles. Esta parte de la cinta es realmente brillante, sin concesiones al efectismo, centrándose en lo importante. Prueba del buen pulso del director y la solidez del guión es que, a pesar de ser un film sin acción, basado en los diálogos, con escasez de escenarios y protagonistas, en ningún momento se vuelve repetitivo o cansino y Jean Delannoy mantiene el pulso de manera constante hasta el brillante desenlace, que de nuevo sorprende por su aparente sencillez, casi su normalidad dentro de lo turbio de la historia.

Historia que nos desvela la atormentada y deformada personalidad de Marcel Maurin (Jean Desailly), un hombre marcado por una madre dominante y castradora, que lo ha vuelto impotente e inestable, un niño aún a pesar de su edad, que odia a las mujeres porque no sabe tratarlas ni complacerlas y que ha caído además en manos de una esposa (Annie Girardot) que prolonga la misma dominación que había sufrido en la infancia. 

Lo curioso es que ni Marcel ni su esposa, su madre presenta un perfil más duro, nos resultan repulsivos, a pesar de los crímenes. Es más, resultan patéticos y hasta dignos de lástima, atrapados en su enfermedad, pues la esposa de Marcel tampoco es una mujer normal. Es un detalle muy importante, pues demuestra que el enfoque no recurre al típico maniqueísmo de este tipo de historias, sino que busca algo más, algo más cercano a la realidad, donde el criminal también es, a su manera, una víctima, de su educación y de su debilidad, un enfermo incapaz de controlar sus miedos y sus fobias. 

Es verdad que el film podría haber ahondado algo más en la personalidad del asesino, su esposa y su madre. En especial la esposa queda algo borrosa. 

Dentro del reparto, sin duda hay que destacar a Jean Gabin, un modelo de naturalidad, casi la antítesis del actor típico del cine norteamericano. Con una apariencia sin demasiado glamour, Gabin demuestra la fuerza de su espontaneidad, haciendo totalmente creíble a su personaje, sin tics, sin adornos. Annie Girardot, por su parte, tiene una personalidad rotunda, que demuestra con una sola mirada. Jean Desailly tiene un papel complicado, entre momentos de normalidad y sus arrebatos infantiles o de crueldad y en todo momento resulta absolutamente convincente, sin excesos.

El comisario Maigret viene a representar una característica del cine europeo que lo desmarca del de Hollywood; un cine con un enfoque más realista, cotidiano, donde no prima tanto el glamour o la efectividad como un tratamiento más natural, centrado menos en la acción que en el retrato de los personajes. Un enfoque más cercano a la crónica periodística donde lo importante es el realismo, la aproximación lo más ajustada posible a la vida cotidiana, en este caso la de labor policial. 

viernes, 2 de septiembre de 2022

La trampa de la muerte



Dirección: Sidney Lumet.

Guión: Jay Presson Allen (Novela: Ira Levin).

Música: Johnny Mandel.

Fotografía: Andrzej Bartkowiak.

Reparto: Michael Caine, Christopher Reeve, Dyan Cannon, Irene Worth, Joe Silver, Henry Jones, Tony DiBenedetto, Jenny Lumet. 

Sidney Bruhl (Michael Caine), un conocido dramaturgo, está pasando por una crisis creativa y sus últimas obras son grandes fracasos. Cuando recibe una obra de un alumno suyo, ve la oportunidad de volver a la senda del éxito robándosela.

Adaptación de una obra de teatro de éxito, algo que Lumet no esconde con su puesta en escena, La trampa de la muerte (1982) es cuando menos un film peculiar, original y sorprendente.

Se trata de una comedia negra que parece inspirarse en La trama (Joseph L. Mankiewicz, 1972) para darle un giro cómico y algo surrealista, lo que además no le sienta nada mal a un argumento un tanto disparatado donde priman los giros inesperados que descolocan al espectador que, en un determinado momento, está un tanto desorientado. Quizá ese sea el principal mérito de un guión que además, cuenta con momentos realmente logrados, salidas inesperadas y algunos diálogos precisos y llenos de un humor muy fino y punzante. Al menos al principio.

El problema es que el guión no logra mantener el nivel en todo momento, con lo que, tras el buen arranque, la película se va deslizando hacia un nivel más normalito, perdiendo progresivamente chispa, originalidad y calidad hasta el triste desenlace, que en parte estropea los buenos momentos anteriores y desluce el conjunto. 

La lucha a toda costa por el éxito, la fama y el dinero está en la base de la historia, con unos personajes ambiciosos y amorales. Sidney Bruhl, abocado a enfrentarse a su mediocridad tras un ya muy lejano éxito y con la cuenta bancaria tiritando, saca a relucir su lado más ruín y no repara en nada para salirse con la suya. Sin embargo, su amante Clifford Anderson (Christopher Reeve) no le va a la zaga en ambición y falta de escrúpulos. Lo que era una asociación perfecta entre ambos se envicia sin remedio por el egoismo y la desconfianza mútua. La suerte está echada.

