El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 24 de febrero de 2022

Estación Termini



Dirección: Vittorio De Sica.

Guión: Cesare Zavattini, Luigi Chiarini y Giorgio Prosperi (Historia: Cesare Zavattini).

Música: Alessandro Cicognini.

Fotografía: Oswald Morris y Aldo Graziati.

Reparto: Jennifer Jones, Montgomery Clift, Gino Cervi, Richard Beymer, Nando Bruno, Oscar Blando, Memmo Carotenuto, Paolo Stoppa.

Mary Forbes (Jennifer Jones) está en la estación Termini de Roma para emprender el regreso a Estados Unidos, junto a su marido y su hija. Atrás va a dejar a Giovanni (Montgomery Clift), un joven italiano con el que ha vivido una intensa historia de amor.

Estación Termini (1953) es un drama romántico. Al menos, así debemos entenderlo por el argumento y el desarrollo del mismo. Sin embargo, es un drama al que le falta algo más de intensidad y el romanticismo me ha parecido un tanto peculiar. 

Quizá el principal problema que encontré en el film es que no llegamos a conocer de primera mano el romance vivido por los protagonistas. Cuando arranca la historia es al final del mismo, cuando Mary debe regresar a su hogar y, por lo tanto, ha de renunciar a su futuro junto a Giovanni. Con ello, nos perdemos la verdadera dimensión de su amor, que no conoceremos de primera mano. 

Entendemos el dolor que les provoca la separación, que es definitiva, pero sin haber vivido su amor esta despedida pierde bastante fuerza. Además, encuentro que los diálogos entre los amantes, base fundamental de la película, tampoco muestran en toda su dimensión el dolor del momento. Es verdad que en la escena en que Giovanni abofetea a Mary podemos adivinar ese desgarro interior, pero la precipitación del momento y lo radical del comportamiento tampoco hace que nos identifiquemos con Giovanni, sino más bien crea un efecto de rechazo. Lo mismo que cuando le dice a Mary que, si vivieran juntos, él le pegaría en determinadas circunstancias. Este retrato del italiano pasional no pareció el más oportuno en una historia que pretende mostrar el dolor de un amor que se va a truncar irremediablemente. No solo resta autenticidad al enamoramiento de la pareja tras su breve romance, sino que anuncia un futuro para la pareja carente de un amor impoluto, llevándolos a una rutina desconsoladora.

En relación con lo anterior, el retrato de Mary me pareció mucho más adecuado que el de Giovanni, pues él da una imagen mucho más egoísta, lo que resta autenticidad a su supuesto amor por Mary. Ella, mucho más convincente, se ve obligada a volver a su hogar por su deber como esposa y madre, lo que comprendemos perfectamente, así como el dolor que tal decisión le causa, precisamente porque no puede hacer lo que, de ser libre, hubiera deseado.

Quizá resultan más interesantes los retazos de neorrealismo que nos muestra el director, especialista en el género, con las figuras de empleados y viajeros de la estación. Aquí el acercamiento es mucho más certero y nos proporciona algunos momentos de emoción más eficaces que los de Mary y Giovanni.

Así todo, también esto nos lleva a comprobar cómo ha envejecido la película, en especial cuando la pareja protagonista es llevada ante la presencia del comisario por haberse atrevido a besarse a escondidas. Entendemos la moralidad de la época, pero no deja de resultar bastante chocante la situación.  

En cuanto al trabajo de los dos protagonistas, he de reconocer que Jennifer Jones nunca me ha gustado demasiado. Pero, al ser la esposa de David O. Selznick, tenía asegurado un puesto en algunas de sus producciones. Sin embargo, en esta ocasión, por extraño que pueda parecer, su trabajo me convenció más que el de Montgomery Clift, un gran actor que parece que no termina de creerse su papel de amante latino y su interpretación resulta fría en algunos momentos y extraña en el resto.

Estación Termini muestra en su conjunto algunas virtudes de un enfoque afín al neorrealismo, huyendo de efectismos, salvo momentos puntuales; pero esto es a la vez lo que lo convierte en un relato bastante frío en su mayor parte. El final del romance de los protagonistas nunca me llegó a conmover verdaderamente y eso es lo peor que se podría esperar. En general, Estación Termini está por debajo de lo que cabría esperar del director, de los protagonistas y del tema tratado.

