El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 28 de enero de 2018

La guerra de los mundos



Dirección: Byron Haskin.
Guión: Barré Lyndon (Novela: H. G. Wells).
Música: Leith Stevens.
Fotografía: George Barnes.
Reparto: Gene Barry, Ann Robinson, Les Tremayne, Henry Brandon, Robert Cornthwaite, Jack Kruschen, Sandro Giglio, Lewis Martin, Houseley Stevenson Jr., William Phipps.

California, años 50. Un meteorito cae en las colinas cercanas a Linda Rosa. Para intentar investigar de qué se trata, el doctor Clayton Forrester (Gene Barry), un físico de renombre, se desplaza al lugar, donde se han concentrado multitud de curiosos.

El libro de H. G. Wells La guerra de los mundos (1898) ya había sido objeto de una famosa y polémica adaptación radiofónica a cargo de Orson Welles en 1938. Era evidente que el cine no dejaría pasar la oportunidad de llevar a la pantalla ese relato de una invasión marciana. Y eso finalmente tuvo lugar en 1953, pero no fue una gran película, sino un típico producto de serie B. Muy cuidado, eso sí, al menos técnicamente. De hecho, los efectos especiales del film ganaron nada menos que el Oscar ese año.

Sin embargo, vista hoy en día, La guerra de los mundos parece más un film de humor que otra cosa, por varios factores.

Por un lado, el guión intenta darle un aire de seriedad a la historia para lo que recurre a abundantes explicaciones científicas, no solo en boca de los científicos que investigan a los invasores, sino también visualmente. Tanta explicación, lógica dada la cultura cinematográfica más limitada del público de la época, provoca hoy en día un efecto contrario al pretendido, resultando excesivas y un tanto ingenuas.

Otro elemento que impide que sigamos la historia con más emoción es la limitada calidad interpretativa de los actores, bastante limitados a la hora de intentar expresar sus emociones, cayendo bien en sobre actuaciones clamorosas como, en el lado opuesto, en momentos de alarmante pasividad.

En cuanto al relato en sí, el argumento se centra esencialmente en la acción, sin dejar demasiado tiempo a cualquier otro elemento, con un intento de asombrar al público con un despliegue de efectos y, también, utilizando secuencias ajenas para rellenar metraje, recurso muy extendido en este tipo de películas de presupuestos ajustados.

Algunos momentos, es cierto, están más logrados que otros, logrando, dentro de lo mal que ha envejecido al cinta, transmitir cierta emoción, con lo que podemos imaginarnos lo debieron sentir los espectadores de la época.

De lo que no escapa pa película es de la moral de esos años, que queda patente en la fuerte de presencia de la religión a lo largo de la historia, especialmente al final de la película. Sin embargo, el milagro que salvará a la humanidad será finalmente de raíz científica: serán las bacterias las que matarán al invasor, sin capacidad de defensa frente a ellas. Un final no exento de cierta poesía.

La guerra de los mundos queda pues más como una curiosidad que como una película realmente vigente. Para ello tenemos la versión de Steven Spielberg de 2005, del mismo título.

sábado, 27 de enero de 2018

Blade Runner 2049



Dirección: Denis Villeneuve.
Guión: Hampton Fancher y Michael Green (Historia: Hampton Fancher).
Música: Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch.
Fotografía: Roger Deakins.
Reparto: Ryan Gosling, Harrison Ford, Ana de Armas, Jared Leto, Sylvia Hoeks, Robin Wright, Mackenzie Davis, Carla Juri, Lennie James, Dave Bautista, Edward James Olmos.

Año 2049. Una nueva generación de replicantes se ha integrado perfectamente en la sociedad. Los nuevos blade runners, también replicantes, programados para obedecer, se dedican ahora a intentar erradicar a los viejos Nexus-8.

A veces cuesta entender el por qué Hollywood se empeña en hacer nuevas versiones o, como en este caso, continuaciones de grandes clásicos del cine porque el resultado, salvo muy contadas excepciones, suele resultar frustrante. Bueno, el por qué está claro: el dinero. Otra cosa es que me cueste entenderlo.

En el caso de Blade Runner 2049 (2017), la tarea que tenía ante sí Denis Villeneuve era un imposible. La película de Ridley Scott no solo era perfecta, sino que tenía algo imposible de copiar: era original. Por lo tanto, cualquier secuela iba a partir de la premisa de que no podría sorprender como lo hizo el film de 1982 y, además, las comparaciones serían inevitables.

Quizá la mejor recomendación que puedo hacer a aquellos que no vieron aún Blade Runner, es que no la vean a propósito antes de ver la película de Villeneuve. Será la única manera de poder tener una valoración sin condicionamientos del film que nos ocupa.

