El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 29 de mayo de 2018

Irrational Man



Dirección: Woody Allen.
Guión: Woody Allen.
Música: Ramsey Lewis.
Fotografía: Darius Khondji.
Reparto: Joaquin Phoenix, Emma Stone, Jamie Blackley, Parker Posey, Ethan Phillips, Julie Ann Dawson, Mark Burzenski, Gary Wilmes, Geoff Schuppert, David Pittu.

Abe Lucas (Joaquin Phoenix) es un profesor de filosofía sumido en una profunda crisis personal a raíz de su divorcio y la muerte de su mejor amigo. En este estado de ánimo llega a una pequeña universidad a dar clases en verano.

Tras Delitos y faltas (1989) y Match Point (2005), Woody Allen vuelve a abordar el tema del asesinato y la culpa en Irracional man (2015), un film denso y sencillo a la vez, claves del estilo del director, tanto en la comedia como en el drama.

Irracional man  es la crónica de un profesor de filosofía desengañado y deprimido, convencido de que todo le ha salido mal en la vida: matrimonio, amistad, metas personales... hasta su especialidad, la filosofía, le ha defraudado. Sus intentos de comprender la vida a través de ella le han llevado a un total desengaño. Ni el cambio de ciudad ni el convertirse en objeto de deseo de dos mujeres logran animar a Abe, incapaz de salir de la espiral de alcohol y abandono en que ha caído.

Sin embargo, algo casual, el escuchar a una mujer desesperada porque un juez le va a quitar la custodia de sus hijos, será el revulsivo inesperado que cambiará su vida. Porque Abe comprende que toda su filosofía y sus buenos deseos no eran nada porque se quedaban en mera teoría. Pero el plantearse matar a ese juez, ayudando realmente a alguien, librando al mundo de una mala persona, eso sí es un hecho, con unos beneficios palpables. Y entonces, la vida cambia para Abe. Ya no es una penosa carga sin interés, sino algo excitante, estimulante, llena de nuevos alicientes. Abe se entrega al amor como hacía años que no lo hacía. Y desea cuidarse, disfrutar de la comida, de los pequeños placeres. Ha encontrado un aliciente para vivir.

Y al mismo tiempo, liberado de sus propias ideas filosóficas, de su obsesión por racionalizar y conocer, Abe abraza el azar como parte integrante de la vida misma, entroncando de nuevo con las ideas expresadas por el director en Match Point. Solo que aquí el azar jugará en contra de Abe, convirtiendo su genial idea en un fracaso cuando la casualidad empiece a plantar en Jill (Emma Stone), la alumna enamorada del maestreo, la semilla de la duda.

Ahora Woody Allen nos muestra la otra versión del azar que había mostrado en Match Point y donde éste jugaba en favor del protagonista. Aquí el destino se conjura en contra de Abe, condenado por el imprevisto que él había abrazado.

En Irracional Man Allen deja de lado el tono cómico y las réplicas agudas. Es quizá lo que más puede chocar a los seguidores del cineasta, habitualmente profundo y reflexivo pero sin renunciar a un punto de vista cómico e irreverente. Sin embargo, ahora no se vislumbra ese humor por ningún lado, dejándonos una obra más próxima al thriller o al drama que a la comedia.

En el aspecto meramente técnico, la película es preciosa, desde la fotografía a la banda sonora, pasando por una dirección sencilla y muy elegante de Woody Allen, que deja de lado experimentos con la cámara para ofrecer un film muy clásico en este aspecto.

En cuanto al reparto, destacar a Emma Stone, radiante y muy natural, junto a Joaquin Phoenix, un gran actor que, sin embargo, me pareció algo menos convincente que su pareja.

