El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 29 de diciembre de 2014

Agárrame esos fantasmas



Dirección: Peter Jackson.
Guión: Frances Walsh y Peter Jackson.
Música: Danny Elfman.
Fotografía: Alun Bollinger y John Blick.
Reparto: Michael J. Fox, Trini Alvarado, Jeffrey Combs, Dee Wallace, Peter Dobson, John Astin, Chi McBride, Jim Fyfe, Troy Evans, Elizabeth Hawthorne, Jake Busey, R. Lee Ermey.

A raíz de un accidente de coche, Frank Bannister (Michael J. Fox) adquiere la facultad de ver y comunicarse con fantasmas, lo que utiliza para ganarse la vida de un modo no demasiado honesto. Sin embargo, una serie de muertes de sus vecinos por extraños ataques al corazón va a hacer que Frank tome conciencia de la presencia de un espectro maligno al que intentará neutralizar.

Justo antes de ponerse manos a la obra con la trilogía de El señor de los anillos, con la que alcanzaría fama universal, Peter Jackson dirigía y escribía el guión de Agárrame esos fantasmas (1996), una delirante historia un tanto difícil de catalogar.

La película comienza en un tono abiertamente de comedia, un tanto surrealista, es cierto, que nos recuerda a films como Los cazafantasmas (Ivan Reitman, 1984). Sin embargo, poco a poco el guión se va complicando con extraños personajes y tramas que van convirtiendo la película en algo parecido a un thriller de terror. Sin perder un toque delirante, el argumento va dando tumbos en una extraña progresión, un más difícil todavía que llega a momentos totalmente desconcertantes, pero a la vez con una base bastante previsible en cuanto al futuro desenlace de la historia. De este modo, casi todo se reduce, finalmente, a ver cómo logran los guionistas desenredar el ovillo por ellos mismos creado para llegar al esperado final feliz. Y aquí, sin dejar de dar rienda suelta a una imaginación desbocada, el recurso más socorrido viene a ser el de las trampas argumentarles, los giros inverosímiles y, en general, una libertad creativa que roza la paranoia. Cuando termina el delirio, uno no puede menos que preguntarse qué se han fumado Jackson y Frances Walsh para engendrar tal historia. La conclusión que uno saca es que el argumento es una historia un tanto banal a la que se le han añadido todas las locuras imaginables en un intento de hacer algo sorprendente. Sin embargo, el resultado ha distado mucho de convencerme.

Michal J. Fox es la estrella indiscutible del film. Y la verdad es que se adivina que el actor se vuelca con su personaje, hasta el punto que casi consigue hacer medio creíble una historia sin pies ni cabeza.  La pena es que no es un actor que me trasmita demasiado y sus gestos alocados y acelerados terminan por resultar agotadores para el espectador. El resto del reparto, sin nombres de talla, compone como puede una serie de personajes entre alucinados, estrafalarios o absurdos. Y es que el problema no es intentar crear una historia original y excéntrica, sino caer en tópicos sin chispa, giros argumentarles demasiado forzados, personajes planos, una historia en la que no terminan de cuajar ninguna de las subtramas que la pueblan y la sensación de que todo este delirio no tiene una base realmente sólida.

No tengo tampoco muy claro a qué tipo de público va dirigido el invento. Podríamos pensar en un público infantil, pero algunas escenas un tanto truculentas tiran por tierra esta idea. A continuación vendría el público adolescente, quizá lo suficientemente poco exigente para tragar con cualquier historia, pero tampoco es un producto con los elementos que puedan hacerlo atractivo para este segmento. Y en cuanto al público ya maduro, veo complicado que pueda dejarse llevar por esta paranoica historia hasta el punto de pasar por alto la cantidad de deficiencias y tópicos argumentales de la película.

En definitiva, Agárrame esos fantasmas resulta ser una experiencia un tanto fallida. Mejor dedicar las casi dos horas que dura la película a cualquier otra actividad.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Malas tierras



Dirección: Terrence Malick.
Guión: Terrence Malick.
Música: George Tipton, Carl Orff, Gunild Keetman.
Fotografía: Brian Probyn, Tak Fujimoto, Stevan Larner.
Reparto: Martin Sheen, Sissy Spacek, Warren Oates, Ramon Bieri, Alan Vint, Gary Littlejohn, Bryan Montgomery, Charles Fitzpatrick, Ben Bravo, Terrence Malick.

Dakota del Sur, año 1959: Kit Carruthers (Martin Sheen), un joven que trabaja de barrendero, conoce por casualidad a Holly (Sissy Spacek), una adolescente que se ha mudado a la ciudad con su padre (Warren Oates) para empezar una nueva vida lejos de su antiguo hogar. Pronto, Kit y Holly se enamoran, aunque ocultan su relación al padre de Holly, temiendo que no la apruebe.

La filmografía de Terrence Malick es, como poco, curiosa. Debutó en 1973 con esta película, cuyo guión también es de su autoría, y seis años más tarde firmó Días del cielo. Entonces, desapareció de escena nada menos que durante veinte años, hasta su film bélico La delgada línea roja (1999). En este siglo, parece que su carrera sigue unas pautas más convencionales.

Malas tierras está inspirada en unos hechos reales ocurridos en la década de los cincuenta, cuando una pareja se convirtió en unos nuevos Bonnie y Clyde adolescentes.

Malas tierras es un film extrañamente cautivador, o perturbador, según se mire. Malick se aparta de lo que sería de esperar en una historia como ésta y, ante una serie de asesinatos gratuitos, adopta un punto de vista casi poético. Las imágenes de que se sirve para contarnos las desventuras de Kit y Holly son curiosamente hermosas dentro de su atractiva simplicidad. Además, adorna el viaje de los fugitivos con unas cálidas canciones que confieren a su aventura un curioso tono romántico e intimista. Tanto estética como narrativamente la película escapa de las claves de violencia que uno cabría esperar.

Y la simplicidad de los paisajes y decorados es también la que sirve para definir a los protagonistas. Kit es un joven que parece buscar la notoriedad comportándose como un chico malo. No hay nada más detrás de sus crímenes. No es un psicópata, no es una mala persona; tan solo hace lo que quiere hacer, sin más. A su lado, Holly se deja llevar. No juzga, no critica; acepta las explicaciones de Kit sin cuestionarlas demasiado. Lo quiere y lo sigue. Hasta que un día se cansa y lo deja. Todo tan sencillo como absurdo, tal vez porque, sin llegar a los extremos de Kit, en la vida muchos actos ocurren porque sí. La historia no pretende ser moralizadora, no hay en realidad ninguna moraleja, ni crítica; las cosas pasan y Malick nos hace testigos de ellas.

A pesar de lo que algunos opinan, creo que la actuación de Martin Sheen es un tanto exagerada. En muchas escenas me costaba convencerme de la autenticidad de sus actos. Sissy Spacek, sin embargo, me resultó mucho más convincente. En todo caso, se notaba la falta de veteranía de los protagonistas.

Malas tierras sigue siendo un film vigente, no por constituir una obra maestra, que no lo es, sino por conservar aún hoy en día ese carácter novedoso, original y algo desconcertante que la convierte en una rareza de evidente atractivo.

jueves, 20 de noviembre de 2014

The contract



Dirección: Bruce Beresford.
Guión: Stephen Katz, John Darrouzet.
Música: Normand Corbeil.
Fotografía: Dante Spinotti.
Reparto: John Cusack, Morgan Freeman, Jamie Anderson, Alice Krige, Megan Dodds, Bill Smitrovich, Ned Bellamy, Corey Johnson, Cory Hardrict.

Buscando reconciliarse con su hijo, Ray Keene (John Cusack) le propone realizar una acampada juntos. La mala suerte querrá que se topen con Frank Carden (Morgan Freeman), un mercenario que está huyendo de la policía local.

La presencia de Morgan Freeman y John Cusack justificaba por sí misma el ver esta película. Curiosamente, esta presencia parece que no fue suficiente para que The Contract (2006) viera la luz en Estados Unidos en los cines, siendo relegada directamente al mercado del videoclub. Y, una vez vista la cinta, entendemos el por qué.

The contract pretende ser un thriller donde la tensión resida principalmente en el enfrentamiento entre un hombre normal y un mercenario frío y eficaz. Para añadir más pimienta al asunto, los compinches de Carden van en su busca para liberarlo. Y por si ello no fuera suficiente, uno de los malos recibe el encargo de matar a Carden. En teoría, muchos puntos de conflicto y muchos elementos de tensión para mantenernos en vilo delante de la pantalla. En la práctica, nada de nada.

Para empezar, los personajes carecen realmente de profundidad. Su descripción es muy somera y se limita a los rasgos básicos. El guión no se toma el tiempo de que los conozcamos de una manera mínimamente seria, con lo que la película arrastra desde el principio una pega: apenas nos interesan las vicisitudes de Ray y su hijo, pues no sentimos por ellos demasiada complicidad. Tampoco el personaje de Freeman tiene una entidad suficiente. El guión se limita a dibujarlo como el cabecilla de una banda de mercenarios eficaz en su trabajo. Punto.

Pero si el guión peca de demasiado parco en la descripción de los protagonistas, la cosa no mejora en absoluto a la hora de crear la trama. La historia es tan básica como predecible. Incluso su premisa principal (gente corriente enfrentada a asesinos o delincuentes peligrosos) se ha visto ya demasiadas veces; con lo que, si no aporta nada novedoso, va a arrastrar la etiqueta negativa de "muy visto". No hay demasiada tensión en el periplo por los bosques de los protagonistas porque en seguida comprendemos qué va a suceder y casi podemos predecir con bastante exactitud los giros que va a sufrir la trama. Incluso la ambigüedad sobre el personaje de Carden no llega a engañarnos jamás. Intuimos que sufrirá cierta redención y, si bien es el malo de la película, el guión nos presentará a otros aún más malos que él como para que el desenlace pueda resulta mínimamente aceptable desde el punto de vista moral.

Llega un momento en que la persecución por el bosque se vuelve absurdamente repetitiva, con la sensación de que muchos planos y algunos personajes están ahí solamente de relleno, para estirar el metraje hasta límites comercialmente aceptables. Y Bruce Beresford se limita a filmar de un modo rutinario las escenas, sin llegar a crear en ningún momento nada mínimamente interesante, emocionante o intrigante.