En mi caso, he visto y admirado varias veces la obra de Ridley Scott pero, animado por las buenas críticas sobre esta entrega, me esperaba una digna continuación de aquella obra maestra. Quizá algo inferior, pero digna. Por desgracia, la película de Villeneuve me ha defraudado bastante.

Para empezar, había que conservar la estética de la primera entrega. Eso parecía obvio. El problema es que me ha parecido que Villeneuve se ha cegado por los aspectos visuales de su obra, creando un film impactante en el terreno formal, con una cuidada fotografía, unos planos cargados de belleza, coloridos, con una banda sonora que intenta conseguir la misma fuerza que la de Vangelis en la película de 1982, pero perdiendo quizá el alma que debía albergar ese preciosismo visual. Y es que Blade Runner 2019 es apabullante visualmente, pero fría y un tanto artificial. Si con Ridley Scott parecíamos sumergirnos en un mundo futurista casi palpable, con Villeneuve cuesta pensar que ese universo colorido sea algo más que un lujoso decorado.

Pero quizá lo peor de todo sea el contenido, el argumento de esta película. Y la manera de desarrollarlo. También aquí la obra de Villeneuve me pareció rebuscada, pretenciosa y terriblemente lenta y fría. Una historia se puede contar con parsimonia, es cierto, pero ha de conseguir engancharnos, hacer que vibremos con los personajes. Y eso no me ha sucedido aquí. Tampoco ayuda  el jugar durante demasiado tiempo al despiste, con personajes y situaciones que hasta bien entrada la película no descubrimos su papel en la historia. Incluso, en algunos momentos, me sentí desfallecido ante un espectáculo tan frío. Y es que entre, la parsimonia del relato y su desproporcionada duración, había momentos que me costaba no tirar la toalla. Solo cierta cabezonería me mantuvo firme hasta el final.

Es cierto que el último tercio de la película se anima un poco. Esa parte final, sin ser excepcional, al menos planeta algunas reflexiones que entroncan con las de la primera entrega. También el desenlace aporta algo más de acción. Pero aún así, la historia no terminó de convencerme. Tuve la sensación de que, mientras Blade Runner era un film coherente, con un mundo con su propia vida, con personajes con algo que aportar y que creaban un universo completo, en esta ocasión me parecía que todo se centraba en unos personajes como ajenos a todo, un duelo de unos pocos protagonistas que estaban como aislados en su mundo, independientes de todo cuanto les rodeaba.

En cuanto al reparto, creo que Ryan Goslin es una buena elección, aunque la frialdad que imprime el director a toda la película lastra un poco a su personaje, de una pasividad por momentos difícil de asumir. Harrison Ford y Edward James Olmos establecen la conexión con la película original, aunque me hubiera gustado que su papel no fuera tan secundario, pues quizá tirando más del hilo de la obra de Scott se hubiera ganado algo más de profundidad en esta historia.

En definitiva, puede que la película haya cosechado grandes críticas. No niego que formalmente la propuesta sea impecable, con la ayuda inestimable de la tecnología actual. Pero la esencia de una película no está en su estética ni en los deslumbraste de sus efectos especiales. Está en contar algo interesante, con sentido. Y Blade Runner 2049 carece de esa fuerza interior.

sábado, 20 de enero de 2018

Chantaje



Dirección: Mike Barker.

Guión: William Morrissey.

Música: Robert Duncan.

Fotografía: Ashley Rowe.

Reparto: Pierce Brosnan, Gerard Butler, Maria Bello, Emma Karwandy, Claudette Mink, Desiree Zurowski, Nicholas Lea, Peter Keleghan, Samantha Ferris.

Neil Randall (Gerard Butler) es un amante esposo y goza de una carrera profesional plena de éxitos. Todo parece irle de maravilla, hasta que un hombre (Pierce Brosnan) secuestra a su hija pequeña.

Con Chantaje (2007) volvemos a encontrarnos con una de esas películas asentada sobre un guión con sorpresa final. En el cine actual parece que si uno no saca de la chistera un conejo en el desenlace de la historia, ésta no vale gran cosa. Y desde mi punto de vista es todo lo contrario. Una buen argumento se sustenta en sí mismo, sin necesidad de buscarle los tres pies al gato; pues lo que se suele conseguir con ello es, generalmente, defraudar al público por chapuceros y tramposos.

No sé si William Morrissey temía que lo acusaran de ello, de ahí que vaya dejando sutiles pistas de que no todo es lo que parece en esta historia a lo largo de la película. El espectador más entrenado en este tipo de guiones con sorpresa seguro que no tendrá muchos problemas en descubrir el pastel antes de tiempo.