En definitiva, un nuevo film de este director que, haga lo que haga, parece que todo lo hace bien. Puede que la película no tenga la genialidad o el encanto de otros films de Allen, pero sigo pensando que siempre vale la pena disfrutar de sus propuestas, que nos invitan a reflexionar sobre aspectos fundamentales de la existencia: el amor, la religión, el éxito, la familia... o el azar.

jueves, 24 de mayo de 2018

Persecución mortal



Dirección: Rowdy Herrington.
Guión: Rowdy Herrington y Martin Kaplan.
Música: Brad Fiedel.
Fotografía: Mac Ahlberg.
Reparto: Bruce Willis, Sarah Jessica Parker, Dennis Farina, Brion James, Tom Sizemore, Robert Pastorelli, Timothy Busfield, John Mahoney.

Tom Hardy (Bruce Willis), policía en Pittsburgh, ha tenido que declarar contra su primo y compañero en el cuerpo por violencia policial, con lo se ha ganado la animadversión de gran parte de sus compañeros al considerar lo que hizo una traición.

Persecución mortal (1993) es uno de esos subproductos que dan la impresión de estar hechos de prisa, juntando ideas aquí y allá de manera un tanto chapucera para conseguir un film que pretende resultar entretenido y con cierta dosis de intriga y emoción, pero sin estrujarse mucho la cabeza. ¿El resultado?: un bodrio previsible, ramplón y que llega a producir casi vergüenza ajena.

La historia de un psicópata que parece tenerla tomada con el héroe de turno está ya demasiado manoseada para llegar a sorprender a nadie. Y este es el eje principal de esta historia, donde los guionistas no se complican mucho la vida y se dedican a acumular tópicos sin disimulo. Así, Tom se verá arrinconado como policía por testificar, con todo derecho y razón, contra un compañero por malos tratos hacia un detenido. Rizando el rizo, el guión quiere que ese compañero sea además su primo, hijo y sobrino de policías. Con lo que el tema profesional se carga de connotaciones familiares, es decir, un plus de emotividad. Además, el padre de Tom, policía también, muere trágicamente en acto de servicio y, poco después, el primo agresivo se suicida... Efectivamente, todo esto es una especie de folletín mal traído.

Por si fuera poco, Tom acaba dejando el cuerpo y pasa a ser un patrullero del río, alcoholizado y amargado por culpa de los remordimientos. Y encima, con una lesión permanente en una pierna. Vamos, que no falta nada en este pastel.

A partir de aquí, poca cosa. Se trata de ir alargando la historia convenientemente a base de algunos cadáveres más y una historia de amor traída por los pelos y sin mucho interés hasta llegar al desenlace, lo que se supone que será el glorioso colofón final, donde el director-guionista parece que ha decidido echar el resto para culminar su magna obra.

Pero, como era de suponer, el final, que se llega a intuir más o menos a la media hora de proyección, no es más que un cúmulo terrible de inverosimilitudes, absurdos, intentos de alargar el desenlace a base de las consabidas reapariciones del psicópata indestructible, etc, etc. Es decir, una acumulación de disparates que rematan vergonzosamente una película ya de por sí bastante insulsa, pero que, con ese desenlace, llega a cotas de idiotez impensables.

Quizá lo peor de todo sea que la película se tome en serio a sí misma. Semejante cúmulo de tonterías no debería pretender ser algo más de lo que es. Y mucho menos pretender justificar a toda costa al protagonista de turno, librándolo del estigma de la delación a base de retorcer el argumento hasta límites que caen en lo absurdo. Lo único decente era tomarse esta peliculilla en broma.

Hasta Bruce Willis, que normalmente suele estar en su salsa en papeles de tipo duro y desengañado, aquí tiene un nivel de actuación bastante pobre, quizá por estar bajo la batuta de este Rowdy Herrington, que si como guionista demuestra ser un desastre, como director mantiene el mismo nivel.

No he visto toda la filmografía de Bruce Willis, pero me atrevería a afirmar que Persecusión mortal debe figurar entre sus peores películas. Es increíble que se hagan tonterías tan grandes bajo una apariencia seria. Infumable.

domingo, 13 de mayo de 2018

El niño 44



Dirección: Daniel Espinosa.
Guión: Richard Price y Johan Melin (Novela: Tom Rob Smith).
Música: Jon Ekstrand.
Fotografía: Oliver Wood.
Reparto: Tom Hardy, Noomi Rapace, Gary Oldman, Joel Kinnaman, Paddy Considine, Jason Clarke, Vincent Cassel, Fares Fares, Josef Altin.