Como curiosidad, decir que algunos de los diálogos los escribió Truman Capote. 

lunes, 14 de febrero de 2022

La muchacha de Londres



Dirección: Alfred Hitchcock.

Guión: Alfred Hitchcock, Benn W. Levy y Charles Bennett (Obra teatral: Charles Bennett).

Música: James Campbell y Reginald Connelly.

Fotografía: Jack E. Cox.

Reparto: Anny Ondra, John Longden, Cyril Ritchard, Sara Allgood, Charles Paton, Donald Calthrop, Harvey Braban.

Durante una cita, Alice White (Anny Ondra) decide dejar plantado a su novio, el detective de policía Frank Webber (John Longden), y tontear con un pintor (Cyril Ritchard) que se siente atraído por ella. Acude con él a su estudio y cuando el artista intenta propasarse, ella se defiende y lo mata con un cuchillo.

La muchacha de Londres (1929), a veces titulada con la traducción literal de su título en inglés, Chantaje, es la primera película sonora de Alfred Hitchcock. En realidad, se filmó una versión muda, pero cuando llegó a Inglaterra la tecnología del sonoro, los productores pidieron a Hitchcock que adaptara el final como película hablada. El director, sin embargo, decidió convertir en sonoro todo el film. De ahí que se vean aún algunos fallos en la sincronización del sonido y la imagen o que el comienzo aún sea un film mudo, acompañando las escenas con música. También tuvo que doblar la voz de Anny Ondra, que apenas hablaba inglés, utilizando a Joan Barry.

Pero más allá de este detalle, la película permite constatar ciertos elementos que serán comunes en la producción del director. Por ejemplo, su aparición al comienzo de cada película, algo que había comenzado por mera necesidad ante la escasez de medios en sus comienzos, para convertirse en algo habitual, una especie de guiño a los espectadores.

Otro rasgo característico de Hitchcock que ya está presente aquí es el gusto por planos que resalten ciertos detalles del decorado, como plano cenital sobre las escaleras, por ejemplo. Es algo a lo que el director era muy aficionado, potenciando a menudo la imagen sobre la palabra, una herencia de la época del cine mudo que supo conservar durante toda su carrera.

Y también la costumbre de llevar el climax de la historia a un lugar público muy conocido, en este caso, el Museo Británico. Más adelante veremos escenas parecidas en la Estatua de la Libertad (Sabotaje) o el Monte Rushmore (Con la muerte en los talones).

Centrándonos en la historia, La muchacha de Londres cuenta con un argumento excesivamente simple que parece que no da para mucho. De ahí el hecho de que muchas secuencias se alarguen de manera algo forzada. Ello provoca algunos momentos en que se percibe un bajón en el ritmo, motivado también por una escasa fluidez de los diálogos, que se explicaría por su inicial concepción como film mudo.

Tampoco el lado psicológico de los personajes está del todo bien dibujado. Alice, por ejemplo, aparece como una joven un tanto caprichosa y egoísta, lo que no la hace especialmente simpática a los ojos del espectador, sobre todo con la manera de engañar a su novio. Éste tampoco tiene unos contornos definidos. Comprendemos que intente proteger a su novia o, al menos, ganar tiempo para pensar cómo ayudarla una vez que sospecha que fue ella la que mató al pintor. Pero su comportamiento con el chantajista, pareciendo asumir que le cargará con el crimen, lo convierte también en una persona antipática a nuestros ojos. En realidad, creo que el problema de todo ello es la falta de concreción del guión, que no termina de aclarar con precisión la trama y cuya prueba definitiva sería el final un tanto absurdo y brusco, que nos deja un tanto descolocados. 

De hecho, el director había planeado otro desenlace, que vendría a explicar y a cuadrar con el comienzo del film, donde vemos con detalle el proceso de detención de un delincuente. En el final que el director deseaba, Alice era detenida y su novio tenía que repetir el mismo proceso que se había visto al comienzo. Sin embargo, los productores no aprobaron un desenlace tan pesimista.

En cuanto a los actores, hemos de entender que se trata de profesionales del cine mudo y la manera de interpretar en ese medio era muy diferente. Lo vemos con claridad en Anny Ondra, cuya expresividad un tanto excesiva delata la teatralidad del cine mudo y hace que nos cueste un poco comprender en la actualidad ese estilo, que afecta a todos los protagonistas por igual.