Lo peor es que la película realmente no necesitaría de esos engaños. Quiero decir que la historia del secuestro, si hubiera sido planteada con más inteligencia y honestidad, podría haber dado lugar a un film interesante. No una maravilla, pero sí un entretenimiento decente. Porque la verdad es que la película arranca bastante bien, tras una breve presentación del protagonista, Neil, donde vemos que parece ser un esposo perfecto y con un gran talento en su trabajo. Pero es cierto que ya intuimos que no parece ser oro todo lo que reluce. Y cuando entra en escena Tom Ryan (Pierce Brosnan), el secuestrador, el film entra en una espiral de tensión e intriga que consigue mantenernos en vilo durante gran parte de la película.

Mike Barker no me pareció un director excepcional, pero sí que logra sostener la emoción en la parte central de la película de manera constante, evitando caer en escenas redundantes y jugando convenientemente con las debilidades del matrimonio para contagiarnos de su angustia.

Cuenta, es verdad, con la ayuda inestimable de los tres protagonistas. Tanto Maria Bello como Gerard Butler son más que convincentes en sus trabajos, que les obligan a llevar sus registros al límite. Pero yo destacaría por encima de ellos a Pierce Brosnan, que tras sus comienzos como galán, ha sabido demostrar que es un actor que domina todos los registros, componiendo siempre a villanos llenos de fuerza y cierto atractivo perverso.

La clave de este tipo de películas, donde el interés para nosotros es descubrir al final el quiz de la historia, es que tengan un desenlace convincente o no. Es aquí donde todo puede irse por la borda. Y el final de Chantaje no nos deja un buen sabor de boca. No es que sea un despropósito, pero sí que esperaba algo más intrigante, acorde con las expectativas generadas. Porque el hecho de que todo se reduzca a una aventura extra matrimonial hace que la reacción de Abby Randall (Maria Bello) y Tom parezca no solo excesiva, sino incluso con detalles un tanto inverosímiles que nos llevan a pensar que todo lo visto no es más que algo demasiado "peliculero".

Chantaje se nos queda al final en un pasatiempo bastante bien construido, con una parte central bien llevada, pero con un final que, por desgracia, no es lo más logrado de la historia.

jueves, 18 de enero de 2018

El show de Truman (Una vida en directo)



Dirección: Peter Weir.
Guión: Andrew Niccol.
Música: Burkhard Dallwitz.
Fotografía: Peter Biziou.
Reparto: Jim Carrey, Laura Linney, Noah Emmerich, Ed Harris, Natascha McElhone, Holland Taylor, Paul Giamatti, Adam Tomei, Harry Shearer.

Truman Burbank (Jim Carrey) lleva una existencia apacible en una pequeña ciudad tranquila. Todo parece perfecto en su vida, aunque en el fondo, Truman no es todo lo feliz que parece. Y cuando una serie de extraños sucesos comienzan a producirse, Truman empieza a sospechar que hay algo extraño en su vida.

El show de Truman (1998) se adelanta a su tiempo. Truman es el protagonista de un reality cuando en la televisión aún no se habían generalizado ese tipo de programas. Pero anticipa ese formato en que se exponen sin pudor las intimidades de los concursantes. Con un agravante en el caso de la película: Truman no sabe que es el protagonista de un show televisivo.

La película tiene varias lecturas, todas ellas inquietantes y que plantean también algunos interrogantes filosóficos y éticos, que nos pueden recordar la caverna de Platón o la isla de Utopía de Thomas More.

Lo más evidente es la crítica a la manipulación televisiva, capaz de cualquier cosa en busca de audiencia, éxito y dinero. Pero El show de Truman también es una metáfora sobre la libertad del hombre o, más bien, la ilusión de libertad. Como le dice Christof (Ed Harris) a Truman: lo que hay fuera es lo mismo que en tu mundo, mentiras. Pero al menos en su pequeño universo, Truman está protegido. Sin embargo, la realidad es que para el protagonista ese universo perfecto es su cárcel. El no quiere vivir en un paraíso artificial, quiere ser libre.

Generalizando, ¿nos pasa a nosotros algo parecido a Truman? ¿Somos tan libres como creemos? ¿Cuáles son nuestras cadenas, las que crea esta sociedad de internet y la globalización? ¿Somos conscientes de nuestra esclavitud?

Además de estas reflexiones sobre la existencia humana, Peter Weir también supo tocar el lado más humano del protagonista, reflejando con precisión y mucha sensibilidad los miedos de Truman; su enamoramiento frustrado, una de las historias más conmovedoras del film; la amistad incondicional con Marlon (Noah Emmerich), del que nunca duda; la vena infantíl de Truman; sus ganas de conocer mundo... es decir, hace de este personaje un ser complejo, cercano y entrañable, gracias a lo cuál, su historia tiene mucha más fuerza y capacidad de emocionarnos.