Incluso algunas partes de la historia se dejan a medias, sin desarrollar, con lo que el guión presenta elementos un tanto forzados o absurdos. Nada parece funcionar realmente en esta intriga, ni por coherencia argumental, ni por originalidad, ni por una historia bien elaborada. Definitivamente, el guión resulta del todo burdo, demasiado insustancial, forzado, estereotipado y nada convincente.

The contract se nos queda, al final, en muy poquita cosa: un film rutinario con un pobre argumento y una puesta en escena sin nervio. Puede entretenernos si no somos demasiado exigentes. Y menos mal que cuenta con un reparto decente, ni me quiero imaginar esta película con actores de tercera.

martes, 18 de noviembre de 2014

Plan oculto



Dirección: Spike Lee.
Guión: Russell Gewirtz.
Música: Terence Blanchard.
Fotografía: Matthew Libatique.
Reparto: Denzel Washington, Clive Owen, Jodie Foster, Willem Dafoe, Christopher Plummer, Chiwetel Ejiofor, Carlos Andrés Gómez, Kim Director.

Una banda de atracadores asalta un banco en Nueva York, tomando a gran cantidad de rehenes. La policía cerca el local y comienzan las negociaciones. Pero pronto, el detective al mando, Keith Frazier (Denzel Washington), se da cuenta de que es un atraco fuera de lo normal.

Lo primero que llama la atención de Plan oculto (2006) es su guión. A pesar de tratarse de una película sobre un atraco a un banco, es evidente que la historia quiere salirse de los caminos trillados y ofrecernos algo diferente, original y mucho menos predecible que los argumentos al uso. Sobre este punto hemos de alabar los intentos de crear una película distinta. Y gracias a esta originalidad, la trama consiguen mantener nuestra atención, pues resulta complicado predecir el final, si bien vamos teniendo algunas pistas aquí y allá.

Guión pues novedoso. E inteligente además. Hay que reconocer que algunos elementos de la trama nos sorprenderán gratamente. Tanto el malo de turno, Clive Owen, como el policía encarnado por Denzel Washington se salen de los registros a que estamos acostumbrados. Nada de criminales chalados o polis estereotipados. El retrato de los dos protagonistas está muy bien construido, en línea con la ingeniosa historia.

Sin embargo, pronto comienzan a vérsele las costuras a este entramado y comprobamos, con cierta pena, que lo que parecía un diamante no es más que un pedrusco brillante pero sin demasiado valor en sus entrañas.

Para empezar, en seguida nos damos cuenta de las filigranas de Spike Lee para alargar una historia que en realidad no da demasiado de sí. La película podría haber durado muchísimo menos, lo que hubiera sido de agradecer, si el director se hubiera ceñido a lo fundamental. Sin embargo, Lee decide adornar el argumento, alargar la trama, crear diversiones por aquí y por allá para que la historia dure y dure, como las famosas pilas del conejito. Y si bien es verdad que Spike Lee demuestra que es un director con recursos, tanta dilación queda pronto al descubierto y comprendemos que, de habérselo propuesto, hubiera podido contar la misma historia en mucho menos tiempo. A pesar de los intentos del director por mantener la tensión, Plan oculto va perdiendo fuerza poco a poco hasta que llega un momento en que estamos ya deseando que todo termine, y no tanto por conocer los misterios del argumento como por poder descansar de tantas secuencias de relleno.

Al final, cuando se descubre el pastel, nos encontramos con una historia que prometía finalmente más de los que contaba. Yo ya sospechaba que el desenlace podría dejarnos cierto mal sabor de boca, como así es desgraciadamente. Tantas expectativas sobre un atraco perfecto, sobre la inteligencia superior del atracador, tanto misterio sobre el pasado del banquero... y al final nada es para tanto. Una simple historia de ambición, un ladrón robado por otro ladrón y la impresión de que el desenlace no es tan verosímil ni está tan bien construido como habría sido deseable.

Gracias al menos que contamos con un buen reparto, que logra amortiguar los efectos de tanto metraje. Denzel Washington parece una especie de rey Midas, y todo lo que toca lo convierte en algo mejor de lo que es. Aquí mantiene el tipo con holgura y logra que no perdamos demasiado interés gracias a sus buenas artes. Clive Owen está más limitado al salir durante gran parte de la historia con el rostro tapado. En cuanto a Jodie Foster, decir que su presencia es más testimonial que otra cosa, pues su trabajo es bastante corto. Lo mismo que el de Christopher Plummer, que ha ganado mucho con el paso de los años.

Plan oculto resulta ser un proyecto ambicioso que no logra encajar del todo las piezas. Quizá con un metraje menor habría resultado un entretenimiento más acorde con lo que tiene verdaderamente que ofrecernos. Pretender darle más calado del real a base de pequeños engaños y muchas escenas de más no es sin duda la mejor solución.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Granujas de medio pelo



Dirección: Woody Allen.
Guión: Woody Allen.
Fotografía: Zhao Fei.
Reparto: Woody Allen, Tracey Ullman, Hugh Grant, Michael Rapaport, Tony Darrow, Jon Lovitz, Elaine May, Elaine Stritch, Larry Pine.

Tras salir de la cárcel, Ray Winkler (Woody Allen) no se conforma con la vida que lleva. Harto de ser pobre, tiene una idea genial para robar un banco: alquilará un local cercano donde, como tapadera, su mujer venderá galletas mientras su banda excava un túnel hasta la cámara acorazada del banco.

Granujas de medio pelo (2000) nos devuelve al Woody Allen de sus comienzos, donde la base de sus películas era el humor, sencillo y directo. De hecho, no pocos elementos de esta cinta nos van a recordar a Toma el dinero y corre (1969), con Allen otra vez en la piel de un torpe delincuente y con una banda de compinches bastante incompetentes. El director deja a un lado las reflexiones intelectuales, los problemas religiosos y existenciales y se centra en algo que sabe hacer muy bien: la comedia de diálogos ágiles y ocurrentes.

La historia tiene dos partes bastante diferenciadas. El comienzo de la película, donde asistimos a la planificación e intento de ejecución del robo, y que cuenta con el excelente y divertido giro argumental por el que Winkler y su banda se hacen ricos gracias al negocio de galletas que montan como mera tapadera. Sin duda, son los mejores momentos de la cinta, con el genial personaje de Frenchy (Tracey Ullman), la mujer de Ray, de cuyos labios salen las mejores réplicas de la película.

La segunda parte desarrolla los problemas matrimoniales de Ray y Frenchy una vez que han alcanzado la riqueza con el negocio de las galletas. En esta segunda parte, Granujas de medio pelo pierde bastante del encanto y la gracia del comienzo, en parte porque la historia se vuelve mucho más previsible, los diálogos carecen del ingenio de los del comienzo y desaparecen de escena los compinches de Ray, que aportaban su granito de arena a la comicidad de la historia. Frente a la agilidad y frescura del comienzo, esta parte es más pesada, si bien al final recobra un poco de chispa, aunque creo que el desenlace resulta a todas luces lo menos original de toda la película.

Da la impresión que ambas mitades no terminan de formar un todo homogéneo y uno se queda con las ganas de que la primera parte se hubiera desarrollado mucho más, convirtiéndose en la base de la película y no al revés, como finalmente sucede.

También es cierto que frente a momentos muy logrados y diálogos relamente inspirados, en otros momentos Allen cae en chistes un tanto toscos y bromas demasiado infantiles, con lo que Granujas de medio pelo no alcanza la brillantez de otros trabajos del director.

En Granujas de medio pelo, Woody Allen aborda algunos temas interesantes, como la crisis matrimonial provocada por el éxito, la pérdida de identidad, el mito de Pygmalion, la ostentación y mal gusto de los nuevos ricos..., pero todo ello como base y al servicio de la comedia.

A pesar de los buenos momentos que encierra la película, en realidad estamos ante una obra menor dentro de la extensa filmografía de Allen. Creo que el ritmo con el que produce sus películas a veces puede pasar factura a la calidad de las mismas o, simplemente, no siempre se puede estar igual de inspirado. Pienso que la idea de partida era genial, pero el desarrollo de la misma no logró la excelencia. Aún así, es un film entretenido, con algunos momentos bastante logrados. Merece la pena.

domingo, 9 de noviembre de 2014

American Gangster



Dirección: Ridley Scott.
Guión: Steven Zaillian.
Música: Marc Streitenfeld.
Fotografía: Harris Savides.
Reparto: Denzel Washington, Russell Crowe, Carla Gugino, Cuba Gooding Jr., Josh Brolin, Ruby Dee, Chiwetel Ejiofor, Lymari Nadal, RZA, Ted Levine, Armand Assante, Idris Elba, Ric Young, Clarence Williams III, John Ortiz, John Hawkes, Jon Polito, Kevin Corrigan, KaDee Strickland, Common, T.I., Linda Powell, Albert Jones, Yul Vazquez.

Finales de los años sesenta: Frank Lucas (Denzel Washington) es el chofer y mano derecha de Bumpy Johnson, un mafioso negro que controla Harlem. A su muerte, Lucas aprovecha el vacío de poder que ha dejado para hacerse con el control del negocio de la droga.

Hacer un film sobre el mundo de mafia tiene, para mí, un riesgo enorme y no es otro que la alargada sombra de El Padrino (Francis F. Coppola), la obra maestra del género. Me resulta muy complicado no establecer comparaciones entre la obra de Coppola y cualquier film posterior. Dicho ésto, hay que admitir que American Gangster (2007) es un film bastante digno, bien construido y bien dirigido por un director de talento como Ridley Scott. Sin embargo, dista mucho, desde mi modesto punto de vista, de ser una gran película.

El primer pero que le tengo que poner es su excesiva duración. A veces tengo la impresión que para algunos viene a ser casi lo mismo calidad y longitud de una película. Es como una especie de ambición que se midiera en metraje. Nos hemos olvidado de "lo bueno, si breve..." y algunos directores se tiran a filmar metros y metros de película como posesos sin mucha explicación. En el caso que nos ocupa, creo que a American Gangster le sobran minutos por todos lados; en especial, todo lo relacionado con el matrimonio fallido de Richie Roberts (Russell Crowe), que no aporta nada al argumento y no funciona más que como un estereotipado relleno. Es como una moda: el protagonista ha de tener un matrimonio roto, nada de solterías o felicidades conyugales vulgares. No entiendo esa moda, la verdad. Todo lo que termina siendo un cliché resultará, como aquí, insustancial y aburrido.