Año 1953. Leo Demidov (Tom Hardy), oficial de la seguridad estatal en la Unión Soviética, sospecha que existe un maníaco detrás de las muertes de varios niños que el Estado, para defender su utópica visión de la sociedad, atribuye a simples accidentes.

El niño 44 (2015) podría resumirse afirmando que es un thriller sobre un asesino en serie. Y eso podría ser verdad, como suele pasar en la mayoría de los films de temática similar. Afortunadamente, en El niño 44 tenemos mucho más, muchísimo más. Y es por esa ambición y esa trama tan densa que podemos encontrarle algunas debilidades a esta historia.

La película está inspirada en el libro de Tom Rob Smith basado en un asesino en serie ruso, Andréi Chikatilo, que mató a cincuenta y dos personas entre 1970 y 1990. Pero Smith, tomándose una licencia literaria, lleva la trama a la Unión Soviética de los años 50, bajo la férrea dictadura de Stalin. Eso permite que el relato gane en cuanto a profundidad, pues la película aprovecha esa ubicación para ofrecernos una impresionante visión de la sociedad soviética de aquellos años.

Lo primero que me gustaría destacar de El niño 44 es la asombrosa calidad técnica del film. Desde la ambientación, soberbia, a una fotografía perfecta y la ágil dirección de Daniel Espinosa, que logra crear un clima claustrofóbico, triste y oscuro que transmite a la perfección la miseria que reinaba en la Unión Soviética de aquellos años.

Como decía al comienzo, la película cuenta la investigación del protagonista para intentar capturar al asesino en serie de niños que las autoridades soviéticas intentan ocultar, pues la dictadura estalinista pretendía dar una imagen perfecta del régimen, que no admitía que pudiera haber asesinos, ni siquiera homosexuales, en su paraíso socialista. Sin embargo, esa parte de la historia no es finalmente el eje principal de la película, sino una parte más de un relato muy amplio y mucho más ambicioso.

El niño 44 nos ofrece también una crítica muy precisa de esa dictadura, sabiendo plasmar con claridad el miedo que existía en la sociedad, pues nadie estaba libre de caer en desgracia por una simple delación, fundada o no. De ello es un ejemplo magistral la relación de Leo con su esposa Raisa (Naomi Rapace), que descubrimos que se casó con él por miedo. Y no es hasta mucho más tarde que ella se convence de los verdaderos sentimientos de Leo. Y este es otro de los elementos claves de la película: el retrato del matrimonio protagonista y sus difíciles relaciones con amigos, familiares y hasta compañeros de trabajo. Pues el miedo y la envidia están en cada vecino, en el subordinado o en el amigo. Un clima que, como decía, Daniel Espinosa también consigue trasmitir visualmente con gran acierto.

Y junto a ese miedo que inunda a toda la sociedad, El niño 44 también es una crónica de la miseria, el hambre, la precariedad de una sociedad tristemente encerrada en una burbuja de apariencias falsas y mentiras, llena de huérfanos, de hambre y sin esperanza. Sin duda, el retrato de la Unión Soviética bajo la dictadura de Stalin es sobresaliente.

Pero el intentar abarcar tantos aspectos provoca que la película sea por momentos un tanto confusa para el espectador, acostumbrado a relatos más lineales y que no presenten tal cantidad de aristas, matices y sorpresas.

Por ejemplo, los personajes principales de la historia permanecen un tanto en penumbra durante buena parte del relato, hasta que se van desvelando sus motivaciones, miedos y desconfianzas. Incluso algunos, como Nestorov (Gary Oldman), se quedan más en penumbra de lo que hubiéramos deseado. Incluso la trama parece imponerse sobre un enfoque más personal, algo que finalmente recupera el director en el tramo final de la película. Es el peaje que tiene que pagar un guión tan denso, obligado a ceñirse a un tiempo relativamente reducido para todo lo que se cuenta en la película.