Para el papel de Truman, Jim Carrey era la primera opción del director y el actor estaba encantado con interpretar el personaje. Fue su primer papel serio y su trabajo recibió numerosos elogios, llegando a ganar un Globo de Oro. A pesar de ello, sigo sin ver a Carrey en ese papel. La sombra de sus personajes histriónicos es tan grande que me cuesta verlo en un papel dramático. A pesar de su buen trabajo, sigue sin poder escapar de sus muecas. Otro ganador de otro Globo de Oro fue Ed Harris, éste sí que merecido, pues se trata de un genial actor que, a pesar de un papel muy corto, llena la pantalla cada vez que aparece.

El show de Truman cuenta con todo un trabajo de producción soberbio, desde la ambientación a la fotografía, impecable, sin olvidarnos de la música, que se convierte en un elemento indispensable.

Como curiosidades, el nombre de Truman se eligió porque suena, en inglés, parecido a true man, es decir, hombre verdadero, y Truman es el único personaje verdadero del show. Y el de Christof por su evidente similitud con Cristo, representado el todopoderoso creador del personaje del reality.

Una comedia por lo tanto muy original, divertida por momentos, reflexiva y emocionante otros muchos, con una dirección impecable y que, por encima de todo, tiene el mérito de servir para provocar numerosos e interesantes planteamientos sobre la vida y la libertad en general y el mundo de la televisión en particular.

domingo, 14 de enero de 2018

Cazadores de mentes



Dirección: Renny Harlin.
Guión: Wayne Kramer y Kevin Brodbin (Historia: Wayne Kramer).
Música: Tuomas Kantelinen.
Fotografía: Robert Gantz.
Reparto: Val Kilmer, LL Cool J, Christian Slater, Patricia Velasquez, JonnyLee Miller, Kathryn Morris, Clifton Collins Jr., Cassandra Bell, Eion Bailey.

Después de enfrentarse a una serie de pruebas, los candidatos a entrar en la unidad de perfiles psicológicos del FBI deben afrontar una última: pasar un fin de semana en una isla intentado resolver un crimen ficticio.

La historia de un grupo de personas encerradas en un lugar, en este caso una isla, que van muriendo una tras otra víctimas de un asesino misterioso e impecable es todo menos original. De hecho, bien analizado, el argumento sigue con bastante exactitud la novela Diez negritos de Agatha Christie. Solo varía la forma de morir de cada personaje, amén de que Renny Harlin sigue la moda de recurrir a lo morboso y desagradable para mantenernos despiertos y en permanente estado de sobrecogimiento.

Dado el morbo de la historia, además de la inevitable curiosidad por conocer quién es el asesino, que no se descubre hasta el mismo final, es cierto que a pesar de ser una película bastante plana y descaradamente comercial, Cazadores de mentes (2004) consigue al menos que no despeguemos la vista de la pantalla, además de ser un film ágil que se pasa casi sin darnos cuenta.

Y hasta aquí, el mérito del director. Porque en cuanto a todo lo demás, la película no ofrece gran cosa. En el lado negativo, las consabidas mentiras y engaños de un guión tramposo desde el principio, cuando ni era necesario recurrir al engaño. Pero al menos con ese comienzo ya sabemos a qué atenernos. Luego, muertes una detrás de otra casi sin solución de continuidad, más inverosímiles las unas que las otras, lo cuál es una pena, pero prima el efectismo sobre la verosimilitud, como si los propios guionistas no tuvieran mucha fe en sus propias elucubraciones. De esta manera, toda posible inclinación hacia un film más elaborado se esfuma. Solo interesa el morbo, el ritmo y mantenernos engañados hasta el desenlace que, visto lo visto, casi es lo de menos. Incluso el guión es tan previsible que no cuesta demasiado anticiparnos a la última mentira. Queda, es cierto, la guinda de la última pelea en la piscina, con otro inverosímil numerito más de a ver quién aguanta más la respiración. Casi se convierte en algo cómico.

En cuanto al reparto, pues poco que reseñar. Algunos rostros conocidos, como Val Kilmer o Christian Slater, con el acierto de matar al personaje de este último casi al principio, con la sorpresa que esto provoca (al estilo de Psicosis) y conseguir que ya no podamos anticipar que su personaje va a ser el que se salve al final, y un trabajo en general bastante convincente de todos.

El director, sin deslumbrar en ningún momento, al menos consigue mantener el ritmo y sacar partido del morbo del argumento, lo cuál ya es algo.

En resumen, una película poco original, cine puramente comercial que tampoco parece buscar nada más que hacernos pasar un mal rato.