El caso es que esta desmesurada extensión de American Gangster termina por pasarle factura. Aún reconociendo el acierto de Ridley Scott con la puesta en escena, el ritmo y la claridad narrativa, algunos cortes aquí y allá hubieran beneficiado sin duda a la película, que se pierde a veces en disgresiones  un tanto innecesarias.

Una de las sorpresas de American Gangster es su escasa violencia, sobre todo tratándose de un tema tan apropiado para los excesos en esa materia. En contra de la corriente actual, Scott opta por un film mucho más pausado, donde el mafioso de turno no es un colgado de gatillo fácil, sino un inteligente hombre de negocios. Quién esperase un derroche de sangre se sentirá defraudado. Sin embargo, para mí es una de las mejores virtudes del film.

La historia se centra en las figuras del mafioso y del policía de narcóticos que irá tras sus pasos. Scott va relatando por separado sus caminos que, sabemos, terminarán por converger. Como ya apuntaba anteriormente, el director tiene el suficiente talento como construir un relato sólido, muy bien contado y con un ritmo preciso que mantiene el film sobre unas sólidas bases. Sin embargo, hay que admitir que el relato de las andanzas de Lucas resulta muchísimo más interesante que el de Roberts, cuya honradez profesional contrastada con sus miserias matrimoniales no termina de resultarme ni atractiva ni convincente, sonando un tanto a estereotipo barato. Por el contrario, la figura de Lucas, sin terminar de estar tallada a la perfección, es mucho más compleja y atractiva, al tiempo que más real también. Es por ello que el relato sufre una pequeña alteración en su desenlace, de manera que terminamos por sentirnos más afines al villano que al policía. Uno casi sufre con la caída de Lucas, cuando lo lógico sería que nos alegráramos de que un traficante así terminara con sus huesos en la cárcel.

Lo que sin duda es un gran acierto es la presencia de Denzel Washington y Russell Crowe al frente del reparto. El primero lo borda en uno de esos personajes que le van como anillo al dedo. La elegancia de Frank Lucas, su sangre fría, incluso sus arrebatos de ira parecen pan comido para el señor Washington, responsable en buena medida de que su personaje termine resultándonos muy atractivo. Crowe, sin llegar a convencerme tanto, también hace un trabajo notable. El problema es que su caracterización de policía duro, pero con problemas, algo abandonado y honesto hasta el límite  no resulta tan original como quisiéramos, repitiendo algunos registros que ya conocíamos.

American Gangster también peca de cierta frialdad. Tal vez la misma excesiva duración termina por afectarle en este sentido, favoreciendo que nos perdamos en nimiedades que nos descentran de lo fundamental. Pero también es verdad que noté cierta imprecisión en el retrato de los protagonistas, dibujados con coherencia pero también con la sensación de haber recurrido demasiado a estereotipos que los convierten en algo no del todo real o creíble al cien por cien.

American Gangster es, en definitiva, una película ambiciosa, bien narrada, con destellos de buen cine, con algunas escenas muy logradas (en especial aquellas en se muestra la cara más triste de la drogadicción) y un reparto excelente, pero que no termina de darnos todo lo que parecía prometer, por culpa quizá de un metraje excesivo a todas luces y una historia que, a pesar de estar basada en hechos reales, resulta un tanto peliculera.


lunes, 3 de noviembre de 2014

La momia



Dirección: Terence Fisher.

Guión: Jimmy Sangster.

Música: Franz Reizenstein.

Fotografía: Jack Asher.

Reparto: Peter Cushing, Christopher Lee, Yvonne Furneaux, Eddie Byrne, Felix Aylmer, Raymond Huntley, George Pastell, Michael Ripper.

En 1895, John Banning (Peter Cushing), arqueólogo británico, junto a su padre Stephen (Felix Aylmer) y su tío Joseph Whemple (Raymond Huntley), descubre la tumba de Ananka, una antigua princesa egipcia. Por desgracia, Stephen leerá en voz alta un papiro que devuelve a la vida a Kharis (Christopher Lee), el amante momificado de la princesa.

La momia (1959) es un maravilloso ejemplo de ese cine sencillo, directo y encantador de la famosa productora británica Hammer, especializada desde los años cincuenta en films de terror gótico. En La momia tenemos presentes a los tres pilares de dicha productora: Terence Fisher como director y Peter Cushing y Christopher Lee como actores.

Fiel a los principios de la Hammer, la película cuenta con un reducido presupuesto, lo que condiciona la puesta en escena. Sin embargo, ello no impide que asistamos, por ejemplo, a una minuciosa y simpática reconstrucción del Egipto de los faraones en uno de los flashbacks que salpican el relato. Aún así, los decorados y el nivel general de los actores, salvando a Cushing y Lee, siguen delatando la modestia del proyecto.

La momia retoma el tema de la película de 1932 de Karl Freund del mismo título, aunque aquí Terence Fisher opta por un film más centrado en la acción y el terror, con algunos sutiles toques sensuales. Es innecesario decir que la sorpresa o el miedo que podía infundir este film en la época de su estreno ha perdido hoy en día toda su fuerza. Vista en la actualidad, La momia no deja de resultar un film curioso y hasta gracioso en algún instante.

El desarrollo de la historia es bastante simple y hasta predecible, no muy diferente de otros films de terror que mezclaban alegremente verdades científicas o históricas con elementos mágicos o fantásticos y en los que la ciencia terminaba por desafiar ciertas leyendas y mitos, acarreando la muerte a aquellos impíos que no respetaban las tradiciones. Sin embargo, hay que reconocer que el argumento cae en algunas imprecisiones o giros un tanto forzados, teniendo por ejemplo en su final precipitado y algo tosco uno de los elementos menos sólidos de la historia.

Puestos a buscarle algún mensaje, cosa que no creo que estuviera en los planes del equipo de la película, podríamos verla como una advertencia frente a la intolerancia, religiosa o de pensamiento.

En cuanto al reparto, tanto Cushing como Lee están sin duda a un nivel muy superior al resto de sus compañeros, actores bastante limitados en su mayor parte. Lee está perfectamente caracterizado de momia, y podemos imaginar el pavor que podía infundir su presencia en el público de los años cincuenta. Dentro de las limitaciones que le imponía el disfraz, hay que destacar lo bien que lograba expresar sus emociones simplemente con su mirada. De Peter Cushing, ¿qué decir?, siento debilidad por este actor de edad indeteminada. En todos los films que le recuerdo me parecía siempre un hombre que bordeaba la vejez, pero siempre conjuraba esa impresión con su presencia enérgica, su delgadez y la fuerza de su trabajo.

La momia no es un film brillante, pero tiene un encanto irrepetible. Es el cine de mi infancia, de las sesiones de los sábados, de los decorados cantosos, los coloridos chillones, las actrices hermosas y exageradas y los héroes sin demasiado glamour. Tiene esa torpeza de las cosas hechas con pocos medios, y ahí reside su encanto. Me devuelve a mi infancia y ya no me asusta, solo me asombra.

martes, 28 de octubre de 2014

Cita a ciegas



Dirección: Blake Edwards.
Guión: Dale Launer.
Música: Henry Mancini.
Fotografía: Harry Stradling Jr.
Reparto: Kim Basinger, Bruce Willis, John Larroquette, William Daniels, George Coe, Mark Blum.

Walter Davis (Bruce Willis), un ejecutivo soltero y sin compromiso, necesita una acompañante para una importante cena de negocios de su empresa. Desesperado, recurre a su hermano que le recomienda a Nadia (Kim Basinger), una atractiva y simpática joven con la que sólo debe tener cuidado con un detalle: no debe dejar que beba alcohol.

Blake Edwards es uno de los nombres más reconocibles en la comedia moderna, con títulos tan taquilleros como la serie de La Pantera Rosa, si bien sus mejores películas están adscritas a otros registros más serios, como Desayuno con diamantes (1961) o Días de vino y rosas (1962). Pero quizá lo que mejor caracteriza a este director es su larga e irregular carrera. Cita a ciegas (1987) no es de sus mejores películas, si bien resulta una comedia amena con algunos buenos momentos.

Para empezar, Blake Edwards vuelve con esta película a screwball comedy del Hollywood de los años treinta, con un argumento que abunda en personajes y situaciones alocadas, con abundantes gags visuales y momentos un tanto surrealistas. No todos estos momentos están igual de logrados y junto a detalles bastante cómicos y originales nos encontramos también con algunos menos afortunados y más vulgares. Aún así, el mérito de Edwards es lograr un conjunto bastante equilibrado, con un ritmo logrado y que proporciona un entretenimiento más que aceptable.

Eso sí, Cita a ciegas dista mucho de poseer una calidad excelente. Entre otras cosas porque los personajes protagonistas no terminan de estar todo lo bien construidos que uno quisiera, especialmente el de Nadia (su problema con el alcohol resulta algo forzado) o el de su novio David (John Larroquette), si bien es un personaje que finalmente aporta una buena dosis de locura y chispa al desarrollo de la comedia. Tampoco el argumento es ningún prodigio: la base romántica del film no termina de tener la fuerza necesaria, quedando a un nivel muy básico, y los diálogos son muy limitados también.

El reparto, en cambio, funciona de maravilla. Bruce Willis, que venía del mundo de la televisión, hace un trabajo convincente, consiguiendo con esta cinta el asentamiento definitivo como estrella del cine. Por su parte, Kim Basinger, que apuntaba como la nueva sex symbol tras 9 semanas y media (Adrian Lyne, 1986), demuestra sus dotes de actriz todoterreno con una interpretación más que notable. John Larroquette está genial como novio posesivo-agresivo y William Daniels, el juez, completa un elenco bastante logrado.

Sin ser de lo mejor de su realizador, Cita a ciegas es un film resultón. Nos permite pasar un buen rato, y nos saca alguna que otra risa; y en medio de ese mar de comedias estúpidas que tanto proliferan en la actualidad, uno siente que no le han tomado el pelo.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Las normas de la casa de la sidra



Dirección: Lasse Hallström.
Guión: John Irving (Novela: John Irving).
Música: Rachel Portman.
Fotografía: Oliver Stapleton.
Reparto: Tobey Maguire, Charlize Theron, Michael Caine, Delroy Lindo, Paul Rudd, Jane Alexander, Kathy Baker, Kieran Culkin, Heavy D, Kate Nelligan, Erykah Badu, Paz de la Huerta.