La muchacha de Londres tiene el interés de poder seguir los primeros pasos del director, pues tanto el argumento como la puesta en escena dista mucho del nivel de obras posteriores de Hitchcock. Con el encanto de la ingenuidad y sencillez del cine de aquella época, podemos disfrutarla como un curiosa precursora del estilo del maestro del suspense.

domingo, 13 de febrero de 2022

El amor tiene dos caras



Dirección: Barbra Streisand.

Guión: Richard LaGravenese.

Música: Marvin Hamlisch.

Fotografía: Dante Spinotti y Andrzej Bartkowiak.

Reparto: Barbra Streisand, Jeff Bridges, Pierce Brosnan, Lauren Bacall, Brenda Vaccaro, Mimi Rogers, George Segal, Laura Bailey, Elle MacPherson. 

El profesor Gregory Larkin (Jeff Bridges) se siente desengañado con sus relaciones amorosas y cree que la solución para que una relación de pareja funcione bien es basarla en el intelecto, dejando el sexo a un lado. Decide poner un anuncio buscando a alguien que piense como él y de este modo conocerá a Rose Morgan (Barbra Streisand), que no ha tenido mucha suerte en el amor.

Es curioso como en algunas comedias, con El amor tiene dos caras (1996) entre ellas, es la parte dramática la que tiene mucha más entidad que la cómica. La explicación es sencilla: es mucho más difícil hacer reír que llorar. Se requiere más imaginación.

El amor tiene dos caras es una comedia romántica que, al menos intenta abordar el tema de las relaciones de pareja de manera imaginativa y sin ridiculizarlas. Esto ya es importante, pues algunas comedias actuales basan su humor en llevar las situaciones al límite, cayendo sin reparos en lo absurdo. 

Sin embargo, a pesar de sus buenas intenciones, hay algo que no termina de funcionar. Desde mi punto de vista, es la figura de Gregory. Este es el personaje curioso de la historia, sobre el que recae la parte cómica por su idea un tanto peregrina de que lo mejor para que una relación de pareja funcione es basarla solamente en el aspecto intelectual, buscando la amistad y la complicidad y dejando el sexo completamente al margen. Entiendo que es una premisa complicada de exponer con convicción. Por mucho que se intente razonar, lo que Gregory propone es sencillamente una relación de amistad, con lo que dar el paso hacia el matrimonio suena no solo chocante, sino también innecesario. Pero además, el problema es que Gregory expone sus ideas a Rose de manera absurda, atropelladamente y sin conocerla apenas. Su personaje queda ridículo, y más tratándose de un profesor universitario maduro, con experiencia en relaciones afectivas. Es el problema de no saber enfocar la comedia más que llevándola a un extremo. A partir de aquí, todo lo que viene a continuación (el matrimonio de Gregory y Rose) me parecía cogido con alfileres y me costaba entender y participar de su relación matrimonial tan especial.

Sin embargo, la historia gana cuando se afronta la ruptura de la pareja. Es la parte dramática y aquí el guión se muestra más seguro. Cuando no hay que ridiculizar las situaciones o los personajes, el film gana en intensidad y en verosimilitud. Entendemos la decisión de Rose de separarse porque es normal, mientras que la de casarse era del todo absurda. Y ahora su personaje cobra sentido, junto con de su madre Hannah (Lauren Bacall), porque ya no tienen que caernos simpáticas ni hacernos gracia y porque adquieren auténtica dimensión de personas reales, con sus miedos, sus deseos y sus fracasos. 

Es verdad que en este punto El amor tiene dos caras se embarca en un terreno muy previsible y el desarrollo no es muy imaginativo. De nuevo se echa de menos el haber profundizado algo más en el personaje de Gregory, cuyo papel en la historia no está nunca a la altura de Rose. Rose es una mujer mucho más creíble, con sus complejos y su relación tirante con su madre. A su lado, Gregory no tiene la entidad suficiente para ser un contrapeso eficaz.

Lo que sí que es evidente es el narcisismo de Barbra Streisand, productora, directora e intérprete de una película hecha a su medida y para su mayor lucimiento. Si no te gusta esta actriz, seguramente no disfrutarás mucho del film. Hasta la fotografía está enfocada exclusivamente en realzar su peculiar "belleza", endulzando sus planos constantemente.

Si nos quedamos con lo positivo, El amor tiene dos caras resulta una película amena, con algunos pequeños momentos interesantes. Pero en su conjunto, termina por resultar un tanto plana y poco imaginativa.