Jackie Brown



Dirección: Quentin Tarantino.
Guión: Quentin Tarantino (Novela: Rum Punch de Elmore Leonard).
Música: Varios.
Fotografía: Guillermo Navarro.
Reparto: Pam Grier, Samuel L. Jackson, Robert De Niro, Robert Forster, Bridget Fonda, Michael Keaton, Michael Bowen, Chris Tucker, Lisa Gay Hamilton, Tommy "Tiny" Lister, Sid Haig, Aimee Graham.

Jackie Brown (Pam Grier), una azafata necesitada de dinero, se presta a hacer de correo para Ordell Robbie (Samuel L. Jackson), un traficante de armas. Pero nada más bajar del avión, Jackie será detenida por al policía.

Tercera película de Tarantino que, tras el éxito cosechado con Pulp Fiction (1994), sorprende a crítica y público con una película como Jackie Brown (1997), donde adapta una obra ajena y, quizá lo más reseñable, renuncia a esa violencia desatada y gratuita de Reservoir Dogs (1992) y Pulp Fiction, sin duda una de sus señas de identidad más características.

Todo ello hizo que muchos admiradores del director se sintieran algo descolocados, pues tal vez esperaban algo más en la línea de sus primeras películas, algo a lo que luego daría continuación el director con sus siguientes films.

Es por esto que Jackie Brown se considera el film menos representativo del estilo de Tarantino, si bien conserva otros rasgos característicos suyos.

Para empezar, la película cuenta con largas escenas donde predominan los diálogos, a veces tratando de temas secundarios, algo muy característico del director. Tarantino se nutre de la cultura popular y con este tipo de diálogos conecta con lo cotidiano, con el día a día del espectador. Es cierto que sus personajes son seres un tanto marginales, pero Jackie Brown tiene un aire de normalidad, algo a lo que contribuyen sin duda esos diálogos.

También está presente y mucho la música. Otro rasgo típico de Tarantino y que aquí además sirve para dar esa identidad extra al film. Si Reservoir Dogs era un film de atracos, Pulp Fiction era cine negro y luego Kill Bill se adentraría en el universo de las artes marciales, se ha dicho que Jackie Brown es un homenaje al cine blaxploitation, esa corriente de los años setenta en Estados Unidos de un cine barato destinado al público negro, donde las bandas sonoras (de música funk, por ejemplo) y la violencia eran una de sus señas de identidad. Y el hecho de contar con Pam Grier en el papel principal, actriz típica de esos films de blaxploitation, es otra prueba más de las intenciones del director.

Así que si exceptuamos una violencia mucho más residual, Jackie Brown contiene los otros elementos característicos del cine de Tarantino. Y entre otras cosas, esa rara cualidad de hacer films bastante extensos que, sin embargo, tienen la virtud de no cansar, a pesar de contar con muchos minutos en los que no parece pasar nada. Quizá aquí reside la mayor virtud que le encuentro a Tarantino, de cuyo cine no soy fan precisamente.

En Jackie Brown consigue mantener el interés gracias a dos elementos. Por un lado, un intrincado argumento de traiciones y engaños, con la protagonista en constante equilibrio entre los policías que la presionan y el traficante Ordell, que está lo suficientemente bien diseñado y desarrollado para mantener la intriga y la tensión del espectador, pues además con este director siempre podemos esperarnos cualquier sorpresa de última hora.

El segundo elemento es el estupendo reparto, empezando por la mencionada Pam Grier, que sorprende dando carácter a un personaje fuerte y a la vez asustado, capaz de conmovernos con su soledad y sus miedos. A su lado, Samuel L. Jackson, un asiduo del director, está impecable como traficante, un papel que parece que le va como anillo al dedo. Y además está el siempre genial Robert De Niro, está vez más contenido, con un rol secundario pero igualmente perfecto. Completan el elenco Michael Keaton, un actor con mucha personalidad, y un sorprendente Robert Forster, nominado merecidamente al Oscar, actor de serie B recuperado aquí por el director y que realiza un gran trabajo.

Una apreciación mía personal: el comienzo de la película, cuando se ve la llegada al aeropuerto de Jackie Brown, me pareció un homenaje a El graduado (Mike Nichols, 1967), cambiando la música de Simon & Garfunkel por música negra.

Jackie Brown, sin ser una gran película, desde mi punto de vista, resulta un film sin duda original, con un buen ritmo, en el que agradezco que el director dejara de lado la violencia desbocada de otros films y se centrara más en el retrato de unos personajes muy bien definidos y que, en realidad, son la clave de la historia.

jueves, 11 de enero de 2018

Love Happens




Dirección: Brandon Camp.
Guión: Brandon Camp y Mike Thompson.
Música: Christopher Young.
Fotografía: Eric Alan Edwards.
Reparto: Aaron Eckhart, Jennifer Aniston, Martin Sheen, Judy Greer, Sasha Alexander, Dan Fogler, John Carroll Lynch, Joe Anderson, Frances Conroy.