Homer Wells (Tobey Maguire) se ha criado en el orfanato de St. Cloud. Para el doctor Larch (Michael Caine) siempre ha sido un niño especial y lo ha educado enseñándole lo que sabe de la medicina, con la esperanza de que algún día sea su sustituto.

Basada en una novela de John Irving y con guión del mismo escritor, Las normas de la casa de la sidra (1999) es una de esas películas que apuntan directamente al corazón. Es un film sensible y hermoso pero que no alcanza toda la plenitud que hubiéramos deseado. Vayamos por partes.

Es innegable que Las normas de la casa de la sidra, cuyo título denota cierta pedantería, es un film impecable en muchos aspectos. Por un lado, Lasse Wallström realiza una puesta en escena excelente, apoyado en una fotografía delicada y hermosa, un ritmo lento pero sólido y una historia muy humana y llena de personajes entrañables, especialmente los niños huérfanos, con los que es difícil no sentir empatía. Además, el director tiene el suficiente tacto y elegancia para manejar las numerosas escenas emotivas con buen gusto, evitando cargar las tintas y caer en la sensiblería barata. Esa delicadeza es muy de agradecer.

Sin embargo, uno tiene la sensación, especialmente en algunos pasajes de la película y al final de la misma, de que al relato le falta algo. Todo en Las normas de la casa de la sidra es demasiado correcto, pero falta emoción, falta tensión en los personajes, profundidad, nervio. Es como si el éter que adormecía al buen doctor Larch hubiera empapado también al guión y lo dejara sin la fuerza necesaria para abordar los múltiples aspectos que toca con más seriedad o convicción. El problema del aborto, del racismo, el amor, la sexualidad, la guerra, la infidelidad, el incesto... aparecen de pasada, pero sin que sean abordados con todo el rigor que merecen. Incluso el personaje de Homer es demasiado plano, sin la entidad requerida al conductor de la historia. Así, la película se queda en un relato amable, placentero, donde hasta la violencia parece de un nivel menor. Es como si tuviéramos la sensación de que nada realmente malo pudiera pasar, de que las desgracias son como momentos felices más pequeñitos. En fin, que todo queda un tanto edulcorado.

Pero cuidado, ello no impide que estemos ante un film muy hermoso, lleno de momentos preciosos, en especial durante la primera parte del mismo, antes de que Homer decida irse a conocer mundo. Y es que esta segunda parte del relato resulta un poco menos convincente, menos "real" que la primera. La historia pierde algo de nervio y aunque las experiencias de Homer más allá de St. Cloud tengan su interés, parece que el relato de Irving pierde un poco la sencilla belleza y emotividad de la vida en el orfanato, sin duda lo mejor del film.

En relación al reparto, sería imperdonable no mencionar el buen trabajo de los niños, algo siempre destacable; aunque, si somos sinceros, debemos quedarnos por encima de todo con la gran interpretación de Michael Caine, sin duda colosal, que le valió ganar un merecido Oscar como mejor actor secundario. Tobey Maguire tampoco anda nada mal, si bien no logra alcanzar la plenitud interpretativa lograda por Caine. Y en cuanto a Charlize Theron, su presencia es ya de por sí un regalo.

Las normas de la casa de la sidra es el típico film candidato a bañarse en premios. Reúne no pocas virtudes para ello, aunque la mayoría son en el apartado técnico. Es por ello que, aún reconociendo sus grandes méritos, pienso que se queda a un paso de lograr la perfección. Y no es poco, claro.

Además del Oscar de Michael Caine, la cinta recibió otro al mejor guión adaptado, de un total de siete nominaciones.

lunes, 20 de octubre de 2014

El número 23



Dirección: Joel Schumacher.

Guión: Fernley Phillips.

Música: Harry Gregson-Williams.

Fotografía: Matthew Libatique.

Reparto: Jim Carrey, Virginia Madsen, Logan Lerman, Danny Huston, Rhona Mitra, Lynn Collins, Michelle Arthur, Mark Pellegrino, Paul Butcher.

Cuando Walter Sparrow (Jim Carrey) comienza a leer con cierta desgana un libro que le ha regalado su esposa Agatha (Virginia Madsen), no se imagina hasta qué punto llegará a obsesionarle su lectura.

Cuando uno no tiene una buena historia que contar, cuando el punto de partida (el guión) es bastante pobre, todo lo que se puede intentar es salir más o menos airoso del embite. Y eso es lo que aparentemente intenta Joel Schumacher. Pretender vendernos El número 23 (2007) como una gran película no sólo es pretencioso, sino que es falso también.

La película tiene uno de esos guiones enrevesados que huelen a falsos desde un kilómetro. Es por ello que, a pesar de contar con una primera parte ciertamente intrigante, El número 23 nos suena a petardada desde el principio. De ahí que una parte de mí permanecía alerta, pendiente de trampas argumentales, giros rebuscados o cualquier artimaña que el guionista puediera habernos preparado para el desenlace. Y por ello es por lo que la intriga inicial, que la hay, no me llegara a absorber por completo, pendiente como estaba del despeñamiento final.

La historia de las coincidencias entre el argumento de un libro y el pasado de su lector permite un cierto punto de interés al comienzo, conforme la lectura va atrapando a Walter. Pero mantener esa tensión, desarrollar el argumento con inteligencia es algo que no sucede en esta ocasión. Poco a poco, la intriga va decayendo y hacia mitad de la cinta, cuando Walter comienza a obsesionarse con el número 23 (un truco del guión que no llega a funcionar y donde la acumulación de coincidencias de todo tipo de cualquier número con el 23 termina por aburrir, por forzadas y repetitivas), comenzamos a darnos cuenta de que la historia se sustenta en muy poquita cosa.

Pero donde la película pierde ya casi todo interés es con el desenlace. Y eso que debemos admitir que en esta ocasión no se trata de un final artificioso que nadie se llegue a creer. Dentro de lo que cabe, dentro de lo rebuscado de la historia, el final es plausible y creible. El problema es la torpeza con la que está expuesto, el largo proceso explicativo que parece querer demostrar que el argumento es honesto y que el guionista no se ha reído de nosotros. Pero, sinceramente, una historia tan retorcida y con contínuos amagos de lo que podría suceder y no sucede, es ya de por sí lo bastante falsa y arbitraria para que tanta justificación resulte igualmente absurda.

Donde Schumacher logra salir más airoso es en la puesta en escena, donde se esfuerza en crear una atmósfera original, especialmente cuando se adentra en la historia contada por el libro, y que contiene no pocas escenas que nos remiten al mundo onírico del cómic, especialmente a algunas adaptaciones cinematográficas más o menos originales, como Sin City (Ciudad del pecado) (Frank Miller, 2005). Aquí sí que logra hacer un trabajo novedoso, original e impactante.

En cuanto al reparto, destacar el buen hacer de Jim Carrey, por fin superando el encasillamiento en sus insoportables muecas (aunque al principio amaga peligrosamente con ofrecernos alguna de ellas), demostrando que puede componer personajes muy interesantes siempre y cuando busque registros más auténticos.

En resumen, El número 23 no pasa de ser un film pasablemente entretenido, pero donde se demuestra de nuevo que la falta de talento creativo, suplido con confusión y aparatosidad, no suele permitir más que resultados apañaditos, cine para pasar el rato y poco más.

sábado, 11 de octubre de 2014

Michael Clayton



Dirección: Tony Gilroy.
Guión: Tony Gilroy.
Música: James Newton Howard.
Fotografía: Robert Elswit.
Reparto: George Clooney, Tom Wilkinson, Tilda Swinton, Sydney Pollack, Michael O'Keefe, Ken Howard, Denis O'Hare, Robert Prescott, Austin Williams, Sean Cullen, Merritt Wever, David Lansbury, Terry Serpico, David Zayas, Douglas McGrath.

Michael Clayton (George Clooney) trabaja para un importante bufete de Nueva York, aunque no ejerce de abogado. Su trabajo consiste en solucionar problemas de la manera más rápida, limpia y eficaz posible. Sin embargo, un día Michael deberá hacer frente a un problema inesperado: Arthur Edens (Tom Wilkinson), un magnífico abogado de su bufete, parece haber perdido la razón.

Michael Clayton (2007) supone el debut en la dirección de Tony Gilroy, guionista de la famosa saga Bourne, y responsable también del guión de este thriller bastante bien recibido por la crítica.

Lo primero que debemos mencionar es la soltura que demuestra Gilroy tras la cámara, con un trabajo elegante y seguro que no parece el de un principiante. Gilroy, al contrario que en la trilogía de Bourne, opta por un estilo tranquilo, una puesta en escena pausada, fría incluso, que sin embargo funciona bastante bien; lo mismo que la estructura narrativa, con la película partiendo de un punto intermedio de la historia para, en un momento crucial, retroceder en el tiempo hasta volver a alcanzar el instante inicial y, a partir de ahí, brindarnos el desenlace. Una manera interesante de contar la historia, evitando la linealidad, y que aporta una dosis de intriga que ayuda al relato.

En lo que ya tengo más dudas es en la manera de planificar y desarrollar el argumento en sí. Gilroy prefiere mantener las claves de la historia ocultas desde el principio; va dando algunas pistas, mostrando su juego lentamente, pero sin desvelar la esencia del thriller hasta bien entrado en metraje. Sinceramente, no creo que sea la mejor manera de contar la historia. Hasta la mitad de la película, uno no sabe bien a qué atenerse y eso puede jugar como un elemento de interés a favor de la intriga pero también puede tener el resultado contrario: aburrirnos ante una alternancia de situaciones, personajes y momentos que parece que no llevan a ninguna parte. Yo sigo defendiendo la claridad narrativa como la mejor manera de contar algo. A veces, no sé si por inseguridad o pedantería, algunos autores parecen pensar que cuanto más confusión, mejor...pero creo que se equivocan. Cuando la confusión termina por desvelar la vacuidad del relato, la decepción puede ser terrible. En este caso, a pesar de que la historia no es realmente novedosa, cuando se revelan las claves del relato, no nos sentimos engañados, lo que sin duda salva la película.