Esta película está basada en El espejo tiene dos caras (André Cayatte), película francesa de 1958.

miércoles, 9 de febrero de 2022

Caza al asesino (The Gunman)



Dirección: Pierre Morel.

Guión: Don MacPherson, Pete Travis y Sean Penn (Novela: Jean-Patrick Manchette).

Música: Marco Beltrami.

Fotografía: Flavio Martínez Labiano.

Reparto: Sean Penn, Idris Elba, Javier Bardem, Ray Winstone, Mark Rylance, Jasmine Trinca, Peter Franzén, Mark Schardan.

Jim Terrier (Sean Penn) es un mercenario contratado por una multinacional para proteger sus intereses en el Congo, incluyendo el asesinato. Ocho años más tarde, cuando Jim ha cambiado de vida, descubre que alguien intenta matarlo.

El cine de acción actual parece moverse en un terreno muy poco original. La esencia es generar el máximo de acción, sin escatimar en todo lo que produzca espectáculo, en un formato nervioso. La clave parece ser no dar mucho respiro al espectador. Caza al asesino (2015) está adscrito a esa línea y puede satisfacer a una clientela no muy exigente, pero hay que reconocer que tras los artificios no se esconde mucho más.

Es evidente que la tecnología actual permite un alto nivel de eficacia en todo lo relacionado con persecuciones, peleas y muertes. Y este film es un buen ejemplo de ello. Técnicamente es un producto muy bien trabajado y te mete de lleno en la acción con escenas perfectamente orquestadas. Sin embargo, visto que es un apartado que se consigue en muchos films similares, no parece que ello deba extrañarnos, ni mucho menos que debamos valorar la película centrándonos en eso. 

Sería aconsejable esperar algo más. Y Caza al asesino parece contener una dosis de intriga suficiente como para mantenernos en vilo más allá del mero espectáculo visual. Al menos, al principio de la película, la intriga para conocer quién y por qué persigue a Jim sirve para que nos interesemos por alcanzar el desenlace. El problema es que las expectativas no se ven del todo recompensadas y el interés inicial se va desinflando conforme avanzamos. Es tal la dosis de acción, a veces un tanto desmesurada, que el misterio va perdiendo presencia paulatinamente y, cuando finalmente se desvela, nos damos cuenta que no es más que algo secundario a lo que el guión no da una gran importancia. Su misión era crear las circunstancias para la explosión de escenas de acción. Es más, todo el argumento está asentado en estereotipos y su falta de originalidad, ejemplificada en el final tan trillado como vulgar, nos deja un sabor amargo cuando se termina la película.

Sean Penn es un grandísimo actor y, a pesar de la edad, su trabajado físico le permite encarnar con solvencia a su personaje. El resto de reparto son rostros poco conocidos, salvo Javier Bardem que, para ser sincero, me parece que está bastante desaprovechado. Si al principio su personaje tiene la fuerza que sabe darle el actor, a mitad de la película se transforma en una caricatura a la que Bardem intenta salvar como puede, pero sin lograrlo. Es un ejemplo más de cómo el guión descuida todo lo que no sea la acción pura y dura. Todo parece girar en torno a ella y el resto se asemeja a un decorado construido con una economía de imaginación alarmante.

Está claro que si solo se busca pasar el rato, Caza al asesino es un film hecho para ello. Pero no se le pueden buscar ni mensajes, ni personajes sólidos, ni una historia coherente. En eso parece que nadie se ha preocupado mucho.

martes, 8 de febrero de 2022

Una extraña entre nosotros



Dirección: Sidney Lumet.

Guión: Robert J. Avrech.

Música: Jerry Bock.

Fotografía: Andrzej Bartkowiak.

Reparto: Melanie Griffith, Eric Thal, John Pankow, Tracy Pollan, Lee Richardson, Mia Sara, Jamey Sheridan.

Emily Edith (Melanie Griffith), policía de Nueva York, se encarga de investigar un asesinato cometido en la comunidad ortodoxa judía. Para ello, deberá convivir con ellos.

Una extraña entre nosotros (1992) se aparta un poco de lo que podríamos esperar de un film policíaco. En esta ocasión, la investigación del crimen de un miembro de una comunidad ortodoxa judía se queda en un segundo plano para desarrollar prioritariamente lo que parece ser la finalidad última de la película: ensalzar las bondades de la vida de la comunidad ortodoxa judía.