Tras perder a su esposa en un accidente, Burke Ryan (Aaron Eckhart) escribe un libro de ayuda para superar el dolor que está teniendo un gran éxito. Sin embargo, parece que Ryan no es capaz de aplicárselo a sí mismo.

No hay que dejarse engañar por el título, no considero que Love Happens (2009) sea una comedia romántica, a pesar de contarnos una pequeña historia de amor entre Eckhart y Jennifer Aniston. Y es pequeña porque me pareció lo más secundario de la historia. Desde mi punto de vista, lo más importante e interesante de la película es el dolor reprimido del protagonista, curiosamente una especie de gurú que intenta aplacar el dolor ajeno.

Desde este punto de vista, es inevitable recordar la maravillosa El turista accidental (Lawrence Kasdan, 1988), con la que Love Happens guarda bastante similitudes aunque, por desgracia, se deja llevar más hacia un sentimentalismo lacrimógeno. Mientras El turista accidental era una película delicada y respetuosa, Love Happens es efectista y un tanto vulgar en su desenlace.

Y eso que Brandon Camp empieza bastante bien, con un ritmo pausado, dejando entrever que Burke no es feliz, pero siempre de manera indirecta, sutil. El problema es que el guión se aleja de ese tono y poco a poco va girando sin reparo hacia un drama más propio de telenovela, donde se busca sin disimulo la lágrima fácil. Para colmo, el momento crucial de la historia se adivina con bastante facilidad, a pesar de los intentos de Camp para despistarnos. La escena de la confesión de Burke se ve venir a un kilómetro y, por desgracia, es aún más vergonzosa que mis peores presagios. Nunca me gustó esa moda o esa manía del cine norteamericano de que las grandes confesiones sean siempre públicas, pero aquí se roza el esperpento.

Otro problema es que Aaron Eckhart no terminó de convencerme. No es que haga una mala interpretación, que creo que no es así, pero es un actor que no me trasmite nada, no tiene carisma y no logro empatizar con sus problemas. Sin embargo, me gustó Jennifer Aniston, que me pareció muy natural y, ella sí, rebosando encanto. Quizá deberían aprovecharla mejor y no darle siempre este tipo de papeles, con alguna rara excepción.

De una factura impecable, con una cuidada fotografía, Love Happens podría haber sido una buena historia de superación personal adornada con el romance de rigor, pero el director prefirió cargar las tintas. Una lástima.

miércoles, 10 de enero de 2018

Los tres mosqueteros del desierto



Dirección: Armand Schaeffer y Colbert Clark.
Guión: Norman Hall, Colbert Clark, Ben Cohn y Wyndham Gittens.
Música: Lee Zahler.
Fotografía: Ernest Miller y Tom Galligan.
Reparto: John Wayne, Ruth Hall, Jack Mulhall, Raymond Hatton, Francis X. Bushman Jr., Creighton Chaney, Hooper Atchley, Gordon De Main.

Cuando Tom Wayne (John Wayne) llega a Argelia para visitar a su novia, se encuentra metido de lleno en la lucha de la Legión Extranjera francesa contra unos traficantes de armas árabes. Sin quererlo, Wayne se verá involucrado en esa guerra.

Película de 1933, Los tres mosqueteros del desierto es un film de aventuras bastante rudimentario, que podría pasar sin ningún problema por una película muda, pues tanto su desarrollo como su sintaxis aún no han conseguido despegarse del típico lenguaje del cine mudo.

El guión es un tanto elemental, con la lucha del protagonista contra unos traficantes de armas que pretenden desencadenar una guerra para aniquilar a los franceses que ocupan Argelia. No falta la historia de amor, por supuesto, que se mezcla hábilmente con la trama principal.

Están también todos los elementos característicos de una buena película de aventuras: las situaciones límite del protagonista, con su vida pendiendo de un hilo a cada momento; la acusación falsa de la que debe librarse Wayne y que pone en peligro su felicidad con su novia. Hay peleas casi constantemente, disparos, persecuciones, una secta secreta, guaridas en cuevas, engaños... y todo ello con el típico sello de las películas mudas, donde la acción lo es todo, sin tiempos muertos, sin demasiadas explicaciones, pues todo debe ponerse al servicio de la acción, con ese ritmo acelerado tan característico y una ingenuidad a la hora de plantear la intriga que hace que no podamos tomarnos en serio lo que pretende ser un film épico.

Es una película sumamente elemental, donde los buenos y los malos están diáfanamente diferenciados y donde solo interesa mantener la intriga y un ritmo endiablado. Es la aventura en estado puro, dentro de un planteamiento totalmente básico. Un cine muy primitivo, un ejemplo del estilo y los gustos de unos años en que el cine aún estaba en pañales.