Es cierto que cuando las piezas comienzan a encajar y la historia gana en intensidad, el relato resulta a cada minuto más interesante y Gilroy demuestra un gran talento a la hora de rematar la historia, de una manera concisa, directa y muy elegante.

Otro de los puntos fuertes de Michael Clayton es contar con un reparto magnífico, encabezado por George Clooney, sobre el que recae todo el peso de la película y cuyo personaje le va como anillo al dedo. Su trabajo, sobrio y directo, es uno de los mejores alicientes de la película. A su lado, el siempre convincente Sydney Pollack y el genial Tom Wilkinson como rostros más reconocibles, pero sin desmerecer en absoluto el resto de actores.

Michael Clayton en un thriller interesante, con un planteamiento ambicioso y que nos enseña que Tony Gilroy sabe manejarse tan bien como director que como guionista. Lástima que el director no se decidiera por una narración más directa y menos fría, lo que habría elevado el nivel de la película.

miércoles, 8 de octubre de 2014

La verdad oculta (Proof)



Dirección: John Madden.
Guión: David Auburn (Obra: David Auburn).
Música: Stephen Warbeck.
Fotografía: Alwin Kuchler.
Reparto: Gwyneth Paltrow, Anthony Hopkins, Hope Davis, Jake Gyllenhaal, Gary Houston, Roshan Seth.

Catherine (Gwyneth Paltrow) ha pasado los últimos años cuidando de su padre (Anthony Hopkins), un genio de las matemáticas que había perdido el juicio. Catherine teme que ella pueda llegar a sufrir la misma enfermedad.

Basada en una obra de teatro ganadora de un Pulitzer, La verdad oculta (Proof) (2005) viene a demostrar que no siempre una buena fuente de partida da lugar a una gran película.

No se si consciente o no de lo limitado del argumento que tenía entre manos, John Madden (Shakespeare in love , 1998) recurre a una estudiada puesta en escena en la que mezcla presente con pasado, conversaciones imaginarias de Catherine con el padre difunto junto a otras reales y flash-backs, logrando una puesta en escena un tanto enigmática, aunque no confusa, que logra, al menos, mantener cierta tensión en el relato, con lo que podemos decir que nuestro interés no decae demasiado; si bien es verdad que conforme avanza la película vamos sospechando que su historia encierra menos de lo que prometía. Ya con el desenlace, los temores o sospechas se tornan en dura y triste realidad.

Y es que la lucha de Catherine entre su amor por su padre, su propio talento y sus dudas acerca de su propia salud mental no son tan apasionantes ni tan complejas ni tan cautivadoras como habría sido de esperar. Puede que parte del fallo resida en que no llegamos a conocer a Catherine realmente a lo largo de la película. Madden lleva la confusión de su puesta en escena al retrato de los protagonistas, de manera que tanto Catherine como su padre no se presentan jamás de una manera clara, que nos permita comprenderlos y, por consiguiente, meternos en su piel y en su mente. Así, Catherine se pasa casi toda la película casi como una desconocida para nosotros. La primera impresión que da es la de una joven triste y deprimida por la muerte de su padre. No conocemos su talento ni tampoco su trabajo. Y cuando finalmente descubrimos que ella también es una brillante matemática, el guión decide de nuevo jugar a la confusión, dando a entender que Catherine se ha querido apropiar de los descubrimientos de su padre, algo que parece incomprensible. Pero es que de nuevo Madden quiere jugar al despieste con nosotros, buscando la manera de dotar de interés y emoción a un relato un tanto plano y frío que en ningún instante logra emocionarnos.

Ni la presencia de Claire (Hope Davis), hermana de Catherine, ni la de Hal (Jake Gyllenhaal), enamorado de Catherine, logran aportar nada nuevo a la historia. Claire se percibe como una presencia confusa, entre la compasión y la presión sobre Catherine; mientras, la presencia de Hal, que podría dar un toque pasional a la historia, tampoco es el bálsamo que de algo de vida al relato, quedando el posible romance en un amago triste.

Solamente el gran trabajo de Gwyneth Paltrow, sorprendentemente auténtica y convincente en su depresión y ensimismamiento, consigue despertar nuestra admiración por algo de La verdad oculta (Proof). Sus compañeros de reparto tampoco están nada mal en sus trabajos, pero se quedan algo empequeñecidos ante la solidez de Paltrow.

En definitiva, un film que partía de una buena materia prima pero que traspasado a la pantalla se queda en casi nada. La historia no funciona, no entendemos del todo a los personajes, sus problemas no nos conmueven lo más mínimo y al final estamos deseando que se termine esta historia un tanto absurda y sin sentido que, para remate, nos brinda un forzado final feliz que no se entiende más que por la necesidad de dejarnos con una pequeña esperanza, aunque a esas alturas nos importe ya todo un pimiento.

martes, 7 de octubre de 2014

La vida privada de Elizabeth y Essex



Dirección: Michael Curtiz.
Guión: Norman Reilly Raine & Aeneas MacKenzie (Obra: Maxwell Anderson).
Música: Erich Wolfgang Korngold.
Fotografía: Sol Polito & W. Howard Green.
Reparto: Bette Davis, Errol Flynn, Olivia de Havilland, Donald Crisp, Vincent Price, Henry Daniell, Alan Hale, Leo G. Carroll, Robert Warwick, Nanette Fabray.

Año 1596, el Conde de Essex (Errol Flynn) llega victorioso a Londres tras derrotar a los españoles en Cádiz, siendo aclamado por la población como un héroe. Sin embargo, para la reina Elizabeth I su ansia de gloria ha causado un grave quebranto a las arcas públicas. A pesar de amarlo, Elizabeth no duda en humillarlo en público.

La vida privada de Elizabeth y Essex (1939) se corresponde a la época dorada de Hollywood, donde este tipo de films, entre grandiosos y pretenciosos, estaban a la orden del día. Fue la Warner la encargada de hacer esta supuesta recreación histórica de los amoríos de la magnífica Isabel I y uno de sus nobles. Como corresponde al tema y a los personajes, el film pretendía ser un acontecimiento impresionante.

Básicamente, la película es un film romántico, un drama romántico más bien. Eso sí, con el añadido de retratar personajes históricos. Está claro que las licencias argumentales han de ser numerosas, por lo que la historia ha de analizarse como ficción más que como recreación histórica. Eso sí, todo con la aparatosidad y grandilocuencia de los personajes históricos de la cinta y el sentido del espectáculo de la época. Los amores reales han de ser presentados con la fuerza arrolladora de una pasión desmedida, casi incontrolable.

Es evidente que la película acusa el paso de los años, sobre todo en cuanto a decorados y transparencias. Pero salvando esas limitaciones técnicas, La vida privada de Elizabeth y Essex aún conserva cierto encanto y una grandeza incuestionable.

Grandeza que se percibe en primer lugar en el reparto. Bette Davis y Errol Flynn eran, en aquellos años, dos de las máximas estrellas del cine americano. Reunirlos bajo la supervisión de Michael Curtiz nos habla de lo ambicioso del proyecto. La pareja protagonista no desprende, eso sí, mucha química, algo que queda más en evidencia en las escasas escenas de Flynn con Olivia de Havilland, donde sí que se nota una mayor compenetración entre ambos. Aún así, es un pacer disfrutar del trabajo de Bette Davis y su aparatoso y maravilloso maquillaje, sin duda genial. A su lado, un Errol Flynn con todo el encanto y la fuerza de uno de los galanes más atractivos del cine. Completan el ambicioso reparto nombres como Donald Crisp o Vincent Price. Sin embargo, la película es enteramente de la pareja protagonista.

En cuanto al tratamiento argumental, una de las pegas que se le puede hacer a la película es que abusa de los diálogos y una escasez de variaciones en los decorados. Con ello, el ritmo es cansino, con una sobredosis de diálogos ampulosos y aparatosos. Pero es que la historia, como decíamos, es el romance entre la reina y su caballero, con lo que no tenemos escenas de acción ni casi ningún otro detalle que aligere el tema principal. Y por ahí es por donde La vida privada de Elizabeth y Essex hace aguas. El romance de la reina y Essex no termina de cuajar, con comportamientos un tanto infantiles en algunos instantes. Resulta difícil escuchar algunas conversaciones sin que nos aparezca una sonrisa de incredulidad en los labios. También algunos detalles de su comportamiento rebelan una ingenuidad que no casa muy bien con su posición. Incluso el desenlace parece algo precipitado y un tanto radical, al menos tal y cómo se desarrolla ante nuestros ojos. Sin embargo, al final de la película se muestran más claramente las ambiciones y los miedos de los amantes, con lo que queda mejor explicado su agitado romance, aunque quizá sea ya demasiado tarde.

Además, en general, uno tiene la impresión que el guión se centró en exceso en la historia de amor de los protagonistas, descuidando quizá el resto de personajes e intrigas palaciegas, que se quedan en meros decorados sin un desarrollo pleno.

La fotografía y la música, muy del estilo de aquella época, refuerzan esa impresión de grandiosidad del proyecto, que refuerzan el vestuario y los decorados.

La vida privada de Elizabeth y Essex no alcanza el grandísimo nivel de otros films históricos de la época. Aún así, tiene el encanto de una manera de hacer cine que hoy resulta algo ingénua, pero que aún nos deja con la boca abierta en cuanto a aparatosidad y encanto. Además, disfrutar de Bette Davis y Errol Flynn ya justifica ver esta película.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Harry Brown



Dirección: Daniel Barber.
Guión: Gary Young.
Música: Ruth Barrett, Martin Phipps.
Fotografía: Martin Ruhe.
Reparto: Michael Caine, Emily Mortimer, Iain Glen, Jack O'Connell, Liam Cunningham, Sean Harris, Amy Steel, Ben Drew, David Bradley, Raza Jaffrey, Joseph Gilgun, Charlie Creed-Miles, Chris Wilson.

Harry Brown (Michael Caine) es un militar retirado que vive en un barrio peligroso, dominado por la droga y la violencia. Cuando su mejor amigo es asesinado por una banda de jóvenes delincuentes, Harry decide tomarse la justicia por su mano.