La idea no es nueva. Recordemos que Único testigo (Peter Weir, 1985) tenía un planteamiento similar, pero situando al protagonista en medio de una comunidad amish.

El problema de Una extraña entre nosotros es que no alcanza el nivel del film de Peter Weir. No se trata de compararlos, simplemente analizando los pros y los contras de la película, vemos que los segundos terminan teniendo más peso.

La alabanza sin reparos de la comunidad judía, por ejemplo, resulta un tanto artificial. Solo vemos los aspectos positivos de ese universo y la alegría, la solidaridad, el respeto y la honradez de sus miembros resultan un poco empalagosos y ciertamente dudosos. Nada es tan perfecto. Además, el esfuerzo en mostrarnos sus costumbres termina por perjudicar el ritmo de la historia, que hacia la mitad del metraje llega a resultar algo tediosa, a pesar del buen oficio de un director con la experiencia de Sidney Lumet.

Es cierto que la evolución de Emily, una policía muy alejada de los valores judíos, es un elemento interesante, pero el problema es que resulta demasiado previsible, a parte de resultar también un poco simplista. Falta quizá una mayor profundidad a la hora de dibujar la personalidad de Emily para vivir con más intensidad su transformación. Pero ese es un debe de la película en relación con todos los personajes: se queda en la superficie de todos ellos, haciendo un retrato un tanto superficial y muy estereotipado. Da la sensación de que el guión se centró preferentemente en mostrar los detalles de las costumbres judías y su origen que en hacer una verdadera introspección en los personajes. El resultado es que la visión que da de los judíos resulta un tanto almibarada y no parece un retrato realista.

Otro problema añadido es que me costaba ver a Melanie Griffith como la policía Emily. No me parecía la actriz más idónea para el papel, a parte que su personalidad ni está bien definida ni tiene carisma. Los diálogos, por ejemplo, son un punto negativo más, pues en muchos momentos resultaban banales o ridículos.

Tampoco la fotografía me terminó de convencer. Se ve un esfuerzo por dar al film un aspecto preciosista, con luces cálidas y un aire casi etéreo en ocasiones. De nuevo, lo que primero que me viene a la mente es ese interés en hacer casi un hermoso cuento sobre el judaísmo más que un film realista y objetivo. Y esa sensación de manipulación me resulta desalentadora.

La investigación del crimen, como decía, se queda en un muy segundo plano, pero cuando toca resolver el tema, de nuevo el guión cae en precipitaciones y simplificaciones del todo ridículas. Se juega al despiste con los extorsionadores y se resuelve todo de prisa y sin demasiada imaginación, con un desenlace que no me pareció para nada creíble y donde parece buscarse más la emoción de manera un tanto burda que un verdadero final con sentido.

Entre los elementos positivos habría que citar que las bondades de la comunidad judía; los valores de colaboración y ayuda mutua no dejan de ser positivos, por mucho que estén expuestos con torpeza. Y la transformación de Emily al contacto con ese mundo, poniendo en orden sus prioridades y lo que es realmente importante en la vida, es lo mejor de la película. Pero insisto en que las buenas intenciones no terminan de estar del todo bien reflejadas por un guión demasiado simplista.

Un film, en resumen, que no logra desarrollar su potencialidad y que termina siendo un cúmulo de estereotipos y de momentos desaprovechados. 

jueves, 3 de febrero de 2022

La mujer de rojo



Dirección: Gene Wilder.

Guión: Gene Wilder (Historia: Jean Loup Dabadie e Yves Robert).

Música: John Morris.

Fotografía: Fred Schuler.

Reparto: Gene Wilder, Charles Grodin, Joseph Bologna, Judith Ivey, Michael Huddleston, Kelly Le Brock, Gilda Radner, Kyle Heffner, Michael Zorek. 

Teddy Pierce (Gene Wilder) es un  hombre de mediana edad felizmente casado que nunca se vio tentado por aventuras extramatrimoniales. Hasta que conoce a Charlotte (Kelly Le Brock), una espectacular modelo por la que sentirá una atracción irresistible.

Si algo caracteriza a La mujer de rojo (1984), si por algo es recordada mayoritariamente, es por la secuencia en la que Kelly Le Brock baila con su vestido rojo sobre la rejilla de ventilación del garaje. Evidentemente, este momento nos recuerda a Marilyn Monroe en La tentación vive arriba (Billy Wilder, 1955) y ese instante sobre la ventilación del metro que forma parte de la historia del cine. Sin establecer comparación alguna, la aparición de Kelly Le Brock y la reacción de Gene Wilder al verla explican mejor que cualquier discurso la obsesión que invadirá al apocado Teddy por esa modelo.