La película tiene una duración considerable para la época, si bien la copia de la cinta que he visto sufre un corte brusco al final, cuando se espera el ansiado desenlace, como si parte del metraje se hubiera perdido. Una voz en off resume precipitadamente el final, quedando por lo tanto la película mutilada en la parte más interesante. A pesar de ello, podemos hacernos una idea de ese final, donde las desventuras y los peligros del protagonista terminan con el triunfo del bien y la derrota de los malvados.

En definitiva, no se puede valorar esta película con criterios actuales, sólo disfrutarla como una mera curiosidad histórica.

El gran tipo



Dirección: John G. Blystone.
Guión: Henry McCarthy y Henry Jonhson (Historia: James Edward Grant).
Música: Marlin Skiles.
Fotografía: Jack MacKenzie.
Reparto: James Cagney, Mae Clarke, James Burke, Edward Brophy, Henry Kolker, Bernadene Hayes, Edward McNamara, Robert Gleckler, Joe Sawyer, Edward Gargan.

La mafia tiene organizado un lucrativo negocio por medio de un fraude generalizado en el sector alimentario. Cuando Johnny Cave (James Cagney) reemplaza a su jefe, que ha sido víctima de un accidente", al frente del departamento de Pesos y Medidas, empleará todos sus recursos en combatir a esa mafia.

El gran tipo (1936) es una película que nos permite apreciar las virtudes y defectos de los primeros años del cine sonoro, donde éste iba dando los pasos para afianzarse como una nueva forma más compleja de expresión.

Quizá lo más característico de El gran tipo es su sencillez en todos los aspectos. El argumento se expone con meridiana claridad, para que los espectadores no tengan duda en ningún momento de quién es quién y qué papel juega en la historia. No se profundiza en la personalidad de los personajes, que se definen básicamente por sus acciones. La trama principal se adorna con la relación de pareja de Cave, que sirve de contrapunto y aporta algunos momentos de humor.

Y es ese afán de claridad lo que a veces lastra un poco el desarrollo, con explicaciones un tanto innecesarias y una manera de exponer los hechos un tanto elemental. Los diálogos tampoco son demasiado brillantes y cobran quizá demasiado protagonismo, pues son el recurso para explicar todo lo que ocurre en la historia.

La culminación de todo es el desenlace, rápido, básico y un tanto abrupto. Y ese es otro elemento que podemos apreciar en la película: el montaje no siempre parece el más idóneo, con algunos saltos bruscos no muy afortunados.

Lo mejor de la película es, sin ninguna duda, la presencia de James Cagney, que ya daba muestras de su talento. Sobre él recae todo el peso de la película, que gana muchos puntos con su presencia.

El gran tipo es un buen ejemplo de un cine un tanto elemental, basado en contar historias de manera muy directa y con un elemento moralizador evidente. Es un cine aún con muchos elementos del pasado cine mudo y con un lenguaje aún por pulir, pero donde se están sentando las bases de la gran etapa de madurez que está a punto de llegar.

La película es, sobre todo, una curiosidad y una buena oportunidad de descubrir los comienzos de James Cagney como tipo duro.

martes, 9 de enero de 2018

La vía láctea



Dirección: Leo McCarey.
Guión: Grover Jones, Frank Butler y Richard Connell (Obra: Lyn Root y Harry Clork).
Música: Tom Satterfield y Victor Young.
Fotografía: Alfred Gilks.
Reparto: Harold Lloyd, Adolphe Menjou, Helen Mack, Verree Teasdale, Lionel Stander, William Gargan, George Barbier, Dorothy Wilson, Marjorie Gateson, Charles Lane.

En una pelea por defender a su hermana, un repartidor de leche, Burleigh Sullivan (Harold Lloyd), derriba a todo un campeón de boxeo (William Gargan). Al ver peligrar la reputación del púgil, su manager Gabby Sloan (Adolphe Menjou) intenta sacar partido de la situación.

Harold Lloyd fue uno de los pioneros del cine cómico, por los años veinte del pasado siglo, a la par que Charles Chaplin o Buster Keaton. Era la época gloriosa del cine mudo, de los gags visuales. En este terreno, Lloyd estaba a la altura de Chaplin.

Sin embargo, la llegada del sonoro obligó a Harold Lloyd a intentar adaptarse a la nueva moda y su cine ya no fue el mismo. Y de este momento de su carrera es La vía láctea (1936), su penúltimo film antes de decidir retirarse, con tan solo 45 años, al comprobar que no era capaz de repetir los éxitos de la década anterior.