Sin embargo, creo que se trata de pequeñas deficiencias que en ninguna manera empañan una película que me sorprendió gratamente por su ambición, su buena hechura y, especialmente, que no se limita a la típica historia comercialmente habitual, sino que aspira, y en gran parte lo consigue, a ser mucho más que un típico thriller made in Hollywood.

Desmadre a la americana



Dirección: John Landis.
Guión: Harold Ramis, Douglas Kenney y Chris Miller.
Música: Elmer Bernstein.
Fotografía: Charles Correll.
Reparto: John Belushi, Tom Hulce, Tim Matheson, Peter Riegert, Bruce McGill, John Vernon, Karen Allen, Verna Bloom, Stephen Furst, Kevin Bacon, Donald Sutherland.

Dos alumnos novatos, recién llegados al Faber College, una universidad privada, intentan formar parte de una fraternidad. Sin embargo, son rechazados por la elitista Fraternidad Omega, por lo que deciden probar suerte en la Delta, completamente diferente.

Hay películas que están más allá de su propio valor artístico y se convierten en un referente. Esto es lo que sucede con Desmadre a la americana (1978), una película que, vista hoy en día, puede parecer una tontería, pero que se ha ganado un peculiar puesto en la historia del cine.

Todo comenzó con unas historias publicadas por Chris Miller en una revista en las que rememoraba anécdotas de su época de estudiante. De ahí partió la idea del guión original, al que sumaron recuerdos los otros dos guionistas, Kenney y Ramis. El primer borrador era un tanto excesivo para la época, por lo que hubo que dulcificarlo en diferentes versiones hasta que resultó lo suficientemente aceptable.

El resultado es una historia bastante elemental, compuesta en realidad por una serie de episodios que reflejan diversos momentos de la vida de los estudiantes del Faber College, preocupados principalmente por el sexo y pasarlo bien. Algunos episodios están más logrados, mientras que otros parecen, vistos hoy en día, un tanto anticuados. Incluso hay algunos saltos bruscos, quizá por culpa de un montaje no demasiado cuidadoso, o situaciones con una falta de ritmo evidente.

Pero todos estos detalles no afectaron en su día a la película, que cosechó un éxito espectacular, especialmente entre los jóvenes de la época, que no dudaron en imitar algunas de las ocurrencias que tienen lugar en el film, como la fiesta de las togas, que se popularizó rápidamente. Fue esta aceptación popular la que hizo de Desmadre a la americana todo un referente e inauguró una especie de subgénero sobre las movidas estudiantiles, siendo todo un modelo que sirvió de guía a muchas otras películas que bebieron sin disimulo de sus ocurrencias. Incluso dio lugar a una serie de televisión.

Quizá uno de los aspectos más llamativos es el reparto coral, pues el director quería que la película fuera un proyecto colectivo, sin una gran estrella que pudiera llevar el peso de la película. Por ello, a pesar de la presencia carismática de John Belushi, éste no es más que otro de los alocados estudiantes, donde podemos ver los comienzos de Tom Hulce, Tim Matheson o de Kevin Bacon.

Otro detalle interesante es que la película no es en absoluto moralizante, un pecado en el que suelen caer muy a menudo este tipo de historias, marcadas por la estrecha mentalidad americana. En Desmadre a la americana se habla de sexo, de drogas, de transgresión, de borracheras... y no se piden disculpas por ello. Es un film que ensalza la alegría de vivir, la despreocupación, la libertad y, en definitiva, la juventud.

Es una película realmente surrealista en muchos aspectos, irracional o absurda. Pero tiene algo de auténtico que traspasa la pantalla. Quizá ahí resida la clave de su éxito, más allá del paso del tiempo, que se nota bastante, y de que, artísticamente, me pareció un film bastante flojo, pero para nada aburrido.