La mujer de rojo es, en esencia, una advertencia sobre los peligros del adulterio. Los tres amigos de Teddy tienen diversas aventuras y hablan y presumen de ello con la inseguridad de los hombres que se adentran en la madurez con el miedo a perder su poder de atracción sobre las mujeres. Teddy, hasta el momento de cruzarse con Charlotte, es el único que permanece fiel a su esposa y no ha caído en la tentación de afirmar su masculinidad fuera del domicilio conyugal. 

En este sentido, La mujer de rojo no deja de ser la típica historia moralista tan en consonancia con la mentalidad americana. De hecho, Teddy ni siquiera llega a besar a Charlotte. ¡Faltaría más!

Pero, dejando de lado este mensaje nada sutil, la película es una comedia sencilla que, a pesar de sus obviedades, funciona bastante bien. Tal vez, en parte, porque desde el comienzo nos damos cuenta de que no es un film con grandes aspiraciones, pero que en su modestia intenta buscar la comicidad con cierta honradez. No es un film gracioso a toda costa, sino que basa su humor en elementos muy sencillos pero tratados con buen gusto. Por ejemplo, cuando aborda la diferencia generacional, manifestada en el novio de la hija mayor de Teddy, un tipo de aspecto estrafalario y una mentalidad infantil que pretende seducir a Didi (Judith Ivey), la esposa de Teddy, sin que ella se lo tome ni un poquito en serio. O el recurrir al típico malentendido para crear unos momentos divertidos con la compañera de trabajo de Teddy, la señora Milner (Gilda Radner), que se cree pretendida por él. Es un recurso sencillo, pero tratado con elegancia y sin llegar explotarlo de manera compulsiva, con lo que cumple su cometido más que correctamente.

Quizá también lo que enriquece a La mujer de rojo es que, dentro del tono exclusivamente cómico, Gene Wilder no desaprovecha la oportunidad de adentrarse con inteligencia en la personalidad de los protagonistas, en especial con la alusión a la homosexualidad de su amigo Buddy (Charles Grodin), que nos ofrece un momento muy interesante y donde, con una economía de medios admirable, se refleja el sufrimiento del mismo así como el apoyo de Teddy en una escena plenamente lograda y donde se demuestra que una comedia no debe reducirse al chiste fácil, sino que gana mucho con un tratamiento completo de todos los elementos de la historia.

Reconozco que Gene Wilder es un actor que me encanta. Y no sabría decir exactamente el motivo. Lo encuentro un tanto parado, sin la gracia natural de otros cómicos, pero quizá en esa torpeza resida la clave: es diferente a otros actores, tiene su identidad muy definida y en la comedia termina funcionando de maravilla, pues aúna la gracia de quién no pretende ser gracioso a toda costa con cierta ternura natural. En la piel de Teddy, resulta casi imposible no identificarse con su personaje, arrastrado por una visión que parece de otro mundo. Supongo que esto dependerá también del momento y el sexo del que vea La mujer de rojo por primera vez, pero creo que así es. Por su parte, Kelly Le Brock, en su debut en el cine propiciado por su marido de entonces, Victor Drai, productor de la película, me parece la mujer perfecta para su papel y lo que representa. No era una buena actriz, más bien fue una modelo que hizo algunos pinitos en el cine, y su carrera no fue muy productiva, pero es la actriz de ese momento y de ese papel y por ello se quedará en la historia de la comedia.

Atención a las canciones de Steve Wonder, todo un regalo, que además le otorgó el único Oscar al film por la mejor canción original con I Just Called to Say I Love You.

La mujer de rojo no es una comedia perfecta, pero creo que tampoco era lo que se pretendía. Me parece un film con momentos muy interesantes y que, dentro de sus limitaciones, puede proporcionar un entretenimiento muy agradable.

Dos datos más: la película es un remake del film francés Un elefante se equivoca enormemente (Yves Robert, 1976). Y la actriz Gilda Radner, que encarnaba a la señora Milner, fue la esposa de Gene Wilder desde ese mismo año del estreno del film, 1984, hasta su fallecimiento en 1989 con tan solo 42 años.

martes, 1 de febrero de 2022

El regalo



Dirección: Joel Edgerton.