Y en efecto, La vía láctea es una comedia bastante elaborada, un tanto alocada, con cierta ambición que, sin embargo, me parece bastante fallida. Para empezar, Harold Lloyd carece de carisma; su personaje, un humilde lechero algo torpe, más que despertar compasión en nosotros nos produce cierto rechazo. Puede que por ese aire relamido, demasiado pulcro que no casa muy bien con el personaje que quiere representar. Tampoco los chistes y los gags resultan demasiado convincentes. La mayoría de ellos son ciertamente pueriles o incluso ridículos. Los mejores chistes da la impresión que son aquellos que parecen surgir casi inesperadamente, sin querer.

Quizá el problema principal de La vía láctea, a parte de la falta de simpatía que produce Lloyd, es el tono decididamente infantil de la historia. Es cierto que se trata de una comedia, que no debemos tomarla demasiado en serio, pero los personajes resultan tan ridículos que cuesta meterse en situación.

Por suerte, contamos con la presencia de Adolphe Menjou, cuyo personaje de empresario avispado y tramposo es de lo mejor de la película, un charlatán con aires de grandeza al que no le sale nada bien. Y también me gustó Anne, interpretada por Verree Teasdale, esposa de Menjou en la vida real, quizá el personaje más interesante de la historia, de donde salen las mejores y más ácidas réplicas.

Sin embargo, en su conjunto, La vía láctea me pareció un film demasiado infantil, con poca gracia e incluso algo inconexo en su argumento, con las dos historias de amor un tanto forzadas y que no llegan a aportar nada realmente.

Queda pues como una curiosidad, un momento de la historia del cine y el fin de la carrera de Harold Lloyd, incapaz de adaptar su humor al cine sonoro.

lunes, 8 de enero de 2018

Han hecho de mí un criminal



Dirección: Busby Berkeley.
Guión: Sig Herzig (Novela: Bertram Millhauser y Beulah Marie Dix.
Música: Max Steiner.
Fotografía: James Wong Howe.
Reparto: John Garfield, Claude Rains, Ann Sheridan, May Robson, Gloria Dickson, Billy Halop, Bobby Jordan, Leo Gorcey, Huntz Hall, Gabriel Dell, Bernard Punsley, Ward Bond.

Johnnie Bradfield (John Garfield) acaba de proclamarse campeón del mundo de boxeo. Cuando está celebrando el título, un periodista descubre que su imagen pública no es más que una mentira urdida por el propio boxeador. El manager de Bradfield, para evitar que el periodista cuente la verdad, lo golpea, matándolo accidentalmente. Presa del pánico, decide culpar a su boxeador.

Los inicios del séptimo arte fueron un tanto balbuceantes, como un niño que aprende a caminar. El cine tenía que ir encontrando su camino, asentando sus reglas, descubriendo su propio lenguaje. Pero el público también iba creciendo a su lado, madurando a su vez. De ahí que muchas películas de esos primeros años de desarrollo puedan parecernos ahora un tanto elementales, simples e ingenuas. Y esa es la principal impresión que produce  Han hecho de mí un criminal (1939), con una trama bastante elemental, personajes definidos muy básicamente y un desarrollo lineal, sin complicaciones.

La película, que puede encuadrarse dentro del cine negro, es como un cuento con moraleja de cómo un boxeador un tanto cínico y mentiroso acabará redimiéndose cuando entra en contacto con gente buena, ante la cuál descubrirá que sus mentiras no tienen en realidad ningún sentido y aprenderá a sacrificarse por los demás.

Han hecho de mí un criminal tiene el encanto de las cosas simples, de lo ingenuo. Si bien es evidente que se trata de un film que ha envejecido bastante. Incluso el argumento tiene algunos momentos extraños, algunos incluso hasta cómicos sin pretenderlo, en base a esa ingenuidad a la que me refería y que da lugar a situaciones bastante ridículas, como el que Johnnie pretenda que el policía Phelan (Claude Rains) no lo reconozca sencillamente cambiando su manera de boxear.

Hasta el desenlace parece un tanto extraño y sin duda precipitado y no escapa a esa simplicidad que está en la esencia de la película.

Entre los actores, destacar a los Dead End Kids (aparecen así en los títulos de crédito incluso), que eran un grupo de jóvenes actores que habían debutado en la obra de teatro Dead End de 1935 con tanto éxito que Samuel Goldwyng, en 1937, decidió llevárselos a Hollywood, donde aparecerían en muchas películas y hasta series. John Garfield, el protagonista principal, uno de los tipos duros de entonces, había sido boxeador en sus años de juventud. Destacar también la presencia de Claude Rains, un secundario de lujo que en esta ocasión sobre actúa en exceso.

A pesar de los estragos del tiempo, que dejan en evidencia sus limitaciones argumentales y narrativas, Han hecho de mí un criminal es un film bastante digno, con el encanto que tienen las películas antiguas hoy en día. Sin duda no defraudará a los amantes del cine clásico.

La película es un remake de Su última pelea (Archie Mayo, 1933).