Harry Brown (2009) cuenta una historia harto conocida. De hecho, la mayor parte de los films de acción se basan en el justiciero solitario que ha de vengar a uno o varios seres queridos. Y sino, que se lo pregunten a los forofos de Van Damme o, retrocediendo algo más, de Charles Bronson.

Sin embargo, Harry Brown es un film británico, no norteamericano. Este pequeño detalle es suficiente para hacernos comprender que no estamos ante el consabido y típico film americano de acción. Hay una historia de venganza, cierto, pero con ese tratamiento inglés tan peculiar.

Harry Brown no pretende sumergirnos en una espiral de violencia sin más, frágilmente justificada con el dolor por la pérdida de un ser querido y amparada en las limitaciones de la justicia. Hechos que están en la base de la reacción de Harry, pero no es lo que Daniel Barber pretende contarnos. La película es, más que nada, una historia de soledad, un retrato de la vejez como un camino sin salida, triste, decadente y marginal. Aquí reside el sentido de la historia. Harry decide vengar a su amigo ya no solo por el dolor de su muerte, sino también por el dolor de ver cómo su existencia le ha conducido a una soledad dolorosa, mientras a su alrededor los jóvenes del barrio desprecian la vida de todos y se recrean en el dolor ajeno sin piedad. Harry no va a cambiar el mundo, pero sí su barrio si puede.

El ritmo de la película es otra de sus señas de identidad. Frente a la agitación y el frenesí de similares propuestas realizadas al otro lado del Atlántico, Harry Brown se recrea en un ritmo pausado, propio de la vejez. La violencia no tiene por qué ir acompañada de movimientos bruscos de cámara o carreras desenfrenadas o palizas interminables. Y aún así, Harry Brown es un film tremendamente duro y violento. La violencia se percibe en cada gesto, en cada palabra. Los delincuentes asustan sólo con verlos o con que te miren. Y cuando estalla la violencia, lo hace de una manera descarnada, sin exageraciones, pero también sin disimulos. Como una patada en la cara. La verdad, visualmente, Harry Brown es un film impactante. Podría recordarnos un poco a la estética y la crudeza de Taxi Driver (1976), aunque sin llegar a aquellos extremos del film de Martin Scorsese. Pero en ambos realizamos un viaje por los suburbios que no nos dejará indiferentes.

En cuanto a Michael Caine, sobre el que recae todo el peso de la película, decir que su trabajo es sencillamente perfecto. Aunque el resto de compañeros tampoco se quedan atrás, logrando que el film tenga unas dosis de realismo más que notables. Los actores que interpretan a los delincuentes y yonquis son absolutamente convincentes.

En resumen, una buena película, cruda, directa y muy eficaz, acerca de la sociedad actual, de la vejez, de la soledad, de la violencia, de la marginalidad e incluso del destino trágico de la vida. Un pequeño descubrimiento.

sábado, 27 de septiembre de 2014

El paciente inglés



Dirección: Anthony Minghella.
Guión: Anthony Minghella (Novela: Michael Ondaatje).
Música: Gabriel Yared.
Fotografía: John Seale.
Reparto: Ralph Fiennes, Kristin Scott Thomas, Juliette Binoche, Willem Dafoe, Naveen Andrews, Colin Firth, Julian Wadham, Kevin Whately, Clive Merrison.

Un hombre (Ralph Fiennes) es abatido cuando pilotaba un avión en el norte de África, durante la Segunda Guerra Mundial. Gravemente herido, con quemaduras en todo su cuerpo, es enviado a Italia, donde quedará bajo los cuidados de Hana (Juliette Binoche), una enfermera canadiense que poco a poco irá descubriendo su pasado.

Nada menos que nueve Oscars se llevó El paciente inglés (1996), después de haber sido nominada en hasta doce apartados. Un éxito sin duda memorable que le ha reservado un lugar en la historia del cine.

La película es ambiciosa y no lo disimula. Como si ambición y metraje fueran un matrimonio indisoluble, El paciente inglés se extiende nada menos que durante ciento sesenta y dos minutos llenos de una música romántica machacona, una cuidada fotografía de John Seale y una profusión de planos preciosistas del desierto, el sol y la arena. Algunos han encontrado paralelismos entre estas cuidadas imágenes de Anthony Minghella y las grandes y memorables películas de David Lean. Puede que las formas lleguen a parecerse, pero aquí deberíamos detener las comparaciones. David Lean fue único en aunar contenido y continente, un maestro de la narración y la emoción, del buen gusto y la belleza con sentido. Minghella, si bien lo intenta, no pasa, a mi juicio, de ser un modesto aprendiz. Y es que la crítica más notable que le he de hacer a El paciente inglés es que me pareció un espectáculo muy cuidado pero que en ningún instante llegó a emocionarme. Tácheseme de insensible, pero no lo creo que lo sea. Lo que pienso es que al relato le falta vida, profundidad; incluso convicción.

El paciente inglés recupera el cine romántico con mayúsculas. Aquellos dramas terribles, casi tragedias, donde el amor termina siendo una fuerza poderosa que no redime, sino que destruye. A base de constantes flash-backs, algo que a veces no ayuda demasiado al ritmo de la narración, vamos conociendo el pasado de un noble húngaro que se enamorará perdidamente de una mujer inglesa casada. Paralelamente a esta historia, la película no brinda otro romance, menos apasionado, pero también marcado por la guerra. Unas historias especialmente indicadas para románticos empedernidos, dispuestos a sacar el pañuelo para disfrutar con tanto sufrimiento y un destino implacable que se cierne sobre los protagonistas, como si un dios justiciero quisiera castigar su pecado. Suena melodramático, pero al final tampoco lo es tanto, o al menos para mí.

El principal defecto que le encuentro a la cinta es una defectuosa definición de los protagonistas. De Laszlo de Almásy (Fiennes) desconocemos casi todo. Su pasión por Katharine Clifton (Kristin Scott Thomas) es tan fogosa como superficial, al menos a la hora de mostrarnos las motivaciones de los amantes, dibujados como dos alocados adolescentes, presa de la pasión y unos celos un tanto infantiles. Puede que parte de la culpa resida también en unos diálogos un tanto pretenciosos pero que me dejaban permanentemente una sensación de pobreza, de no estar todo lo bien construidos que deberían. No es que las formas se coman al contenido, algo que a veces suele pasar en este tipo de apuestas; pero para mí es evidente que las ambiciones del proyecto no lograron plasmarse en un producto de la calidad que parecían anunciar sus nueve estatuillas.

Lo mejor, con gran diferencia, es el reparto. Ralph Fiennes me parece un actor enorme y más allá de lo aparatoso e impresionante maquillaje que luce, su talento se impone en cada uno de los planos. Juliette Binoche está también perfecta, aportando talento y sensibilidad a su personaje. Y Kristin Scott Thomas nunca ha estado más hermosa que en esta película.

No se trata de ser crítico por serlo, de parecer snob frente a tantas críticas elogiosas que ha recibido la película. Sencillamente es que no me ha emocionado, y creo que es lo peor que se puede decir de esta historia. Tampoco es que tenga minutos de más, pienso que el argumento es interesante y la intriga inicial sobre el personaje de Laszlo mantienen ciertamente el interés; pero en lo fundamental, El paciente inglés se queda en un encomiable intento, pero sin cuajar en la obra maestra que prometía.

lunes, 15 de septiembre de 2014

London Boulevard



Dirección: William Monahan.
Guión: William Monahan (Novela: Ken Bruen).
Música: Sergio Pizzorno.
Fotografía: Chris Menges.
Reparto: Colin Farrell, Keira Knightley, Ray Winstone, Anna Friel, Jamie Campbell Bower, David Thewlis, Stephen Graham, Eddie Marsan, Ben Chaplin.

Mitchel (Colin Farrell) vuelve a la calle tras una temporada en la cárcel. Al salir, le espera su viejo colega Billy Norton (Ben Chaplin), que le ofrece trabajo en el mundo del hampa local. Pero Mitchel en realidad quiere cambiar de vida, algo que pronto descubrirá que no será del todo sencillo.

London Boulevard (2010) supone el debut como director del guionista William Monahan, que no renuncia a su viejo oficio y escribe el guión también, famoso en su momento por hacerse con el Oscar al mejor guión por Infiltrados (2006), para mí una excesivamente sobrevalorada película de Martin Scorsese.

La historia de London Boulevard no es demasiado novedosa: un tipo duro que quiere cambiar de vida y al que las circunstancias se lo ponen muy difícil. La trama seguro que suena bastante familiar para un thriller. Incluso nos podría llevar a algún western clásico.

Sin embargo, estamos en el siglo XXI. Algo hay que hacer para que la película no se parezca demasiado a viejos thrillers del siglo pasado. Y es en el tratamiento de los personajes, el clima, los diálogos y hasta las incongruencias que podemos encontrar en el guión por donde Monahan intenta darle aires nuevos a un relato un tanto clásico.

Para empezar, Monahan busca crear una atmófera especial, a base de una poderosa banda sonora y un estilo de dirección personal, a veces algo brusco, pero que no te deja indiferente. Lo mismo sucede con los diálogos: secos, concisos a veces, llenos de frases lapidarias que, sin embargo, creo que funcionan correctamente. Al final, con todo ello, Monahan logra dibujar un universo de los bajos fondos de Londres bastante coherente y creíble. No hay glamour, claro, pero tampoco carga las tintas en la podredumbre.

Al compás de todo ello, los personajes están perfilados de una manera concisa, sin rodeos. No se trata de hacer perfiles psicológicos profundos. No hace falta que entendamos del todo sus motivaciones o sus porqués. Lo principal es que están ahí. Todos con sus miedos, con sus taras, rodeados de violencia, miseria y esperanzas rotas. Un mundo de perdedores, de débiles, donde el más fuerte en realidad es también un don nadie rodeado de inútiles.

El resultado de todo ello es un film negro, de perdedores. Hasta la estrella de cine (Keira Knightley) es casi patética en su fragilidad y sus miedos. En lo que la historia no cambia es en destino que parece cernirse sobre todos. Como si de una tragedia clásica se tratara, la historia es inmisericorde y cruel. Para mi gusto, en exceso. Todo se precipita en un final sin esperanzas y que te deja bastante mal sabor de boca. Si era lo que pretendía el director, felicidades. Aún así, me hubiera gustado otro desenlace, contra la lógica incluso de la película.