Guión: Joel Edgerton.

Música: Danny Bensi y Saunder Jurriaans.

Fotografía: Eduard Grau.

Reparto: Rebecca Hall, Jason Bateman, Joel Edgerton, Beau Knapp, Allison Tolman, David Denman, P. J. Byrne, Tim Griffin, Beth Crudele.

Simon (Jason Bateman) y Robyn Callem (Rebecca Hall) se trasladan a Los Ángeles por motivos de trabajo. Al poco de llegar, Simon encuentra a Gordon Moseley (Joel Edgerton), un antiguo compañero de instituto. Gordon empieza a visitarlos asiduamente, lo que incomoda bastante a Simon.

El regalo (2015) supone el debut como director del actor Joel Edgerton, que también firma el guión e interpreta a Gordon, el personaje que desencadena la crisis en el matrimonio de Simon y Robyn.

El regalo es un thriller basado en el suspense, donde las apariencias iniciales se van desvelando poco a poco como ficticias. El juego que nos presenta Edgerton se sustenta en mostrarnos una realidad que nos invita a imaginarnos una situación para, paulatinamente, ir desmontándola, de manera que nos lleva a dudar de todo y de todos y a cuestionar cuanto nos hemos imaginado. 

Primero será Gordon quien parezca, al comienzo, el típico psicópata, o al menos es lo que suponemos, apoyados en tantos thrillers que se sustentan en ese tipo de personajes. Pero pronto las dudas comienzan a aparecer en relación al matrimonio Callem y ahora es Robyn y su adicción a las pastillas la que nos lleva a plantearnos nuevos interrogantes. Al final, Simon, que parecía ser el más equilibrado, también empieza a mostrar ciertas sombras relacionadas con su pasado. 

Esta es la baza del guión: no dejar que nos asentemos en ningún terreno estable, haciendo que nos surjan las dudas conforme va avanzando la historia. Lo que hará que El regalo funcione, al final, será el grado de implicación del espectador con la propuesta del director; si nos dejamos llevar por su juego, puede que disfrutemos de un thriller ciertamente original. Sin embargo, no todo debe reducirse al desenlace, que no es malo, es cierto, pero un film no puede valorarse solamente por un detalle.

Y El regalo peca de falta de nervio. Joel Edgerton hace una exposición lenta, centrada en los detalles, que convierte la primera parte de la película en un relato un tanto anodino. Para darle algo de chispa, el director recurre a los típicos golpes de efecto, pequeños sustos demasiado habituales y que, en realidad, no esconden más que una falta de recursos más originales.

Después, cuando empezamos a comprender el juego de las falsas apariencias, es verdad que la historia gana en interés, pero solamente en tanto en cuanto esperamos desenredar el misterio, porque el desarrollo sigue siendo lento y sin demasiada fuerza. Puede que sea porque enseguida se puede adivinar el misterio final que esconde el argumento y que solamente un pequeño giro, el consabido truco del último minuto, enreda un poco más. Como decía, el final no decepciona, pero ya empiezo a estar algo aburrido de este tipo de propuestas que parecen descansar en un solo elemento, dejando el resto bastante desangelado. No es suficiente, al menos para mí.

Quizá uno de los problemas de El regalo es que el argumento se centra demasiado en el misterio sobre los personajes, que no adquieren un peso específico en el desarrollo. Falta desarrollar mejor la crisis del matrimonio anterior a su viaje a Los Ángeles, falta profundizar algo más en Gordon, del que no sabremos prácticamente nada hasta muy avanzada la película. La idea central me parece correcta, pero no está del todo aprovechada y ese gusto por los trucos, por ocultar deliberadamente tantas cosas es algo que nunca me ha gustado demasiado y que me parece un recurso fácil que no sirve para ocultar ciertas carencias. 

En cuanto al trío protagonista, creo que es lo mejor de El regalo. Rebecca Hall está perfecta y sabe trasmitirnos sus dudas y sus miedos con total naturalidad. Jason Bateman también es el actor perfecto para dar vida a su personaje, un tipo con dos caras que Jason sabe encarnar convincentemente. Y Joel Edgerton tampoco desentona, si bien su personaje permanece más oculto que el resto, en espera del último rollo de película.

Como entretenimiento sin más, El regalo puede servir, pero creo que es una película que uno olvidará fácilmente una vez terminada.