Pero la moralidad imperante en la obra llevará las cosas al límite y dibujará una forzada moraleja donde la maldad recibirá su justa recompensa. Encuentro, sin embargo, que el desenlace, un tanto forzado, no termina de culminar convenientemente esta broma disparatada y me pareció que esa solución equidistante no acababa de ser más que una concesión ética de escasa originalidad. 

Un problema añadido de La trampa de la muerte es que este tipo de argumentos, en un espacio cerrado, pocos actores y basado exclusivamente en un duelo de diálogos, ha de tratarse con cuidado para no caer en cierta monotonía que llegue a cansar. Reconozco el buen trabajo del director, que consigue momentos muy dinámicos con encuadres interesantes o el uso de los movimientos de los actores y la cámara para agilizar el desarrollo. Aún así, creo que no logra mantener el ritmo de manera constante y tal vez algunos recortes le hubieran venido muy bien a la obra. Además, los personajes de Myra Bruhl (Dyan Cannon) y Helga Ten Dorp (Irene Worth) creo que daban mucho más juego que el que finalmente les saca el guión.

En lo que no hay duda es en la eficacia del reparto, empezando por un genial Michael Caine que vuelve a demostrar la calidad que atesora. Christopher Reeve no alcanza su nivel, pero no desentona en absoluto y Dyan Cannon e Irene Worth están sencillamente estupendas.

Si el guión hubiera logrado mantener el nivel del comienzo, estaríamos hablando de una película soberbia. Tal y como se va desenvolviendo, el resultado final es un film ameno y original, pero irregular en su conjunto.

jueves, 1 de septiembre de 2022

Corazones indomables



Dirección: John Ford.

Guión: Lamar Trotti y Sonya Levien (Novela: Walter D. Edmonds).

Música: Alfred Newman.

Fotografía: Bert Glennon y Ray Renahan.

Reparto: Claudette Colbert, Henry Fonda, Edna May Oliver, Eddie Collins, John Carradine, Dorris Bowdon, Jessie Ralph, Arthur Shields, Robert Lowery, Roger Imhof, Francis Ford, Ward Bond, Russell Simpson, Arthur Shields.

Lana Borst (Claudette Colbert), una joven de familia adinerada, se casa con Gil Martin (Henry Fonda), un granjero, y se instalan en el valle de Mohawk, donde Gil tiene una pequeña cabaña. Para Lana, el cambio será difícil y las cosas se complicarán más con el estallido de la guerra contra los ingleses.

Corazones indomables (1939) es el primer largometraje de John Ford en color y además el que se ubica en un período de tiempo más antiguo en toda su obra, en torno a finales del siglo XVIII. Anécdotas aparte, estamos ante un film menor en su filmografía, pero donde se reúnen ya los elementos característicos de su trabajo.

La película es un abierto canto a la colonización y el nacimiento de Norteamérica, describiendo las enormes dificultades de los pioneros, tanto a nivel material como en sus trabajos de acondicionamiento de las tierras y en la lucha contra los indios.

Ford, como es habitual en este tipo de dramas, sabe conjugar perfectamente los momentos épicos con otros más domésticos y sus típicas pinceladas de humor para aligerar la carga dramática. Están los personajes típicos que poblarán su larga obra, especialmente esa mujer fuerte, luchadora, capaz de soportar cualquier adversidad y en la que reside la base del avance de la civilización y el apoyo moral y afectivo de los hombres. En esta ocasión, ese papel está encarnado por la abnegada Lana y también por la viuda McKlennan (Edna May Oliver), personaje que conjuga un coraje superior al de muchos hombres y que aporta también notas de humor y de emoción como solo Ford sabía insuflar a algunos de sus personajes más representativos.

Sin ser una mala película, ya que dudo que Ford tenga alguna que se pueda calificar así, el problema principal de Corazones indomables es el ritmo un tanto lento. Algunas escenas da la sensación de que se alargan en exceso, lo que viene a significar que hay un problema de equilibrio interno. Ello lastra el desarrollo general y, a pesar de algunos momentos muy interesantes, el resultado final es una cinta que no transcurre con la agilidad necesaria.

Algunos críticos también ponen en duda la elección de Claudette Colbert, una actriz sofisticada en un papel un tanto inapropiado para ella. En mi opinión, su trabajo es acertado y no creo que resida en ella el principal problema de la película, sino en el ritmo de la misma. Henry Fonda es una elección perfecta, lo mismo que algunos de los secundarios fijos del director, como Ward Bond, John Carradine, Russell Simpson o Arthur Shields, todos ellos siempre una garantía de saber hacer.

Otro elemento a resaltar es la dureza de algunas de las escenas de lucha, especialmente la de los hombres gravemente heridos tras la batalla y el ataque al fuerte que podrían interpretarse sin duda como una manera de posicionarse del director contra las guerras y las tremendas desgracias que acarrean, como la pérdida del hijo de Lana o la ruina material, con casas quemadas y cosechas perdidas. 

Una obra menor en la filmografía de John Ford, lo que significa que estamos ante una gran película que, sin embargo, no alcanza la fluidez de otros trabajos del director. A pesar de lo cuál, es más que recomendable.