En cuanto al reparto, Colin Farrel me parece perfecto en su papel. Da la talla de tipo violento que intenta contenerse, que no quiere dejarse llevar por el odio, auqnue su naturaleza explota a la mínima provocación. Curiosamente, esos buenos sentimientos serán su perdición. Su interpretación, sin adornos, le va como anillo al dedo al personaje. Keira Knightley, sin embargo, me pareció menos intensa y, por lo tanto, mucho menos convincente. Es un rostro agradable, pero apático. David Thewlis compone al personaje más surrealista de la historia y lo hace con una naturalidad exquisita. El papel del villano es para Ray Winstone, convincente sin más, aunque no llega a asustar tanto como hubiera sido deseable. Completa el reparto Ben Chaplin, con el papel más histriónico de todos, pero sin excederse.

En definitiva, una historia conocida pero tratrada con aires de modernidad. El resultado creo que no defrauda, pues London Boulevard posee nervio y atmósfera suficientes para permitirnos pasar un buen rato de cine negro con cierta calidad.

domingo, 31 de agosto de 2014

Reacción en cadena



Dirección: Andrew Davis.
Guión: J.F. Lawton y Michael Bortman (Historia: Arne L. Schmidt, Rick Seaman, Josh Friedman).
Música: Jerry Goldsmith.
Fotografía: Frank Tidy.
Reparto: Keanu Reeves, Morgan Freeman, Rachel Weisz, Fred Ward, Kevin Dunn, Brian Cox, Joanna Cassidy, Chelcie Ross, Tzi Ma, Krzysztof Pieczynski.

Eddie Kasalivich (Keanu Reeves) es un mecánico que forma parte de un equipo de investigación que busca la manera de obtener energía a partir del agua. El mismo día en que por fin tienen éxito con su trabajo, el jefe del proyecto es asesinado y el laboratorio salta por los aires.

Es evidente que para hacer un buen thriller hay que contar con un buen argumento. Parece algo de mero sentido común. Pues bien, en Reacción en cadena (1996) está claro que se olvidaron de esta premisa.

La película pretende aunar acción e intriga en torno a un descubrimiento científico revolucionario que abaratará la obtención de energía, con el consiguiente beneficio para la población mundial. El problema es que el argumento está mal planteado y al final resulta un tanto absurdo, no queda del todo bien explicada la trama y todo el tinglado queda reducido a un pobre espectáculo de acción repetitiva con Keanu Reeves y Raquel Weisz escapando de la policía el FBI y cuanto matón les salga al paso.

El hecho de carecer de un argumento mínimamente inteligente y coherente hace que la película no alcance a interesarnos, ni a intrigarnos, lo más mínimo. Los personajes están dibujados a base de brochazos toscos y un tanto superficiales, la intriga no se entiende porque nada parece tener mucho sentido y el personaje de Morgan Freeman, básico en el entramado, se debate entre un villano sin escrúpulos y un hombre honesto atrapado en una situación que no le agrada; vamos, otro despropósito más del argumento, que ni con los villanos es capaz de hacer un buen trabajo.

Como es lógico, la historia resulta bastante predecible, con lo que en ningún momento nos llegamos a creer que Eddie y su amiga Lily (Rachel Weisz) vayan a sufrir mal alguno. Eso sí, el desenlace, precipitado y sin imaginación, demuestra una vez más la escasa coherencia de la historia, resolviendo el dilema de qué hacer con el personaje de Freeman de una manera un tanto ilógica para cómo se las suelen gastar los moralistas americanos.

Por si el desastre argumental no fuera suficiente, el reparto deja también bastante que desear. Keanu Reeves es, sin duda, el más flojo de todos, algo dramático cuando se trata del actor principal. Pero el pobre de Reeves hace una de sus peores interpretaciones, falto de garra y más preocupado de salir bien en los planos que de su trabajo. Raquel Weisz, en uno de sus primeros trabajos, tampoco destaca especialmente, limitándose a poner cara de sorpresa durante casi toda la película. Morgan Freeman es el único que se salva, si bien su trabajo resulta un tanto rutinario. El resto, al mismo nivel general que la historia.

Si Andrew Davis había resuelto con acierto El fugitivo (1993), film muy parecido en cuanto a premisas a éste que nos ocupa, en esta ocasión no consigue sacar nada bueno de esta historia. Algunas escenas de acción pueden gustarnos más o menos, pero en general su trabajo resulta bastante pobre, sin originalidad y repetitivo.

En resumen, una mala película que cojea ya desde sus raíces y que acumula tópicos y errores en cadena. Puede resultar entretenida para un público escasamente exigente, pero dentro del género hay muchas mejores opciones, y más inteligentes, para pasar un buen rato.

martes, 19 de agosto de 2014

Jumanji



Dirección: Joe Johnston.
Guión: Jonathan Hensleigh, Greg Taylor, Jim Strain (Novela: Chris Van Allsburg).
Música: James Horner.
Fotografía: Thomas Ackerman.
Reparto: Robin Williams, Kirsten Dunst, David Alan Grier, Bonnie Hunt, Jonathan Hyde, Bradley Pierce, Bebe Neuwirth, Adam Hann-Byrd, Patricia Clarkson.

Alan Parris (Robin Williams), un niño de unos doce años, encuentra un extraño juego de mesa. Cuando comienza una partida con una compañera de clase, Alan quedará atrapado en el juego durante veinticinco años.

Basada en una novela para niños de 1981 de Chris Van Allsburg, Jumanji (1995) es una película para ver en familia cualquier tarde de invierno. Pertenece a esa categoría de cine de aventuras con toques de comedia pero, sobre todo, con un argumento rebosante de imaginación donde cualquier cosa puede pasar.

La base reside en un curioso juego de mesa con "vida propia" que se las arregla para atraer a posibles jugadores con el sonido de un tambor que sólo ellos pueden oír. Pero una vez que comienzan a jugar, han de terminar la partida so pena de quedar atrapados en las garras del juego; juego además lleno de aterradoras sorpresas. De hecho, de no mediar el tono de comedia ni la decidida vocación familiar de la película, Jumanji contiene suficientes elementos para poder convertirla en un film de terror.

Con un argumento original donde los haya, Joe Johnston sabe sacar partido a la historia con un ritmo trepidante y unos efectos especiales que, a pesar de acusar algo el paso del tiempo, aún resultan convincentes.

Tampoco podemos quejarnos del reparto, encabezado por un excelente Robin Williams, un actor especialmente dotado para comedia y que no se excede en lo más mínimo, al contrario de otros colegas de su generación, y donde podemos disfrutar de una jovencita Kirsten Dunst muy acertada también en su interpretación. Como dato curioso, destacar el doble papel que interpreta Jonathan Hyde, que encarna al padre de Alan y al cazador que sale del juego.

En el debe de Jumanji quizá podemos poner que la película se centra en exclusiva en la vertiente cómica, dejando un tanto coja la parte más emotiva, de dónde sin duda se podría haber sacado más partido, con un mejor tratamiento de los personajes. Pero quizá tampoco era lo que se pretendía.

En definitiva, cine de palomitas en el buen sentido de la palabra. Jumanji es una entretenida comedia con toques fantásticos apoyada en unos espectaculares efectos especiales y un ritmo trepidante que nos ofrece un rato de sana diversión. Nada más, pero nada menos tampoco.

lunes, 4 de agosto de 2014

D-Tox: Ojo asesino




Dirección: Jim Gillespie.
Guión: Ron L. Brinkerhoff (Argumento: Ron L. Brinkerhoff).
Música: John Powell.
Fotografía: Dean Semler.
Reparto: Sylvester Stallone, Tom Berenger, Charles Dutton, Kris Kristofferson, Sean Patrick Flanery, Dina Meyer, Robert Patrick, Robert Prosky, Courtney B. Vance, Polly Walker, Jeffrey Wright.

Un asesino en serie se dedica a asesinar policías. Su trabajo es impecable, frío y eficiente. Jack Malloy (Sylvester Stallone), el agente de FBI que lleva el caso, no puede más que esperar a que cometa algún error que le permita dar con él. Pero todo cambia cuando el picópata decide matar a la novia de Malloy.

Vaya por delante que me gusta Sylvester Stallone, lo que puede hacer que mi crítica de esta película no sea del todo imparcial. Lo digo porque puede que muchos de los que vean o hayan visto esta película quizá no estén de acuerdo con mi valoración de la misma. Para mí, Stallone tiene algo de frágil (ya sé que suena algo raro) que hace que me sea simpático. Es como si bajo esa capa de músculos uno adivinara un ser débil, casi tierno. No sé, también el hecho de que su carrera se viniera abajo tras los éxitos de Rocky y Rambo, con secuelas infumables y una elección de roles nada afortunada, hizo que me sintiera más comprensivo hacia él, en contraposición al exitoso y arrollador Arnold Schwarzenegger. Si tuviera que elegir entre ambos, me quedaría con Stallone.

Disgresiones personales al margen, D-Tox: Ojo asesino (2002) tiene un giro argumental curioso que transforma lo que parecía ser el típico film de venganza personal en una historia diferente. Al comienzo, todo parece indicar que el argumento va a discurrir por la conocida senda del poli herido en lo más hondo que se lanza a la caza del criminal desalmado. Hemos visto ya muchas películas cortadas por este patrón. Pero hete aquí que de pronto todo cambia: Malloy se viene abajo con el asesinato de su novia (Dina Meyer), lo cuál además tiene todo el sentido del mundo. Comienza a beber, nada tiene ya sentido en su vida e incluso intenta suicidarse. Para sacarlo de esa situación, su mejor amigo, otro policía, Chuck Hendricks (Charles Dutton), decide llevarlo a un centro de tratamiento de policías con problemas. Y aquí es donde la película da un giro y se convierte en un film de intriga, donde una serie de personajes, aislados del mundo, empiezan a ser cazados por un asesino invisible, uno de ellos.