Pero todo eso es lo de menos. Desmadre a la americana es ya historia del cine.


sábado, 5 de mayo de 2018

La jungla humana



Dirección: Donald Siegel.
Guión: Herman Miller, Howard Rodman y Dean Resigner.
Música: Lalo Schifrin.
Fotografía: Bud Thackery.
Reparto: Clint Eastwood, Lee J. Cobb, Susan Clark, Tisha Sterling, Don Stroud, Betty Field, Tom Tully, Melodie Johnson, James Edwards.

Coogan (Clint Eastwood), un ayudante de shérif, es enviado por su superior a Nueva York para que se encargue del traslado a Arizona de un preso para ser juzgado por asesinato. Sin embargo, el traslado, en apariencia sencillo, se irá complicando desde el principio.

Tras su aventura italiana con el espagueti western, Clint Eastwood regresa al cine norteamericano. La jungla humana (1968)  será su segunda película de esta nueva etapa. Además significa el comienzo de su colaboración con Don Siegel, con quién rodaría cuatro películas más y de quién aprendería el oficio de director. Lo que empezó siendo un mero encuentro de trabajo derivó en una buena amistad entre ambos.

En cuanto a La jungla humana, la impresión que tenemos es que se trata de un film que mezcla estilos diferentes y que, al final, no sabemos muy bien con qué quedarnos.

La historia arranca en el desierto de Arizona, con Coogan persiguiendo a un indio fugado de la reserva, con lo que las referencias al western son evidentes. La figura de Coogan, dibujada con rápidas pinceladas, nos presenta a un tipo duro, frío, mujeriego y nada compasivo, negándole al indio, al que golpea sin motivo, hasta un cigarrillo.

En cuanto el personaje llega a Nueva York, el registro cambia. Ahora Coogan es una especie de rareza en medio de la civilización. A pesar de las burlas sobre su aspecto, él mantiene su entereza y sus métodos un tanto peculiares. Esta parte de la película también sirve a Siegel para hacer un pequeño recorrido por la cultura de la época, dominada por al corriente hippie, las drogas y la libertad sexual. En este sentido, este repaso de la cultura del momento se me asemeja un tanto infantil, seguramente por culpa del paso del tiempo, que convierte lo que entonces podía parecer más transgresor en algo que ahora ya no posee esa fuerza emocional.

Lo que no pierde el personaje de Coogan es el rol de macho, dispuesto a seducir a cualquier mujer atractiva que se cruce en su camino. Un personaje que, en líneas generales, parece anticipar el de Harry el sucio (Don Siegel, 1971). Si bien, al final de la película, y aunque es un aspecto que no queda del todo muy bien explicado, Coogan parece haberse vuelto más humano tras su estancia en Nueva York, mostrándose algo más considerado con su prisionero al que, esta vez sí, le invita a fumar.

En cuanto a los valores artísticos de La jungla humana, la verdad es que me parecieron un tanto limitados. Sinceramente, Don Siegel nunca me pareció más que un buen director de series B o, como diría algún crítico resabido, un buen artesano. De hecho, si algo destaca en la película es la escasez de medios, algo a lo que Siegel estaba muy acostumbrado.

La jungla humana me parece un film un tanto deslavazado, con muchos momentos en los que la acción decae abruptamente y en los que algunas escenas parecen alargarse innecesariamente. Siegel se recupera en las escenas de acción, de una violencia un tanto excesiva para la época, pero siempre con un tono de film menor que parece alargar el metraje a propósito ante un guión que parece no dar demasiado de sí.

Es verdad que en algunos momentos los diálogos tienen cierta chispa y algunos personajes aportan un toque original a la historia; pero en general es un film bastante plano, sin mucha emoción y donde tanto los personajes como las situaciones carecen de profundidad.

Nos queda pues el interés de ver los comienzos de Eastwood de vuelta a Estados Unidos y el ser la primera colaboración con el director que encauzaría su carrera hacia el éxito, tanto como actor, primero, como director más tarde.