La situación resulta altamente interesante, aunque sólo sea por conocer quién y por qué se dedica a matar a los pacientes y personal del centro. Es cierto, hay que reconocerlo, que esta parte de la película resulta por momentos un tanto confusa, con proliferación de nombres de personas que es difícil de seguir. El tratamiento no es todo lo brillante que hubiera podido ser, pero la intriga, la buena ambientación, con los personajes aislados por una intensa tormenta, el ambiente de miedo y desconfianza entre los protagonistas y un ritmo ágil hacen que la película resulte lo suficientemente interesante como para que se nos pase en un suspiro y nos mantenga pegados a la pantalla.

Lo que ya no resulta tan original es descubrir quién es realmente el asesino. Aquí, es verdad, los guionistas se fueron por el camino más trillado y, abusando de las trampas que suelen utilizar tan tristemente, jugaron un poco con el espectador, para rizar demasiado el rizo en un desenlace no muy original.

Stallone no es un gran actor, pero creo que hace un trabajo bastante correcto y si además el tipo te cae simpático, pues disfrutas un poco más con su caída y redención final. Y es que, no nos engañemos, el punto débil de la intriga es que desde el comienzo podemos predecir el desenlace sin ningún problema. Ello, lógicamente, resta algo de emoción a la película, pero aún así resulta atractiva y engancha.

Acompañan a Stallone nombres de cierta solvencia, como Tom Berenger o Kris Kristofferson, y otros rostros menos conocidos pero que cumplen también con nota, como Robert Prosky o Robert Patrick.

La película no sirvió para recomponer la carrera de Stallone, pero sería injusto no reconocerle sus méritos, como son ese giro argumental original y el ambiente claustrofóbico y amenazante que nos hacen pasar unos buenos momentos de miedo e intriga.

jueves, 31 de julio de 2014

Estado de sitio




Dirección: Edward Zwick.
Guión: Menno Meyjes, Edward Zwick, Lawrence Wright (Historia: Lawrence Wright).
Música: Graeme Revell.
Fotografía: Roger Deakins.
Reparto: Denzel Washington, Annette Bening, Bruce Willis, Tony Shalhoub, Sami Bouajila, David Proval.

Cuando el ejército norteamericano detiene a un lider musulmán, instigador de atentados terroritas, Nueva York pasa a convertirse en el foco de nuevos atentados, cada vez más sangrientos.

Estado de sitio (1998) es, por encima de todo, un film de acción. Es verdad, también, que el guión pretende darle cierto aire de reflexión a cerca de las libertades, pero el mensaje queda algo ensombrecido por el mero espectáculo.

La película tiene un comienzo ciertamente prometedor, con una serie de atentados que ponen en jaque al FBI. Zwick muestra nervio y un pulso firme y la acción pronto se gana nuestro interés. El problema es que en seguida comprendemos que la historia va a trascurrir por caminos demasiado vistos. Primero, tenemos el enfrentamiento entre el agente del FBI que lleva la investigación sobre los atentados en Nueva York, Anthony Hubbard (Denzel Washington), y una colega algo entrometida de la CIA, Elise Kraft (Annette Bening), lo cuál no es más que un recurso dramático que sabemos que solo conducirá a la estrecha colaboración de ambos; es decir, es la manera de crear argumentalmente a la pareja protagonista, con un conflicto que de algo de sal a su relación.

A partir de ahí, más lugares comunes: la investigación se personaliza en exceso en los protagonistas, de manera que una historia de conflictos globales termina por ser una disputa casi doméstica. Para no perder dramatismo, los consabidos y efectistas giros de la historia se agolparán en un final lleno de acción, sentimientos encontrados y dramas personales que buscan dejarnos con un nudo en la garganta. Sinceramente, al lado de un autobús repleto de inocentes que salta por los aires, que al hijo de un miembro del FBI lo detengan junto a otros árabes me parece casi de risa. Pero por ahí parece que la película intenta conmovernos en el desenlace. Pues bien.

Lo mejor de Estado de sitio es, sin duda, el dilema que plantea entre la necesidad de imponer un control militar, sacrificando libertades personales, para acabar con los atentados salvajes, o la salvaguarda por encima de todo de los derechos y libertades del pueblo. Bien argumentado este dilema, la pena es que se vuelve a personalizar en exceso entre la postura de Hubbard y la del general Devereaux (Bruce Willis), con el consabido toque peliculero tan del gusto de estos films comerciales.

Lo curioso es como, años después, los terroristas islámicos lograron llevar en efecto la guerra a suelo norteamericano con el ataque a las Torres Gemelas, un atentado salvaje como los que planteaba el propio film.

Con un reparto aceptable y una dirección atinada, Estado de sitio no pasará sin duda a la historia del cine, pero es un más que correcto pasatiempo con algunas pinceladas de reflexión política que lo diferencian un poco de otros films de corte parecido.

miércoles, 30 de julio de 2014

Pasajero 57



Dirección: Kevin Hooks.
Guión: Dan Gordon y David Loughery (Historia Stewart Raffill y Dan Gordon).
Música: Stanley Clarke.
Fotografía: Mark Irwin.
Reparto: Wesley Snipes, Bruce Payne, Tom Sizemore, Elizabeth Hurley, Michael Horse, Alex Datcher, Bruce Greenwood, Robert Hooks.

Charles Rane (Bruce Payne), uno de los terroristas más temidos, es trasladado en avión hasta Los Ángeles para ser juzgado. Pero Charles ha planeado su liberación en pleno vuelo con la ayuda de sus secuaces. Con lo que no contaba era con la presencia en el avión de John Cutter (Wesley Snipes), un experto en seguridad.

Pasajero 57 (1992) está en la línea de películas como La jungla de cristal (1988), cuyo éxito parece que inspiró no pocas secuelas con escasas variantes argumentales. En este sentido, la película que nos ocupa tan solo promete acción a raudales. Esperar otra cosa de ella sería engañarnos.

Así pues, estamos ante una cinta de acción que transcurre por caminos demasiado trillados como para que nos llevemos alguna alegría o una mínima sorpresa. El argumento transcurre por derroteros mil veces vistos: un héroe que ha de enfrentarse a un asesino medio loco, cruel y despiadado y a su banda de secuaces, cada cuál más perverso y duro que el anterior. Asistiremos a peleas imposibles, muertes por doquier, un incipiente romance, el pasado atormentando a nuestro héroe, pues éste arrastra un fracaso que costó la vida a su mujer... en fin, todo demasiado visto y muy poco original.

Con estos mimbres es fácil adivinar el desenlace. La única baza a jugar por Kevin Hooks es ofrecernos un film entretenido, con buen ritmo y unas escenas de acción lo suficientemente logradas para que compensen la falta de intriga y la banalidad de la historia.

Y en este sentido, la verdad es que la película resulta pasablemente entretenida. No es que asistamos a escenas que nos quiten el habla, pero en general el film transcurre a buen ritmo y nos mantiene en vilo con continuas peleas. Wesley Snipes da la talla en el papel, pues su físico y su aire rocoso resultan bastante convincentes. El malo de turno, Bruce Payne, es también aceptable, dentro de una caracterización bastante tópica, con ese aire de pirado cruel y sanguinario tan al uso en este tipo de películas.  El resto del reparto cumple sin más, dentro de lo estereotipado de todos los roles.

Una película, en resumen, muy limitada argumentalmente y que sólo satisfará a los fanáticos del cine de acción, sobre todo adolescentes, a los que este tipo de villanos y héroes aún puede sorprender e impresionar. Totalmente prescindible para el resto de mortales.

martes, 29 de julio de 2014

La patrulla perdida



Dirección: John Ford.
Guión: Dudley Nichols, Garrett Ford (Historia: Philip MacDonald).
Música: Max Steiner.
Fotografía: Harold Wenstrom (B&N).
Reparto: Victor McLaglen, Boris Karloff, Wallace Ford, Reginald Denny, J.M. Kerrigan, Billy Bevan, Alan Hale, Brandon Hurst, Douglas Walton, Samuel Stein, Howard Wilson, Paul Hanson.

Cuando el comandante de una patrulla británica en el desierto de Mesopotamia, durante la Primera Guerra Mundial, es abatido de un disparo, el sargento (Victor McLaglen) queda al mando de los soldados, pero desconoce las órdenes y su situación. Mientras, el enemigo árabe sigue al acecho.

La patrulla perdida (1934) es uno de los primeros éxitos en la carrera de John Ford. Es evidente, vista hoy en día, que la película está bastante lejos de los grandes films del director, si bien se ven en ella indicios de su fuerza narrativa y de lo que será su estilo posterior.

La película se centra en las vicisitudes de una patrulla inglesa perdida en medio del desierto y a merced del enemigo árabe, al que no pueden ver. En realidad, tienen dos enemigos, pues el propio desierto se muestra tan hostil y feroz como los mismos árabes. Sin embargo, Ford no plantea un simple film bélico, que sería lo más socorrido y sencillo. El director plantea la película como una prueba de fuego para los soldados, lejos de su entorno, sin un objetivo claro, sin muchas esperanzas y perseguidos por un enemigo al que no pueden enfrentarse, pues los va cazando uno a uno, sin dejarse ver, lo que aumenta la frustración del soldado privado de un rival al que medir su fuerza.

Esta situación límite de los soldados le brinda a John Ford la posibilidad de ahondar en el pasado de los soldados, en su personalidad y en ir mostrando cómo el estar sometidos a una situación extrema termina por desquiciarlos.

A pesar de lo limitado de la acción y el decorado, Ford consigue mantener el ritmo en todo momento gracias a un dominio del tempo que ya anticipaba su brillantez tras las cámaras. También hay que destacar el interesante recurso dramático de no mostrar en ningún momento al enemigo, salvo en la escena final, con lo que se crea una tensión y un cierto misterio que añaden un plus a la historia nada despreciable y que después otros grandes directores sabrán explotar convenientemente, como hizo el mismísimo Spielberg en El diablo sobre ruedas (1971), por ejemplo.

Destacar la presencia de un habitual del cine de Ford, Victor McLaglen, esta vez no como secundario, y que repetiría protagonismo al año siguiente en El delator (1935), con Oscar al mejor actor incluído, y un inquietante Boris Karloff en la piel de un fanático religioso.

Con unos diálogos de gran nivel y una banda sonora nomina al Oscar, La patrulla perdida ya nos enseña el dominio de las situaciones por parte de John Ford, un director que lograba salir de los films  meramente de acción para recrearse en este interesante estudio de unos soldados en una situación extrema.